Transferencia Erótica [10].
El Vecino.
Capítulo 10.
El Vecino.
—Bueno, Horacio, contame cómo va todo —dijo Sabrina. Estábamos en su consultorio, como ya era costumbre los días martes. Yo debía tener una cara de perro mojado impresionante. Ella me miraba como si yo necesitara urgente una manta y un lugar seco para dormir—. La última vez Romina se fue un tanto afectada. ¿Qué pasó después?
—Tuvimos una charla… en una plaza, acá cerca. No duró mucho, pero fue contundente. Me dejó hecho mierda.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—Me confesó que durante nuestro noviazgo me fue infiel, prácticamente desde el principio. Me dijo, y cito textualmente: “Siempre fuiste un cornudo”.
—Uf, eso es fuerte. ¿Volvieron a hablar después del jueves?
—No. Ella decidió no quedarse en mi casa el resto de la semana. Volvió a su ciudad ese mismo día.
—Me quedé un poco preocupada por ustedes. El domingo te escribí, pero no respondiste.
—Perdón. Leí los mensajes, te iba a contestar; pero no quería amargarte el domingo con mis problemas. Para eso están las terapias. Consideré que lo mejor era hablarlo acá, presencialmente.
—¿Y querés hablar de eso?
—No, la verdad es que no. Todavía no sé cómo digerirlo. Lo peor es no saber exactamente qué pasó. Romina incluso mencionó que su amiga Marisa estuvo involucrada de alguna forma. Sé que no hubo sexo entre ellas, porque Romina jamás accedería a chuparle la concha a una mujer; pero creo que sí hubo mucha complicidad entre las dos. Marisa sabía que Romina me era infiel. Aunque al parecer Marisa se aprovechó de esa confianza y empezó a pedirle a Romina cosas que ella no estaba dispuesta a dar.
—Ya veo. Por eso la ruptura de la amistad.
—Sí. Y eso es todo lo que sé. Lo demás son puras conjeturas mías, que no llevan a ninguna parte.
—Sobre este tema vamos a tener que hablar en algún momento, porque es importante. Sin embargo no es necesario que lo hablemos ahora mismo. ¿Preferís charlar sobre otra cosa?
—Sí, me vendría bien hablar de algo más lindo, porque esto me tiene mal.
—¿Y cuál es la primera cosa agradable que se te viene a la mente?
—No sé… nada… últimamente ando como un zombie. Ni siquiera me pude sentar a escribir. No me puedo concentrar.
—A ver… vos me contaste sobre aquella chica, Karen. Sé que las cosas no terminaron muy bien; pero por aquella época vos todavía veías a Lucas, y hasta donde me contaste, las cosas con él marchaban muy bien. ¿Querés contarme algo más sobre ese tema? —Ella me mostró una sonrisa cómplice y libidinosa; bajó un poco la voz, como si quisiera contarme un secreto y dijo—: Sinceramente me da curiosidad saber si le volviste a chupar la pija.
Me contagió con su sonrisa.
—Sí, la verdad es que sí se la volví a chupar.
Ella se movió, inquieta y feliz, como si fuera una niña recibiendo un regalo navideño.
—A ver, contame cómo fue.
—Sé que esto pasó después de la última charla que tuve con Karen, porque yo aún me sentía mal por eso. Una tarde vino Lucas, con la intención de quedarse en mi casa toda la noche. Comimos unas pizzas, jugamos a la Play y nos pusimos a mirar algunas películas. A mitad de la segunda película yo me empecé a aburrir y, como si fuera una novia aburrida en un cine, le metí la mano dentro del pantalón. Por supuesto, él no dijo nada. Un par de minutos más tarde yo ya estaba de rodillas en el piso, chupándole la verga. Él seguía con la mirada fija en la pantalla, pero no sé si le estaba prestando atención a la película. Lo que más me gustaba era que no dijera nada. Ya estaba todo dicho, pero sin palabras. A mí me gustaba chuparle la pija y a él le gustaba que se la chupe. Esa noche se la chupé tres veces. Fue una locura. Yo todavía seguía maquinándome. Tenía dudas de cómo afectaría esto mi sexualidad. ¿Me estaba volviendo gay? No lo sabía. Lo que sí sabía era que me gustaba sentir su verga dura dentro de la boca, me encantaba recorrerla con la lengua, chuparle los huevos y, lo mejor: me encantaba que me acabara en la boca. Me había vuelto adicto a su semen.
—Es adictivo. Te lo aseguro.
—¿De verdad?
—Bueno, no el hecho de tragar semen en sí, lo adictivo es el morbo, la adrenalina que se produce en ese momento. Eso sí es adictivo.
—Como para los que practican deportes de riesgo, que se vuelven adictos a la adrenalina.
—Exacto, eso mismo. Durante mi época de facultad chupé muchas pijas, más de las que una futura psicóloga debería chupar. En el curso ya se corría el rumor de que yo era una petera y muchos hombres querían ir a estudiar a mi casa porque… se la chupaba a casi todos. No a todos, porque algunos no me gustaban para nada; pero sí a la mayoría. Me sentía culpable por comportarme de esa manera, y aún así no lo podía evitar. Me había vuelto adicta al pete. Y si tenía algún compañero pijudo, era capaz de chupársela tres o cuatro veces en una sola tarde… y también me dejaba coger. Si bien a mí lo que más morbo me daba era el sexo oral, también disfrutaba mucho cogiendo.
—El rumor sobre tus petes tuvo algo que ver con esos videos que están en internet.
—Sí, bastante. No me dejaron muy bien parada. Si bien no los vio todo el mundo, podía identificar a las personas que lo vieron por cómo me miraban. A algunas de mis amigas no le importó, hasta me pidieron más detalles sobre lo que pasó. Pero hubo otras que empezaron a tratarme un poquito mal, o directamente dejaron de hablarme. Al parecer les ofendía que a mí me gustara chupar pijas… como si ellas no lo hicieran.
Me moría de ganas por ver ese video, pero mis intentos de búsqueda en internet no habían arrojado ningún resultado favorable. Solamente una vez me emocioné, porque en la miniatura de un video vi a una chica de anteojos con una pija en la boca… y se parecía a Sabrina. Sin embargo, al verla en movimiento, me di cuenta de que no era ella. De todas maneras guardé el video, por si se me ocurría mirarlo más adelante, con alguna ayudita de mi imaginación.
—¿Pasó algo más con Lucas?
—Em… ahora que hago memoria, creo que en este punto debería empezar a contarte sobre Matías.
Ella se puso alerta, como un perro cuando escucha un ruido.
—¿Quién es Matías?
—Mi vecino. Bueno, era mi vecino en aquella época. Vivía en el mismo edificio que yo, compartíamos piso. La diferencia es que yo vivía solo y él con su familia. Era más joven, apenas tenía dieciocho años, unos siete años menor que yo. Lo había visto algunas veces al salir o entrar, pero nunca le presté demasiada atención. No suelo socializar mucho con mis vecinos, aunque claro, hay excepciones. Matías fue una de ellas.
La primera vez que le presté atención fue cuando lo vi sentado en el pasillo, junto a la puerta de su departamento. Era un chico delgado, de pelo castaño, pensé que le resultaría atractivo a las chicas. Le pregunté si había perdido las llaves y me dijo que sí, varias veces. Por eso su madre no quería darle un nuevo juego de llaves. Al parecer el pibe era bastante despistado. Estaba esperando que alguien de su familia volviera a la casa, para poder entrar. Esta secuencia empezó a repetirse durante algunos días, cuando yo volvía a mi casa, a eso de las cuatro de la tarde, normalmente me encontraba a Matías sentado en el pasillo. Sus padres trabajaban hasta las tres, pero a veces se demoraban o se iban a otro lado. Una vez vi que eran las seis y media y él seguía sentado ahí. Entonces, la próxima vez que me lo encontré, le dije: “¿Querés pasar a mi casa y esperar ahí adentro? Es mejor que estar sentado acá afuera, y podés tomar algo”. A él le gustó la idea y no tuvo problemas en entrar. Le pregunté si le gustaba jugar a la Play y él me dijo que sí, de hecho tenía una y a veces hacía torneos con sus amigos en un jueguito de fútbol. Aseguró que era muy bueno en ese juego. Yo no soy un gran talento, pero me defiendo. Le propuse jugar a la Play. Esto se empezó a volver una rutina diaria, Matías esperaba en mi casa y nos quedábamos jugando durante una hora o dos. A veces se quedaba incluso después de que sus padres hubieran llegado. A ellos les agradaba que Matías se quedara en mi departamento jugando a la Play, preferían eso antes de que anduviera callejeando.
Charlando con Matías me enteré de que él no tenía novia, lo que me pareció raro, ya que tenía su atractivo. Sin embargo algo parecido ocurría con Lucas, y si algo tenían en común Lucas y Matías es que los dos tenían personalidades bastante infantiles. Puede que eso sea como tener un campo de fuerza que repele a las mujeres.
—En muchos casos, lo es. Pero hay mujeres a las que les agradan los tipos inmaduros. Les hace sentir que pueden moldearlos a su gusto. Si alguna vez una novia te dice que no está intentando cambiarte, probablemente esté mintiendo.
—Tomo nota de eso —dije, con una sonrisa—. Una tarde me preguntó por Karen. Él la había visto entrar y salir más de una vez y le pareció muy linda. “¿Alguna vez te la cogiste?” Me preguntó, con descaro total. Me quedé asombrado por su total falta de ubicación; pero así era este pibe, al menos con los hombres. Si yo hubiera sido mujer probablemente no se hubiera animado a hablarme. Como insistió tanto en el tema tuve que confesarle que, efectivamente, me había acostado con Karen… y más de una vez. Él se quedó asombrado y al principio pensó que yo le estaba mintiendo, porque Karen es muy bonita y yo… bueno, ya ves lo que soy yo. Poca gente me creería si les digo que tuve sexo con ella. Al final logré convencerlo de que era cierto. También le conté que ya no nos veíamos, porque la cosa no había marchado bien. No quise entrar en detalles y él no insistió sobre ese tema. Lo que sí quería saber era cómo tenía la concha Karen ¿Peluda o depilada? ¿La chupa bien? ¿Se traga la leche?
—¿Todo eso te preguntó?
—Eso y mucho más. Empecé a notar que Matías tenía un gran interés sobre el sexo y cuando le pregunté qué experiencia tenía él en la materia me dijo que solo había mirado porno, y nada más. Le expliqué que el sexo real, por lo general, no suele parecerse al porno. Además no me interesaba contarle intimidades sobre Karen. A vos te las cuento porque sos mi psicóloga, y porque me inspirás mucha confianza. Sin embargo él no me inspiraba nada de confianza. Creía que al otro día le estaría contando sobre Karen a alguno de sus amigos.
—Probablemente el chico no tenía con quién hablar de esos temas. Tal vez no se animaba a hablarlo los amigos de su edad, o puede que fueran tan inexpertos como él.
—Sí, y dudo mucho que lo hablara con sus padres. No los conocí muy a fondo pero me daba la impresión de que eran esa clase de personas que se preocupan más por sus propios objetivos que por la sexualidad de su hijo. Matías no tenía con quién hablar de sexo, por eso fue tan insistente conmigo.
Pero al final entendió que yo no le revelaría ningún detalle sobre Karen y me pidió permiso para hacer una pregunta más: “¿Está bueno que te la chupen?” No tenía ganas de responderle, pero la respuesta es obvia: “Sí, claro que está bueno —le dije—. Especialmente si lo hacen bien”.
Más allá de esa charla, todo marchó relativamente normal, hasta que un día Matías dijo que no tenía ganas de jugar a la Play. Cuando le pregunté por qué, respondió que ya estaba aburrido de ganar. Eso en parte era cierto, él ganaba la mayoría de los partidos; pero yo le gané algunos. Así que le dije: “Te apuesto lo que quieras a que te gano”. No fue por orgullo, simplemente pensé que desafiándolo le daría un incentivo para jugar. Él es un chico bastante agrandado. Es de los malos ganadores. Esos que te ganan un partido y te lo restriegan por la cara durante una semana. A veces me sacaba de quicios, aunque en realidad yo no me enojaba.
Él quería saber qué íbamos a apostar, y yo le dije que cualquier cosa, menos dinero. No me gusta apostar dinero. A él esa idea le agradó, porque nunca tenía plata. Le dije que el que ganara podía pedirle cualquier cosa al otro. En ese momento se me ocurrió decirle que si yo le ganaba, él me tenía que prestar un juego de Play, uno en particular, que se había comprado hacía poco tiempo. Sabía que para él era una apuesta dura, porque el juego era nuevo y no quería desprenderse de él. De todas maneras accedió a la apuesta. Cuando le pregunté que quería si él ganaba, soltó una frase que no me voy a olvidar nunca en la vida: “Si yo gano, me chupás la pija”.
—¡Apa! Sin vueltas el pendejo.
—Sí, me lo dijo así, de una. Yo me quedé helado, mirándolo. “¿Qué te hace pensar que voy a hacer eso?” Le pregunté. Él se encogió de hombros, sin dejar de sonreír, y me dijo: “Quiero que la apuesta sea fuerte, así te esmeras en ganarme”. “Estás loco —agregué—. Yo no te la pienso chupar, aunque me ganes cinco veces seguidas”. Eso lo dejó pensando un rato, y luego dijo: “¿Y si te gano diez veces seguidas?”. Esta vez fue mi turno para reírme. Si bien él me ganaba la mayoría de los partidos, nunca había conseguido ganarme más de tres o cuatro consecutivos. “Está bien —le dije, medio en broma—. Si me ganás diez veces seguidas, te la chupo; pero si yo gano una sola vez, me das el juego”. Me respondió con un “trato hecho”, y nos dimos la mano.
—Dejame adivinar. ¿Te ganó?
—Hey, no te adelantes a los hechos, el que está narrando soy yo.
—Perdón —Sabrina soltó una risita—. Es que ahora mismo tengo el “modo ansiedad” activado.
—Es una práctica muy mala para una psicóloga.
—Sí, lo sé… pero a veces, cuando me pongo a charlar con vos de ciertos temas, se me olvidan mis papeles como psicóloga.
Ese comentario me halagó, por lo que decidí no torturarla con su pequeño traspiés.
—Está bien, no pasa nada. Prefiero una psicóloga ansiosa e interesada en lo que estoy contando, antes que un robot frío que, tal vez, esté pensando en otra.
—Te aseguro que fría no soy… al contrario, soy bastante calentona —me guiñó un ojo, eso hizo vibrar hasta lo más hondo de mí.
—Sigo contando. Matías debía ganar diez partidas consecutivas, y no fue así. Ganó seis seguidas, al parecer el pibe estaba motivado. A la séptima partida la gané yo; pero él pidió que la anulemos. Dijo que yo hice trampa.
—¿Hiciste trampa?
—Bueno… —me rasqué la nuca—. Si cambiar el joystick por uno que funcionaba mal mientras él estaba en el baño es hacer trampa… entonces puede que sí.
Sabrina se rió a carcajadas.
—Ay, Horacio, nunca me imaginé que fueras un tramposo.
—No me enorgullezco de lo que hice; pero mi honor estaba en juego. Todo hubiera sido perfecto si los fallos del joystick roto no hubieran sido tan drásticos. Se notaba mucho que no era el mismo joystick. Tuve que volver a conectar el que funcionaba bien, y jugamos otra vez el séptimo partido… lo perdí por goleada. Así como también perdí todos los demás, hasta el décimo.
Matías empezó a bailar de alegría, algo que solía hacer cuando me ganaba muchos partidos seguidos. Ya te lo dije, es un mal ganador. Le gusta burlarse de sus rivales, y creo que eso fue lo que más me humilló. Que un pendejo de dieciocho años me venza, ya es motivo de humillación suficiente; pero que además se ponga a bailar y a burlarse de mí, era más de lo que podía tolerar.
—Pero… ¿cumpliste con tu promesa?
—No. Estaba enojado… y humillado. Si se hubiera tratado de Lucas, se la chupaba sin chistar. Con Lucas ya llegamos a un entendimiento en ese aspecto. Pero con Matías no tenía la confianza suficiente. Además había una cosa que me preocupaba.
Cuando le dije que no pensaba chupársela, él protestó. “¿Te creíste que en serio te la iba a chupar? ¿Estás loco?”, le dije. Y él adoptó su mejor postura de pendejo caprichoso y empezó a decir que yo perdí la apuesta, que nos dimos la mano, que yo debía cumplir con mi palabra y que sí, él iba muy en serio con lo del pete. Realmente esperaba que yo le chupara la pija, porque él se lo ganó. Le dije que ni loco lo hacía, primero porque a mí eso de chupar pijas no me gusta (esta parte era mentira, por supuesto), y segundo porque él se lo iba a contar a todo el mundo. No quería que la gente anduviera diciendo que yo soy maricón. “No me la tenés que chupar porque seas maricón”, me dijo. “La tenés que chupar porque perdiste una apuesta. Yo te prometo que nunca se lo voy a contar a nadie”. Esta promesa me la hizo varias veces. Pero no fue suficiente para ablandarme, la idea de chupar una pija que no fuera la de Lucas me parecía una locura.
—¿Por qué? —La pregunta de Sabrina me dejó descolocado. Como no dije nada, siguió hablando—. ¿Por qué sería una locura chupársela a Matías después de que se la chupaste tantas veces a Lucas? Creía que ya tenías asumido que te gustaba chupar vergas, al fin y al cabo a Lucas se la comiste… bueno, de la misma forma en que yo me comí la pija de mis compañeros de facultad. Para tragar verga tres veces en un día hay que tener muy asumido que te encanta hacer petes… especialmente si te tragás la leche.
—¿En serio te parece tan raro que me haya parecido una locura chupársela a Matías?
—A ver, puedo entender tu miedo a que Matías se lo contara a otras personas. Cuando yo empecé con esta práctica habitual de chuparle la pija a los compañeros de facultad que caían en casa “para estudiar” —dibujó las comillas con los dedos—, tuve que aguantar muchas humillaciones. Más de uno, mientras se la chupaba, me decía que yo era una putita petera y que ya le habían contado que yo no me niego a ninguna pija, que apenas me muestran una, me pongo de rodillas y la chupo. Eso no era tan cierto, hubo algunos que rechacé, porque eran tipos que no me gustaban para nada; pero acepté chupársela a tantos que el rumor de que yo era puta y petera empezó a dar vueltas por toda la universidad… y para colmo había videos que lo respaldaban. Nadie se estaba inventando nada, a mí me encanta comer pijas y que me llenen la cara de leche. Al principio me ofendía si alguna persona me decía “puta” o “petera”; pero después acepté que era la verdad. Yo estaba mostrando muchas actitudes de puta, y soy muy petera. Así que dejé de ofenderme por eso. Lo único que me preocupaba era que, cuando empezara a ejercer, alguno de mis pacientes encontrara esos videos comprometedores…
—Uy, nunca se me ocurrió pensar en eso. ¿Alguna vez pasó?
—Em… pasó más de una vez. Pero no nos desviemos del tema…
—Ah… pero, yo quiero saber. ¿Qué pasó? Si querés contame sin dar nombres de pacientes…
—Ahora no, Horacio. Estamos hablando de otro tema. Te lo cuento otro día.
—Siempre me decís lo mismo, y nunca cumplís.
—¿Con qué no cumplí?
—Bueno, hace unas semanas me contaste de un tal Nacho, que era paciente tuyo. Al que le gustaba desnudarse en el consultorio. Me dijiste que me ibas a contar lo que pasó con él; pero no lo hiciste.
—Mm… bueno, no dije cuándo te contaría.
—¿Por qué no ahora?
—Porque ahora me estás contando vos, sobre Matías.
—Hagamos una cosa: Vos me terminás de contar lo de Nacho y yo te cuento si pasó algo o no con Matías.
—Eso es trampa, porque vos sabés que con Nacho pasaron algunas cosas… indebidas. Pero yo todavía no sé si con Matías pasó algo o no.
—Aunque no haya pasado algo Matías, tengo otras cosas para contar.
Ella meditó unos instantes.
—Bueno, está bien. Lo que estás haciendo es chantaje, pero es cierto que te prometí contarte lo de Nacho, y lo voy a hacer, si primero respondés la pregunta que te hice.
—¿Cuál pregunta?
—¿Por qué te parecía una locura chupársela a Matías si ya se la habías chupado a Lucas tantas veces?
—Em… porque Matías era otra persona. En mi mente me decía que tenía permitido chupar una verga: la de Lucas. Y nada más. Ese era el límite, solo chupársela a él. Hacerlo con otro hubiera sido admitir que no solo me gustaba chupar la pija de Lucas, sino que me gustaba chupar cualquier pija. No quería reconocer eso.
—Está bien, es una buena respuesta. Bueno, te voy a contar lo de Nacho, pero antes quiero que te quede bien claro una cosa: no importa qué hice o qué no hice con Nacho. Fue una ocasión muy particular y, ni por asomo, creas que me comporto de la misma manera en todas mis terapias. Ni creas que con vos me voy a tomar las mismas… libertades.
A pesar de que nos volvimos muy cercanos, Sabrina quería seguir manteniendo un poco la distancia entre paciente y terapeuta.
—Te prometo que no importa lo que me cuentes, sobre Nacho o sobre cualquier otro paciente. Nunca voy a asumir que conmigo harías lo mismo. O que con otro hayas hecho algo parecido. Entiendo que cada paciente es único.
—Así es, cada situación es única. Cada persona es diferente… incluso los momentos de mi vida son diferentes. Como te dije aquella vez, Nacho me agarró en una época en la que yo tenía muy poca experiencia y todavía me aterraba tratar con ciertos pacientes. —Hizo una pausa, como si estuviera organizando sus recuerdos—. Lo más llamativo de Nacho era que, dentro del consultorio, se olvidaba de sus inhibiciones. Tenía la idea de que en terapia podía hacer lo que se le diera la gana, porque para eso me pagaba. Desde el preciso momento en el que él se desnudó frente a mí, yo debería haberlo derivado con otro psicólogo. Pero no lo hice porque me dio miedo. No quería reconocer que yo era incapaz de tratar con un paciente, en esa época tenía mucho orgullo de terapeuta y creí que cualquier desafío debía ser afrontado. Hoy en día puedo admitir que las cosas se me fueron de las manos y que, por orgullo, terminé haciendo cosas que no debería haber hecho. Esto ocurrió en la época en la que yo trabajaba en el otro consultorio. No me quería ni imaginar qué podría pensar la recepcionista si algún día abría la puerta y lo encontraba a Nacho, parado frente a mí, con la pija erecta en la mano… haciéndose una paja. No hubiera tenido forma de explicarlo. Si bien la recepcionista tenía rotundamente prohibido interrumpir las sesiones, era una mina bastante boluda, por lo que no podía descartar que ocurriera algo como eso.
Por supuesto yo intentaba mantenerme lo más profesional posible, aunque la situación no tuviera nada de profesional. Le preguntaba a Nacho por su semana, por sus problemas más habituales y por cualquier cosa que se me ocurriera, mientras él se masturbaba frente a mí. Sin embargo conseguí que hablara un poco. Me confesó que estaba muy caliente con una profesora de su facultad, y que también le excitaba mucho la bibliotecaria de la universidad. Ambas eran mujeres que rondaban los treinta y pico y, según él, eran bonitas, sin llegar a ser despampanante. Pero encajaban a la perfección con su mayor morbo: las intelectuales. A Nacho le calentaban las mujeres inteligentes, con mucho bagaje cultural y, de ser posible, con anteojos —dio un golpecito a sus lentes de ancha montura.
—Entonces me imagino que vos entrabas perfectamente en ese grupo que tanto morbo le causaba.
—Sí, totalmente, porque Nacho entendía que una mujer debía estudiar mucho para conseguir un título de psicóloga, cosa que es muy cierta. Pero además también creía que yo, por estar tan enfocada en mis estudios, dejé el sexo en último plano. Eso mismo creía de la bibliotecaria y de su profesora. No quise romperle la ilusión contándole de todas las pijas que me comí en mis años de estudio. Yo nunca dejé el sexo en último plano. Y hasta es probable que su profesora y la bibliotecaria cogieran mucho. De todas maneras lo que le calentaba a Nacho era ver una mujer “intelectual” con la cara llena de semen, porque, en su forma de ver a esta clase de mujeres, una chica intelectual nunca dejaría que le acabaran en la cara. Para mí era una estupidez; pero con los años descubrí que mucha gente (en especial los hombres) piensan que si una chica es muy estudiosa, no le interesa el sexo. Un gran error, porque estudiar una carrera no te impide coger.
Nacho se pajeaba pero no acostumbraba a eyacular, y si lo hacía, se limpiaba con un pañuelo de papel. Pero un día llevó su fantasía más lejos. Lo que sí hacía, a menudo, era acercarse mucho a mí, tanto como para que su pija quedara casi tocándome la cara. Hasta que ese día, cuando llegó el momento del clímax, en lugar de apartarse, se quedó ahí. Cuando salió el primer chorro de leche me quedé boquiabierta… algo muy malo, porque buena parte del semen fue a parar dentro de mi boca. Para colmo me daba la impresión de que Nacho se guardaba las reservas de semen para sus sesiones conmigo. Porque salió una cantidad tremenda de leche. Me pintó la cara de blanco. Cuando terminó me pidió perdón y me dijo que no pudo resistir la tentación. Se limpió y se fue del consultorio sin decir más nada, dejándome toda enlechada.
Nacho no sabía nada sobre lo que a mí me causaba morbo, que es el semen. Y esa eyaculación fue tan repentina, que me nubló el juicio. En lugar de limpiarme lo más rápido posible, me quité el pantalón y comencé a masturbarme. No recordaba la última vez que me había calentado tanto. Hasta me tragué buena parte de la leche, y otra parte la usé para lubricarme la concha. Fue una de las pajas más intensas de mi vida.
Pensé que Nacho no volvería más al consultorio, pero a la semana siguiente apareció, como si nada. Esta vez me puse firme y le dije que eso que ocurrió, no podía volver a pasar. Él se lamentó y me pidió perdón como mil veces, me juró que nunca más me iba a acabar en la cara; pero que, por favor, lo dejara masturbarse. Accedí a eso… y fue un error. Porque desde ahí en adelante ya no pude decirle nada si a él le daban ganas de sacar la pija para hacerse una paja. Y a veces se hacía dos o tres en una sola consulta. Para colmo empezó a ir cada vez más días a la semana, de uno pasó a dos, de dos a tres… llegó hasta cuatro. Yo estaba contenta porque al principio no ganaba muy bien, tenía pocos pacientes. Y tener uno que viniera tan seguido era como tener cuatro pacientes.
Nacho mantuvo su promesa, hasta que un día ya no aguantó más. Él siguió pajeándose cerca de mi cara, mientras charlabamos; pero se apartaba en el último momento. Esta vez me dijo: “No puedo más” y antes de que yo pudiera reprocharle algo, ya me estaba llenando la cara de leche otra vez. Fue tan abundante como en la primera. La diferencia es que en esta ocasión él no se fue al instante, se quedó un par de minutos mirándome, como si yo fuera una obra de arte. Cuando se fue, no pude evitarlo, me tuve que pajear. De paso también tengo que reconocer que me pajeaba incluso si él no me acaba en la cara. Es que Nacho tenía una pija preciosa, y de verla tan cerca, por tanto tiempo, yo quedaba con la concha mojada. Me tenía que mandar dedo después de las sesiones, sino no podía atender a nadie.
Cuando Nacho volvió en su próxima sesión, cometí otro error, esta vez por omisión. No le dije nada sobre lo que había hecho la vez pasada, como una idiota creí que no volvería a ocurrir. Pero pasó… otra vez me llenó la cara de leche. Un par de días más tarde lo hizo de nuevo. Para colmo adquirió la costumbre de frotarme un poco la pija contra la cara, yo intentaba explicarle que lo que hacía no estaba bien… aunque no oponía demasiada resistencia. O sea, sí… su pija me calentaba. Me gustaba que me la frotara contra la cara y yo empecé a disfrutar cada vez más de sus eyaculaciones. Incluso las esperaba con la boca abierta… sí, como te lo digo. Cuando él estaba por acabar, yo abría la boca, cerraba los ojos, y esperaba a sentir los primeros chorros de semen, que siempre eran los más cargados.
Un día, cuando él sacó la pija del pantalón, para iniciar su ritual masturbatorio, yo me quité la remera y el corpiño. Sí, me quedé en tetas frente a él. Ésto lo sorprendió mucho. Le dije: “Si me vas a acabar en la cara, prefiero quitarme la remera, así no se me mancha con semen”. Y eso era cierto, porque yo me estaba llevando una blusa de repuesto, porque siempre me la dejaba toda enlechada. Tenía miedo que la recepcionista empezara a sospechar algo, porque yo siempre salía con una remera diferente cada vez que Nacho se iba. Pero también lo hice un poquito por el morbo. Quería que él me viera las tetas… y que las tocara.
—¿Las tocó?
—Sí, mucho. Desde ese día el ritual de la paja cambió un poco, y yo siempre me dejaba sobar las tetas. Incluso pasé a quitarme el pantalón, quedándome en tanga frente a él. Era rarísimo, porque cuando él llegaba a recepción yo lo recibía con el mayor profesionalismo. Pero en el momento en que cerrábamos la puerta, comenzaba algo que jamás debería ocurrir en terapia. Como te dije, la situación se me fue de las manos. Terminé quedando prácticamente desnuda frente a un paciente, recibiendo su semen, con la boca abierta. Sin embargo eso no fue todo… me gustaría decir que no pasé más allá de eso; pero pasaron más cosas. Una vez, mientras Nacho se pajeaba, frotándome la pija contra la cara, no aguanté más la calentura. Te juro que ya me estaba acariciando la concha por arriba de la tanga, no podía más. Le agarré la verga y me la metí en la boca… y fue justo en el preciso momento en el que él comenzó a acabar. ¡Uf, qué delicia! Fue tremendo. Me llenó la boca de leche, yo me tragué todo lo que pude… y no dejé de chuparla. La chupé incluso cuando ya no salía más leche.
Ahí fue cuando supe que todo se había ido muy al carajo. Llegamos a un punto de no retorno. En la siguiente sesión ni siquiera lo hice rogar. Me arrodillé delante de él, saqué su pija del pantalón, y se la empecé a chupar. Se la chupé tan bien que unos minutos después de haber acabado, me pidió que se la chupara otra vez… y lo hice.
De ahí en adelante nuestras sesiones pasaron a ser puros petes… y como podrás imaginar esta situación no duró mucho. No porque hayamos parado, sino porque se puso todavía peor. Llegó el día en el que yo no pude más, la calentura por ese pibe ya me desbordaba por los poros. Él estaba sentado en el sillón mientras yo le hacía un pete, ya me había sacado la tanga, cosa que nunca hacía. Me estaba mandando dedos… cosa que tampoco hacía… y cuando me di cuenta ya me estaba montando sobre él. ¡Uf, no te das una idea de la satisfacción que me dio sentir toda esa pija dentro de la concha! Era grande y la tenía super dura. Me abrió toda. Nacho, por supuesto, no se quedó quieto. Me dio para que tenga.
La sesión siguiente fue la última que tuvimos.
—¿Se terminó todo solamente una sesión después?
—No, no se terminó todo. Solo se terminaron las sesiones. Me cogió otra vez, por supuesto. Yo lo recibí con las piernas abiertas y le dije: “Garchame toda y llename la cara de leche”. Ya estaba totalmente entregada. Después de esa tremenda cogida hablamos y decidimos ponerle fin a las sesiones, porque ya era peligroso. Si algún día nos sorprendían en pleno acto yo podría tener muchos problemas, incluso podría perder la licencia. Por eso empezamos a vernos fuera del consultorio.
—¿Se volvieron novios?
—No, nunca llegamos a formalizar la relación. Pasamos a ser algo así como “amantes de turno”. Si los dos nos poníamos de acuerdo para coger, nos veíamos en algún telo. Nunca en nuestras casas. Era una forma de mantener la distancia. Nacho empezó a coger cada vez mejor, yo le enseñé a hacerlo. También se le quitó el miedo que le tenía a las mujeres y me contó que ya se estaba garchando a la bibliotecaria que tanto le calentaba. La piba no era tan puta como yo, pero él ya se encargaría de convencerla que le permitiera acabarle en la cara. Descartó su fantasía con la profesora, se dio cuenta de que ahí no tendría chances; pero con la biblitecaria estuvo garchando bastante tiempo.
—¿Y llegó a acabarle en la cara?
—Supongo que sí, no lo sé, porque cuando Nacho empezó a coger más seguido con la bibliotecaria, dejamos de vernos. Fue lo mejor, porque sino hubiéramos empezado a confundir las cosas. Aunque…
—Aunque ¿se vieron otra vez?
—Y… alguna vez más hubo. Aunque ya no le pregunté sobre su vida. Me limité a disfrutar de la cogida y de la acabada en la cara, y listo.
—Y si lo llamás… ¿él viene?
—Supongo que sí, todo esto que te conté empezó hace varios años; pero la última vez que lo vi fue hace unos siete u ocho meses.
—Ah, hace poquito.
—Sí, por eso supongo que si nos hablamos otra vez, se podría dar algo. Puede que la terapia se me haya ido de las manos; pero a Nacho le sirvió mucho. Le cambió la vida, para bien. Y bueno, eso es todo lo que tengo para decir sobre este pibe. Espero que la historia te haya gustado.
—Me encantó, no me imaginé que te animarías a llegar tan lejos con él.
—Sí, y dentro de todo la cosa no terminó tan mal. Al fin y al cabo él aprendió a disfrutar del sexo con otras mujeres, incluso pudo cumplir su fantasía de cogerse a una chica intelectual. En realidad a dos. En fin, ya hablé mucho. Ahora te toca a vos. Tenés que seguir con la historia de Matías. ¿Qué pasó después?
—¡Ay, qué lástima! —dije, mirando mi celular—. Ya no tenemos más tiempo, es la hora.
—No importa, si querés nos quedamos un rato más.
—No, Sabrina, odiaría hacerte perder el tiempo.
—¡Maldito, no me querés contar!
—Te lo puedo contar el jueves que viene.
—¿Me vas a dejar esperando hasta el jueves?
—Son solo un par de días, no es para tanto.
—Sos cruel, me quedé con las ganas de saber qué pasó con Matías.
—Bueno, ahora sabés cómo me siento yo cada vez que me contás las cosas a medias.
Sus ojos se convirtieron en dos ranuras cargadas de odio.
—¿Te estás vengando?
—Puede ser. Además, preferiría hablarlo el jueves que viene. Tengo que acomodar un poco mis ideas.
—Está bien, está bien. No voy a seguir insistiendo, aunque me quede con las ganas. Nos vemos el jueves que viene. Pero nada de poner excusas. A menos que ocurra algo extraordinario entre hoy y el jueves, en la próxima sesión me vas a contar lo que pasó con Matías.
—Te lo prometo.
Me despedí de ella, con un beso en la mejilla, y regresé a mi casa. La verdadera razón por la que no se lo conté todo ese mismo día fue porque me moría de ganas de tirarme en la cama y hacerme una buena paja, pensando en todo lo que Sabrina hizo con Nacho.