Transferencia Erótica [09].

Terapia Para Dos.

Capítulo 9.

Terapia para Dos.

—1—

Llegó el martes, y como ya es habitual, concurrí a la sesión de terapia con Sabrina; pero esta vez me acompañaba alguien muy especial. Estaba nervioso, ya que era la primera vez que hacía terapia junto a otra persona, y también porque esa persona resulta ser mi ex novia, Romina.

—Encantada de conocerte, Romina —la saludó Sabrina, mientras tomábamos asiento.

La psicóloga estaba vestida con una corta minifalda negra y una blusa blanca tal vez demasiado escotada. Sin embargo seguía teniendo una apariencia muy profesional, resaltada por el alisado que le había hecho a su cabello castaño y al toque intelectual que le brindan sus anteojos.

Romina, en cambio, estaba vestida de forma mucho más casual, pero no menos llamativa. Tenía puesta una ajustada blusa de tiras que también le brindaba un amplio escote, y una calza que parecía pintada a sus voluminosas piernas. Le resaltaba tanto el culo (y ella de por sí es culona) que sentí celos de todos los tipos que la miraron, durante nuestro trayecto hasta el consultorio.

—Hola, al fin nos encontramos —dijo mi ex novia, dándole un beso en la mejilla a la psicóloga—. Cuando Horacio me contó que había empezado a hacer terapia, me alegré mucho por él. No creo que la necesite por algo en particular, pero a todos nos hace bien charlar con alguien, de vez en cuando. Él me habló mucho de vos, me dijo que la pasa muy bien en las sesiones.

—Y me alegro que así sea. Me gusta que mis pacientes salgan de acá sintiéndose mejor que cuando llegaron.

Yo estaba mucho más tenso que ellas, y me sentí un imbécil, porque me sentía como si este fuera un encontronazo entre mi ex novia y mi actual novia. Lo cual era ridículo, porque Sabrina ni de cerca era mi novia y nunca lo sería. Sin embargo no me podía quitar esa sensación del cuerpo. Tampoco podía dejar de pensar en el paciente que estuvo en esta habitación antes que yo, probablemente admirando lo bien que le quedaba la minifalda a Sabrina.

“Si me visto así, es por el paciente que viene en el turno anterior al tuyo”, resonó en mi mente la voz de la psicóloga. Apreté los puños, para contener una rabia que me hizo sentir aún más estúpido.

—Tengo entendido —dijo Sabrina— que ustedes llevaban varios meses sin verse.

—Así es —respondió Romina, sin borrar su sonrisa del rostro.

—¿Y qué tal fue el reencuentro? Y aclaro que no lo pregunto como psicóloga, simplemente me hace ilusión saber cómo fue, porque me da la impresión de que ustedes se llevan muy bien.

—Más que bien —aseguró Romina—. Bueno, no te voy a mentir, puede que al momento de cortar nuestro noviazgo la cosa haya estado bastante tensa, especialmente de mi parte. Pero ya superamos esa etapa y volvimos a ser amigos. Y después de lo que pasó anoche, me quedó claro que somos algo así como “Amigos con derechos”.

—Apa, ¿pasó algo? —Los ojos de Sabrina brillaron.

—Sí… pasó de todo —dije.

A lo que Romina añadió:

—Fue como cuando nos mudamos para convivir por primera vez. En esa época estábamos tan contentos por tener nuestro propio lugar, que no parábamos de coger. —No me sorprendió que Romina hablara de forma tan liberal sobre el sexo, frente a Sabrina, sabiendo que la psicóloga había visto cómo se la cogían en los videos que yo le pasé; pero aún así me hizo sentir raro—. Anoche fue más o menos así. Apenas nos vimos nos quedó claro que había mucha tensión sexual.

—La pasamos muy bien —dije, con una sonrisa ingenua.

—Bueno… casi —dijo Romina. Me quedé mirándola, sorprendido—. ¡Ay, perdón! Se me escapó. No se supone que deba decir eso.

—No pasa nada —intervino Sabrina—. Esto es un consultorio psicológico, acá estamos para que este tipo de cosas se hablen. ¿Por qué dijiste ese “casi”? Vamos, sin miedo, que acá nadie te está juzgando.

—Em… bueno. Espero que no te lo tomes a mal, Horacio… pero prefiero ser sincera.

—Está bien —dije, poniéndome pálido.

—Sé que voy a sonar como una hija de puta al decir esto… en fin… fue por una cuestión de tamaño.

Sabía perfectamente a lo que ella se refería. Durante nuestra extensa noche de sexo, Romina me repitió varias veces que se había mal acostumbrado a que le metieran pijas bien grandes… y que la mía le parecía poco. Esos comentarios, en lugar de enojarme, me hicieron acabar más rápido. Mi cerebro vino fallado de fábrica, no puedo encontrar otra razón. Incluso yo mismo la incité a que me hablara de esas pijas grandes que le habían metido por la concha… y por el culo.

—Mmm… creo que sé por dónde va la cosa —dijo Sabrina—. Si Horacio y vos tienen tanta complicidad, me imagino que te habrá dicho que me habló de vos… y de tus andanzas sexuales.

—Sí —la cara de Romina se iluminó de alegría—. Incluso me dijo que te mostró los videos que yo le mandé.

—¿Eso te molesta?

—No, para nada. Hace poco me empecé a dar cuenta de que me excita mucho que otras personas me vean cogiendo. Así que me encanta saber que vos también viste esos videos.

—Sí que los vi —noté que Sabrina sonreía de forma picarona—. Y vi que estuviste acostándote con hombres muy bien dotados. Unos ejemplares masculinos que intimidarían a más de una mujer.

—A mí no me intimidaron, ni un poquito. Lo que pasa es que llevo tiempo acostumbrándome a que me metan pijas grandes. Son las que más me gustan. Y no quiero menospreciar a Horacio, yo a él lo quiero mucho; pero… en este caso el tamaño sí importó.

Decidí no aportar nada, y por extraño que pareciera, no estaba enojado con Romina… bueno, tal vez solo un poco… pero ese enojo se mezclaba con el morbo, y la verga se me estaba poniendo dura. Me fascinaba escucharla hablar de esa manera con Sabrina, aunque yo terminara humillado.

Humillado y excitado.

—¿Notaste que el sexo no estaba a la altura en un momento en particular? —Quiso saber la psicóloga.

Romina pensó durante unos segundos, y luego dijo.

—En el momento en que Horacio me la metió por el culo. Perdón que lo suelte así de golpe…

—Nada de pedir perdón. No sos la primera paciente que me cuenta, con lujo de detalles, cómo le hicieron el culo. Así que hablá tranquila.

—¡Me encanta esta psicóloga! —Exclamó Romina—. ¿Puedo tener una igual?

—Igual, no lo creo —le dije—. Y ésta ya es mía. Aunque la podemos compartir en algunas sesiones.

—Bueno, es algo… en fin, como puedo hablar sin tapujos, lo voy a contar de la forma más simple y clara que pueda. Hace dos o tres días me metieron por el orto una pija tan gruesa que me salieron lágrimas por los ojos. Me puse roja. No podía ni respirar, te juro. Me sentí como puto nuevo… y eso que al culo ya lo tenía bien hecho.

—Debió ser una verga para el recuerdo —dijo Sabrina, con una sonrisa. Noté que sus mejillas se habían enrojecido.

—Sí que lo fue. ¡De esa verga no me olvido más! En fin, cuando Horacio me la metió anoche, su pito me baila dentro del agujero, porque me lo dejaron re abierto.

Y era cierto, yo la había penetrado con demasiada facilidad, no había ningún tipo de resistencia en su culo. Mi verga entraba y salía cómodamente.

—Sé que está mal que yo lo pregunte, pero… ¿tenés alguna foto de eso?

La cara de Romina se llenó de lujuria y picardía.

—Tengo algo mejor que una foto: un video.

Me quedé sorprendido por la instantánea química que hubo entre estas dos. Habían pasado apenas unos minutos desde que se vieron en persona por primera vez, y ya conversaban como si fueran amigas de toda la vida. En parte yo era responsable de eso, ya que, indirectamente, les permití conocerse la una a la otra, mucho antes de que pudieran hablar entre ellas.

—Yo quedé alucinada al ver el último video que le pasaste a Horacio —dijo Sabrina—. ¡Te dieron entre dos! Y muy bien dotados los dos. Debió ser espectacular.

—¡Y lo fue! Aunque no es la primera vez que me cogen entre dos.

Se me hizo un nudo en la boca del estómago al saber eso. No recordaba si ella había mencionado antes algún trío o no. De ser así, seguramente lo recordaría… o tal vez no. Tal vez mi cerebro lo bloqueó, para que yo no me mortificara tanto. Aunque me sintiera mal, no podía cambiar el hecho de que a Romina se la habían cogido entre dos… y si ella decía que había ocurrido antes, entonces era verdad.

—Sí, me pareció que no era la primera vez —aseguró la psicóloga—. Porque te noté muy cómoda con la doble penetración. Por la forma en que te abriste las nalgas y dejaste que te la metieran por el culo, supe que ya habías experimentado algo parecido… más de una vez.

“¿Más de una vez?”, pensé. Me quedé helado, Sabrina tenía razón. Romina se había mostrado tan calmada en ese momento que lo más probable era que ese asunto de la doble penetración hubiera ocurrido al menos dos veces antes… o quizás tres… o quizás…

Las palabras de Sabrina me arrancaron de mis pensamientos:

—Al parecer te gusta mucho grabar tus experiencias sexuales.

—¡Sí, me encanta!

—¿Lo hacés con la intención de compartirlo con Horacio, o simplemente porque te gusta?

—Al principio lo hacía solo porque me gustaba. No sé por qué, pero me excita mucho verme a mí misma teniendo sexo. Tal vez pensarás que soy un poquito narcisista.

—No lo sé, no estoy sacando conclusiones con vos. Además podría ser que te guste rememorar esos actos sexuales, para volver a disfrutar de las mismas sensaciones.

—Sí, es muy posible. Desde que empecé a pasarle estos videos a Horacio, me gustó más esto de grabarme. Bueno, al principio me sentí un poquito mal por él. Es decir, no creo que para él sea tan agradable ver cómo se cogen a la ex novia.

—Ya hablamos un poquito sobre ese asunto con Sabrina. —dije esto porque me dio la impresión de que la psicóloga quería hablar de ese tema. Ella me había prometido que no tocaría ningún asunto privado a menos que yo lo mencionara primero—. Puede que me ponga un poco celoso al ver las fotos y videos que me mandás; pero también lo disfruto mucho. A mí también me agrada verte teniendo sexo… aunque no sea conmigo.

—Te juro que me sorprendí mucho la primera vez que Horacio me dijo eso. Yo me porté mal, lo admito. Las primeras fotos que le mostré, chupando pijas o dejándome coger, se las mandé porque estaba algo… resentida. Incluso le dije: “Mirá las pijas que me estoy comiendo, son mucho más grandes que la tuya”. Después me sentí mal, y le pedí perdón. Sin embargo…

—Sin embargo él te dijo que se excitaba cuando vos le decías esas cosas.

—Sí. ¿No te parece raro? No sabía que la gente se podía excitar al sentirse… humillada.

—Claro que sí se puede, y depende mucho de las circunstancias y de la forma en la que venga esa humillación. Tal vez si hay una genuina malicia, en el fondo, la persona no se excita. Pero Horacio sabe que vos le tenés aprecio.

—Así es —Romina posó su mano sobre mi pierna… muy cerca de mi bulto, que ya estaba ganando tamaño—. Y su descubrimiento coincidió con mi etapa de “emputecimiento” —soltó una risita—. Al principio, como te dije, empezó por despecho. Me dejé coger pocos días después de que Horacio y yo cortamos. Fue a la salida de una discoteca, con un flaco que ni siquiera conocía. No la pasé tan mal. Y después empecé a disfrutarlo más.

—¿Con el mismo flaco? —preguntó Sabrina.

—No, a ese no lo vi más. Tuve… em… bueno, lo digo así, ya fue: me comí un montón de pijas diferentes. No suelo repetir muchas veces la misma pareja. Me gusta probar cosas nuevas.

—Me parece muy bien, especialmente teniendo en cuenta que estás soltera.

—Sí, estoy viviendo un segundo “despertar sexual”. La verdad es que la estoy pasando muy bien. Che… —hizo una pausa y miró a la psicóloga con una sonrisa cómplice—. ¿Querés ver el video que grabé hace unos días?

—Me encantaría. Te lo iba a pedir, pero pensé que sería una invasión.

—No, para nada. Si ya sabés que a mí me encanta compartir estas cosas. Vení, sentate acá.

La psicóloga se sentó en el mismo sillón que nosotros, como si yo no estuviera allí. Quedé con una mujer a cada lado y me pregunté si de pronto me había vuelto invisible.

—Antes te muestro un par de fotitos, para que te hagas una idea del pedazo de pija que me comí.

Romina colocó el teléfono justo encima de mi regazo, en pantalla se podía ver una foto de ella, sosteniendo una larga y ancha vera. Sonreía con lujuria. Pasó a la segunda imagen y en ésta pude ver a mi ex novia esforzándose por tragar ese grueso pedazo de carne, aunque no llegó muy lejos.

—Es muy difícil chupar algo de ese tamaño —dijo Sabrina, sin apartar los ojos de la pantalla.

—Sí, pero yo me esforcé mucho.

—¿Y no te dio miedo? Es decir… si te metieron todo eso por el culo.

—Nah… ya le perdí un poco el miedo a los tipos bien dotados. Además soy bien culona, prefiero que vengan con algo grande, sino ni lo siento.

Capté la indirecta… que en realidad no fue tan indirecta.

Ya no tenía que imaginar cómo era la pija que se había comido Romina. Lo estaba viendo en una sucesión de imágenes, en las que ella no dejaba de lamer todo el venoso falo y de dar chupones al glande. No es de extrañar que se hubiera sentido insatisfecha al estar conmigo, pocos días después de haber probado algo de ese tamaño.

—Y ahora… lo que tanto querías ver…

Buscó unos segundos en la galería, seleccionó el video en cuestión y comenzó a reproducirlo. De haber estado sentado en una esquina, me habría alejado de allí inmediatamente. Me carcomían los nervios… y los celos. Al estar flanqueado por dos mujeres, sabía que no podría moverme ni un milímetro. No me quedó más alternativa que ser espectador de la tremenda cogida anal que recibió mi ex novia.

La secuencia inició con Romina masturbándose, acostaba boca arriba en la cama. El que sostenía el celular, para grabar todo, era el tipo, que ya estaba jugueteando con la entrada de ese culo. Para ello usaba todo el poder de su ancho glande. Me sorprendió ver cómo el orificio anal de Romina comenzaba a dilatarse sin problemas, y al parecer ésto también captó la atención de la psicóloga.

—Ay, nena… se nota que ya tenés la cola bien rota —dijo Sabrina, con una sonrisa picarona—. Para ser una pija tan grande, te entró muy fácil.

—Es que durante los últimos meses, por mi culo desfilaron varias pijas… y la mayoría eran bien grandes.

Supe que al aclarar “la mayoría” me estaba excluyendo a mí. El morbo, mezclado con la humillación, produjo en mí sensaciones tan potentes que se me puso dura la pija. Sé que Romina y Sabrina notaron esto, para ellas era imposible no ver la carpa que se había formado en mi pantalón, a escasos centímetros de la pantalla del celular. Ninguna de las dos hizo un comentario al respecto.

Para empeorar (o mejorar) la situación, el video contaba con sonido.

—Me contaron que sos muy puta y que te encanta que rompan el orto —dijo esa voz masculina anónima. Sabía que no vería la cara del tipo en ningún momento.

—Ay sí… me encanta que me la metan por el orto. Meteme toda la pija.

—¿Te la vas a bancar?

—Sí, dale… por favor.

—También me dijeron que te gusta ponerle los cuernos a tu novio.

—Se lo tiene merecido —respondió la Romina del video—. Eso le pasa por “pitocorto”. A mí me gustan las pijas grandes.

Pensé que alguna de las chicas haría un comentario sobre estas palabras, pero no fue así, las dos se mantuvieron en silencio, admirando cómo esa gran verga iba entrando en el culo de Romina. En cierta forma me sentí bien al saber que mi ex se acordó de nuestro jueguito macabro mientras graba el video; aunque eso no evitó que sintiera un retorcijón en la boca del estómago al oír que me llamaba “pitocorto” y al asegurar que prefería las vergas de gran calibre.

Me pasé los siguientes minutos entre el sufrimiento y el morbo, admirando cómo a Romina le metían por el orto toda esa verga y ella gemía pidiendo más. El tipo no solo estaba bien dotado, sino que además parecía tener experiencia… y mucha energía. Cuando Romina se puso en cuatro, él se la clavó hasta el fondo de una sola estocada, haciéndola gritar de placer. El resto del video fue más o menos igual, las nalgas de mi ex novia se sacudieron con cada dura embestida que daba ese tipo y la pija no paraba de entrar y salir.

Cuando el tipo sacó su verga, después de haberla cogido durante unos largos minutos, el culo de Romina estaba muy dilatado y de él chorreaba una gran cantidad de espeso semen.

—Me encanta que me dejen la cola llena de leche —aseguró Romina.

—¿Ah si? A mí me parece un desperdicio. A mí me gusta que me acaben en la cara —dijo Sabrina.

—¡Wow! ¿De verdad? —Romina parecía fascinada con la psicóloga—. No te imagino con la cara llena de leche.

—Es algo que pasó muchas veces, te lo puedo asegurar. Tengo cierto morbo con el semen en la cara. Por eso me encantaron las fotos que te sacaste con la carita llena de leche. No solo me da morbo que me acaben a mí, sino también que se lo hagan a otras mujeres.

—Eso lo puedo entender, a mí también me da morbo ver a una chica linda con semen en la cara. Es como una prueba innegable de que esa chica se estuvo… portando mal.

—Sí, creo que por eso me excita tanto.

Durante todo el resto de la sesión Romina y Sabrina continuaron hablando como si yo no estuviera allí, a pesar de que estaba sentado justo entre las dos. No lo sé, tal vez de pronto me convertí en parte del decorado y no me di cuenta.

Romina buscó en su celular las mismas imágenes que yo ya le había mostrado a Sabrina y entre las dos fueron haciendo comentarios de lo morbosas que eran estas fotos y de lo bien que la había pasado Romina cogiendo con esos tipos. Sin dudas ésta fue la sesión en la que menos abrí la boca.

Pero no todo fue malo, porque cuando volvimos a casa, Romina estaba tan excitada que prácticamente me arrancó la ropa y me llevó a la cama. Tuvimos sexo apasionado… bah, mejor dicho: ella tuvo sexo apasionado. Yo me limité a quedarme acostado boca arriba, con la verga dura, mientras ella me montaba con maestría. Durante todo este tiempo no pude dejar de pensar en que ella estaría disfrutando mucho más si en lugar de tener que conformarse conmigo, tuviera a unos de sus “amigos bien dotados”. Sin embargo llegué a disfrutar, especialmente al final. Cuando llegó el clímax, al parecer Romina recordó la charla sobre el semen con Sabrina. Me permitió acabarle en toda la cara y dentro de la boca. Algo que ya hice muchas veces con ella, pero que no deja de ser morbosamente entretenido.


Como Romina se quedaría en mi casa hasta el domingo, cuando llegó la sesión del jueves ella volvió a acompañarme.

Una vez más nos sentamos frente a Sabrina, ella estaba vestida de una forma muy similar a la vez anterior y pude admirar sus piernas y la ropa interior que escondía debajo de la minifalda.

—¿Cómo están? —Preguntó, con una simpática sonrisa—. Y con eso me refiero a cómo están llevando el momento de convivencia. No sé de muchas ex parejas que decidan convivir juntos por unos días. ¿Esto es nuevo para ustedes?

—La verdad es que no lo había pensado —dijo Romina—. A mí me pareció algo normal. Con Horacio nos llevamos muy bien, seguimos siendo amigos, y ya tenemos experiencia en la convivencia. Sabemos cómo estar en un mismo departamento sin molestarnos el uno al otro. Además no tenemos ningún tapujo en cuanto a lo sexual, los dos ya somos grandes. Él entiende que yo ahora tengo otras parejas, pero también nos podemos permitir tener sexo entre nosotros.

—Básicamente están haciendo una vida similar a la que hacían cuando estaban en pareja, aunque por tiempo limitado.

—Sí, creo que eso es lo que hace todo más fácil —aseguré—. Nos quita la presión de pensar qué pasará dentro de un mes o dos. Esto es solo por una semana, se siente un poco como nuestros primeros días de noviazgo. Mucho sexo y pocos planes a futuro.

—¿Así que no hay ningún plan para algo posterior a esta breve convivencia?

—Bueno —dijo Romina—, hablamos de la posibilidad de repetirlo. Como todo está yendo tan bien, podríamos organizar otra semana como ésta dentro de unos meses.

—¿Y creen que en algún momento podrían volver a consolidarse como pareja? ¿O eso ya es cosa del pasado?

Las preguntas de Sabrina se estaban volviendo cada vez más filosas. Esta vez fui yo el que respondió.

—No creo que volvamos a estar juntos como pareja —dije, de forma demasiado tajante.

—Ya veo. No les voy a preguntar por qué. Si algún día les hago esa pregunta, preferiría que me lo respondieran por separado. Aunque no estaría mal que algún día lo hablemos en el consultorio.

—¿Como parte de la terapia de Horacio? —Preguntó Romina.

—Como parte de la terapia de los dos. Romina, entiendo que vos técnicamente no sos mi paciente, pero te aseguro que si lo fueras, nuestras charlas no serían muy distintas a las que ya tuvimos. ¿Alguna vez te planteaste la idea de hacer terapia?

—No, nunca —dijo, encogiéndose de hombros—. Es que nunca creí que pudiera necesitarla. ¿Vos creés que debería hacer terapia?

—No te conozco tanto como para afirmar eso. Sin embargo todo el mundo puede asistir a algunas sesiones con un psicólogo, al menos para probar qué es lo que sale durante esas charlas.

—¿Algo así como una revisión general en un médico?

—Puede ser.

—Me caés re bien, Sabrina. Vas en contra de todo lo que yo creía o pensaba acerca de los psicólogos. Si alguna vez voy a hacer terapia, me encantaría que fuera con vos. Pero no sé si podés hacer eso, siendo ya la psicóloga de Horacio.

—Como poder, se puede. Hice muchas terapias en pareja, e incluso con parejas que ya estaban al borde de la separación. Organizo esas terapias con charlas por separado, con cada uno de los integrantes, y luego las complemento con charlas en conjunto. Como estamos haciendo ahora mismo.

—Entonces yo también puedo ser tu paciente y hablar con vos sin que Horacio esté presente? —Preguntó esto con una sonrisa maquiavélica que me puso la piel de gallina—. Y si te cuento algo malo de Horacio, ¿se lo contarías a él?

—Podés decirme todas las cosas malas sobre Horacio, me va a encantar oírlas —respondió Sabrina, con la misma sonrisa sádica—. Y quedate tranquila, él no se va a enterar de nada.

—Che… ustedes saben que yo estoy sentado acá, ¿cierto? —pregunté, con incredulidad.

Las muy malditas se me rieron en la cara.

—Te agradezco un montón el gesto, Sabrina —dijo Romina—. Si algún día voy a iniciar terapia, me gustaría que fuera con vos. Pero tengo que rechazar la oferta. Pienso que para ir al psicólogo hay que tener asuntos para resolver, y en este momento no creo tener ninguno. Me siento bien con mi vida tal y como está.

Cuando escuché esas palabras me puse tenso, apreté los puños e intenté resistirme; pero no pude.

—¿Ningún asunto que resolver? —Pregunté, con tono sarcástico—. ¿Estás segura?

Las dos mujeres me miraron con los ojos muy abiertos.

—¿Por qué decís eso, Horacio? —Quiso saber Sabrina.

—Sí, Horacio. ¿Por qué? —Noté cierto enojo en las palabras de Romina—. ¿Qué asunto por resolver puedo tener yo?

Yo y mi bocota. Me encerré solo, como un imbécil. Podría haber puesto cualquier excusa e intentar escapar de la situación; sin embargo sabía que ninguna de las dos me permitiría hacer eso. Romina seguiría insistiendo, por puro orgullo, y Sabrina lo haría por ética profesional. Estaba atrapado y la única forma de salir era encarar el asunto con la frente en alto.

—Es que me acordé de tu enorme rechazo a gays y lesbianas.

Romina me miró como si yo le estuviera hablando en algún idioma extraño.

—¿Y eso qué tiene que ver? ¿Estoy mal de la cabeza porque no me agradan las personas que tienen sexo con gente de su mismo género? Pienso que es al revés. Los que deberían hacer terapia son los homosexuales, para cambiar su conducta. No yo, para tolerarlos a ellos.

Ahí estaba, lisa y llanamente Romina había expresado su odio hacia los homosexuales. Al final me alegré de que Sabrina pudiera ser testigo de esas palabras; pero esa alegría me duró poco. Fue la misma psicóloga quien me la arrebató, con lo que dijo a continuación:

—Y eso está muy bien. Yo nunca forzaría a una persona a cambiar sus creencias… a menos que estas creencias la lleven a lastimarse a sí mismos o a lastimar a los demás. No creo que seas de las personas que agreguen a los homosexuales.

—No, para nada. Simplemente me basta con no tenerlos cerca. No ando atacando gays o lesbianas por la calle. Que ellos hagan su vida, y yo haré la mía.

Estaba un poco abatido por la postura de Sabrina; pero tenía razón. Su trabajo no consistía en que las personas cambiaran sus creencias, sino en aliviarles el dolor interno. El sufrimiento psicológico.

—De todas formas —continuó la psicóloga—, creo que es necesario aclarar que si una lesbiana, por ejemplo, llegara a mi consultorio, yo tampoco haría nada para cambiar sus preferencias sexuales.

—¿No? —Romina parecía desilusionada—. ¿No te parece que una lesbina está cometiendo un acto de perversión sexual?

—No, para nada. Ser homosexual no es una enfermedad —el corazón se me llenó de alegría al escuchar eso, y casi pude sentir cómo el alma de Romina se fracturaba un poquito—. Antes se creía que sí; pero los tiempos cambiaron.

—Pero es algo antinatural… —insistió Romina—. El ser humano fue creado para que se relacione un hombre con una mujer. No dos mujeres, o dos hombres.

—El ser humano es muy complejo, y su vida va más allá de los meros impulsos biológicos. Si hiciéramos todo lo que nos resulta “Natural”, andaríamos cazando animales constantemente. Por naturaleza somos depredadores. Pero aprendimos a vivir como parte de una civilización, y a adaptar nuestro entorno a nuestras necesidades. Así nacieron cosas que no son estrictamente necesarias para la supervivencia, como el arte. Si sólo viviéramos para satisfacer “instintos naturales”, no existiría la música, por ejemplo. Aprendimos a disfrutar de ciertas prácticas que son complejas y profundas. El sexo no se practica sólo para procrear. Para muchos es un entretenimiento, y con todo el sexo que tuviste últimamente, eso lo deberías saber muy bien. Bueno, hay gente a la que le resulta entretenido tener sexo con personas de un mismo género.

—Pero la homosexualidad va mucho más allá de solo tener sexo. Si fuera por eso, no habría casamientos entre personas del mismo sexo.

—Eso es muy cierto, y también es parte de la complejidad humana. La homosexualidad existió siempre. Solo que durante siglos se lo trató como algo aberrante, o dañino. Ahora sabemos que no es así. Una persona no se produce un daño por amar a otro del mismo género. Ni tampoco le produce daño a otro. No se atrofia el cuerpo, ni se atrofia la mente, ni alguien se convierte en degenerado por preferir a una persona del mismo género. Por eso la sociedad está dando un importante paso en aceptar estas prácticas, porque ahora sabemos que despreciarlas fue un error. Sin embargo, como es un erro que se cometió durante tantos siglos, o milenios, es muy difícil quitarlo del inconsciente colectivo. Mucha gente asume que es algo malo, solo porque los educaron para pensar que la homosexualidad es mala. La homofobia se basa en los mismos principios que el racismo o la xenofobia. La idea de creer que un colectivo de personas es malo, solo por pertenecer a ese colectivo en particular, y por ninguna otra razón. “El extranjero es malo solo porque no nació en esta tierra, y como no nació acá, viene solo para ocasionar problemas”. Esa misma forma de pensamiento se la puede tener con cualquier otro grupo. Pero no te digo nada de esto para que vos pienses como yo, a mí sinceramente no me importa cómo pienses al respecto. Solo te estoy dando mi opinión, porque me la preguntaste.

Romina se quedó muda durante unos segundos. Me sentí culpable por estar disfrutando del momento; pero al mismo tiempo intenté ver las cosas desde su punto de vista. Era obvio que ella se estaba llevando muy bien con Sabrina, había logrado una gran conexión con la psicóloga en cuestión de pocas horas. Y ahora Sabrina le demostraba que pensaba de una forma radicalmente opuesta a la de ella. Para Romina debe ser aún más duro saber que esas palabras provienen de una profesional de la psicología. Ya no se trata de mi opinión contra la de ella. Ahora tiene que hacerle frente a las palabras de una psicóloga.

—Está bien —dijo por fin—. Valoro mucho opinión, aunque no la comparto. Pero como bien dijiste, esto no es algo que me dañe, o que dañe a otras personas. Es solo mi forma de ver el mundo.

—¿Estás segura que no dañás a otras personas al tener esas creencias tan retrógradas? —Le pregunté, intenté no parecer enojado, aunque en el fondo sí lo estaba.

—¿Acaso algún día agredí a un gay o a una lesbiana?

—No creo que hayas llegado a agredir… pero sí dañar. ¿Te acordás de Marisa? Ella se fue llorando de casa, cuando vos dijiste que ya no querías verla… porque te enteraste que a ella le gustaban las mujeres.

—¿Quién es Marisa? —Preguntó Sabrina.

—Era la mejor amiga de Romina. No una simple conocida, o una vecina: la mejor amiga. Esa amiga del alma, con la que había pasado tantos años, desde el colegio secundario. Hará cosa de dos años Romina se enteró que Marisa es bisexual, algo que ella jamás se había animado a confesarle. Claro, sabiendo cómo opina Romina de las lesbianas… la pobre chica estaba aterrada de que siquiera se le escape decir que consideraba bonita a alguna mujer. Un día, con el corazón en la mano, le contó a su mejor amiga que estaba enamorada de una mujer… y Romina la echó de casa y dijo que ya no quería volver a verla.

—Lo estás exagerando —dijo Romina—. No fue así. Y vos no sabés nada de mi amistad con Marisa. Así que no opines.

—Puedo opinar porque yo estaba presente el día que le dijiste: “Andate, Marisa. No puedo ser amiga de una tortillera”. Palabras textuales.

Los ojos de Romina se inyectaron de rabia y toda la cara se le puso roja.

—¡Me mintió! ¡Durante años me mintió! ¡Andaba acostándose con mujeres, y nunca me dijo nada! ¡Esa no es una amiga!

—Si no te dijo nada era porque sabía cómo ibas a reaccionar —espeté—. Y tuvo razón, porque reaccionaste para la mierda. Tu odio hacia los homosexuales te llevó a lastimar a tu mejor amiga y a perderla para siempre. Solo por no querer dar el brazo a torcer…

—¡Te dije que vos no sabés nada! —Se puso de pie, y Sabrina hizo lo mismo, como si temiera que Romina en cualquier momento se fuera a poner agresiva—. No opines de mi relación con Marisa, porque no sabés ni la mitad de todo lo que yo hice por ella.

De pronto dio media vuelta y salió del consultorio, dando un portazo que hizo vibrar las paredes.

—Qué carácter tiene la chica —dijo Sabrina. Estaba pálida.

—Sí… y yo soy un boludo. No sé qué me pasó, no tendría que haberla arrinconado de esa manera, frente a vos. Es una falta de respeto.

—Bueno, cuando hables con ella decile eso mismo que me estás diciendo ahora.

—Quería que ella hablara de su odio hacia los homosexuales, para que vos veas qué tan profundo es. Pero todo salió mal.

—Tan mal no salió. Ella terminó enojada, pero ahora me hago una idea mucho más clara de su forma de pensar. Terapéuticamente, lo que ocurrió fue bueno. Emocionalmente, no tanto. Vas a tener que pedirle perdón.

—Sí, lo voy a hacer. Pero más tarde. Conozco bien a Romina. Ella se puede enojar mucho en situaciones puntuales, pero ese enojo se le pasa en unos minutos, o en unas horas. La voy a dejar tranquila un rato, después le voy a pedir perdón.

—Imagino que no la voy a ver por acá en mucho tiempo.

—Es una pena, porque me daba la impresión de que ustedes se estaban haciendo buenas amigas.

—Sí, puede ser. Hagamos una cosa… pasale mi número de teléfono. Siento que yo también le debo una disculpa. Le voy a escribir, no como psicóloga, sino como amiga. Deciselo así: si yo no voy a ser su terapeuta, entonces podemos ser amigas. Desde ya quedate tranquilo que yo nunca le voy a contar nada de lo que hablamos en terapia.

—De eso no tengo dudas. Tus métodos podrán ser extraños, pero sé que sos muy profesional.

—Por lo general, sí, soy muy profesional. ¿Querés hablar de algo más? Todavía nos queda tiempo.

—No. Hoy te podés ir a casa temprano. Prefiero volver y hacer las paces con Romina, al fin y al cabo ella se va a quedar hasta el domingo, y no quiero pasar un fin de semana en las trincheras. Nos vemos el martes que viene, gracias por todo Sabrina.

—Gracias a vos, por traer a Romina. Espero que puedan solucionar sus problemas y que pasen un lindo fin de semana.

Salí del consultorio y fui a mi casa, caminando cabizbajo, pensando qué le diría a Romina, cuando me la encontré sentada en el banco de una plaza. Estaba llorando. Me sentí un idiota total. No quería que ella se sintiera así por mi culpa. Me acerqué sigilosamente y me senté a su lado.

—Perdón —le dije, tomándola de las manos—. No debería haber sacado ese tema frente a Sabrina.

—Está bien. Creo que llegó el momento de decirte la verdad —me puse tenso, nunca salía nada bueno luego de una frase como esa—. Yo no eché a Marisa solo porque ella fuera lesbiana. De hecho, yo me enteré de eso hace más de dos años. No me gustaba, pero podía tolerarlo. La eché de casa porque ella estaba enamorada de mí —me quedé helado al escuchar eso—. Quería que te dejara y que me fuera a vivir con ella, como pareja.

—Pero… pero… ¿cómo se le ocurre hacerte una propuesta así? O sea… ¿acaso no se imaginó que ni por asomo eso podría funcionar?

—Es que no tuvo que imaginarse nada. La culpa es mía. Ya te lo dije, vos no sabés ni la mitad sobre mi relación con Marisa. Con ella pasaron cosas que nunca te conté.

—¿Qué tipo de cosas? —Noté que la sangre se me ponía fría. No podía creer que estuviera teniendo esta conversación con Romina—. ¿Acaso vos… estuviste con ella…?

—No… no exactamente. Es complicado. Pero ella sabía que yo… que yo te estaba engañando. —Quise preguntarle de qué hablaba, pero me quedé tan atónito que las palabras no salieron de mi boca—. Perdón, Horacio. La verdad es que yo cogía con otros tipos mucho antes de que vos y yo cortemos la relación. Siempre fuiste un cornudo.