Transferencia Erótica [06].
Reafirmación.
Capítulo 6.
Reafirmación.
—1—
Mi terapia con Sabrina había aumentado de una a dos sesiones por semana. Ya no tendría que esperar tanto tiempo para verla, por ese motivo decidí no molestarla con mensajes de texto, durante el domingo. Luché contra la tentación de escribirle y me puse a jugar a un videojuego, pero me pasé buena parte de la tarde mirando la negra pantalla del celular pensando: “Tal vez no le moleste si solamente la saludo”. Sin embargo ocurrió algo que me tomó por sorpresa. En una de las tantas veces que miré de reojo el celular, me percaté de que la luz que anunciaba los mensajes estaba titilando.
Mi primera suposición fue que se trataba de Romina, o de algún conocido que me quería preguntar si yo pensaba hacer algo durante el domingo. Pero no, era la propia Sabrina, diciéndome: “Hola, Horacio ¿cómo estás?”
Pocas veces una frase tan simple me había alegrado tanto. Agarré el teléfono y me quedé mirando fijamente la pantalla, dándole el tiempo necesario a mi cerebro para asimilar la situación. No sabía por qué me había escrito y no quería apresurarme a sacar conclusiones. Respondí con la frase más mundana que se me ocurrió: “Estoy bien, ¿y vos?”
—Bien… algo aburrida —contestó, casi al instante.
Con eso pude descartar que hubiera escrito para preguntarme algo relevante a nuestras sesiones.
Intenté sacarle conversación, le comenté sobre mi nuevo proyecto literario y sobre algunas películas que había mirado recientemente. La charla con Sabrina fue de lo más simple, ella no profundizó en otros temas, solo me hizo algunas preguntas casuales y me recomendó algunas películas más. A pesar de lo sencilla de la conversación, ésta se extendió a lo largo de toda la tarde del domingo. Empecé a sospechar que era cierto que Sabrina disfrutaba al hablar conmigo, tanto como yo lo hacía al hablar con ella.
A la noche, cuando nos despedimos, me recordó que teníamos una cita el martes y me pidió que hiciera lo posible por asistir. Le prometí que allí estaría.
—
2
—
El martes me encontró muy entusiasmado, lo más duro fue esperar hasta las seis de la tarde, hora a la que comenzaba mi sesión con Sabrina.
Apenas llegué, se repitió el ritual de cada jueves. Ella subió la escalera de mármol, con una minifalda, y ese inmenso culo se bamboleó ante mis ojos. Esta vez fui un poquito más osado y me permití admirar esas hermosas nalgas durante buena parte del ascenso. Con algunos de sus movimientos fui capaz de vislumbrar parte de su ropa interior.
Entramos al consultorio, ella se sentó en uno de los sillones blancos y yo en el otro. Me sonrió y señaló el mate.
—Está todo listo —me dijo—; pero tenés que cebar vos los mates, porque yo no tengo ganas.
—¡Ah, cuánta honestidad!
—Estamos en un consultorio psicológico, acá lo mejor es la honestidad… en la medida de lo posible.
—¿Eso quiere decir que hay ciertos casos en los que se permite mentir?
—Es mucho más complejo que eso. Por ejemplo, si una persona es muy creyente y religiosa, yo puedo tomar ciertos conceptos de esa religión para explicar cosas y así ayudar al paciente. Por más que yo no crea en esa misma religión. No estaría mintiendo, pero tampoco estaría siendo totalmente honesta.
—Comprendo —dije, probando el primer mate, me quemé un poco la lengua pero pude disimular—. Es como si leyeras alguno de mis libros y me dijeras que te gustó, aunque no fuera cierto. Lo harías para que yo me sintiera mejor.
—¿Y qué te hace pensar que tus libros no me gustarían?
—No sé… no te imagino muy aficionada a la ciencia ficción.
—Eso es cierto, no es mi género favorito, pero quién sabe, tal vez alguno de tus libros me gusta tanto que empiezo a sentir interés por el tema.
—Lo dudo, pero yo no te obligaría a leer lo que escribo. Además no creo que sirva de algo en la terapia. Hay gente que piensa que los escritores solo contamos historias basándonos en lo que vivimos, y puede que algunos lo hagan… pero no es mi caso. Yo solo dejo volar mi imaginación, lo más lejos de mí posible. Si me llego a inspirar mínimamente en algo real, puede ser en alguna noticia que leí por algún lado, sobre algún nuevo descubrimiento científico. Nada más.
—Entonces, ¿en tus libros no hay algún personaje inspirado en Romina? O en Lucas… o Karen.
—No, para nada. De todas formas mi fuerte no está en la creación de personajes, sino del entorno… de las situaciones. Mi libro favorito es Fundación, de Isaac Asimov. Él contó esa historia sin quedarse demasiado tiempo con un personaje en concreto. Lo más interesante es lo que ocurre a gran escala. A mí me gusta contar ese tipo de historias.
—Ya veo —dijo, mientras tomaba un mate—. Entonces no creo que me gusten tus libros. Soy psicóloga, para mí lo más fascinante es la gente. Me gustan las historias con personajes bien definidos.
—Esa es la honestidad que me gusta. Como dije, no te voy a obligar a leer mis libros, y ahora sabiendo eso, te recomiendo que los evites. Están dirigidos para otra clase de público.
—¿Nunca se te dio por escribir algún texto sobre tus vivencias? Aunque no pretendieras mostrárselo a nadie.
—No, nunca.
—¿Y por qué no lo hiciste? ¿Tenías miedo de que alguien encontrara ese texto?
—No, para nada. No lo hice porque nunca sentí la necesidad de hacerlo. Lo que sí sentí siempre fue la necesidad de contárselo a alguien; necesitaba esto, poder hablar y que otra persona me escuche y me responda —ella sonrió y me devolvió el mate—. Escribirlo no me hubiera servido de nada.
—Comprendo. En fin, me gustaría retomar la conversación en donde la dejamos la última vez. Me hablaste de Lucas y de Karen. ¿De quién me vas a hablar hoy?
—Es el turno de Lucas, porque después de acostarme con Karen, estuve unos días sin verla. Volví a ver a Lucas unos diez días después de que pasó lo que pasó.
—Después de chuparle la verga.
—Sí… no me dejás pasar una.
—Prefiero que mis pacientes hablen de forma directa sobre sus actos, rodearlos solo ayuda a negarlos.
—Entiendo. Entonces, voy de nuevo. Vi a Lucas unos diez días después de que le chupé la verga. Vino a mi casa, supuestamente a pasar el día… es decir, a boludear.
—¿Por qué decís “supuestamente”?
—Porque viéndolo en retrospectiva, me queda la duda de si en realidad no fue con otras intenciones.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? Dale, contame.
Su interés parecía genuino, lo cual me causó gracia.
—Tranquila, ya te voy a contar todo. —Tomé un mate con mucha calma, viendo cómo el brillo de la intriga aumentaba en los ojos de Sabrina. Al ver que yo me estaba tardando, ella habló:
—Me imagino que la situación habrá sido algo tensa, al menos al principio.
—Sí. Lo fue. A mí me costó mirarlo a los ojos, y creo que a él le pasó lo mismo. Intentamos sacar temas de conversación, pero ninguno parecía funcionar. Tuvimos que prender la Play y poner algún juego, para romper un poco la tensión. Pero eso no sirvió de mucho. Mientras jugábamos yo no dejaba de mirarle el bulto, de reojo. Para mí todo el asunto de la chupada de verga había quedado como algo de una sola vez, y durante diez días me había convencido de eso; pero al tenerlo cerca, empecé a dudar. Me pregunté si él me diría algo si yo, de pronto, me arrodillaba en el piso y empezaba a chuparle la verga. O sea, no es que estuviera en mis planes hacerlo, simplemente tenía esa duda. ¿Se ofendería? ¿Se enojaría? Tal vez él no había dicho nada la primera vez, para no arruinar nuestra amistad; pero eso no significaba que fuera a tolerarlo una segunda vez.
—Pero… ¿vos tenías ganas de chuparla otra vez?
—No, no realmente. Solamente eran preguntas que me hacía a mí mismo. Más que nada para saber qué pensaba él del asunto. No me animaba a preguntárselo directamente. Pero si él había vuelto a mi casa, sin que yo lo invitara, tal vez no estaba enojado conmigo… o puede que estuviera esperando el momento oportuno para hablar sobre el tema. Mi temor era que me dijera algo como: “Que no se vuelva a repetir lo que pasó esa noche, porque no me ves más”.
—¿En algún momento te dio la impresión de que él estaba enojado con vos?
—No, para nada. Al contrario, se notaba que él quería que yo me sintiera bien. Era como si me estuviera diciendo, sin decirlo, que todavía seguíamos siendo buenos amigos. Pero de todas formas la situación era incómoda, y yo no podía dejar de pensar en lo que hice con él. Quería explicarle que no soy gay, que a mí me gustan las mujeres, quería que él supiera que lo del pete fue un caso aislado, algo no planificado… algo que nunca antes se me había cruzado por la cabeza. Pero no me animé a decírselo directamente.
—Pero me imagino que le habrás contado lo que pasó con Karen.
—Exactamente a eso quería llegar. Me pareció que todo lo ocurrido con Karen me serviría para reafirmar mi sexualidad. No le di demasiados detalles, pero le conté que me había acostado con ella y que todo había sido maravilloso. Bien, exageré un poco, en realidad no fue algo tan espectacular; pero no quería decirle eso.
—¿Y cómo reaccionó Lucas?
—Muy bien, se puso re contento por mí, me felicitó. Me dijo que Karen es una chica muy hermosa y él sabe muy bien cuánto estuve esperando ese momento. Nunca me consideré “un ganador” con las mujeres, sino todo lo contrario. Para mí era un logro inaudito haber pasado por una experiencia así con una chica tan linda.
—Sí, es preciosa, eso tengo que admitirlo. ¿Pasó algo más durante ese día con Lucas?
—Después de que le conté lo de Karen, nos pusimos de acuerdo para hacer una picada y tomarnos una cerveza juntos. A él le gustó mucho la idea pero me dijo que antes de comer se quería dar un baño. Eso no me sorprendió para nada, porque Lucas se duchó varias veces en mi casa. Incluso hasta tenía ropa de él guardada en el ropero, para ocasiones como esta.
—Claro, si frecuentás mucho la casa de un amigo, está bueno tener algo de ropa ahí, por las dudas. Yo hago lo mismo con algunas de mis amigas, especialmente porque no tenemos el mismo talle de ropa. A mí no me entran los pantalones que ellas usan.
—Y un pantalón mío le hubiera quedado grande a Lucas. Él es bastante flaquito. —Dejé el mate a un lado, no quería que estorbara mientras le contaba a Sabrina lo que ocurrió después—. Acá empezó lo atípico —ella me miró expectante—. En la ducha de ese departamento había un pequeño problema con la llave del medio, esa que se usa para que el agua salga por la canilla de abajo, o por la ducha. Se trababa casi siempre. Normalmente yo dejo que el agua salga por la ducha, pero a veces me gusta llenar la bañera, y para eso uso la canilla de abajo. Cada vez que hago eso, me olvido de habilitar el agua para que pase por la ducha, y como Lucas no entiende cómo destrabarla, generalmente me llama para que lo haga yo. Eso es algo que pasó varias veces. Pero todas las veces anteriores Lucas estaba vestido mientras yo me encargaba de destrabar la canilla, pero esta vez, cuando entré al baño, lo encontré desnudo, parado dentro de la bañera.
—¡Apa! ¿Y cómo reaccionaste vos?
—Me puse incómodo. No me molestó que él estuviera desnudo, pero tuve miedo de que alguna actitud mía me hiciera quedar mal.
—¿Qué tipo de actitud?
—Como quedarme mirándole la pija mucho tiempo.
—Bueno, pero eso es medio difícil de evitar —aseguró Sabrina—. Yo también estuve en situaciones en las que se suponía que no debía estar mirándole mucho la verga a un tipo que estaba desnudo… pero los ojos siempre se me iban al mismo lugar. No es fácil apartar la mirada, especialmente si la pija es linda —dijo esto último con una sonrisa picarona que me hizo vibrar por dentro—. Y por lo que me contaste, Lucas tiene una buena verga.
—Sí, estaba ahí, colgando como la trompa de un elefante. Me volvió a sorprender que fuera tan ancha… y venosa. Aunque estuviera en estado de reposo, seguía siendo una verga imponente. Intenté disimular un poco, pero sé que no sirvió de nada. Lucas no dijo ni una palabra, pero yo sabía que él estaba notando la forma en la que yo le miraba la verga. Me acerqué a él… bah, en realidad me acerqué a la canilla de la ducha; pero Lucas estaba parado al lado, así que era lo mismo. El agua salía por la canilla de abajo y yo empecé a manipular la llave del medio, para destrabarla. Para esto me tuve que agachar, y ese fue un gran error… la verga de Lucas me quedó a unos diez centímetros de la cara.
—Uy, re cerca.
—Sí, o sea… no es que haya medido la distancia, es solo una estimación. Pero realmente estaba muy cerca. Tanto que podía analizar todos los detalles de su verga y de sus testículos, que colgaban como pesadas bolsas de cuero. Empecé a perder la noción de lo que estaba haciendo, como que de a poco dejó de importarme que la llave de la ducha estuviera trabada. Mis hijos estaban fijos en esa verga que colgaba plácidamente.
A pesar de que le hubiera contado a Sabrina mi experiencia chupando la verga de Lucas, aún se me hacía muy raro estar hablando con alguien de este tema, especialmente si ese alguien era una mujer que yo encontraba intrigantemente atractiva. La psicóloga me miraba con una amplia sonrisa en los labios y un brillo de curiosidad en los ojos. Flexionó sus piernas y las subió al sofá blanco, como si me estuviera diciendo: “Me quiero poner cómoda para escuchar lo que vas a contar”. Sin duda tenía su atención, y aunque me avergonzara narrar estas cosas, quería hacerlo… porque se las estaba contando a Sabrina.
—La cabeza se me llenó de dudas —continué diciendo—. Mis ojos iban de la canilla a la verga… y viceversa. Como si estuviera siguiendo con la mirada una pelotita de ping pong invisible. Cada vez que le miré la verga me sentí más tentado a estirar la mano y tocar, o a acercar la cara.
—Es una situación incómoda —dijo Sabrina—. Porque me imagino que vos te estabas diciendo que no sería apropiado tocarla… o acercar la cara.
—Así es… quería que esa experiencia quedara en algo que ocurrió una sola vez. Un hecho aislado. Pero si lo repetía sería reafirmar una idea que, en ese entonces, me asustaba mucho.
—La idea de que te gusta la verga… —el corazón me dio un vuelco, me encantaba que ella fuera tan directa conmigo, pero a veces sus palabras me impactaban como si fueran cachetazos—. Como te decía, yo estuve en situaciones así, en las que mi cabeza me decía que no era correcto tocar esa verga… pero mi instinto sexual me pedía a gritos que lo hiciera.
—Me gustaría saber más sobre esas situaciones… de ser posible.
—No tengo problemas en contártelas —dijo, encongiéndose de hombros—. Pero ahora no. Primero quiero que me cuentes lo que pasó con Lucas. Te prometo que después te cuento sobre esas situaciones. Si no hacemos tiempo en esta sesión, te lo cuento en la próxima.
—Está bien, trato hecho. —Ya estaba motivado para contarle lo que ocurrió, y ahora lo estaba aún más. Me intrigaba mucho saber más sobre la vida sexual de Sabrina y me lo contaría como recompensa por seguir con mi historia con Lucas, y así lo hice—. No sabía qué hacer. Podría haber salido del baño con cualquier excusa, o podría haberle pedido a Lucas que él mismo intentase destrabar la canilla, al menos así no tendría que estar arrodillado tan cerca de su verga. Pero no hice nada de esto. Ni siquiera estaba consiguiendo un avance a la hora de hacer funcionar la canilla. No estaba prestando atención a eso. Mi mente solo podía enfocarse en una cosa: en lo cerca que tenía la verga de Lucas.
—¿En ningún momento se te ocurrió pensar que él podría estar ofreciéndote su verga? Es decir, si se paró tan cerca tuyo, completamente desnudo… por ahí esa era su forma pedirte que se la chuparas otra vez.
—Sí, eso lo pensé… pero después, en ese momento mi mente estaba en blanco y creía que todo era culpa mía. Es decir, a mi entender Lucas solo estaba parado en la bañera esperando a que yo solucionara un problema. La atracción que yo sentía hacia su verga era culpa mía, no de él.
—A mí me pasó algo muy parecido. Después de que le chupé la verga a mi compañero, en el baño de la universidad, me quedé con ganas de más. Porque para mí fue una experiencia nueva muy intensa… y el cerebro nos lleva a repetir esas sensaciones. Es como cuando mirás una y otra vez una película que te gustó mucho, por más que ya te la sepas de memoria. Lo que estás intentando hacer es volver a experimentar los sentimientos que te produjo esa película la primera vez que lo viste… o la segunda, o la vez que más la hayas disfrutado. Lamentablemente nunca se pueden repetir las condiciones para que la disfrutes de la misma manera; pero sí te podés acercar… viendo otra vez esa película. Unos días después del pete que hice en el baño me junté con un compañero a hacer un trabajo práctico. Se llamaba Maxi, nos conocíamos poco, no habíamos hablado antes; pero las parejas para hacer el trabajo fueron elegidas al azar… y a mí me tocó con Maxi. La primera vez fue todo normal, nos organizamos bien, nos reímos mucho hablando mal de profesores o de algunos compañeros de curso. En fin, hablamos de lo típico que se puede hablar con un compañero de facultad, nos estábamos llevando bien. Sin embargo me puso un poquito incómoda que Maxi me hiciera ciertos comentarios como “qué lindo te queda ese pantalón”, mirándome el culo sin mucho disimulo. Pero a pesar de la incomodidad, me sentí halagada. Nunca fui la chica más hermosa del curso, y me agradó saber que le resultaba atractiva a alguien. Por eso la segunda vez fui con un pantalón bien ajustado, que me marcaba mucho el culo. Y la tercera vez fui con una minifalda corta —mientras Sabrina narraba, mis ojos bajaron hasta su entrepierna. ¿Se había puesto esa ropa con la misma intención que lo había hecho en la casa de Maxi? Me puse tenso porque sus piernas estaban ligeramente separadas y ya podía ver parte de su tanga. Me esforcé para mirar hacia otro lado, pero lo hice lentamente, para no levantar sospechas—. Al parecer Maxi entendió que yo lo estaba provocando… y tal vez inconscientemente lo hice. Yo fantaseaba con vivir una experiencia parecida a la del pete del baño. Ese día descubrí que Maxi es bastante tarado y no acostumbra a andar con vueltas. Mi error fue agacharme delante de él, para juntar un lápiz, se me vio toda la tanga y él, en lugar de disimular, dijo: “Uf, se te vio toda la concha”. Casi me muero de la vergüenza, no pretendía mostrar tanto. Me agaché sin tomar en cuenta que tenía puesta la minifalda. Él entendió que esto era una especie de invitación. Cuando me di vuelta, para putearlo, me llevé una gran sorpresa. Tenía la pija fuera del pantalón.
—A la mierda. Ahora entiendo eso de que a él no le gustaba andar con vueltas.
—No, para nada. Fue bastante directo. Se sacudió la pija delante mío y me preguntó: ¿Querés que te la meta? A ver, tengo que admitir que a mí Maxi me resultaba un poquito atractivo, de hecho era un chico atractivo. Y estaba bien equipado, su verga tenía un lindo tamaño y se veía preciosa mientras él la sacudía. Se me mojó toda la concha, especialmente por la forma brusca en que me lo dijo. Otra mujer le hubiera dado un cachetazo, era lo que correspondía. Pero yo andaba re caliente. Le dije: “No me voy a dejar coger”. Él me miró, desilusionado, pero enseguida agregué: “Pero sí te la puedo chupar”.
—Imagino que se puso muy contento cuando dijiste eso. —Y yo me puse celoso al escuchar sus palabras. Sé que no tendría por qué ponerme así, ella es mi psicóloga… pero igual, apreté los dientes con bronca.
—A Maxi se le iluminó la cara. Yo tampoco anduve con vueltas. Me arrodillé y empecé a hacer mi trabajo. Me comí la pija toda la tarde. De verdad, se la chupé cuatro veces en una misma tarde… y las cuatro veces dejé que me acabara en la boca. Claro, a la última ya casi no le salía semen… pero la primera sí que vino muy bien cargadita. Casi me ahogo intentando tragar tanta leche. Además se la chupé muy bien, con mucho esmero y tomándome mi tiempo para lamerle toda la pija y los huevos —se me empezó a poner dura la verga y tuve que cruzar las piernas para disimular un poco. Para colmo la tanga de Sabrina se podía ver un poco más que antes. Pero también se incrementó en mí ese odioso sentimiento de bronca—. Me gustaba mucho que no fuera fácil tragarla entera. Era de buen tamaño y tenía que esforzarme para poder tragarla sin que me dieran arcadas. Pero la práctica hace a la maestra… y esa tarde sí que practiqué mucho. En un momento Maxi me dijo: “Había escuchado rumores de que sos tremenda petera, y sabía que eran ciertos… tenés tremenda cara de petera”. No me enojé con él porque es la pura verdad. Me encanta chupar pijas.
Se me puso como un garrote al escuchar eso. No podía creer que una psicóloga estuviera admitiendo semejante cosa frente a un paciente. Mi corazón empezó a latir con violencia. Sabía que ella notaría mi erección, no tenía muchos medios para disimular; pero algo me dijo que ella sería sutil al respecto. Si notó que yo la tenía dura, en ese momento no dijo nada.
—Em… —estaba aturdido, no sabía qué decir. Terminé diciendo lo primero que se me cruzó por la cabeza—. ¿No te molestó que hubiera un rumor semejante sobre vos?
—Más o menos… sabía que al rumor lo había generado el pibe al que se la chupé en el baño. No podía ser otro… y también sabía que Maxi se encargaría de seguir expandiendo ese rumor. Pero no me alarmé demasiado, porque hay muchos rumores sexuales en la facultad de psicología… y es difícil saber cuáles son ciertos y cuáles nacen de puras especulaciones. Por aquel entonces se corría el rumor de que a una de mis compañeras de curso se la habían cogido entre tres tipos.
—¿Y eso resultó ser cierto?
—Mmm… te estás adelantando a los hechos. Ya te conté sobre este pibe… bueno, al menos te conté una parte. Creo que de momento es más que suficiente —me dio la impresión de que ella miraba sutilmente mi bulto. Tal vez con eso me estaba queriendo decir: “Voy a seguir la historia cuando se te baje la verga”—. Ahora me gustaría seguir escuchando lo que pasó con Lucas.
—Sí señora —respondí con un fingido tono militar, ella sonrió. La terapia con Sabrina me tenía totalmente confundido, sus métodos eran muy diferentes a todo lo que yo hubiera podido imaginar; pero de una cosa estaba seguro: ella me tenía en sus manos. Yo le confesaría un asesinato, si es que realmente alguna vez hubiera hecho semejante cosa—. Como te estaba diciendo, Lucas estaba… mejor dicho, la verga de Lucas estaba muy cerca de mí. Tan cerca que casi podía rozarla con los labios. No sé si esto fue porque él se acercó, o si lo hice yo, inconscientemente… pero así fue. Me pasó lo mismo que la primera vez, me quedé hipnotizado por su tamaño, por cómo se le marcaban las venas, por lo suave que parecía la piel que recubre toda la verga… en realidad fue peor que la primera vez, porque ya sabía lo que se sentía tenerla dentro de la boca.
No aguanté más. Estiré una mano, sin darme cuenta, y le agarré la verga. Obviamente no me iba a quedar solamente en eso. Me apuré, tal vez creyendo que él retrocedería. Me la metí en la boca, todavía estaba blanda. Empecé a mover la lengua y a chuparla, la verga se estiró como si fuera de goma, una y otra vez. Hasta que por fin se puso dura. En ese momento me quedó claro que si Lucas no se había apartado, era porque no pensaba hacerlo. Me estaba dando vía libre, para seguir.
Una vez que la tuve dura, dentro de la boca, todo fue más fácil. Mi cerebro hizo “click” y ya dejé de atormentarme con dudas. Me limité a disfrutar esa imponente rigidez de la que estaba dotada su pija. Vos dijiste que tuviste que practicar mucho para poder tragar una verga sin que te dieran arcadas. Yo no me animé a ir tan lejos como para hacer una “garganta profunda”, pero sí chupé todo lo que me entró en la boca. Una vez más apliqué el concepto de que debía hacer todo lo que a mí me gustaría que me hicieran, si alguien me estuviera chupando la verga. Usé mucho la lengua sobre el glande y le di varios chupones, pero lo más lindo fue que pude conseguir un buen ritmo al meterla y sacarla de mi boca. Pensé que si lo hacía muy rápido me marearía o algo así; pero no. Me agradó mucho sentir la verga entrando y saliendo de mi boca tan rápido. Y Lucas, para demostrarme que estaba totalmente de acuerdo con lo que yo estaba haciendo, me agarró la cabeza y comenzó a menearse, cogiéndome la boca.
El único “problema”; y digo problema entre comillas, fue que Lucas no aguantó mucho. Tal vez porque estuvo mucho tiempo sin pajearse, o porque yo se la chupé muy bien. Quiero creer que fue por lo segundo. Me da cierto orgullo saber que se la chupé bien. La vez pasada él me acabó dentro de la boca, pero esta vez me brindó una nueva experiencia. Sacó la pija y dejó que sus abundantes chorros de semen me cayeran por toda la cara. Fue impresionante. Tuve que cerrar los ojos, no me imaginé que le saldría tanta leche. Abrí la boca y saqué la lengua, juntando todo el semen que pude, ese sí me lo tragué. Y cuando él ya estaba terminando de eyacular, volví a meterme la pija en la boca. Hubo una nueva descarga de semen, y me la tragué. A pesar de que él ya había acabado, yo seguí chupándola un rato más, aún no quería desprenderme de esa pija.
Cuando estuve satisfecho, lo dejé solo en el baño. Supuse que él se las ingeniaría para destrabar la canilla ya que, a esa altura, sabía que el asunto de la canilla había sido solamente una excusa, para que yo se la chupara. Fui hasta la cocina y me lavé la cara. Estaba re caliente, tanto que tuve que hacerme una paja, en el comedor. A pesar de que yo había visto a Lucas desnudo, en dos ocasiones, me daba muchísimo pudor que me viera desnudo… y masturbándome. Pero asumí el riesgo y conseguí acabar antes de que él saliera del baño.
—Wow, me encantó. Me alegra saber que te animaste a hacerle un pete, estando sobrio. Fue un paso muy importante.
—Sí que lo fue. Pero yo quería que a él le quedara algo totalmente claro: yo estaba dispuesto a chuparle la pija cada vez que viniera a casa. Lo decidí mientras le hacía el pete en el baño. Él me demostró que lo aceptaba y yo tuve que admitir que hacerlo me gustaba mucho. No sabía si considerarme gay o no… pero sí que me gustaba chupar pijas. Después de que él se cambió, nos quedamos jugando videojuegos y comimos algo mientras nos tomábamos unas cervezas. Para transmitirle mi mensaje no se me ocurrió nada mejor que pasar a la acción directa. Dejé el joystick de la PlayStation, me puse de rodillas delante de él, y saqué su pija del pantalón, sin siquiera mirarlo a la cara. Me daba un poco de vergüenza mirarlo a los ojos. Él se relajó y me dejó hacer mi trabajo, sin decir ni una sola palabra al respecto. Agradecí eso, yo no quería hablar del tema, solo quería chuparla y que él disfrutara. No necesitábamos decirnos nada más.
Esta vez tuve más tiempo para chuparla, y creo que lo disfruté más, porque las dudas se habían disipado. Como te dije, ya había aceptado que chupar la pija me gustaba.
—Bueno, pero lo aceptaste a medias —dijo Sabrina, tirando una bomba que nunca ví venir.
—¿Qué querés decir?
—Digo que lo aceptaste internamente, para vos. Pero de ahí para afuera, no. Porque me dijiste que nunca te animaste a hablar de esto con nadie. Así que la aceptación fue parcial.
—Es cierto… sí —estaba un tanto desorientado—. Sí, tengo que admitir que así fue. Pero ahora lo estoy hablando con vos… y esto me está ayudando muchísimo a aceptar que todo esto ocurrió… y que me gustó.
—Y que no tenés por qué sentirte mal al respecto. Siempre consideré que el sexo, siempre que sea entre personas mayores de edad, y con un consentimiento de ambas partes, entonces se puede hacer entre hombres, o entre mujeres. Da igual. Es disfrutar del acto sexual.
—Sí, puede ser. Si yo lo hubiera visto de esa manera, tal vez me hubiera animado a contárselo a otra persona.
—¿A Romina?
—Em… no creo…
—¿Por qué no? ¿Acaso ella no fue tu novia durante tres años? Aún tenés una relación bastante estrecha con ella, y te animaste a contarle sobre tu excitación con la humillación, que tal vez sea menos habitual que experiencias homosexuales. ¿Qué te impidió contarle sobre Lucas?
—Em… ¿cómo digo esto sin que suene demasiado chocante? —Pensé durante unos segundos y no se me ocurrió nada—. Bueno, lo digo directamente: Romina es homofóbica. Odia a los gays y a las lesbianas. Ella opina que es un acto “anti-natural”. Mil veces la escuché haciendo comentarios en contra de gays o lesbianas… una vez tuvo una amiga… una muy buena amiga, prácticamente su mejor amiga. Pero dejó de hablarle cuando se enteró que la chica había tenido una experiencia lésbica. Una sola. Eso bastó. Para Romina ya fue suficiente como catalogarla de “lesbiana degenerada”. Por una sola experiencia. Como ya te conté, yo le chupé la verg a Lucas al menos tres veces. Si Romina se hubiera enterado de esto, me hubiera crucificado en la plaza más grande de la ciudad.
—¿Tan grande es su odio?
—Sí. Tanto que llega al punto de darle asco cuando ve a dos mujeres, o a dos hombres, besándose. Si lo ve en televisión, cambia de canal, o mira para otro lado, hasta que la escena termine… y siempre hace un comentario negativo cuando esto pasa.
—¿Alguna vez vos te manifestaste en contra de esta forma peculiar que ella tiene de ver el asunto?
—No que yo recuerde. Tal vez algún día le dije que tampoco era algo tan malo, que al fin y al cabo los gays y las lesbianas no lastiman a nadie. Si alguien le decía esto, ella soltaba un discurso sobre lo antinatural que es el acto sexual entre dos personas del mismo sexo.
—Ya veo. Pero sexualmente a ella le gusta explorar.
—Sí, siempre que sea sexo heterosexual.
—Esta chica me resulta muy interesante. Algún día me gustaría conocerla… más allá de esos videos.
—No tengo problema en invitarla a alguna sesión, si es que eso no genera algún inconveniente.
—No, ninguno. Al contrario. Si algún día podés convencerla de venir a charlar con nosotros, en el consultorio, hacelo. Aunque no me puedas avisar previamente. De todas formas la voy a ver dentro de tu horario de consulta.
—Está bien. Me dijo que tal vez un día de estos me visitaba. Si llega a venir, le pido que venga… pero, por favor, no le menciones nada de lo que te conté sobre Lucas.
—Horacio, sería incapaz de hacer algo así. Esto es algo que tenés que decidir vos, y nadie más que vos. Si ella se va a enterar, que sea porque vos decidiste contarle.
—Perfecto. De lo demás podés hablar tranquilamente. Incluso le podés decir que te mostré los videos porno que ella me manda. Ya lo sabe.
—Me parece muy bien. Ese es un tema sumamente interesante, me gustaría poder charlarlo con ella.
Poco después de eso Sabrina dio por concluida la charla. Por suerte mi verga se había bajado, al menos lo suficiente como para que no se notara tanto la erección.
Sabrina se acercó a su escritorio, debía firmar una receta para que yo pudiera pedir más consultas a mi obra social. Cuando se inclinó para escribir, la minifalda se le levantó un poco. Yo aún estaba sentado en el sofá, y su culo quedó como a un metro de mi cara. Pude ver cómo su tanga roja le marcaba toda la vulva, la cual se veía muy voluminosa y turgente. Daban ganas de apretarla.
Por culpa de eso la verga se me puso dura otra vez. Tuve que salir del consultorio con las manos cruzadas por delante del bulto, en un patético intento por ocultar mi erección. Si Sabrina lo notó, no dijo nada al respecto.
—3—
Llegué a casa con una idea fija: Hacerme una buena paja.
Estaba muy excitado por la charla con Sabrina y además recordé algo que Romina me había dicho unos días atrás: que me daría una sorpresa. Seguramente, sería algo relacionado con el sexo. Aún me sigue produciendo una inmensa calentura verla coger con otros tipos… y al mismo tiempo me llena de rabia e impotencia. Malditas contradicciones sexuales que no puedo controlar.
A la paja me la hice sentado frente a la computadora, mientras miraba todas las fotos de Romina desnuda, que eran muchas. Me centré especialmente en aquellas en las que le estaban metiendo gordas vergas por la concha… o por el culo. También me calenté mirando los videos, especialmente uno en el que ella hacía un buen pete y recibía toda la descarga de semen en la cara y en la boca. Al final decía una frase que siempre me hacía vibrar: “Así da gusto comerse una pija.” Sé que ella hacía referencia al tamaño de ese miembro, y no la culpaba. Realmente a mí también me hubiera gustado mucho chupar esa misma verga. Acabé mientras miraba un video en el que a Romina le daban por el culo, y ella resoplaba de placer, como una yegua en celo.
Estaba ansioso por la sorpresa que ella estaba preparando, pero no quise preguntarle nada al respecto. Cuando llegara el momento indicado ella me lo diría, y estoy seguro de que la espera valdría pena… así como también valdría la pena esperar unos días para que Sabrina me contara sobre su propia experiencia sexual.