Transferencia Erótica [18].
La Llama de la Incertidumbre.
Capítulo 18.
La Llama de la Incertidumbre.
Intenté hacer memoria. Le di vueltas en mi cabeza a la situación con Miguel, pero Sabrina tenía mucha razón en algo: pasé tanto tiempo convenciéndome a mí mismo de que lo que vi no era real, que ya no confío en mis propios recuerdos. Además ahora sé que mis tendencias masoquistas probablemente me hicieron exagerar algunas de esas cosas… sin embargo, Romina tiene otra opinión. Ella dice que esas cosas sí ocurrieron, solo que no las quise aceptar. La mente es un campo muy sinuoso, lleno de ramificaciones. Se me hace muy difícil aceptar que no puedo confiar ni siquiera en mis propios recuerdos, pero evidentemente es así. De las cosas que narró Romina solo recordaba vestigios, como pequeños flashes de una película que no sé si la vi o me la contaron.
—¿Estás bien, Horacio? —Preguntó Sabrina.
—¿Eh? Sí… sí… solo estaba pensando. Hace un rato dijiste algo sobre “la llama de la incertidumbre” ¿A qué te referís exactamente con eso?
—Es mucho más sencillo de lo que parece. Vos sos masoquista, creo que eso ya lo dejamos en claro.
—Sí, y aunque me resultó difícil, ya lo tengo aceptado.
—Muy bien. Ese masoquismo activa el placer en vos y hay situaciones que disparan esa sensación al máximo. El masoquismo es contradictorio, es sentir placer a cambio de sufrimiento. Estas situaciones también son contradictorias. Con los videos que te mandó Romina y sus declaraciones de lo bien que la pasaba con esos tipos que se la cogían mejor que vos, activaste la vía más directa del masoquismo: la verdad. Eso que te contó Romina es cierto, con esos tipos disfruta más que al tener sexo con vos.
—Sí, me hace sufrir y al mismo tiempo me produce placer. Es una locura, pero es así. A pesar de que me dolía verlo, no pude evitar volver una y otra vez a esos videos… y mientras más disfrutaba Romina con esos tipos, más me excitaba yo.
—Con eso aclaramos una de las vías del placer, la certeza, la verdad. Pero también hay otra vía que te provoca las mismas emociones: la incertidumbre. El no estar seguro de si tu novia te metió los cuernos o no. Eso te hace imaginar que, quizás, ese tipo se la cogió… y estoy segura de que te imaginarás situaciones en las que Romina le chupa la verga, se deja penetrar por la concha… o incluso el sexo anal. Estos pensamientos te mortifican, te desesperan, pero al mismo tiempo te excitan.
—Es muy cierto. Esas fantasías se volvieron tan descabelladas que hubo veces que la imaginé teniendo sexo con dos o tres tipos a la vez… mientras nosotros éramos novios. Y tal como lo decís, me excitó imaginarlo, al mismo tiempo que me volvió loco de celos. Te juro que me faltaba poco para caminar por las paredes cuando Romina me llamaba desde alguna fiesta y me decía que iba a llegar tarde. Yo me la imaginaba en cuatro patas, con una pija en cada agujero, y con la cara llena de leche.
—Es una linda imagen —dijo Romina, con una sonrisa.
—Muy linda —aseguró Sabrina, que volvió a acariciarle la vagina por encima del pantalón—. Me encantaría verte así. Pero ahora quiero que sigas contando sobre el plomero. Por cierto… ¿querés que te haga el relato más interesante?
—¿Y cómo harías eso? —Preguntó Romina, con cierto tono picaresco.
—Sacate el pantalón y te lo explico… si es que no te molesta, claro.
—Em… me puedo hacer una idea de lo que tenés en mente. No me molesta… siempre y cuando yo no tenga que hacer lo mismo.
—Quedate tranquila, que no vas a tener que hacer nada… más que contar tu historia.
—Entonces… así sí.
Si esta hubiera sido mi primera sesión con Sabrina, me hubiera quedado estupefacto, sin embargo no se me hizo extraño que le ofreciera a Romina quitarse el pantalón… tampoco me resultó extraño que mi ex novia aceptara la propuesta. De todas formas eso no hizo que la situación fuera menos excitante. Cuando Romina se desnudó de la cintura para abajo, pude ver su concha completamente húmeda. A pesar de que me acosté con ella mil veces, me sigue pareciendo una de las mujeres más sexys del mundo. La verga se me puso dura y comenzó a palpitar de emoción… especialmente cuando Romina volvió a sentarse y Sabrina pasó sus dedos, esta vez directamente sobre los labios vaginales.
—¿Mejor? —Le preguntó mientras la tocaba.
—Mmm… sí… mucho mejor. Se nota que sabés cómo tocar a una mujer.
—Tengo práctica en eso. Ahora sí, seguí contándonos sobre el plomero. Quiero saber qué más pasó entre ustedes. Lo último que dijiste fue que entraste con él al baño, envuelta en una toalla que no cubría del todo tu anatomía. —Sabrina soltó una risita—. Ya me puedo imaginar la cara que habrá puesto Horacio en ese momento.
—El pobrecito estaba pálido —aseguró Romina… y es muy probable que tuviera razón—. Se puso tan nervioso que empezó a dar vueltas por toda la casa. No sé qué hacía, me dio la impresión de que quería preparar café, o algo así. Fue a la cocina, después a nuestro dormitorio, volvió al baño… y así estuvo durante un buen rato, como un león enjaulado.
Cuando Horacio no estaba cerca, Miguel aprovechaba para meterme los dedos en la concha… y yo, por supuesto, se lo permitía. Me calentó muchísimo que me manoseara de esa manera mientras mi novio andaba tan cerca. Pero sabía que el tipo no se conformaría solo con tocar, no después de la chupada de pija que le había dado. Él sabía que yo estaba entregada —mientras hablaba, Sabrina empezó a meterle dos dedos en la concha, lo hizo lentamente, como si intentara no sobresaltar a Romina.
—¿En ese momento seguías pensando que era una mala idea ponerle los cuernos a Horacio?
—No. Es decir… sí me dolía tener que hacerlo; pero mi calentura era mucho más fuerte. Me sentí como una adicta que intenta evitar esa droga que tanto daño le hace… mi fuerza de voluntad no fue la suficiente. Quería disfrutar, y mi calentura ya estaba por el techo. Miguel lo notó y se colocó detrás de mí. Sacó la pija y me la enterró toda en la concha. Me entró muy fácil, porque yo estaba re mojada y bien dilatada.
—Sí, se nota que te mojás mucho —dijo Sabrina, mostrando cómo sus dedos habían quedado llenos de flujo.
—Y ese día estaba mucho más mojada. Para colmo Miguel no tuvo mucha consideración. Empezó a darme con fuerza… uf, no sabés lo que fue sentir esa verga. “Al fin”, pensé… al fin me estaban metiendo una pija que pudiera sentir. Es que mi concha… ¿cómo decirlo? tiene mucho espacio…
—Básicamente que la tenés re abierta, de tantas pijas que te metieron —dijo Sabrina.
—Algo así… y pijas bien grandes. Al pasar tanto tiempo en pareja con Horacio empecé a extrañar esa sensación… quería sentir la concha llena de pija… y Miguel me dio el gusto.
Pero la parte que más morbo me causó fue cuando Horacio regresó. Él entró y me vio medio inclinada hacia adelante, con la toalla prácticamente suelta, apenas me estaba tapando un poco, porque yo la sostenía para que no se cayera. Y el plomero parado detrás de mí.
Reaccioné tan rápido como pude, le dije: “Ay, amor… casi me mato, por querer explicarle al plomero cuál es la canilla que no anda”. Mi mentira se sostuvo gracias a que Horacio no pudo ver cómo la pija entraba y salía de mi concha. Me imagino que la tapé con mi propio cuerpo… y con la toalla. Lo que sí vio es que yo tenía las tetas al aire y que Miguel me estaba agarrando una. Sorprendentemente, no dijo nada.
—No dije nada porque casi me explota el cerebro. Justo al entrar en el baño me pareció ver la verga de Miguel, bien parada, y metiéndose por detrás tuyo. Me pasé mucho tiempo intentando convencerme que fue mi imaginación. Solo la vi por un instante fugaz… pude haberlo imaginado…
—¿Ves? A eso me refiero con lo de la incertidumbre —dijo Sabrina—. Te vuelve loco no estar seguro, porque eso te permite imaginar lo peor. Aunque en este caso, lo peor estaba pasando. A tu novia le estaban clavando toda la pija.
—Sí —dijo Romina—. Y fue una clavada de las buenas. Apenas te fuiste, Miguel siguió dándome con todo. Tuve que morder la toalla para no gritar como una puta. Me quedé totalmente en concha, me importó una mierda qué fueras a opinar. Incluso llegué a pensar en que lo mejor sería que veas cómo Miguel me cogía, para no tener que contártelo yo. Para no tener que confesar que te hice cornudo… mientras vos estabas en casa.
—Imagino que para vos fue una situación muy morbosa —dijo Sabrina—. Y así como noté que Horacio es masoquista, también me doy cuenta que a vos te calienta hacerlo sufrir.
—¿Te parece?
—Claro que sí —dijo, mientras movía rápidamente sus dedos—. Estoy segura de que las situaciones más excitantes de tu vida tuvieron que ver con ponerle los cuernos a Horacio… y con contarle cómo te cogieron tipos con pijas bien grandes. Decime la verdad, Romina. Cuando vos te separaste de Horacio, ¿te acostaste con otros hombres?
—¿Que si me acosté? La misma noche de la separación me fui a bailar y me garché al primer tipo que me crucé. Me dejé hacer de todo, hasta el orto.
—Y seguramente la pasaste bien, pensando que te estabas “vengando” de Horacio, por haber cortado la relación con vos.
—Y… me sentía despechada. De cierta forma, quería hacerlo sufrir, aunque él no estuviera allí.
—Pero había algo más. Vos querías que él supiera lo bien que la estabas pasando con ese tipo… y con los que te cogiste después. Y estoy segura de que ahora estás disfrutando un montón al poder contarle tus anécdotas de infidelidad. Tenés la concha sumamente mojada —dijo, enterrando los dedos hasta el fondo—. A mí no me podés mentir.
—Es cierto —dijo Romina, con la respiración agitada—. Es cierto… me calienta mucho que Horacio sepa que le puse los cuernos… y me calienta que él sepa que esos tipos me cogieron mejor, que tienen pijas grandes… te juro que no lo hago a propósito, no soy mala. Yo amo a Horacio. Es el hombre de mi vida…
El silencio más absoluto invadió el cuarto. Hasta nuestras respiraciones parecieron anularse, incluso la de Sabrina.
—¿Lo decís en serio? —Pregunté, luego de unos segundos—. ¿Todavía me amás?
Sabrina sacó los dedos de la concha de Romina y se hizo a un lado, como si entendiera que esta conversación era entre mi ex novia y yo.
—Sí, Horacio. Llevo mucho tiempo con esas palabras ahogadas en la garganta. Para mí esto no es una revelación, lo supe siempre, desde el mismo día en que cortamos la relación, hasta hoy. Siempre estuve segura de que todavía te amo. Al principio, cuando empecé a mandarte esos video cogiendo con muchos tipos, lo hice porque estaba despechada, de verdad quería hacerte sufrir, porque estaba dolida. Me dejaste… y sé que me lo merezco, al fin y al cabo te fui infiel muchas veces, no soy una buena novia. Pero admitir eso era demasiado doloroso para mí, quería echarte la culpa a vos, quería que vieras lo bien que yo la estaba pasando, la cantidad de pijas que tenía para elegir… y quería que supieras que esos tipos me cogían mejor que vos. Después de unos meses vos me confesaste que te calentaba verme coger con esos tipos, e incluso si sabías que me cogían mejor que vos y que tenían las vergas más grandes que la tuya. Me costó mucho entenderlo, pero a partir de ese momento empecé a hacerlo con otra intención. Ya no quería lastimarte. Querías que pensaras en mí. Que te excitaras conmigo… aunque fuera de una manera… poco convencional. A mí me llenó de alegría saber lo mucho que te calentabas, y cuando cogía con esos tipos, no podía dejar de pensar en vos, y en cómo ibas a reaccionar cuando vieras el video.
Me quedé paralizado, no tenía idea de que Romina aún tuviera esa clase de sentimientos hacia mí.
—Te quiero preguntar una cosa, Romina —dijo Sabrina.
—Lo que sea. Estoy acá para abrirme totalmente… y no solo de piernas —dijo con una mueca que quería ser una sonrisa.
—Cuando te quedó claro que lo de acostarte con otros tipos lo hacías pensando en Horacio… ¿te excitaba hacer comentarios humillantes o los decías solo porque a Horacio le gustaban? A lo que voy es si “castigarlo” —marcó las comillas con sus dedos—, era parte del juego o lo hacías porque vos lo disfrutabas.
Romina se quedó con los ojos muy abiertos, como si hubiera descubierto una verdad que se escondía en lo más hondo de su ser.
—La verdad —dijo—, es que siempre me calentó castigarlo, humillarlo. Incluso cuando estábamos de novio. Hice mil cosas malas, soy muy hija de puta. Te lo juro. Me porté sumamente mal con Horacio, le falté el respeto de mil formas… aunque siempre ligadas a lo sexual. Una vez… lo siento, Horacio, entiendo si me odiás toda la vida por esto, pero lo tengo que contar. Necesito sacarlo de adentro. Una vez estaba yo en casa, garchando con un tipo que conocí por ahí, el tipo no es importante, para mí no significó nada, solo lo conocí, me calenté con él y lo invité a casa a coger. Era de noche y me estaba dando para que tenga, en la pieza… y cuando estábamos en pleno garche llegó Horacio. Yo apagué el velador y dejé la casa a oscuras. Mis gemidos se escuchaban bien fuerte. Horacio me pegó el grito: “¿Estás bien, amor”? Y yo le dije: “Siii… muy bien… me estoy pajeando como loca”. Entonces Horacio me dijo que ya iba a la pieza, a ayudarme. A todo esto yo estaba a oscuras, con el tipo dándome por la concha como un animal salvaje. Yo le susurraba: “Seguí… seguí… llename la concha de leche”. Y eso fue exactamente lo que pasó. El tipo acabó… y fue una acabada muy potente y cargada. Cuando Horacio llegó a la pieza le dije: “No prendas la luz, a oscuras es más lindo”. Cosa que no le habrá resultado extraña, porque muchas veces cogimos con las luces apagadas. Horacio se acercó por un lado de la cama, mientras el tipo salía por el otro, sin hacer ruido… y con la pija aún dura.
—Eso es ser muy hija de puta —dijo Sabrina, aunque no lo dijo como ataque, sino que sonó hasta como un halago.
—Más hija de puta soy por lo que hice después. Le pedí a Horacio que se acostara boca arriba y…
—Ah, no… no me digas que hiciste lo que estoy pensando —dijo Sabrina, con una sonrisa de bruja. Volvió a acercarse a Romina y le metió los dedos en la concha otra vez—. Contame, por favor. Me muero por saberlo.
Yo también me moría por saberlo, aunque estaba congelado, no podía gesticular. Mi verga palpitaba pidiéndome a gritos que la sacara del pantalón. Tenía unas ganas locas de pajearme ahí nomás, frente a esas dos hermosas mujeres.
—Me acuerdo que le dije: “Tengo una concha muy jugosa para vos”, y me senté en su cara, posicionándome para hacer un 69, yo también quería tener algo en la boca.
—¿Y Horacio? —Preguntó Sabrina, sin dejar de mover sus dedos.
—Y… él no sospechaba nada. Empezó a chuparme la concha como si nada. No hizo ningún comentario. Como te imaginarás, mi concha estaba llena de semen… y todo eso fue a parar a la boca de Horacio, para colmo él me la chupó con verdaderas ganas. Por un lado me morí de amor, por la forma en la que él se preocupaba por brindarme placer, y por otro lado me sentí la mina más hija de puta del mundo.
—¿Vos no sentiste nada extraño, Horacio? —Me preguntó la psicóloga.
—Nada fuera de lo común. Lo que pasa es que Romina suele lubricar mucho, pero mucho en serio. Chuparle la concha es terminar con la boca llena de flujos…
—Qué rico —dijo Sabrina, con una sonrisa.
—Y estoy muy orgullosa de eso —acotó Romina—. Me encanta que la concha se me moje tanto. Sabía que Horacio no preguntaría por ese flujo que salía de mi concha, se lo tragaría todo en silencio.
—¿Y por qué lo hiciste? —Preguntó Sabrina.
—Quería castigarlo… no sé exactamente por qué. Me digo a mí misma que fue por todas las veces que me dejó insatisfecha en la cama; pero quizás hay algo más… quizás soy mala persona.
—No creo que seas mala persona —se apresuró a decir Sabrina—. Tampoco creo que Horacio esté enojado con vos por haber hecho eso. ¿No es así, Horacio?
—¿Eh? —Reaccioné como si me hubieran tirado un baldazo de agua—. Eh… no, no… no estoy enojado.
—¿Cómo puede ser? —Preguntó Romina—. ¿Cómo puede ser que no te enojes conmigo sabiendo que te hice tragar la leche de otro tipo? Del tipo que me estaba cogiendo en nuestra propia cama…
No supe qué responderle. No estaba listo para confesar mi agrado por las pijas… y por el semen. Quería decirle que todo estaba bien, que no la odiaba y que lo que hizo incluso me resultaba muy excitante… pero no encontré palabras. La que se encargó de responder eso por mí fue la propia Sabrina.
—No está enojado porque es un masoquista. A él le calienta esa clase de humillación, y sí, capaz que le lleva tiempo asimilar que lo hicieron tragar semen… y que vino de tu propia concha después de meterle los cuernos; pero para Horacio no deja de ser otra humillación sexual. Y a vos, Romina… te calienta castigarlo. Todo masoquista necesita un amo… o una ama, que lo someta, que lo humille, que le haga sentir todo eso que desea sentir. Seguramente Horacio tendrá sus límites, y es bueno que los conozcas; pero mientras te mantengas dentro de esos límites, podés hacerle lo que quieras. Son la pareja ideal. Es como si estuvieran hechos el uno para el otro.
—¿Acaso nos estás diciendo que tenemos que volver a estar juntos? —Preguntó Romina.
—No, nunca voy a decir eso. Mi trabajo no consiste en formar parejas, sino en resolver problemas. No sé si ustedes funcionarían bien como pareja, pero sí funcionan bien en ese juego del amo y el esclavo. A los dos les gusta… y les calienta el rol que tienen que asumir. Lo que sí puedo sugerirles es que vuelvan a jugar a ese juego, esta vez los dos teniendo muy en claro qué rol tienen que cumplir. Y si pueden tener una charla sobre límites, entonces mejor. Lo importante, Romina, es que vos sepas de que, a pesar de ser la dominante, el control de la situación lo tiene Horacio.
—¿Por qué? —Pregunté, confundido.
—Porque vos marcás los límites —me sorprendió que la respuesta llegara de la boca de Romina—. Ahora lo entiendo todo. Para mí el sexo es excitante si tengo a Horacio. Él no me hace acabar metiéndome la verga… pero sí me hace acabar al permitir que yo lo castigue. Tenés mucha razón, Sabrina. Todas esos actos sexuales, con tantos tipos, empezaron a volverse interesantes cuando se lo pude mostrar a Horacio. Antes de eso era solo sexo… se sentía bien, pero le faltaba algo…
—Faltaba el morbo que te produce tener a Horacio como juguete. Te faltaba ese placer que sentiste cuando te sentaste en su cara y él, sin saberlo, se estaba tragando la leche del tipo que te cogió antes… y estoy segura de que te hubiera dado mucho más morbo que él lo supiera. Que él viera cómo te habían llenado la concha de leche, que te habían hecho gozar como a una puta… y que ahora él tenía que soportar que su novia estuviera toda enlechada.
—Sí… sí… —mientras hablaban, Sabrina pajeaba a Romina cada vez más rápido, me dio la impresión de que mi ex novia estaba teniendo un orgasmo—. Me hubiera encantado decirle: Mirá como me dejaron… me recontra garcharon con una pija bien ancha… y ahora abrí la boca que te vas a tragar toda la leche que me salga de la concha.
No pude aguantar más. Las palabras de Romina me pusieron al palo. Quería explicarle lo excitado que estaba con todo lo que contó, y que no estaba enojado con ella. Encontré una sola forma de hacerlo, porque las palabras ya no salían de mi boca.
Me puse de pie y saqué la verga del pantalón, la tenía muy erecta y con las venas bien marcadas. Me acerqué a las dos mujeres y sin pensarlo mucho, tomé a mi ex novia de la cabeza y la dirigí hacia mi falo. Ella abrió la boca rápidamente y se la tragó entera. Probablemente no hubiera podido hacer eso con las grandes vergas de sus amantes, pero con la mía podía. Le dio un par de chupadas y cuando se la sacó de la boca ocurrió algo que no me esperaba. Sabrina se acercó más a Romina y entre las dos empezaron a lamer mi glande. Fue un momento increíble. En ese instante sí que me sentí como el tipo más viril del mundo, hasta me dio la impresión de que mi verga estaba más grande de lo normal.
Mientras Sabrina masturbaba frenéticamente a mi ex novia, yo disfrutaba de los lengüetazos desincronizados que recibía la cabeza de mi verga. Y en ese caos, las dos lenguas se encontraron más de una vez. A Romina no pareció importarle el contacto con la boca de otra mujer y la psicóloga lo aprovechó. Se mandó a besarla, como si hubiera estado conteniendo las ganas de hacerlo durante mucho tiempo… y probablemente fue así. Quizás Sabrina lleva semanas fantaseando con la idea de besar a Romina. Me dio mucho morbo que ese beso ocurriera mientras me chupaban la verga a mí. Porque sí, no solo hubo lamidas, sino también genuinos chupones.
Sabrina también se metió mi verga en la boca y la tragó completa, mientras Romina me chupaba los huevos.
Estuvieron peteándome un buen rato, pude notar que ambas tenían mucha experiencia en el asunto, incluso me pareció que Romina la chupaba mejor que antes, o quizás fue solo por la calentura propia del momento. No pude aguantar mucho, no con dos diosas sexuales comiéndome la verga… pero esto fue bueno. Cuando la leche empezó a saltar, ellas pusieron sus bocas justo delante del glande. Quizás no soy el más pijudo del mundo, pero cuando acabo me sale abundante semen… especialmente si estoy muy excitado y llevo tiempo conteniéndolo. Las dos quedaron con las caras llenas de líneas irregulares blancas, las cuales fueron limpiándose la una a la otra con sus lenguas, como gatas que se acicalan. Mientras lamían el semen de sus caras, también dieron varios chupones a la punta de mi verga, como si quisieran aprovechar hasta la última gota de leche.
Creí que eso sería todo. Volví a mi sofá y me senté, con la verga aún dura. Sabrina y Romina seguían dándose lengüetazos, y cuando sus caras ya no mostraron más signos de semen, mi ex novia me miró con una sonrisa picarona. Sin decir nada se acercó a mí y, aprovechando que ya no tenía puesto el pantalón, se sentó sobre mí, dándome la espalda. Acomodó mi verga para que entrara en su húmeda concha. Empezó a dar saltitos y luego, por fin, habló:
—¿Así que no estás enojado conmigo por todo lo que te hice?
—No… al contrario. Sos una chica rara, lo admito… pero yo también soy raro. Quizás es cierto que estamos hechos el uno para el otro. Aunque… para que esto sea perfecto, yo tendría que tener la verga más grande.
—No lo creo —dijo Romina—. Me gusta tal y como está.
—Es la primera vez que te escucho decir eso.
—Es la verdad, si no tuvieras el pito chico, yo no sentiría tanta necesidad de probar pijas grandes y de meterte los cuernos. Y sin eso no hubiéramos descubierto nuestros… gustos particulares.
—¿Te puedo preguntar algo? —Dije, mientras le masajeaba las tetas por encima de la blusa.
—Lo que quieras.
—¿Pasó algo con Bruno?
—¡Ja! ¿Que si pasó? —Esa exclamación me hizo poner tenso, y al mismo tiempo la verga se me puso rígida, como si no hubiera eyaculado apenas unos segundos antes—. Al día siguiente de que Miguel me cogió en casa, fui a verlo a Bruno… con la misma minifalda, esa que me queda tan corta, y ni siquiera me molesté en ponerme ropa interior. Cuando Bruno me vio, dijo: “Ah, putita, viniste buscando guerra”. Ahí nomás me agarró de los pelos, me puso contra la mesa y me clavó la pija hasta el fondo de la concha. —Ese tipo me cae muy mal, siempre me pareció un irrespetuoso y nunca me agradó la forma en la que miraba a Romina… y ahora, al saber que él se la cogió, siento una bronca que arde dentro de mí, como un volcán a punto de hacer erupción… y al mismo tiempo la verga me palpita. Siento que el estómago me da vueltas, y que el sudor empieza a recorrer mi frente. A Romina parece no importarle, ella sigue dando saltitos sobre mi verga—. Bruno pasó a ser mi amante más habitual, de todos los tipos que me cogieron, Bruno fue el que más lo hizo. Me entregué a él completamente. Me acuerdo que esa misma noche te llamé y dije que me quedaba a dormir en la casa de una amiga… pero en realidad estaba en el mismo edificio, recibiendo una enorme pija por el orto. ¡Ay, no sabés cómo grité cuando sentí esa verga en el culo! Grité tanto que pensé que me escucharías… estoy segura de que varios vecinos me oyeron, aunque no sé si pudieron asociar esos gritos conmigo. Quizás pensaron que se trataba de una de las tantas amantes de Bruno. Esa noche entendí por qué él garcha con tantas mujeres, tiene una pija bien gorda y venosa, y sabe cómo usarla. Yo quería que me rompieran toda, que me traten como a una puta, que me dieran duro… y él hizo todo eso por mí.
—¿Y cuándo entró Marisa en todo este asunto? —Preguntó Sabrina.
Pensé que Romina se negaría a hablar de eso, pero respondió con total tranquilidad.
—Pocos días después de que pasé la primera noche con Bruno. Le conté todo a Marisa… necesitaba contárselo a alguien. A ella le calentó tanto la idea de que yo fuera infiel que me dijo: “Te juro que soy capaz de dejarme garchar por ese tipo, solo para ver cómo te coge a vos”. Y yo le respondí que Bruno no tendría ningún inconveniente en garcharnos a las dos juntas. Me quedó mirando sorprendida, pensó que lo decía en broma; pero después vio que yo iba en serio. Y eso pasó. Fuimos juntas a ver a Bruno y no pasó mucho rato hasta que estuvimos las dos arrodilladas delante de él, comiéndole la pija —Eso también me dolió, porque siempre vi a Marisa como una chica “buena”, como la clase de mujer que no se sometería ante un bruto pijalarga. Si bien ella no era íntima amiga mía, siempre tuve la loca fantasía de que Romina y yo podríamos hacer un trío con ella. Me dolió en el alma saber que esa fantasía la cumplió Bruno. Él se las cogió a las dos juntas. Ese dolor rápidamente se convirtió en placer—. No sabés lo lindo que fue —Continuó Romina—. Para Marisa fue todo un descubrimiento, nunca había estado con un tipo que se la cogiera así, de forma tan brutal. Ella también terminó entregando el orto… porque yo insistí mucho. Bruno también hizo algunas peticiones, él quería ver acción entre nosotras, y después de tres o cuatro veces, lo consiguió. Mientras me daba por el orto, Marisa se animó a chuparme la concha. En ese momento lo vi como parte del juego sexual, me apenó mucho saber que en realidad ella tenía otras intenciones.
—Es que era parte del juego —dijo Sabrina—. A mí no me molesta acostarme con mujeres, pero ahora mismo, si yo te chupara la concha, no estaría pensando en que fueras mi novia ni nada de eso. Estoy segura de que Marisa tampoco lo pensó en ese momento. Lo más probable es que sus sentimientos se hayan desarrollado con el paso del tiempo… vos me dijiste que le metiste mucho los cuernos a Horacio. ¿Marisa estuvo con vos en muchas de esas oportunidades?
—En casi todas.
—¿Y te chupó la concha?
—Sí, siempre lo hizo. Pasó a ser parte de nuestro ritual. Incluso nos dábamos besos, nos chupábamos las tetas, todo lo que fuera necesario para ponerle un poco de picante a la noche.
—¿Y vos? ¿Se la chupabas a ella?
En ese momento Romina detuvo sus saltitos. Se quedó quieta y en silencio durante algunos segundos y luego se puso de pie.
—No se enojen —dijo—. Pero prefiero no hablar de eso ahora mismo.
—Está bien, solo lo pregunté por curiosidad —dijo Sabrina—. No estás obligada a responder.
—Me van a odiar —dijo Romina, mientras volvía a ponerse el pantalón—. Otra vez ustedes la estaban pasando bien y yo arruiné todo.
—No te vamos a odiar —le dije—. Sabemos que para vos es un tema sensible, y si algún día te sentís lista para contarnos, te vamos a escuchar. ¿Querés que vayamos a casa? A distraernos un poco, a pensar en otra cosa…
—Creo que esa es la mejor idea —dijo Sabrina—. Llevense las cervezas que sobraron. Se merecen pasar una noche juntos.
—¿Cogiendo? —Preguntó Romina, con picardía.
—Sí, claro. ¿Me vas a decir que no tienen unas ganas tremendas de coger?
—Sí, totalmente —respondió mi ex novia.
—Bien, entonces háganlo. Y si cuando se les pase un poco la calentura, ahí sí se sientan a hablar sobre qué van a hacer entre ustedes. Si quieren o no volver a ser pareja. Ahí ya no puedo darles consejos, eso es algo que depende totalmente de ustedes. Por eso va a ser mejor que lo hablen estando solos.
—Muy bien —dijo Romina, ya más tranquila—. Nos llevamos las cervezas y vamos a garchar de lo lindo. Después hablaremos. ¿Te parece bien, Horacio?
—Por mí perfecto. Es justo lo que quiero hacer.
—Bueno, vamos...
—Esperen —dijo Sabrina—. Antes de que se vayan, quiero darles algo. —La miramos con incertidumbre. Se acercó a su escritorio, abrió un cajón y luego de revolverlo durante un par de segundos, extrajo un gran dildo color carne—. Esto es para vos, Romi… para que sientas algo más grande cuando estás con Horacio. Creeme, lo vas a necesitar.
—Sí, lo sé muy bien —dijo Romina, con una gran sonrisa. Se acercó a Sabrina y agarró el dildo—. Este pedazo sí que vale la pena.
—Dieciséis centímetros de pura penetración, y cinco centímetros de ancho. Es una delicia, te lo puedo asegurar. Vas a ver lo bien que anda para metérselo en el culo.
—Te prometo que lo voy a hacer. ¿Cuánto te debemos por esto?
—No, nada. No se los estoy vendiendo. Es un regalo. Especialmente para vos, Romi. La pasé muy lindo con vos. Tomalo como un intercambio por todas las pajas que me voy a hacer mirando tus videos.
—Muchas gracias, Sabrina.
Se dieron un cálido beso en la boca, como si fueran viejas amantes. Luego Romina sacudió el pene de plástico ante mis ojos. Algo me dice que vamos a sacar buen partido de ese juguetito.