Transferencia Erótica [01].

Cimientos de Confianza.

Capítulo 1.

Cimientos de Confianza.

1

Durante años guardé, con mucho pesar, un gran secreto personal. El no poder decírselo a nadie me causa una fuerte angustia, que me carcome por dentro; por eso decidí iniciar terapia con un psicólogo. Esto es algo que me costó decidir, porque uno siempre tiende a pensar que no necesita de los terapeutas, que puede manejar todo solo. Pero yo ya no podía más. Necesitaba sacar esto de mí.

Entré a la clínica y la recepcionista me dijo que ya no atendían pacientes con mi Obra Social, me resultó extraño y le aseguré que desde allí mismo me habían enviado a esta clínica. Ella supuso que tal vez tenían desactualizada la base de datos, porque hacían tres meses desde que dejaron de trabajar con esa Obra Social. Como la mujer parecía ser de pocas luces, no estaba seguro de si la equivocada era ella o los de la Obra Social; sin embargo no todo fueron malas noticias. Me dio el número de teléfono de una psicóloga que sí podría atenderme, pero que trabajaba en otro sitio. Agregué el número a la lista de contactos de mi celular y en cuanto regresé a mi casa, llamé a la psicóloga en cuestión.

Esperé impaciente, mientras el teléfono sonaba. Nunca había pedido una cita a un psicoterapeuta y aún me costaba asimilar que iría a uno; pero mientras más pensaba en el asunto, más riesgos corría de cancelar todo, por lo que debía actuar de inmediato.

Una juvenil voz femenina me atendió y me preguntó en qué podía ayudarme. Le dije que estaba interesado en iniciar terapia, creí que recibiría un montón de preguntas al respecto pero sólo se limitó a decirme qué día y en qué horario podía atenderme. Acordamos que nos veríamos el próximo jueves a las 18 hs. Luego, corté la llamada. El trámite fue mucho más sencillo de lo que imaginaba. Eso me alivió mucho. Me senté frente al televisor y me puse a mirar una serie, sabiendo que ya había dado el primer paso, ahora solo tenía que esperar.

2

Llegó la fecha indicada por la psicóloga y empecé a dudar. Tal vez había sido un error, tal vez este era un tema que debía dejar solo para mí… o bien, esperar a encontrar a la persona indicada para contárselo. Todavía estaba a tiempo de cancelar mi cita. Miré el celular. Una rápida llamada y el problema se esfumaría. Pero eliminar las dificultades inmediatas sería solo una solución pasajera. Porque el verdadero problema seguiría allí, tan guardado como siempre. Junté coraje y empecé a caminar hacia el consultorio, intentando mantener mi cabeza ocupada en otras cosas.

Como la clínica queda bastante cerca de mi casa, el paseo se me hizo muy corto, pero me ayudó a despejar un poco la mente. El sitio en cuestión era una casa antigua, pero bien restaurada, no tenía nada que envidiarle a las viviendas contiguas.  Toqué tiembre y esperé. La puerta se abrió unos segundos después y apareció una chica bajita y algo regordeta, tenía el cabello castaño a la altura de los hombros, la sonrisa cordial le restaba unos años, pero calculé que ella debería tener la misma edad que yo. Llevaba puestos unos anteojos de montura roja que le daban un aspecto confiable e intelectual al mismo tiempo.

Me indicó que entrara, y al hacerlo me encontré en un estrecho pasillo que sólo daba a una escalera. Subimos por unos escalones de mármol, supuse que antaño la casa había pertenecido a alguna familia de clase media alta. Subimos más de lo que yo esperaba y comprendí que no nos dirigíamos al primer piso, sino al segundo.

Entramos por una puerta de madera pintada de blanco. Entramos a un sitio bastante pequeño que se asemejaba más a una oficina común y corriente que al consultorio de un psicólogo; al parecer no todos eran como solía verse en las películas. Esta oficina apenas estaba decorada con un par de cuadritos poco llamativos, una planta en un rincón y una lámpara de pie en otro. El resto del amueblado lo componían un pequeño escritorio de metal pintado de gris claro, y dos sillas, una a cada lado del mismo. La mujer me señaló una de las sillas y me dijo que tomara asiento; ella se sentó frente a mí. Sobre el escritorio no había más que una agenda, un vaso térmico con recubrimiento metálico y dos celulares, uno bastante moderno y el otro viejo, que parecía un pequeño ladrillo. A pesar de lo austero que parecía todo, me sentí muy cómodo allí dentro. Que el lugar fuera pequeño y no tuviera ventanas me brindaba una sensación de seguridad, allí podríamos hablar tranquilamente sin que nadie nos escuchara.

La psicóloga me miró sonriendo, sin decir nada. De verdad parecía muy simpática. Mi primera impresión me decía que ella era una persona muy dulce, y que tal vez sabía poco de la parte más dura de la vida. Pero yo no necesitaba una experta en tragedias, solo quería a alguien amable con quien poder conversar libremente. Ella no dijo nada, por lo que comencé a hablar:

―Bueno, creo que primero debo presentarme, mi nombre es Horacio y tengo treinta años.

―Mucho gusto, Horacio, mi nombre es Sabrina.

―Como la bruja adolescente ―dije, con una sonrisa. Ella se rió.

―Siempre me dicen lo mismo, esa serie me arruinó el nombre, pero no soy tan bruja… y hace mucho tiempo que dejé de ser adolescente.

―¿Qué edad tenés?... ―me arrepentí al instante―. Ah, perdón, no se supone que sea yo el que hace las preguntas.

―Está bien, no pasa nada. Tengo la misma edad que vos ―mis cálculos habían sido correctos―. Ahora te quiero preguntar algo yo. ¿Dónde conseguiste mi número de teléfono?

Le nombre la clínica que había visitado previamente.

―¿Hay algún problema? ―pregunté.

―No, ninguno, es que se me hacía raro, porque ese es mi número personal, por lo general mis pacientes tienen otro número.

―Imagino que ese número es el de este teléfono ―señalé el más viejo de los dos.

―Exactame, este es el que uso para trabajar.

―Si te molesta puedo borrar el número que tengo, y dame el que me corresponde.

―No, no, no… no me molesta ―parecía estar avergonzada de su propia actitud―, sólo te preguntaba por curiosidad. El número te lo debe haber dado la recepcionista de la clínica.

―Así es.

―No es una chica muy despierta que digamos, por eso en vez de darte mi número laboral, te dio el personal.

―A mí también me pareció medio boluda la mina ―ella soltó una risa―, perdón, se me escapó…

―No te preocupes, vos hablá normalmente, la gente piensa que acá tiene que estar cuidando el lenguaje y hablando de forma rígida y correcta, como si esto fuera una iglesia; pero en realidad lo mejor es que hablen tal cual lo hacen normalmente.

―Bueno, yo normalmente hablo de forma rígida y correcta… cuando no estoy diciendo boludeces.

―Acá podés decir todas las que quieras. No me gusta que mis pacientes se sientan estructurados por formalidades. Yo necesito conocerlos tal cual son, y no con la máscara de comportamiento que usarían en la recepción de un banco.

―O dentro de una iglesia.

―Claro. ¿Y por qué decís que hablas de forma rígida y correcta?

―Bueno, más o menos… es que me dedico a la escritura, por lo que, sin pretenderlo, desarrollé una forma de contar las cosas más cercana a la literatura. Aunque a veces también puedo hablar de forma muy chabacana e informal.

―¿Qué tipo de cosas escribís?

―Novelas cortas, de ciencia ficción o aventuras.

―Parece interesante.

―No sé si serán interesantes para todo el mundo, pero al menos a mí me está dando para vivir, y disfruto haciéndolo. Aclaro antes de que me lo preguntes, porque todos los que se enteran que soy escritor me preguntan lo mismo. No soy un autor conocido, de hecho uso varios seudónimos diferentes, ya que escribo por encargo para una editorial. A veces son novelas cortas basadas en videojuegos, o cosas por el estilo. En ocasiones ni siquiera tengo mucho control creativo sobre lo que escribo. Tal vez algún día me dedique a escribir algo más serio, con un perfil orientado a un mayor público.

―Comprendo. Lo importante es que lo disfrutás, y que, como bien dijiste, te da de comer. Decime, Horacio, ¿estás casado, en pareja, soltero, separado?

―En este momento, soltero y sin pareja ―imaginé que ella estaba recaudando información sobre mí, para comenzar a trabajar.

―¿Y con quién vivís?

―Solo, en un departamento a pocas cuadras de acá. Me gusta vivir solo, me da mucha tranquilidad para mi trabajo.

―Está bien, ¿y tu familia, cómo está compuesta?

La charla siguió por ese rumbo durante varios minutos, le comenté que no tenía hermanos y que mis padres vivían juntos en su propia casa. Le narré brevemente cómo había sido mi infancia y mi adolescencia.

―En general fueron etapas de mi vida muy tranquilas. La pasé bien, el único problema lo tuve siempre con el sobrepeso. Desde chico que tengo varios kilos de más, y a pesar de haber hecho miles de dietas, nunca llegué a adelgazar demasiado. Ahora mismo me vendría muy bien perder unos diez kilos, más o menos.

¿

Sufriste ataques de tus compañeros de colegio por tu sobrepeso?

―Muy pocos, casi nada. Por lo general eso ocurría al principio, cuando recién me conocían, pero con el tiempo dejaban de hacerlo.

―¿Porque vos se lo pedías?

―No, porque siempre les contestaba con algún chiste sarcástico y me burlaba de ellos, siempre tuve la cualidad de saber responder muy rápido a la gente, y de forma ocurrente. Cuando se daban cuenta de que no me podían seguir el juego y de que, al final, los más humillados eran ellos, ya no me molestaban. Gracias a mi personalidad también hice muchos amigos, tanto en la primaria como en la secundaria, muchos de los cuales aún sigo viendo.

―Qué bueno, tu inteligencia te ayudó a enfrentar la situación ―me sentí halagado por ese comentario―. Entonces veo que el motivo que te trajo hasta acá no viene por el lado de tu vida social.

―No exactamente… depende lo que se considere vida social.

―¿En qué pensás?

Me quedé en silencio durante unos segundos, ella tampoco dijo nada.

―Disculpame, ahora mismo no me siento preparado para hablar de ese tema.

―Está bien, no te preocupes, vamos de a poco, vos tomate tu tiempo.

―Te prometo que para la próxima sesión voy a venir mejor preparado mentalmente. Nunca antes había hecho terapia, por lo general no tengo problemas con los médicos; de hecho hace poco me hice unos estudios de rutina y fui muy relajado, y también me dejaron muy tranquilo; sin embargo el proceso acá es diferente, acá tengo que contar muchas cosas personales…

―Sí, no es exactamente como ir al médico; pero vos tomate esta semana para organizar tus ideas, y no te presiones tanto.

―Gracias.

Todo resultó ser mucho más ameno de lo que me imaginaba. Ella no me presionó a contar nada. Le hablé de cuestiones cotidianas, de cómo era mi día a día. Nada demasiado personal. Ella me aseguró que esto también la ayudaba a conocerme mejor, por lo que no estábamos perdiendo el tiempo. Avanzariamos de a poco. Lo importante era que yo asistiera a todas las citas que tenía con ella.

Estuvimos charlando durante unos minutos más hasta que Sabrina me indicó que daríamos por terminada esa sesión y que no veríamos en la próxima, manteniendo día y horario.

3

Una semana más tarde regresé al consultorio, me senté en la silla que me correspondía y Sabrina tomó asiento en su lugar.

―¿Cómo estás hoy, Horacio? ―me preguntó.

―No muy bien.

―¿Por qué motivo? ―me miró preocupada.

―Porque la semana pasada te prometí que hoy te contaría cuál es mi problema, pero la verdad es que todavía no me siento preparado para hablar de eso.

―Por eso no te preocupes, no te sientas presionado a contarme cosas.

―Pero si no cuento, ¿de qué vamos a hablar?

―Seguramente surgen un montón de temas. Hagamos una cosa, vos contame lo que quieras sobre tu vida, tu semana, tus libros, lo que se te ocurra. No tiene por qué ser algo dramático. Mucha gente piensa que a terapia sólo se viene a hablar de problemas, y no es así. Al menos no es mi forma de trabajar. Yo valoro mucho que los pacientes hablen de cosas que los hacen sentir bien. Sirve de mucho encontrar esos puntos positivos a los que puedan aferrarse.

―Bueno, en algo tenés razón. Yo pensaba que el psicólogo era sólo para hablar de problemas.

―Claro que no, también puede ser un sitio para relajarse un poco y hablar de cosas agradables. Los problemas van a ir surgiendo solos, en la conversación. Así que no te preocupes, contame lo que quieras. Y, como te dije, muy útil saber cuáles son esas cuestiones positivas en tu vida, ya que se pueden reforzar durante la terapia.

―Entiendo. Mmm… no sé qué contar.

―Lo primero que se te venga a la cabeza.

Pensé durante una fracción de segundo y dije:

―Mi ex novia ―inmediatamente me arrepentí de haberla mencionado―. Uh, debo haber quedado como un traumado, pero no era mi intención.

―Horacio, yo no estoy sacando ningún tipo de conclusiones, ahora mismo sólo te estoy escuchando, así que hablá tranquilo y no te preocupes por qué pueda opinar yo. Decime, por qué pensaste en ella.

―Porque hoy es el cumpleaños, está cumpliendo los treinta. Solamente por eso me acordé de ella. Relacioné la fecha.

―Bueno, pero ya que salió el tema, ¿qué más me podés contar de ella?

―Mmm… se llama Romina, y estuvimos juntos durante dos años y un par de meses. Luego yo decidí cortar la relación.

―¿Por qué motivo?

―Porque los dos queríamos cosas diferentes para nuestras vidas. Ella quería casarse y tener hijos, en cambio yo no me sentía preparado para eso.

―¿Esto pasó hace mucho?

―No tanto, cortamos hace dos años. Otro de los problemas fue que ella consiguió trabajo en otra ciudad, y quería que nos mudáramos juntos; pero yo no quería irme, acá tengo a mis viejos y a mis amigos. Ella se lo tomó a mal, yo me enojé y al final decidí cortar la relación. Ella se enojó todavía más, me dijo de todo. Le aclaré que yo le tenía aprecio, y que al menos podíamos seguir siendo amigos. A ella no le agradó para nada la idea, me dijo que prefería no hablarme nunca más; después de eso se fue.

―¿No volvieron a hablar?.

―Sí, unos ocho meses después de cortar, ella me habló y me dijo que había entendido todo mejor y que prefería ser mi amiga antes que no volver a hablarme. Desde ese día empezamos una buena amistad a distancia, porque ella se mudó. Hasta ahora nos llevamos muy bien, justamente hoy la llamé por teléfono para saludarla por el cumpleaños.

―Ah, qué bien ―Sabrina sonrió―. Está bueno que hayan llegado a un acuerdo y que se lleven bien.

―Sí, porque en realidad no cortamos porque nos odiáramos o por alguna infidelidad o algo así, fue sólo por una cuestión de diferencias a la hora de planificar nuestras vidas. Me alegra que seamos amigos.

―Nunca tuve esa suerte con mis ex novios.

Me quedé sorprendido, mirándola como si no pudiera creer que ella fuera una persona, y que pudo haber tenido pareja.

―¿Pasa algo? ―preguntó.

―No… es que no esperaba que me contaras algo de tu vida personal, pensé que los psicólogos siempre mantenían mucha distancia con los pacientes, y nunca hablaban de sus vidas personales.

―Bueno, hay psicólogos que trabajan de esa manera, pero yo no. A mí me gusta que la terapia sea una conversación de ida y vuelta, y que sepas que estás hablando con otro ser humano, y no con un robot que analiza cada palabra en busca de una patología.

―Me gustó eso del robot que busca patologías, te podría robar la idea y usarla en una de mis novelas de ciencia ficción.

―Si esperás sacar buenas ideas de mí, vas mal, nunca tuve mucha imaginación. Una vez me anoté en un curso de literatura, donde enseñaban a escribir cuentos, y abandoné en menos de dos meses, porque me di cuenta de que eso no era para mí. Nunca se me ocurría una buena idea.

―¿Te gusta leer novelas?

―Sí, pero no leo muchas.

―Puede que ese sea el problema, leer mucho ayuda a desarrollar la imaginación.

―Eso es cierto; pero siempre fui muy vaga para la lectura.

―Eso es raro, viniendo de una psicóloga, porque habrás tenido que leer mucho durante tus estudios.

―Sí, pero eso es diferente, porque lo hacía con un sentido de responsabilidad, en cambio leer novelas es algo que uno hace por gusto, cuando tiene ganas y tiempo libre.

―Es verdad ―me estaba sintiendo mucho más relajado, Sabrina debía ser muy buena en su trabajo porque ya se estaba ganando mi confianza.

―Volviendo al tema de tu ex ―dijo―, ya me contaste cómo fue la separación, ¿ahora me podés contar cómo fue la relación, mientras duró?

―Sí, claro. Fue una relación muy buena, rara vez discutíamos y siempre llegábamos a un acuerdo. Vivíamos juntos, en una casa que alquilábamos entre los dos, ahí teníamos todas las comodidades. Lo mejor de todo era que nadie nos molestaba, por eso cogí… emm… teníamos relaciones sexuales muy a menudo. ―Sentí como las mejillas se me ponían rojas. De pronto tuve ganas de irme a mi casa, pero sabía que marcharme en ese momento sólo me haría quedar peor.

―Ibas a usar otra palabra ―Sabrina sonrió.

―Eh, sí, perdón, casi se me escapa.

―No pidas perdón por eso, sino por no haberla usado.

―¿Eh?

―Sí, te dije que no hables sintiéndote forzado a limitar tu lenguaje. Es cierto que hay psicólogos bastante ortodoxos, a los que les gusta mantener una sesión lo más formal posible; pero ese no es mi caso. Considero que es un gran problema exigirle al paciente que se comporte de manera rígida. Esto impide conocerlo tal cual es. En esta profesión lo más importante es la comunicación, y otro factor de peso es la personalidad del paciente, es decir, vos. Si tu intención es que te conozca bien, para poder ayudarte, entonces mostrate tal cual sos. Olvidate de las formalidades.

―Es que cuando hablo de temas sexuales, con gente de confianza, me puedo poner muy… chabacano, o soez.

―¿Y cuál es el problema?

―Qué vos podrías ofenderte.

Ella esbozó una sonrisa aún más grande que la que tenía previamente y se acomodó los anteojos.

―¿Ofenderme? ¿Yo? No podría trabajar de psicóloga si me ofendiera cada vez que alguien dice la palabra “coger”. La escucho todo el tiempo. Hay gente a la que no le importa en lo más mínimo decir eso frente a los demás, e incluso decir muchas otras palabras relacionadas al tema. Y no, a mí no me ofende en lo más mínimo, porque no estoy para juzgar al paciente, sino para conocerlo tal cual es. Sin máscaras. Además, después de tanto escuchar las barbaridades que me cuentan, ya soy totalmente inmune a ese tipo de lenguaje.

―¿Te cuentan muchas barbaridades sexuales?

―¡Un montón!… ahora mismo prefiero no darte ejemplos…

―Claro, para no violar la privacidad del paciente.

―No necesariamente. O sea, si yo te cuento algo sobre otro paciente, sin darte su nombre, para vos es una persona anónima. Así que la privacidad de ese paciente no se estaría violando. Al menos yo lo entiendo de esa manera. En la universidad tuve profesores que nos contaban casos reales, de pacientes que tuvieron ellos, y esto nos servía muchísimo para entender ciertas problemáticas. A veces yo uso algunas anécdotas de otros pacientes, durante la terapia. Esto es muy útil, porque algunas personas atraviesan por situaciones similares, y saber que hay otros que están en la misma, los ayuda a no sentirse tan extraños.

―Entiendo.

―Y volviendo al tema sexual, algunos de mis pacientes han llegado a ponerse sumamente explícitos y gráficos al momento de narrarme alguna de sus anécdotas. Se notaba que necesitaban sacar eso de adentro. ―Me quedé rígido, eso era exactamente lo que me pasaba a mí. ¿Ella estaba hablando sólo por hablar, o había dado en la tecla conmigo?― Nunca le dije a un paciente que se midiera con lo que me estaba contando, va en contra de mis principios como profesional.

―Imagino que algunas personas te habrán contado cosas muy fuertes.

―Así es. Al principio me costaba un poco procesar toda esa información. Pero con el tiempo aprendí a hacerlo mejor. Bueno, también me ayudó mucho mi mentora, una psicóloga llamada Cassandra Donati. Con ella aprendí un montón de cosas sobre esta profesión, y sobre mí misma. Que los pacientes me cuenten anécdotas sexuales es parte de mi profesión. Así que no te preocupes, vos hablá normalmente, así nos vamos a entender mejor.

―Está bien, voy a intentarlo.

―Entonces, con tu ex novia cogían mucho… ―me generó una extraña sensación escuchar esa palabra de la boca de ella, pero la psicóloga seguía mostrándose natural y conservaba su sonrisa.

―Sí, el aspecto sexual era el mejor de nuestra vida como pareja, siempre nos poníamos de acuerdo y bastaba una mínima provocación para que termináramos haciéndolo. Bueno, imagino que eso deberá pasarle a todas las parejas que comienzan a convivir juntos.

―No exactamente.

―¿Lo decís por experiencia personal o porque lo que te cuentan tus pacientes? ―me tomé el atrevimiento de preguntar.

―Por experiencia personal. Hace varios años conviví con un novio que tuve, pensé que la relación sería más o menos como la que vos describiste con tu novia, pero nada más lejos de la realidad. Él nunca me buscaba para coger ―una vez más esa palabra me produjo un extraño cosquilleo, me costaba creer que estuviera saliendo de la boca de mi psicóloga. Además esta vez hacía referencia a que ella era la persona que estaba cogiendo. A mi cerebro le costaba mucho procesar la imagen de una psicóloga teniendo relaciones sexuales. Especialmente una que no se parecía a las típicas actrices porno que solían interpretar estas fantasías.―. Era muy frustrante, siempre tenía que ser yo la que lo buscaba. Incluso a veces hasta se enojaba conmigo porque decía que yo era muy “calenturienta” ―frunció el ceño―, yo a él le decía que, por el contrario, era demasiado frío. Terminamos separándonos poco tiempo después.

Tenía ganas de decirle que si yo conviviera con una mujer como ella, nunca dejaría de buscarla para tener sexo; pero mi sensatez me llevó a guardar silencio. Eso de que mi psicóloga fuera “calenturienta” me afectó considerablemente, otra tarea más para la lista de procesamiento de mi cerebro. Me costaba mucho imaginarla en un contexto sexual, ya que tenía cara de “buena”, o de “chica pura”. Decidí no pensar demasiado en ese asunto.

―Con Romina nunca me pasó eso ―dije luego de una pausa―. Nuestro deseo sexual era bastante equitativo, cualquiera de los dos podía iniciar una provocación. Además, otro factor importante, es que andábamos desnudos prácticamente todo el día, sólo nos vestíamos si teníamos que salir o si recibíamos visitas. ―Me sentí raro, nunca le había contado ese aspecto de mi vida a nadie, y ahora se lo estaba contando a una persona que conocí hace apenas unos días.

―Eso es muy bueno, porque ayuda mucho a cada uno a sentirse cómodos con su propio cuerpo, y con el cuerpo del otro.

―Sí, especialmente a mí; porque ella tiene un cuerpo muy lindo, aunque… a ella no le parecía tan lindo como a mí. Nunca entendí por qué, para mi ella es una mujer muy hermosa y sensual. Es exactamente el tipo de mujeres que me gustan a mí: bajita, rellenita, caderona, con piernas anchas y bastante culona… ―de pronto me percaté de que la descripción encajaba perfectamente con Sabrina. Creo que ella también lo notó, porque me miró avergonzada, y sus mejillas enrojecieron. Para evitar un silencio incómodo, dije lo primero que se me ocurrió―. Hay gente que piensa que el único estándar de belleza para la mujer es aquella que tiene las tetas grandes, el culo bien redondo y macizo, la cintura como de avispa… etc.; ya te imaginarás a qué me refiero.

―Sí, comprendo perfectamente.

―Pero a mí eso me parece absurdo. No discuto que una chica con esas características pueda ser linda; pero no es el único modelo de belleza posible, es tan solo uno más entre varios. Mi preferido es el que te mencioné.

―Está bueno que veas a las mujeres de esa forma… es decir, que no te quedes con un solo modelo de belleza.

―Creo que lo hago porque me molestan las “modas” impuestas por la sociedad, y me molesta la gente a la que le gusta todo lo que la sociedad le dice que debe gustarle. Me molesta la gente sin criterio propio. A mí me pueden gustar mil cosas que le gustan a medio mundo, pero no lo hago por dejar conforme a nadie, solamente a mí ―ella sonrió―. Al principio Romina no estaba conforme con su propio cuerpo, pero con el tiempo empezó a sentirse más sexy; creo que fue al ver lo mucho que podía calentarme.

―Tenés mucha razón… y yo también atravesé por las mismas dudas que tu ex novia. Como te habrás dado cuenta, tengo un cuerpo similar al que describiste ―me puso incómodo que dijera eso, no esperaba que volviera sobre ese tema; sin embargo evitarlo sólo me haría quedar como un idiota, debía seguir hablando.

―Sí. Tanto vos como Romina entrarían en la categoría “

chubby

”.

―¿Yo eso qué es? ―noté genuino interés.

―Así es como se le llama a las personas con ese estilo de cuerpo, es un término en inglés. Hay mucha gente a la que le encantan las chicas “

chubby”

. Como te dije, es un estándar de belleza más, de hecho es uno que durante mucho tiempo se lo tomó como EL modelo de belleza. ¿Viste las pinturas del renacimiento?

―Sí, es cierto. En esas pinturas todas las mujeres eran regordetas.

―Porque eso era lo que se consideraba bello, y no a la chica anoréxica con cuerpo de alambre. No tengo nada en contra de las flacas, pero una cosa es ser flaca por naturaleza, y otra por imposición social y por trastornos alimenticios.

―Sí, he tenido que tratar con personas con ese tipo de trastornos alimenticios, y es muy difícil hacerlas salir; porque pierden el criterio y el estar delgadas se vuelve una obsesión. Aunque sean piel y hueso, se siguen viendo gordas. No es de extrañar que le ocurra más a las mujeres que a los hombres, porque al fin y al cabo somos las mujeres quienes más sufrimos la presión social de ser bellas y tener cuerpos deslumbrantes.

―E irreales. ¿Alguna vez viste a las modelos profesionales? Cada día se parecen más a los extraterrestres que yo podría usar en una de mis novelas. De mujeres reales tienen poco ―una vez más Sabrina sonrío.

―Eso es muy cierto, la ropa que muestran sólo la pueden usar ellas, no hay mujeres comunes y corrientes con esas siluetas. Teniendo en cuenta la forma en que ves a las mujeres, la cual me agrada mucho ―me resultó raro que ella dijera eso, no estaba seguro de si ella, como psicóloga, podía decir si algo le agradaba o no de un paciente. Pero bueno, yo no soy el experto―, me imagino que habrás estado muy contento con tu novia.

―Sí, desde el primer día. No podía creer que ella, siendo tan linda, se fijara en mí. Siempre creí que, gracias a su atractivo físico, podía conseguir un hombre mucho mejor.

―¿Mejor en qué sentido?

―Con un mejor estado físico, por ejemplo.

―¿A ella le molestaba tu sobrepeso?

―No, al contrario, se enojaba si yo me quejaba, porque ella igual me consideraba atractivo. Pero, siendo totalmente sincero: ella tiene un culo muy bueno. Hay muchos hombres que se vuelven locos por un buen culo, por eso no entendí nunca por qué ella me eligió a mí, cuando tenía mucho para elegir.

―¿Por qué no iba a estar conforme con vos? ¿Acaso tu forma de ver el atractivo físico sólo sirve para mujeres? ―me quedé pasmado, había usado mi propio argumento en mi contra.

―Tenés razón… son solo boludeces mías.

―No son boludeces, Horacio, existen razones por las que vos no te sentís conforme con tu propio cuerpo.

―Sí, pero no te creas que es algo tan grave, porque ya las tengo asumidas, y no tengo tan baja la autoestima. Prefiero tener una mente aguda antes que un cuerpo escultural ―la sonrisa de Sabrina fue radiante.

―Eso es muy cierto, coincido totalmente… aunque a mí no me molestaría tener las tetas un poco más grandes.

Solté una risa, ella tenía una blusa sin escote, por lo que no podía ver si sus pechos eran grandes o pequeños, pero por lo abultado que estaba, parecían ser de tamaño normal.

―Nunca me imaginé que me reiría haciendo terapia ―le dije―. Tenía la idea de que acá todo serían penas y tristezas.

―Como te dije antes, no todo tiene que ser hablar de cuestiones negativas, a veces ayuda mucho al estado de ánimo enfocarse en los aspectos positivos o divertidos de la vida; siempre y cuando no se ignoren los problemas, pero ya vamos a llegar a eso, así que no te preocupes. ¿Algo más que me quieras contar de tu ex novia? ―Sabrina miró la hora en el celular, imaginé que la sesión estaba a punto de concluir.

―No sé qué más podría decirte… ¿qué pensás que pueda ser relevante?

―Todo puede ser relevante, o no. Depende de la importancia que vos le des a cada asunto.

―Bueno, ya te dije que lo más importante de la relación era el sexo. Si lo digo de esta forma quedo como un boludo que sólo le interesaba coger; pero ella misma opinaba igual que yo. Considero que en toda relación amorosa el sexo juega un rol muy importante, y en mi relación con Romina, ese era el eje. Éramos buenos amigos y compartíamos un montón de cosas juntos, pero lo que más disfrutábamos era el sexo.

―Comprendo. Es cierto que la sexualidad en la pareja es un tema fundamental, aunque muchos se empecinen en negarlo y en decir que estar en pareja consiste en tomarse de las manos, darse besitos y salir a pasear. Si después de todo eso el sexo no funciona, la pareja se deteriora mucho; y una vez más te lo digo desde la experiencia. Me llevaba bien con mi pareja y compartíamos muchos buenos momentos juntos; pero al momento del sexo todo era tan soso y aburrido que yo terminaba insatisfecha y enojada. Por eso vivíamos discutiendo. Ante su rechazo yo acumulaba frustración, y esa frustración la convertía en bronca… hacia él, porque desde mi punto de vista el culpable de ese malestar era él.

―Sin duda. ¿Cómo no te iba a molestar si él nunca te buscaba? Cualquiera se sentiría mal en esa situación, ya sea hombre o mujer. Además ustedes estaban conviviendo como pareja, eso lo hace mucho peor. Porque en esas situaciones de entrada pensás que cada vez que tengas ganas de coger, o al menos en la mayoría de esas ocasiones, vas a tener con quién hacerlo. Pero si eso no se da nunca o casi nunca, entonces te quedás con las ganas, y con la bronca.

―Y es muy feo quedarse con las ganas, y sentir que la otra persona no te aprecia. Pero bueno, no hablemos tanto de mis desventuras amorosas…

―A mí me gusta escucharlas, me hace sentir que puedo hablar de forma más sincera con vos ―Sabrina sonrió.

―Sí, lo sé, por eso mismo te lo cuento; pero ahora preferiría que volvamos al tema que realmente importa: vos. ¿Qué podés decirme de tu vida sexual con Romina? ¿Por qué creés que se llevaban tan bien en ese aspecto? Hace un rato mencionaste que juntos probaron muchas cosas, ¿a qué cosas te referías?

―Me da un poquito de vergüenza hablar sobre esas cosas.

―Me imaginé, pero sólo te pregunto porque todo esto me ayudaría a conocerte mejor. Dijiste que en la vida de pareja la sexualidad es muy importante, bueno, en terapia ocurre lo mismo; es uno de los temas fundamentales a tratar. Muchas veces el sexo puede ser el eje de los impulsos humanos.

―Sí, lo entiendo, además ese asunto del cual no me animo a hablarte… la razón por la que vine a hacer terapia, tiene que ver con el sexo.

―Lo sé.

―¿Cómo lo sabés? Si yo no te dije nada.

―Porque puedo leer la mente de mis pacientes ―me contagió con su sonrisa―. Una vez una señora se tomó en serio ese chiste, me pasé una hora explicándole que no era cierto.... pero igual lo siguió pensando. Hasta el día de hoy cree que soy bruja.

―Bueno, de bruja ya tenés el nombre.

―Sí, ese es un punto en mi contra. En fin, los psicólogos no leemos la mente, incluso pueden mentirnos y tal vez no nos demos cuenta; porque no somos detectores de mentiras, como mucha gente cree. Lo que hacemos es interpretar lo que el paciente nos cuenta, con el respaldo que nos da nuestra formación como profesionales, y la experiencia laboral.

―Sigo sin entender cómo supiste que el problema tenía que ver con el sexo.

―No era una certeza absoluta, pero sí una gran sospecha. Cuando mencionaste tu familia, hablaste de ella con mucha tranquilidad, con alegría; por lo que descarté que el problema fuera un asunto familiar. Algo similar pasó cuando hablaste de tu trabajo como escritor. Después mencionaste tu infancia y adolescencia, a tus amigos e incluso me hablaste de tu ex pareja, con la que aún te llevás bien e incluso dijiste que estás bien viviendo solo, sin tener pareja. Al final de nuestra primera sesión mencionaste estudios médicos, y dijiste que te dejaron muy tranquilo; así que eso descarta algún problema de salud. Si todo eso es tan cierto como decís, por descarte, el tema que te trajo hasta acá debe estar relacionado con el sexo. Dijiste el sexo con tu ex novia era bueno; pero no mencionaste a nadie más.

Me quedé mudo durante unos segundos, mirándolo a los ojos, sin poder pestañear.

―Eso fue como en las novelas de Sherlock Holmes. La respuesta es tan evidente que hasta me siento idiota por no haberlo visto antes.

―Bueno, después de unos años trabajando en esto se desarrolla un poquito de poder deductivo. Ahora que no tengo dudas de que el problema tiene que ver con el sexo, con más razón quiero que hables sobre ese tema; para poder entender un poquito mejor cómo es que lo ves y lo vivís. Bueno, ahora te escucho… ¿hay algo que me puedas contar? ¿Te acordás de las preguntas?

―Sí… veré qué te puedo ir contando ―si bien me sentía mucho más confiado al conversar con Sabrina, aún me daba un poco de vergüenza tener que contarle sobre mis prácticas sexuales, por lo que decidí empezar por algo más mundano―. Conocí a Romina a través de unos amigos, en el cumpleaños de uno de ellos. Esa noche charlamos durante varias horas y al día siguiente me enteré que ella le había pedido mi número de teléfono a un amigo. Esa fue la primera sorpresa que me dio, la segunda fue llamarme, para invitarme a tomar algo. Nunca antes una mujer me había invitado a salir, de hecho creía que eso era algo que nunca podría pasarme; pero pasó, contra todo pronóstico. Antes de esa vez, si tenía una cita con una mujer, era porque yo lo proponía, mientras me moría de la vergüenza. Pero Romina me demostró que no cree en ese absurdo concepto de que es la mujer la que debe esperar a que el hombre la invite. Ella tomó la iniciativa, y a mí me encantó. Poco tiempo después de esa salida, decidimos ponernos de novios.

―Marchó todo bastante rápido.

―Sí, pero fue porque congeniamos desde el primer momento, nos divertíamos mucho juntos. La siguiente sorpresa que me dio Romina fue con respecto al sexo.

―¿Por qué?

―Porque yo creí que luego del inicio de nuestra relación, pasarían unas cuantas semanas hasta que termináramos en la cama; pero pasó un día después de nuestra primera cita.  Me invitó a la casa, sus padres no estaban y me dijo que me quería mostrar su cuarto. En realidad quería mostrarme algo más… ―noté que Sabrina sonreía, eso me incentivó a seguir con mi relato, y a subirle un poquito el tono―. Me hizo sentar sobre la cama y sin previo aviso, se puso de rodillas en el suelo; me desprendió el pantalón y bueno… ya te imaginarás lo que pasó después.

―Sí, y por la sonrisa que tenés al contarlo, me imagino que lo habrás disfrutado mucho.

―Muchísimo, principalmente porque no me lo esperaba. Justamente ella me conquistó por la forma en la que tomaba la iniciativa. Fue toda una sorpresa, ni siquiera me la imaginaba como una mujer con mucha energía sexual. La veía como una de esas chicas que son prácticamente unas santas, que son bonitas, sonríen todo el tiempo; pero no les hables de sexo porque se avergüenzan. Además nunca habíamos hablado sobre sexo, ni siquiera sabía si ella era virgen o no; o sea, por la edad que tenía, lo más probable era que no lo fuera, pero como no sabía nada de su vida sexual…

―Claro, entiendo, para vos ella podía ser la Virgen María.

―O la más puta de todas… pero no era ni una cosa ni la otra. Digamos que era una chica normal que sabía disfrutar de su sexualidad.

―¿Ese día pasó algo más, o fue sólo sexo oral? ―una vez más una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo.

―Emmm, no… después de eso, ella comenzó a quitarse la ropa, pude verla desnuda por primera vez y realmente me quedé fascinado. Todo en ella me gustó, cada rincón de su cuerpo. Como yo ya la tenía… este… yo tenía una… bueno… se entiende…

―No, no se entiende ―por la forma de sonreír me di cuenta de que se estaba burlando de mí―, y si entendí no voy a decir nada hasta escucharte decirlo a vos, de lo contrario no te vas a quitar la vergüenza.

―Sos cruel…

―Un poquito, a veces. ¿Vos tenías qué cosa?

―Yo tenía una erección, es decir, la tenía dura ―el corazón me comenzó a latir de prisa, por alguna razón encontré estimulante decirle eso a Sabrina.

―Ajá, ¿entonces qué pasó?

―Romina se puso sobre mí, por un momento creí que iniciaría algún tipo de juego previo; pero no lo hizo, fue directamente al grano. Se sentó arriba y…

―¿Y?

―Y bueno… ya sabés…

―No, no sé… nunca hice esas cosas.

―¿De verdad?

―No, sonso, es broma. ¡Claro que las hice! Si ya te conté de mi ex… además él no fue el único ―se me estaba despertando la verga al escucharla hablando de esa forma―. Pero estamos en lo mismo, si vos no te soltás un poquito al contar estas experiencias que sí te gustaron, mucho menos te vas a soltar al momento de contarme cuál es el problema que te trajo hasta acá.

―Tenés mucha razón, cuando usás la lógica sos infalible.

―De eso se trata la lógica… un profesor que tuve en la universidad me dijo que cuando la lógica está bien empleada, es irrefutable; si se puede refutar, entonces no es un argumento lógico, sino una conjetura.

―Este caso sí es un argumento lógico. Me cuesta contar esto, que lo considero algo mucho más inocente que el problema que me preocupa, y ambas cosas están relacionadas con el sexo… perdón, estoy recitando en voz alta el proceso mental que seguiste…

―Está bien, eso te sirve para entenderlo mejor.

Tomé aire lentamente, y luego exhalé. Me tomé unos pocos segundos para prepararme mentalmente, recordé que ella al ser psicóloga no podía contarle a nadie nada de lo que yo le dijera, eso me tranquilizaba un poco.

―Entonces Romina se puso encima de mí, y la penetré por completo casi de inmediato, ella estaba muy excitada ―así mismo me estaba sintiendo yo al narrarle los hechos―. Me di cuenta de que ella sería una excelente compañera sexual en el preciso instante en que comenzó a moverse; lo hizo con tanta soltura que me quedé maravillado. Incluso recuerdo que en ese momento pensé que a esa chica ni siquiera la conocía hacía unas semanas, y ya estábamos teniendo relaciones sexuales. Ese día lo hicimos dos veces, y nos ayudó mucho a romper el hielo. Justamente de eso se trataba, según lo que ella me contó después.

―Ah, comprendo… ella quería quitar la tensión sexual, para que pudieran avanzar con la relación. A veces puede ser una buena idea, es un salto de fe, pero puede dar buenos resultados.

―No comprendo…

―A ver… digo que es un salto de fe porque podría haber pasado que vos en realidad no querías una relación seria y sólo querías ponerla. Luego del sexo ya te hartabas de ella y la dejabas. No digo que sea tu caso, hablo en términos generales.

―Sí, es cierto.

―Sin embargo ella confió en vos y al decidir tener relaciones sexuales tan rápido, cortaba con esa tensión sexual… de lo contrario ustedes hubieran pasado muchos momentos muy incómodos, especialmente si se besaban y comenzaban a acariciarse, yo sé muy bien qué tan tensos pueden ser esos momentos. No sabés si tocar más o tocar menos… no sabés si dejarte tocar o no… no sabés hasta dónde se puede llegar, y no sabés cómo puede reaccionar ante una negativa. En cambio, una vez que se concretó el acto, ya es mucho más sencillo. Me imagino que poco después habrán repetido todo el asunto.

―Así es, pero la siguiente vez fue en mi casa, pocos días después. Tenés mucha razón con eso de romper la tensión sexual, porque tal vez yo no me hubiera animado a encararla, por más que ya fuéramos oficialmente una pareja; sin embargo ese día en mi casa fui directamente a besarla y comencé a quitarle la ropa. Ella no se opuso en ningún momento, incluso me agarró…

―¿Si?

―No sé cómo decirle…

―Decile como le digas normalmente. Sé que hay muchos adjetivos para denominarlo, y ninguno me molesta, así que hablá tranquilo.

―Está bien, me agarró la verga.

―Ajá… ¿y qué más?

―Y los huevos.

Sabrina soltó una carcajada.

―No, tarado, te preguntaba qué más pasó, no qué más agarró.

―No sabía que las psicólogas podían decirle tarados a sus pacientes ―dije, poniéndome serio.

―En eso tenés mucha razón, perdón, se me escapó… es que estábamos hablando tan amistosamente que se me fueron un poquito los papeles.

―Te estaba jodiendo, che. A mí no me molesta para nada que me digas tarado, sé que muchas veces me lo merezco… eso sí, no te quejes si después te digo tarada a vos ―volvió a reírse.

―Está bien, lo voy a tomar en cuenta, al menos me lo podés decir una vez, en devolución de la que te dije yo.

―La voy a guardar para cuando la necesite. ¿Sigo contándote o ya se terminó el tiempo? Miré el reloj y habían pasado casi dos horas desde que ingresé al consultorio.

―Podés seguir un poquito más, yo me puedo quedar hasta las ocho.

―Creí que las sesiones eran de una hora.

―No siempre, yo tengo la costumbre de hacerlas de una hora y media, o dos. Por eso doy turnos cada dos horas. Ganaría más plata si las hiciera de una hora, pero sería amontonar pacientes y me explotaría la cabeza, además no me daría tiempo a tratar los temas en profundidad. Me di cuenta de que a algunos pacientes les lleva casi media hora empezar a hablar de temas importantes, si yo en media hora los tengo que escuchar y después responderles, me quedo corta de tiempo.

―Entiendo, tiene mucho sentido.

―Así que por el tiempo no te hagas drama, cuando yo me tenga que ir, te aviso.

―Bien. ¿Por dónde iba? Ah, sí… estaba en mi casa con Romina… nuestra segunda vez fue incluso más intensa que la primera.

―¿En qué sentido?

―Es que cuando fuimos a mi pieza, ella se puso en cuatro sobre la cama… esa posición me gusta mucho, y después me enteré que a ella también.

―Permite un movimiento mucho más fluido ―dijo Sabrina, levantando una ceja. De pronto me vino a la cabeza una imagen de ella en cuatro patas sobre una cama, sin embargo no pude visualizarla sin ropa.

―Así es. Lo curioso fue que la noté mucho más suelta… digamos que expresó más la sensación de placer… con gemidos. Eso me llevó a pensar que ella estaba confiando más en mí… o que no le avergonzaba gemir frente a otra persona. Sin embargo prefiero creer que su forma de expresarse sexualmente fue el cimiento de nuestra relación de confianza. Así como también creo que el poder hablar libremente sobre temas sexuales, me lleva a confiar un poco más en vos, y a sentirme menos juzgado. También ayuda mucho que participes activamente de la charla, no sólo como psicoterapeuta, sino como persona real; como una persona que también atravesó situaciones similares y experimentó el sexo. Si esa es tu intención, entonces te aseguro que funciona de maravilla.

Sabrina sonrió cálidamente.

―Sí, como te había dicho, mi intención es solidificar los cimientos de una relación de confianza. Si vos no confías en que yo pueda ayudarte, entonces no se puede hacer terapia. Una vez más me da pena tener que interrumpir la charla, pero considero que podríamos dejar hasta acá la sesión de hoy.

―Sí, yo también, hay mucho más para contar, pero si empiezo ahora, no termino más… mejor lo reanudamos en la próxima.

Me fui del consultorio muy emocionado por el avance que había logrado. Además me di cuenta de que me entretenía mucho hablar con Sabrina. Podría haber dicho que me fui con la frente en alto, pero en lugar de eso tuve que caminar encorvado algunas cuadras, ya que la charla me había producido una fuerte erección. Me fui con la duda de que Sabrina pudo haberla notado.

Estaba sorprendido. Esta chica había cambiado por completo mi percepción sobre los psicólogos, en tan solo dos sesiones. Estaba ansioso por asistir a la tercera.