Transferencia Erótica [12].

El Efecto Esperado.

Capítulo 12.

El Efecto Esperado.

Los miércoles, para mí, se convirtieron en días de transición. Eran el puente entre una y otra sesión con Sabrina y generalmente los uso para trabajar, porque es la mejor forma de mantener la mente ocupada con otra cosa. Mientras me encontraba llenando páginas de texto, mi celular sonó. Me sorprendí mucho al ver que se trataba de Romina, desde su última visita no habíamos vuelto a intercambiar palabras, ni siquiera un simple mensaje. La conozco muy bien y sé que cuando está enojada o agobiada por algo, lo mejor es darle su espacio y esperar a que ella sea la primera en romper el silencio. El mensaje decía:

—Hola, Horacio. ¿Podrías pasarme el número de teléfono de Sabrina? Quiero pedirle disculpas por la forma en que me comporté. No debí salir de su consultorio sin siquiera saludarla.

No me preguntaba cómo estaba, pero al menos pude notar que ya no estaba tan molesta conmigo. Me dijo “Hola, Horacio”, y no “Pelotudo de mierda”, como suele llamarme cuando está enojada conmigo. Le pasé el teléfono de la psicóloga, imaginando que Sabrina no tendría problemas con eso. Rematé mi mensaje diciéndole: “Espero que andes bien, te mando un abrazo grande”, y ella me respondió.

—Gracias. Otro para vos. Dentro de unos días te voy a llamar, así hablamos bien.

—Perfecto. Llamá cuando quiera.

Tengo que reconocer que esta breve charla fue un gran alivio para mí.

Le conté sobre este tema a Sabrina, el jueves, apenas entré a su consultorio. Ella se alegró de que yo le hubiera pasado mi teléfono a Romina y me comentó que ya habían tenido una breve conversación. No quise meterme en ese asunto, por eso no le pedí más detalles. Supuse que si Romina o Sabrina querían que yo me enterase de algo de lo que hablaron, alguna de las dos me lo diría.

Esta pequeña conversación me sirvió para mantener la mente centrada en otra cosa durante unos minutos; pero mis ojos se perdieron en la entrepierna de la psicóloga y volvieron a mí las imágenes grabadas en mi memoria apenas unos minutos antes, mientras subíamos por las escaleras.

Una vez más Sabrina decidió usar una tanga transparente, ésta era de color azul. Lo que más me sorprendió no fue poder ver sus gajos vaginales a través de la tela, sino que ella se detuviera a mitad de camino. Se levantó la minifalda, mostrándome todo su enorme culo y dijo:

—¿Qué tal me queda? Es nueva y no sé si el color azul me favorecerá mucho…

—Em… —quedé aturdido, perdido en esas nalgas y en cómo la tanga  se le ceñía a la concha—. Te queda espectacular, Sabrina.

Ahora que estaba sentado delante de ella y que ya me  había recuperado del impacto de ver cómo se levantaba la minifalda, se me ocurrió volver a traer el tema de la tanga tan sugerente que estaba usando.

—Este pibe que viene a terapia antes que yo… ¿cómo reaccionó al verte con esa ropa interior?

—Se podría decir que causó el efecto esperado.

—¿Y hubo cosas inesperadas, como la última vez?

—Sí, aunque esta vez estaba mejor preparada, psicológicamente, para acciones inesperadas. Apenas entramos al consultorio, me agarró de la cintura y me puso contra la pared, quedé dándole la espalda. Me levantó la minifalda, sacó la pija y empezó a frotarla contra mi concha.

—Uf, qué fuerte…

—Bastante, especialmente teniendo en cuenta que él es el paciente y yo la terapeuta. Pero justamente le estoy ayudando a manejar estos arrebatos.

—¿Y vos permitiste que te arrime la verga?

—Se lo permití porque quiero ver cómo se porta en estos casos.

—Como si fueras una bióloga examinando alguna especie animal en su hábitat natural.

Ella se rió.

—Sí, algo así.

—¿Y vos cómo te sentiste?

—Bueno, Marcos, que así se llama, tiene la verga bastante grande… bien ancha. Ya sabés que yo tengo una debilidad por las vergas grandes, y sentirla frotándose contra mi concha, aunque aún tuviera la tanga puesta, me hizo más difícil el trabajo. Pero pude mantener la concentración y le pregunté lo que quería preguntarle. Él respondió, porque sabía que de esa manera ganaría más tiempo frotándome la pija contra la concha… y manoseándome las tetas, porque también hizo eso.

—Me sorprende que me hayas dicho el nombre.

—Es solo un nombre, no tiene nada de malo. Y si te cuento estas cosas es porque, indirectamente, a vos te afecta lo que hago en la terapia con Marcos. O sea, vos también tenés que verme vestida así… y vos ya fuiste testigo de la forma en que Marcos me toca.

—Cosa que no me parece correcta.

—Es correcta, siempre y cuando yo lo permita. Ya hablamos de ese tema, no quiero repetirlo.

—Perdón, tenés razón. No me voy a meter con eso, ni con tus métodos de terapia… aunque me cueste mucho entenderlos.

—No pretendo que los entiendas, solo pretendo que te ayuden. Con cada paciente aplico diferentes métodos. Con Marcos me está funcionando muy bien hacer esto. Pude notar una evolución en él.

—Así que tuviste una sesión muy intensa.

—Sumamente intensa. Hubo un momento en el que le tuve que agarrar la verga y pajearlo un poco porque, al igual que la vez pasada, él ya me la quería meter. Y para que se mantuviera entretenido, yo misma froté la concha contra la cabeza de esa pija. Incluso hasta permití que él me bajara la tanga y que el roce fuera directo. Una vez más me hizo notar que yo lubrico mucho. Me dijo: “Me estás mojando la cabeza de la pija. Se nota que te morís de ganas de que te claven”. Por suerte cada vez manejo mejor estas situaciones humillantes. Aunque él tiene razón en algo: sí que ando con ganas de que me cojan. Tal vez vuelva a llamar a mi amigo, el que me visitó el domingo pasado. Yo también necesito un poco de mi “terapia personal”.

—¿Él no intentó penetrarte mientras frotabas la concha contra su verga? —Pregunté, intentando disimular la erección que comenzaba a crecer en mi pantalón.

—Sí, lo intentó varias veces. Pude sentir cómo la concha se me abría un poquito cuando él conseguía empujar justo cuando su verga pasaba por el agujero. Se podría decir que me estuvieron puerteando la concha de lo lindo, durante varios minutos, con una pija bien cabezona. Para colmo la concha me jugaba en contra, porque la tenía tan mojada que directamente lo estaba lubricando.

—¿Y la cosa no pasó a mayores?

—No, porque Marcos acabó. No suele pasarle durante la terapia, por lo general tiene buen aguante. Pero se ve que esta vez tuvo mucha estimulación. Como te imaginarás, me dejó la concha llena de leche. Por suerte siempre tengo muchos pañuelos descartables en el consultorio, y algunas toallitas húmedas; me pude limpiar bien. Marcos, durante unos segundos, se quedó admirando su obra, me dijo que le encantaba verme la concha llena de semen.

—Debe ser todo un espectáculo.

Sabrina se limitó a sonreír.

—Bueno, creo que ya hablamos mucho sobre Marcos y sobre lo que pasó antes de que llegaras. Ahora quiero que hablemos de vos. Estoy segura de que tenés muchas cosas interesantes para contar.

Durante el resto de la terapia me limité a contarle a Sabrina más momentos en los que le chupé la verga a mi vecino, Matías… o las veces que chupé la de Lucas. Sentí que me estaba repitiendo a mí mismo y me fui del consultorio con la sensación de no haber logrado ningún progreso.

En mi vida pasaron cosas interesantes, las cuales debería contarle a Sabrina; pero porque soy un pelotudo, no me animé a hacerlo. A pesar de toda la confianza que tengo con ella, no me animé a contarle sobre la principal razón por la que empecé a hacer terapia.


Me pasé todo el viernes, y buena parte del sábado, sintiéndome un imbécil por  haber desperdiciado la sesión del jueves. Pero la noche del sábado me guardaba una sorpresa.

Sabrina me escribió y me sorprendió que no hubiera esperado hasta el domingo, el día que supuestamente teníamos “permiso” para comunicarnos por celular.

—Hola, Horacio. Estoy en otra emergencia. ¿Te acordás del chico que vino a verme el domingo pasado? Me acaba de avisar que esta noche viene a casa… y ya te imaginarás lo que va a pasar. La ropa interior que usé el finde pasado fue un éxito; pero no quiero repetirla. Por suerte estuve comprando algunos conjuntos nuevos. ¿Me ayudás a elegir uno?

Mi verga empezó a ponerse dura de solo imaginar qué conjuntos usaría Sabrina en esta ocasión. Si bien ella nunca pasaría a la acción conmigo, me encantaba ser su persona de confianza para elegir la ropa interior.

—Por supuesto —le dije, sin dudarlo—. Mostrame lo que te compraste.

Comenzó a mandarme fotos, de la misma forma en que lo había hecho la vez anterior. Los conjuntos eran bastante sugerentes, y hasta tenían ciertas transparencias que pude disfrutar. Me gustó que Sabrina se animara a mostrar su cara en las fotos, a pesar de que iba casi desnuda. En total eran tres conjuntos, de colores diferentes. Me los mostró de frente y de espalda y, por supuesto, yo los analicé mientras me hacía una paja.

—¿Qué te parecen? —Me preguntó después de un rato.

—¡Me encantan! Todos los conjuntos te quedan muy bien. Pero…

—¿Pero qué?

—¿Querés que sea totalmente honesto?

—Sí, esa es la idea. Decí lo que tengas que decir, sin vueltas.

—Los conjuntos son preciosos y te quedan de maravilla, tenés un cuerpo espectacular; pero este tipo ya te vio con ropa idéntica a esta. O sea, seguramente le va a gustar verte con alguno de estos conjuntos…

—Pero no se va a sorprender.

—Exacto.

—¿Tenés algo diferente? Algo que cause más impacto.

—Tengo… dame un ratito.

Pasaron varios minutos, pero yo no me puse a medir el tiempo, me quedé mirando el magnífico culo de Sabrina bien entangado, y estuve todo el rato dándole a la verga sin parar. Un mensaje de la propia Sabrina interrumpió mi masturbación.

—Con esto ya me estoy yendo muy al carajo… te lo muestro porque te tengo mucha confianza. ¿A esto te referías con causar más impacto?

Junto con el mensaje venía una foto. Al verla casi me explota la pija. Pude ver a Sabrina, de cuerpo completo, ella sostenía el celular en la mano y una vez más usó el recurso de fotografiar su propio reflejo en el espejo. Tenía puesto un body negro que guardaba varias similitudes con el mismo que había usado la vez pasada; pero había dos grandes diferencias. Este conjunto transparentaba mucho más, tanto que sus pezones podían verse con total claridad. Aunque esto no era lo más impactante. Esta pieza de lencería se separaba en dos cintas, a la altura del pubis, estas dos cintas quedaban a los lados de su sexo, dejando su concha totalmente expuesta. Me quedé boquiabierto al ver los gajos vaginales de Sabrina sin nada que los cubriera, se me aceleró el corazón e instintivamente aumenté el ritmo de mi masturbación. La psicóloga sonreía con naturalidad y parecía estar muy segura de sí misma, hasta había adoptado una pose sensual.

—¿Qué te parece? —Me preguntó.

Tuve que dejar de pajearme para poder responder.

—Es bastante zarpado, me sorprende que te hayas animado a mandarme esta foto. Se te ve toda la concha.

—Y eso no es nada… a mi amigo pensaba mandarle esta foto y decirle: “Te estoy esperando así, esta concha quiere pija”.

A continuación apareció una nueva imagen, similar a la anterior, pero ahora Sabrina posaba frente al espejo en cuclillas, como si fuera una rana, con las piernas bien separadas… y eso no era todo. Estaba usando su mano libre para abrirse la concha. Se veía todo, el clítoris, el agujero… todo. Sabrina sonreía con alegría. Si yo fuera una mierda de persona, podría subir a internet estas fotos, ya que sería sumamente fácil identificarla, la cara se le veía tan bien como la concha. Pero, por supuesto, sería incapaz de  hacer una cosa así, y Sabrina lo sabía, de lo contrario no me estaría mandando estas imágenes tan explícitas.

—También pensaba mandarle esto —agregó Sabrina, junto con una nueva foto.

Aquí pude verla dándole la espalda a la cámara, estaba arrodillada, apoyada contra una pared. Su inmenso culo ocupaba casi toda la imagen. La ropa interior se abría en el centro, con una forma similar a la de un corazón, su concha estaba apretada, tenía la forma de una boca horizontal. Lo más llamativo era que donde debería verse el agujero del culo, se veía otra cosa: una especie de joya amarilla. Tenía puesto un plug anal.

Al ver eso tuve que controlar el fuerte impulso de preguntarle a Sabrina sobre el sexo anal. ¿Acaso ella lo practicaba con la misma regularidad que Romina? ¿O quería hacerlo solo en esta noche especial? Pero quién sabe, quizás no se animara a tal cosa como el sexo anal y solamente usaba ese plug anal para ponerle un poquito de picante a la situación.

—Esta foto me sorprende más que las anteriores —aseguré—. Definitivamente deberías usar esta ropa, estoy seguro de que a tu amigo le va a encantar.

Tengo que reconocer que sentí un poco de celos de ese tipo, que tendría el privilegio de coger con una mujer como Sabrina. Estaba conociendo mejor a esta psicóloga y me imaginaba que debería ser muy fogosa en la cama. Debería coger con mucha pasión.

Me sorprendió que después de mi mensaje ella no respondiera. Le pregunté un par de veces si pensaba seguir me consejo y como no obtuve respuesta me limité a masturbarme mientras miraba todas las fotos que ella me había mandado, las nuevas y las viejas.

Como una hora después, recibí un nuevo mensaje de Sabrina. Decía:

—Disculpá que no te haya contestado antes… estaba comiendo.

Empecé a escribir mi respuesta, diciéndole que ella no estaba obligada a contestar de inmediato, y menos si está cenando; pero mientras escribía me llegó un video que demostraba que Sabrina se refería a algo muy diferente al decir que “estaba comiendo”.

En el video en cuestión pude verla a ella, muy sonriente, vistiendo el atuendo de las fotos. Caminó hacia la cámara, evidentemente otra persona sostenía el teléfono y me quedó muy claro que era así cuando Sabrina se arrodilló y en pantalla apareció la gruesa verga que había visto en algunas de las fotos que me envió. Sabrina agarró la pija y sin dar vueltas, se la tragó… me sorprendió que le hiciera así, sin juego previo. Se metió en la boca buena parte de la pija y empezó a chupar con pasión. Pude notar que ella realmente disfrutaba comiendo vergas. Desde que me contó las primeras anécdotas de ella haciendo sexo oral en los baños de la universidad, no pude dejar de imaginarla con una verga en la boca… y ahora lo estaba viendo, en movimiento. Por desgracia no podía fantasear con la idea de que ella me la estuviera chupando a mí, esa pija era mucho más grande y ancha que la mía.

La escena concluía con una tremenda eyaculación, que ella recibía en toda la cara, con la boca abierta. Se tragó buena parte de ese semen, y el resto quedó decorándole la cara de una forma muy pornográfica. Junto con el video también vinieron un par de fotos y un nuevo mensaje diciendo:

—Mirá cómo quedé.

Las fotos eran fabulosas, ella sonreía a la cámara, como si estuviera orgullosa de tener la cara cubierta de leche. Yo también acabé al ver eso.

—Uf… se ve que la pasaste lindo. ¿Tu amigo ya se fue?

—No, esto todavía sigue. Solamente nos estamos tomando un descanso… él me puede garchar toda la noche, y eso me encanta. Muchas gracias por tus consejos, el conjunto funcionó de maravilla.

—¿Se podría decir que causó el efecto esperado?

—Totalmente. Bueno, te dejo… me muero de ganas de que me cojan otra vez. Cualquier cosa después te escribo.

Y cumplió su promesa. Unas horas más tarde, cuando ya estaba por irme a dormir, Sabrina me escribió, adjuntando nuevas imágenes.

—¡Mirá, todo eso me metieron! Estoy muy feliz.

En las fotos aparecía ella en cuatro, con el plug anal todavía puesto, y una gruesa pija enterrándose en su húmeda concha. Después había otra, en la que estaba acostada boca arriba, también con la pija bien metida; tenía los ojos cerrados y la boca abierta en un claro gesto de placer.

Después ella dijo que se iba a dormir, porque había quedado totalmente agotada después de que le metieran tanta pija. Y yo… tuve que hacerme otra paja. Me sentí un poco mejor que la vez pasada, Sabrina me estaba demostrando que había alcanzado un alto nivel de confianza conmigo. Me gusta pensar que soy un privilegiado por poder ver imágenes tan explícitas de ella teniendo sexo, aunque a mí no se me permita tocarla.


Durante el domingo no hablamos, yo no intenté comunicarme con ella para no quedar como un pesado. Además tenía material más que suficiente para nutrir mis pajas de toda la semana.

El martes llegué al consultorio con un evidente entusiasmo, tan evidente que al verme Sabrina me dijo:

—¿Por qué tan sonriente?

La pregunta me sacudió, como un golpe bajo. Mi felicidad se debía a la charla que habíamos tenido el sábado y las fotos pornográficas que me mandó; pero no quería decirle eso.

—¿Tiene algo de malo estar contento? Al fin y al cabo vengo a terapia para sentirme mejor. Hoy te voy a hacer más fácil el trabajo.

—Así lo espero. Me dejaste un tema pendiente y me gustaría que lo charláramos.

Comenzó a subir las escaleras, yo disfrutaba cada vez más de este ritual. Ella con sus ajustadas minifaldas y sus pequeñas tangas; yo con mis ensoñaciones pajerísticas y mis deseos (reprimidos) de tocarla. Mientras subíamos tuve tiempo para aclar mis pensamientos, era cierto que había dejado pendiente un tema muy importante y que el jueves pasado no me animé a hablar sobre eso. No quería irme del consultorio sintiéndome igual de mal que la semana pasada. Tenía que contarle esto a alguien ¿y quién mejor que la propia Sabrina?

Nos sentamos en los sillones blancos y me llevé una grata sorpresa al ver que en la mesa ratona del medio estaba el equipo de mate.

—Volvieron los mates —dije.

—Sí, hace tiempo que no tomamos algo mientras charlamos. Creo que es una linda costumbre que no se debería perder.

—Estoy de acuerdo —dije, aceptando el primer mate que ella me alcanzó.

El ambiente tan agradable y familiar hizo que mi estado de ánimo mejorase aún más. Ya no sentía tanta vergüenza por lo que tenía que contar, al contrario, quería hacerlo. Sabrina me inspiraba mucha confianza.

—Lo último que me contaste fue que hiciste una apuesta bastante fuerte con Matías, y perdiste. Por eso tenías que entregarle el orto… aunque no me pareció que estuvieras dispuesto a hacerlo.

—No quería hacerlo. Más que nada porque lo consideraba humillante. Para mí ya había sido una humillación tener que chuparle la verga… aunque no lo voy a negar, al hacerlo tantas veces empezó a gustarme. Pero ya te conté que Matías es un mal ganador. Varias veces, mientras yo le comía la pija, me dijo cosas como: “Dale, putito… cometela toda, como te comiste todos esos goles”.

Sabrina soltó una risotada.

—Perdón, no debí reírme —se excusó—. Pero la situación me resulta divertida.

—Tal vez lo sea para vos, que no estuviste de rodillas, chupándole la pija.

—No, pero más de una vez me dijeron cosas humillantes mientras hacía un pete. Una vez se la chupé a un conserje de la universidad, y él me dijo: “Sabía que detrás de esa carita de pendeja estudiosa se escondía una gordita muy petera. Se nota que te encanta la pija”.

—Upa… ¿y por qué se la chupaste a un conserje? ¿El tipo era lindo?

—No mucho… aunque sí tenía una buena pija. Se la chupé porque un día me descubrió haciendo un pete en uno de los baños… y como mi situación en la universidad ya era delicada, llegamos a un acuerdo. Yo le hacía unos cuantos petes y él no contaba nada a nadie.

—¿Unos cuantos?

—Em… sí… se la tuve que chupar varias veces… y la verdad es que su pija me terminó gustando tanto que las últimas veces directamente me dejé coger. Le terminé suplicando que me metiera toda la pija. El tipo estaba en la gloria… y no paró de decirme puta, chupapija, tragaleche, y todo lo que te puedas imaginar. También tengo que confesar que eso me excitó mucho. Fue parte de mi proceso para descubrir que me calienta que me digan cosas así.

—Bueno, sí. Después de todo lo que hablé con vos, ya tengo asumido que la humillación me calienta; y cuando estaba con Matías también me calentaba que él me dijera esas cosas. Pero no lo entendía. No entendía que el morbo venía de la humillación. Yo pensaba que mi excitación se debía solamente a que me gustaba chuparle la verga. Aunque, como ya te dije, entregar el orto para mí estaba a otro nivel. De hecho, ese día le dije a Matías que no pensaba entregar el culo.

—¿Ibas a incumplir con tu parte del acuerdo?

—No exactamente. Sabía que si cancelaba la apuesta, él se enojaría mucho. Si hubieras visto la ilusión que tenía… realmente quería meter la pija en algún agujero.

—Es comprensible. Un pibe virgen al que se la chuparon tanto, seguramente se moría de ganas de coger.

—Y al parecer no le importaba que su primera vez fuera con un hombre.

—Bueno, sus primeros petes se los hizo un hombre, y llegó a disfrutarlos. Por lo que entiendo, a Matías solo le importaba el placer físico que sentiría.

—Exacto. Ese día se fue un poco enojado, pero le prometí que no olvidaría la apuesta y que cumpliría con mi parte del trato. Después de eso, él siguió viniendo a casa, para jugar a la Play conmigo; pero ya no hicimos apuestas como las de antes. Al parecer Matías no quería hacer más apuestas hasta que yo cumpliera con la que tenía pendiente. Una de esas tardes, mientras tomábamos algo fresco y jugábamos nuestro tercer o cuarto partido, le dije: “¿Querés que te chupe la pija?” Él me miró sorprendido y me respondió: “Pero no hicimos ninguna apuesta”, a lo que yo contesté: “No importa, te la chupo igual”.

Por supuesto, él accedió encantado. Sacó la pija del pantalón y yo me arrodillé. Esta vez se la chupé con bastantes ganas. Incluso llegué a decirle: “Tenés una pija muy linda, dan ganas de comérsela toda”. Y, efectivamente, me la tragué tanto como pude. Mientras estábamos en pleno acto, él empezó a emocionarse, como solía pasar. Me agarró de la cabeza y empezó a menear la pelvis, clavándome la pija en toda la boca. Empezó a decirme: “¿Te vas a tomar toda la leche, putito?”. Yo estaba tan caliente que apenas tuve un respiro le dije: “Largá toda la leche y yo me la tomo”. Y así fue, acabó directamente dentro de mi boca. Salió tanta leche que casi me ahogo; pero al final logré tragar casi toda.

Con esto a Matías le empezó a quedar más en claro que yo disfrutaba chupando pijas, así que cuando volvió a mi casa, un par de días después, ni siquiera perdimos tiempo con videojuegos. Él se me paró adelante, sacó la pija del pantalón y yo entendí lo que debía hacer. Lo que más disfruté de todo esto es que él no hiciera preguntas. Era una de las cosas que más miedo me daba, porque Matías suele ser imprudente. Yo no quería ser sometido a un interrogatorio para explicar por qué me gustaba chupar vergas.

Unos días después él volvió a casa y, por supuesto, lo primero que me dijo fue: “Chupame la verga”. Yo le dije que sí, que se la iba a comer toda… pero que todavía no, porque hacía calor y quería darme un baño. Lo noté impaciente, sin embargo aceptó esperar. Cuando yo estaba dándome una ducha, ocurrió algo que no vi venir: Matías abrió la puerta. Casi me muero de la vergüenza, porque yo estaba completamente desnudo. Uno de los motivos por los cuales no accedí a que él me diera por el culo era que no quería que me viera desnudo. Esto me daba muchísima vergüenza, especialmente porque mi verga no se compara en tamaño a la de él. Y sí, al entrar me vio el pene… que para colmo estaba flácido y medio achicharrado, porque me estaba duchando con agua fría. Pero a él no pareció importarle en lo más mínimo, lo miró como quien mira un adorno aburrido en la casa de la abuela. A continuación se quitó toda la ropa y se metió bajo la ducha, justo detrás de mí. No me sorprendió que tuviera la pija dura, lo que sí me tomó por sorpresa fue que me agarrara de la cintura. Estuve a punto de decirle que no, cuando sentí algo duro contra el agujero del culo. El culo se me llenó de preguntas. Apenas sentí como el glande quería abrirse lugar hacia adentro pensé: “Esto podría ser interesante”. No me moví, solo me incliné un poco hacia adelante, y permití que Matías presionara su pija contra mi culo. Por suerte no ejerció más presión de la debida, y yo pude experimentar lo cómo se siente que el culo se dilate mientras te están metiendo una pija. Llegó a meterme todo el glande y lo dejó allí un rato. Evidentemente no iba a entrar más, yo no estaba preparado para tanta pija. Por eso me puse de rodillas y empecé a hacerle un pete. Fue uno de los más largos que le hice y él llegó a eyacular dos veces… y las dos veces yo me tragué la leche.

—A pesar de ser un pendejo muy calentón, Matías no se desesperó y te permitió cortar la situación justo cuando la verga estaba entrando.

—Sí, eso me dio mucha confianza. Al principio tenía miedo de que él fuera demasiado duro al hacerlo, que intentara forzar demasiado las cosas. Creo que esa fue su forma de demostrarme que sería gentil. Aunque no te lo voy a negar, me quedó doliendo el culo.

—Y claro, era tu primera vez. La primera vez siempre duele.

Estuve tentado a preguntarle acerca del sexo anal, si es que ella lo había practicado o no; pero no quería que lo viera como un intento de esquivar el tema de mi conversación. Decidí dejarlo para otro momento.

—En fin, con esa breve experiencia empecé a sentirme diferente con respecto al sexo anal, incluso llegué a masturbarme fantaseando con la idea de tener la pija de Matías en el culo. Y descubrí que esa fantasía podía ser una realidad cuando me visitó Lucas. Llevaba varios días sin verlo y lo recibí con mucho entusiasmo. Él me ofreció su verga y yo la acepté encantado, se la empecé a comer, disfrutándolo mucho. Porque si la pija de Matías me gustaba, la de Lucas me agradaba todavía más.

—Claro, Lucas la tenía más grande.

—Sí… además con él podía chupar pija sin recibir comentarios humillantes. Que, a ver, sí que me excitaban esos comentarios; pero en aquel entonces todavía me costaba procesarlo. Prefería hacer petes en silencio, y Lucas me lo permitía. Aunque esta vez le tenía una pequeña sorpresa preparada. Estábamos los dos en mi cama. Mientras se la chupaba, me bajé el pantalón y me puse en cuatro, abriéndome las nalgas. Estaba muerto de miedo, creía que él me preguntaría qué pretendía hacer. Llegué a pensar que esto le parecería demasiado; pero por suerte me equivoqué. Lucas no dijo nada, se colocó detrás de mí y empezó a empujar su pija contra mi culo. Esta vez me quedó claro que la situación me causaba mucho morbo. “Me voy a dejar romper el orto”. Eso sí que era lo más gay que podía hacer. Después de este día todo sería un punto y aparte. Sería el día en el que yo asumiera que, de verdad, me gustan las pijas… tanto como para querer tenerlas metidas en el culo. Sin embargo Lucas la tenía tan grande que apenas pudo meter un poco más que el glande. Yo, todo transpirado y con la cara roja por el esfuerzo, le pedí que no siguiera. Él me hizo caso… a medias. Porque sí sacó la verga… solo para después meterla otra vez. Esto fue maravilloso. Pude sentir su glande entrando y saliendo varias veces… y mientras más entraba, más placentero me resultaba. Aunque todavía me dolía un poco. Por eso terminé chupándole la pija otra vez, hasta que él consiguió acabar.

Esta situación me preparó para lidiar con Matías. La próxima vez que él llegó a casa, yo mismo me ofrecí a chuparle la pija. Le dije: “Te estaba esperando. Ando con ganas de comerme una buena poronga”. Lo llevé a la pieza, un lugar al que no entrábamos casi nunca. Él se acostó y yo empecé con mi labor de petero, algo en lo que ya me podía considerar todo un experto. Se la chupé tan bien que incluso lo hice gemir, cosa poco frecuente en Matías. Cuando él la tuvo bien dura, me quité la ropa, me puse en cuatro y, abriéndome las nalgas, le dije: “Estoy listo para pagar la apuesta”.

Matías se entusiasmó mucho, especialmente cuando le dije que en la mesita de luz había un lubricante. Este pote fue la clave para todo el asunto. Él se cubrió la pija con el gel lubricante y empezó a trabajar mi culo, que de a poquito se fue abriendo. Lo que más me sorprendió es que, llegado a un punto de dilatación, el glande se metió para adentro de golpe. Fue inesperado y maravilloso, se sintió genial. Se deslizó dentro de mi culo con una facilidad enorme. Sé que eso se debió a que había buena lubricación y a que Matías encontró al posición justa para meterla. “Está entrando”, dijo él, entusiasmado. “Bueno, pero ahora andá despacito”, le pedí. Pero mis pedidos fueron inútiles. Acá emergió el pendejo afrechudo al que yo tanto temía. Me agarró fuerte de la cintura y me dijo: “Preparate, putito, porque te voy a romper bien el orto”. Estuve a punto de suplicarle, pero fue inútil. Él empezó a moverse muy rápido, la verga se deslizó completamente fuera de mi culo, solo para volver a clavarse otra vez. Solté un grito, que era una mezcla entre dolor y placer, y me aferré a las sábanas. “Despacito, Mati… despacito”, le decía… y él no me escuchaba. Siguió meneando su cadera y mi culo se fue adaptando cada vez mejor, para contener esa verga. Cada vez fue entrando más, y esto le permitió a Matías acelerar el ritmo. Mientras me la metía, me dijo: “Perdiste, putito… perdiste. Te rompí el orto jugando a la Play, y ahora te voy a romper el orto a pijazos”. Eso sí que fue humillante, porque aún me molestaba que él se burlara de mí por perder esos partidos… y ahora me estaba haciendo sentir más perdedor que nunca.

—Si fue tan humillante, debió ser muy morboso.

—Sí, totalmente. Cuando las penetraciones adquirieron un ritmo constante, empecé a disfrutarlo muchísimo. Matías me dijo: “Tu orto pide verga”, y me dio más fuerte. Y yo, desesperado, le dije: “Pará, pendejo… me vas a romper el orto. Metemela despacito”. Pero él no se inmutó, me dijo: “Te voy a partir al medio. Te voy a dejar el orto chorreando leche”. Y empezó a bombear a toda potencia. Yo me sacudía con toda la fuerza que él ejercía al metérmela, y la pija se me clavaba hasta el fondo cada vez que él arremetía contra mi culo. Para ser su primera vez, te digo que lo hizo muy bien. Tan bien que a mí se me puso la verga dura… más dura de lo que había sentido nunca. Lo que más me sorprendió fue que, entre tanta penetración placentera, yo terminé acabando, sin siquiera pajearme. Me saltó la leche solita, mientras me seguían taladrando el orto. Y cumplió su promesa: me dejó el orto chorreando leche. Cuando sacó la pija, después de acabar, pude sentir todo el semen saliendo de mi culo, y pensé: “Ya está, soy puto. Me llenaron el culo de leche. De esto no hay vuelta atrás”. Lo que más me convenció de eso fue que yo mismo acabé mientras me cogían. Esa era la prueba irrefutable de que lo había disfrutado. Y Matías me decía: “Mirá cómo te quedó el culo re abierto… y te sale un montón de leche”.

Después de eso nos quedamos unos minutos en la cama, recobrando el aliento. Yo volví a chuparle la verga una vez más, como si con ese gesto le estuviera diciendo: “La pasé bien”. Y bueno, eso fue todo. Esa es la historia de la vez que me rompieron el orto… por perder jugando a la Play.

—¡Qué lindo! —dijo Sabrina, con mucho entusiasmo—. Me alegra que por fin te hayas animado a contarme eso.

—Sí, creí que nunca me animaría. Este es uno de mis mayores secretos. O sea, no es que no lo sepa absolutamente nadie… pero es la primera vez que me animo a contárselo a alguien. Tengo que reconocer que tus métodos, a pesar de ser un tanto extraños, son sumamente efectivos. Nunca imaginé que llegaría a tenerte tanta confianza como para contarte esto.

—Me alegra mucho que lo hayas sacado de adentro. ¿Ahora te sentís un poco menos pesado?

—Sí, la verdad es que sí. Es como si me hubiera sacado una mochila de encima.

—Me imagino que todavía quedan cosas para contar.

—Sí, todavía quedan algunas cosas por contar.

—Bueno, no te voy a presionar con eso. Si querés a la sesión de hoy la dejamos acá, y la próxima vez que vengas intentaremos avanzar un poquito más.

—Me parece perfecto.

Me despedí de ella y salí del consultorio con una alegría que no me cabía en el cuerpo. Definitivamente Sabrina es la psicóloga que yo tanto andaba necesitando.