Transferencia Erótica [03].

Parafilia.

Capítulo 3.

Parafilia.

―1―

El jueves llegó con una lluvia torrencial, al mirar por el balcón me di cuenta de que el aguacero no se detendría y ya casi era la hora de mi sesión con la psicóloga.

Volví a escribirle por Whatsapp, para avisarle que no iría.

~Hola Sabrina, soy Horacio ―me sentí un idiota al aclarar quién era. Ella ya debía tener agendado mi número, con mi nombre―. Me imagino que la sesión de hoy se cancela por mal tiempo.

Recibí su respuesta casi al instante.

~Hola, Horacio, no te preocupes por venir hoy, el tiempo está horrible.

Al ver la palabra “venir” supe que ella estaba en el consultorio, pero de todas formas se lo pregunté.

~Sí ―me respondió―, tengo que esperar a que la lluvia pare un poco. Así no puedo salir, hace un frío bárbaro.

~Va a llover durante un rato largo. Si tenés que quedarte sí o sí, puedo ir igual.

~No, estás loco, te vas a mojar todo.

~Puedo ir en auto.

~Bueno, como vos quieras. Pero si ves que las calles están muy inundadas, no te hagas problema por venir. Podemos programar la sesión para otro día.

―2―

A las seis y veinte de la tarde, llegué al consultorio. Apenas detuve el auto, la puerta de la casa se abrió, por lo mojada que estaba la ventana de mi vehículo, no pude verla muy bien, sin embargo reconocí la silueta de Sabrina.

Tomé las cosas que había llevado, prestando atención, para no olvidarme nada, y luego me bajé del auto. La distancia que me separaba de la casa era muy poca, y la lluvia no caía directamente sobre esa vereda, por lo que no me mojé.

―¿Qué es todo eso? ―preguntó Sabrina, dejándome entrar.

―Ya vas a ver.

Me saludó con un beso en la mejilla y subimos la larga escalera. Me sentí mal conmigo mismo por estar mirándole el culo, pero no era mi culpa que ella estuviera usando un pantalón tan ajustado… aunque eso tampoco me daba derecho a mirarla así. Sus grandes nalgas me parecían hermosas, pero me hacían sentir tan culpable que no podía contemplarlas por más de un segundo, sin apartar la mirada.

Cuando entramos en su consultorio abrí el pequeño bolso de mano que llevaba, y extraje su contenido.

―Como hace frío, me imaginé que te gustaría tomar algo caliente. ¿Te gusta el café?

―Soy adicta al café ―dijo con una radiante sonrisa―, mataría por tomarme una taza ahora. ―Se frotó las manos, una clara señal de que tenía mucho frío.

Me quité la campera, la colgué del respaldo de mi silla, y me senté.

―No es necesario que me mates, traje suficiente para los dos.

―Está bien, de momento te perdono la vida ―se sentó en su lugar.

―También traje unos bizcochitos de grasa ―dije sacando la bolsa que los contenía―, supuse que podías tener hambre…

―Ah, sos un genio. Trajiste todo lo que yo quería.

―Qué bueno, porque estuve a punto de no traer nada… pensé que podría llegar a molestarte que me tomara el atrevimiento.

―No seas sonso, Horacio, es un gesto muy lindo. ¿Por qué me molestaría?

―No sé, qué se yo ―dije, encogiéndose de hombros. Comencé a servir café en dos pequeños vasos plásticos que había llevado.

―Vos te debés hacer la cabeza por todo, creyendo que siempre molestás a los demás. Seguramente te habrá pasado lo mismo el domingo, cuando me escribiste.

La miré sorprendido, casi se me cae el café. Sus palabras fueron como un cachetazo para mí.

―Además de psicóloga, sos vidente…

―No soy vidente. Sólo soy psicóloga, y con eso me basta para entender un poco cómo es tu forma de pensar. En las últimas sesiones creíste un montón de veces que a mí me iban a molestar tus palabras. No sé por qué me escribiste el domingo, pero estoy segura de que lo primero que pensaste es que a mí me iba a molestar.

―Entonces, ¿me respondiste sólo para demostrarme que estaba equivocado?

―En parte, sí; pero también porque estaba aburrida. Tengo que admitir que después del doceavo visionado, el final de “El Club de la Pelea” ya deja de resultar tan impactante. Estuvo bueno tener a alguien con quien charlar, para variar.

―Me imagino que sí ―dije pasándole un vaso con café caliente.

―Gracias ―dio un sorbo―. Está muy bueno.

―¿De verdad te pareció bien que te escriba… sólo para hablar?

―Sí, de verdad. No te lo voy a negar, no acostumbro intercambiar mensajes de ese tipo con mis pacientes, pero confío en que vos no vas a hacer un gran escándalo de eso. Podemos tener charlas más bien “amistosas”, siempre y cuando sean los domingos.

―¿Por qué los domingos?

―Porque es el día más aburrido de la semana ―volvió a sonreír―. Es el único día en el que nunca tengo nada para hacer. Eso sí, una cosa es la terapia, y otra son esas charlas. No las uses para que yo te psicoanalice, porque para eso cobro… y no tengo forma de cobrarte por “sesiones telefónicas”.

―Podría pagarte, con la tarjeta de crédito…

―No, tarado. No te estoy pidiendo que me las pagues… perdón, otra vez te dije tarado…

―Ya me estoy acostumbrando ―le sonreí―. No me molesta. Pero ya te puedo decir lo mismo dos veces, sin que te quejes.

―Es cierto. Bueno, mejor así. Lo que te estaba diciendo es que siempre que separes esas charlas de la terapia, podemos seguir conversando.

―No es justo.

―¿Por qué no? ―preguntó sorprendida.

―Porque vos me psicoanalizás igual, lo hiciste el domingo pasado. Así te diste cuenta de que yo pensaba que te había molestado.

―No me hizo falta psicoanalizarte para darme cuenta de eso, era demasiado obvio. Pero bueno, si te deja más tranquilo, te prometo dejar de lado mi mente de psicóloga… sólo los domingos. Sin embargo vos me tenés que prometer otra cosa, mejor dicho, dos cosas ―me mostró dos dedos―. Primero: Nunca le digas a uno de mis pacientes, porque todos me van a querer mandar mensajes.

―Te prometo que en la próxima reunión secreta de “Pacientes de Sabrina” no voy a decir nada.

―Eso me dio escalofríos… ni me quiero imaginar cómo sería una reunión de pacientes míos. Se pasarían el día sacándome el cuero.

―Posiblemente, pero yo soy buenito, no haría una cosa así.

―Bien. Entonces, lo segundo: podemos tener charlas como amigos, los domingos, incluso lo podemos hacer acá, como veníamos haciendo. Vos me contás tus cosas, y yo te puedo contar las mías; pero en el momento en que eso interfiriera de forma negativa con la terapia, se termina. ¿Está claro?

―¿Cómo sería una de esas interferencias negativas?

―Mmmm, por ejemplo, que uses algo que te conté para contradecir algo que te diga como terapeuta. ¿Se entiende?

―Emmm, a ver… si vos me contaras que robaste un banco, y yo quiero hacer lo mismo… pero, terapéuticamente me aconsejas que no lo haga; no puedo decirte: “pero vos también robaste un banco”. ¿Algo así?

―Sí, ese es buen ejemplo, y si llamás a la policía y les contás sobre el robo del banco, voy a negar todo, y es tu palabra contra la mía ―me mostró su simpática sonrisa.

Entendí el trasfondo de ese chiste, el cual era un tanto turbio. Pero no podía enojarme con ella por defenderse. En su posición yo hubiera hecho lo mismo. En pocas palabras Sabrina me había dicho que si yo alguna vez la acusaba con alguien de practicar mal su profesión, ella lo negaría. Me estremecí de sólo imaginarlo, esta mujer podía ser tan simpática como siniestra, siempre sin perder la sonrisa.

Tal vez ella quisiera probar conmigo algún método revolucionario de terapia, o puede que simplemente yo le cayera bien.  Pero Sabrina no me conocía tanto, y debía protegerse. Yo no sería tan idiota de acusarla con nadie. Al fin y al cabo estaba disfrutando mucho de la terapia, y la charla sobre cine y series había sido de lo más entretenida. ¿Qué importaba si los psicólogos más ortodoxos no hubieran aplicado estos métodos? No me iba a meter en ese asunto, ni tampoco quería meter a Sabrina en problemas.

―Prometo no decirle nada a la policía ―dije, levantando la mano derecha―. También prometo que nada de lo que me cuentes va a ser utilizado en tu contra, o en perjuicio de la terapia.

―Así me gusta. De esa forma podemos llevar una terapia y una amistad, en paralelo.

No pude con mi curiosidad. Se lo pregunté.

―¿No será que todo esto es parte de un nuevo tipo de terapia que vos estás probando conmigo?

―Puede ser… pero en realidad esto no es nada nuevo. Hubo un Psicoanalista llamado Donald Winnicott que no respetaba mucho las reglas establecidas por la Asociación Internacional de Psicoanálisis. A él, por ejemplo, no le importaba mucho la duración de las sesiones, que podían ser de varias horas. Además solía mantener relaciones de amistad con sus pacientes, esto servía para aumentar la empatía… bueno, aunque él se especializaba más que nada en el tratamiento con niños. Pero aprendí mucho de él. Sinceramente a mí nunca me gustó eso de marcar tanta distancia entre el terapeuta y el paciente, como si fuéramos seres de especies diferentes. Sé que en ciertos casos es necesario, pero también sé que en otros casos se puede hacer una excepción.

―¿Yo sería uno de esos últimos casos?

―De momento, sí.

―Hasta que la cague.

―Claro… aunque espero que no lo hagas.

―Sí, yo también ―dije comiendo un bizcochito. Ella hizo lo mismo, como si hubiera estado esperando a que yo comiera el primero, dándole permiso a tomar uno―. Te aseguro que esta terapia es como un millón de veces mejor de lo que tenía en mente.

―Pienso lo mismo, con café y bizcochitos todo es un millón de veces mejor ―comió otro y tomó un sorbo de café―. Qué bueno que pudiste venir, de lo contrario hubiera tenido que esperar sola hasta que pase la lluvia… y parece que va para rato.

―Sí, es que hace mucho que no llueve… ―en ese momento mi celular sonó, acusando la entrada de un nuevo mensaje―. Perdón, me olvidé de ponerlo en silencio.

Sin levantar el celular de la mesa, lo desbloqueé, quise ir directamente a la opción de ponerlo en silencio, pero toqué cualquier cosa y abrí el mensaje. Asustado, volví a darle un golpe a la pantalla, y apareció, en grande, una fotografía. Completamente avergonzado, apreté el botón que puso la pantalla en negro.

―¿Eso fue… lo que yo creo que fue? ―preguntó Sabrina.

―Emmm ¿Y qué creés que fue? ―Pregunté, haciéndome el boludo.

―Una foto… bastante peculiar.

La imagen había estado en pantalla el tiempo suficiente como para que yo la hubiera visto claramente, si bien Sabrina la vio prácticamente al revés, no necesitaría mucho esfuerzo para comprender de qué se trataba.

―Tal vez viste mal ―dije, rojo de la vergüenza. Tomé un sorbo de café para bajar los huevos, porque los tenía anudados a la garganta.

―¿Quién te mandó esa foto? ¿Algún amigo tuyo? En esos grupos de amigos de Whatsapp se manda cada cosa…

―No, me la mandó mi ex novia.

―¿Qué? ―abrió mucho los ojos―. ¿La de la foto era Romina?

―¿Cuánto viste de la foto?

―Lo suficiente como para entender la situación.

―No te creo, vos estás diciendo cosas al azar…

―No es cierto, Horacio. Vi una chica, con una verga metida en la boca, y la cara llena de semen. ¿Estoy equivocada?

―Tal vez… ―no sabía dónde meterme.

Con un movimiento fugaz, me arrebató el teléfono y lo puso sobre la mesa, pero lo giró hacia su lado. Con un dedo trazó la misma secuencia de desbloqueo que yo había usado, no me imaginé que la recordaría, porque la hice muy rápido. En la pantalla apareció Romina, tal y como había dicho Sabrina, tenía una venosa verga en la boca y le habían eyaculado en toda la cara.

―Creo que no me equivoqué ―dijo con una sonrisa―. Se ve que tu ex la está pasando bien.

―No sabía que tenías permitido sacarme el celular.

―¡Ay, perdón, tenés razón! Fue un impulso… yo…

―No te preocupes, tarada ―le dije con una sonrisa―. No me molesta, pero sí me da un poco de vergüenza.

―Perdón, en serio, no tendría que haber hecho eso… es muy molesto que te revisen el teléfono, sea quien sea.

―No me molestó. Me da vergüenza por el tipo de contenido… o sea, no sé qué irás a pensar al ver eso.

―¿Qué debería pensar? ¿Que tu ex novia te manda fotos porno?

―Bueno, sí.

―No veo nada de malo en eso. Vos me dijiste que siguen siendo buenos amigos.

―¿No te molesta ver eso? ―Señalé el teléfono, cuya pantalla aún enseñaba la foto de Romina.

―Pfff, sí, claro… como si me fuera a desmayar por ver a una chica chupando una verga.

―Y con la cara llena de leche ―aclaré.

―¿Y qué tiene? Ya te conté varias cosas de mi vida… creo que serás lo suficientemente inteligente como para deducir que yo también estuve en situaciones similares, más de una vez.

Giré un poco el teléfono, para ver mejor la imagen, casi me podía imaginar a Sabrina en lugar de Romina, con la cara surcada por gruesas líneas de semen espeso y bien blanco, mirando fijamente a la cámara.

―Bueno, si no te molesta, me quedo más tranquilo.

―Sí, de verdad, no tenés que preocuparte de nada. Te vuelvo a pedir disculpas por sacarte el teléfono, es que me jodió un poco que me trataras de mentirosa; además me dio un poco de curiosidad… especialmente cuando dijiste que era Romina. Soy extremadamente curiosa. Algo que puede ser útil en mi profesión; pero también debería medirme un poco más.

―Ahora la que se disculpa demasiado sos vos. Ya te dije que no me molestó. Solamente creí que a vos podría ofenderte ver algo así, durante una sesión; pero ya me aclaraste que no. Ahora ya viste a Romina. Fue una forma interesante de conocerla.

―Ya lo creo… se nota que le gusta lo que está haciendo, y por lo poco de la cara que se le ve, parece una chica muy linda. ¿Ese es el novio actual?

―No, ella no tiene novio. Ese es un tipo que conoció no sé dónde, con el que se ve de vez en cuando, para coger sin compromiso.

―Ah, bien por ella. Lo digo porque ya me aclaraste que vos estás de acuerdo con este tipo de relación, en la que siguen siendo amigos, pero cada quien tiene sexo con quien quiera. ―Asentí con la cabeza―. No se lo digas, pero la foto está muy buena, además se nota que come bien. ―Colocó sus manos para indicarme que la verga era de buen tamaño―. Le tengo un poco de envidia.

En ese momento el teléfono volvió a sonar varias veces. Miré los mensajes, esta vez levantando el teléfono, para que Sabrina no viera la pantalla. El único texto que vi decía:

~Bueno, si no vas a contestar te mando las otras fotos, y cuando termines de hacerte la paja, me decís qué te parecieron.

―¿Es ella otra vez? ―preguntó Sabrina.

―Sí, mandó más fotos ―levanté la mirada hasta toparme con sus ojos―. ¿Las querés ver? ―le pregunté, siguiendo mis impulsos libidinosos.

―Y… no sé, no corresponde…

―Pero te da curiosidad.

―Eh… sí, claro, pero ella mandó las fotos para vos… no para mí.

―Vos sos mi psicóloga, y por lo tanto no podés contarle a nadie sobre esto.

―No, claro que no.

―Entonces no veo que ocasione algún daño, vos bien dijiste que las fotos son para mí, y si yo decido mostrártelas, entonces vos no estarías haciendo nada malo. Yo puedo mostrarte cualquier cosa que considere que pueda ser favorable… para la terapia.

―Emmm… puede ser… si es decisión tuya… ―evitó el contacto visual y volvió a tomar café hasta vaciar el vaso.

Volví a llenarlo, con el café del termo.

―Es mi decisión… pero si te molesta, me lo decís.

―No me molesta. En serio ―la noté algo sonrojada, no sabía si eso lo había producido el café caliente, o la situación en general.

Amplíe la siguiente fotografía y puse el celular sobre la mesa, orientándolo de forma tal que Sabrina pudiera verlo claramente. Abrió mucho los ojos. En pantalla aparecía la concha de Romina, estaba muy húmeda, y le estaban metiendo la gruesa verga.

―¡Wow! ―exclamó la psicóloga―. ¿Esto habrá sido antes o después de que le acabaran en la cara?

―Es difícil saberlo, Romina no suele mandarme las fotos en orden cronológico. ¿Paso a la siguiente?

―Dale ―noté verdadero interés en su mirada.

Deslicé un dedo sobre la pantalla y apareció la siguiente imagen, en ésta se veía a Romina en cuatro patas, sobre la cama, y una vez más, le estaban metiendo la verga en su jugosa concha.

Sabrina no hizo ningún comentario, pero sí se quedó mirando fijamente. Luego de unos pocos segundos, volví a deslizar el dedo, pero esta vez apareció una imagen borrosa, con un símbolo de “Play” en el centro.

―¡Apa! Esto es un video ―dijo la psicóloga.

―Eso no me lo esperaba… ¿Lo reproduzco?

―Eso depende de vos… y no me vengas otra vez con eso de “No quiero que te moleste”, porque ya sabés que no.

Tomé esa respuesta como un “Sí”. La verga se me puso dura de sólo pensar que vería un video porno, junto a Sabrina y que, además, ese video involucraba a Romina. Apreté el botón de “Play” y el video comenzó a reproducirse. Sostuve el teléfono con una mano, acercándola a uno de los extremos de la mesa, de esa forma los dos podíamos ver igual de bien.

Dos cosas me impactaron desde el comienzo, la primera fue la forma tan enérgica en la que se estaban cogiendo a Romina, la cual estaba en cuatro, al igual que en la última foto, mostrando cómo la verga entraba completamente en su concha, para volver a salir cubierta de flujos. Lo otro que me impactó fueron los gemidos de placer de mi ex novia, y la forma en la que ella pedía que se la metieran toda.

Estas dos cosas ya las había visto antes, pero era la primera vez que lo hacía frente a otra persona… y me encantaba que esa otra persona fuera Sabrina. Ella miraba boquiabierta, con las mejillas enrojecidas. Me pregunté si estaría tan excitada como yo.

―Madre mía, qué buena cogida le están dando ―dijo.

Justo después de eso, entre los gemidos de Romina se escuchó la voz de un hombre diciendo:

~¿Así te coge tu novio?

~No, no… ―respondió Romina―. Él la tiene re chica, la tuya es re grande… me encanta ¡Amo tu pija! ¡Metemela toda!

En ese momento, muerto de vergüenza, detuve el video.

Sabrina me miró sobresaltada.

―Este… ese novio del que hablaban, ¿sos vos? ―no respondí―. Acaso, ese tema del que no te animabas a hablarme, ¿tiene que ver con esto?

―Puede ser…

―¿Tiene que ver con el tamaño de…?

―No exactamente… bueno, sí; pero es más complejo de lo que te imaginás.

―Intento no imaginarme nada. No quiero adelantar ningún tipo de conclusiones. ¿Por qué mejor no entramos un poco más en lo que sería la terapia… y me contás? Al final el asunto de las fotos y el video nos sirvió para dar un gran paso.

―Bueno, pero es un tema medio largo…

―Hoy no tenés excusa, Horacio. Sigue lloviendo a cántaros, así que me tengo que quedar acá ―miró el reloj de su celular, eran las siete y cuarto―. Todavía es re temprano, y si me tengo que quedar después de hora, para que me cuentes, lo voy a hacer. ¿O vos tenés algún compromiso?

―No, ninguno.

―Entonces… te escucho.

―Ok, está bien ―dije, resignado―. Para que se entienda bien, tengo que remontarme al momento en que yo corté la relación con Romina. Creo haberte dicho que ella al principio estaba enojada conmigo, pero que luego ese enojo se le pasó…

―Sí, me acuerdo de eso.

―Después de que se le pasó la bronca, volvimos a ser amigos. Empezamos a charlar regularmente, siempre a través del celular, porque ella se mudó a otra ciudad.

―Sí, eso también me lo habías dicho.

―Como ya te imaginarás, pasó poco tiempo hasta que la charla empezó a tornarse cada vez más sexual. Incluso llegamos a mandarnos fotos. Un día ella me confesó que había empezado a frecuentar algunos tipos, con los que tenía sexo. A todo esto habían pasado unos seis meses desde que cortamos la relación. En ese tiempo ella se había acostado con seis hombres diferentes, uno por mes.

―No perdió el tiempo.

―No, para nada.

―¿Y a vos cómo te puso esa noticia?

―Bien, no me jodió, me alegré por ella, al fin y al cabo ya no somos novios, no le puedo prohibir que se acueste con otros hombres.

―Es una forma muy madura de encarar la situación.

―Supongo. La cuestión es que nos pusimos a hablar de estos tipos, me contó cómo los conoció, y cómo se le insinuaron. También me dijo que había sacado fotos mientras se la cogían. Yo, como calentón que soy, le dije que quería ver esas fotos. Ella accedió a mandármelas, con la condición de que yo no me pusiera celoso. Le dije que no lo haría, y me mandó las primeras fotos. Estaba cogiendo con un tipo que tenía la verga grande como el del video.

―¿Y vos cómo reaccionaste?

―Me puse celoso.

―Pero imagino que no se lo dijiste a Romina.

―No, obvio que no. Hice todo lo contrario, la alenté a que me diera más detalles y a que me enviara más fotos, y ella lo hizo. Me contó cómo le había gustado tener una pija tan grande en la concha. Ahí fue cuando comencé a sentir algo muy fuerte.

―¿Qué cosa?

―Más celos.

Sabrina me miró, confundida.

―Pero eso no fue todo ―proseguí―, esos celos comenzaron a transformarse en excitación. Viendo las fotos y recordando las palabras de Romina, se me puso dura… comencé a masturbarme inmediatamente. Esto me pasó otras veces, cuando ella me mandaba fotos y me decía lo mucho que le gustaban esas pijas tan grandes, y me contaba cómo para ella era una “nueva sensación”. Me dijo que siempre la dejaban más que satisfecha. Yo no sabía si ella lo decía a propósito o no, pero sabía que, indirectamente, me estaba diciendo que mi verga no era lo suficientemente grande como para hacerla disfrutar de esa manera; pero, por extraño que te parezca, eso me excitaba aún más. No podía entenderlo, por alguna razón me calentaba que ella me dijera que yo era incapaz de brindarle el mismo placer que le brindaban esos tipos, con pijas más grandes de que la mía. Mientras más me humillaba, más me calentaba. Debés pensar que estoy completamente loco.

―No, para nada. De hecho, lo que te pasa a vos es más común de lo que te imaginás.

―¿Qué… de verdad?

―Sí, lo que te pasa a vos es una parafilia. Sé que el término no suena nada bien. Antes de que pienses algo raro, dejame aclarar que una parafilia no es, necesariamente, algo malo.

―¿Entonces qué es?

―Es sentir excitación por algo que no está directamente ligado al acto sexual. Puede ser por un objeto, por ejemplo los hombres que se excitan con zapatos de mujeres; o puede ser por una emoción en participar, como es tu caso: la humillación. De hecho, de todas las parafilias, la humillación es la más común de todas.

―¿De verdad? Pero imagino que eso no hace que sea más… sana.

―Muchos psicólogos consideran que no es una parafilia perjudicial para la persona, siempre y cuando no la lleve a extremos que dañen a la persona. Además es algo que se da tanto en hombres como en mujeres. Siempre que se haga de una forma controlada, y con personas de confianza, no veo que cause algún daño.

―No sabía que las parafilias podían ser algo no dañino.

―Algunas sí lo son. De hecho hay varias que son dañinas en extremo, ya sea para la persona que las practica como para las víctimas de la misma. Ya te estarás imaginando algunas que son muy serias y contraproducentes. Es fácil identificarlas, la mayoría suelen terminar en “filia”.

―Sí, me hago una idea…

―Pero como te dije, algunas no son dañinas, como por ejemplo el retifismo, que es la atracción sexual hacia los zapatos. Esa pertenece al grupo de los fetichismos.

―¿Como la fijación por los pies?

―Sí, pero mucha gente tiene la errónea idea de que un fetichismo es el “amor por los pies”, y no es así, esa es sólo una clase de fetichismo. Para que se entienda mejor, se considera fetichismo a cualquier tipo de devoción hacia objetos materiales, ya sea de forma sexual o no. Después tenés los fetichismos sexuales, que consiste en excitarse sexualmente con un objeto o con una parte concreta del cuerpo, que no sean los genitales.

―Con vos aprendo un montón.

Ella sonrió.

―Éstas son prácticas inofensivas… siempre y cuando se hagan en la intimidad, de forma apropiada.

―¿Y cómo se llama mi parafilia?

―Es la más famosa de todas: masoquismo.

―¿Qué? ¿De verdad? Nunca me consideré un masoquista… pensé que esos eran los que disfrutaban con el dolor físico.

―Sí, esa es una clase de masoquismo. Pero también están aquellos que se excitan con la humillación psicológica. También están los que prefieren las dos cosas. Tu caso sería el más inofensivo, porque el tema del dolor físico puede traer consecuencias graves si no se lo hace apropiadamente.

―Entiendo, me deja más tranquilo…

―¿Le contaste a Romina sobre esto?

―Sí, se lo conté hace varios meses. Pensé que ella no me iba a entender, incluso creí que se reiría de mí; pero no ocurrió nada de eso. Primero me confesó que, al principio de las charlas, ella sentía rencor hacia mí, por haber puesto fin a la relación, entonces buscaba humillarme un poco; pero después sintió pena y dejó de decirme esas cosas. Ahí fue cuando le conté, porque yo quería que las siguiera diciendo. Al principio no lo entendió muy bien. No la culpa, ni siquiera yo entiendo bien este asunto. Pero después de varias charlas Romina se dio cuenta de que yo estaba siendo sincero con ella, a pesar de que ella me hubiera humillado por rencor, causó en mí un efecto inesperado. Desde ese día ella empezó a tomarse muy en serio todo este asunto. Hablamos varias veces acerca del tema, y yo le demostré lo mucho que me calentaba cuando ella me humillaba de esa manera. Entonces me prometió que me ayudaría a disfrutar de esa extraña sensación. También me dijo que si algún día ella me lastimaba en serio con un comentario, que se lo hiciera saber, porque no tenía ninguna intención de lastimarme, al menos no más de la cuenta.

―Es una buena chica.

―Sí, es la mejor ex novia del mundo, siempre se lo digo. Lo que vino después fue incluso más humillante… y excitante.

―Contame.

―A ver, tal vez esto te parezca un poco fuerte… pero bueno, te lo cuento. Cuando estábamos de novios, comenzamos a practicar sexo anal. Romina me dijo que era la primera vez que alguien le daba por el culo ―ya no me importaba tanto ser directo al hablar de sexo con Sabrina―. A ella le gustó mucho, por lo que comenzamos a hacerlo regularmente. Después de que le confesé mi gusto por la humillación, ella me mandó unas cuantas fotos, en la que uno de sus “amantes pijudos” se la estaba metiendo por el orto.

―¿Eso te calentó?

―Mucho, pero lo que más me calentó fue lo que dijo después. Me contó que el tipo, después de metérsela, le preguntó si ya había experimentado el sexo anal, y que ella le dijo que sí, pero con lo grande que era esa pija en comparación, había sido como si le desvirgaran el culo una vez más. Recuerdo claramente que me dijo: “Cuando me la metió supe realmente lo que se siente al tener una pija en el culo. Ésta fue la primera vez que me hicieron el culo, lo anterior fue precalentamiento. No te das una idea de cómo me lo abrió a pijazos. Si vos me la metieras ahora, quedaría bailando dentro del agujero, no sentiría nada”.

Tenía una erección tan potente que temí acabar dentro de mi pantalón, también temí haberme excedido con el lenguaje soez.

―Uy, eso es muy fuerte… y muy directo.

―Perdón, me excedí con la forma de contarlo…

―Me refiero a que para vos habrá sido muy fuerte que ella considerara que lo que pasó con vos fue puro precalentamiento, y que su primera vez por el culo haya sido con la pija de este tipo. ―Me quedé helado al escucharla hablar de esta manera―. Debió ser muy humillante para vos, más al poder ver las fotos y comprobar que, efectivamente, el tipo le había metido una verga grande por el orto. ―Para mi morbo era demasiado fuerte escuchar a Sabrina utilizando términos tan soeces.

―Sí, fue sumamente humillante, y me calenté como pocas veces en mi vida. Romina incluso creyó, por un momento, que había sido demasiado dura conmigo; pero le mostré una foto de cómo tenía de dura la verga y le pedí que dijera más cosas como esa.

―Entonces, lo que ella dijo en el video ¿fue para que vos lo escucharas?

―Sí, porque yo mismo se lo pedí, es decir, no se lo pedí específicamente esta vez, sino que lo hice hace un tiempo. Quería que ella me humillara en el mismo momento en que se la cogían, por eso a algunos de sus amantes le inventó la historia de que ella me estaba poniendo los cuernos y que el motivo era que yo no podía satisfacerla sexualmente. Entonces incitaba a los hombres a decir cosas como esas. Cualquiera que vea el video y no entienda esta situación, va a pensar que ella me odia, pero en realidad todo eso lo hace por mí.

―Ohh, qué tierno.

―Y qué loco…

―Ya te dije que no estás loco, es sólo otra forma de experimentar el sexo. Lo bueno de todo esto es que Romina lo entendió y que hace verdaderos esfuerzos por ayudarte a disfrutarlo. ¿Qué otro tipo de cosas te dijo?

―Bueno, una vez me mandó un video en el que le estaba haciendo un pete a uno de estos tipos con los que ella sale, y me dijo que le fascinaba intentar tragarse toda la verga y no poder hacerlo, todo lo contrario a lo que le ocurría cuando me la chupaba a mí, porque no le costaba nada meterse toda mi verga en la boca.

―¿Eso era cierto?

―En comparación a la que estaba chupando en el video, sí. Pero lo que más me calentaba era que fuera cierto.

―¿Vos le explicaste que te resultaba más excitante que ella dijera cosas que son ciertas?

―Sí, lo hablamos justo después de que me mandó algunos de estos videos. Si ella hubiera mentido, yo no sentiría tanta humillación. Lo que en verdad me humillaba era que ella dijera la verdad. Que dijera cosas que, por más que yo lo intentara, no podría negarlas. El tipo que la penetró por el culo realmente tenía la verga bastante más grande que la mía. Hasta me sorprendió que ella se dejara meter todo eso por el culo. Pero me dijo que en el momento en el que hizo eso estaba enojada conmigo, y que quería mandarme fotos y videos que demostraran que ahora tenía amantes con la verga más grande, que la hacían disfrutar mucho más. Cuando el enojo se le pasó, hasta se sintió culpable; pero esa culpa se le fue cuando le dije que si era cierto lo que decía, yo me excitaba mucho más.

―¿Te mandó algún otro video donde te humillara diciéndote algo que era cierto?

―Sí, me mandó un video en el que un tipo se la cogía con fuerza, por la concha, le acababa en la cara y después seguía cogiéndola, sin detenerse ni un segundo. Romina me dijo que yo nunca había podido hacer eso, porque apenas acabo, se me baja la verga. Me dijo que a ella la pone loca que se la sigan cogiendo después de haberle llenado la cara de leche. También hizo mención a que ese tipo podía cogerla durante muchos minutos, sin parar; cosa que yo tampoco podía hacer, porque me cansaba ―volví a llenar con café el vaso de Sabrina e hice lo mismo con el mío―. Sólo para dejarlo en claro una vez más, a mí nunca me puso realmente mal lo que Romina me dijo, todo lo contrario, me humilló, pero siempre esa humillación estuvo ligada al placer. Hay veces en las que hablo con Romina de otros temas, y ella siempre me demuestra que me respeta mucho, yo sé muy bien que todo lo que dice, aunque sea cierto, no me lo dice para lastimarme, sino para calentarme.

―Es muy bueno que los dos tengan eso bien en claro, de esa forma pueden disfrutarlo, lo digo en plural porque es obvio que ella también lo disfruta… en el video eso quedó más que claro.

―Sí, ella disfruta de verdad cuando se la cogen así ―tomé el teléfono, quité el video y me quedé mirando la pantalla.

―¿Pasa algo? ―preguntó Sabrina.

―No, sólo que Romina mandó otro video.

―¿Otro más?

―Sí…

Esta vez no le pedí permiso, estaba caliente y tenía ganas de que volver a mirar un video porno con Sabrina. Lo coloqué igual que la vez anterior, de forma tal que los dos pudiéramos ver bien, y lo reproduje. La psicóloga miró con gran interés.

En pantalla apareció el rostro sonriente de Romina, ella tenía la verga bien agarrada con una mano. Abrió la boca y comenzó a mamarla. De a ratos cerraba los ojos, o bien miraba a la cámara, pero nunca dejaba de chupar. Solamente se la sacaba de la boca para darle largas lamidas a todo el tronco o para darle chupones al glande.

―La chupa muy bien ―dijo Sabrina―. Se nota que le gusta, le pone muchas ganas ―continuamos mirando hasta que llegó el momento esperado, la leche comenzó a saltar a chorros de esa verga, cubriendo la cara de Romina. Ella abrió la boca y recibió una buena cantidad allí dentro, luego siguió chupando la verga, no hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que mientras la mamaba, tragaba el semen―. Eso fue… wow… ―dijo Sabrina abriendo mucho los ojos.

―¿Te gustó el video?

―Me encantó, tu ex novia tiene mucha actitud, además esa verga, ¡uf!… en fin, es un video muy lindo. Muy… excitante.

Con esas palabras entendí que ella también se estaba calentando, decidí llevar las cosas un poco más lejos. Aparté la pantalla de su vista y envié un mensaje por Whatsapp, casi al instante el teléfono de Sabrina vibró. Ella lo extrajo de su bolsillo y lo miró.

―¿Me mandaste el video? ―preguntó, sorprendida.

―Me dijiste que te gustó, supuse que tal vez podrías darle un buen uso ―mi intrépida actitud se debía a la inmensa calentura que me invadía, de lo contrario no me hubiera animado―. Pero antes de que te quejes, dejame aclarar que no hice nada malo, simplemente te estoy dando a elegir, tranquilamente vos podés borrar el video, y listo. No me ofendería si lo hacés.

―Bueno, eso es cierto.

―Es más, ni siquiera hace falta que me digas si lo borraste o no. Tampoco tenés que decirme si le diste algún uso…

―Aunque ya te imagines qué uso podría llegar a darle ―me miró con suspicacia.

―Exacto. Aunque sea obvio. Tampoco hace falta que te diga que no se lo muestres a nadie.

―Quedate tranquilo que nadie lo va a ver. Una pregunta. ¿Por qué elegiste mandarme este video y no el otro?

―¿Querés que te pase el otro también?

―No, no… no me refería a eso ―se puso roja.

Un segundo después su teléfono volvió a vibrar.

―Ahí tenés el otro, también podés decidir si lo dejás o no.

―Eh… no te lo estaba pidiendo. De verdad quería saber por qué optaste por ese. Te lo pregunté como psicóloga.

―Ah, bueno. Es que vos me hablaste de lo mucho que te gusta el sexo oral, y que te acaben en la cara ―sus mejillas se tornaron aún más rojas―, por eso supuse que te resultaría más… interesante este video.

―Bueno, es cierto que me agrada el sexo oral, pero eso no significa que el resto del acto sexual no me agrade. Sin embargo reconozco que esa parte en la le llenan la cara de semen a tu ex, me gustó mucho. Así como vos tenés tu parafilia con la humillación, yo creo que puedo tenerla con el semen.

―¿De verdad? ―Pregunté atónito―. No sabía que existía una parafilia con el semen.

―Sí, se la conoce como “bukake”, el término es japonés…

―Emmm… sí, conozco el término.

―Seguramente lo conocés de algún género de porno…

―Bueno, sí, ¿para qué te voy a mentir?

―El término bukake viene de un “castigo sexual” al que se sometía a algunas mujeres en Japón, pero la pornografía desvirtuó un poco las cosas, como suele hacer siempre. En sí la parafilia consiste en excitarse con la eyaculación en el rostro y en la boca, pero no necesariamente requiere que haya tantos hombres eyaculando, como se lo muestra en esos videos.

―¿Eso no te gusta?

―No, de hecho me da un poco de asco, porque me parece demasiado. A mí me gusta de una forma más íntima, con un solo hombre.

―Comprendo.

―De todas maneras no sé si lo mío califica como parafilia, porque algunos sostienen que el Bukake, psicológicamente hablando, es excitarse sólo con la eyaculación, de manera casi exclusiva, el cual no es mi caso. A mí me gusta el sexo en todo su conjunto, pero a la vez me agrada que, al terminar, me acaben en la cara y en la boca.

Una vez más estuve a punto de eyacular dentro del pantalón, el sólo escucharla hablando de esa forma sobre sus preferencias sexuales, me ponía como loco. Además en mi mente se comenzaba a crear una nítida imagen de Sabrina sonriendo, con la cara llena de semen, y una gruesa verga en la mano.

―¿Te pasa algo, Horacio?

―¿Eh, no, por qué?

―Porque te quedaste como tildado.

―Perdón, es que me sorprende escucharte hablar de sexo con tanta soltura.

―¿Acaso vos no me hablaste de la misma manera?

―Sí, es cierto… pero vos sos la terapeuta...

―Ya te dije, a mí no me molesta hablar de sexo de forma directa, si es que la persona con la que hablo me inspira confianza.

―¿Y yo te la inspiro?

―Claro, si no lo hicieras hubiera mantenido las sesiones mucho más impersonales y distantes. De hecho, así son la gran mayoría de mis sesiones, con otros pacientes. Te dije, hay casos en los que se puede establecer cierta cercanía y familiaridad, hay otros en los que no. Resulta que los casos en los que se puede mantener una terapia tan estrecha, son la minoría.

―Me alegra que éstas sesiones sean así, porque me agrada mucho escucharte hablar de cosas como el sexo… y también me gusta poder contarte. A vos te conté cosas que nunca se las había contado a nadie, o que sólo las hablé con Romina. Y creeme, no soy de abrirme tanto con la gente.

―Eso quiere decir que el sistema está funcionando ―dijo con una sonrisa.

―Absolutamente ―miré la hora en mi celular, ya eran las 20:30―. Hace más de dos horas que estamos hablando.

―¿De verdad? Cómo vuela el tiempo. Creo que ya podemos dar la sesión de hoy por concluída, yo tengo que volver a mi casa.

―Sí, claro.

Un par de minutos después ya estábamos bajando por las escaleras. Yo fui detrás para que ella no viera mi erección, la cual, por suerte, desapareció antes de llegar al último escalón. Cuando Sabrina abrió la puerta de la calle descubrimos que seguía lloviendo, aunque no de forma tan intensa como antes.

―¿Querés que te lleve a tu casa? ―le pregunté.

―No te hagas problema… me tomo un taxi.

―Sí, claro… como si fueras a encontrar uno. Ya sabés cómo son los taxis, cuando más se los necesita, menos se los encuentra. Yo estoy en el auto, no me cuesta nada llevarte ―ella me miró dubitativa―. No pretendo acosarte, ni nada por el estilo.

―Ya lo sé ―sonrió―. Está bien, de todas formas mi casa no está muy lejos de acá.

Subimos al auto y ella me dio indicaciones, era cierto que no vivía lejos, prácticamente no tuvimos tiempo para conversar. Llegamos a una modesta pero bonita casa, y ella me indicó que podía dejarla allí.

―Muchas gracias por traerme, sos un buen tipo, Horacio.

―El que tiene que darte las gracias soy yo, estás haciendo mucho por mí, más de lo que te imaginás.

―Me alegra saber que te estoy ayudando, hoy hicimos un gran progreso, por fin te animaste a hablar de aquel tema que tanto te costaba.

―Emmm, este… ese no era el tema del que quería hablarte.

―¿Ah no? Pero… yo creí que… como estaba relacionado con el sexo… creo que me apresuré a sacar conclusiones.

―No es tu culpa, en tu posición yo hubiera pensado lo mismo. No te voy a mentir, estuvo bueno poder contarte todo eso; pero cuando decía que había un tema importante del cual quería hablarte, no me refería exactamente a ese.

―¿Entonces a qué te referías?

―Te lo cuento la semana que viene.

Me despedí con un beso en la mejilla, ella bajó del auto, y yo me encaminé hacia mi departamento.

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