Transferencia Erótica [15].

Terapia Formal.

Capítulo 15.

Terapia Formal.

Mis sesiones con Sabrina pasaron de ser entretenidas y sumamente excitantes, a ser tediosas, monótonas, tensas e incluso aburridas. No es culpa de ella, por supuesto. Sabrina no hace más que comportarse como lo haría una psicóloga convencional. Me pregunta acerca de mis problemas, se preocupa por ellos, intenta hacerme entender por qué me siento de determinada manera; pero no se siente igual que antes.

Quizás fue un error decirle que prefería seguir atendiéndome con ella, porque podría soportar esta clase de trato tan lleno de “indiferencia profesional”, si se tratase de otra persona; pero viniendo de Sabrina, me duele mucho.

En una de las sesiones intenté contarle otra de mis anécdotas sexuales con Matías, no era nada muy diferente a las que le conté antes, solo quería hacerle entender lo mucho que disfruté acostado boca arriba, con las rodillas levantadas hasta la altura de la cabeza, como si fuera una mujer. Quería que supiera cómo Matías me cogió muy duro, sin tener un poquito de clemencia por mí o por mi culo, me clavó toda su verga hasta el fondo mientras me decía: “Tomá, putito, tomá… se nota que te encanta la pija. Te gusta tener un macho pijudo que te rompa el orto”, y cómo yo le respondí: “Sí, haceme la cola que me encanta… me encanta tu pija, quiero que me des por el orto todos los días”. También quería contarle a Sabrina que eso de que Matías me diera por el orto todos los días ya era una realidad. No había más excusas entre nosotros, simplemente él me decía: “Chupame la pija”, y yo lo hacía. A veces incluso se lo pedía yo, diciendo cosas como: “¿Por qué no me llenás el orto de leche?” “Tengo ganas de comerme una buena pija”, y la que más le gustaba a Matías: “Rompeme el orto como cuando me metiste quince goles en un solo partido. Esa vez sí que me rompiste bien el orto”.

Por supuesto, con la nueva metodología de “Terapia Formal”, no pude decirle nada de esto a Sabrina. Se lo expliqué a grandes rasgos; pero cada vez que quise dar un detalle sexual, como lo mucho que me gustaba sentir los chorros de leche llenándome el culo, ella me detuvo y me pidió que no fuera tan soez. Lo peor de todo es que ni siquiera me puedo enojar con ella, porque no me lo dijo de mala manera, incluso me recordó que era por el bien de los dos, para no volver a repetir los mismos errores.

Extraño mucho las charlas de los domingos, y los mensajes que me mandaba los sábados por la noche para pedirme que la ayudara a elegir su ropa interior. Aún conservo las fotos y los video que me mandó, y los uso con fines masturbatorios tan a menudo como puedo; pero ya no siento esa familiaridad tan cercana con la chica de las fotos. El morbo se ve opacado por la frialdad con la que Sabrina me trata ahora.

De todas formas lo peor del asunto no son las sesiones tediosas, ni los fines de semana sin mensajes de ella. Lo que más me cuesta sobrellevar es el inicio de cada sesión, justo antes de que Marcos se retire. Ahí es cuando puedo ver a Sabrina vestida de forma despampanante, porque a pesar de que mis sesiones con ella son totalmente formales, no parece molestarle que yo la vea semidesnuda unos minutos antes de entrar; como si quisiera recordarme que el “trato especial” no lo recibo yo, es para Marcos. La veo usando lencería erótica, polleras que no le tapan nada, en ocasiones hasta tiene las tetas al aire. Una vez Sabrina bajó a abrirme la puerta vestida con un conjunto que parecía sacado de una película porno de sadomasoquismo. Su cuerpo estaba cruzado por delgadas cintas de cuero dispuestas en forma vertical, horizontal y diagonal. Esas tiras no cubrían ninguna de sus partes más íntimas, sus grandes tetas rebotaban con cada movimiento, mostrando firmes pezones erectos; su concha, totalmente depilada, evidenciaba claros signos de excitación; e incluso tenía un grueso dildo metido en el culo. Podía ver unos cinco centímetros de ese dildo violeta, con protuberancias redondeadas, asomando por el agujero de su culo; estaba sostenido por un par de esas cintas de cuero, las cuales cruzaban en diagonal desde las nalgas hasta el final de su espalda, y en el camino se encargaban de mantener apuntalado ese “pene alienígena” de gran proporción. Me pregunté cómo había hecho Sabrina para bajar la escalera con algo tan grande como la propia verga de Marcos metido en el culo. Pero no solo pudo bajar, sino también subir. Pude observar desde abajo cómo subía el primer tramo de la escalera, sus pasos eran irregulares y se notaba que le costaba mucho caminar, aunque también me dio la impresión de que lo disfrutaba. No pude seguirla, porque Marcos aún estaba arriba. Los vi bajar juntos unos diez minutos más tarde, Sabrina ya tenía puesta su ropa de “psicóloga formal”, no daba señales de haber estado comportándose como una puta minutos antes. ¿Qué pasó durante toda la sesión con Marcos? ¿Y qué hicieron durante esos últimos diez minutos? No lo sé, y la incertidumbre me carcome por dentro.

Hablé de todo este asunto con Romina, a ella también le apenó mucho, porque tenía ganas de hablar con Sabrina en una de mis terapias; pero no quería hacerlo de una forma tan formal. Así que los planes de tener una sesión en conjunto quedaron postergados hasta que yo pudiera hacer las paces con mi psicóloga y que todo volviera a la normalidad; si es que a ese tipo de sesiones se las puede llamar “normales”.

Tenía la incómoda sensación de que lo había arruinado todo y ahora tenía a Romina para recordármelo. Mi ex novia me escribió después de cada sesión que tuve con Sabrina para preguntarme si había logrado algún avance, y yo, abatido, solo podía decirle que no, que mi psicóloga seguía siendo tan formal y profesional como era esperable… excepto en esos minutos anteriores al inicio de mi sesión.

—Debe ser muy fuerte para vos verla prácticamente desnuda y no poder decir nada —me dijo Romina mientras hablábamos por teléfono.

—Lo más duro es que a veces veo claras señales de que hubo actividad sexual.

—¿Ah si? ¿Como cuáles? —Me preguntó, con la respiración entrecortada.

—¿Te estás pajeando?

—Un poquito —dijo, soltando una risita—. Es que, ya sabés, Sabrina tiene algo que me calienta mucho.

—¿Que me hace sufrir?

—No… aunque… puede ser; sí, puede que esa sea una de las razones. Pero me refería a otra cosa. Es su actitud. La forma en la que puede llegar a ser tan puta, y a los diez minutos comportarse como la más profesional de las psicólogas. Decime, ¿qué señales de “actividad sexual” viste?

—Em… bueno, una vez la vi con la cara completamente llena de semen, eso fue un claro indicio.

—Uf, sí… totalmente indisimulable —pude escuchar un chasquido húmedo de fondo que me indicaba que Romina se estaba metiendo los dedos en la concha—. Habrá estado preciosa.

—La verdad es que me dio mucho morbo verla así, aunque no fuera la primera vez. Otro día bajó a recibirme, tenía puesta una minifalda negra, algo levantada, y no llevaba ropa interior. Se le veía toda la concha… y de la concha salía semen, que chorreaba por el interior de sus piernas.

—Uy, entonces Marquitos se la recontra cogió… —el chasquido se hizo más intenso y veloz—. Le metió la pija en la concha y se la llenó de leche.

—Eso parece…

—¿Y antes de la sesión de hoy pudiste ver algo interesante?

—Em… sí, hoy fue todavía más impactante. Sabrina bajó junto con Marcos, ella parecía una profesional, camisa negra sin escote y pantalón de vestir gris. Se le marcaba mucho el culo; pero eso es porque lo tiene grande.

—Sí, a mí también me pasa. Por más que quiera vestirme como una mujer decente, el culo siempre se me va a marcar mucho. ¿Y por qué decís que fue peor si estaba vestida de forma tan profesional?

—Porque antes de despedirse Marcos sacó la verga… ya la tenía dura, empujó a Sabrina, ella quedó con las tetas contra la pared. Sin pedirle permiso, le bajó el pantalón, la tanga, y ahí nomás le clavó la pija en la concha.

—¡Uy, dios! ¿Pudiste ver cómo se la garchaba?

—¿Que si lo vi? Yo estaba sentado mirando directamente al culo de Sabrina, pude ver claramente cómo Marcos le metía toda la pija. Y no fue una “clavadita” y ya está, no… le empezó a dar cada vez más fuerte.

—¿Y qué dijo Sabrina?

—Ella se quejó. Le dijo a Marcos que tenía que atender otro paciente, que no podía perder más tiempo, que ya era tarde; pero…

—Pero el tipo igual se la cogió.

—Sí, se quedó ahí, con el culo en pompa, y recibió toda la pija de Marcos.

—Mmm… —Romina gimió del otro lado de la línea.

—Y se notaba que ella lo estaba disfrutando, tenía la concha toda mojada y la pude escuchar gimiendo. Además… la cosa no duró unos segundos, no… estuvieron un buen rato así, y Sabrina ya no volvió a pedirle a Marcos que parase. Al contrario, le pidió que siguiera, que le diera fuerte… incluso llegó a decir que le encantaban las pijas así de grandes.

—¡Uy, por favor! Esta puta tiene una actitud que me vuelve loca.

—Me hace acordar un poquito a vos.

Romina soltó una carcajada.

—Bueno, puede ser… sí, yo también he llegado a ser tan puta como ella, en algunas situaciones. Y te puedo asegurar que si un tipo como Marcos me estuviera cogiendo con esa pija, yo también le pediría que me diera fuerte… aunque fuera mi jefe o mi compañero de trabajo. En ese momento no me importaría nada. Tenés que ponerte en el lugar de ella, Horacio. No le estaban metiendo cualquier pito. Si realmente Marcos la tiene tan grande como vos decís, puedo entender que Sabrina se haya calentado tanto como para mandar todos los protocolos a la mierda. Y no lo hizo con cualquiera, se dejó garchar por el paciente con la pija más grande.

Ese comentario fue hiriente. No sé si Romina lo dijo con esa intención; probablemente sí, porque sabe cómo funcionan en mí ese tipo de comentarios. Mi ex novia subrayó la idea que me estuvo carcomiendo la cabeza durante las últimas semanas.

Sabrina no es una psicóloga común y corriente, puede tomarse grandes libertades con sus pacientes; pero con un límite claro: ella no está ahí para dejarse coger.

Sin embargo, con Marcos hizo una excepción, y el motivo no podía ser otro que el mencionado por Romina: él tiene una pija bien grande. A Sabrina le gustó tanto esa verga que no le importó romper sus propias reglas.

Para colmo me lo restriega en la cara, como si me dijera: Mirá, con Marcos sí hago una excepción… pero con vos no, porque vos tenés el pito chico. No me interesan los pitos chicos.

Romina se despidió de mí diciéndome que necesitaba volver a mirar los videos de Sabrina, para hacerse una buena paja. La dejé con esa tarea y busqué alguna serie para mirar, cualquier cosa que me ayudara a despejar la mente.


Resignado, asistí a una nueva sesión con Sabrina. Sabía que vería algo fuera de lo común, sin importar a qué hora llegase. Daba igual si eran diez minutos antes o diez minutos después, al parecer la terapia con Marcos no finalizaba hasta que yo llegara. Llegué a pensar que Sabrina hacía esto a propósito, y se lo comenté en un mensaje a Romina. Mi ex novia me dijo: “Quizás no lo hace para que vos la veas, sino para disfrutar de esa pija tanto tiempo como sea posible. Es lo que yo haría”.

Toqué timbre y esperé, estaba convencido de que la psicóloga abriría la puerta vistiendo un erótico conjunto de ropa interior… o con la cara llena de semen, quizás podría verla con un grueso dildo metido en alguno de sus agujeros. Sin embargo esta vez fue diferente. Hice sonar el timbre dos veces, luego tres… y cuatro. No hubo respuesta. Eso me preocupó. Lo primero que pensé fue que quizás Marcos estuviera obligando a Sabrina a hacer algo que ella no quiere. Agarré el picaporte y lo hice girar, para mi sorpresa descubrí que la puerta estaba abierta.

Entré sin hacer ruido y escuché atentamente. Nada.

No era de extrañar, ya que hay que subir dos largas escaleras para llegar al consultorio. Si algo estaba ocurriendo allí dentro, sería muy difícil escucharlo desde abajo.

Me acerqué a la escalera y comencé a subir, procurando no hacer ruido. Una vez más me sentí como un intruso, mi cerebro me advirtió: No lo hagas, imbécil, la última vez que hiciste esto Sabrina se enojó con vos.

Pero no pude evitarlo. Además ahora tengo una buena excusa… o eso creo.

A medida que me acerqué algunas de mis sospechas comenzaron a hacerce realidad. Pude escuchar gemidos ahogados que seguían un ritmo constante… eran los gemidos de Sabrina. No sabía exactamente qué estaba ocurriendo, pero una cosa era segura: Se la estaban cogiendo. Y la gran pregunta era: ¿Lo estaban haciendo con su consentimiento?

Los últimos escalones fueron los más difíciles de ascender, porque los gemidos de la psicóloga se volvieron tan intensos que ya era imposible sospechar otra cosa. Casi podía imaginar a Marcos dándole duro y parejo. Estuve a punto de retroceder justo cuando escuché a Sabrina gritando.

—¡Ay, no… no! ¡Me vas a romper el orto! ¡Ay!

Me lancé hacia adelante tan rápido como pude y abrí de golpe la puerta del consultorio. Me encontré con una escena muy similar a la que yo tenía en mente.

Sabrina estaba de rodillas en su sillón, por lo que pude verla de espaldas. Tenía puestas medias negras y portaligas… y nada más, no había corpiño ni tanga. Detrás de ella se encontraba Marcos, con la pija completamente dura…

Le estaba dando por el orto.

Pude ver cómo esa gruesa verga entraba y salía del agujero del culo de Sabrina. Ella se aferraba al respaldo del sillón y chillaba. Una vez más estuve a punto de cometer el mismo error que en el pasado, pero las palabras de Sabrina me quitaron de mi absurda fantasía.

—¡Uff! ¡Sí, Marcos! ¡Seguí así! Meteme toda la verga por el orto. ¡Me encanta! ¡Partime al medio!

—Así me gusta, puta —dijo Marcos—. Que seas obediente… abrite el orto.

—Sí, me lo abro todo lo que quieras. Rompeme toda con tu pija.

Ella abrió sus nalgas con ambas manos y pude ver, con lujo de detalles, la forma en que su culo parecía devorar toda esa verga venosa.

—Entró el pibe de la otra sesión —dijo Marcos.

—No me importa —ella ni siquiera volteó la cabeza para mirarme—. Vos seguí dándome por el culo, todo el tiempo que quieras. Haceme bien el orto, que me encanta.

Estas palabras incentivaron a Marcos, agarró a Sabrina del pelo y aceleró el ritmo de sus penetraciones. No podía creer que el culo de Sabrina pudiera resistir tanto castigo. Bah, en realidad sí podía creerlo, Matías me había cogido de la misma manera y lo disfruté un montón. Es solo que aún me costaba pensar en Sabrina como una puta a la que le encanta que le den por el orto… y por la forma en la que Marcos le está dando, es obvio que por ese culo pasaron muchas pijas… y de las grandes.

Me quedé hipnotizado viendo el vaivén que hacían los grandes huevos de Marcos y cómo estos chocaban contra la concha húmeda de Sabrina cada vez que la pija se le clavaba hasta el fondo del orto. Sus gemidos pasaron a ser la fiel representación de un nirvana de placer. Al parecer esto le gustó tanto que de su concha empezó a salir un líquido espeso y blanquecino, algo que llegué a ver ciertas veces al tener sexo con Romina. Ella me explicó que eso solo le ocurría cuando estaba muy, pero muy, excitada. Tal vez Sabrina podría estar interpretando el papel de la psicóloga puta por algún motivo que desconozco, quizás sus gemidos sean parte de una obra de teatro diseñada por ella; sin embargo ella no puede simular lo que está pasando con su concha. La única forma en la que puede acabar de esa manera es estando sumamente excitada, esa pija que entra y sale del orto le debe estar brindando un placer descomunal, como las veces en las que Matías me hizo acabar de tanto darme por el orto. Eso sí que no puede ser una mera actuación, a Sabrina le está gustando y mucho.

—Te voy a llenar el orto de leche, puta.

—Ay, sí… llenamelo.

—La vez pasada te quejaste, putita. Dijiste que no… que no querías que te llenara el orto de leche, pusiste un montón de excusas. Dijiste que esas cosas no te gustaban…

—Es mentira… ¡me encanta! Y me encantó que no me hicieras caso… me llenaste el orto de leche igual. Me hiciste tu puta.

—¿Si? ¿Ahora sos mi puta?

—Sí, soy tu puta. Haceme todo lo que quieras. Rompeme el orto todos los días, Marcos. Soy tuya.

Mientras ella suplicaba, mi corazón latía a toda prisa, como si fuera a estallar en cualquier momento… y no puedo explicar lo dura que se me puso la verga. Este es uno de los momentos más dolorosos de mi vida, me afectó mucho escuchar a Sabrina admitiendo que ahora era la puta de Marcos… y justo frente a mí, como si me dijera: “Mirá, pajero… lo elegí a él, porque tiene la pija grande”. Sin embargo, a pesar de todo ese malestar, también es uno de los momentos más excitantes que me tocó vivir. Ver a Sabrina recibiendo pija por el orto de esa manera es un espectáculo que puede inspirar mil pajas. Y además… esa enorme contradicción de sentimientos… la humillación que se une al placer. No lo entiendo; pero ahí está. Cada vez que Sabrina suelta uno de sus eróticos gemidos, es como si pusieran un nuevo clavo en mi corazón… y al mismo tiempo me calienta. Quiero escucharla decir esas cosas, quiero que admita que la pija de Marcos es lo mejor que le pasó. Quiero escucharla decir que lo prefiere a él antes que a mí.

Estoy enfermo. Quiero que me humille.

Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que Marcos estaba acabando, lo supe cuando sacó la verga y cayó un chorro de semen. El orto de Sabrina estaba abierto como una “o” y se veía algo irritado, al parecer el pibe le estuvo dando durante un largo rato.

Marcos se limpió la verga con un pañuelo de papel y luego, como si hubiera finalizado un trámite en una oficina, se puso el pantalón y dijo:

—Bueno, puta, ya te llené el orto de leche. Ahora me voy. Mañana te voy a garchar otra vez ¿sabés? Y me importa una mierda que no sea mi día de terapia, yo vengo y te garcho. ¿Está claro?

—Sí, muy claro. Vení y rompeme el orto, te voy a esperar muy ansiosa.

El pibe salió del consultorio sin siquiera mirarme.

Sabrina no se movió de su sitio, continuó con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón, con su enorme culo apuntando hacia mí. Se estaba masturbando pero ya no podía distinguir si ese líquido blanquecino que chorreaba por su concha eran sus propios flujos o era el semen que le salía del orto.

En ese momento todos mis filtros se rompieron en mil pedazos, como si alguien hubiese arrojado una piedra contra una enorme ventana de vidrio. No pude contener la calentura, la tentación era demasiado fuerte. Bajé un poco mi pantalón, exponiendo mi verga erecta, la tenía tan dura que me dolía. Por supuesto, no era tan imponente como la de Marcos, pero allí estaba, lista para hacer su trabajo. Y frente a mí, una mujer con un cuerpo voluptuoso que irradiaba sexo y morbo por todos los poros.

Me acerqué a ella y sin pedirle permiso empujé mi verga dentro del agujero de su culo, ésta entró con suma facilidad. La penetración se dio tan fácil que ni siquiera sentí que su culo se abriera, fue más bien como meter la verga dentro de un gran agujero tibio y viscoso.

—¡Ay, Horacio! ¿Qué hacés? —No había odio ni furia en sus palabras, sino más bien incertidumbre. No le respondí, estaba avergonzado por mi propia forma de actuar, simplemente me moví, como si le estuviera cogiendo el culo; pero mi verga no hacía más que moverse dentro de ese orificio sin causar ningún impacto real—. Te estás poniendo en vergüenza, Horacio. ¿No te das cuenta que me acaban de meter una pija enorme por el orto? La pija de Marcos se sintió como meter un camión con dos acoplados en el garaje de una casa. Tu pito es como un Fiat 600 dando vueltas en una playa de estacionamiento vacía. Me dejaron el culo abierto como una flor, Horacio. A tu verga ni siquiera la siento.

Esas palabras me hirieron hasta lo más profundo de mi ser, porque eran la pura verdad. Por más que yo intentaba generar roce entre mi verga y las paredes internas de su culo, era inútil, ella estaba tan dilatada que mi pequeño pene (en comparación al de Marcos) no suponía ningún estímulo para ese agujero. Había fantaseado mil veces con penetrar a Sabrina, y ahora que era una realidad, me sentía el tipo más patético del mundo.

—Por favor, Horacio —continuó diciendo la psicóloga—. Esto ya da vergüenza ajena. No me hagas perder el tiempo. Si tuvieras una pija como la de Marcos, me pondría re puta, me encantaría que me dieras por el orto ahora mismo, que estoy re caliente; pero si venís con eso… tan chiquito… es una falta de respeto. ¿Qué querés que haga yo con eso? Me estás arruinando el momento, prefiero acabar haciéndome la paja antes que con tu verga en el culo.

—Sos una puta —dije, con el orgullo herido—. Te dejás coger por tus pacientes.

—Sí, me dejo coger por mis pacientes. Ya me cogieron varios… pero solo lo hago con los que tienen buenas pijas. Si alguno de mis pacientes me muestra una verga como la de Marcos, lo más probable es que yo me deje coger.

—Esa ropa de puta… no la usás solo con Marcos, ¿cierto?

—No, la uso cada vez que tengo un paciente con una verga interesante. Y Marcos no es el único pijudo que me cogió esta semana.

—Y el que te coge los domingos… ¿también es paciente tuyo?

—Sí, yo misma lo invité a casa. Me cogió varias veces en el consultorio y me gustó tanto su pija, que ahora directamente le pido que me coja en mi casa. Ahora sacá ese pito, que la leche de Marcos está por salirme del orto…

Esto me dio una nueva idea, ya estaba tocando fondo en cuanto a humillación personal se refiere, y esto me hizo caer aún más bajo.

Saqué la verga y me arrodillé delante de Sabrina, metí la cara entre sus grandes nalgas y empecé a chuparle el culo.

—Ah… pero que putito —me dijo—. ¿Querés tomarte toda la leche de Marcos? Bueno, dale… chupá… chupá mucho, que ahí viene. Chupame el orto, puto.

Esas palabras me excitaron tanto que estuve a punto de eyacular, pero logré contenerme. Pasé la lengua por su concha, juntando una deliciosa mezcla de jugos vaginales y semen, y luego, cuando chupé el culo, recibí una generosa descarga de leche.

Cuando toda el área estuvo limpia de semen, pude ver primer plano cómo la concha de Sabrina chorreaba esos jugos blanquecinos. Ella lo estaba disfrutando tanto como yo. Chupé sus carnosos labios, algo que había estado en mis fantasías pajeriles durante semanas. Pero no me iba a quedar conforme con esto. Aún estaba muy excitado, y necesitaba más.

Volví a ponerme de pie y esta vez le clavé la verga en la concha, que por suerte no estaba tan dilatada como su culo. Ahora sí pude sentir una pequeña resistencia dentro de uno de sus agujeros, aunque no demasiada. Esto deja en clara evidencia que Sabrina suele tener mucho sexo con tipos bien dotados. Empecé a darle tan fuerte como pude, aunque sin poder igualar la potencia de Marcos. Ella gimió de placer, pero ¿a quién voy a engañar? Obviamente no lo hacía por mí, ni por la cogida que le estaba dando. Sabrina se estaba haciendo una buena paja y mi verga no era más que un instrumento extra que podría ayudarla a concentrarse; sin embargo lo que realmente la tenía tan excitada era la reciente cogida anal que le había dado Marcos. No me importó que ella estuviera disfrutando gracias a lo que hizo otro hombre, al fin y al cabo ya estoy asumiendo mi patético rol en todo este asunto. No soy el tipo que despierta fantasías eróticas en Sabrina, ni lo voy a ser… pero… ¡Qué bien la paso con ella! Y por fin me la estoy cogiendo, aunque ella apenas se esté enterando.

Me dio la impresión de que ella estaba experimentando otro orgasmo, porque sus gemidos se intensificaron, al igual que el ritmo con el que se masturbaba. Poco después de esto se dio vuelta y quedó sentada en el sillón, mirando directamente hacia mi verga.

—Ahora entiendo por qué Romina te hizo cornudo —me dijo, con una sonrisa sádica—. Una mina como ella no puede conformarse con tan poco.

Esta vez sí, sus palabras activaron un interruptor masoquista en mi interior, lo que decía era cierto y eso provocó que me diera aún más morbo. Soy patético, lo sé… y para demostrarlo, mi verga empezó a escupir grandes chorros de leche. Quizás yo no tengo el pene más grande del mundo, pero sí cuento con una buena reserva de esperma. La cara de Sabrina se pintó de blanco en cuestión de segundos. Ella cerró los ojos, abrió la boca y yo acepté la invitación. Apoyé la verga sobre su lengua y dejé salir los últimos chorros de leche. Ella cerró sus labios sobre mi pene, lo chupó durante unos segundos, tragó el semen y luego abrió la boca.

—Bueno, al menos te sale mucha leche —dijo con una sonrisa—. Al final no estuvo tan mal. La próxima vez que estés caliente conmigo, prefiero chuparte la verga… porque me gusta que salga mucho semen; pero no me la metas, de verdad, Horacio… que me metan algo tan chico después de las vergas grandes que me estoy comiendo, me baja la calentura.

—Está bien, te prometo que no lo vuelvo a hacer. Perdón.

—¿Perdón por metérmela sin permiso? ¿O perdón por ser incapaz de calentarme?

—Por las dos cosas. Lo que hice estuvo mal.

—No, no estuvo mal. Dada la situación, era lo que tenías que hacer… yo estaba en cuatro, con el culo abierto. Estaba dispuesta a dejarme coger por cualquiera… bueno, por cualquiera que tuviera una buena pija. No me molestó que me la metieras, lo que me molestó…

—Fue el tamaño. Sí, lo sé. Ya me lo dejaste bien claro.

—¿Te ofendí?

—Un poco; pero no te preocupes. Ya sabés cómo reacciono yo a estas cosas…

—Claro. El masoquismo intelectual. Te calienta que te humillen.

—Sí, y sexualmente hablando, este fue uno de los momentos más humillantes de mi vida.

—Entonces te debe haber gustado mucho.

—Más de lo que te imaginás. ¿Todo lo que dijiste es cierto? ¿De verdad no te excitaste cuando te la clavé por el culo?

—No me excité. Al contrario, me bajó la calentura… y es totalmente cierto. Horacio, de verdad, date cuenta… ¿qué mejor prueba necesitás? Marcos me estaba taladrando el orto con una pija enorme, me estaba pegando unas sacudidas tremendas, creí que me iba hacer saltar los ojos para afuera de lo fuerte que me metía la verga… y después llegás vos… con eso —señaló mi pene, con una mueca de desprecio.

—Sí, tenés razón.

—Todo lo que dije es cierto.

—¿Lo de cogerte a otros pacientes también?

—Sí. Marcos no es el primero. De  hecho, te conté sobre el primero… el tipo ese al que le tenía que chupar la verga cada vez que venía al consultorio. Con él aprendí que puedo llevar una terapia directamente ligada al sexo. Y funciona muy bien.

—Pero es… poco ético.

—Lo sé; pero a las personas con las que aplico estos métodos no les importa. Ellos estan conformes con los resultados. Yo no manipulo a las personas para que quieran tener sexo conmigo, sino que acepto tener sexo con ellos cuando me doy cuenta de que me tienen ganas. La transferencia erótica de la que te hablé en nuestras primeras sesiones. Me doy cuenta cuando un paciente me mira con ganas. Cuando esto se dá, empiezo a tantear la situación, y si considero que ese paciente puede hacerme disfrutar de una buena sesión de sexo, entonces me dejo coger. De lo contrario, no.

—Y conmigo resulta que no…

—Bueno, me cogiste. ¿O no?

—Sí, pero no lo hice porque vos me lo permitieras.

—¿Y quién dijo que no lo permití? —Me guiñó un ojo—. ¿O acaso creías que era casualidad que siempre me vieras en concha, o cogiendo con Marcos? —Esas palabras me dejaron paralizado—. Bueno, me voy a lavar y a cambiar. Puedo tardar un rato, espero que no te moleste.

—Andá tranquila. Yo… voy a limpiar un poco todo esto.

—Gracias, Horacio. Sos un buen tipo.

Sabrina salió del consultorio dejándome con más dudas que certezas. ¿Así que todo fue a propósito? Mi primer impulso fue querer contarle todo lo ocurrido a Romina, estuve a punto de agarrar el celular y soltar un apresurado monólogo, hasta que Sabrina regresara; pero no lo hice porque me dio vergüenza. No podía contarle a mi ex novia que me había cogido a mi psicóloga y pretender que ésto quedara como un gran logro. Tendría que admitir lo patético que fue mi comportamiento y las cosas que Sabrina me dijo. Incluso tendría que repetir esa frase lapidaria de mi psicóloga: Ahora entiendo por qué Romina te hizo cornudo.

Siempre creí que Romina disfrutaba del sexo conmigo. ¿Y si fue todo mentira? ¿Y si ella se sintió igual que Sabrina? ¿Y si mis penetraciones en realidad le bajaban la calentura? Comencé a pensar que quizás Romina fue tan cruel conmigo luego de cortar porque estaba resentida de que el sexo conmigo haya  sido tan patético. Esa clase de resentimiento puede llevar a la gente a decir cosas muy hirientes… y Romina me las dijo, e incluso me mostró lo mucho que disfrutaba cogiendo con tipos mejor dotados que yo. Lo que mi ex no tenía en cuenta era que yo disfrutaría tanto de esa humillación. Pero su primera intención fue lastimarme.

Cuando Sabrina regresó, yo ya había limpiado todo, usando abundantes pañuelos descartables. Todo el lugar volvía a parecer un consultorio respetable, incluso ella, que ahora llevaba puesto un pantalón de vestir gris, haciendo juego con una chaqueta del mismo color, y camisa blanca. Parecía una oficinista.

—Espero que entiendas que nuestras sesiones van a seguir siendo formales, a pesar de lo ocurrido. —Ella tomó asiento y yo hice lo mismo.

—¿De verdad?

—Sí… a ver, podemos volver a hablar de sexo; pero me voy a sentir más cómoda si frente a vos uso esta clase de ropa.

—Bueno… tengo muchas preguntas…

—¿Sobre Marcos y todo lo que pasó?

—Sí…

—Eso lo vamos a dejar para otro momento, Horacio.

—Pero…

—No lo tomes como un castigo, no lo es. Prefiero que te tomes unos días para pensar en lo que ocurrió, y después lo vamos a hablar como corresponde. ¿Te parece bien?

—Mmm… bueno, está bien —dije, resignado.

Tengo que admitir que Sabrina es una mujer con numerosos talentos. No sé cómo lo hizo, pero en cuestión de minutos la sesión terapéutica derivó a temas que poco o nada tenían que ver con el sexo. Lo hizo con una facilidad pasmosa, todo volvió a la triste monotonía de las sesiones anteriores. Sin embargo esta vez me quedaba la pequeña esperanza de retomar las charlas sexuales… y especialmente hacerle todas las preguntas que tenía en mente sobre Marcos y los demás pacientes con los que ella tuvo sexo. Y principalmente, quiero tener la oportunidad de preguntarle por qué hizo todo esto conmigo. ¿Cuál es su intención?

Pero eso tendrá que esperar, me guste o no.