Transferencia Erótica [04].
Fijación Oral.
Capítulo 4.
Fijación Oral.
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1
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Apenas llegué a mi casa, luego de dejar a Sabrina en la suya, me desvestí y me dirigí hacia mi cuarto. Me eché en la cama y comencé a masturbarme mientras miraba las fotos y los videos que me había enviado Romina.
Un poco antes de acabar, comencé a grabar mi masturbación. Apliqué un ritmo frenético, hasta que mi verga hizo erupción. Grandes chorros de semen saltaron para todos lados, hacía mucho tiempo que no tenía un orgasmo tan intenso.
Le envié el video a Romina, teniendo mucho cuidado de no confundir el destinatario. Si bien le había pasado videos sexualmente explícitos a Sabrina, enviarle uno en el que yo me estaba masturbando sería pasarse de la raya.
Junto con el video, le di las gracias a Romina por haberme enviado todo ese material y le prometí que luego le contaría, con más tranquilidad, cómo había sido la sesión con mi psicóloga.
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2
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Al día siguiente, por la tarde, le mandé varios mensajes de audio a Romina. Le conté todo lo que había hablado con Sabrina, omitiendo sólo un detalle. No le dije que le había pasado sus videos, pero sí le dije que ella los había visto y que los había encontrado de lo más interesante.
A Romina ésto le pareció muy excitante, incluso se masturbó al pensar que otra persona la había visto en pleno acto sexual.
~Me cae bien esa psicóloga ―me dijo―. Se nota que es bien puta, pero a la vez es buena gente y es muy comprensiva. Es ideal para vos, Horacio. ¿Por qué no le pedís salir a tomar algo?
~Es mi psicóloga, no puedo salir con ella ni nada por el estilo. Ya me lo dejó claro.
~Bueno, pero eso no quita que puedas calentarte con ella… y que ella se caliente con vos…
~O con tus videos.
~¿Se habrá hecho una paja después de mirarlos?
~No lo sé, pero me gusta pensar que sí lo hizo. Aunque, lo más probable, es que haya eliminado los videos.
~¿Eliminado?
Ahí me di cuenta de que había cometido un gran error, por escribir mensajes sin pensar. Romina me escribió otra vez:
~¿Le pasaste mis videos a tu psicóloga?
~Em… sí. Perdón, fue un acto impulsivo… ni siquiera lo pensé.
~¡A la mierda! ¿Así que tu psicóloga puede verme coger y chupar pija todas las veces que ella quiera?
~Algo así… en serio, perdoname. Sé que estuvo mal; pero no lo hice de mala leche…
~A ver, Horacio… si le hubieras pasado eso a otra persona, te mato. Pero ésta es tu psicóloga…
~¿Y cuál es la diferencia?
~Primero: ella no puede mostrárselos a nadie. De lo contrario estaría violando la intimidad de un paciente.
~Eso es cierto.
~Segundo: me da mucho morbo que una psicóloga pueda ver eso.
~¿Morbo? ¿Por qué?
~No sé… más de una vez me calentó la idea de que los videos que te paso a vos pudieran ser vistos por otras personas… pero es algo que me da mucho miedo. Pero que la persona que los vea sea una “profesional”, me calienta a mil. Yo me imagino a los psicólogos como seres sin alma, que son ajenos a cualquier emoción humana.
~Sí, más o menos así me los imaginaba yo, hasta que conocí a Sabrina.
~¡Claro! Y eso es lo que lo hace aún más morboso. Esta psicóloga te contó que le encanta chupar vergas y que le llenen la cara de leche. Ahora me la imagino haciéndose tremenda paja mientras mira esos videos. Me da mucho morbo.
~Entonces, ¿no estás enojada conmigo?
~No, para nada. Como te dije, ella no le puede pasar eso a nadie.
~Y… ¿le puedo pasar más cosas tuyas?
~¡Claro! Siempre y cuando solamente se los pases a ella. ¿Querés que la semana que viene te mande más videos cuando estés con ella?
~No, sería muy sospechoso que siempre los mandaras los jueves a la misma hora. ¿Vos los mandaste a propósito a esa hora?
~Bueno, sí; pero no me imaginé nunca que fuera a pasar eso. Yo creí que simplemente te humillaría recibirlos justo frente a ella, más si ella veía algo… pero la mina es una puta curiosa, eso no me lo esperaba.
~Si tu intención era humillarme, funcionó perfectamente, porque al principio no sabía dónde meterme. Fue algo arriesgado, pero salió mejor de lo que podíamos esperar, así que gracias por eso.
~De nada. Y bueno, vos tenés como media tonelada de porno mío. Tenés un montón de cosas para mostrarle. Si te ayudan para seguir teniendo charlas “hot” con tu psicóloga, entonces usalos. Eso sí, después me contás todo lo que ella diga. Esa es la parte donde yo me llevo mi cuota de morbo.
~Está bien, te prometo que le voy a mostrar más cosas tuyas, y te voy a contar cómo reacciona ella. Gracias. Sos la mejor ex novia del mundo.
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3
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Esperé con mucha ansiedad a que llegara el domingo. Incluso hasta había pensado, durante toda la semana, sobre qué temas le hablaría.
Le escribí a Sabrina contándole que había comenzado a ver una de las series que ella me recomendó, también le dije que luego de ver un par de capítulos, me enganchó totalmente. Esto era cierto, la serie en cuestión se llamaba “
Bates Motel
”, y era una adaptación de la clásica película “
Psicosis
”. Había visto la versión de Hitchcock y creí que la serie me resultaría algo repetitiva, pero como ésta se desarrollaba años antes de los sucesos de la película, y además estaba adaptada a tiempos modernos, me resultó novedosa. Quedé fascinado con los personajes, especialmente con Norman Bates y su madre.
Sabrina se mostró muy entusiasmada cuando le conté todo esto. Me dijo que ella también había visto algunos capítulos y se tomó el tiempo de aclararme varias cuestiones psicológicas de la serie.
También le dije que había visto la película que me recomendó, El Experimento, y debatimos durante casi una hora y media sobre ella.
La pasé realmente bien, a pesar de que no ahondamos en ningún tema sexual. En esta ocasión fui yo quien le hizo una recomendación especial, de una película que se adapta más a mis gustos personales, le pedí que mirara “
The Man from Earth
”, una película independiente poco conocida y de bajo presupuesto, pero que la haría reflexionar mucho, incluso tanto como la película que ella me había recomendado. Me prometió que la miraría y nos despedimos.
Esta charla, por medio de mensajes de texto, me dejó una buena sensación. Me sirvió para demostrarle a Sabrina que también puedo hablar de otros temas, y no solo de sexo.
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4
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A diferencia de la semana anterior, el jueves se hizo presente con un cielo despejado y de un intenso celeste. Aún hacía un poco de frío, pero no tanto como para tener que usar campera.
Llegué al consultorio a las seis en punto y Sabrina me recibió con su acostumbrada sonrisa. Esta vez subí yo primero las escaleras, lo que me ahorró el incómodo momento de agachar la cabeza para no mirarle el culo.
Apenas entré al consultorio me llevé una pequeña sorpresa, sobre el escritorio había un termo, un mate revestido en cuero y una torta de manzana.
―Esta vez era mi turno de agasajarte un poco ―dijo Sabrina―, espero que te guste tomar mates.
―Sí, de hecho prefiero más el mate que el café.
―Qué bien, no traje café porque tengo que bajar un poco el nivel de consumo, de lo contrario me va a dejar más rayada de lo que ya estoy.
―Esa torta tiene buena pinta, ¿dónde la compraste?
―En ningún lado, la hice yo ―me indicó que tomara asiento.
―¿De verdad? No sabía que te gustara la repostería.
―Me gusta cocinar, en general. A veces hago postres y tortas, aunque debería evitarlos, porque así no voy a adelgazar nunca.
―Así estás perfecta, no necesitás adelgazar nada.
―Gracias, aunque sea mentira.
―Lo dije sinceramente.
―Bueno, te creo, vos ya me dejaste bien en claro que te gustan las “chubbys”. ―Ese comentario me electrificó el cuerpo. Era como si ella me dijera “sé que te gusto”. Aunque tal vez lo había dicho por las chubbys en general. Intenté apartar estas ideas de mi cabeza, para no volverme loco―. Servirte torta cuando quieras, y si está fea, decimelo.
Tomé una porción y al probarla me quedé maravillado, era la mejor torta de manzana que había probado en mi vida; pero imaginé que ella me tomaría por un condescendiente si le decía eso.
―Está muy buena, de verdad. Tenés talento para esto.
―Gracias ―volvió a dedicarme una radiante sonrisa―. ¿Mate dulce o amargo?
―Amargo.
―Qué raro, vos sos un chico muy dulce, pensé que te gustarían así ―me gustó mucho escuchar eso viniendo de ella.
―Ese es justamente el problema, soy muy dulce… y la torta también lo es, si a eso le sumo el mate con azúcar, entonces me puedo morir de sobredosis de dulzura.
Ella comenzó a reírse.
―No conozco a nadie que se haya muerto de eso, pero mejor no corramos riesgos.
Comenzó a cebar mates amargos.
Durante unos cuarenta minutos nos dedicamos a comer torta de manzana, a tomar mates y a hablar de cuestiones triviales. Durante esa charla me enteré que ella fue una chica muy aplicada durante sus años de estudio, y casi siempre sacaba buenas notas en los exámenes; no me sorprendió porque ella me parece una chica muy inteligente.
Cuando dejamos de lado el mate y lo que quedó de la torta, Sabrina me miró fijamente y dijo:
―Todavía me acuerdo de lo que me dijiste el jueves pasado.
―Eso me sonó a título de película de terror.
―¿Te da miedo?
―Sí, un poco.
―Mirá, Horacio, yo no quiero presionarte, pero ya van varias semanas que venís pateando ese susodicho tema… y la última vez, como otras tantas, me prometiste que me lo ibas a contar el jueves que viene. Bueno, resulta que hoy es “el jueves que viene”.
―No exactamente. El jueves que viene es el de la próxima semana.
―No te hagás el boludo, y sí, creo que ya tenemos confianza suficiente para que te diga “boludo”, si la situación lo requiere.
―Me gusta que tengamos confianza. No me voy a ofender por que me digas boludo, menos si la situación lo amerita.
―¿Ya tenemos la suficiente como para que me hables de ese tema en particular?
―Creo que sí…
―Entonces, te escucho.
―Mirá que es largo, y ya casi van a ser las siete…
―¿Tenés algún compromiso?
―Ninguno.
―Yo tampoco, me puedo quedar acá todo el tiempo que haga falta. ―Se hizo una pausa, en la que ninguno de los dos habló. Después ella dijo―: Te noto un poco nervioso.
―Lo estoy, nunca hablé con nadie sobre esto, ni siquiera con Romina.
―A ver, hagamos un ejercicio, que te puede ayudar a contar esto. ―Asentí con la cabeza―. El primer paso consiste en pensar en un punto que vos consideres como el inicio de este problema.
―Ajá.
―¿Ya lo pensaste?
―Sí, porque es fácil.
―Bueno, ahora, partiendo de ese punto, andá contándome de a poco los hechos, así, cuando lleguemos al quid de la cuestión, te va a ser más fácil hablar del tema. No hace falta que me hables del hecho en sí, solamente andá poniéndome en contexto. ¿En ese momento había otras personas con vos, estabas solo? ¿Dónde estabas? ¿En tu casa, en la calle, en la casa de otra persona? ¿Te acordás de qué día de la semana era? En fin, cualquier detalle que recuerdes del contexto general. Vos contá todo lo que quieras, yo no voy a intervenir, a menos que te quedes callado.
―Me gusta esa idea. Además yo soy escritor, y me gusta contar las cosas de forma ordenada, y de a poco.
―Perfecto, hacelo así entonces.
―Bueno, allá vamos… ―estrujé mis manos, con nerviosismo―. Esto empezó varios años antes de conocer a Romina, yo tenía veintitrés años y hacía poco que me había ido a vivir sólo, a un departamento, pero no al que tengo ahora, sino uno más chico. En aquel entonces yo recién estaba empezando a escribir mis primeras novelas, pero trabajaba en la redacción de un diario local. Me gustaba el trabajo, aunque la paga no era muy buena. Al menos me daba para vivir, y mis padres me ayudaban un poco. Ahora es al revés, yo los ayudo económicamente.
En fin, el tema en cuestión empezó una noche en la que salí a bailar con un grupo de amigos y amigas. Ahora ni loco saldría a bailar, no me gustan las discotecas, pero en aquel entonces todavía las disfrutaba un poco.
Aquella noche se nos sumó una chica que me tenía loco, se llamaba Karen, era una morocha preciosa; para nada voluptuosa, pero sí con una carita muy linda. La piba bailó conmigo casi toda la noche, tomamos tragos juntos y tuvimos una charla muy entretenida. Después, como a las seis de la madrugada, llegó la hora de volver a casa. Lucas, un amigo que conocía desde hacía unos tres años, se iba a quedar a dormir en mi casa, porque sino tenía que viajar como dos horas en colectivo hasta la suya. Pude convencer a Karen de que nos acompañara hasta mi casa. Cuando ella accedió, me puse muy contento.
Apenas llegamos al departamento llevé a Lucas hasta el cuarto de invitados, y digo “llevé” porque prácticamente lo tuve que arrastrar. Él había tomado más que yo, por lo que salió del boliche prácticamente reptando. Lucas sabía perfectamente que yo estaba loco por Karen, por lo que no me preocupaba que fuera a interferir en algún momento.
Karen también estaba un poco tomada, y no pasó mucho tiempo hasta que estuvimos en un sillón, comiéndonos las bocas a besos. Comencé a acariciarle las piernas mientras, lenta y disimuladamente, le levantaba la pollera. Llegué a tocarle la concha por encima de la tanga, ella no opuso mucha resistencia; pensé que ya tenía todo a mi favor, sin embargo en ese momento ocurrió lo peor que podía pasar… el padre la llamó por teléfono.
Aparentemente el tipo se puso como loco cuando ella le explicó que estaba en la casa “de un amigo”. Él amenazó con venir a buscarla, pero ella dijo que se iría en un taxi, inmediatamente.
―¿Y se fue? ―Preguntó ella, porque yo me había quedado en silencio.
―Sí, se fue dejándome con toda la leche cargada. De todas formas me sentía bien, porque había logrado un gran avance con ella, y estaba seguro que si el padre no hubiera llamado, hubiéramos cogido en ese mismo momento. Tenía esperanzas de que la próxima vez que nos viéramos, retomaríamos las cosas desde el punto en el que las habíamos dejado.
―¿Se vieron otra vez?
―Esperá, no te adelantes, todavía hay más cosas por contar.
―Perdón, tenés razón. Esa es mi parte curiosa, la que tenés que ignorar, y la que yo debería controlar más. Seguí contándome.
―Bueno. Cuando Karen se fue, lo único que quería hacer era tirarme en la cama, hacerme una paja, y dormir. Pero cuando entré a mi pieza me llevé una gran sorpresa, en el medio de mi cama, con los brazos y las piernas abiertas, estaba Lucas. Primero pensé que estaba dormido, pero al entrar él me miró con una sonrisa de borracho. Supuse que en algún momento él se había levantado, a hacer pis, y que al regresar se había confundido de cuarto. Había otro detalle que me llamaba mucho la atención, él no tenía puesto nada de la cintura para abajo, es decir, estaba con la verga al aire. ―Noté que Sabrina levantaba una ceja, como si ese detalle le pareciera sumamente interesante―. “¿Qué hacés?”, le pregunté a Lucas; a lo que él contestó: “Quería hacerme una paja, pero no se me para, creo que tomé mucho”. Ese comentario en sí no me sorprendía demasiado, porque no era la primera vez que me decía que se iba a hacer una paja, incluso él me contaba cuando se cogía a una mina. Digo una, en singular, porque él sólo había estado con una, en varias ocasiones, con una amiga suya llamada Cristina. La cuestión era que hacía como un año y medio la mina se había cansado de él, y se había buscado un novio en serio. Lo que pasa es que Lucas es un tiro al aire, no por lo mujeriego, sino porque es un tipo con una forma de ser algo caótica e impredecible, también es medio insoportable. Es como un niño grande. Al principio puede parecer adorable, simpático y divertido; pero llega un punto en el que la gente ya no lo tolera demasiado. Yo lo aguantaba porque me había acostumbrado a su sentido del humor tan absurdo y a lo pesado que se podía poner cuando quería hacer bromas. Una vez nos echaron de un pub porque él empezó a bailar arriba de la barra, como si estuviera parodiando alguna absurda película yankee. En las películas eso puede parecer gracioso, pero en la vida real es molesto para los que están trabajando en la barra, y para los que quieren más tragos.
―No quiero interrumpirte, pero me da la sensación de que te estás desviando un poco del tema.
―Tenés razón, perdón. Volviendo al tema, Lucas estaba ahí tirado, medio desnudo. Yo le dije que su cama estaba en el otro dormitorio, y él me respondió que entró al mío porque no vio ninguna cama. En su defensa, tengo que decir que tenía un poco de razón, ya que en el cuarto de invitados no había cama, solamente era un colchón en el piso. Ahí me di cuenta de que esto era otra de sus absurdas bromas, para que tenga que ser yo quien durmiera en el colchón del piso. Pero yo, que no quería dar el brazo a torcer, le dije que me quedaría durmiendo ahí mismo.
Lucas se apartó un poco, dándome lugar en la cama, me senté al lado de él y me quite las zapatillas y el pantalón, pero al menos yo sí tuve la decencia de dejarme puesto el bóxer.
Para no estar acostado al lado suyo, tomé una almohada y la coloqué a los pies de la cama, lo cual creo que fue un error, porque la verga de Lucas me quedó a pocos centímetros de la cara.
Lucas me preguntó si había pasado algo con Karen, entonces empecé a contarle todo, él me pedía muchos detalles y yo, a medida que se los daba, me calentaba más. Para colmo todo se estaba tornando un tanto raro, porque al hablar yo buscaba, instintivamente, mirar la cara de Lucas, pero al hacerlo me encontraba con su verga. Además ésta me generaba algo de curiosidad, porque era bastante grande, nunca hubiera imaginado que él la tenía de ese tamaño.
Tenía ganas de masturbarme y ya estaba considerando la opción de irme a dormir al colchón de la otra pieza.
Cuando terminé de contarle sobre Karen, Lucas me habló de otra chica de nuestro grupo de amigos, una flaquita rubia muy linda, llamada Brenda. Hacía como ocho meses que él estaba “enamorado” de ella, y yo estaba casi seguro de que Brenda le tenía ganas, por eso lo alentaba a que le hable. El problema con Lucas es que, a pesar de ser tan extrovertido con sus amigos, es sumamente tímido con las mujeres. Por lo general yo cumplía el rol de consejero, cuando me hablaba de una chica que le gustaba, pero que no le daba ni la hora. Más de una vez le dije que debía ser menos tímido y permitir que la chica llegara a conocerlo mejor; luego de esto, por lo general, solía destacar algún aspecto de su personalidad. Sin embargo en esta ocasión le di un consejo diferente. “Tendrías que mostrarle la verga a Brenda ―le dije―, si te la viera no podría resistirse”. “¿Estás seguro?”, me preguntó, mientras se manoseaba el pene, aun flácido. “Sí, estoy seguro ―le contesté, mirándole fijamente la entrepierna― ella tiene pinta de ser bastante putita, y si viera cómo la tenés de grande, no te diría que no”. Entonces él me preguntó: “¿De verdad te parece que la tengo grande?”. Le contesté con un simple “sí”, y me quedé hipnotizado mirándole el glande y la forma en la que él sacudía esa manguera. Empecé a preguntarme qué sentiría una mujer al ser penetrada por algo así de grueso.
Te juro que nunca había sentido ningún tipo de atracción hacia el miembro masculino, pero en esa ocasión la calentura y el alcohol me estaban jugando en contra. Los dos nos quedamos en completo silencio, él dejó de manosearse la verga, pero yo no dejé de mirarla. Era larga, ancha y venosa, además tenía poco vello púbico, cómo si se lo hibuiera afeitado recientemente.
Lentamente, y casi sin darme cuenta, fui acercando la cara, hasta que la punta casi me rozó la boca. Lucas no dijo ni una palabra, pero yo sabía que me estaba mirando, aunque yo no quisiera hacer contacto visual con él. Posiblemente él estuviera tan caliente, y borracho, que mi actitud no le molestaba. Yo ni siquiera sabía cuáles eran mis intenciones, sólo sentía una fuerte atracción hacia su verga, como una especie de curiosidad.
Apoyé suavemente la punta de mis dedos sobre el pene, y me sorprendió sentirlo tan suave y tibio. Poco a poco fui cerrando mis dedos sobre él, suponiendo que en cualquier momento Lucas me diría algo; sin embargo no lo hizo. El silencio era tan grande que yo podía sentir mi propio corazón latiendo. Te parecerá trillado, pero es la pura verdad; tenía el pulso sumamente acelerado. Cuando tuve mis dedos alrededor de la verga, la levanté levemente, como si quisiera inspeccionarla por debajo. Le miré los huevos, los cuáles eran grandes, y colgaban de sus bolsas, como si fueran boleadoras.
Tenía la sensación de haber llegado demasiado lejos, pero tampoco podía retroceder, aunque lo intenté. Casi instintivamente, acerqué mi boca entreabierta, hasta que mis labios hicieron contacto con el glande. El corazón comenzó a palpitarme aún más fuerte, era la primera vez que sentía un miembro masculino tan cerca de mi boca. En ese momento me dije mentalmente: “¿Qué estás haciendo, Horacio? Vos no hacés estas cosas”. Sin embargo me costaba mucho acatar la voz de mi consciencia.
Abrí un poco más la boca, sólo lo suficiente como para que la punta del glande entrara. Mis labios estaban secos, y en un automático intento por humedecerlos, terminé dándole una lamida. Retrocedí asustado, no quise mirar a Lucas, y agradecí que él no dijera nada. Luego junté coraje y volví a abrir la boca, ésta vez permití que todo el glande entrara. Fue una sensasión muy extraña, no sabría cómo describirla; sólo puedo decir que no me desagradó. Moví la lengua alrededor, humedeciéndolo bien, y luego tragué un poco más de ese pene.
Antes de que me diera cuenta, ya lo tenía completo dentro de mi boca, se sentía gomoso y se sacudía cada vez que yo lo tocaba con la lengua. Me percaté de que, gradualmente, se iba poniendo más duro. Ahí es cuando todo me hizo clic… estaba chupando una verga, y si seguía haciéndolo, se pondría dura. Estaba aterrado, y pude haberme detenido, sin embargo hice todo lo contrario; comencé a subir y a bajar la cabeza, permitiendo que el miembro entrara y saliera de mi boca, y noté cómo iba ganando rigidez. Si Lucas había tenido problemas para conseguir una erección al masturbarse, entonces yo, con la boca, lo había solucionado; porque en pocos segundos se puso dura como un garrote, y creció tanto que ya no pude contenerla completa dentro de la boca.
Para envalentonarme me dije: “Horacio, si ya llegaste hasta este punto, es inútil detenerse”. Estaba en un punto de no retorno. Tambíen me dije a mí mismo que si lo iba hacer, si realmente lo iba a hacer, entonces debía hacerlo bien. Apreté mis dedos alrededor del tronco y comencé a meterla y a sacarla de mi boca, apretando mucho los labios y usando la lengua tanto como podía. Tengo que reconocer que cuando empecé a mamarla con cierto ritmo, ya dejé de preocuparme, simplemente lo disfruté. Se sentía realmente muy bien estar chupándola, y que estuviera tan dura.
Sabrina miraba con las mejillas rojas, la boca abierta y los ojos como platos. Parecía fascinada por mi anécdota. Hasta me dio la impresión de que respiraba de forma agitada, pero seguramente eso no era más que mi imaginación.
No me limité sólo a mamar la verga, sino que también bajé un poco y chupé los huevos, mientras lo pajeaba con fuerza. Hice esto varias veces, me mantuve chupando la verga y luego volví a los huevos, una y otra vez. No me imaginaba que yo fuera capaz de hacer un pete, pero ya no podía negar que lo estaba haciendo. El momento cúlmine de la situación llegó, como te imaginarás, cuando Lucas acabó. Lo hizo cuando yo tenía media verga metida en la boca, y pude sentir un fuerte chorro de semen impactando contra mi paladar, esto, en vez de atemorizarme, me excitó aún más. Comencé a tragarme tanta leche como me fuera posible, pero era mucha, y lo que no pude tragar se desbordó mi boca y comenzó a chorrear sobre la verga. Sin embargo luego la junté con la lengua, dando intensas lamidas. Pude escuchar los gemidos de Lucas y él, con sus espasmos, me clavaba la verga en la boca y la sacaba. Mi instinto me dijo que siguiera chupando, porque sé muy bien lo sensible que se pone la verga en el momento de la eyaculación. Además recibir tanto semen dentro de la boca me había encantado. Esta vez empecé a mover más mi cabeza, ya no hacía falta disimular nada. Le estaba haciendo un pete a mi amigo, y quería hacerlo bien. Por suerte seguí chupando, porque volvió a salir semen de esa verga. Esta vez la saqué de mi boca, y recibí las descargas en la punta de mi lengua, mientras con ella le lamía la base del glande. Me tragué el semen mientras daba chupones a la cabeza de la verga. Seguí haciendo eso durante un buen rato, hasta que por fin di el acto por concluido.
Sabrina me miraba estupefacta, me dio la impresión de que sus anteojos se habían empañado y su respiración definitivamente estaba entrecortada.
―¿Me excedí con la narración? ―le pregunté, con genuina preocupación.
―N… no… no, para nada. Al contrario, me pareció muy… intensa. Antes de que empezaras a contarme todo, no me imaginaba que pudiera tratarse de…
―¿De un acto homosexual?
―¿Así te considerás vos?
―Si te digo que no, no me vas a creer.
―Vos decime lo que pensás. No te preocupes por lo demás, yo voy a hacer mi mayor esfuerzo por comprenderte.
―Está bien. Para ser sincero, en ese momento no me sentí así. Lo sentí, más bien, como un impulso de curiosidad sexual, porque yo no sentí ningún tipo de atracción hacia Lucas, sólo hacia su verga… hacia el falo. Sentí muchas ganas de chuparlo, nada más. ¿Es muy loco lo que estoy diciendo?
―No, para nada. ¿Alguna vez escuchaste hablar de la fijación oral?
―Sí, el término me suena, aunque nunca lo analicé en profundidad.
―Es un término del psicoanálisis. No te voy a enroscar con tantos tecnicismos, porque ni siquiera yo estoy completamente convencida de que sea algo cien por ciento verídico; pero puede que algo de real tenga. No voy a entrar en las problemáticas que Freud describía acerca de padecer una fijación oral, pero sí puedo decirte que una de las formas de detectarla, es por la necesidad de la persona a llevarse cosas a la boca. Poca gente es consciente de que la boca esa una zona erógena muy importante, y que ésta nos puede brindar mucho placer… o puede ayudarnos a canalizar la ansiedad. Una forma de hacerlo es comiendo, otra, como ya dije antes, es llevándose objetos a la boca. ¿A vos no te da por morder lápices o lapiceras, por ejemplo?
―La verdad es que sí. Siempre tengo todos mordidos los capuchones de las lapiceras.
―A mí me pasa algo parecido, y también con la comida… por eso estoy gordita. Pero, al igual que vos, también me pasó muchas veces con una verga. Me invade esa gran ansiedad por chupar una, incluso sin sentir nada en especial por el hombre en cuestión. Me pasó la primera vez que hice un pete ―me puse en alerta, y me moví un poco en la silla, me intrigaba mucho saber cómo había sido esa primera vez; estuve a punto de preguntárselo, pero ella me lo ahorró―. Fue durante mi primer año en la universidad, de hecho, allí mismo fue donde ocurrió, en uno de los baños.
―¿Qué? ¿De verdad? No te imagino haciendo un pete en el baño de la universidad ―dije esto esforzándome por disimular mi ansiedad y excitación.
―Yo tampoco me lo imaginaba, pero ocurrió. Uno de mis compañeros, de los pocos varones que había en el curso, estuvo como tres meses insinuándome, de forma bastante evidente, que quería tener algún encuentro sexual conmigo. Siempre declinaba sus invitaciones, pero me gustaba que coqueteara de esa forma conmigo; especialmente porque nadie más lo hacía, nadie parecía estar interesado en mí de esa manera. Él era un poco boludo, pero me hacía sentir bien… me hacía sentir sexy. Una mañana, justo después de rendir un parcial, él empezó a tirarme indirectas bastante contundentes; yo estaba contenta, porque sabía que en el examen me había ido bien, para colmo era uno de esos exámenes importantes, y sentí ganas de celebrar un poquito.
Ella guardó silencio durante un par de segundos, cuando me di cuenta que no seguiría hablando, dije:
―¿Me vas a dejar con las ganas de saber qué pasó después?
―¿Te parece apropiado que te lo cuente?
―Qué se yo… yo te conté mis experiencias sexuales con lujo de detalles, incluso sobre una que jamás compartí con nadie. Ahora siento tanta curiosidad que me importa poco si es apropiado o no… yo quiero saber qué pasó… si no te molesta contármelo, claro.
―No me molesta ―vi cierta sonrisa lujuriosa en su rostro, pero fue tan fugaz que tal vez sólo la imaginé.
―Mejor así… entonces, te escucho ―aprovechando que escritorio me cubría la mitad inferior, me agarré la verga por encima del pantalón, la tenía completamente dura y sentí una ola de placer recorriéndome el cuerpo.
―Está bien ―prosiguió―. Agarré a mi compañero de la mano y nos escondimos en uno de los baños de mujeres, teniendo mucho cuidado de que nadie nos viera. Nos encerramos en un cubículo y él, sin más vueltas, se bajó el cierre del pantalón y me ofreció la verga ―levantó una de sus cejas al decir esa palabra, yo intentaba imaginarme toda la situación―. Nunca había chupado una, pero no era tan ingenua como para no saber qué hacer, tampoco quería perder el tiempo dudando. Una amiga me dijo que mientras más lo pensás, menos te animás. En esas situaciones solamente hay que dejarse llevar. Por eso, sin meditarlo mucho, me puse de rodillas y me la metí toda en la boca ―llegó a mi mente una imagen de ella engullendo un pene, y mi temperatura corporal se elevó aún más―. Me pasó igual que a vos, a medida que la verga se ponía más dura, más me agradaba; me excitaba mucho saber que yo estaba provocando eso. Además me daba mucho morbo el estar complaciendo al único chico que se había fijado en mí durante los últimos meses. Me limité a lo simple, moví la lengua todo lo que pude y empecé a meterla y sacarla de la boca, hasta que quedó bien dura y ya no me la pude tragar completa. Él fue un poquito brusco conmigo, ya que me agarró de los pelos y prácticamente me obligó a chupársela sin parar; era como si me estuviera cogiendo la boca… bueno, realmente me cogió por la boca. Me sentí humillada, pero admito que la situación me calentó mucho, supongo que en ese sentido somos un poquito parecidos vos y yo, pero este tipo de humillación, el que me gustó a mí, es algo diferente, es una humillación más física.
―¿Por qué creés que te gustó tanto? ―pregunté, luego de tragar saliva.
―No sé, creo que fue porque me hizo sentir como… una puta ―una vez más volvió a levantar una de sus cejas―. Ojo, aclaro que no me gusta que me traten de puta todo el tiempo, sólo cuando yo lo permito. Por aquel entonces mis amigas narraban sus experiencias sexuales y se hacían comentarios del tipo “¡Qué puta que sos!”, y se reían. A mí no me parecía gracioso, sin embargo me jodía un poco no tener historias dignas de contar. Nunca pretendí ser puta, pero al menos una vez me quería sentir de esa manera, quería experimentarlo. Al final nunca le conté esta historia a mis amigas… pero me gustó vivirlo. También fue ahí que descubrí mi gusto por el sexo oral. Más precisamente lo descubrí en el momento en que él acabó, porque no me dejó sacarme la verga de la boca, me la llenó de leche y no me quedó más alternativa que tragarla… aunque no pude tragar todo. En ningún momento me había imaginado que él pudiera acabar tanto. Yo estaba re caliente, ya estaba por pedirle que me cogiera ahí mismo, pero en lugar de eso, después de que largó toda la leche, se guardó la verga y se fue. No me quedó más alternativa que bajarme la calentura yo solita.
―¿Te masturbaste en el baño de la universidad?
―Sí… ―se puso roja, comenzó a reírse y se tapó la cara con una mano―; y no fue la primera vez.
―¿En serio? ―mi sorpresa era genuina―. No sabía que las mujeres se tocaban en baños públicos. Mucho menos las futuras psicólogas.
―Algunas sí lo hacemos, no es algo de lo que me sienta orgullosa, de hecho me da mucha vergüenza contarlo… pero me fui de lengua y ya era obvio.
―Y sí… ¿y cómo fue que llegaste a hacer eso? Me refiero a la vez anterior a esa.
―No estoy segura ―volvió a mirarme, pero sus mejillas aún seguían enrojecidas―, fue una situación rara. Pasó un día en el que fui a cursar con las hormonas alteradas, no sé por qué estaba tan… mojada. Estuve pensando en sexo todo el día… y sí, las mujeres también pensamos mucho en sexo, y nos masturbamos, aunque muchas lo nieguen.
―Sí, de hecho las amigas que he tenido, la mayoría niega que se masturban o que tienen fantasías sexuales. Como si estuviera prohibido que un cerebro femenino tenga fantasías sexuales.
―Es que hay mucha gente que es muy pudorosa con el sexo, especialmente con la masturbación, porque es algo más íntimo. Además existen los prejuicios sociales, si una mujer confiesa que piensa en sexo, enseguida la tachan de puta. Sin embargo la verdad es que yo me toco mucho ―una vez más me pareció ver esa fugaz sonrisa lujuriosa.
―Hacés bien, es bueno descargar la energía sexual.
―Totalmente, más que nada cuando llevás mucho tiempo acumulándola, tal vez por eso estaba caliente aquel día.
―¿Y cómo lo hiciste? ―inmediatamente me di cuenta de que quedaba como un pajero con esa pregunta, por lo que agregué:―. Me refiero a que habrás tenido miedo de que te descubran…
―Sí, de hecho sí… estaba ahí, sentada en el inodoro, frotándome la que te dije, y todo el tiempo me mordía los labios, por miedo a hacer algún ruido que me dejara en evidencia, para colmo un par de veces entraron chicas al baño. Sin embargo eso no me hizo parar. La vez después de que se la chupé a mi compañero fue más candente, porque lo hice mientras lamía el semen que me había chorreado fuera de la boca, esa vez me emocioné bastante, y fue una suerte que no entrara nadie, porque estoy segura de que se hubieran dado cuenta de lo que yo estaba haciendo ―se quedó callada un instante, y luego prosiguió―. Entre una cosa y otra, me olvidé por qué te estoy contando todo esto…
―Por lo de la fijación oral.
―Ah, sí, es cierto. En conclusión, los dos padecemos de esa fijación oral, de una forma bastante similar. Me alegra que por fin te hayas animado a contarme este asunto que tan preocupado te tenía…
―Sí, yo también me alegro de habértelo contado, aunque de momento me gustaría dejarlo así, sin estar analizando demasiado; ya tendremos tiempo para hacer eso.
―Me parece bien, un paso a la vez.
―Sí, además este fue un gran paso para mí, nunca le había contado eso a nadie. Te agradezco por haberme escuchado, y por haberme contado tu anécdota, me sirvió mucho para aliviar la tensión.
―Por eso mismo te lo conté, aunque creo que terminé dándote más detalles de los que pretendía. Ahora vas a pensar que soy una pajera.
―No tenés por qué preocuparte por eso, no dijiste nada que me pueda escandalizar, al contrario, me pareció una linda anécdota, y también me hace ver que estoy hablando con una persona de verdad, y no con un robot que analiza patologías… como habías dicho. Me gusta esto de poder hablar de sexo de forma tan natural.
―A mí también, siempre y cuando no sea contraproducente.
―No lo creo… aunque te confieso que me voy a acordar de vos cada vez que vaya a un baño público.
―Espero que no entres a uno para masturbarte… no es el lugar más cómodo para hacerlo, te lo digo por experiencia ―volvió a reírse.
Hablar con Sabrina me hacía creer que las preocupaciones de mi vida eran puras tonterías, y ni siquiera era porque ella pusiera problemas peores como contraste; sino todo lo contrario, con su forma de hablarme, y las cosas que me contaba, me daba a entender que lo que me ocurrió con Lucas no fue tan raro.
Cuando la sesión terminó, regresé a mi casa con una sonrisa de oreja a oreja… y una erección de película porno. Tuve que tirarme en la cama a descargar la tensión sexual acumulada… y lo hice pensando en Sabrina y el pete que había hecho en el baño de la universidad.
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