Transferencia Erótica [05].
Confidencias.
Capítulo 5.
Confidencias.
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1
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Luego de haberle contado a Sabrina mi experiencia con Lucas, sentí que me había quitado un enorme peso de encima, y el domingo se lo hice saber, a través de un mensaje de texto. Le agradecí una vez más por escucharme y le aseguré que estaba ansioso por iniciar la próxima sesión. A ella pareció alegrarle mi comentario y en un mensaje me dijo “Parece que no estoy haciendo tan mal mi trabajo”. “Lo estás haciendo perfecto”, le respondí.
La charla de ese día no fue muy extensa, nos desviamos por temas relacionados al cine y a las series televisivas y eventualmente dejamos la conversación. En más de una ocasión me sentí tentado a hacerle algún comentario relacionado al sexo, para que podamos hablar de ese tema; sin embargo no lo hice. Ella ya me había contado una anécdota muy personal, y no quería forzarla a que me contara más cosas. Tampoco quería dejar en evidencia lo que me producía hablar de temas sexuales con ella; aunque si Sabrina era tan buena psicóloga como yo creía, seguramente ya se había dado cuenta de ésto.
A pesar de que las sesiones con ella fueran tan informales, siempre sabía qué decir para descolocarme y dejarme toda la semana pensando. Pero esta vez, en lugar de estar estrujándome la cabeza por haber revelado mi secreto más íntimo, lo que ocupaba mi mente era su anécdota. No podía dejar de imaginarla, dentro del baño de la universidad, chupando la pija de su compañero. Ésta era una tarea difícil, porque a pesar de que mi imaginación funciona muy bien, me costaba mucho visualizar a Sabrina en ese contexto, con una verga en la boca, mamándola con devoción. Pero eso no me impidió hacerme unas cuantas pajas.
Dediqué el resto de la semana a trabajar en un nuevo proyecto: una novela corta de terror. Un género que no acostumbro visitar con demasiada frecuencia, principalmente porque me deprime. Pero gracias a Sabrina estaba tan contento que ni la más pesimista de las historias de terror sería capaz de deprimirme. Los cambios producidos por la terapia ya se estaban haciendo más que evidentes.
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2
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A pesar de que puse todas mis energías en mi nuevo proyecto, la espera se me hizo interminable; pero por fin llegó el jueves.
Llegué al consultorio y Sabrina me recibió con su sonrisa característica, pero noté algo diferente en su atuendo. No llevaba pantalón. Tenía puesta una pollera de jean que, para su rechoncha anatomía, parecía ser algo pequeña y ajustada. Se me hizo algo raro que vistiera de esa forma en pleno invierno; pero éste era uno de los días más cálidos en lo que iba del mes, así que tampoco resultaba algo tan extravagante. Hay gente que tiene más tolerancia para el frío.
Iniciamos el ritual de subir por la escalera, y me tocó ir en segundo lugar. Lo cual fue contraproducente. Ella subió unos escalones y, de pronto, al levantar la vista, me encontré con que la pollera de jean no era lo suficientemente larga como para impedirme ver su ropa interior. Tragué saliva mientras trepaba por los primeros escalones. A cada paso que daba Sabrina, yo podía ver su vulba, prisionera de una bombacha blanca. Ella se movía, por lo que yo no podía distinguir muy bien lo que ocurría entre sus piernas; pero me pareció notar la raya que divide su vagina. Me invadió una fuerte culpa. Bajé la mirada, para centrarme en los desgastados escalones de mármol. Vi uno al que le faltaba un pequeño pedazo, en una esquina, y empecé a preguntarme cómo se había roto de esa manera. A mí me importaba un carajo que el escalón estuviera roto; pero necesitaba tener la mente ocupada en otra cosa.
Sabrina me sacó algo de ventaja, porque yo estaba subiendo demasiado lento, y ésto solo empeoró la situación, porque ahora ella estaba aún más arriba, y pude ver el inicio de sus grandes nalgas, y la tela blanca que le protegía la concha.
Si ella llegaba a darse la vuelta, yo quedaría totalmente expuesto, porque me quedé mirándole el culo sin ningún tipo de disimulo. Sus grandes nalgas se bamboleaban cada vez que ella subía un escalón, y como la escalera era larga, tuve tiempo de disfrutar de la vista.
Siempre creí que las mujeres poseen un sexto sentido para darse cuenta de cuando un hombre les mira el culo. Si Sabrina lo notó, no hizo comentario alguno.
Por fin entramos al pequeño consultorio. Ella me esperaba con mates, aunque no vi nada para comer. Como si ella me leyera la mente dijo:
―Traje el mate, pero no tuve tiempo de preparar una torta. Iba a salir a comprar algunas galletitas, pero el último paciente se fue recién, y no me dio tiempo para nada.
―Todo bien, Sabrina, no estás obligada a darme de comer. Además hoy no tengo hambre. Pero si vos querés, puedo pasar por una panadería que hay por acá cerca…
―No, está bien. Prefiero no comer nada. Vos podrás decirme que así estoy bien, pero a mí me gustaría bajar un par de kilos.
Nos sentamos cada uno en su respectivo lugar, Sabrina me miró desde detrás de sus anteojos y me dijo:
―Te veo de buen humor. ¿A qué se debe?
No iba a decirle que se debía a su hermoso culo, pero como ese no era el único motivo, no tuve que mentirle.
―Es por lo mismo que te comenté el domingo pasado. Me hizo muy bien poder contarte lo que pasó esa noche con Lucas. Durante años tuve que guardármelo, sin poder decírselo a nadie, y por fin lo dejé salir.
―¡Qué bueno! Entonces, si estás de ánimo, me gustaría que retomemos la sesión anterior, desde donde la dejamos. Es decir, me gustaría que me cuentes qué pasó después.
―Está bien, pero antes te quiero pedir una cosa.
―¿Qué cosa?
―Que de momento no entremos en el psicoanálisis ni en tratar de entender por qué hice o no hice tal o cual cosa. Me di cuenta de que lo que más me sirve es poder contarlo, sin estar preocupándome por recibir un largo discurso a cambio.
―Está bien, prometo no darte ningún discurso que vos no quieras, pero sabés que eventualmente vamos a tener que retomar todo esto y analizarlo desde un punto de vista profesional.
―Sí, lo sé, lo entiendo, ese es tu trabajo y no pretendo impedir que lo realices; pero de momento prefiero hablar como lo hicimos la semana pasada, como si le estuviera contando todo a una amiga. Eso me sirve mucho para soltarme. También quiero que te sientas libre de hacer comentarios, preguntas, o de contarme lo que quiera.
―Siempre y cuando no lo haga con un enfoque clínico.
―Exacto ―le dije con una gran sonrisa―. ¿Se puede?
―De momento, sí. No veo por qué no. Así que quedate tranquilo, hablá con libertad. Además te digo que me genera mucha curiosidad saber qué pasó después. Me quedé pensando en eso toda la semana.
―¿De verdad? No me imaginé que te fuera a interesar tanto. Tenés otros pacientes e imagino que muchos tendrán historias más interesantes que la mía.
―A ver, es cierto que muchos me cuentan cosas muy interesantes; pero eso no significa que me olvide de lo que me contás apenas te vas. Es una linda historia, y me gusta la forma en la que la narrás. Así que no pierdas más tiempo, y empezá a contarme. Lo último que dijiste fue que Lucas acabó en tu boca y que vos te tragaste el semen. ¿Qué pasó después?
―Ah, veo que querés retomar la historia desde el punto exacto en el que la dejé… pensé que me preguntarías por lo que pasó al día siguiente.
―No, no… ya habrá tiempo para que me cuentes eso. Ahora mismo estás con la verga de Lucas en la boca, él acabó. Me dijiste que habías dado por concluído el pete. ―Me ponía loco escucharla hablando de esa manera―. A ver, pará… antes de que me sigas contando, me gustaría detenerme en este punto. Si no te molesta, quiero hacerte algunas preguntas… pero no te asustes. No son preguntas con mucho carácter “clínico”. Más bien son las preguntas que te haría una amiga a la que le contaste esa anécdota.
―Suena interesante.
―Pero te advierto que pueden ser preguntas muy directas, si alguna te incomoda, me lo decís. No te sientas obligado a responder todas.
―Entiendo. Podés empezar con el bombardeo de preguntas, ahora yo también tengo curiosidad.
―Bien, ahí va la primera, de la que ya tengo un panorama, por lo que dijiste la semana pasada; pero me gustaría que me lo confirmaras: ¿Te gustó chupar la verga? ¿Lo disfrutaste?
―Sí, mucho. ―Me sorprendió la calma con la que contesté eso. Estaba desarrollando mucha confianza con Sabrina, y ya no me daba tanto pudor hablar de este tema con ella―. En ese momento tenía la mente casi en blanco, y todo el tiempo me latió el corazón a mil, mientras me tragaba la verga. Fue uno de los momentos más excitantes de mi vida.
―Ya veo. La segunda pregunta se relaciona con la primera: ¿Pensás que lo disfrutaste más porque Lucas tiene la verga grande?
―Esa sí que es una buena pregunta. La respuesta es: sí. Estoy seguro de que el tamaño de la verga de Lucas fue lo que me generó esa curiosidad. Si él la hubiera tenido más chica, tal vez ni siquiera me hubiera sentido tentado a chuparla. Pero era ancha y cabezona, con venas bien marcadas. Nunca antes había visto una verga así desde tan cerca. La tenía justo frente a la cara. No sé cuántas personas hubieran podido resistir la tentación en ese momento.
―Yo estoy segura de que no hubiera podido resistirme, menos con una verga como la que describís. ―Mi cuerpo vibró al escuchar la confesión de Sabrina, que no quedó ahí―. Seguramente me hubiera puesto a chuparla con las mismas ganas que lo hiciste vos. Estuve en situaciones en las que, por el tamaño de la verga, no pude resistir la tentación, y terminé chupándola… aunque no fuera lo más apropiado. Y sí, me entró culpa, me arrepentí; pero en ese momento lo disfruté mucho.
―Entonces no deberías arrepentirte.
―Tal vez no; pero como dije, no era apropiado hacerlo, por distintos motivos ―me quedé pensando en cuáles serían esos motivos; pero no quise preguntar, por miedo a que ella lo tomara como una intromisión―. En fin, vamos con la siguiente pregunta: ¿Te asustaste cuando Lucas acabó? Te explico, la primera vez que yo chupé una verga, me asusté un poco cuando sentí el primer chorro de semen dentro de la boca, porque fue muy repentino. Además era un líquido tibio y espeso, no me quedó ninguna duda de que me estaban llenando la boca con semen. Pero a pesar de que me asustó, yo seguí chupando, porque la sensación era muy linda, y quería más. Ahora, que tengo más experiencia en el asunto, ya puedo notar las señales, justo antes de que el hombre acabe, y ahí decido si quiero la leche en la cara o dentro de la boca. Pero la primera vez me tomó por sorpresa.
La verga se me puso rígida al escuchar la confesión de Sabrina. Lo contó con tanta naturalidad y precisión, que la pude imaginar con la verga bien metida en la boca, mientras ésta descargaba grandes chorros de semen.
―Me pasó exactamente lo mismo que a vos ―dije―. Es casi como si hubieras descrito mi experiencia ―ella sonrió―. El primer chorro de semen me tomó por sorpresa; pero al mismo tiempo me calentó mucho. Fue como pasar a un siguiente nivel de aceptación. No solo estaba haciendo un pete, sino que había conseguido hacer acabar a Lucas.
―Cuando me acaban en la boca, o en la cara, mientras estoy chupando una pija, me da la sensación de “trabajo bien hecho”. Bueno, también debo que tener en cuenta esa fascinación que tengo con el semen. Cuando hago petes, suelo masturbarme mucho… y más de una vez tuve un orgasmo mientras me acababan en la cara.
―¡Wow! Me cuesta imaginarte en esa situación ―ella me mostró una sonrisa picarona. Tenía las mejillas rojas, tal vez ella estaba tan excitada como yo―. Yo no me masturbé en ese momento, ni siquiera se me ocurrió hacerlo. Simplemente me limité a chuparla.
―¿Cuánto tiempo estuviste chupándola? ―Me preguntó―. Es decir, sé que no te pusiste a cronometrar el asunto, y puede que, en estas situaciones, el paso del tiempo sea difícil de medir. Puede que a vos te parezca una eternidad, cuando fueron apenas unos segundos. Pero también es posible que tengas una noción más acertada, es decir, si estuviste mucho rato con la verga entrando y saliendo de la boca, se hace evidente.
―Bueno, yo sé que la cosa duró bastante tiempo. No fue algo de metérmela en la boca y ya está. Tuve tiempo de pensar en lo que hacía y de… acomodar la verga, para chuparla de muchas formas diferentes.
―La semana pasada dijiste que también le chupaste los huevos. A mí ni se me ocurrió hacer eso la primera vez que chupé una verga.
―Yo lo hice por curiosidad, y porque sé que se siente bien. Creo que es muy cierto eso que dicen… que un hombre puede chupar una verga mejor que una mujer, porque sabe lo que se siente.
―Puede ser… aunque yo le pongo mucho esmero.
―Yo también le puse esmero. Al principio sí lo hice con cierta timidez; pero cuando me quedó claro que Lucas no pretendía detenerme, me solté más. Lo hice durante un largo rato, no sabría decirte cuánto tiempo exactamente, pero debieron ser unos diez minutos.
―Uf, eso es bastante tiempo. Se ve que tu amigo tiene buen aguante, otro hubiera acabado enseguida.
―Sí, eso fue algo bueno, Lucas aguantó bastante, a pesar de que yo no dejé de chuparla en ningún momento. ―Hice una pequeña pausa, una vez más noté que su respiración era algo agitada, como si estuviera muy excitada. Pero tal vez ella siempre respiró así, y yo no me di cuenta hasta ahora―. ¿Tenés alguna otra pregunta?
―Sobre este momento específico, no. Ahora sí, podés contarme lo que pasó después, cuando ya diste el pete por concluído.
―Después vino la peor parte. La culpa. No sabía dónde meterme, ni con qué cara mirar a mi amigo. Salí a toda velocidad y me encerré en la otra pieza, donde estaba el colchón en el suelo, y me acosté ahí. Estaba muy nervioso y excitado a la vez. Tenía una erección tremenda. Tuve que masturbarme, para poder tranquilizarme un poco. Cuando acabé volví a sentirme bien, porque lo había disfrutado mucho; pero pocos segundos después la culpa volvió. Por suerte conseguí quedarme dormido.
Al otro día, cuando me levanté, encontré a Lucas mirando la tele y comiendo un sándwich. Me saludó con total naturalidad, como si nada hubiera ocurrido. Me moría de hambre, también agarré un sándwich y me senté a comer, sin poder prestar atención a lo que daban en la tele. Un rato más tarde él se fue a su casa. En ningún momento hizo un comentario relacionado a lo que había ocurrido la noche anterior. Por un momento pensé que él estaba tan borracho que se había olvidado de todo; pero eso nunca le pasaba a Lucas. Conocía sus borracheras y sabía que él no se olvidaba de nada. Entonces me di cuenta de que tuvo una actitud de cortesía conmigo. Hizo lo mejor que podía hacer: evitar hablar del tema. Esto me tranquilizó mucho, mi mayor miedo era que él se enojara conmigo, por lo que había hecho.
―Cosa que no tiene mucho sentido ―dijo Sabrina.
―¿Por qué no?
―Porque, según lo que me contaste, estuviste un rato largo chupándosela. Más de diez minutos. Si él no te dijo nada en todo ese tiempo, es porque estuvo de acuerdo. Seguramente le gustó que se la hubieras chupado.
―Sí, en eso tenés razón, pero bueno, a veces los miedos son irracionales. La cuestión es que después de que él se fue, me sentí mucho mejor. Incluso me dije a mí mismo que podía dejar lo ocurrido en el pasado, como una simple locura de una noche de borrachera.
―Mmm… eso no te lo creo. O sea, disculpá que te lo diga así, pero para vos debió marcar un antes y un después. Es decir, le chupaste la verga a otro hombre, por primera vez en tu vida. Para un hombre heterosexual eso no es algo que se pueda tomar tan a la ligera. Ni siquiera para uno homosexual.
―Bueno, pensé en el posible escenario en el que alguien me preguntara si alguna vez había chupado una verga. Como suele pasar a veces en esos juegos de “Verdad o Consecuencia”, o en charlas de borracheras. A veces la gente termina haciendo esas preguntas tan complicadas. Pensé que si se diera el caso, no podría negarlo… es decir, yo ya había chupado una verga. Ya era parte de mi “historia de vida”.
―Horacio ¿Alguna vez chupaste una verga? ―Me preguntó Sabrina, mirando fijamente a los ojos. Todo el cuerpo me tembló. Era la primera vez que alguien me hacía esa pregunta a la que yo tanto había temido. Ella ya sabía la respuesta y posiblemente supiera que la pregunta me causaría tanto impacto, incluso después de haber contado la anécdota.
―S… sí ―respondí, con la voz temblorosa.
―¿Alguna vez un hombre te acabó dentro de la boca?
―S… sí…
―¿Alguna vez tragaste semen?
―Sí…
―Horacio ¿Te gusta chupar vergas?
―S… sí… me gusta.
―A mí también ―dijo ella, con una simpática sonrisa, cortando la tensión del momento. Sin embargo mi pulso seguía acelerado y me costaba pensar.
―Sos buena, eh…
―¿Te parece?
―Sí… en un segundo me dejaste totalmente descolocado. Me hiciste todas esas preguntas a las que tengo miedo desde que pasó eso con Lucas. Vos ya sabías que todo era cierto, porque te lo conté… pero igual, fue muy fuerte escuchar las preguntas de forma tan directa.
―¿Volviste a ver a Lucas? ―Se tapó la boca con una mano―. Ups, perdón. Se supone que vos tenés que ir contándome, y yo no tengo que dar estos saltos en tu narración… porque puede que hayan pasado otras cosas antes de eso.
―No te preocupes, que me preguntes esas cosas me hace verte más como a una amiga a la que le puedo contar todo. Es la típica pregunta que me haría una amiga en esta situación ―ella me dedicó una gran sonrisa―. Pero sí, te estás adelantando a la historia.
―Entonces, ¿qué fue lo que pasó después?
―Unos tres o cuatro días más tarde, volví a ver a Karen.
―Ah, cierto… la chica esa que te parecía tan linda. La que se había dejado tocar.
―Y que se fue justo en el mejor momento, porque la llamaron por teléfono.
―Qué mala suerte… pero bueno, si ella no se hubiera ido, tal vez nunca hubiera pasado lo que pasó con Lucas.
―Eso es muy cierto; pero bueno, igual me quedé con ganas de más. Karen es una chica muy dulce, muy hermosa. Hasta me sorprendía que una chica tan linda pudiera tener algún interés en mí. Ella me dijo, más de una vez, que yo le caía bien porque la trataba con mucho respeto. Al ser una chica tan atractiva, muchas veces los tipos se propasaban con ella. Pero yo la veía como un frágil angelito.
―Se nota que te gustaba mucho.
―Sí, mucho. Todavía no conocía a Romina, ella ni siquiera existía en mi vida, así que no había forma de que pudiera pensar en ella. La chica que ocupaba mis pensamientos, en esa época, era Karen. Me puse muy contento cuando me llamó por teléfono y me dijo que iría a visitarme, porque nos había quedado algo pendiente.
―Apa, bastante directa la chica.
―Eso también me tomó por sorpresa, no me imaginé que una chica tan dulce como Karen pudiera decirme una cosa así; pero sí que nos había quedado algo pendiente. Cuando llegó a mi casa, el corazón se me aceleró. Estaba espléndida, tenía puesto un vestido rojo, que permitía ver sus piernas. Ella tiene la piel muy tersa y morena. Me gustan las morochas. Entramos al departamento y estuvimos charlando un rato, el ambiente era muy tenso. Era obvio que nos moríamos de ganas de que pasar algo más. Pero yo estaba muerto de miedo. Al no tener el alcohol quitándome la inhibición, no me sentía capaz de hacerle frente a Karen. Pero ella me tomó por sorpresa una vez más, al demostrarme que tiene iniciativa. Se acercó y me besó, fue un beso raro, yo estaba paralizado. Pero el segundo beso fue mejor. Estuvimos un rato comiéndonos la boca cuando ella me dijo: ¿Vamos a la pieza?
―Me agrada esta chica ―dijo Sabrina, con una amplia sonrisa.
―A mí no dejaba de sorprenderme. Obviamente no le dije que no. Fuimos hasta mi pieza y pasó lo que tenía que pasar. Cogimos.
―Ah, no… no. Pará… esto no te lo permito. Todo el tiempo me estuviste dando un montón de detalles, y ahora me querés ventilar el asunto con un simple “cogimos”. No, che. Eso sí que no.
―Perdón es que…
―Es que me obligás a dejar de lado a la “amiga” Sabrina, para darle paso a la psicóloga. Venías dando muchos detalles porque, obviamente, disfrutaste de esos momentos; pero de pronto ahora no me decís nada. Entonces tengo que asumir que no la pasaste muy bien. ¿Qué ocurrió? ¿Karen estaba demasiado tímida?
―No, nada de eso. Al contrario… la noté bastante relajada. Es más, yo quise hacer las cosas de forma más bien romántica. La fui desnudando de a poco, mientras la besaba y la acariciaba… cuando la vi desnuda por primera vez, quedé fascinado. Ella tiene un cuerpo precioso. No podía creer que, después de tanto fantasear con ella, estuviera viéndole las tetas… y la concha. Me sorprendió que la tuviera toda depilada, nunca pensé que Karen fuera de la clase de chicas que le gusta tenerla sin pelitos.
―¿Por qué no? Hoy en día casi todas las mujeres nos depilamos la concha.
―Ya sé; pero en mi mente Karen era la chica menos sexual del mundo, y eso de depilarse la concha siempre lo tomé como una declaración de intereses. Si una chica se la depila toda, es porque espera algo de acción.
―Disculpame, Horacio; pero eso que dijiste me parece una estupidez. ―Me quedé helado mirándola, como cuando una maestra en el colegio primario te llama la atención por estar hablando mucho en clases―. Muchas mujeres nos depilamos simplemente porque estamos acostumbradas a hacerlo. Incluso hay cada vez más mujeres que optan por la depilación definitiva. Que nos guste tenerla depilada, no significa que estemos esperando algo de “acción”.
―¿Vos te la depilás? ―Me sentí aún más imbécil, las palabras escaparon de mi boca sin que mi cerebro les hubiera dado permiso.
―Sí, claro ―respondió ella con naturalidad―. Me la depilé esta mañana.
―Y no fue porque esperás algo de acción…
―Eso no te lo voy a decir.
―Está bien, tenés razón. No pretendía invadir tu privacidad. Perdón por lo que dije, tal vez no entiendo a las mujeres tanto como yo creía.
―Siempre se puede aprender ―dijo, con una simpática sonrisa―. Pero es mejor que lo aprendas de otra mujer, y no de un hombre que asegura conocer a las mujeres; porque lo más probable es que ese hombre no sepa un carajo de mujeres.
―Entiendo. En realidad no sé de dónde saqué esto de la depilación. Puede que sea idea mía. Pero la cuestión es que, en ese momento, me sorprendió mucho que Karen la tuviera depilada.
―Está bien, eso te lo concedo, no puedo ir en contra de lo que sentiste. Si así pasó, entonces así lo tenés que contar.
―Perfecto.
―Podés seguir.
―Bien… em… yo le estaba acariciando la concha, mientras la besaba. Esa chica me gustaba tanto que yo intentaba hacer durar cada momento, disfrutarlo al máximo. No tenía ningún apuro por meterla. Bueno, en realidad sí que lo tenía; pero me estaba aguantando las ganas, no quería que ella pensara que lo único que yo quería era metérsela. Quería darle un poquito de juego previo.
―Eso está bueno, muy considerado de tu parte.
―Sí, pero se ve que a ella todo ese asunto del “juego previo” le importaba tres carajos. Cuando vio que yo tenía la verga dura, me hizo acostar sobre la espalda y se subió, sin más… la verga se metió en su concha y empezó a montarme con total soltura.
―Como dije… me cae bien esta chica. Muy bien.
―A mí me descolocó mucho, antes de todo esto yo pensaba que Karen podría ser virgen, pero ahí me quedó bien claro que no lo era. Entonces la cabeza me empezó a trabajar, mientras ella me montaba. Si lo hacía con tanta naturalidad, entonces ya tenía experiencia en el sexo… y empecé a preguntarme con quién se había acostado antes.
―Ajá… los celos.
―Sí, mis malditos celos. Si algo me gustaba de Karen era que parecía ser una chica pura e inocente, y me imaginé que yo tenía una conexión especial con ella… y que conmigo tendría su primera vez. Pero no fue así. Claramente no era virgen y era más que obvio que ella había montado a otro hombre de esa misma manera, probablemente más de una vez.
―Claro, las chicas poco experimentada no se suele soltar tanto en sus primeras veces, ni suelen tener tanta iniciativa. Me gustó mucho eso de que fuera ella misma la que se sentó sobre vos… ¿ella incluso acomodó la verga para que le entrara?
―Sí, ella la colocó en la posición exacta… y entró toda de una vez. Eso también me pareció raro. No es que yo tenga una verga muy grande, pero tampoco es tan chica… y ni siquiera le había metido los dedos en la concha, solamente la toqué por fuera. Me sorprendió que tuviera la concha tan dilatada… y húmeda.
―Bueno, eso puede ser señal de que la chica tuvo bastante sexo en su vida, o que lo tuvo recientemente, tal vez con un hombre bien dotado… o con algún juguete sexual. Pero también tenés que tener en cuenta que hay mujeres que son más estrechas, y otras no tanto. Incluso eso puede cambiar, hubo una época en la que yo era bastante estrecha… ahora ya no tanto.
Me quedé pensando en qué tanto sexo habría tenido Sabrina para dejar de ser estrecha.
―Las cosas que decís también se me pasaron por la cabeza en ese momento. Hasta consideré que ella pudiera ser poco estrecha. Pero lo que más me hizo ruido fue la posibilidad de que ella había estado recientemente con otro tipo.
―¿Había algo que te llevara a pensar eso, o eran ideas tuyas?
―Era mi propia paranoia. Como te dije, pocos minutos antes yo todavía pensaba que Karen pudiera ser virgen. En algo tuviste razón: no la pasé tan bien… y ella tampoco. Como un boludo, me quedé pensando en todas estas cosas, y no pude disfrutar del acto sexual con la chica que más me gustaba. Fui un imbécil.
―No te sientas tan mal, Horacio; eso nos puede pasar a todos, especialmente en nuestra primera vez con alguien que nos gusta mucho. Es normal ponerse nervioso en esa situación.
―Puede ser… pero yo me sentí super mal. Además… Karen se movió tan bien que acabé rápido. Ella sonrió y me acarició, como diciéndome que todo estaba bien; pero pude notar un brillo de insatisfacción en sus ojos.
―¿Te dijo algo sobre ese tema?
―No, fue lo suficiente cordial como para no decir nada. Lo que más me gustó es que después de eso me dijo que se quería quedar un rato más, para tomar unos mates. Eso me puso muy contento, me agradaba poder pasar más tiempo con ella. Nos vestimos y fuimos a la cocina, me puse a preparar todo para el mate… y sonó su teléfono. Ella empezó a decir cosas como “Ahora no puedo, estoy en la casa de un amigo”; pero después de un rato dijo: “Está bien, voy para allá”.
―¿Y se fue?
―Sí, eso me pegó mal. Porque creí que íbamos a tener toda la tarde para nosotros… incluso pensé que podríamos repetir el asunto de la cama, y hacerlo mejor.
―¿Qué pasó después?
―Un par de días más tarde me escribió al celu, nos pusimos a chatear por ahí. Me contó cosas de su vida, sus estudios, sus proyectos, cosas así. Yo le dije que la había pasado muy bien con ella; pero que al estar tan nervioso no pude concentrarme. Le confesé que ella me había gustado desde el primer momento en que la vi, que me parecía un dulce angelito y que me dio mucho morbo verla desnuda. Ahí pasó otra cosa que me agarró con la guardia baja: Karen me mandó una foto. Pero no una foto cualquiera… a ver, te la puedo mostrar.
―¿Todavía la tenés? ¿No es que esto pasó hace varios años?
―Sí, pero nunca borré las fotos que ella me pasó. Además no la tengo en el celular, sino que está almacenada en la nube. Solo tengo que bajarla, me va a llevar apenas unos segundos… acá está.
Giré la pantalla y le mostré la imagen en cuestión. Sabrina abrió la boca, como si quisiera pronunciar la letra “O”; pero no dijo nada. Se tapó la boca con una mano y me miró a los ojos.
―¿Qué pensás? ―Le pregunté.
―Es cierto, es una chica preciosa, tiene una carita muy linda… de verdad parece un angelito… un angelito sin ropa… y con la concha abierta.
En la foto se podía ver un primer plano de la concha de Karen, ella la estaba abriendo con dos dedos, por encima asomaban sus pequeñas tetas, y por último se veía su cara sonriente.
―Yo me quedé helado cuando me mandó esta foto. Jamás imaginé que Karen fuera la clase de chicas que se sacan fotos desnudas.
―Hey, que hoy en día no es tan raro que una chica quiera sacarse fotos desnuda. No le veo nada de malo.
―No dije que fuera algo malo, es que me sorprendió que ella se hubiera animado a hacerlo. Por supuesto que le dije que la foto me encantó, porque es la pura verdad. Pero las sorpresas no terminaron ahí, porque Karen me mandó otras fotos…
Le mostré a Sabrina una segunda imagen, acá solo se veían las tetas de Karen, y su bonita sonrisa, el resto de su cara había quedado cortada.
―Es una chica preciosa… ―Sabrina miró su celular―. Che, me vas a tener que disculpar, pero ya se terminó el tiempo de la consulta, y hoy no me puedo quedar más, tengo que hacer unas cosas…
―Está bien, no hay problema.
―En serio, disculpame. Si no fuera algo importante, me quedaría, pero…
―No tenés que darme explicaciones, Sabrina ―intenté hablar con la mayor simpatía posible―. Si se terminó el horario de consulta y decidís terminar la sesión, entonces que así sea. Hasta me siento culpable por las veces que te quedaste fuera de hora. No te sientas obligada a hacer eso.
―Me quedé después de hora porque la charla estaba interesante, y ahora también; pero me tengo que ir. La seguimos la semana que viene.
―Me parece perfecto.
―Ah, por cierto. Si algún día querés aumentar las sesiones, a dos por semana, podés hacerlo. Pero avisame con tiempo, ahora justamente me quedaron unos huecos en la agenda; pero normalmente está llena.
―Me encantaría poder venir dos veces a la semana ―dije, casi dando un salto de alegría―. Me hace muy bien venir a charlar con vos, y sinceramente se me hace muy larga la espera de siete días.
―Entonces, si querés, podés venir los martes, en el mismo horario.
―Claro, me viene perfecto este horario. ¿Empezaríamos el martes que viene?
―Sí, pero necesito que me lo confirmes, así te reservo el turno.
―Confirmado. Vengo el martes, sin falta.
―Perfecto ―me dijo con una amplia sonrisa.
―
3
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La última sesión con Sabrina me dejó un sabor agridulce, me daba un poco de pena no haber podido seguir contándole sobre Karen; pero al mismo tiempo me alegraba mucho haber programado una segunda fecha para sesiones. Ahora no solo tenía las charlas por chat de los domingos, sino que también podría verla los martes.
Llamé a Romina para contarle todo el asunto, ella también se alegró mucho. Me dijo:
―Tal vez ella te lo propuso porque quiere verte más seguido.
―No me llenes tanto la cabeza con esas ideas, porque me ilusiono y después resulta que la mina solamente quería cubrir todas las fechas de su agenda.
―Esa también es una posibilidad, pero te lo ofreció a vos. ¿Le estuviste mostrando más fotos y videos porno?
―No mucho, pero algo de eso hubo.
―Interesante… tal vez pronto te dé una sorpresa, y vas a tener más material para compartir con tu psicóloga.
―¿Se lo voy a poder pasar?
―Sí, te juro que me re calienta saber que ella ve esas cosas… aunque no la conozca. Me da morbo pensar que una psicóloga puede estar haciendo una paja mientras me ve coger. Sé que estoy loca… ¿Sabrina no querrá atenderme a mí también?
―Tal vez… si vivieras más cerca. Aunque puede que se niegue a hacerlo, para evitar conflictos.
―Es posible… pero algún día me gustaría verle la cara; mejor dicho: me gustaría que ella me viera personalmente… para ver cómo reacciona.
―Y bueno, si algún día se te ocurre hacer una visita, tal vez te invite a terapia conmigo.
―¿Qué? ¿De verdad harías eso? ¿No se enojaría Sabrina?
―¿Por qué se va a enojar? Al fin y al cabo vos y yo fuimos pareja durante tres años. Seguramente va a encontrar muy interesante hablar con vos, tus locuras son fascinantes.
―Gracias por eso… lo voy a pensar. Ahora no tengo tanto tiempo libre, el trabajo me tiene esclavizada; pero si algún día me puedo dar una escapada por allá, te aviso. Eso sí, voy como amiga.
―Sí, claro. Eso lo entiendo perfectamente. Me haría muy bien verte, y acá tenés lugar para quedarte todos los días que quieras.
―Genial, no me vendrían nada mal unas cortas vacaciones.
―Pero si pretendés venir a sesión conmigo, tendría que ser un martes o un jueves.
―Sí, eso es lo difícil. Si fuera un fin de semana, sería mucho más fácil. Pero bueno, ya voy a ver cómo me las arreglo. No te prometo nada, pero voy a hacer lo posible por ir a visitarte. Me da mucha curiosidad conocer a tu psicóloga, especialmente después de que ella haya visto mis fotos y videos. Después te voy a mandar más, vos mostrale todas las que quieras, que yo no me voy a enojar, al contrario.
―Muchas gracias, sos…
―La mejor ex novia del mundo. Lo sé ―soltó una risita.
―Lo sos. Gracias por todo, Romi.
―Que andes bien, Horacio. Besos.
Corté la llamada y me puse a mirar una película, hasta que me diera sueño. Las sesiones con Sabrina se estaban volviendo una adicción para mí, y me alegraba mucho no tener que esperar tanto tiempo. El domingo podría escribirle, y el martes la vería otra vez. Me puse a pensar en todas las cosas que podría contarle en las próximas sesiones; que no eran pocas. Aún me quedaba mucho por contar.
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