Trance sexual (acto III)

Último acto de la escena en la que se narra el encuentro entre un joven e inocente campesino y una hermosa chica de sorprendente físico.

ACTO III

(Felación)

T ras el orgasmo, la rubia y el cazurro seguían en la caseta de riego abandonada, él detrás de ella, con su polla metida dentro del culo de la chica. El silencio solo era roto por los grillos y las chicharras que sonaban bajo el fuerte sol del mediodía.

Marcos salió del interior de Tránsito y los grumos de semen se escurrieron fuera del irritado y dilatado esfínter, chorreando por el perineo hasta los dos cojones femeninos, rasurados y suaves como el culito de un bebé. La morcilla de Marcos, desinflada pero aún gruesa, le colgaba por debajo de la tripa como el badajo de una campana, goteando semen y fluidos. Su mano aún seguía masajeando desde atrás el pollón de la chica. Ella, a pesar de los dos orgasmos, aún estaba excitada, pues era joven y sus alteradas hormonas la invitaban a fornicar constantemente.

—Qué bien lo haces Marcos. ¡Vaya pedazo de macho que estás hecho, por Dios!

A Marcos le encantaba pajear esa polla. La sensación era muy agradable y máxime aún viendo cómo respondía la chiquilla a esas caricias. Al joven paleto le gustaba escuchar los agudos gemidos que salían de esos labios regordetes; los suspiros que le salían de la delicada garganta; esa agitación del cabello al girar la cabeza y el movimiento pendular de sus terribles pechos, grandes como el Everest y preñados de carne.

Le gustaba tanto sobarle el carajo a la niña que sintió curiosidad por verlo mejor, así que agarró a Tránsito de la cintura y la tumbó en el sucio suelo con brusquedad, puesto que la rudeza era algo innato en él. Luego siguió masturbando ese bonito pollón de rodillas, contemplando embelesado cómo se le meneaban las rasuradas pelotas que le colgaban a la nena por debajo de la picha.

—No la estrujes tanto que me la vas a romper, cariño. ¡Uf! —Se quejaba la muchacha.

Marcos miraba esa cara de angelito y el corazón se le ponía a mil.

—Pero que guapa eres, guarrilla.

Y ella sonreía con esos dientes de estrella de Hollywood, blancos como la leche, y se mordía el labio con sensualidad.

—¿Te gusto, Marcos?

—Estás buenísima.

Marcos le seguía dando a la zambomba.

—¿Te gusta mi boca?

Marcos asentía con la cabeza sin dejar de machacarle la pija, pero Tránsito acercó su cara a la suya y le dio un beso con lengua.

—¿Te gustan mis tetas?

—¡Joder que si me gustan!

Y Tránsito se levantaba los melones, se los ponía en la cara y le metía los pezones en la boca.

—Chupa teta, cabrón, que te vuelven loco así de gordas, ¿eh? Cómetelas.

Marcos se volvía loco, parecía un marranillo restregándose en el barro.

—Marcos, ¿te gusta mi picha?

Marcos le decía que sí con la cabeza metida entre los melones.

—¿Te gusta mucho?

Y Marcos seguía dándole al manubrio con sus dedazos, bajando y subiendo el prepucio dilatado de la hembra.

—Me encanta, rubia.

Tránsito apoyó las manos en el suelo y levantó las caderas para acercar su erección a la cara del excitadísimo macho. Marcos, sin dejar de menearle la polla, veía como ese aparato se acercaba y se ponía tan cerca de él que sentía el olor y el calor del sexo en su rostro. Veía aparecer y desaparecer el gordo y colorado glande tras sus dedos; veía como el orificio de la uretra se abría y cerraba ligeramente tras cada meneo; observaba embelesado el brillo viscoso que rodeaba la arrugada circunferencia del prepucio y sentía en la lengua el regusto salado y ligeramente ácido de los efluvios masculinos que segregaba esa bonita picha, pues, sin saber muy bien cómo, su boca se había abierto para recibir la excitada pija en su interior, respondiendo quizás a algún atávico instinto animal, superando al fin el trance sexual en el que se encontraba desde que descubrió la hermosa verga de Tránsito.

—Te gusta —dijo ella, y no era una pregunta.

Por respuesta, Marcos sacó la lengua y lamió el femenino cipote repetidas veces, restregando su gorda lengua por el canal que iba desde el frenillo hasta el agujerito, recogiendo restos de semen, sudor y demás porquería sexual que allí tenía acumulada la niña.

Ella introdujo los dedos en el ensortijado y fuerte cabello del hombre y le sostuvo la cabeza.

—Así, machote, así… ¿Está buena?

Marcos asentía con la cabeza y se metía la polla dentro de la boca. El garrulo, acostumbrado a chupar y aspirar la manguera del gasoil para hacer trasvases al depósito del tractor, le daba unos chupetones tan fuertes al carajo de la niña que a ésta le parecía que se le iban a salir los cojones por el agujero de la polla.

—¡¡UAAAAAHHHHHHH!! —gemía ella.

Guiado por una instintiva curiosidad, Marcos le agarró las depiladas pelotas a la chica, haciéndole un masaje con unos dedos llenos de callos. Los delicados huevos estaban cubiertos con el semen que había salido del ojete momentos antes, facilitando así el masaje testicular.

—¡¡SÍ, POR FAVOR, SÍ!! —chillaba ella retorciéndose los puntiagudos pezones.

En un par de minutos las salivaciones de Marcos comenzaron a empapar el tieso sexo que había dentro de su boca, escurriéndose por las comisuras de los labios e impregnando su masculina barba.

La rubia creía que se moría de gusto. Gritaba al techo y le tiraba de los pelos a ese mamador inexperto mientras éste la ordeñaba con sonoros chupetones y grandes ruidos. El morbazo que sentía la chica era estratosférico. Notaba su desnudez empapada de sudor restregándose contra el suelo lleno de porquería; se veía a si misma rodeada de toda esa basura dentro de aquel solitario antro, con ese adonis rural tragándose su femenina virilidad, y se mareaba de puro éxtasis.

—¡¡Chúpame!! ¡¡Traga, por dios cariño mio, traga!!

Tránsito arqueaba la espalda y le enchufaba el palitroque en las tragaderas del desacostumbrado mozo con desesperación. Marcos se ahogaba y se atragantaba, soltando mucosidades y babas cada vez que las arcadas le hacían toser, pero cómo no quería defraudar a ese angelito y no quería quedar como un mariquita cobarde, se aguantaba las náuseas y volvía a engullir el hermoso cipote. La boca succionadora de Marcos aspiraba con tanta fuerza y potencia que prácticamente le hizo el vacío a los conductos internos, forzando a las últimas reservas de la chiquilla a salir despedidas en una preciosa eyaculación.

Lengua, paladar, labios, barba, mejillas y nariz fueron receptores del caliente riego que salía de la puntita del glande.

Tránsito, relajada y agradecida tras el extenuante polvo, se incorporó con delicadeza y tomó el pringado rostro de su amante con sus gráciles dedos; luego le propinó una serie de amantísimos besos y le lamió la leche caliente que tenia pegada en la polvorienta y sudada barba.

—Lo he hecho bien, ¿verdad? —preguntó el buen mozo.

—Lo has hecho de puta madre, cariño mío.

Tránsito le daba besitos y le sobaba el cuerpo recio y masculino mientras él hacía lo propio con ella, concentrado especialmente en sobarle las tetas y acariciarle la rubia melena.

—Vaya polvazo me has echado, grandullón —le decía la hermosa rubia mientras le sobaba los musculosos brazos, que tenían más bultos que un saco de patatas—. Eres un semental.

—Y tú eres la cosa más bonica que he tocao en mi vida —decía él dándole un beso en la punta del pene, así que la chica no sabía si se lo decía a ella o a su pija.

—¡Uf! Mira qué sucia estoy —exclamó al mirarse—. Estoy hecha un asco.

—Tú no te preocupes, que te vas a venir al cortijo mío y te vas a bañar en la balsa que tengo yo ahí.

—Ay no, que a mi me da miedo el agua estancada.

—Tú no te preocupes que me baño yo contigo, yegua mía.

Y el buen mozo le dio un achuchón tan fuerte que casi le explotan las tetas.

Tránsito se dejaba sobar sin prestar mucha atención a las atenciones del cariñoso mozalbete, puesto que a esas alturas ya estaba elucubrando un plan para poder catar el culo del inocente agricultor.

—Pues vamos para allá, cariño mío —le dijo ella—, que me está subiendo otra vez la temperatura y quiero refrescarme.

—¡Ea, pues! —Ambos se levantaron.

—Oye —dijo la chica—, allí tendrás jabón, ¿verdad?

—Claro que sí, y si no tuviera ya me encargaría de conseguirlo, guapa, porque que mientras estés conmigo a ti no te va a faltar nunca de nada.

—Qué bien me cuidas, león —le decía pellizcándole el peludo trasero—. ¡Tú también estás sucio!, ¿eh? Habrá que limpiarte a fondo.

—Tú me puedes limpiar todo lo que quieras, hermosa mía.

Y Tránsito reía imaginando ese redondo y peludo trasero cubierto de resbaladizo jabón.

¿FIN?

K.O.