Transferencia Erótica [16].
Infidelidad Anunciada.
Capítulo 16.
Infidelidad Anunciada.
Estaba preparándome para ir a una nueva sesión con Sabrina cuando sonó el timbre de mi departamento. No tenía idea de quién podía ser. Me pasé los últimos días dándole vueltas en mi cabeza a todo lo que pasó en el consultorio y a la vergüenza que pasé al penetrar a Sabrina. Porque ni siquiera puedo decir que me la cogí, fue solo meter la verga en un agujero que claramente excedía mis capacidades. Mi estado de ánimo no era el mejor. Como de todas formas tenía que salir, en lugar de contestar el portero eléctrico, directamente bajé por el ascensor.
Me llevé una gran sorpresa al encontrarme con Romina, mi ex novia, saludándome desde la calle.
—Romina, ¿qué hacés acá? —Le pregunté, luego de darle un beso en la mejilla.
—Estaba por acá de casualidad…
—Eso no te lo creo, vos ni siquiera vivís en esta ciudad.
—Está bien… está bien. Vine a propósito. Necesitaba ver a alguien.
—¿A mí?
—No, a Sabrina. Y como sé que a esta hora tenés sesión con ella, se me ocurrió acompañarte. Si es que no es mucha molestia…
—No me molesta, al contrario.
—¡Perfecto! —Dijo con una simpática sonrisa—. Entonces vamos juntos.
Mientras caminábamos rumbo al consultorio me puse a pensar que si Romina me acompañaba a la sesión no podría hablar con Sabrina sobre lo que ocurrió en la sesión. Probablemente tendré que esperar hasta la próxima sesión para preguntarle de qué va todo ese asunto con Marcos.
Llegamos al consultorio y por suerte no había señales del otro paciente, Sabrina nos recibió con su uniforme gris, típico de una oficinista, y se alegró mucho de ver a mi ex novia.
—¡Hola, Romi! —La saludó, dándole un fuerte abrazo—. Me alegra que por fin te hayas decidido a visitarme otra vez.
—Vine porque siento que quedaron muchas cosas pendientes de la sesión anterior.
—Muy bien, si de eso querés hablar, entonces subamos… no creo que a Horacio le moleste ceder esta sesión para que puedas hablar de esos temas pendientes.
—Yo también quiero que ella tenga la oportunidad de hablar de eso —le dije—. Me quedé con muchas dudas y espero que hoy Romina me las pueda aclarar.
Comenzamos a subir por la escalera.
—Antes que nada, quiero aclarar que vas a escuchar muchas cosas que no van a ser de tu agrado, Horacio —dijo Romina, mientras meneaba su culo delante de mí.
Ella tenía puesto un pantalón muy ajustado que le quedaba perfecto. Me dieron ganas de acariciarle las nalgas, pero desde la última discusión no sé en qué punto se encuentra nuestra relación de ex novio. ¿Seguimos teniendo derecho a roce o no?
—Estoy acostumbrado a escuchar cosas que no me gustan, especialmente dentro del consultorio de Sabrina.
—Eso significa que Sabrina es una buena psicóloga —aseguró Romina—. Te dice la verdad, aunque no quieras oírlas.
—De eso no hay dudas.
Entramos en el consultorio y nos sentamos en el sillón de siempre. Quizás minutos antes Sabrina estuvo cogiendo con Marcos… puede que le haya chupado la pija y hasta es posible que le haya entregado el orto; sin embargo no había ninguna señal de que eso hubiera ocurrido. Todo estaba en perfecto orden.
—Antes de empezar —dijo Romina—, me gustaría pedirte perdón una vez más por la forma tan brusca en la que me retiré la otra vez.
—Por eso no te preocupes —le dijo la psicóloga—. Entiendo que tocamos un tema muy sensible para vos. ¿Estás lista para que hablemos de eso ahora?
—Sí, creo que sí. Le estuve dando muchas vueltas en la cabeza y creo que lo mejor va a ser charlarlo acá. Así voy a poder dormir en paz.
—La vez pasada se mencionaron dos temas sensibles: tu infidelidad hacia Horacio y tu amistad con Marisa. ¿De qué querés hablar primero?
—Pará —dije, casi dando un salto en el sillón—. Romina nunca dijo nada del tema de la infidelidad dentro del consultorio. Eso me lo dijo en la plaza…
—Está bien, me descubriste —dijo Sabrina, con voz de brujita picarona—. Eso me lo contó Romina por teléfono; pero igual es un tema sumamente interesante del cual me gustaría hablar.
—A mí también —dijo Romina—. Y el tema de mi amistad con Marisa está íntimamente relacionado con mi infidelidad hacia Horacio. No puedo hablar de un tema sin hablar del otro.
—Muy bien. Entonces ¿por dónde querés empezar? —Preguntó la psicóloga.
Intenté prepararme mentalmente para lo que iba a venir; pero no pude. ¿Cómo se puede preparar uno cuando su ex novia está a punto de contar por qué le fue infiel en numerosas ocasiones? No hay terapia que pueda suavizar ese impacto. No me queda otra que recibir el golpe de realidad e intentar procesarlo lo mejor posible.
—Bueno… todo empezó una tarde, charlando con Marisa —Romina no parecía nerviosa, quizás estuvo ensayando mentalmente lo que debía decir—. Le conté que yo era muy feliz junto a Horacio; pero que había un problema: no estaba disfrutando del sexo. A ver, Horacio… esto lo quiero aclarar desde el principio. Hubo una época en la que sí disfruté del sexo, especialmente durante nuestros primeros meses de noviazgo. Eso se debió a dos motivos: yo estaba muy enamorada de vos y venía de cortar una relación que duró mucho menos de lo que yo me esperaba.
—No sabía que habías terminado una relación antes de estar conmigo.
—La terminé el mismo día que cogimos por primera vez… y tengo que ser sincera con otra cosa: me acosté con vos por despecho. Quería sacarme de la cabeza al pelotudo ese que me dejó por otra… pero no te sientas mal, en vos encontré un amigo, un compañero. De verdad la pasé bien.
—Bueno, eso me alegra… ¿Y el tipo?
—Si te preguntas si yo lo amaba, te digo que no. Era solo una calentura. El tipo… cogía bien. Tenía una buena pija y sabía como usarla. Creí que estaba conmigo porque buscaba algo serio, pero no… solo quería ponerla. Se fue con otra apenas tuvo la oportunidad. Eso me molestó mucho y vos, sin saberlo, lograste que me sintiera mejor. Me hiciste sentir deseada y querida. A las pocas semanas me dije a mí misma: Este es un chico con el que me puedo poner de novia. Y así lo hice, estuvimos tres años en pareja.
—¿Y cuánto de esos tres años disfrutaste del sexo? —Me sorprendió que Sabrina hiciera esa pregunta tan íntima… especialmente sabiendo que la respuesta podría resultar muy dura para mí.
—Em… como seis meses.
—¿Nada más que seis meses? —dije, con el corazón encogido—. Pero nosotros estuvimos mucho tiempo juntos, y vos nunca te negaste al sexo… incluso me buscabas mucho.
—Te buscaba porque me sentía culpable, Horacio. No porque tuviera ganas de coger. Las ganas me las sacaba con otros…
—Me duele que digas “otros” en plural.
—Es que fueron varios.
—¿Cuántos?
—Eso no importa ahora.
—A mí sí me importa.
—Horacio ¿querés que cuente lo que pasó, sí o no?
—Em… sí…
—Entonces dejá que yo lo cuente a mi ritmo. Después, si querés, te podés poner a calcular cuántos fueron.
—Está bien.
—Como iba diciendo… a pesar de que yo amaba mucho a Horacio, el sexo ya no me complacía. Unos nueve meses después de iniciar la relación con él, tuve esta charla con Marisa. Lo primero que ella me dijo fue: “¿Y por qué no te acostás con otro?”. A mí el asunto de la infidelidad ni siquiera se me había pasado por la cabeza, pero cuando mi amiga dijo eso fue como ver la luz.
De pronto mi respeto hacia Marisa ya no es el mismo que antes.
—¿Decidiste ser infiel en ese preciso momento? —Preguntó Sabrina.
—No, para nada. Sin embargo fue una idea que quedó dando vueltas en mi cabeza durante las próximas semanas. Para colmo Marisa me contó que conocía a un tipo con una muy buena pija, que me tenía ganas. También recuerdo que ella me dijo: “Lamentablemente eso no va a poder ser, porque el tipo quiere trío. Quiere cogernos a las dos juntas”. Nos reímos de esa loca idea y de momento quedó descartada. A ninguna de las dos nos agradaba tener que estar desnudas en la cama cogiendo con el mismo tipo. Bah, eso fue lo que Marisa me hizo creer, ahora sé que no es así. Ella siempre quiso que eso pasara.
—Si esa idea quedó descartada ¿cómo fue tu primera experiencia con la infidelidad?
—Me da un poco de pena contarlo.
—¿Por qué? —Preguntó la psicóloga—. Te vi coger… ví como chupabas pijas y cómo te las metían por el orto. Vos me viste haciendo lo mismo. Creí que ya nos teníamos la confianza suficiente como para hablar de estos temas.
—No es el sexo en sí lo que me da vergüenza, sino la forma en que se dio. Porque sé que actué muy mal. Sé que, al contar esto, voy a quedar como una mala novia… o como una mala persona.
—Yo no te voy a juzgar —aseguró Sabrina.
—Vos no… pero él sí… y lo que más me duele es que tiene todo el derecho del mundo a hacerlo.
—Te prometo que no me voy a enojar con vos —le dije—. Prefiero saber la verdad… toda la verdad. Lo que me mata es la incertidumbre.
No fui del todo honesto, es cierto que no saber lo que ocurrió se me hace muy duro; sin embargo eso no significa que no me vaya a afectar la verdad.
—Está bien… lo voy a contar. Creo que es lo mínimo que puedo hacer. Te fallé y si tengo que pasar vergüenza contando todo, que así sea.
—Contalo sin miedo —dijo Sabrina—. Acá no estamos para juzgarte, sino para escucharte. ¿Cómo fue la primera vez que fuiste infiel?
—Todo empezó por culpa de la canilla de la cocina. Quizás Horacio se acuerde que un día la canilla se rompió y empezó a perder mucha agua, tanta que tuvimos que cerrar la llave de paso. Ese día discutí con Bruno, el tipo que nos alquilaba el departamento…
—Pará… ¿me estás diciendo que te cogiste a Bruno?
—Horacio, no interrumpas —se quejó Sabrina—. Dejá que Romina cuente todo a su manera.
—Además yo todavía no hablé de coger —se defendió Romina.
—Sí, ya sé… pero es que... ¿justo con Bruno? —Me puse de pie y comencé a caminar por el consultorio como un tigre enjaulado. Me transpiraban las manos.
—¿Por qué te molestaría tanto que Romina te hubiera puesto los cuernos con ese tipo? —Quiso saber Sabrina.
—Porque es un imbécil. Ella misma discutió mil veces con ese tipo. Desde el primer día que le alquilamos el departamento nos trató mal. Le dijimos que había cosas que no estaban en condiciones, como la pintura y la grifería. Le pedimos que arregle esas cosas antes de que nos mudemos y nos contestó: “No voy a tirar la plata por dos muertos de hambre que ni sé si me van a pagar el alquiler”. Y eso no es todo. Hubo un día, cuando le preguntamos cómo funcionaba el calefón, y que tocó el culo a Romina y dijo: “Lo que se debe sentir tenerla apretada entre estas nalgas”.
—Ah, bastante sarpado el tipo… —dijo la psicóloga.
—Sí, y lo peor de todo es que no le importó que yo estuviera presente, ni le pidió disculpas a Romina. Ella se enojó mucho y lo echó del departamento. El muy hijo de puta se reía.
—¿Todo eso es cierto? —Le preguntó Sabrina a mi ex novia.
—Sí, es cierto. Pero creo que Horacio está sacando conclusiones demasiado rápido. Me gustaría seguir contando lo que pasó. ¿Puedo seguir?
—Sí, está bien… —dije, con los nervios alterados.
—Como venía diciendo, la canilla se rompió, yo me enojé mucho y fui a hablar con Bruno. Le pedí que se hiciera cargo de los gastos del arreglo de la grifería y él me dijo que no, que nosotros lo rompimos y nosotros lo pagamos.
—¿No se encargan las inmobiliarias de solucionar estos inconvenientes? —Preguntó la psicóloga.
—Sí, pero nosotros no alquilábamos por inmobiliaria, sino por particular. Ni siquiera teníamos un contrato. Le pagábamos todos los meses a Bruno y listo. Nos salía bastante más barato que un alquiler por inmobiliaria, así que mucho no nos podíamos quejar. Discutí con él durante un rato y al final terminé convenciéndolo de que se hiciera cargo de la mitad de los gastos.
—¿Y cómo lo convenciste? —Pregunté—. Porque ese tipo es un miserable, no suelta la plata tan rápido.
—Em… hablando…
—Está mintiendo —dije.
—Sí, yo también creo que está mintiendo —esta vez Sabrina se puso de mi lado.
—Si me vas a contar que me fuiste infiel, prefiero que seas honesta —dije—. Quiero que des todos los detalles, aunque pienses que a mí no me van a gustar.
—En eso coincido con Horacio —dijo Sabrina—. ¿Cómo fue que Bruno aceptó a pagar la mitad del arreglo?
—Em… este… bueno, él me hizo pasar a su departamento… él vivía en el mismo edificio que nosotros, pero en el piso de arriba de todo. Y ahí nomás me mandó mano… yo tenía puesta una calza gris, algo gastada por el tiempo. Suelo usar muchas calzas cuando estoy en casa, me resultan cómodas. Aunque no las uso tanto en la calle, porque me marcan mucho el orto… y la concha. Esta me marcaba todo y Bruno lo notó. Me agarró por atrás y me pasó los dedos por la concha y me dijo: “Con estos pantalones te puedo leer los labios”.
—¿Ves? ¡Es un hijo de puta! —Exclamé—. ¿Y qué hiciste? ¿Te dejaste coger para que pague la mitad del arreglo?
—No, no… —se apresuró a decir Romina—. Me enojé con él y le dije que no me tocara nunca más sin permiso. Pero él metió la mano dentro del pantalón, me tocó la concha directamente y dijo: “No te hagas la difícil, que se nota que te gusta. Ya estás toda mojadita”. Eso era cierto, porque yo me mojo muy fácil… y también me hizo gemir, cuando me tocó el clítoris… lo digo para que después no se quejen de que no estoy contando todo.
—Está bien —dijo Sabrina—. ¿Y qué más pasó?
—Me metió los dedos en la concha… dos… y como yo gemí, empezó a decirme cosas como: “¿Viste, putita? Te gusta. ¿Querés más?”. Tengo que reconocer que eso me hizo bajar mucho la guardia…
—Siendo sincera, Romina —dijo la psicóloga—. ¿Te calentaste con esos toqueteos?
—Sí, mucho. O sea, Bruno es brusco y un imbécil, todo lo contrario a Horacio, que siempre fue muy amable conmigo. Sin embargo en ese momento mi cuerpo me estaba pidiendo que alguien me tratara así… como a una puta. No sé si está bien o está mal… pero a mí me re moja la concha que me traten de puta. Lo que puedo decir a mi favor es que en ese momento yo no tenía intenciones de serle infiel a Horacio. Por eso me alejé de Bruno y le dije: “Listo, ya tocaste mucho. Si querés más, vas a tener que pagar la mitad del arreglo”. Otra cosa que tengo que aclarar es que eso de “si querés más” lo dije sin intenciones de cumplirlo. Fue una mentira, para que él pagara… y se la creyó.
—Entonces el tipo no te cogió —dijo Sabrina—. Solo te tocó de forma indiscreta.
—Sí… y a pesar de la calentura que sentí, no dejé que la cosa se me fuera de las manos.
—Así que tu primera aventura con la infidelidad no fue con este tal Bruno —dijo Sabrina.
—No, no fue con él.
A pesar de que aún seguía alterado por enterarme cómo ese tipo había tocado la concha de Romina cuando ella aún era mi novia, sentí un gran alivio al saber que la historia de infidelidad no lo incluía a él. Por eso volví a sentarme, aunque aún me sudaban las manos, y la frente estaba comenzando a hacer lo mismo.
—Antes de seguir —dijo la psicóloga—, me gustaría preguntarle una cosa a Horacio —me miró a los ojos con el profesionalismo de una terapeuta—. ¿Sospechás de alguien que pueda haber tenido sexo con Romina?
La pregunta fue como un cachetazo, porque en realidad no me había puesto a evaluar eso.
—No lo sé… Romina siempre fue una chica muy sexual, siempre estuvo orgullosa del deseo erótico que despierta en los hombres y siempre juguó con eso. Hubo muchas situaciones extrañas; pero no sabría decir cuál llegó más lejos de un simple juego. Quizás fueron cosas como la que contó con Bruno, que no pasaron de un arrimón o un toqueteo.
—¿Alguna vez viste cómo otro hombre la tocaba?
—Sí, más de una vez.
—¿Y qué pasó por tu cabeza en esos momentos?
—Lo mismo que sentí cuando Romina me mandó las primeras fotos y videos de ella cogiendo con otros hombres: bronca, impotencia, furia, celos… y mucha calentura.
—Eso significa que desde antes te gustaba esto de ser humillado.
—Yo creo que sí —dijo Romina—. Perdón que interrumpa, pero tengo que decirlo: Ahora me resulta obvio que Horacio se calentaba al verme en esas situaciones, de otra forma no me puedo explicar por qué las toleró. Porque algunas fueron muy fuertes. Justo antes de que cortemos nuestra relación le pregunté a Horacio si el corte se debía a las cosas que habían pasado… si él sospechaba que yo le había sido infiel… y él me dijo que no, que estaba seguro de que yo nunca le fui infiel; eso me sorprendió mucho, teniendo en cuenta lo sexuales que fueron muchas de esas situaciones.
—¿Y por qué estabas tan convenció de que ella nunca te fue infiel? —Me preguntó Sabrina.
—Porque no quería ver la realidad… o porque esa humillación me calentaba tanto que mi mente me decía: “Dejalo pasar, Horacio, no lo analices mucho”. Además nunca quise quedar como el “macho posesivo” que le prohíbe hacer cosas a su novia. Mientras más fui conociendo a Romina, más me quedó en claro que ella es una chica muy sexual… y que le gustan los “jueguitos eróticos”, le gusta provocar. Me di cuenta que ella lo disfrutaba, y no quería arruinarle eso… aunque a mí me hiciera sufrir mucho.
—Perdón, Horacio. Sé que te lastimé mucho —dijo Romina—. Te traté mal y te humillé un montón de veces.
—No pidas perdón por eso —le dijo Sabrina—. Al fin y al cabo vos no lo hiciste por maldad, sino por calentura… y porque seguramente habrás notado que Horacio también disfrutaba del papel de cornudo.
—Bueno, sí… eso lo noté. Hubo veces en las que le conté algunos detalles de esos “jueguitos sexuales”, y a él se le puso dura al instante… y mientras más me preguntaba, más se calentaba… y esa calentura también aumentaba a medida que mis confesiones se hacían más escandalosas. Y no voy a mentir: a mí también me excitaba mucho “hacerlo sufrir” —lo dijo usando sus dedos como comillas.
—Entonces puedo deducir que entre ustedes se generó un juego sexual tácito —dijo Sabrina—. No hablaban de eso, pero estaba ahí. Los dos lo disfrutaban y lo sufrían, cada uno a su manera.
—Ahora que lo ponés de esa forma —dije—, me siento más tranquilo… y hasta tengo curiosidad por saber con quiénes me metió los cuernos Romina —noté que mi ex novia sonreía.
—¿Y no te da miedo que yo me ponga demasiado… gráfica y que diga cosas que te hagan sufrir?
—No, miedo no me da. Aunque sé que voy a sufrir… vos contá todo… no sé cómo explicarlo.
—Lo que Horacio intenta decir —intervino Sabrina— es que mientras más cruel y explícito sea tu relato, más va a sufrir él… y por ende, más se va a calentar.
—Es un masoquista —dijo Romina, soltando una risita.
—Sí, lo es. Hacé de cuenta que él es un masoquista de los que disfrutan con los azotes de látigos… bueno, cada detalle explícito va a ser un azote para él. Le va a doler; pero al mismo tiempo lo va a calentar. Y a vos te va a pasar lo mismo, como si disfrutaras al darle azotes a otra persona. Hacen una buena pareja. Ojo, no piensen que les digo esto para que vuelvan a estar juntos ni nada eso, mi trabajo como psicóloga no consiste en formar ni en separar parejas. Eso depende de ustedes.
—Está bien, gracias por el comentario —Romina parecía bastante contenta.
—Ahora sí, Romi… podés seguir contándonos cómo fue esa primera experiencia en la que le fuiste infiel a Horacio.
—Ok… lo de Bruno lo conté porque me pareció importante. La forma en la que él me tocó me hizo sentir… rara. Me provocó una calentura que nunca antes había experimentado y en ese momento no entendí muy bien a qué se debía. Sin embargo, el cuerpo me pedía que lo repitiera, de alguna manera.
Al otro día llegó el plomero, no me acuerdo el nombre, creo que ni siquiera se lo pregunté…
—¿Me metiste los cuernos con uno que no sabés ni cómo se llama?
Sabrina empezó a reírse y al segundo se le sumó Romina. Me quedé mirándolas anonadado.
—Perdón —dijo la psicóloga—. Sé que eso fue poco profesional, pero me dio mucha gracia.
—¿Te divierte que Romina me haya puesto los cuernos con un tipo del que no sabe ni el nombre?
—Y… es un poquito divertido, tomando en cuenta cómo te tomás esto de la infidelidad. Por más que parezcas enojado, las dos sabemos que por dentro lo debés estar disfrutando.
—Eso mismo —dijo Romina—. Además, deberías dejar de sacar conclusiones antes de tiempo. Apenas estoy contando las cosas y, como bien dijiste antes, hubo situaciones que no pasaron de algún toqueteo… aunque otras llegaron mucho más lejos. Yo no te voy anticipar nada, simplemente dejame contar las cosas a mi manera.
—Así es —acotó Sabrina—. Podés hacerle preguntas, pero no pidas que ella te adelante nada.
—¿Por qué? ¿Eso tiene que ver con la terapia? —Pregunté.
—No, solo que así me parece más divertido. Me genera más espectativa.
—Sos cruel, Sabrina —le dije. Ella sonrió con malicia—. Está bien, no voy a preguntar más si me metió los cuernos con uno o con otro. Que Romina lo cuente a su ritmo.
—Muchas gracias —dijo mi ex novia—. Bueno, sigo. Este plomero llegó a arreglar el problema más obvio: la canilla rota. Era un arreglo de emergencia, que debía durar apenas un par de horas, y se terminó extendiendo durante casi toda la tarde. No es por agrandarme, pero sé que el principal motivo de esa demora fue que yo estaba usando una calza negra muy ajustada…
—Me acuerdo de eso —dijo Horacio—. Le pregunté a Romina por qué no se ponía algo más discreto… el tipo la miraba con los ojos desencajados, casi sin disimular.
—Y yo le respondí que yo estaba en mi casa y tenía derecho a vestirme como se me diera la regalada gana. La mayor parte del tiempo Horacio se quedó en la pieza y yo me hice cargo de atender al plomero. Y bueno, empezó un jueguito medio erótico que consistía en que yo me paraba frente al tipo, le mostraba un poco el culo mientras simulaba estar mostrándole la cocina. A veces me agachaba y permitía que viera cómo la tanga se me metía un poco en la concha. La cosa fue así durante varias horas, mientras el tipo arreglaba todo. Incluso me quedé ahí, cebando mates.
Cada vez que apareció Horacio pude notar que a él no le agradaba nada que yo estuviera usando ese pantalón tan ajustado; sin embargo no podía hacerme una escena de celos frente al tipo… aunque fuera obvio que el plomero tenía los ojos encajados entre mis nalgas.
Más tarde, cuando la demora del tipo ya me pareció obvia, pasé a la siguiente fase de mi plan. Empecé a acercarme más a él y cuando él me explicaba por qué la canilla seguía rota, aprovechaba para arrimarme, aunque lo hacía con timidez. Se notaba que estaba caliente conmigo, pero no era un tipo de esos como Bruno, que te mandan mano sin preguntar. A mí la situación me calentó tanto que empecé a frotar la cola contra su bulto. En ese momento llegó Horacio…
—¿Él vio cómo te arrimaban? —Preguntó Sabrina, como si yo no estuviera presente.
—Sí, pero… a ver… te explico. En la cocina teníamos una barra americana, ahí estaba la pileta de lavar. Es decir que Horacio vio todo, pero desde el otro lado de la barra. Así que imagino que vio que el tipo estaba muy cerca de mí, mientras yo lo “ayudaba” a ajustar la canilla. Lo que Horacio no pudo ver era que el tipo ya tenía la pija dura y me estaba pegando una arrimada tremenda.
—En realidad —dije, para defender un poco mi honor—. Sí me di cuenta que el tipo la estaba arrimando; solo que no dije nada en ese momento. Pero a la noche sí se lo comenté… y ella me contestó que era cierto, que la arrimada existió… y que lo hizo para que el tipo nos cobrara menos.
—¿Para vos esa excusa fue suficiente? —Quiso saber Sabrina.
—En ese momento, sí. Estábamos bastante cortos de dinero y si bien no me gustaba nada que Romina estuviera haciendo ese tipo de cosas para conseguir un descuento, en realidad era una… ¿cómo lo llamaste vos?
—Una picardía sin consecuencias —respondió Romina—. Y así fue en este caso. Horacio volvió al dormitorio, para no armar una escena de celos, y el tipo siguió arrimándome la verga, incluso me sobó un poco las tetas y las nalgas; pero no pasó de ahí. Se fue de casa con la pija re dura… y ni siquiera nos cobró. Aunque yo le dije a Horacio que sí cobró un poquito, no porque quisiera guardarme la plata, sino para que él no preguntara por qué el tipo se fue tan contento como para hacer el trabajo totalmente gratis. Si se fue así de contento se debió a que yo le agarré el bulto y se la estuve masajeando un ratito por arriba del pantalón. No estoy segura, pero creo que el tipo acabó ahí nomás. Eso me hizo sentir bien… y me calentó un montón agarrarle la pija mientras mi novio estaba en la pieza. Empezó a gustarme cada vez más esto de “portarme mal”.
—¿Y qué pasó después? —preguntó Sabrina—. Porque me imagino que hubo más, si no fue con este, fue con algún otro.
—Así es, hubo más. Ese mismo día, usando el mismo pantalón y con la calentura que me dejó el plomero, me fui a verlo a Bruno. Él volvió a halagar mi pantalón y esta vez me pasó los dedos entre los labios de la concha, así se dio cuenta que yo no tenía ropa interior. Me dijo: “¿Ves que sos putita? Venís a verme sin tanga. Vos querés guerra”.
A mí ese comentario me puso a mil, pero no le respondí. Estaba ahí para hablar sobre los arreglos que aún faltaban por hacer en el departamento, porque todavía quedan cosas de grifería que no estaban en buenas condiciones, y eso sería más caro que el arreglo de emergencia de la canilla. Ahí Bruno me demostró que es un tipo que no anda con vueltas —al escuchar esto me puse tenso, sin embargo no quise interrumpir el relato de Romina—. Me bajó la calza de un tirón y se arrodilló detrás de mí, me abrió las nalgas y me miró la concha. Después dijo: “Estás toda mojadita. ¿Se te puso así de solo pensar en mí?”.
Me sorprendió tanto su actitud que no supe qué responderle, me puse de todos colores y se me subió la calentura a la cabeza. Cuando él se puso de pie otra vez y comenzó a acariciarme la concha directamente, yo no me negué. Apoyé las manos en una mesa, porque no me quedó otra alternativa, y levanté la cola. Él me metió los dedos y empezó a sobarse la pija. Cuando me dijo: “A vos te voy a llenar el orto de leche”, casi me derrito. Esta era la clase de “tratamiento” que andaba buscando. Sin embargo a mí me dolía mucho serle infiel a Horacio.
Permití que el tipo me mandara dedos por un rato, mientras tanto le comenté, como si no me estuviera tocando, cuáles eran los arreglos que debíamos hacer. Además le pedí que me mandara otro plomero, porque este había demorado mucho con un arreglo muy sencillo.
—¿Por qué pediste otro plomero? —Quiso saber Sabrina.
—No sé… simplemente se me ocurrió.
—Lo pregunto porque si tu intención era vivir estas experiencias fuertes, con ese plomero ya habías roto el hielo…
—Sí, lo sé… y creo que fue eso lo que me llevó a cambiarlo; porque todavía tenía dudas, no quería serle infiel a Horacio. Incluso cuando Bruno sacó la pija del pantalón, me aparté de él y le dije que me iba. Me acomodé el pantalón, le recordé lo del plomero y me fui.
Esa noche, mientras Horacio dormía, me tuve que hacer como cuatro pajas. No aguantaba más la calentura.
Unos días más tarde vino Marisa y como era mi mejor amiga, le conté todo: los arrimones del plomero y los toqueteos de Bruno. A ella le entusiasmó la idea de que yo le pusiera los cuernos a Horacio, y hasta me preguntó si la pija de Bruno estaba buena. Yo le respondí que Bruno la tiene mucho más grande que Horacio.
Ese comentario fue el más hiriente hasta el momento, y por esa extraña razón que aún no consigo comprender del todo, también fue el más excitante. Me dio morbo imaginar a Romina deseando la verga de ese tipo, prefiriéndola por encima de la mía… y los sentimientos negativos que yo tengo hacia Bruno solo hicieron que el morbo se potenciara más. A veces me odio a mí mismo por ser así.
—¿Y qué significó para vos la charla con Marisa? —Preguntó Sabrina.
—Mucho. Mi amiga me ayudó a alimentar esas fantasías sexuales y me hizo ver que todo dependía de mí, que si yo quería, me podía dejar coger por Bruno. Le dije que iba a pensar eso de acostarme con otro hombre, pero de ninguna manera con Bruno, porque ese tipo es un bruto y un irrespetuoso.
Además en esa charla Marisa me confesó algo que ahora veo con otros ojos. Me dijo que le encantaría verme cogiendo con un tipo bien pijudo. Ella se refería a que le daría morbo verlo, porque yo soy una linda chica y tengo mucho culo… que si va a mirar a alguien teniendo sexo, prefería que fuera yo. Ahora entiendo que eso lo dijo con intenciones lésbicas.
—No necesariamente —intervino Sabrina—. A ver, yo te conté que a mí sí me excitan las mujeres; sin embargo creo que verte teniendo sexo también excitaría a una mujer heterosexual. Así como los hombres se calientan viendo a tipos bien dotados cogiendo con chicas lindas… aunque ellos no estén tan bien dotados, y sean heterosexuales.
—Bueno, supongo que tenés razón. Igual ya te dije que a mí no me molesta que vos te excites conmigo, al contrario, viniendo de vos lo tomo como un halago.
—Muchas gracias —dijo Sabrina, con una amplia sonrisa—. Podés seguir contando lo que pasó después.
—Está bien, pero antes me gustaría hacer una pausa. ¿Dónde puedo comprar alguna cerveza por acá cerca? Ah, perdón… ni te lo pregunté. ¿Puedo tomar cerveza en tu consultorio?
—Con mis pacientes no lo permitiría, pero en tu caso voy a hacer una excepción. Después de esta sesión no tengo otra, y a mí también me gusta la cerveza. A una cuadra tenemos un kiosco, si querés te acompaño.
—Dale, sería genial.
—Bueno, Horacio… esperá acá, ya volvemos y seguimos con el relato.
—¿Me tengo que quedar solo?
—¿Eso te molesta? —Preguntó la psicóloga.
—Y… me pone algo incómodo no saber qué van a hablar de mí en el trayecto…
—No te preocupes, no vamos a hablar de vos a escondidas —dijo Sabrina—. Quiero que todo lo que Romina tenga para contar, lo diga delante tuyo.
—Entonces así sí…
—Ok, ya venimos —dijo Romina—. Pero preparate, Horacio… porque lo que viene después es mucho más fuerte que lo que te conté… digamos que esto fue una pequeña introducción, para calentar motores. Ahora se viene lo bueno… o lo malo, dependiendo de cómo quieras verlo.
—Bueno, vayan… mientras tanto yo me voy a preparar mentalmente para lo que venga.
Ellas salieron del consultorio y yo me quedé haciendo lo único que podía hacer: Nada.
Me sentí totalmente impotente. No quería pensar qué tipo de aventuras vivió Romina mientras me fue infiel, cualquier imagen que cruzaba por mi mente se sentía como un puñado de agujas. Intenté mantenerme lo más tranquilo posible y desviar mi atención hacia cualquier otro rumbo. Al fin y al cabo era solo cuestión de esperar a que ellas volvieran con las cervezas.