Transferencia Erótica [17].
La Provocadora.
Capítulo 17.
La Provocadora.
La espera se me hizo eterna. Tuve tiempo para procesar todo lo que Romina contó y a mi cerebro no le gustó nada la experiencia. “De esto van a quedar secuelas”, pensé. Pero bueno, nada que no se cure con años de terapia, al fin y al cabo tengo una buena psicóloga. Y sí, a pesar de todas las cosas raras que pasaron con Sabrina, aún sigo pensando que ella es una buena psicóloga y que sus métodos, aunque poco ortodoxos, pueden funcionar.
Cuando llegaron con las cervezas, lo hicieron como si fueran viejas amigas. Entraron riéndose y hablando de algo que no entendí, porque las palabras fueron ahogadas por más risas. Sobre la mesa ratona dejaron una docena de latas de cerveza, de esas que tienen casi medio litro.
—¿De verdad piensan tomar todo eso? —Pregunté.
—Y… somos tres —dijo Romina—. Calculo que, como mínimo, nos vamos a tomar dos cada uno. El otro pack de seis es por si alguien quiere repetir.
—Mmm… bueno, está bien.
En ese momento no me entusiasmaba mucho la idea de tomar cerveza; pero la iba a necesitar, quizás con un poco de alcohol pueda tranquilizar mi mente, que no para de procesar información, especialmente imágenes de Romina recibiendo anchas y venosas vergas por el culo, la concha y la boca.
Para mi sorpresa, mi ex novia y mi psicóloga decidieron sentarse juntas en el mismo sillón, dejándome solo al frente. Supuse que Sabrina accedía a esto para demostrar que, de ahora en adelante, ya no nos encontrábamos en una sesión formal. Esto era una charla entre amigas, con cervezas de por medio… una charla en la que yo sobraba. O quizás no… quizás ellas necesitaban que yo estuviera ahí, para ver cómo me mortifico con las anécdotas de Romina.
Ellas abrieron una lata cada una y empezaron a tomar. Yo preferí esperar hasta que realmente lo necesitara.
—Ahora sí, Romina —comenzó diciendo Sabrina—. Contanos qué pasó después de la charla con Bruno. Le pediste que te mandara un nuevo plomero…
—Sí, y este se tenía que hacer cargo de varios arreglos, por lo que iba a pasar más tiempo en el departamento. Antes de que el tipo llegara tuve una pequeña discusión con Horacio, similar a la de la última vez. Él me preguntó por qué tenía que estar vestida de esa manera, frente al plomero. Le respondí lo mismo que la vez anterior: “Dejalo que mire un poco, después yo le voy a pedir, amablemente, que nos haga un descuento”. A pesar de que esto no le gustó nada, accedió.
—Es lo malo de ser escritor semi-profesional —dije—. Hay meses en los que no me entra ni un centavo… aunque a veces me va bien. Esto pasó en la época en la que mi economía daba asco, y la única que generaba algún ingreso era Romina. Como es su cuerpo y fue su decisión, no me opuse… a pesar de que la idea no me gustó nada.
—¿Y cómo estabas vestida? —Quiso saber Sabrina.
—Si no recuerdo mal, tenía una minifalda de jean, bastante cortita.
—Así es —dije—. No me olvido más de esa minifalda. Yo te hice notar que cada vez que te agachabas un poquito, se te veía toda la bombacha.
—Esa es la gracia. Quería tener algún recurso a mi favor, para usar con el plomero, de ser necesario. Y arriba tenía una remera negra, sin mangas…
—Y muy escotada. Tanto que se te veía el borde del corpiño. Realmente parecías una prostituta —aseguré.
—¿Y qué te molestó más, Horacio? —Preguntó Sabrina—. ¿Que Romina pareciera una prostituta o que un desconocido fuera a verla así?
—Ella se puede vestir como le dé la gana. Lo que me preocupó fue la forma en la que ese desconocido podría reaccionar al verla vestida así. Y bueno, sí… también tuve un poco de celos, no lo voy a negar. Pero se me pasaron un poco cuando vi al plomero.
—Yo también sentí alivio al ver al plomero —aseguró Romina—. El tipo debía tener unos cincuenta y cinco años, medio pelado… poco pelo que tenía, a los costados de la cabeza, ya estaba casi todo encanecido. Usaba anteojos de montura ancha, y tenía algo de panza. “No puedo serle infiel a Horacio con este tipo”, pensé. No me parecía sexy en lo absoluto. Y se llamaba Manuel… no, Miguel. Sí, se llamaba Miguel.
—Al verlo me preocupé por el tipo —dije—. Creí que le iba a dar un infarto al ver una mujer tan voluptuosa como Romina, con caderas tan anchas y minifalda tan corta. Sin embargo también quedé convencido de que ella podría conseguir ese descuento que tanto necesitábamos. De hecho su primera reacción fue bastante cómica. Se puso muy nervioso, intentó no fijarse en el culo ni en el escote de Romina, y se le cayeron algunas herramientas cuando intentó manipularlas; incluso se le empañaron los anteojos. Por poco el tipo no sale corriendo.
—Claro, y yo aproveché un poco esa situación —dijo Romina—. Le comenté a Horacio que el plomero parecía bastante inofensivo y que me podía divertir un poco con él, para conseguir un buen descuento. Así fue como mi novio accedió a pasar por alto muchas cosas. Por ejemplo, cuando le mostré la parte baja de la mesada al plomero, me agaché un poco para abrir las puertas y se me vio toda la tanga… que era blanca, y de encaje, me acuerdo especialmente de eso.
—Sí, yo también me acuerdo —aseguré—. Especialmente por cómo se te transparentaba un poco, debajo de los detalles del encaje. Se podía ver un poco de piel… y era directamente la piel de la concha. Al plomero casi se le caen los ojos al ver eso. Yo me reí por dentro, porque había dejado de ver al tipo como una amenaza. Hasta me resultó absurdo pensar que ese señor pudiera tener una chance de lograr algo con Romina. Aunque ahora tengo mis dudas...
—No nos adelantemos —dijo Sabrina—. Quiero escuchar el relato de Romina de a poco, sin saber qué pasó. Podés seguir, Romi —dijo, mirando a mi ex novia, con una amplia sonrisa. Luego tomó otro trago de cerveza.
—Sigo. Estaba más tranquila, porque Horacio había aceptado que jugara un poquito. Y así lo hice, sin ninguna intención de ponerle los cuernos ni nada por el estilo. De verdad que lo único que intentaba era tener dominado al plomero, para pedirle el descuento. Cuando él se acercó a mirar la canilla que recientemente había sido reparada, yo estaba arrodillada en el piso, sosteniendo una de las puertas de la mesada. Esto le permitió al tipo tener una profunda vista de mi escote. Le costó bastante disimularlo, pero al menos intentó que sus ojos no se quedaran fijos allí.
Miguel pasó al menos una hora analizando todos los problemas que teníamos, tanto en el baño como en la cocina. La situación era peor de lo que imaginábamos… e iba a costar mucho más dinero. Nos explicó que incluso habría que romper un poco el piso de la cocina, para cambiar un tramo del desagüe, que estaba tapado. Y a la ducha había que cambiarla por completo, porque era un modelo demasiado viejo y él no pensaba perder tiempo arreglando algo que, de todas formas, se iba a romper en un año o dos.
Más arreglos significa más dinero, más dinero significa que debía esmerarme más para conseguir ese descuento. El problema era cuánto estaba dispuesta a hacer, y cuánto estaba dispuesto Horacio a dejar pasar. Además, por nada del mundo quería que él se sintiera un cornudo. Ahora no me importa tanto que se sienta así; porque sé que hasta lo disfruta… pero en aquel entonces creía que solo lo haría sufrir.
—Al menos me tranquiliza saber que te importaron mis sentimientos.
—Siempre me importaron tus sentimientos, Horacio. Incluso hoy en día, aunque ya no seamos pareja.
No supe cómo responder a eso.
—¿Entonces empezaste a sacar un poco de artillería pesada contra Miguel? —Preguntó Sabrina.
—Sí, algo así. Pero lo hice de forma gradual. No quería llegar más lejos de lo estrictamente necesario. Me hice un poco la boluda y me acerqué a la canilla de la cocina, le comenté a Miguel que la habían arreglado unos días atrás y le dije que no estaba del todo conforme, porque me parecía que aún perdía un poco. Entonces, cuando él se acercó a la canilla, yo me las ingenié para ponerme en el medio y permití que todo mi culo quedara apoyado contra su entrepierna. Sé de sobra que esto no le gustó nada a Horacio, lo supe por la cara que puso. Aún así, no dijo nada. Miguel titubeó un poco, pero cuando vio que Horacio se iba del otro lado de la barra, haciendo como si no hubiera visto nada, se animó un poco. Me arrimó de lo lindo y yo me froté contra su bulto mientras entre los dos analizábamos la dichosa canilla. Estaba perfecto, no perdía, pero aún así Miguel hizo varias pruebas, secándola y tocando todas las uniones. A mí también me hizo tocar, alegando que las manos de las mujeres son más sensibles. Y mientras yo verificaba si la canilla perdía, el viejo picarón aprovechó y puso una de sus manos sobre mi nalga. Ahí supe que lo tenía justo donde quería. Él había entrado al juego… y yo estaba dispuesta a jugar.
Luego me agaché, quedando de rodillas en el piso. Abrí las puertas del bajo-mesada y le pregunté cuánto tardaría en arreglar todo eso. No recuerdo qué respondió exactamente, solo sé que le iba a llevar unas horas. Mientras él hablaba, yo podía sentir su bulto apoyado sobre mi hombro, y contra mi cuello. Al tipo se le estaba poniendo dura…
—Esperá —intervine—. ¿Cómo que se le puso dura? Me acuerdo muy bien que vos me dijiste que al tipo no se le paraba.
Romina hizo una pausa, apretó fuerte sus labios, luego miró a Sabrina y las dos sonrieron a la vez, como si fueran viejas amigas.
—Perdón, Horacio —dijo mi ex novia—. En eso te mentí un poquito. Lo dije para que no te preocuparas tanto por los arrimones del tipo; pero la verdad es que sí se le puso dura. Es más, la tuvo dura casi todo el tiempo, solo que lo disimuló muy bien, intentando cubrirse con algo cada vez que vos andabas cerca.
—Eso cambia mucho las cosas —dije.
—Todavía no terminé de contar. Sé que va a haber más cosas que no te van a gustar.
—Así que el tipo aprovechó a frotarte un poquito el bulto —dijo Sabrina.
—Sí, y casi que me lo pone en toda la cara. Cuando me levanté, lo hice apoyando una mano contra su pierna… un poquito cerca de su bulto. Tan cerca que se lo rocé con el pulgar. Fue casi imperceptible, pero sé que él lo notó. Al levantarme noté que Horacio ya no estaba. Se había ido a la pieza.
—Sí, porque la situación me estaba poniendo muy nervioso. Preferí quedarme dentro de la pieza, mirando tele o algo así. Imaginé que todo ese jueguito duraría apenas unos segundos más y que luego Romina se uniría a mí, en el dormitorio… pero no fue así.
—No te adelantes, Horacio —me recriminó Romina—. Dejá que cuente yo las cosas, porque vos no viste todo, ya sea porque no estuviste ahí, o porque no quisiste verlo. Seguramente habrás escuchado decir que el amor te ciega —le dijo a Sabrina—. Bueno, yo comprobé que eso es cierto, porque de otra forma no me explico cómo Horacio dejó pasar tantas cosas.
Cuando me quedé sola con el plomero me puse un poco nerviosa, no porque tuviera miedo del tipo, sino que tenía miedo de lo que yo misma podía hacer. Para colmo el jueguito me estaba gustando. Tenía los pezones duros y ya sentía cómo la concha se me estaba humedeciendo.
Miguel se agachó y empezó con los arreglos en el bajo-mesada, mientras tanto yo me quedé de pie a su lado, sabiendo que él podía mirar por debajo de mi minifalda… y sí que lo hizo. Lo disimuló un poco al principio, pero después de un rato sus ojos comenzaron a pasar más tiempo en mi entrepierna que en su trabajo. Para facilitarle un poco las cosas, me senté sobre la mesada, y separé un poquito las piernas. El tipo podía verme la tanga con total libertad, me tenía justo frente a él.
—Esto sí lo vi —interrumpí—. Como Romina tardaba tanto, quise ver qué estaba pasando… y me la encontré con las piernas abiertas y la tanga metida en la concha.
—Creo que estás exagerando un poco, Horacio. No tenía las piernas tan abiertas, y si se me metió un poquito la tanga, fue por pura casualidad. Yo no busqué eso.
—Como sea. Volví a la cocina y pregunté si necesitaban algo. El plomero ni me miró, estaba ocupado observando otra cosa. Le hice señas a Romina para que dejara de hacer eso, y ella, también con señas, me dio a entender que estaba todo bien, que no había de qué preocuparse.
—Y como supe que Horacio podía interrumpir lo que yo tenía en mente, le pedí amablemente que fuera a comprar algo para tomar, porque hacía calor, mucho calor. Quería tomarme unas cervezas, como ahora. Por suerte él siempre fue un buen novio y accedió… aunque protestó un poquito en voz baja.
Cuando volví a quedarme sola con Miguel, él me dijo: “Señorita, no quiero tener problemas con su novio”. Le pregunté por qué los tendría y respondió: “Es que usted está vestida con ropa un tanto… sugerente. Y quizás a su novio le molesta que otro hombre la vea así”. Me gustó que el tipo fuera amable. Le resté importancia al asunto y le dije que no me importaban los celos de mi novio. Estábamos en mi casa y hacía mucho calor. Yo quería estar cómoda. También le dije que mi novio debía agradecer que me puse algo de ropa, porque si por mí fuera, lo hubiera atendido en calzones. Miguel se rió, imagino que pensó que yo lo decía en broma…
—¿Y no fue así? —Preguntó Sabrina.
—Y… la idea de que un tipo que no fuera mi novio me viera en ropa interior… me parecía interesante. A mí me gusta que me miren, por eso no me molestó que Horacio te haya pasado todos mis videos porno. Al contrario, eso me gustó. Me alegra saber que vos los miraste.
—Y les di un buen uso —dijo Sabrina, luego de dar un largo sorbo a la cerveza—. Hacía tiempo que no me pajeaba tanto. Por culpa de tus malditos videos incluso terminé pajeándome mientras esperaba a mis pacientes. Después tuve que atenderlos con la concha toda mojada, e intentando disimular la calentura.
—¿Te gustaron mucho las pijas que me metieron?
—Sí, obvio… las pijas me encantaron; pero más me gustó tu concha —noté que Romina sonreía de forma picarona. Eso me sorprendió, creí que un comentario con tanto tinte lésbico le molestaría—. Es que la tenés preciosa. Me encantan las conchas con labios gruesos. Es una delicia chuparlas. —La psicóloga posó la mano sobre la pierna de Romina y la acarició. Mi ex lo permitió, incluso separó un poco las piernas—. También tu culo, Romi… amo tu culo. Me encantaría que una chica con un culo como ese se me siente en la cara.
—De verdad te calientan mucho las mujeres.
—Bastante. Si bien soy más de coger con hombres… lo de coger con mujeres lo veo como un recreo especial. Aunque, si tuviera con quien hacerlo regularmente, lo haría todos los días, sin problema. —La mano de Sabrina se acercó más a la entrepierna—. Pero no quiero desviarme del tema, seguí contándome lo que pasó con el plomero cuando se quedaron solos.
—Esos minutos fueron claves. Allí es cuando se fijaron las pautas de cómo iba a ser el juego. Miguel me dijo: “Creo que a su novio le molestó un poco cuando usted se paró delante de mí. No quiero que termine enojado conmigo por algo que no hice”. Yo lo miré con ojos de gata y le dije: “Tranquilo, que no vas a tener problemas. Horacio es muy pacífico. Y si algo de lo que yo hago, o lo que usted hace, le molesta… entonces que se joda. La verdad es que ando un poco enojada con él, y si sufre un poquito, mejor”. Además le reiteré como diez veces que él no tendría problemas con Horacio, que yo me haría cargo de todo.
—Eso de estar enojada con Horacio ¿lo dijiste solo para que el plomero se quedara tranquilo porque realmente estabas enojada con él por algún motivo?
Romina se quedó pensando en la pregunta de Sabrina y luego de unos segundos dijo:
—Era una excusa, pero ahora que lo analizo mejor, quizás había algo de cierto en esas palabras. Mi enojo con Horacio venía de la mano con mi insatisfacción sexual. Es frustrante estar al lado de la persona que amás… y que esa persona no sea capaz de satisfacerte en la cama.
Ese comentario me dolió mucho, pero al mismo tiempo me generó un fuerte morbo… morbo de pensar en que todos los tipos que cogieron con Romina lo hicieron mejor que yo. Que ella disfrutó más con esas gruesas y venosas vergas. ¿Por qué soy así? ¿Por qué me calienta tanto que me humillen de esa manera? No lo sé, pero esta sensación se hace más fuerte a medida que pasa el tiempo, y mientras más humillaciones reciba, ya sea por parte de Sabrina o de mi ex novia.
—El plomero me aseguró que mientras él no tuviera problemas, yo era libre de hacer lo que quisiera. —Continuó Romina—. Y hasta pareció gustarle la idea de poner un poquito celoso a mi novio. Él me dijo que llevaba veinte años casado y siempre se esforzó por satisfacer a su esposa.
—Esperá —la interrumpí—. ¿Le contaste que yo no te satisfacía en la cama?
—Em… no tan así. Solamente le dije que, últimamente, no te estabas esforzando lo suficiente. Cosa que, desde mi punto de vista, era cierta.
No le recriminé ese comentario porque es posible que ella tuviera razón. Es verdad que después de pasar juntos varios meses de convivencia, yo me confié un poco… si es cierto que incluso esforzándome no soy capaz de complacerla, mucho menos lo voy a lograr haciendo el trabajo a medias. Estas confesiones de mi ex se están tornando mucho más duras de lo que imaginé.
—Podés seguir, Romina —dijo Sabrina, al darse cuenta que yo no iba a decir nada. Noté que su mano seguía moviéndose muy cerca de la entrepierna de mi ex, casi como si estuviera dispuesta a masturbarla.
—Como dije, al plomero pareció gustarle la idea. Me dijo: “Si puedo hacer algo para que su novio le preste más atención, entonces encantado. Usted es una mujer muy hermosa y merece que la traten bien”. A pesar de que el carácter agresivo de Bruno me puso cachonda, también me gustan los hombres amables, como Miguel… o como Horacio.
Para hacer más interesante la cosa, dije: “Me voy a poner un poco más cómoda”, y me saqué el corpiño. Lo hice dándole la espalda al plomero, él no pudo ver nada; pero al estar sin corpiño mis pezones se marcaron mucho en la tela, además el escote era tan grande que casi me saltaban afuera las dos tetas.
—Y vos tenés tetas muy lindas de ver —dijo Sabrina, acariciando, con la otra mano, uno de los pechos de mi ex.
—Gracias —dijo Romina, con una gran sonrisa—. Dejé el corpiño colgado de una silla y volví a hablar con el plomero. Después de un rato, en el cual él no sacó los ojos de mi escote, le dije que tenía calor. Haciéndome un poco la boluda puse la mano debajo de la canilla y la abrí del todo. El agua saltó con tanta fuerza que me salpicó toda. No era mi intención que ese momento coincidiera con el regreso de Horacio, pero así fue. Cuando entró se quedó mirando fijamente el corpiño que colgaba de la silla, y después vio cómo el plomero me pasaba un trapo entre las tetas, para secarlas.
—Casi me da un ataque cuando vi eso —acoté.
—Lo sé —Romina soltó una risita—. Tendrías que haberle visto la cara, Sabrina, fue genial. Para colmo Miguel hizo de cuenta que Horacio no estaba ahí, y siguió con su tarea de secarme las tetas. Y una de ellas se me salió un poco del escote.
—Me hubiera encantado presenciar ese momento —aseguró la psicóloga.
—Fue muy gracioso. “¿Qué pasó?”, preguntó Horacio. Estaba totalmente desorientado. Yo me mantuve tranquila y le dije que, sin querer, me había mojado toda y que Miguel, con mucha amabilidad, me estaba secando. Sé que Horacio quiso decir algo, pero se lo tragó. Solamente dijo que ya había traído las cervezas. Me acerqué, guardando dentro de la remera la teta que se había escapado, y destapé una de las cervezas.
Así estuvimos casi toda la tarde, con pequeñas situaciones en las que Horacio salía de la pieza y me encontraba siendo arrimada por el plomero, o yo sentada en la mesada, mientras Miguel me miraba toda. El tipo ya estaba más confiado y se animó a tocar más, cuando estaba arrodillado delante de mí se cansó de disimular y me acarició la concha por encima de la tanga. Esto lo repitió varias veces. En una ocasión volvimos a usar el truquito del agua… esta vez fue Miguel. Él abrió el paso de agua mientras yo estaba sentada en la mesada, y el agua saltó desde la parte de abajo. Yo pegué un grito, porque me sorprendí de verdad. Por este grito Horacio salió de la pieza, preguntando qué pasaba. Y me encontró con una pierna sobre la mesada, con la concha casi completamente al aire (solo me cubría la tanga, que encima de ser medio transparente, la tenía un poco encajada entre los labios), y Miguel estaba secándome otra vez con su trapo; de nuevo, como si mi novio no estuviera allí.
—Upa… me imagino que esto te habrá puesto muy celoso —dijo Sabrina, su mano ya estaba en la zona de la concha de Romina, y mi ex no decía nada.
—Sí, muy celoso, pero si no dije nada fue porque pensé que todo era parte del jueguito de Romina para conseguirnos un descuento. Me pareció demasiado, y fue uno de los reclamos que le hice cuando Miguel se fue. Sin embargo, en ese momento me quedé callado, masticando bronca. Para colmo el tipo no perdió la oportunidad…
—No, para nada —dijo Romina, con una risita—. Sentí cómo sus dedos me acariciaban por encima de los labios de la concha… y te recuerdo que yo estaba muy abierta. Esto se vio, sé que Horacio lo vio claramente.
—Sí, sí que lo ví. El tipo estuvo un buen rato dándole al trapito, a pesar de que ya estaba todo seco.
—Todo, no —dijo Romina—. Yo tenía la concha bien mojada. Es que esa situación me puso a mil. Poder estar así, con las piernas abiertas de forma grotesca, y con la tanga que se me metía dentro la concha, frente a los ojos de Miguel… y con mi novio mirando sin poder decir nada… fue tremendo. Me calenté un montón.
—Yo también me hubiera calentado —aseguró Sabrina.
—Y la cosa no terminó ahí, me bajé de la mesada, puse el culo en pompa, y me levanté la minifalda. También tenía las nalgas mojadas y Miguel se tomó su tiempo para secarlas. Incluso volvió a pasar su trapo… y sus dedos, por la zona de mi concha.
Después Horacio volvió a la pieza, creo que porque no pudo aguantar más la situación. Yo perdí un poco la paciencia con estos jueguitos tan sutiles…
—¿Eso era lo sutil? —Pregunté.
—Bueno… comparado con lo que pasó después, sí… se puede decir que esto fue la parte sutil.
—¿Y qué pasó después? —Preguntó Sabrina. Sus dedos acariciaron toda la raya de la concha de Romina.
—Pasé a la acción, a lo grande. Me di vuelta y le agarré el bulto a Miguel, le dije que ya no aguantaba más… que me la quería comer toda. Y ahora sí, Horacio… podemos decir que este fue el momento en el que empezaste a ser un verdadero cornudo. —Destapé una cerveza y tomé un largo trago. Ahora sí que lo necesitaba—. Me arrodillé frente a Miguel, saqué su verga del pantalón y me quedé maravillada. Era bien ancha, venosa y cabezona. Una de las pijas más lindas que vi en mi vida. Ni siquiera le di tiempo a reaccionar, me la metí entera en la boca. Pude comerla toda, porque aún no estaba del todo erecta; pero a medida que se fue poniendo más dura, ya no fui capaz de contenerla entera dentro de mi boca. Estuve un buen rato haciéndole un pete. No sé cuánto tiempo pasó, pero debieron ser por lo menos unos cinco minutos.
Horacio volvió a la cocina y cuando escuché su voz casi me da un ataque. Preguntó: “¿Dónde está Romina?”. Eso me dio un pequeño instante de paz, porque al estar del otro lado de la mesada, él no podía verme. Me puse de pie de un salto y le dije: “Estoy ayudando a Miguel con algo”. Como es tan servicial, Horacio se ofreció a ayudar. Me apresuré a decirle que él no podría, ya que requería de las manos pequeñas y delicadas de una mujer. “Así es”, dijo Miguel. “Su novia me está ayudando con un caño… yo no puedo desajustarlo, porque está en una zona inaccesible. Pero ella va a poder”. “Al menos lo voy a intentar”, dije, y volví a ponerme de rodillas. Antes de comerme la pija otra vez, agregué: “Este caño es muy grande, y está muy duro… pero voy a hacer lo posible para sacarlo”. —Sabrina soltó una estridente carcajada y Romina se le sumó. Yo apreté los puños con rabia, ellas se estaban riendo de mí—. Lo mejor fue que Miguel no dejaba de decirme: “Así… así… lo estás haciendo muy bien. Lo importante es lubricarlo bien”. Y yo decía: “Esto me está dejando todas las manos pegajosas”. Y él: “Es para que el caño afloje”.
Más risas de Sabrina.
—No puedo creer que Horacio se haya tragado todo eso.
—La que se tragó todo fui yo —respondió Romina, y volvieron a reírse—. Te juro, no sabés las ganas que le puse a ese pete. Fue uno de los más morbosos que hice en mi vida. Incluso llegué a pensar: “Si Horacio me descubre, me da igual”. En realidad me daba miedo ser descubierta, pero eso hizo todo más interesante. Yo con la pija metida hasta la garganta y Miguel seguía con sus instrucciones. En un momento dijo: “Cuidado, que ya está saliendo”. “No pasa nada, mejor si sale todo”, le respondí, entendiendo a qué se refería. “¿Segura? porque te vas a manchar toda. Ahí hay una gran acumulación de… muchas cosas”. Le respondí que estaba segura. Horacio volvió a ofrecer ayuda y le dije que se quedara ahí o me iba a hacer enojar, le aseguré que yo podía sola. Y sí que pude. Seguí tragando verga y di unos fuertes chupones, intentando no hacer ruido, hasta que la leche saltó toda. “¡Ay, qué enchastre”, grité, mientras permitía que el semen me llenara la cara y la boca. “Ya salió”, agregó el plomero. “Uy, terminé toda enchastrada”, dije después de tres o cuatro lechazos bien potentes. Me tragué lo que tenía en la boca y luego usé el trapo para limpiarme. Sin embargo no me limpié del todo. Me pude de pie, con la cara aún manchada de líneas blancas. Sé que no llegaron a verse mucho, porque yo no dejé de mover el trapo. Cuando Horacio preguntó: “¿Qué es eso que tenés en la cara?” Le dije: “No sé, ni quiero saberlo. Te juro que me muero del asco”. Sin embargo estaba más caliente que nunca.
Le dije a Miguel que siguiera con el arreglo y yo me fui a la pieza. Horacio me acompañó y empezó a hacerme sus planteos. “Creo que te estás pasando un poco”. Yo le dije que aún no había empezado, que tenía en mente algo mejor. Me desnudé toda, agarré una toalla, y me envolví con ella. “¿Qué hacés?” Me preguntó Horacio. “Me voy a bañar”, le respondí. “Pero Miguel te va a ver toda…” “Y bueno, mientras mire y no toque… aunque, quizás si toca un poco nos hace el trabajo gratis”.
No le di tiempo a contestar. Volví a la cocina. La toalla me tapaba poco. Mis pechos estaban prácticamente afuera, incluso se me veía uno de los pezones, lo sé porque yo lo dejé así, a propósito. Además, como la toalla era un poco corta, no llegaba a cubrirme la concha del todo. Bastaba con mirar para abajo para encontrarse con mis labios vaginales asomando un poquito. “Miguel, quedé toda enchastrada ¿podré darme un baño antes de que termines los arreglos?”, pregunté. “Va a ser un poco difícil”, respondió. Me explicó que la ducha también necesitaba arreglos y que aún no los había hecho. Pero que se las podía ingeniar para hacer algún arreglo provisorio que al menos me permitiera bañarme. Así entramos los dos al baño. Horacio daba vueltas como un tigre enjaulado. Estaba super nervioso.
—¿Y cómo no estarlo? Si el tipo no dejaba de mirarte la concha. Se te veía todo. Cada paso que hacías, se te asomaba media concha.
—Lo sé, e incluso me agaché un poquito, cuando intenté abrir una de las canillas de la ducha, para que se me viera un poquito más. Horacio incluso comentó que yo debería cambiarme y esperar a que Miguel termine de trabajar tranquilo, y el plomero, con tono inocente, le dijo: “A mí no me molesta. Ella está en su casa, si se quiere bañar ahora, tiene todo el derecho del mundo a hacerlo. Soy yo el que está de más”.
—Me cae bien ese tipo. —Aseguró Sabrina.
—Y te caería mejor si le vieras la pija. —Soltó Romina, y las dos volvieron a reírse. Ya iban por la segunda cerveza.
—¿Estás bien, Horacio? —Preguntó Sabrina—. Te veo un poco pálido.
—Sí… es que… acabo de recordar algo, y fue como si me hubiera explotado una bomba en la cabeza.
—¿Qué recordaste?
—Bueno, justamente ese es el problema, no sé si se trata de recuerdos, o si fui yo quien completó las imágenes… a ver, ¿cómo explico esto? Em… una vez escribí una historia de un personaje muy anciano, y para poder armarlo mejor, leí acerca de cómo funciona la memoria. Leí solo cosas sencillas, nada demasiado complejo. Pero entendí que a veces los recuerdos nos mienten, porque nosotros tendemos a completar los detalles usando nuestra imaginación.
—Eso es muy cierto, por eso mismo el trabajo de un psicólogo es tan difícil —aseguró Sabrina—. A veces la gente cree recordar cosas que nunca pasaron, o al revés, no quiere recordar cosas que sí ocurrieron.
—Ese sería mi caso. Porque ahora que recuerdo esa imagen de Romina agachándose delante de la ducha me invadieron un montón de imágenes. Y no estoy seguro de si lo que vi fue real, o si lo completé yo mismo, con la imaginación. Es que todo esto me dejó un poco traumado, hasta soñé con estas situaciones. Y en mis sueño veía a Romina cogiendo con Miguel, sin importar que yo los estuviera viendo.
—Mmm… no quiero adelantar mucho el relato —dijo Romina—. Pero quizás no fue todo un sueño. Es que, pasaron cosas heavys… y es muy posible que vos lo hayas visto. Siempre me pregunté por qué no dijiste nada, si algunas cosas fueron bastante… evidentes.
—No sé… quizás por miedo a que dijeras que imaginé cosas… o porque no estaba seguro de haber visto lo que creí ver.
—Eso le pasa mucho a la gente que ve cosas que no le agradan, o que los lastiman —dijo Sabrina—. Como si vieras a tu mejor amigo robándote plata. Por la confianza que le tenés a tu amigo pensarías que no viste lo que creíste ver, que fue solo idea tuya… aunque realmente haya ocurrido. Creo que en este caso no quisiste ver lo que Romina hacía con Miguel, porque para vos era muy difícil de procesar. No sé exactamente qué fue lo que pasó, pero me da la impresión de que te engañaste a vos mismo diciéndote que eso que viste solo fue tu imaginación. Eso tiene mucho que ver con tu fetiche particular, el de la humillación. Ahora ya lo tenés más aceptado; pero en aquel momento todavía no lo entendías, no sabías cómo procesarlo. Y si dejaste pasar tantas cosas, a pesar de que las viste, es porque te gustó que Romina te hiciera cornudo. Te calentó la idea de que a ella se la cogiera otro tipo delante tuyo. Lo dejaste pasar y te dijiste a vos mismo que nada era cierto, porque no podías procesar por qué eso te excitaba tanto. Además al hacer eso mantenías viva la llama de la incertidumbre. El no estar seguro, el dejar espacio para mortificarse con tus pensamientos.
—¿Tan así? —Preguntó Romina.
—Sí, Romi. Horacio es un masoquista de manual. El disfruta con el sufrimiento, si este viene ligado a la humillación sexual… y vos le diste mucho de eso.
—Eso explica muchas cosas que ocurrieron en nuestra relación. Y no solo con Miguel. Es que… hubo muchas situaciones en las que se hizo muy patente que yo le estaba metiendo los cuernos. Por eso me sorprendí tanto cuando tuvimos nuestra charla de separación, le pregunté a Horacio si esto tenía que ver con que yo era infiel y me miró como si le estuviera hablando en japonés. Ahí me di cuenta que Horacio no sabía nada de la infidelidad. Y yo decía: “¿Pero cómo puede ser que no se haya dado cuenta, si es obvio?”. Gracias, Sabrina. Recién ahora puedo comprender una de las cosas que más tiempo me mortificó. Por un tiempo llegué a pensar que simplemente yo le daba lo mismo a Horacio. Que a él le daba igual si yo lo engañaba o no.
—Pero no es así —aseguré—. Nunca me dio lo mismo. Siempre fuiste muy importante para mí, y esas cosas que vi, y las que imaginé, me hicieron sufrir mucho… pero como bien dijo Sabrina, me gustaba mantener viva la llama de la incertidumbre.
Volví a dar otro largo trago a la cerveza. Necesitaba despejar mi mente de alguna manera, aunque sea atontándola con alcohol.
—Vamos a tomarnos una pequeña pausa —dijo Sabrina—. Ustedes tienen cosas que pensar. Cuando estén listos, seguimos con la narración de Romina, que no me quiero perder ningún detalle. Este asunto me interesa cada vez más.
—Sí, mejor así —dijo Romina—. Y me alegra que hayamos aclarado un poco el asunto, porque de lo contrario no sabría cómo contar lo que ocurrió a continuación. Hasta tenía miedo que pensaras que me lo estoy inventando todo, porque no puede ser que Horacio no lo haya visto. O sea, me esforcé por ocultarlo, pero igual… hubo detalles muy evidentes.
—No lo vio porque no quiso verlo. Porque para él era mejor así. Lo disfrutaba más de esa manera, y le daba miedo admitir que todo fue real.
Sabrina tiene razón: tengo mucho en lo que pensar… y no creo poder hacerlo ahora mismo. Mi cerebro no responde.