Tranquilizando a mi perra

Mi primer relato en esta página, en el que cuento una pequeña sesión con fines apaciguadores... ;)

Siempre me ha gustado presumir de mis propiedades en público, cuando he tenido ocasión; en ese sentido soy un Amo vanidoso. Y mi sumisa, izar-- ahora que no me oye--, tiene muchas cualidades de las que yo puedo presumir.

Cuando la llevo a un entorno de temática BDSM, o simplemente cuando voy paseando con ella por la calle, me gusta ver cómo irradia su propia luz. Luz que a través de sus ojos es el reflejo de su alma, alma que está unida a mí y que es la raíz de nuestra relación y de su/nuestro crecimiento. Pero más allá de todo eso, reconozco que me gusta que otros vean su buen hacer, su belleza y su elegancia, su educación. Aunque suelo ser más partidario de la intimidad en nuestros encuentros, ella es una perra bien educada y me excita que lo demuestre en cualquier lugar.

Mi perra es obediente pero tímida, y muy pudorosa de cara a los demás. Lo de tímida me da morbo desde el primer día, lo de pudorosa trato de erradicarlo con mano dura jugando con su deseo de complacerme… aunque tengo que decir que también me pone saber que está pasando vergüenza conmigo o delante de otros. Esa lucha interior que mantiene entre complacerme a mí y preservar sus "tesoros secretos" es para mí un dulce que paladeo lentamente, con gusto y observándola en silencio. Porque sé que fuera de este mundo es orgullosa, y disfruto haciendo trizas esa barrera de cara a mí.

Por eso, un día le dije mientras comíamos que aquella noche ella iba a estrenar la cruz de San Andrés que hay en un local BDSM al que hemos ido un par de veces. No me dijo nada, no objetó inconveniente alguno—más le valía—pero observé con manifiesto deleite que su cara cambiaba de color del rosado al blanco mientras masticaba un trozo de pescado.

En vista de que ni siquiera le arranqué una palabra al respecto, continuamos hablando de otra cosa. "Si esperas que te pregunte qué piensas, vas de ala" sonreí para mis adentros, pues el tema de la exhibición pública ya lo teníamos requetehablado y consensuado desde hacía un año, cuando conformamos los límites de nuestra relación. Supe, por supuesto, que se había quedado muy "pillada" con el tema, pero abordar una cuestión que le produce inseguridad con la conveniente educación es algo para lo que está sobradamente capacitada; yo no tenía ahí más que expresar mi deseo. De manera que, en vista de que no había nada que hablar según su conducta, ni dudas que resolver, terminamos de comer y yo me dispuse a organizar la tarde que me esperaba.

Me metí al despacho a trabajar ya que tenía informes pendientes, y le dije a ella que hiciera lo que quisiera pero que a las nueve de la noche la quería dentro de la bañera para limpiarla yo mismo a fondo, hasta el último rincón. Bañar a mi esclava es algo con lo que disfruto; de forma ocasional lo hago para relajarme. No puede evitar ponerse cachonda mientras lo hago, como la perra que es… y yo, siguiendo el juego, suelo terminar usándola.

Como es—está mal que yo lo diga, pero soy un Amo vanidoso—una perra obediente hasta puntos extremos, ni que decir tiene que a la hora señalada ya estaba desnuda dentro del agua jabonosa, esperándome. La mirada expectante de sus ojos cuando no sabe qué ocurrirá (me conoce bien, pero yo no es que sea muy predecible) es algo que siempre me llega al alma y me retuerce por dentro. Me mira con devoción, con inquietud pero confiada… sabe que me acercaré a ella con ternura, que es lo que se merece, aunque luego la use, azote o haga lo que quiera que se me ocurra sin contemplaciones.

La sonreí y le besé la mejilla, comenzando a enjabonar su espalda mientras le preguntaba si se encontraba bien.

--Un poco nerviosa, Amo…--reconoció por fin.

--¿Y eso por qué?—la alenté.

Suspiró y me confesó que se encontraba asustada, literalmente cardiaca, pensando en lo que aquella noche le aguardaba.

La sonreí de nuevo y continué enjabonando su espalda despacio, realizando movimientos concéntricos sobre sus escápulas.

--Tranquila, izar—le dije al oído—estás conmigo. Va a ir todo bien. Confía como has hecho hasta ahora. ¿De qué tienes miedo?

Ella rió nerviosa y sin mirarme repuso que le asustaba el desconocimiento, la novedad. La verdad que las pocas veces que la había llevado al local conmigo sólo me ocupé de su "primer contacto" con el entorno BDSM, al que ella no estaba acostumbrada, y no le pedí más que que estuviera tranquila a mis pies y me trajera alguna copa. Supuse que le asustaba verse en un plano distinto, "en acción" e indefensa delante de completos desconocidos y quién sabía si posibles conocidos, lo cual le daría aún más reparo

Pero las bases de aquello, en lo que a mí concernía, estaban muy claras:

"-Harás absolutamente cuanto te diga, sin objeciones.

-Nadie te tocará si no es con mi permiso.

-Aunque no puedas verme, estaré, como siempre y más en este caso, cerca de ti en todo momento."

Le recordé aquello que habíamos pactado, y, como hago siempre, también le recordé que la safeword la tenía para algo y que en todo contexto podía usarla si había alguna cosa que no pudiera soportar. Aunque, sabiendo lo orgullosa que es ella, decirle lo de la safe servía de poco… en todo el tiempo que llevábamos, aunque traté de llevarla al límite más de una vez de forma controlada, jamás la había utilizado. Ya ven, una esclava excelente, sí, pero más que perra parece mula de lo terca que es a veces.

Le pedí—le ordené, aunque me gusta dirigirme a ella con suavidad—que se arrodillara en la bañera con las palmas de las manos apoyadas en el fondo, levantando bien el culo para acceder yo a su intimidad con la esponja. Me obedeció y al instante la sentí reprimiendo jadeos cuando notó la esponja empapada surcando sus profundidades.

Se encontraba tensa y nerviosa, y la acaricié con malicia con mis dedos chorreantes de jabón para que se soltara un poco.

Apretó los dientes y comenzó a mover el culo discretamente, en círculos, al compás de mis caricias.

Paré para decirle lo cochina que era, y le separé las nalgas para rasurarle la zona anal. Una vez hecho esto, dejé correr un chorro de gel y agua caliente sobre su culo abierto y me dispuse a jugar con él, deporte que también me excita sobradamente.

Ella comenzó a clavarse en mi dedo que entraba y salía de su culo lubricado, y a emitir gemiditos que me la terminaron de poner dura como un ladrillo.

--¿Qué pasa, perrita, tienes hambre?—rezongué mientras le pajeaba el culo, respirando hondo para no dejarme llevar por el deseo de meterme en el agua y tomarla allí mismo.

--S..sí, Amo…--respondió entre jadeos.

Palpé unos centímetros hacia delante con la otra mano y encontré su clítoris dispuesto y turgente. Me incliné un poco más sobre ella y empecé a frotar aquel abultamiento duro con decisión. Mi perra comenzó a moverse violentamente y a resollar.

--Amo

--¿Tienes ganas de que te folle, perra cochina?—murmuré mientras besaba su cuello perlado de gotitas brillantes de jabón.

Me sentía tremendamente caliente, entrando en el estado que yo defino para mí mismo como "peligroso". "Peligroso" significa que tengo que relajarme o la terminaré destrozando, porque hasta la más pequeña célula de mi piel palpita de deseo por romperle el coño a pollazos, por hacerla correrse a gritos diciendo mi nombre, por transformarme en algo más parecido a una bestia que a un humano. Se lo he comentado muchas veces y ella se ríe, pero no tiene gracia… no podría soportar descontrolarme y hacerla daño. De manera que, como pueden imaginarse, hago uso del autocontrol constantemente.

--Sal de la bañera—le ordené, apartándome de ella—sécate con la toalla y tráeme la fusta, zorra.

Ella debió darse cuenta de mi estado porque mi voz latía pareja a mi deseo.

--Sí, Amo

Acto seguido desapareció por el pasillo y volvió poco después con la fusta rematada en cuero, trayéndola en la boca como sabe que me gusta.

--A cuatro patas, como la perra que eres—le espeté, asiendo con suavidad la fusta que me ofrecía— colócate contra la bañera con las piernas separadas, rápido.

Mi perrita se giró con celeridad y me dejó su espalda y su culo expuestos, pegando su estómago a los azulejos que tapizan la bañera por fuera, separando las rodillas para mostrarme también su coño mojado que olía a cachondez animal. Sus pechos, como dos inmensas lámparas colgonas, reposaban en la superficie esmaltada en blanco a lo largo de la cual había colocado sus brazos, sumergidos hasta los codos en el agua que aún había dentro de la bañera.

Sonreí, tratando de aminorar el ritmo de mi respiración, y acaricié su espalda con la lengüeta de la fusta. Mi perra tembló.

--¿Qué tal cielo?—pregunté, dirigiendo el extremo de cuero directamente a su coño y moviéndolo en círculos cada vez más adentro.

--Bien, Amo…--musitó, iniciando de nuevo movimientos circulares con su culo.

--Mójamela bien—repuse—porque ahora te voy a dar una buena zurra con ella… ¿sabes por qué, verdad?

Mi perra apretó los dientes y gimió sin poderse controlar.

--Sí, Amo… por cochina

--Eso es—asentí, refregando bien la lengüeta en su coño, preso del deseo—por guarra, por cerda. Por estar pensando permanentemente en follar.

Mi perra dejó escapar una risita.

--Tiene razón, Amo… Usted me hace sentir lo perra que soy, y no puedo pensar en otra cosa

Reí a mi vez.

--¿Sí, eh…? Pues precisamente por eso te voy a romper la fusta en el culo

Y sin más dilación, saqué la punta de la vara y le propiné un buen azote que le cruzó ambas nalgas.

Mi perra soltó un bufido y se encogió; pareció que no esperaba el primer azote tan fuerte. Hice acopio de más autocontrol si cabe, y le asesté el segundo fustazo en aspa con el primero, de la nalga contraria a la otra, con más o menos la misma intensidad.

--No sufras, perrita, que te vas a calentar pronto

Gimió y se movió en torno a mi dedo, que yo había vuelto deslizar en su coño. Normalmente me gusta comprobar lo caliente que se pone mientras la estoy azotando, a menos que esté castigándola.

--Joder, perra, que guarra eres—mascullé, al ver que su clítoris seguía inflamado, rodeado por la familiar humedad blandita y caliente—no sabes cómo me pone sentirte así

Le propiné el tercer azote, y rápidamente el cuarto y el quinto. Me excita darle algunos seguidos, intercalando con series más pausadas, en las que saboreo con deleite ese silbido previo y el restallar sobre su culo indefenso. Algunas veces le digo que los vaya enumerando, más que nada por llevar el control, ya que yo pierdo la cuenta fácilmente y me quedo con "el grosso modo"…pero aquella vez no lo hice, porque yo sabía que no iba a aguantar mucho; tenía ganas de darle aquellos merecidos azotes, sí, pero más ganas aún de clavarle la polla hasta el fondo y hacerla gritar.

Calculo que le dí unos veinte azotes, no demasiados pero bien dados, y cuando el instinto ya me pudo y su trasero aparecía surcado de hermosas vetas violáceas, paré y la abracé por detrás. Dejé escapar la fusta de mis manos, atraje las caderas de mi perra hacia mí y flexioné las piernas. Pude notar la piel ardiendo de su culo contra mi estómago cuando se la metí, de golpe pero con cuidado—no me gusta hacerla daño follando—y eso volvió a revolucionarme. Comencé a bombear dándome cuenta de que su coño me recibía sin trabas, encantado, y manteniéndola asida con la mano izquierda, dirigí la derecha hacia su clítoris.

--Oh, Amo…--gimió mi perrita.

--¿Te duele, cariño?—le pregunté ascendiendo con mi mano para acariciarle la cara.

--Nooo...—jadeó, moviendo las caderas.

--¿Te gusta?—gruñí empujando más fuerte.

--Sí, Amo, mucho

Ella sabe que su deseo me enciende.

--Tienes permiso para correrte si tienes ganas, tesoro—le dije al oído—te has portado muy bien

--Gracias, Amo

Continué follándola y acariciándola, forzándome a mí mismo a ir más y más despacio. Quería tranquilizarla, aparte de darle el regalo del placer; quería que soltara adrenalina pero también que sintiera lo mucho que yo la quería, que se supiera de alguna manera protegida y cuidada como lo que era: mi mayor tesoro, y que sintiera que… si por cualquier razón se equivocaba en algo, yo seguiría a su lado aunque hubiera un castigo de por medio. Como persona ella sabe que yo la admiro y adoro, pero como sumisa le falta reforzarse en sus cualidades… así que en ese aspecto me necesita mucho, necesita presencia continuada, paciencia, insistencia y cariño a toneladas. Es una buena esclava… la mejor que he tenido nunca, en realidad, y todavía nos queda mucho por caminar juntos.

Cuando mi perra sintió que el orgasmo le llegaba, llamó mi atención tímidamente, como lo hace siempre, y con voz entrecortada me pidió permiso para correrse. Yo ya se lo había dado antes, pero ella sabe que me gusta que me lo pida aún así

La dí vía libre, por supuesto, aplastándola contra la superficie de la bañera en cada bombeo al oírla nombrar a dios y gritar. Cuando nombra a dios me da la risa… pero me puede verla tan caliente y es en ese punto cuando yo me dejo llevar, y aflojo la cuerda que sujeto en mi interior… un poco más.

Mi perra tensó los músculos de su coño y se corrió, apretándome la polla. Fue un orgasmo largo y magnífico, íntimo, tan sólo suyo y mío aunque se lo pueda contar a ustedes ahora.

Pareció durar horas, y cuando por fin terminó, suspiró y se desplomó laxa sobre el borde de la bañera, murmurando un leve "gracias, Amo".

Sin dejar de sonreír y al borde de mi límite, la agarré del pelo y la separé con delicadeza de la bañera, le insté a dar la vuelta y la senté en el suelo frente a mí. En esa posición, con su espalda apoyada contra el lateral de la bañera, me agarré la polla y se la metí en la boca hasta que la hice dar una arcada.

--Límpiala, perrita.

Me quedé quieto unos segundos observando como ella lamía obedientemente, pasando la lengua desde mis pelotas hasta el glande, limpiando bien de sus propios jugos el tronco de mi polla. Cuando estimé que la limpieza había sido suficiente, comencé a follarle la boca con ganas y le tomé la mano para que me masturbara… quería correrme de una vez en su boca, y no podía esperar.

Mi perrita es una verdadera máquina con la lengua, aunque yo siempre le digo que aún puede mejorar. Como ahora no me lee, aprovecho para decirlo ;)

No tardé mucho en llegar al orgasmo, aunque dilaté la tensión previa cuanto pude pues me encanta verla esmerarse entre mis piernas.

Se tragó mi corrida y me miró con los ojos brillantes.

--Gracias Amo… ¿ha sido bueno?

--Ha sido horrible, francamente, espantoso—le dije—el tuyo también, ¿verdad, perra?

Ella se echó a reír y yo la abracé.

--Un asco, Amo, de lo peor que me ha pasado en la vida

CONTINUARÁ