Transferencia Erótica [14].
Un Método Muy Peculiar.
Capítulo 14.
Un Método Muy Peculiar.
Mientras me acercaba al consultorio de Sabrina me puse a pensar de qué forma podría hacerla hablar sobre su experiencia con el decano de su universidad. Lo difícil era hacerlo sin levantar sospechas, porque si la psicóloga sospechaba que yo estaba al tanto de lo ocurrido, no le costaría mucho trabajo descubrir que Romina me pasó los videos porno que ella le mandó. Lamentablemente no se me ocurrió ninguna buena idea.
Toqué el timbre en el consultorio y se me hizo raro que Sabrina no me respondiera al instante por el portero eléctrico, como solía hacer. Volví a llamar dos veces más, y a la tercera recibí una respuesta.
—Ya bajo —dijo la psicóloga.
Efectivamente, en pocos segundos estuvo allí. Abrió la puerta y me dejó pasar. Estaba increíble. Llevaba puesto un vestido negro muy ceñido al cuerpo, con un amplio escote que hacía que sus tetas parecieran más grandes de lo que eran. Además era super cortito, cuando me dio la espalda pude ver cómo se asomaba la parte inferior de sus nalgas. Como si fuera poco, además tenía puestas medias de red y tacos altos.
—¡Wow! Estás divina —le dije, sinceramente.
—Gracias —ella sonrió, con su característica alegría.
—Imagino que te vestiste así para captar la atención de tu paciente… ¿cómo es que se llama?
—Marcos. Sí, justamente él me está esperando arriba. Todavía no terminé de charlar con él. Sé que ya es el horario de tu consulta, pero… ¿te molestaría esperar unos minutitos?
—No me importa, para nada. Tuvimos sesiones mucho más largas de lo establecido, no me importa ceder un poco de tiempo, si lo necesitás.
—Te lo agradezco mucho, Horacio. Esperá acá.
—Está bien.
La vi subir la escalera y me quedé atónito. Debajo del ajustado vestido tenía puesta una de esas tangas sin entrepierna, como la que me mostró en las fotos. Toda su concha era perfectamente visible. De pronto sentí mucha envidia del tal Marcos, es posible que él, por los curiosos métodos de terapia que usa Sabrina, haya conseguido tocarle la concha. Quien sabe, hasta puede que le haya metido los dedos.
Perdí de vista a la psicóloga y me senté en una silla a esperar mi turno.
Cada segundo se me hizo más difícil. ¿Por qué Sabrina necesitaría más tiempo del habitual con ese paciente? Ella ya me había contado cómo el tipo solía toquetearla, incluso que había llegado a arrimarle la verga… y que no la penetró gracias a que ella aún tenía la tanga puesta. Sin embargo, con la ropa interior que estaba usando ahora, nada impediría que ese tipo le clavara toda la pija a Sabrina. ¿Y si Marcos se había puesto demasiado insistente y ella estaba buscando una forma de tranquilizarlo?
Mis manos comenzaron a transpirar, necesitaba saber que Sabrina no corría peligro. No pude esperar ni cinco minutos. Me puse de pie y comencé a subir las escaleras, procurando no hacer ruido.
Los escalones me parecieron más empinados que nunca, e incluso noté el esfuerzo físico al subir, quizás porque me estaba concentrando demasiado en pisar suave. Mis oídos estaban atentos por si escuchaba algún grito; pero no podía oír absolutamente nada.
Cuando llegué a la oficina de la psicóloga, me sorprendí al ver que la puerta no estaba del todo cerrada, había una pequeña rendija. Me acerqué lentamente. Ni siquiera podía escuchar una conversación, lo cual, en lugar de tranquilizarme, me asustó. Si la puerta estaba abierta, debería poder escuchar a alguno de los dos hablando… al fin y al cabo esa es la principal modalidad de las terapias psicológicas.
Me acerqué lentamente a la puerta, pude oír un extraño sonido gutural, como ahogado. No se me ocurrió qué podía ser. Intenté mirar por la rendija, pero era tan pequeña que no me permitió ver nada. Con mucha suavidad comencé a empujar la puerta, rezando para que las bisagras no chirriaran. Pude ver uno de los sillones blancos, el mismo que usaba yo en cada sesión. Allí estaba sentado Marcos, dándome la espalda. Solamente podía ver la parte de atrás de su cabeza. Tenía el pelo negro muy corto, al parecer había pasado por el peluquero recientemente… pero eso no era lo que me importaba en ese momento.
No había señales de Sabrina. ¿Cómo podía ser esto? ¿Acaso ella estaba en el baño o algo así?
El ruido ahogado se volvió más intenso. Provenía del mismo sitio en el que estaba sentado Marcos.
Abrí la puerta lo suficiente como para poder pasar, pensando en qué excusa le daría al tipo ese por mi intromisión. Caminé lentamente, rodeando el sillón y me detuve en seco cuando la vi.
Sabrina estaba de rodillas frente a Marcos, él le sujetaba la cabeza con ambas manos… ¡le estaba haciendo tragar toda su verga! El ancho falo de Marcos se perdía casi completo dentro de la boca de la psicóloga. Tenía la cara roja. Hilos de saliva chorreaban por la comisura de sus labios y sus ojos lagrimeaban.
—¿Pero… qué carajo? —Fue lo único que atiné a decir.
Los dos giraron su cabeza y se fijaron en mí… bueno, lo de Sabrina fue más mirar de reojo, ya que ella a duras penas se podía mover.
—¡Soltala! —Grité—. ¿Qué mierda le estás haciendo?
Marcos se asustó de verdad, dio un pequeño salto en el sillón, sus ojos se abrieron como platos y levantó las manos, como si fuera un delincuente ante un oficial de policía; sólo le faltó decir: “Me rindo, no disparen”.
Sabrina sacó la verga de su boca, limpió parte de su saliva con el dorso de la mano, recuperó el aliento y dijo:
—Horacio… ¿qué hacés acá? Te pedí que esperes abajo.
—Pero… es que… él te está obligando a…
—No me está obligando a nada. Esperá afuera, por favor.
—Pero… Sabrina… solamente quería ayudar...
—Salí, Horacio. No te metas. No pedí tu ayuda ni la necesito.
—Disculpame, yo…
No tuve tiempo a decir nada más, ella solita agarró la larga y ancha verga de Marcos y se la metió casi entera en la boca. Siguió chupando como si yo no estuviera allí.
Me invadió un extraño malestar, como si alguien me oprimiera el pecho desde adentro; sentí lo mismo la primera vez que Romina me envió un video en el que un tipo con una gran verga se la estaba cogiendo. Aún siento algo parecido cada vez que veo cómo se cogen a Romina; pero la primera vez fue la más impactante y solo puedo compararla con lo que siento ahora mismo, al ver cómo Sabrina engulle esa pija.
La cabeza de la psicóloga se movía de arriba hacia abajo a gran velocidad. La vi haciendo petes en videos; sin embargo eso no se compara a tenerla delante de mí, y verla chupar pija en vivo y en directo… ¡y a uno de sus pacientes! Y eso no es todo… no sólo es su paciente, sino que le está haciendo un pete en plena terapia. No se encontraron en un hotel o en la casa de ella, como si fueran amantes; no… ¡en plena terapia!
—¡Uf… esto es mejor que pagarle a una puta! —Dijo Marcos, al mismo tiempo que volvía a posar sus manos en la cabeza de Sabrina. El tipo movió su cadera, como si le estuviera cogiendo la boca a la psicóloga. Ella emitía sonidos guturales y mucha saliva emergía de su boca, daba la impresión de que se estaba ahogando; pero en realidad lo estaba solventando muy bien—. Siempre supe que tenías talento para chupar pijas —continuó diciendo Marcos—. Me puedo imaginar la cantidad de poronga que te habrás comido para aprender a tragar tanto. Yo sabía que no te iba a alcanzar con darle alguna chupadita rápida a mi pija, como en las sesiones anteriores… sabía que te la querías comer entera. ¿Hoy también te vas a tomar la lechita?
¿Hoy también? ¿Acaso esto ya ocurrió antes? Si lo que dice es cierto, Sabrina ya probó el semen de Marcos e incluso llegó a meterse la verga en la boca. Tal vez no se la chupó de la forma tan bestial como lo está haciendo ahora… pero alguna chupada le dió. Sabrina me contó algunas de las cosas que hizo con Marcos, y no mencionó que la verga hubiera entrado en su boca… o que se hubiera tragado el semen.
—Sabés que yo no le tengo asco a la leche —dijo Sabrina, mientras se limpiaba el exceso de saliva con el dorso de la mano—. Podés acabarme en toda la cara… y lo que me caiga en la boca, me lo voy a tomar.
—Así me gusta —dijo Marcos—. Me re calienta verte tan puta.
El tipo se puso de pie y se masturbó tan rápido como pudo, casi al instante un espeso chorro de leche saltó y fue a parar a la cara de la psicóloga, me quedé atónito viendo cómo ella lo recibía todo, con la boca abierta. Al primer chorro de leche le siguieron otros. Tal y como prometió, Sabrina tragó todo el semen que le cayó en la boca… que fue bastante, aunque la mayoría cayó en su cara. Justo cuando creí que a Marcos ya no le quedaban más reservas, dijo: “Abrí la boca, puta”, y su verga volvió a escupir. Sabrina obedeció sin chistar, abrió su boca otra vez y recibió esta nueva descarga de cremoso semen y lo tragó. Luego se puso a chupar la pija, mientras lo masturbaba. Sé cómo es eso, yo mismo lo hice muchas veces. Seguir chupando asegura tragar un poquito más de leche, esas últimas gotitas que aguardan en el final.
—Ahora te voy a sacar una foto, para cuando quiera recordarte lo puta que sos, lo mucho que te encanta comer pijas y tragar leche.
Creí que Sabrina se ofendería con este comentario tan soez, pero no…
Sonrió a la cámara y posó con una radiante sonrisa mientras sostenía la verga con una mano. Luego se la metió en la boca y posó para dos o tres fotos más.
No lo podía creer, no sólo había permitido que su paciente le hiciera comer pija y que la humillara, sino que además le permitía que le sacara fotos con la cara llena de semen.
Marcos se puso de pie y guardó su verga, me miró como si yo fuera una planta en un rincón; mi presencia no le importó en lo más mínimo. Salió del consultorio con aire triunfante.
—Te dije que esperaras abajo —repitió Sabrina. Me resultó sumamente impactante verla con la cara llena de leche. Esto no era una de sus fotos o algún video porno… esto estaba ocurriendo ahora mismo—. Bueno, ahora ya estás acá. Voy al baño, a lavarme la cara. Ya vuelvo.
Ella salió del consultorio y escuché que abría una puerta cercana, que debía ser el baño. Estaba abatido, aún no me entraba en la cabeza por qué Sabrina había permitido que Marcos la tratase como una puta barata. Me dejé caer en el sillón, justo donde transcurrió toda la escena, y esperé por la psicóloga.
Sabrina volvió en pocos minutos, ahora su cara estaba limpia y se había peinado, volvía a parecer la respetable psicóloga que conocí en mi primera sesión.
—Ok. Empecemos —dijo. Se sentó en su sillón y me miró con una gran sonrisa—. ¿Qué tal tu semana, Horacio?
—¿Qué? —Reaccioné como si me hubieran despertado de forma brusca.
—Te pregunté cómo te fue en la semana.
—¿De eso querés hablar? ¿Ni siquiera vas a explicarme lo que acaba de pasar?
—¿Y qué tengo que explicar? Vos mismo lo viste.
—Pero… pero… ¿por qué? Es decir… no entiendo nada. ¿Por qué le chupaste la verga? ¿Por qué permitiste que te tratara de esa forma?
—Lo que pasó no tiene nada que ver con tu terapia, Horacio. —Miró la pantalla de su celular de forma despreocupada—. Ya perdimos bastante tiempo, mejor vamos a hablar de vos.
—¿De mí? ¿Querés que hable de mí? Bueno… estoy sumamente confundido porque al llegar al consultorio vi a mi psicóloga comiéndole la pija a uno de sus pacientes… y eso no es todo… ella se comportó como una puta y se dejó llenar la cara de leche. ¡Hasta sonrió para que el tipo le sacara una foto así!
—No entiendo por qué estás tan sorprendido, Horacio. Si yo te conté que estoy aplicando un método bastante peculiar con Marcos… hasta te conté de las cosas que pasaron durante sus consultas.
—Evidentemente no me contaste todo. Nunca dijiste que te metías la pija de Marcos en la boca… y según lo que él dijo, ésta no fue la primera que te tragaste su verga… ni la primera vez que te llenó la cara de leche.
—Ah… disculpá… no sabía que te tenía que contar todo. Se ve que no leí la letra chica del contrato.
Esas palabras fueron como un duro cachetazo… es más, hubiera prefiero que ella me golpeara antes de que me hablara con tanta frialdad.
—Es que… —pensé en algo, lo que fuera, cualquier cosa que me sirviera para explicar cómo me sentía—. Dijiste que con Marcos estabas aplicando un método peculiar… eso no se vio como una metodología terapéutica. Me dio toda la impresión de que le estabas chupando la pija por puro gusto… solo por el placer de comerte una verga así de grande… y sé lo mucho que te calientan las vergas grandes y lo mucho que te gusta que te acaben en la cara. A mí me parece que lo disfrutaste.
—¿Y habría algún problema si lo disfruté?
—¡Claro que sí! —Exploté—. Es tu paciente, Sabrina. No podés estar comiéndole la pija a tus pacientes. Eso es poco ético… poco profesional. Se aleja demasiado de lo que debe ser una sesión terapéutica formal.
—¿Vos considerás que las sesiones que tuve con vos fueron “formales”? —Preguntó, remarcando las comillas con sus dedos. No supe qué responder—. Evidentemente estás muy alterado, Horacio. Quizás cometí un error al probar un método diferente en tu terapia, creí que lo entenderías… asumí que estabas listo para eso; pero me equivoqué.
—Perdón… yo solo quiero saber por qué hiciste eso…
—No te importa por qué lo hice. No tengo que explicarte nada de lo que haga con mi vida personal o con otros pacientes. Vos no sos mi novio, ni mi marido… y aunque lo fueras, tampoco toleraría que vinieras a hacerme este tipo de planteos y a exigir explicaciones, como si yo fuera un objeto de tu pertenencia. No voy a permitir que nadie me trate de esa manera.
—Este… no era mi intención…
—Sí, sí fue tu intención. Andate, Horacio. Hoy no estoy de humor para tratar con vos. Mejor dejemos esta sesión para otro día, y no te preocupes que te voy a devolver el dinero por la sesión de hoy.
—No quiero la plata…
—No me interesa. La sesión de hoy queda cancelada y lo “formal” es devolverle el dinero a los pacientes. Andate, por favor.
—Yo… Sabrina…
—Andate, Horacio. No me hagas repetirlo otra vez.
Sentí una fuerte presión en mi pecho. Me puse de pie y todo mi cuerpo pesaba el triple. Apenas si pude dar un paso. Intenté hablar una vez más, pero Sabrina me fulminó con la mirada, dándome a entender que si yo abría la boca otra vez, ya no tendría permitido volver a terapia con ella.
Bajé las escaleras sintiéndome un imbécil… y estoy seguro de que alguien añadió un montón de escalones extras, solo para que mi descenso al patetismo fuera más doloroso.
No me atreví a llamar por teléfono a Sabrina ni a mandarle un mensaje. Al día siguiente de la fatídica sesión pude comprobar que ella me había devuelto el dinero, tal y como prometió. Eso me dolió tanto como sus frías palabras. Fue como si me enviara un mensaje diciéndome: “No sos un paciente especial, solo sos uno más”.
Me sentí un completo imbécil. En cuestión de unos días me las ingenié para que las dos únicas mujeres que me importan en la vida, ahora no quieran hablar conmigo. Todo porque las presioné demasiado al exigirles explicaciones.
Pero no me sirve de nada quedarme de brazos cruzados. Quizás la situación con Romina ya se había enfriado lo suficiente como para que pueda llamarla. Al fin y al cabo ella hizo una pequeña tregua cuando me pasó los videos porno de Sabrina. Me armé de valor y la llamé.
—Hola —me saludó de forma inexpresiva—. ¿Qué querés?
—Hola, Romina. Te llamo porque necesito hablar con alguien… y no puedo recurrir a nadie más.
—¿No tenés una psicóloga que se encarga de estas cosas?
—Justamente ese es problema. Discutí con Sabrina y no sé si ella querrá seguir siendo mi psicóloga.
—¿Qué? ¿Te peleaste con Sabrina? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Sos boludo, Horacio? Justo cuando te conviene llevarte bien con ella… terminás discutiendo. Y estoy segura de que es tu culpa.
—Em… sí, es mi culpa, lo admito. Me comporté como un imbécil.
—Contame qué pasó.
—¿De verdad lo querés escuchar?
—Sí. Más que nada porque me estoy llevando bien con Sabrina, de vez en cuando hablamos por teléfono… y no quiero que mi amistad con ella se arruine por tu culpa.
—Está bien, lo entiendo. Lo que pasó fue que ayer, al entrar en su consultorio, la descubrí chupándole la verga a un paciente. Al tipo que tiene turno antes que yo.
—El tipo por el que ella se viste de forma tan… llamativa.
No recordaba si le había comentado eso a Romina, quizás sí… pero no importa, es posible que la misma Sabrina se lo haya dicho.
—Sí, ese mismo. Y bueno… ¿no te da curiosidad saber por qué ella le chupó la pija?
—Me imagino que deberá tener sus motivos. Ya me quedó claro que Sabrina no es la típica psicóloga. Ella hace cosas que los demás considerarían inapropiadas; sin embargo sus métodos suelen ser muy efectivos, por lo que me contó.
—Entonces… ¿pensás que no es la primera vez que le chupa la pija a un paciente?
—No es que lo piense… sé que no es la primera vez que lo hace. Ella misma me contó de un paciente al que le comía la pija en cada consulta.
—Emm… eso fue cuando ella comenzó a trabajar…
—No, estoy segura de que fue hace poco. Me dijo que fue este mismo año y que al paciente dejó de atenderlo poco antes de que vos empezaras terapia. ¿Y qué hiciste, Horacio? ¿Le pediste que te chupara la verga?
—No… no… yo nunca le pediría una cosa así.
—Vaaaamos… a otra con ese cuento. Me bastó fijarme en cómo te brillan los ojos al ver a Sabrina para saber que te morís de ganas de que te haga un pete… y más ahora, que sabés que le chupó la verga a otros pacientes.
—Puede ser… pero entiendo que no se comporta de la misma manera con todos sus pacientes… eso me lo dejó bien en claro.
—Sí, lo sé. Ella misma me comentó que emplea distintos métodos con cada paciente. Incluso tiene terapias más… convencionales. ¿Entonces cuál fue el problema?
—Le pedí que me explicara por qué hizo eso… por qué le chupó la verga a su paciente…
—Ah… que boludo que sos. Ahora entiendo todo. ¿Cómo no se va a enojar? ¿Por qué ella debería darte explicaciones a vos? Si no es tu novia…
—Ella me dijo exactamente lo mismo… y aclaró que aunque fuera mi novia, tampoco me daría explicaciones.
—Claro, como yo no te di explicaciones mientras eramos novios y yo me dejaba coger con otros.
—Auch… eso fue un golpe bajo.
—Perdón… lo tenía atragantado…
—Dolió mucho. Todavía me cuesta procesar que eso pasó.
—Quizás te ayude saber que sí pasó… y pasó más de una vez… y más de dos. Me dejé garchar por varios mientras éramos pareja.
—Y me imagino que no me vas a explicar por qué lo hiciste.
—Imaginás bien.
—¿Y qué tenía que ver tu amiga Marisa en todo esto?
—Tampoco te lo voy a contar, Horacio.
—Está bien… —dije, con pesar.
—A ver… si tantas ganas tenés de escuchar mi versión de los hechos, entonces pedile a Sabrina que haga otra sesión para los dos. Te lo puedo contar todo, pero preferiría hacerlo delante de ella. Así me va a resultar más fácil.
—Pero… no sé si ella me va a atender otra vez. Me echó apenas empezamos a la sesión… se enojó mucho. Incluso me devolvió el dinero de la consulta.
—Bueno, dependerá de vos hacer algo para que se le pase el enojo. No me imagino hablando de esto frente a otra psicóloga. Con Sabrina ya empecé a entrar en confianza, me cae bien. Además ella ya conoce varias cosas de mi vida, no tengo que darle tantas explicaciones.
—¿Le contaste de tu… infidelidad?
—No, le aclaré que no quería hablar de ese tema y ella lo entendió. Le conté de las experiencias sexuales que tuve después de que corté con vos.
—¿Y en estos días tuviste alguna otra experiencia?
—Sí, algo hubo…
—Pero no me vas a contar…
—No te lo cuento porque no vale la pena. Fueron experiencias aburridas. Bah, no estuvieron del todo mal… pero tampoco las disfruté mucho. Quizás ya me estoy aburriendo del sexo…
—¿Vos? ¿Aburrirte del sexo? ¿Con lo mucho que te gusta la pija? Es como si cualquier otra persona dijera que le aburre respirar.
Ella soltó una potente carcajada. Me hizo muy bien escucharla.
—Che, que tampoco soy tan puta… bueno, quizás sí. No lo voy a negar, me encanta la pija. Pero… de verdad, estas experiencias fueron un poquito insulsas… y eso que me garcharon tipos con buenas pijas… y además cogían bien; pero…
—Pero sentís que faltó algo…
—Sí. Le faltó chispa. No sé por qué. Quizás Sabrina me pueda ayudar a entenderlo mejor.
—Está bien —dije—. Voy a intentar arreglar las cosas con Sabrina. Le voy a proponer tu idea de otra sesión doble.
—Si acepta, yo puedo viajar para allá cuando sea. En el trabajo me deben varios días de descanso.
—Muy bien. Haré todo lo posible. Gracias por atenderme. Ah… y ya que estamos hablando… quiero pedirte perdón. Con vos cometí el mismo error que con Sabrina: las presioné a las dos para que me dieran explicaciones… y terminó mal.
—Sí, no deberías presionar a la gente para que te de explicaciones, como si tuvieran la obligación de contarte todo. Pero… yo también te tengo que pedir perdón, no me porté bien con vos, te traté bastante mal.
—Esa tarde en la plaza solo estabas reaccionando…
—No me refiero solamente a eso, Horacio. Te traté mal durante mucho tiempo, te dije cosas humillantes. Desde que cortamos me acosté con varios tipos, y cada vez hice todo lo posible para que vos supieras que ellos me cogían mejor que vos… o que tenían la verga más grande que la tuya… y lo dije con bronca, quería hacerte sufrir.
—Pero al final resultó que yo soy un tarado que se calienta con esas cosas.
—Eso me sorprendió mucho… hasta el día de hoy sigo sorprendida. Horacio ¿cómo pudiste tolerar que yo te dijera todas esas cosas? Porque ya sabés que las dije en serio… tendrías que odiarme.
—No te odio, Romina. Te quiero un montón, aunque ya no seamos pareja. Siento que entre vos y yo todavía existe algún vínculo. A mí también me cuesta entender por qué me calientan estas cosas, pero es así. Y es justamente ese vínculo lo que lo hace tan excitante. Si fueras una desconocida me importaría poco lo que opinaras de mí. Si soporté tanto es porque soy masoquista… y lo digo en serio, Sabrina ya me lo dejó claro. A mí me gusta el masoquismo psicológico… la humillación. Dudo mucho que vos lo entiendas…
—Me cuesta entenderlo, pero Sabrina me contó cómo ella misma disfrutó de situaciones en las que se sintió completamente humillada; como en el video que te pasé. Por eso me gustaría que habláramos con ella otra vez. Quiero que me ayude a entenderte mejor… y a entenderme a mí misma. Porque sé que te traté mal… pero todavía no sé por qué. Vos nunca me hiciste nada malo. Yo… estuve mucho tiempo enojada con vos, cuando cortamos… y lo más irónico es que vos deberías ser el enojado, porque te puse los cuernos.
—No estoy enojado con vos, Romina. Para nada. Solo algo… confundido. Me gustaría hablar más de este tema… por eso voy a arreglar las cosas con Sabrina.
—Bien, cuando tengas todo solucionado, avisame.
Hablamos de algunas cosas triviales, sin importancia, y nos despedimos. Hablar con Romina me hizo sentir muy bien. Al menos las cosas con ella parecían estar encaminándose… pero todo dependería de que yo pudiera arreglar mi situación con Sabrina.
Llegó el día de mi próxima consulta… si es que Sabrina aún quería seguir siendo mi psicóloga. Durante estos días ni siquiera intenté comunicarme con ella. Tomé aire y apreté el timbre.
Sabrina me recibió con su característica sonrisa; pero esta vez parecía más una formalidad que una genuina muestra de alegría. Tenía puesto un vestido negro muy ceñido al cuerpo, marcando sus prominentes curvas. Además tenía unas medias de encaje que llegaban a la mitad de sus muslos y podía ver las ligas que, seguramente, estarían enganchadas de un portaligas. Como si esto fuera poco, además tenía puesto tacos aguja. Ni por asomo parecía una psicóloga, más bien parecía una chica que quería salir a divertirse a lo grande en una discoteca… o una prostituta.
—Pasá, Horacio —me dijo, con ensayada cortesía—. Toma asiento, en un ratito ya estoy con vos.
Me dejó pasar y se encaminó hacia la escalera, cuando subió tres escalones pude ver que no tenía puesta una tanga, toda su concha estaba completamente a la vista. Giró de golpe y me sorprendió espiándola, me sentí como un pajero.
—Ah, y no me sigas… esto no va a tomar más de un minuto. Ya vuelvo.
—Está bien.
Avergonzado, me senté en una de las sillas de la sala de espera… y esperé; no podía hacer otra cosa.
Pasó un minuto, luego dos… y tres y cuatro. Ni señales de Sabrina y yo comencé a impacientarme. Sabía que algo estaba pasando en el consultorio, ya la podía imaginar, de rodillas frente al sofá, atragantada con la pija de Marcos.
Estaba luchando contra la tentación de subir las escaleras cuando escuché que alguien bajaba. El sonido de los tacos de Sabrina era inconfundible.
Cuando la vi aparecer en la sala de espera casi se me caen los ojos de puro asombro. Sabrina ya no tenía puesto su vestido negro… estaba completamente desnuda; bueno, casi, aún tenía puestos sus zapatos, las medias de encaje… y el portaligas. Ahora sí que parecía una prostituta. Sus tetas rebotaban con cada paso que daba. Giró para mirar a Marcos, dándome la espalda. Nunca había visto su culo en mejor estado; era enorme y estaba muy respingado, por el efecto de los tacos. Además pude ver su concha, bien apretada… y húmeda.
—¿Me vas a dejar ir así? —Preguntó Marcos, señalando su verga. La tenía fuera del pantalón y completamente erecta. Las venas que cruzaban todo el tronco parecían palpitar de emoción.
—Lo siento mucho, Marcos; pero ya se terminó el tiempo de tu consulta.
—Es que te veo así y me pongo loco —Las manos de Marcos se aferraron a las nalgas de la psicóloga, y rápidamente fueron en busca de la concha—. Estás toda mojada… ¿querés que te meta la pija otra vez?
—No me negaría si tuviéramos más tiempo, pero…
—Dale, no seas cruel. Me estabas comiendo la verga con unas ganas locas y de golpe frenaste, me dejaste con toda la leche adentro.
—Ya te dije, es la hora, tengo otro paciente esperando.
—El gordito puede esperar —dijo, con tono socarrón. Tuve que contener mi bronca, de lo contrario me hubiera levantado a partirle la cara—. Al menos dejame sacar esa foto que me prometiste… con la pija dentro de tu concha.
—Lo dejamos para la próxima vez…
—No puedo esperar a la próxima vez.
Marcos obligó a Sabrina a girar, las tetas de la psicóloga quedaron aplastadas contra una pared. El tipo se le acercó por atrás, con su potente verga en una mano, y apuntó a la concha.
—¡Hey, te dijo que no! —Exclamé, rojo de ira.
—No te metas, Horacio. ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?
Las palabras de Sabrina me dolieron más que cuando Marcos me dijo “gordito” de forma despectiva. Apreté los puños y me esforcé por quedarme quieto. Dentro de mí ardía un volcán que estaba a punto de hacer erupción.
Pude ver cómo la verga de Marcos quedaba encajada entre los gajos vaginales de Sabrina, y de pronto, con un leve empujón, la mitad de ese falo se enterró en el agujero. Por la facilidad en la que entró, me pareció obvio que ya la había penetrado recientemente. Sabrina estaba dilatada… o quizás su concha ya estuviera habituada a recibir pijas así de grandes.
—¿Viste? Te entró como si nada… —dijo Marcos, mientras intentaba sacar una foto con su celular.
—Es que me la dejaste toda abierta… ¡uf, cuánta pija! No me la claves muy adentro, porque me partís al medio.
La verga se movía de adelante hacia atrás, como si se la estuviera cogiendo… bueno, técnicamente sí se la estaba cogiendo.
—Un día de estos te voy a partir la concha… y el orto. Sé que este culo se comió unas cuantas pijas…
—Y de las grandes —dijo Sabrina, soltando una risa picarona.
—Uy, no me digas eso, porque te rompo el orto ahora mismo. —Marcos sacó su verga y la apuntó directamente hacia el agujero del culo. Pude ver como éste se hundía ante la presión y comenzaba a abrirse—. Sos la psicóloga más puta que conocí. Ya me está por explotar la verga. ¿Te vas a tomar la leche, putita?
—Mm… si me lo pedís así… es tentador.
—Admití que te encanta tomarla.
—Sí… me gusta mucho que me llenen la cara de leche… y la boca.
—Entonces… a tomarla toda.
Marcos alivió la presión que estaba ejerciendo sobre la psicóloga, Sabrina dio media vuelta y se puso de rodillas. Casi se me parte el alma cuando vi cómo se tragaba esa verga casi completa. La chupó con avidez y Marcos explotó con violencia. El semen fue tanto que éste saltó fuera de la boca de Sabrina, tiñendo de blanco su mandíbula. La pija salió de la boca y los siguientes chorros fueron a parar sobre la cara de Sabrina, esta vez ella tenía puestos sus anteojos, los cuales quedaron decorados con varias líneas irregulares de blanco esperma.
—Así me gusta… puta y tragaleches… así deberían ser todas las psicólogas —aseguró Marcos.
El tipo volvió a sacarle fotos con la cara llena de semen y Sabrina, tal y como lo había hecho la última vez, posó para la cámara con una grácil sonrisa e incluso volvió a meterse la verga en la boca, para darle un par de fuertes chupones.
—Ahora sí me puedo ir —dijo Marcos.
—Sí, ya no me hagas perder más tiempo —le respondió Sabrina.
El tipo guardó su verga en el pantalón, abrió la puerta y se marchó sin siquiera decir adiós. Me puse de pie y miré a Sabrina, ella parecía una actriz porno, o una prostituta que acaba de complacer a su cliente.
—Sabrina, yo…
Ella se puso de pie y pasó a mi lado como si yo no existiera. Empezó a subir los escalones y pude ver el sensual meneo de su enorme culo. La concha le chorreaba jugos sexuales.
—Si querés podés subir, Horacio —dijo, sin mirarme—. Yo voy al baño, a lavarme la cara. Esperame en el consultorio.
Tuve que hacer lo que me pedía, no me dejó más alternativa.
Una vez más la espera se me hizo eterna, aunque no pasaron ni cinco minutos. Miré el reloj y apenas estábamos diez minutos fuera del horario habitual… a mí me parecían diez horas.
—Hola, Horacio —dijo Sabrina, al entrar al consultorio.
Una vez más me sorprendí mucho al verla… no porque fuera desnuda o con poca ropa, sino todo lo contrario. Tenía puesto un pantalón negro, bastante holgado, y una blusa azul petróleo que ni siquiera tenía un poquito de escote. No recuerdo cuándo fue la última vez que la vi usando ropa tan sobria.
—Hola, Sabrina. Quería decirte que…
—Esperá. Por lo general no interrumpo nunca a mis pacientes; pero antes de que digas algo, quiero aclarar algunas cosas. —Se sentó frente a mí y me miró con seriedad y profesionalismo—. Cuando vos llegaste a este consultorio empecé a idear un tratamiento… uno bastante particular, como habrás notado. Ya sabés que yo suelo emplear métodos poco ortodoxos con algunos de mis pacientes. Todo el asunto con Marcos te lo dejó más que claro —asentí con la cabeza—. Pero, evidentemente, el tratamiento que tenía en mente para vos no está funcionando. Eso me quedó claro en la sesión pasada, cuando empezaste a exigirme explicaciones…
—Yo…
—Dejame hablar, Horacio.
—Está bien, perdón.
—Como decía. Vos no me podés exigir explicaciones a mí, sobre lo que hago con mi vida o con otros pacientes. Me da la impresión de que vos pensás que yo te pertenezco de alguna manera, o que entre vos y yo hay una relación “especial” —lo dijo resaltando las comillas con los dedos—. Es cierto que con vos me llevaba muy bien, me divertí mucho en las sesiones que tuvimos… menos en la última. Quizás el error fue mío, por hacerte creer que conmigo tenías una relación especial…
—¿No es así?
—No es más especial que lo que tengo con cualquiera de mis otros pacientes.
—A mí me pareció bastante especial la relación que tenés con Marcos…
—Así es. Sí, en eso tenés razón. Mi relación con Marcos es más especial. ¿Eso querías escuchar?
—No exactamente —dije, con un agudo dolor en el pecho—. No sé por qué con él hacés esas cosas…
—¿No lo sabés? Qué poco observador. En fin, eso no importa ahora mismo. Voy a ser totalmente directa con vos, Horacio. Ahora mismo tenemos dos alternativas: Te derivo a otro psicólogo o seguimos trabajando juntos… pero, si seguimos juntos, van a tener que cambiar muchas cosas.
—¿Como tu ropa?
—Sí, como mi ropa. Después de ver a Marcos, me voy a poner ropa como esta. Y también vamos a conversar de una forma diferente… algo más cercano a una terapia formal. Así que, depende de vos. ¿Te derivo a otro psicólogo o seguimos con una terapia formal?
—Bueno, sé que tus estándares de “formalidad” no son los más estrictos.
—No, tal vez no lo sea… pero sí sería mucho más formal que hasta ahora.
—Entiendo. ¿Esto es un castigo?
—No, no lo es. Es un cambio necesario. ¿Te acordás que te hablé de la Transferencia Erótica? Fue en una de nuestras primeras sesiones.
—Sí… cuando un paciente se enamora de su terapeuta.
—Así es. Y no siempre implica amor, a veces se trata de un sentido de pertenencia, o una fuerte atracción, ya sea sexual o intelectual. Bueno, creo que eso es lo que te está pasando a vos conmigo. Lo normal en este tipo de casos es derivarte a otro terapeuta. Pero yo te ofrezco la posibilidad de seguir con la terapia… aunque vamos a tener que trabajar mucho para que entiendas que yo no tengo un vínculo especial con vos, que yo no te pertenezco y que no importa lo que yo haga con mis demás pacientes, eso no significa que vaya a hacer lo mismo con vos. Entonces ¿qué hacemos?
—Prefiero seguir con vos —tenía ganas de llorar, como si estuviera rompiendo relaciones con una novia; pero me la aguanté. No quería perder a Sabrina, no sé qué haría si no puedo hablar con ella todas las semanas. Prefiero verla durante una sesión formal, antes que no verla.
—Bien, entonces podemos empezar nuestra primera sesión, formal. Eso quiere decir que, cuando hablemos de temas relacionados al sexo… nada de ponerse muy explícitos.
—Entiendo —dije, con pesar.
Esta fue la sesión más triste y aburrida que tuve con Sabrina. Intenté evitar cualquier tema mínimamente relacionado al sexo. Le conté de mis padres, de mis viejos amigos… evitando a Lucas y a Matías, le hablé de mil boludeces sin importancia y ella me hizo las típicas preguntas de una psicóloga: ¿Y cómo te sentiste cuando pasó eso? ¿Por qué creés que actuaste de esa manera?
Salí del consultorio incluso más abatido que la vez anterior. ¿Cómo voy a hacer para que Sabrina vuelva a confiar en mí?