Transferencia Erótica [02].
Límites.
Capítulo 2.
Límites.
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1
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Transcurrió una semana desde mi última sesión con Sabrina y volví al consultorio con muchas ganas. Ella me recibió con su habitual sonrisa y juntos subimos por la escalera.
―¿Cómo estuvo tu semana? ―Preguntó apenas entramos.
―Fenomenal, la última charla me hizo muy bien. Pensé que iba a empezar a sentir mejoras después de varias sesiones, pero con las últimas dos ya me siento mucho más animado ―con un gesto de la mano me indicó que tomara asiento.
―Qué extraño, por lo general los que hacen terapia dicen todo lo contrario. Esperan soluciones inmediatas, como si una fuera una bruja con poderes para resolver todos los problemas.
―Es que llamarte Sabrina se puede considerar publicidad engañosa ―ella se rio―. Incluso me quedé pensando en esa mujer que realmente cree que sos bruja.
―Ese fue un caso complicado. Hay gente que de verdad cree en magia y hechicería. No importaba lo que le dijera, ella se convencía cada día más de que yo era una genuina bruja, con poderes y todo. Hasta me empezó a pedir brebajes y cosas por el estilo.
―¿De verdad? No puedo creer que haya gente que de verdad gaste su dinero en ese tipo de cosas. Una cosa es tomar un medicamento, elaborado por científicos, que se sostiene en bases médicas. Otra muy distinta es pedir brebajes que no pasaron por ningún tipo de estudio que compruebe su eficacia.
―Eso mismo intenté explicarle. Pero no hubo caso. Ella vive en un mundo donde la magia y la fantasía son algo real.
―¿Y cómo manejaste esa situación?
―Le dejé pensar que soy una bruja. A ella le hacía feliz, y sus problemas no tenían que ver con cuestiones mágicas. Es decir, no me importa en qué crea la persona, siempre y cuando estas creencias no sean perjudiciales. Por creer en brujas, ella no dejaba de ir al médico. Al contrario. Hasta creía que los médicos tenían algo de brujos. Ella es la clase de persona que piensa que todo se puede solucionar tomando un líquido o una pastilla; o quemando incienso. Mientras ella hacía todas estas cosas, yo seguía con mi trabajo de psicóloga. Y de verdad logramos muchos avances. Ahora ella lleva una vida que la hace feliz.
―Qué bien. Me alegra que al menos haya podido solucionar todo. Y no te preocupes, yo no te voy a pedir brebajes. Aunque… si sabés volar en escoba, algún día me gustaría verlo.
―No va a ser posible, mandé la escoba al taller. Me estaba dando problemas para aterrizar.
Empecé a reírme como un tarado. No me imaginaba que una psicóloga pudiera darme semejante respuesta.
―Pero bueno, ―continuó ella―. Me alegra que ya estés sintiéndote mejor, sin embargo no esperes que todo sea risas durante toda la terapia, habrá momentos más duros; siempre los hay, sin importar el caso.
―Sí, lo sé… yo ni siquiera te conté cuál es mi problema… pero creo que hoy voy a hacerlo, ―le sonreí para demostrarle que iba en serio… aunque pueda parecer contradictorio.
―Me alegra mucho escuchar eso, sin embargo no te sientas presionado, ya te lo dije. No es necesario que me lo cuentes ya mismo.
―Sí, por eso no lo voy a hacer ahora. Preferiría hablar de otras cosas.
―¿Qué tenés en mente?
―Nada en particular…
―Mmmm ¿Querés que retomemos la charla donde la dejamos la última vez?
―Es buena idea… ¿dónde nos quedamos?
―Me habías contado que la relación con tu ex novia, Romina, se fue solidificando gracias al sexo.
―¡Qué buena memoria!
―Esa es una de mis pocas virtudes, y me viene muy bien para este trabajo. Por eso mismo no tengo la necesidad de tomar notas.
―Sí, me di cuenta de que nunca estás con una libreta. De hecho, rompiste muchos de los esquemas mentales que yo tenía acerca de los psicólogos… para bien.
―Me alegra oír eso; pero no nos desviemos del tema. ¿Hay algo más que quieras contarme de Romina?
―Emm, bueno, tiene que ver con lo que hablamos la última vez. La confianza… y el sexo. Siento que voy a terminar molestándote si te hablo tanto de sexo.
―¿Otra vez con ese tema? Pensé que ya lo habíamos aclarado. Si tenemos que hablar de sexo, entonces hablemos de sexo. A mí no me molesta, todo lo contrario, es un tema que me resulta muy interesante.
―¿De verdad?
―¡Claro! Ya te dije, no soy un robot, a mí también me gusta el sexo, y me agrada hablar de ese tema, con ciertas personas.
―¿Yo sería una de esas personas?
―Sí, y no sólo porque seas mi paciente. Me gusta la forma que tenés de contar las cosas. Te expresás muy bien, y das suficientes detalles como para poder imaginar muy bien los sucesos; y te lo digo yo, que mi imaginación no es la mejor del mundo. Vos te dedicás a contar historias, y eso se nota. La última vez tuviste un pequeño progreso, pero igual te noté tenso a la hora de hablar, tenía la sensación de que querías mencionar muchos más detalles, pero no te animaste a hacerlo.
―Sos muy perspicaz ―Sabrina sonrió―, es cierto, quería mencionar ciertos detalles pero no lo hice, porque imaginé que los encontrarías innecesariamente explícitos.
―Te dije que algunos pacientes pueden ponerse muy explícitos al contarme sobre sus vidas íntimas. De verdad no te imaginás el nivel de detalles que pueden darme algunos pacientes.
―Me imagino que la mayoría de los que hacen eso, son hombres. Es decir, a algunos les debe dar mucho morbo contarle sus aventuras sexuales a una chica bonita, como vos.
―Muchas gracias ―me dijo, con su característica sonrisa―. No voy a negar que algunos de mis pacientes masculinos puedan llegar a ser así; pero no son los únicos que se ponen explícitos con el tema sexual. Muchas mujeres también lo hacen. Tal vez sea porque se sienten cómodas al hablar del tema con otra mujer… especialmente una mujer que no las juzga. Entonces empiezan a decir todas las barbaridades que nunca le pueden contar a nadie.
―Debe ser sumamente interesante estar en esas charlas.
―Me gusta mi trabajo, tiene momentos muy buenos. Pero en fin, a lo que iba… no me va a molestar si te ponés más explícito. Además el que vos te fijes en ciertos detalles también habla de tu personalidad. Parecés ser un tipo muy observador y atento, y si querés dar más detalles, a mí me va a gustar escucharlos. Nada de lo que digas me va a resultar innecesario… no puedo estar censurándote, ni tampoco quiero que vos te censures. En terapia, todo lo que digas puede resultar importante, y no es tu trabajo discernir qué es importante y qué es innecesario.
―Básicamente me estás diciendo: “Dejame hacer mi trabajo”.
―Exacto ―dijo ella, con una amplia sonrisa―. Entonces ¿Qué detalles querías mencionar la última vez?
―Bueno ―me puse colorado―, me dieron ganas de decirte cómo era la… ―hice una breve pausa, y tragué saliva―, la concha de Romina.
―¿Y cómo era? ―preguntó, sin borrar su sonrisa, como si le hubiera dicho algo tan simple y mundano como “buenos días”.
―Lo que pasa es que me gustó mucho desde el primer momento en que la vi, por eso es que sentí necesidad de contarlo. Puedo quedar como un idiota al decir esto, pero una de las cosas que más me atrajo de Romina fue su… su concha.
―Hace falta que justifiques cada cosa que quieras contar. Relajate un poco, Horacio, acá nadie te está juzgando. ¿Qué fue lo que te gustó de la concha de Romina?
Era muy fuerte escuchar a Sabrina diciendo la palabra “concha” con tanta soltura. Tal vez mi reacción fuera absurda. Tal vez ella, a pesar de ser psicóloga, siempre se manejaba con esos términos; pero a mi mente le costaba procesarlo. Sentí el cuerpo acalorado y eso me dio coraje para comenzar a describir, con lujo de detalle, la zona genital de mi ex novia.
―Me gustaron sus labios carnosos y rugosos, como que sobresalían un poco. No sé por qué, pero eso siempre me resultó muy excitante. Me gustan mucho las mujeres que tienen los labios de la concha sobresaliendo un poco. En una zona muy suave al tacto. ―Sabrina asintió lentamente con la cabeza, como si estuviera de acuerdo con lo que yo decía. De pronto mi traicionera imaginación se puso a trabajar. ¿Por qué ella estaba de acuerdo? ¿Tendría la concha de una forma similar a la de Romina? ¿O quizás había tocado la concha de otra mujer? No tenía respuesta para ninguna de esas incógnitas, y no pensaba preguntar. Me quedaría con la duda. Con el mayor disimulo posible, continué con mi descripción―. Lo mismo pasaba con el clítoris de Romina, era muy fácil de localizar, porque parecía como si constantemente se estuviera asomando para ver qué ocurría.
―Aja, entiendo. ¿Algo más?
―Sí ―comencé a sentir mucha más confianza en mí mismo―. También me gustaba que se mojara tanto. Bastaba con tocarla un poquito para que ya estuviera llena de flujos.
―Hay un mito que dice que las gorditas lubricamos muy bien ―me quedé boquiabierto al escucharla decir eso. Seguramente ella me vio pestañear como un pobre infeliz que intenta reponerse de un cachetazo.
―¿Tiene algo de cierto?
―No sé, no me puse a comprobarlo. Al menos puedo decir que mi caso es muy similar al de tu ex novia.
Mi verga dio un salto al imaginar a Sabrina con la concha húmeda. Desde un principio pensé que en terapia me encontraría con una especie de robot, que solo parecía humano en apariencia. Pero ella me acababa de confesar que, cuando estaba excitada, lubricaba mucho. Por más que la creatividad sea una de mis principales herramientas laborales, no me podía imaginar a Sabrina en un contexto sexual. Esta psicóloga era toda una caja de sorpresas, y a cada minuto me agradaba más hablar con ella.
―Eso es algo muy bueno ―estaba medio aturdido, me costaba encontrar las palabras.
―Imagino que sí. ¿Hay algo más que quieras decir acerca de Romina?
―Sí ―definitivamente quería seguir hablando de ese tema, pero no sabía qué decir. Terminé diciendo lo primero que se me vino a la cabeza―. También me gustaba mucho la forma en la que ella me chupaba la verga. ―Sentí una ola de calor recorriéndome el cuerpo, por un momento creí que había ido demasiado lejos; pero una vez más Sabrina me sorprendió.
―¿Cómo lo hacía? ―preguntó, con mucho interés.
―Bueno ―se me estaba poniendo dura, por suerte el escritorio entre los dos me ayudaba a mantener oculto el bulto que creía en mi pantalón―. Lo hacía con mucho ímpetu, y podía estar mucho tiempo chupándola sin parar. Lo mejor de todo era que me dejaba acabarle en la boca ―fui un poco más lejos, dejándome arrastrar por algún impulso primitivo―; me encantaba llenarle la boca de leche.
―Imagino que ella se tragaba la leche ―noté cierta sonrisa libidinosa en Sabrina, o al menos eso me pareció… tal vez era la misma sonrisa simpática que había mostrado todo el tiempo. Mi cerebro estaba jugando conmigo, pero le echaba la culpa de eso a mi pene, que mientras más duro se ponía, más interferencias causaba en mis pensamientos.
―Así es. ¿Por qué te lo imaginabas?
―Porque me dijiste que ella hacía cosas para ganarse tu confianza. Tragarse el semen, más allá del factor erótico que puede tener, psicológicamente es una forma de decirle al hombre: “Confío en vos”. Yo misma lo hice, en ciertas ocasiones, para darle a entender eso a alguien… bueno, aunque en otras ocasiones lo hice por puro gusto.
La verga me quedó como un garrote, enviando una descarga eléctrica hasta lo más profundo de mi mente. Puse toda mi imaginación a trabajar, quería construir una nítida imagen mental que mostrara a Sabrina recibiendo semen en su boca, y tomándoselo todo… por puro gusto. Pero me costaba mucho, ella parecía una chica tan dulce, tan pura, que mi mente no era capaz de situarla en escenas morbosas. Tal vez el hecho de que fuera mi psicóloga me complicaba más la tarea.
―Admito que la psicología del sexo puede ser muy interesante ―dije.
―Sí, lo es. ―Me quedé mirándola con cara de idiota―. ¿Te pasa algo?
―No… no. Es sólo que estoy un poco sorprendido. No imaginé que fueras de esas mujeres que se tragan el semen… de hecho, ni siquiera imaginé que fueras de las que practican sexo oral.
―Las apariencias engañan. A mí me gusta mucho el sexo oral, porque me gusta complacer al hombre con el que estoy. Pero yo también encuentro placer al hacerlo.
―Vos dijiste que tragar el semen es un símbolo de confianza, aunque también se puede hacer por puro gusto…
―Así es.
―¿Cómo se puede diferenciar cuando una chica lo hace para mostrar que confía en él hombre, y cuándo lo hace por puro placer personal?
―Buena pregunta ―con el índice se dio varios golpecitos en la barbilla―. Tal vez no sea algo que se cumpla en todos los casos, pero creo que la diferencia está en el contacto visual. O sea, si yo estoy con un hombre que de verdad me importa, busco mirarlo a la cara en el mismo momento en el que él me acaba en la boca. ―Pude ver claramente esa escena, mi imaginación se estaba lubricando―. En cambio si lo hago sólo por placer personal, no me molesto en mirarlo a los ojos.
―Interesante. Romina solía mirarme a los ojos cuando me la chupaba, especialmente cuando yo acababa.
―Sí, eso demuestra cierto interés. Por ejemplo, a mí me gusta ver qué cara pone el hombre cuando acaba, y también me agrada que él me mire y vea cuánto disfruto al tragarme la leche.
Instintivamente me agarré la verga, me ponía loco la forma en la que ella me hablaba. No sabía si era correcto que ella me contara esas cosas, al fin y al cabo ella era mi psicóloga, pero sinceramente no me importaba. La estaba pasando realmente bien, incluso podía sentir el corazón latiendo con fuerza al imaginarla tragando semen.
De pronto tuve ganas de meterle la verga en la boca, de eyacular dentro de ella y ver cómo se tragaba toda la leche.
Por supuesto, no lo hice. Pero sí continué con mis anécdotas.
―A mí me encantaba que Romina me mirara a los ojos en ese momento ―dije―; a veces simplemente le acababa en la cara, cosa que ella disfrutaba mucho. Incluso decía que mientras más semen saliera, más le agradaba.
―Comparto su forma de pensar. ―Si en ese momento Sabrina me hubiera guiñado un ojo, o me hubiese dado algún tipo de señal, ya estaría abalanzándome sobre ella, con la verga fuera del pantalón. Sin embargo se mantuvo impasible, con su sonrisa en los labios, por lo que me limité a seguir hablando.
―Nosotros, es decir, Romina y yo, elaboramos un sistema bastante sencillo para poder disfrutar mejor de ese momento.
―¿En qué consistía?
―Como pasábamos muchas horas en casa, casi sin ropa, podíamos tocarnos o coger un rato cada vez que quisiéramos. Al principio de nuestra convivencia, cada vez que iniciábamos el acto sexual, nos preocupábamos de que el otro acabara; sin embargo con el tiempo nos dimos cuenta de que nadie nos apuraba, podíamos acabar en cuanto quisiéramos. También nos dimos cuenta de que mientras más tiempo pasaba yo excitandome, sin acabar, más semen salía. Por eso establecimos como norma que no debíamos empecinarnos en que el otro acabara, simplemente debíamos disfrutar el momento, eso sí, la regla tenía una segunda parte: al final del día, antes de irnos a dormir, los dos debíamos quedar satisfechos. Por eso, casi todas las noches, yo le acababa en la cara, o dentro de la boca… a veces en las tetas, también. Luego yo le chupaba la concha, o lo metía los dedos, hasta que ella llegara al orgasmo, eso si es que ya no había llegado antes de que yo acabara.
―Es muy interesante lo que me contás. Voy a tener en cuenta ese método, para cuando tenga la oportunidad de convivir con mi pareja.
―¿Tenés pareja? ―Por alguna razón, me dolió hacer esa pregunta, pero me esforcé por disimularlo.
―No, me refería a una pareja hipotética ―sentí un inmenso alivio y me sentí un idiota―. Hace dos años que estoy completamente soltera. Pero lo llevo bien, me gusta estar sola… y cuando me canso de estarlo, puedo conseguir a alguien para pasar un buen rato; siempre y cuando el trabajo me deje tiempo, porque en general los únicos hombres con los que hablo en mi vida diaria, son mis pacientes. Y bueno… por varias razones se prohíbe que los psicólogos tengan sexo con sus pacientes. ―Sospeché que me lo estaba diciendo indirectamente a mí, para que dejara de alimentar mis absurdas fantasías. Tenía la sensación de que Sabrina podía leerme como si yo fuera un libro abierto.
―Sí, eso es algo que ya sabía. ―Me quedé pensando unos instantes―. ¿Alguna vez te pasó que un paciente te propusiera eso?
―Sí, algunas veces. Hay pacientes que creen que porque pueden hablar libremente de sexo conmigo, eso les da la libertad de llevar las cosas a un plano carnal, se olvidan de que esto es una terapia ―segunda indirecta para mí―. Por suerte, en algunos de esos casos, pude hacerle entender a los pacientes que la “transferencia erótica” suele ocurrir en terapia, pero que es necesario contenerla.
―¿Qué sería eso de la “transferencia erótica”?
―Es largo de explicar, pero resumido burdamente, sería cuando un paciente siente amor o deseo sexual hacia su terapeuta. Es algo que ocurre mucho, ya que el paciente tiende a idealizar al terapeuta, por encontrarse éste en un plano de superioridad. Suele darse, especialmente, en los casos en los que la sexualidad es un tema recurrente de la terapia.
―¿En esos casos se deja de hablar de sexo con el paciente?
―No necesariamente, pero sí se recomienda hacerlo de una forma más fría e impersonal. Marcar más esa distancia entre paciente y terapeuta. Vos ya viste que a mí me gusta establecer una conexión más bien cercana, porque no me gusta “cosificar” al paciente; pero hay casos que me obligan a ser impersonal.
Por nada del mundo yo quería ser uno de esos casos, nunca mencionaría si sentía algún tipo de atracción hacia ella.
―Dijiste que en algunos de esos casos los pacientes entendieron lo de la transferencia erótica. ¿Qué ocurrió con los demás casos?
―Fueron casos muy particular, no puedo darte detalles de lo ocurrido.
―¿Aunque no conozca a esa persona? Me dijiste que si me contabas las cosas, a grandes rasgos, no ponías en riesgo la privacidad de los pacientes.
―Así es, pero en estos casos prefiero no hacerlo, al menos no de momento. Porque, como dije, fueron situaciones muy peculiares. Para contarte sobre estos casos, tendría que poner en evidencia algunos de los métodos que uso en terapia, y eso me dejaría en desventaja. Porque son métodos que se pueden aplicar a muchos casos diferentes.
―Ah, ya veo. Básicamente me estás diciendo que existe la posibilidad de que debas usar alguno de esos métodos conmigo.
―Tal vez ―dijo, con una sonrisa picarona, como si se estuviera burlando de mí.
―¿Y qué pasa si tu paciente también es psicólogo? ¿No te dejaría eso en desventaja?
―Sí, en algunos puntos de la terapia ese paciente sabría exactamente lo que estoy buscando. Pero cada psicólogo experimentado tiene sus propios métodos, sus “armas secretas”. Yo prefiero guardar las mías y no exhibirlas hasta que lo considere apropiado.
―Está bien, tiene mucho sentido lo que decís. Eso me brinda más confianza en vos, como profesional. También gracias por tomarte el tiempo de aclararme las dudas.
―Mientras sean dudas psicológicas generales, o propias de vos mismo, puedo ayudarte a aclarar lo que quieras.
Con su forma tan explícita y directa de hablar de sexo, ya estaba pensando que podía tomarme muchas libertades con ella, incluso insinuarle que podíamos hacer algo “poco apropiado”; pero con unas simples indirectas me puso los puntos sobre las “íes”, dejándome en claro que esto no deja de ser una terapia y que, por lo tanto, hay límites. Tenía que reconocer que ella sabía manejar muy bien las libertades y las limitaciones.
Me fui de esa sesión sin poder contarle el verdadero motivo de mi visita, pero no lo hice sólo por falta de tiempo. Antes de irme le prometí que, sin falta, se lo contaría todo en la próxima sesión.
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2
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Esa misma noche me masturbé pensando en Romina… y en Sabrina. Llegué a calentarme tanto que tomé una foto de mi verga erecta y se la envié a mi ex novia. Luego le envié otra foto mostrándole cómo había eyaculado.
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3
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A la mañana del día siguiente me encontré con un mensaje de Romina que decía:
~Wow, la tenías re dura. ¿A qué se debe tanta calentura? ¿Conociste a una chica que te la dejó así?
Lo mejor de mi relación actual con mi ex novia es que seguimos siendo tan amigos como lo éramos antes, e incluso seguimos enviándonos fotos sexualmente explícitas, la única diferencia es que ahora cada uno hace su vida y se acuesta con quien le plazca, le guste o no al otro.
Quería contarle de mi nueva psicoterapeuta, al principio dudé un poco; pero tengo tanta confianza con Romina que sé que puedo contarle todo… bueno, casi todo.
Empecé diciéndole que había comenzado terapia, pero no le dije el verdadero motivo, me limité a decirle que andaba un poco estresado. Luego fui describiéndole cómo era la charla con Sabrina.
~Tu psicóloga es de lo más curiosa ―me dijo―. Se me hace muy raro que te hable de esa manera. ¿No estará caliente con vos?
~Lo dudo mucho, primero, yo no soy ningún galán, como para que la mina se enamore de mí a primera vista. Segundo, ya me dejó bien en claro que a ella le gusta mantener una terapia más íntima, pero también me marcó los límites.
~Te recuerdo que yo me enamoré de vos a primera vista. Tenés algo especial en la mirada que lleva a la gente a confiar en vos.
~Gracias, pero de todas formas, éste no es el caso. Ella ya me dejó bien claro que cualquier tipo de relación sexual entre terapeuta y paciente, está prohibida. Me dio a entender que si me paso de la raya, la terapia se va a volver más fría y distante.
~Pero eso no quita que vos salgas re caliente del consultorio, y que termines haciéndote la paja, como anoche.
~Eso es cierto. Sé que lo de coger está descartado… pero hablar de sexo con ella, de una forma tan directa, me calienta mucho, y quiero seguir con eso. Ella no me puede prohibir hacerme la paja, menos si no le cuento el motivo por el cual me la hago.
~Está bien, vos disfrutalo; pero tampoco no te hagas muchas ilusiones. Puede que un día la mina no quiera seguir hablando de esos temas.
~No creo que eso pase.
~¿Por qué lo decís?
~Porque tengo la sensación de que ella también disfruta hablando de esos temas. Qué se yo, es idea mía… pero se le nota un poco en la cara. Tal vez me equivoque, pero al menos sé que no le molesta que le hable sobre sexo, ya me lo dejó bien en claro, más de una vez. Así que, si no te molesta, quisiera seguir contándole sobre las experiencias sexuales que tuve con vos.
~No me molesta, para nada. Sé que ella no puede contarle a nadie lo que vos le digas. Además me alegra saber que te ayudo un poco.
Romina siempre me ayudó, después de haber cortado con ella. Muchas veces me dio consejos, cuando yo quise entablar algún tipo de relación con otra chica. Creo que en realidad se sentía un poco culpable, porque a ella no le costaba nada conseguir algún tipo con quien coger, en cambio para mí era mucho más difícil conseguir pareja, porque siempre fui muy vergonzoso con la gente que no conozco.
~Gracias, Romi, sos la mejor ex novia del mundo.
~Lo sé.
~Y la más modesta.
~Por supuesto.
~¿No tenés nada nuevo para contar? ¿Algún pretendiente nuevo?
~Algo así… el sábado salgo con un tipo que conocí. Si tengo suerte, puede que pase algo…
~Si pasa algo, yo quiero ver fotos.
Algo que me encantaba de Romina era que ella me enviaba fotos, e incluso videos, de sus encuentros sexuales. Aún me excitaba muchísimo viéndola coger, aunque no fuera conmigo.
~Dale, te las mando.
Dedicamos el resto de la charla a temas cotidianos, y luego me despedí de ella porque debía ponerme a trabajar.
Me costó mucho concentrarme en la escritura de mi nueva novela corta, no hacía más que pensar en mi próxima sesión con Sabrina.
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4
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La espera se me hizo interminable. No sabía exactamente qué me pasaba con Sabrina, pero me moría de ganas de hablar con ella.
El domingo de esa misma semana, recordé que tenía agendado el número personal de Sabrina.
Entré a Whatsapp y vi que ella estaba en línea. Nunca le había escrito por allí y me pregunté si sería apropiado; sin embargo no vi nada de malo en hacerlo ya que, después de todo, Whatsapp sólo era una plataforma para enviar y recibir mensajes.
Temeroso, me quedé mirando la pantalla. Ella tenía una foto de perfil, en la que se la veía sonriendo, llevaba puestos sus anteojos de siempre. Tal vez pocos verían algo especial en ella, pero a mí me parecía hermosa.
~Hola, Sabrina. ¿Cómo estás?
Me arrepentí inmediatamente de haberle enviado ese mensaje. Me sentí un completo imbécil. Ella era mi psicóloga, no una amiga a la que podía escribirle simplemente “¿Cómo estás?”. Ella me preguntaría si le escribía por alguna cuestión importante, relacionada con la terapia. Puse en marcha toda mi creatividad, pero estaba bloqueado. Si no se me ocurría nada bueno, le diría que debía cancelar nuestra próxima sesión, aunque me doliera en el alma hacerlo. Prefería eso antes que quedar como un pelotudo.
Pasados unos segundos sentí vibrar el teléfono en mi mano, había recibido un mensaje de ella; junté coraje y lo leí.
~Hola, Horacio, acá ando, aburrida… mirando una película. ¿Vos cómo estás?
Me quedé atónito mirando fijamente la pantalla. No podía creer que ella me respondiera con tanta familiaridad. Tal vez fue sólo una muestra de cortesía, y luego me preguntaría por qué motivo le escribí; pero yo sólo se lo diría si ella me hacía esa pregunta. Opté por mantener el mismo tono informal.
~Yo estoy bien. ¿Qué película mirabas? ―No se me ocurrió nada mejor para decirle.
~Una que vi como quince veces: El Club de la Pelea.
Una vez más, me sorprendió con su respuesta. Me pregunté cuánto tiempo podría mantener una charla casual, hasta que ella me preguntara el motivo por el cuál le escribí. Prefería pedirle perdón por haberme desviado del tema, y por haberle hecho perder el tiempo, que decirle directamente que cancelaría la próxima sesión. Esa era mi vía de escape y sólo la usaría en caso de emergencia.
~Esa película es genial, yo también la vi un montón de veces. Me imagino que a vos te debe gustar más, por lo psicológica que es la trama.
Me di una palmadita mental en el hombro, este mensaje era un poco mejor que los anteriores.
~Sí, me encantan este tipo de películas, y ésta en particular es una de mis favoritas ―me llenó de júbilo ver que ella seguía con la conversación―. Además del enfoque psicológico, me gusta que tengan una trama llena de intriga.
~Tenemos gustos similares. ¿Hay alguna otra película de ese estilo que me puedas recomendar? Me refiero a alguna que no sea tan famosa.
~Dejame pensar.
Mientras aguardaba por su respuesta, comencé a caminar en círculos dentro de mi departamento, con la sonrisa más estúpida del mundo dibujada en la cara. Pero tal vez todo era la ilusión del momento. Quizás ella estuviera mirando el celular pensando en una forma de conducir la charla hacia algo menos informal, que estuviera más relacionado con la terapia.
~¿Alguna vez viste una película llamada: “El experimento”? Está protagonizada por mi actor favorito: Adrien Brodi.
No conocía la película, pero el actor me sonaba de alguna parte, me apresuré a buscar su nombre en Google. De inmediato supe por qué me resultaba familiar ese nombre.
~¿El actor de “El Pianista”? ―le pregunté―. Nunca vi la película que dijiste.
~Sí, ese mismo, me encanta. Tenés que mirar esa película, se trata, justamente, sobre un experimento psicológico. Está basada en hechos reales. No te quiero contar más, para que te sorprendas un poco.
~Si vos la recomendás, entonces la voy a mirar.
Para mi absoluto agrado, seguimos casi toda la tarde hablando de películas y series, ella me recomendó otras, y yo mencioné unas cuantas más. En el intercambio de opiniones los dos llegamos a la conclusión de que Leo DiCaprio, de entre los actores menores de cincuenta años, actualmente era el mejor. Ella, al igual que yo, había visto prácticamente toda su filmografía y se alegró mucho cuando por fin le dieron un Oscar.
En ningún momento me preguntó por qué le había escrito. Ni siquiera hizo una alusión a la terapia. Esa noche me fui a dormir con la sensación de haber ganado una nueva amiga.