Trampas (7): las apariencias engañan

Colección de relatos independientes entre sí, con un único denominador común: artimañas para conseguir sexo o control sobre alguien: esposas, maridos, amantes, familiares... La serie se agrupará en categorías diferentes según proceda.

TRAMPAS (7): LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

Juan trabaja en la empresa de su padre. Una ingeniería que, pese a la crisis, se mantiene boyante gracias a una buena estrategia financiera del hijo, titulado en ADE, como del propio padre y fundador, que con una extensa red de contactos y una visión de negocio importante, ha sabido diversificar la actividad hacia nuevas oportunidades. Eso sí, la dedicación es plena. Son de la vieja escuela, de los que dan ejemplo a los trabajadores trabajando igual o más que ellos.

A sus 25 años, aún no ha pensado en casarse con su novia de toda la vida, Cristina. Son jóvenes, y les gusta ese punto independiente que les ha llevado a compartir piso, pero sin el compromiso del “hasta que la muerte los separe”. ¿Guapos? Se puede decir que es una pareja resultona. Ella es alta, casi 1,80 y con una larga cabellera negra azabache digna de un anuncio de champú. Hay quien diría que tiene poco pecho, pero el conjunto es armonioso, rematado por unos ojos de un tono gris verdoso que impactan al verla. Juan, más o menos igual de alto, con gafas y una perilla de moda, pero algo más descuidado en el vestir, una especie de “hipster” (

NOTA DEL AUTOR

: es una tribu urbana de moda en NY) que hace que más de una se lo mire con ojos de deseo.

Sexualmente funcionan más o menos bien. Él no es un superdotado, pero le gusta hacer disfrutar a su chica con todo lo que se encuentre a su alcance. Por supuesto son consumidores de juguetes eróticos, y aunque a veces por la carga de trabajo de él no pueden yacer juntos todo lo que desearían (sobre todo Juan), ella se siente relativamente satisfecha, aunque a veces sea a solas, y son bastantes las veces así...

Y es que Cristina es funcionaria interina. Trabaja en una oficina cara al público, y a las tres de la tarde de cada día finaliza su jornada, con lo que dispone de muchas horas libres hasta que llega su novio, y eso si llega, porque a veces se ha quedado a dormir un rato en la ingeniería porque no podía dejar un proyecto a medias, y luego seguir trabajando toda la noche. O viajes sorpresa. Pero ella sabía siempre que las ausencias eran por trabajo. A veces incluso ha hecho algún recado para ellos con el fin de ayudar un poco, y así arañar unos minutillos a su amado del despacho. Favores como el último, que fue el que cambió radicalmente la vida de Cristina...

Ese viernes habían quedado que saldrían de escapada a la costa, un fin de semana de tres días con buen tiempo, para disfrutar del sol, del mar, y de ellos mismos. Juan estaba volcado en un proyecto que podría dar casi el 50% de la facturación anual si se entregaba correctamente, y así todos los trabajadores junto con el padre y el hijo, estaban más tiempo ante los ordenadores y reunidos que con sus familias. Y ya llevaban dos semanas así. Por eso esperaban ese día con ilusión. Hasta cada uno cogió su maleta por la mañana. Habían quedado que Cristina lo recogería con el coche en la ingeniería, y partirían juntos para aprovechar al máximo cada minuto.

Tres días de sol, playa y sexo... la maleta de Cristina contenía tres bikinis, sus mejores tangas de hilo, un sujetador de blonda negro (¿para qué más?), una toalla de playa, dos tops sexys, una mini faldita, unas chancletas y los útiles de aseo. La de Juan, más convencional, slips, dos bañadores, la consabida toalla, un pijama (habréis notado que Cristina no llevaba nada para la cama...), chancletas, camisetas, pantalones cortos (dos de cada), y lo del aseo. Y como vestido puesto, uno entallado de flores que acentuaba sus curvas deliciosamente.

Además, Cristina había pasado el día anterior por a estheticienne para que le depilara las piernas... y el pubis, para sorprender con la suavidad a su novio. Y para rematar, se había metido en el coño unas bolas chinas justo antes de salir del trabajo. Tenía que conducir poco hasta el trabajo de Juan, y como luego conduciría él, pensaba excitarlo durante el viaje mostrándole el cordoncito que salía de su sexo.

Así que radiante, aparcó en la plaza de parking de su futuro suegro, y subió a las oficinas, donde se encontró con la decepción.

Juan salió a su encuentro con cara de cordero degollado. Aquello no le gustó. Presagiaba malas noticias, como así era.

-Lo siento, Cristina, se nos ha complicado el proyecto, y estamos todos yendo a contrarreloj para rehacerlo con las nuevas instrucciones del cliente. Me temo que no podremos salir hoy. Tal vez mañana sábado al medio día...

A Cristina le cayó el alma a los pies. Todos los preparativos, la ilusión de estar a solas con su amado, su libido por las nubes gracias a las bolas... todo perdido por culpa de nuevo del trabajo. Ya iba a alzar la voz con una queja amarga, cuando salió de su despacho Luis, el padre de Juan.

-¡Ah, hija mía! (él siempre la llamaba así) Todo es por mi culpa. Espero compensaros de alguna manera, porque Juan me ha explicado los planes que teníais y que ha tenido que anular la reserva. Así que con su beneplácito, en un momento llegará aquí mi amigo Jorge para recoger unos documentos. Viene con su mujer porque se marchan a su chalet de la playa, y han accedido gustosamente a llevarte con ellos para que disfrutes de su casa, esperando a ver si mañana acabamos el trabajo y Juan irá contigo. ¿Qué te parece?

Y por supuesto que otro fin de semana seré yo quien corra con todos los gastos y os vais a un hotel lujoso en la costa.

Al hombre se le notaba emocionado y avergonzado, y Cristina no tuvo más remedio que asentir para no añadir más leña al fuego. Por dentro estaba furiosa. Juan apenas salió su padre a hablar, se retiró de nuevo a trabajar. Su pensamiento en esos momentos era: ¿quiere que me distraiga? Pues lo haré y no pensaré en él. Palabras proféticas, aunque ella, claro, no lo sabía entonces...

Y sin tiempo para más, ya estaban allí sus nuevos anfitriones. Subió a saludar únicamente Jorge, quien tras un breve saludo e intercambio de besos de cortesía de rigor, se llevó casi en volandas a Cristina hacia el parking. Un fugaz beso en el aire de la joven pareja se quedó flotando, mientras Luis saludaba con la mano.

La primera sorpresa que tuvo Cristina ocurrió en el coche. No estaba únicamente la pareja de Jorge, sino que había otro hombre dentro. Y se estremeció al ver quién era, porque lo recordaba muy bien. Sentado en el asiento de atrás, él la miraba con esos ojos fríos, los mismos que hace unos años la desnudaban el alma cuando fueron presentados. Oscar, ése era su nombre, le imponía respeto, incluso temor. Rehuía su mirada porque la hacía sentir incómoda. Como ahora. Y no solo tendría que compartir asiento con él durante casi dos horas de trayecto, sino que además debía componérselas para que no se notara la creciente excitación que le provocaban las bolas chinas en su interior, y menos que se filtrara el aroma de su sexo ya mojado.

Afortunadamente, Lydia, la esposa de Jorge, era una excelente conversadora, y desde el asiento de delante sacaba temas sin descanso. Así se hizo más ameno el trayecto. Supo que era enfermera en el Hospital Clínico, y que Oscar estaba divorciado, aunque ese dato para ella fue el que más le impactó, porque él arguyó como explicación “que se había equivocado al escoger a la mujer de su vida”. Directo en su mirada hacia su compañera de asiento, que no hizo otra cosa que agachar la cabeza con preocupación, como si esa frase fuera dedicada a ella. No se la escaparon las miradas casi lascivas de Oscar, que la hacían estremecer. Se sentía cohibida ante el magnetismo de ese hombre; pero para su alivio, en ningún momento hizo ademán de tocarla o de buscar algo más que una conversación amena.

Y sobre las 5 de la tarde de ese caluroso y húmedo viernes de julio, por fin llegaron a su destino. El chalet era precioso, sito en una urbanización cerrada y con vigilancia permanente. Con tres plantas, en la terraza superior disponía de un jacuzzi con capacidad para seis personas. La decoración era moderna sin estridencias, y sólo echó a faltar una piscina en el amplio jardín. Pero Lydia la informó que disponían de piscina comunitaria. –“Todos la usamos”, dijo con una sonrisa enigmática en los labios.

-Aún hay muchas horas de luz. Jorge, tan práctico, apuntó a que bajaran a remojarse en la piscina mientras él acondicionaba la casa. No le apoyó nadie. –“Aquí sudamos todos a la vez y luego nos aliviamos todos a la vez”. Esta vez fue Oscar quien lo dijo ante las risas del matrimonio, y la ignorancia de Cristina. Así que en un momento se acomodaron en las habitaciones del piso intermedio. Jorge limpió y llenó el jacuzzi mientras los demás deshacían sus maletas. El matrimonio se quedó su habitación, la primera del pasillo. La segunda, al lado, la de Cristina, y la de enfrente para Oscar. Ya a solas, Cristina cerró la puerta, se bajó el tanga, y con un sonoro “plop”, salieron calientes y mojadas, las bolas chinas. La habitación se impregnó del aroma de su sexo. Estaba excitada, pero a la vez aliviada de poder intentar rebajar esa tensión a partir de entonces. Como las habitaciones no tenían lavabo particular, cogió un pañuelo de papel, se secó los flujos para no manchar más el tanga, y se volvió a poner bien el vestido

Jorge los llamó a todos y cuando subieron a la terraza, se encontraron con una carpa montada sobre el jacuzzi para dar sombra; éste en marcha burbujeando, y unas copas de cava junto a una cubitera llena de hielo enfriando dos botellas de cava, que Oscar identificó como el mejor de los mejores. Rieron su ocurrencia: -Donde esté el cava catalán, que se quiten las mariconadas del champagne francés. Así que Lydia invitó a todos a que subieran “cómodos” a remojarse.

Cristina escogió un bikini color burdeos con pezoneras triangulares que cubrían y realzaban su talla 90 de busto, rematado por una braguita con cordones laterales. Y así subió a la terraza. Los demás ya estaban dentro, disfrutando del agua tibia, de la sombra y del cava fresquito.

La miraron y la repasaron bien. De eso se percató, aunque todos con una sonrisa la invitaron a coger una copa y a sentarse. Estaban todos con el agua burbujeante hasta el cuello. No tuvo opción, y se instaló entre los dos hombres, con Lydia enfrente. Bebió un sorbo largo, y tras dejar la copa a su espalda, se dejó llevar por las sensaciones agradables del agua, que relajaba su cuerpo mientras se hablaba con humor de lo que iban a hacer durante el fin de semana. pero el relax duró poco... las burbujas de repente se pararon. Se tenía que reactivar de nuevo. Y lo que vio a través del agua la dejó estupefacta... estaban los tres desnudos. además fue Jorge quien se incorporó para darle al botón, que justo estaba al otro lado de Cristina, con lo que al estirarse para apretarlo, dejó su polla, de un tamaño más que considerable aún estando en reposo, a milímetros de la cara de su invitada.

¿Realmente pensó como “una gran polla” cuando vio tan cerca el pene de Jorge? Sintió una mezcla de vergüenza y excitación, pero prefirió no decir nada. Sólo Lydia rompió el silencio incomodo, diciéndole que suelen practicar el nudismo, y no sólo ellos, sino todos los de la urbanización. De ahí que sea tan cerrada, alejada de la mirada de curiosos.

Cristina estaba un poco aturdida. Excepto en las películas porno, no había visto ninguna polla (¿de nuevo esta palabra?) al natural excepto la de su Juan. Y ésta era... enorme. En esos pensamientos estaba cuando Oscar se incorporó para servir más cava. Y los ojos de la joven enfocaron un rabo mayor que el de Jorge, pero además semierecto. Ambos cruzaron miradas. Ella vio el deseo en él. Él la turbación no negativa en ella. pero de nuevo se comportó como un caballero y no hizo ni comentario soez, ni mucho menos nada que supusiera un acto violento. Así que cuando las burbujas reanudaron su letanía, ella volvió a beber de su copa, y siguió con la conversación. Hablaban de ir al día siguiente a dar un paseo en el barco de unos vecinos, y por la noche a una especie de fiesta para celebrar el verano.

Sí que notó, pasado un largo rato, que sólo hablaba Lydia, mientras los dos hombres parecían relajados, mirando hacia arriba. Pensó que como a ella, las burbujas los relajaban, y con la tranquilidad que se respiraba, desconectaron un poco. Pero en esas el jacuzzi hizo otra parada técnica, y entonces entendió el silencio de ellos... Lydia los estaba pajeando suavemente. Pudo ver perfectamente cómo los dos mástiles sobresalían de las manos pequeñas de Lydia, y cómo ella estaba con las piernas abiertas mientras ellos acariciaban su sexo.

-¿Puedes darle al botón de nuevo, querida? La sonrisa de Lydia no daba lugar a dudas. Ella disfrutaba. Cristina se sorprendió de ver que era capaz de gozar y de llevar más o menos una conversación intrascendente con ella. Pero ya se sabe: las mujeres son multitareas.

A partir de ese momento, ya no hubo diálogo. Ambas mujeres se miraban a los ojos. Una con sorpresa. la otra con lujuria. Los hombres, meros figurantes se dejaban hacer. Llevaban casi dos horas en el agua, y entonces Lydia propuso seguir la fiesta dentro. En un acto erótico, como una diosa, llevó de la mano las pollas de sus amantes fuera del jacuzzi, y tras un secado rápido con una toalla, bajaron sumisos a la habitación. Antes de desaparecer de la terraza, Lydia miró a Cristina, y sin soltar los dos rabos, la invitó a unirse. A todo esto, la joven no había salido del agua aún, a pesar de que fue espectadora del acto más morboso que jamás había visto. Aunque se lo negaba su mente, su cuerpo respondió al estímulo visual con los pezones de punta, y un flujo vaginal que ya se mezclaba con el agua clorada. Aún tardó un par de minutos más en reaccionar. Estaba sola.

Sólo los primeros gemidos a sacaron de su ensimismamiento. Dudó qué hacer. Supo lo que quería hacer. Se lo negó a sí misma, pero su cuerpo se incorporó del agua, salió y se secó antes de bajar. La puerta de la habitación del matrimonio estaba abierta. Curiosidad es nombre de mujer. Se asomó y desde la entrada vio a Lydia a cuatro patas en la cama, follada por detrás por Oscar, y haciéndole una soberana mamada a su marido. Ninguno la miró. Estaban concentrados en su propio placer. El espectáculo ante sus ojos era excitante, era caliente. Vio los muchos centímetros de polla (nunca más llamaría pene a una polla). Lo de su marido es un pene, pero lo de éstos es una polla con sus cinco letras). Los vio resbaladizos, uno por caldos de placer; el otro por saliva. Y sintió por un momento el impulso de entrar y dejarse llevar...pero ella amaba a su Juan. No podía hacerle eso. Ella nunca había sido infiel. La visión humedeció la entrepierna de Cristina. Ella no lo vio, pero había una mancha oscura en la braguita de su bikini. Lydia la vio un momento de reojo, y le hizo señas con un dedo para entrar y unirse. Cristina resistió la tentación. Pero no se fue de allí. Siguió contemplando al trío en acción.

Al poco cambiaron de posturas. Jorge se estiró en la cama, permitiendo a Lydia clavarse su verga de cara a él, mientras Oscar jugueteaba con sus dedos en el agujero del culo. A cada embestida del marido, el esfínter se abría como una boca hambrienta, y enseguida dos dedos se abrieron paso en su interior. Los gemidos de ella se hicieron más prolongados y sonoros. Oscar miraba a su espectadora desafiante, con los dedos de una mano en el culo de su amiga, mientras que la otra mano estimulaba una polla larga y gruesa. Nuevamente Cristina rehusó la invitación a unirse. Miraba hipnotizada la escena. Sólo cuando empezó a sentir un cosquilleo conocido en el clítoris se dio cuenta que sus dedos actuaron por su cuenta estimulándola. primero por encima de la tela del ya empapado bikini. Luego, buceando en su gruta inundada. El tercer dedo se hundió en su ansioso coño cuando Lydia fue doblemente penetrada, siendo la carne del sándwich que habían montado. Aunque de perfil, vio perfectamente cómo las dos pollas se sincronizaban para alternar el bombeo. sería difícil decir quién se corrió antes. Pero para los cuatro, a la manera de cada uno, fue un buen orgasmo. Sin embargo, nada más correrse, Cristina huyó a su habitación y se encerró.

Debían ser casi las diez de la noche cuando la llamaron para bajar a cenar. Quiso rehusar, pero Lydia casi la bajó a rastras hasta el jardín. Allí una cena fría a base de patés quesos y vino les esperaba. Se sentía apabullada, sabía que ese espectáculo se lo dedicaron a ella, la provocaron hasta el punto de masturbarse, y desconocía si iba a ser violentada. Y eso la llenaba de ansiedad. No se atrevía a hablar, pese a que los otros tres mostraban un magnífico humor. Viendo que el ambiente se podía enrarecer, su anfitriona le habló ante todos:

  • Cristina, somos mayorcitos como para hacer numeritos de ofendidos. Nosotros somos liberales, vivimos una relación abierta, y nos encanta. Que hayas venido tú nos añadió picante, pero aquí nadie hace nada en contra de su voluntad. ¿Nos habría encantado que te unieras? por supuesto que sí. ¿Que no quieres? perfecto también. Nosotros no cambiaremos nuestro modus vivendi. Piensa que si hubieras venido con tu pareja, habríamos actuado igual. Así que deja tus recelos a un lado y disfruta el fin de semana a tu manera. En nosotros tendrás siempre unos amigos y más si quieres. ¿Entendido?

Cristina asintió con timidez. Lydia le dio un beso en la mejilla y la acercó a la mesa. La velada, con chupitos incluidos, acabó con chistes y bromas por parte de todos. Tal vez el alcohol acabó de romper los recelos de la joven. Oscar propuso al filo de la una de la madrugada bajar al puerto a tomar algo, pero no hubo quórum. Había cansancio y al día siguiente les esperaban pronto para zarpar. Así que se fueron a dormir. No es que desconfiara, pero Cristina cerró su puerta con llave. Nadie trató de abrirla a la luz de la luna.

El sábado amaneció radiante, con un mar en calma y con calor. Mucho calor. Tras un breve desayuno, los cuatro fueron al chalet de enfrente para saludar a los Sánchez, los propietarios de la barquita con la que saldrían a pasear. El matrimonio, a Cristina le pareció el típico “arreglado” entre la clase alta. Él, cincuentón, bien cuidado; ella, sobre los 30, le dio la impresión de que era una mujer florero, sólo para lucirla. No obstante, se abstuvo de reflejar esas impresiones. A ellos se les unió una pareja que ellos habían invitado. Fueron presentados como una sobrina del señor Sánchez, y su novio. No llegaban a la treintena, y parecían modelos a tenor de su espectacular físico. Cristina se miró bien mirado al joven.

La barquita en cuestión resultó ser un yate enorme, con tres camarotes, y la popa entoldada como una terraza. Lo pilotaba el propio vecino, con los otros hombres compartiendo unas cervezas en animada charla. Mientras, las mujeres tomaban el sol en la proa, en hamacas que les ocultaban de la vista de sus parejas en la cabina del piloto. Todas estaban o en topless o desnudas del todo. Sólo Cristina y la señora Sánchez llevaban la parte de abajo del bikini. Cristina, casi a regañadientes, se despojó de la parte de arriba, al ver que estarían solas. Pero se mantenía alerta por si alguno de os hombres bajaba. Claro que si fuera Joaquín, el novio de Pilar... tal vez no se cubriría. Ese pensamiento la estremeció, y se tumbo boca abajo para disimular los pezones de punta que ya asomaban. Tenían una neverita al lado para ir tomando cervezas frescas, y cuando ya levaban un par, todas charlaban animadamente, cada vez de temas más picantes, sobre experiencias con los respectivos consortes, o con otros. Cristina disfrutaba de la charla, aunque pudo aportar poco. Era mujer de un solo hombre, y no podía comparar. Aunque se le escapó decir que necesitaba que su novio estuviera más por ella, y las impresiones del día anterior al ver el trío. Ninguno de esos comentarios pasó desapercibido para las otras tres, que intercambiaron miradas.

Estaban ya lejos de la costa, cuando fue Mari Carmen Sánchez la que dijo que ya nadie les podía ver, y también se quedó desnuda. La presión era para Cristina, que dijo que se lo quitaría, pero que le daba reparos que la vieran los hombres. Así que Mari Carmen gritó a su marido que no bajaran a proa. Ya no tenía excusa, y con recato se lo quitó. Todas aplaudieron y la elogiaron. Realmente competía en belleza con Pilar, pero las otras damas no se quedaban atrás. Ni siquiera Lydia, que era la de mayor edad tenía un gramo de celulitis. Y las cuatro, con el sexo depilado. Cristina pudo ver que ninguna tenía la marca del bikini. Ella sí. Así que Mari Carmen y Pilar le dijeron que se tenía que poner loción solar para evitar quemarse, que esas zonas del cuerpo son muy delicadas. De hecho Pilar le estaba poniendo en la espalda a Lydia crema. así que la propietaria del yate le pidió a Cristina que se tumbase de espaldas y que le untaría ella. Sumisa, obedeció. Nerviosa, esperaba un ataque directo a su coño, y dijo casi atropellando sus palabras, que ella no era lesbiana. Risotada general, y un beso en la mejilla sonrojada por parte de Pilar, que le dijo que ninguna lo era, aunque no le hacían ascos a un coñito deseoso de disfrutar. Naturalmente eso no la relajó, al contrario. Pero poco a poco, las manos de Mari Carmen iban ablandando los músculos tensos de Cristina. Tal vez se le pasó por la cabeza que llevaba demasiado rato pasándole as manos por el cuerpo, pero empezaba a sentirse a gusto y no quiso ser descortés. Además, se sintió cada vez mejor porque el masaje por los glúteos no pasó en ningún momento a mayores. Y así cayó en un sopor dulce, en parte por culpa de las cervezas, en parte por el masaje con la loción solar...

¿Se puede soñar en tan poco rato? Cristina lo hizo. Fue un sueño erótico, cargado de deseo. Dedos hurgándole sus profundidades íntimas. Lenguas voraces en clítoris ansiosos. Gemidos y más gemidos, entre ellos los suyos. Se vio a sí misma con las cuatro pollas rozando y tocando parte de su cuerpo, alguna en la boca, otra en el coño, y le gustaba. Le gustaba mucho...

Despertó al cabo de un rato. Esta vez era Lydia la que la untaba de crema por los pechos y el vientre. Cristina no recordaba haberse dado la vuelta, pero la franca sonrisa de Lydia la tranquilizó. Todo fue un sueño. Se sentía un poco mareada, pero todas le dijeron que era por el sol. Le dieron una biodramina, y la dejaron descansar a la sombra el resto de viaje. eso sí, desnuda para que todos pudieran gozar de la visión de su hermoso cuerpo.

Arriba, en el timón, los cuatro hombres miraban el video porno que acababan de grabar con Cristina. La condición que les impuso Lydia era que ninguno la follara, sólo lamidas, acercarle la polla a la boca por si mamaba (y qué dulcemente lo hizo), y correrse sobre su cuerpo. De hecho el vídeo finalizaba esparciendo Lydia la lefa de los cuatro hombres por tetas, vientre y pubis de la muchacha. La idea de darle cerveza con vodka sin que lo notara funcionó lo suficiente como para poder excitarla más aún, porque le lamieron rato el coño y ella no paraba de destilar jugos. Internamente debía arder por una polla, aunque no lo tuviera aún claro... La reservaban para la fiesta de la noche.

La fiesta... Cristina sabía que era de máscaras, en un chalet de la urbanización. Mientras se secaba el pelo tras la ducha, volvió a mirar su móvil. Esperaba alguna llamada de su novio, pero ni cuando llegó de navegar ni tras descansar un poco por la tarde, tuvo noticias. Estuvo tentada de llamarlo, pero estaba furiosa. Estaba pasando de él. Así que se hizo la promesa de disfrutar y pasarlo bien esa noche. En esos momentos no sabía que sus deseos se harían realidad...

Lydia le dijo que lo importante era la máscara. Le ofreció varios antifaces, y escogió uno dorado con brillantitos, que sólo ocultaba los ojos. Estaba escogiendo vestido, cuando su anfitriona le dijo que fuera cómoda y que acabarían en la piscina por la calor. Como no tenía ninguno que le pareciera presentable, Lydia le prestó un vestido-toga blanco que resaltaba su belleza. Como todos sus bikinis transparentaban por el blanco del vestido, Lydia le dejó un bikini banco. Lo que no le dijo es que era de los que al mojarse transparentaban todo. Tampoco le dijo que no lo llevaría puesto mucho tiempo.

El chalet de la fiesta era como una mansión, con sus aparcacoches y servicio de vigilancia. Definitivamente en esa zona había mucho ricachón, y les gustaba mostrarse a sus vecinos.

Llegaron los cuatro con el coche, y en la recepción los obsequiaron con una copa de cava. Todos llevaban el antifaz puesto, y Cristina reconoció que Jorge y Oscar iban como un pincel de guapos. Además, la tensión sexual había dado paso a una corriente de compañerismo, porque dejó de sentirse intimidada sexualmente. Eso sí, se sentía todo el día caliente, con ganas de sexo. pero su novio no estaba allí para satisfacerla. así que pensó que por la noche a solas se haría un dedito para correrse bien a gusto, y quién sabe si pensando en las pollas que ha visto estos dos días...

Brindaron los cuatro en la entrada y apuraron sus copas. Memorizaron sus antifaces, por si necesitaban algo, pero juntando todos las manos, se prometieron pasarlo bien. Y entraron en el salón. No había mucha gente, apenas cuatro parejas en los sofás charlando y riendo. Cristina se sintió un poco sofocada al ver que ahí había algo más que una simple conversación. Manos masculinas desapareciendo dentro de los vestidos de las mujeres. No supo por qué, pero eso la hizo excitarse más que avergonzarse. Sin dejar de mirarlos, llegaron a otro salón, éste con más gente, de pie hablando tranquilamente excepto por un detalle: apenas llevaban ropa. Jorge hizo las presentaciones de rigor con los dueños de la mansión; una pareja en torno a los 40 años, que a pesar de las máscaras mostraban unos rasgos faciales finos y hermosos, y con cuerpos moldeados a base de gimnasio. Estaban desnudos. Cristina no supo por qué pero antes que en sus caras, se fijó en los sexos depilados de ambos. Se sentía turbada, y ellos lo notaron. La dueña de la casa la cogió del brazo y empezaron a pasear para enseñarle todo y así lograr que se relajara un poco.

-Mira, querida, empezó la dama. Es una fiesta especial, nos gusta el nudismo y somos liberales. Diferenciamos amor de sexo. ¿Lo has diferenciado tú, cielo?

Cristina negó con la cabeza. –Es sencillo. Prosiguió la señora. Tienes que liberar tus prejuicios. Sé que tienes pareja; Lydia me lo dijo. ¿Dejarás de quererlo por acostarte con otros? Yo creo que no. En el amor se comparten muchas cosas; sexo también, por supuesto. Pero hay veces que la química entre ambos no se sincroniza del todo en el plano físico. Simplemente se trata de satisfacer tus necesidades. Y es posible que tras esta experiencia, desees compartirla con tu amado, o no. Eso ya será asunto tuyo pero mientras tengas caro que folles con quien folles no pondrás amor, las cosas te irán rodadas. Puede ser una postura egoísta, lo sé. ¿Y si tu chico se acuesta con otras y no te lo dice? ¿Nunca te ha venido tarde del trabajo sin motivo? ¿Secretos? Cristina titubeó. Se sintió herida, porque le acababan de sembrar la semilla de la duda: Juan muchas veces volvía tarde a casa; muchas veces no follaban... ¿sería verdad? La mujer vio que había conseguido parte de su objetivo. Mientras se adentraban en el amplio jardín, vieron un grupo de gente estirados en la hierba. Y no estaban descansando precisamente.

-Míralos. Los conozco a todos, y ahí no hay ninguna persona que esté copulando con su pareja habitual. Y aquella chica –dijo señalando a una mujer en medio de dos hombres gimiendo apasionadamente- tiene a su novio en Estados Unidos. La pobre necesita satisfacer su deseo sexual. ¿No lo encuentras morboso? Dos para ella sola. ¡¡Y espera, se acerca un tercero!! Cristina vio cómo Oscar ya sin ropa acercaba su polla enhiesta a la boca de la chica para hacer la tripleta. Sintió un pinchazo de envidia. Tal vez por ello no se dio cuenta que la mujer le desabrochó el vestido hasta que éste se deslizó hasta el suelo.

-Disfruta, cariño. Dijo la mujer dándole un piquito en los labios. Estarás mejor sin ropa, ya lo verás. Debo dedicarme a todos mis invitados, pero ya nos veremos luego, no lo dudes.

Y Cristina se quedó allí de pie viendo la escena orgiástica. No sólo estaba el trío para una. Había otras parejas follando a apenas un par de metros. Y no sólo follando. Las chicas daban rienda suelta de sus lenguas y manos tocando a quien tuvieran cerca, hombre o mujer. No supo cuánto tiempo estuvo mirando, pero notaba un picorcillo en el vientre. Le gustaba mirar, en especial las pollas que entraban y salían brillantes de coños y culos. Se obligó a entrar de nuevo en la casa pese al calor.

La fiesta empezaba a caldearse. Por los rincones se oían gemidos, chasquidos de lenguas al lamer, lúbricos chapoteos, y sobre todo, suspiros. Vio que Lydia subía escaleras arriba cogiendo de la polla a un joven bien dotado, mientras Jorge bombeaba a la anfitriona que estaba subida a una mesa.

Un hombre desnudo se acercó a ella con otra copa de cava. Ella, nerviosa aceptó y se la bebió de un trago. La visión de tanto sexo la estaba saturando, necesitaba ordenar sus ideas. Empezaba a sentir deseo. Se acordó de Juan, y sintió una oleada de rabia por la duda que tenía ahora, que se sumó a la decepción de pasar esto sola. Se sentó en un sofá amplio, en cuya chaisse-longe había un hombre estirado mientras una mujer un poco rellenita pero a todas luces voluptuosa, se clavaba su rabo por el culo, abriendo los labios de su coño enfocando directamente a Cristina. Las miradas de ambas féminas se cruzaron. Ella vio el deseo en la mujer follando. La otra vio las dudas y las ganas contenidas. De repente se salió del hombre y se puso a cuatro patas sobre la moqueta, enfocando el culo a la verga rezumante del hombre, sin desviar la mirada de Cristina. Con una facilidad pasmosa, el maduro galán (o así se lo pareció a nuestra heroína), volvió a sumergirse en el interior de la mujer. Ella gimió y entornó los ojos, como queriendo mandar el mensaje de “chica, menuda follada me están dando, cómo la disfruto”. A cada embestida, ella se acercaba más a Cristina. Gemidos, choque de carnes, gateo. En un par de minutos estaban ya muy cerca. Cristina respiraba agitada. Ella no lo vio, pero la pareja sí. Una mancha de humedad transparentaba el bikini blanco, mostrando un monte de venus limpio, brillante. El hombre captó las intenciones de su pareja sexual, y redobló el bombeo. Ahora estaban a un metro. Cristina no se movía, miraba fijamente la pareja. Nadie lo supo, pero abrió las piernas, sentía que en el próximo movimiento la podrían tocar, y no quería...¿realmente no quería? y en este pensamiento, las manos de la mujer se posaron sobre sus muslos. Las sintió calientes, suaves. Un nuevo gemido, pero acompañado de un beso en las piernas de la joven. La mujer ya no miraba a los ojos de Cristina. En el último bombeo, su boca se posó sobre el coño de Cristina, débilmente protegido por una tela transparente.

Aquello fue como una sacudida eléctrica para la chica. Lo deseaba y lo temía. Y por fin se consumó. Se arqueó, cerró los ojos y se abandono al placer. Esa señal de rendición era la que esperaba la mujer, que desanudó los lazos laterales de la mini braguita, y lanzó su lengua sobre el tembloroso clítoris. El hombre en ningún momento dejo de martillar el ano de la mujer con su polla. Pero hizo algo más para dar más placer a ambas mujeres: logró coger los tobillos de Cristina, y los alzó, estirándola por completo en el sofá y abriéndole totalmente las piernas para que la mujer llegara con su lengua más profundamente. Y así fue. Cristina ya perdió todo control cuando dedos traviesos hurgaban su rajita, y la lengua viciosa de la otra mujer lamía lascivamente todo el surco, desde el clítoris hasta la roseta del cerrado culo.

Si hubo un pensamiento para su novio, desapareció en un milisegundo. Cristina se centró en su placer, algo que no estaba tan acostumbrada a recibir. Disfrutaba, sí, pero como esta vez nunca. ¡Y era una mujer que la estaba devorando! Poco a poco su cuerpo se estaba cargando con esa energía que sólo puede liberarse con un merecido orgasmo. La anfitriona, al ver la escena, se acercó por detrás del sofá, y cariñosamente, liberó los senos empitonados de Cristina. Su boca se fundió con la de ella en un beso lúbrico. dos bocas femeninas copaban a la chica que se arqueaba cada vez más, hasta que logró correrse. Los labios y la lengua de la propietaria de la finca absorbieron el grito de placer, mientras empapaba la cara de su amante ocasional ahí abajo.

Empezó a tomar aire. Se sentía bien, liberada, y lo que le extrañó más aún, con más ganas. Al correrse deseó que una dura verga la taladrara. Cuando iba a levantarse, notó una lluvia de tibios grumos blancos que le llegaron al vientre y a sus piernas. El hombre acababa de eyacular sobre la espalda de la mujer, y algún chorro largo le alcanzó. como si fuera un manjar delicioso, la mujer los limpió con la lengua, mientras el hombre recogía los restos de la espalda y le daba los dedos a lamer. Entonces, cogió u grumo grande, y se lo acercó a Cristina con sus dedos. Se cruzaron las miradas, y ella abrió levemente la boca, lo justo para que él introdujera la leche caliente en su boca. Sumisa, los lamió y se lo tragó.

Aunque la escena había acabado, ella se sentía más y más caliente. El acto de chupar los dedos la había calentado más. Vio a Oscar que se acercaba a la casa cogido de la mano de una rubia madurita, tostada por el sol. Se fijó en su verga. Dura, grande, más de la que acababa de ver. Se cruzaron las miradas. él la cogió con la otra mano, y subieron los tres escaleras arriba.

En un amplio salón superior, renacieron los temores de Cristina. Allí se estaba celebrando una orgía en toda regla. La mayoría de invitados estaban mezclados, y la excitante mezcla de gemidos y aromas sexuales impregnaba el ambiente. ¿Iba finalmente a dar el paso? la mano de Oscar la retuvo en su leve intento de no entrar definitivamente a un nuevo mundo, una nueva etapa. Unas manos desconocidas por detrás separaron los cachetes de su culo y una lengua indefinida repasó su esfínter. Un suspiro de placer la empujó definitivamente al averno sexual que la esperaba ávido.

El trío recién incorporado se acurrucó en un rincón, y los res empezaron una danza de caricias besos y lamidas. Cristina supo qué hacer en su debut lésbico tan pronto como la mano de Oscar la hizo arrodillarse ante el coño de aquella desconocida. Succionó y lamió tanto como pudo mientras él se abría paso en su sexo degustando su verga unas paredes cerradas y suaves que la acogían con húmedo placer. A partir de ese momento, Cristina dejó de ser ella misma para transformarse en una diosa del sexo. Hombres y mujeres desearon probar sus mieles, y ella se sentía insaciable, desesperada por arrancar en su cuerpo un nuevo orgasmo. Sentía su boca húmeda con mezcla de flujos de ambos sexos. La polla de Oscar fue la primera que mancilló su garganta, engullendo todo su esperma. Le gustó. Lo disfrutó. Quería más. Su enésimo orgasmo lo consiguió cuando logró que dos rabos la penetraran a la vez en su ya dilatada vagina. Le encantó sentir los chorros de lefa tibia en su interior. Hasta entonces nadie lo había hecho. Ni su novio, que la follaba con condón siempre. Oscar en algún momento de la noche ya le había susurrado al oído que tendría una pastilla del día siguiente, que no se preocupara. Y así lo hizo.

Entre la masa de cuerpos, había un hombre con una máscara que le cubría incluso el pelo. Sólo dejaba la boca al descubierto. Mayor pero musculado, poseía una herramienta grande. Cuando la probó, le encantó el tamaño. Apenas le cabía la mitad en la boca. No le importó la mezcla de sabores salados que tenía. Esa noche las había probado peores. Cuando se empaló y sintió que el glande chocaba con su útero, supo que era lo que necesitaba para la traca final. El hombre asumió el reto, y se dispuso a bombearla levantándola y dejándola caer sobre la maza entre las piernas. A cada choque con el fondo de su coño, Cristina lanzaba gritos de placer. Varias mujeres se entretuvieron a lamerle el clítoris mientras ella se movía como una posesa. Tuvo varios orgasmos, pero esperaba uno, el “big one”, el que la dejara saciada para el resto de la noche, y marcaría para siempre su vida sexual. Una hora más tarde, los cueros bañados en sudor seguían moviéndose, las bocas uniéndose ferozmente, comiéndose los labios con una pasión infinita. Dedos pellizcando los pezones. Algún valiente se atrevió a hacer una doble penetración, pero no tuvo mucho aguante, y el semen se escapaba del dilatado culo de la ninfa que ahora se sentía la más puta de todas las mujeres que había allí. La polla seguía frotando el canal rugoso ya totalmente abierto, y de repente, estalló. Cristina notó cómo su coño se contraía, apretando el pene en su totalidad; al estar tan encajada, el útero quiso vibrar y no pudo por no tener espacio. Y la onda orgasmática se propagó hacia el interior del cuerpo de Cristina, llenando cada centímetro de su trémula carne. Perdió el conocimiento cuando sintió el chorro a presión que se derramaba en el fondo de su caverna.

Cuando despertó, ya estaba el sol en lo alto. Se sentía desmadejada pero feliz. Su cuerpo tenía aún restos de la batalla vivida, con restos de semen y flujos secos por todo el cuerpo. Supuso que a pesar de haberse dormido, la siguieron follando. No le importó. al contrario. Se sentía bien, nunca había disfrutado tanto. Y ese goce cruzó un nubarrón negro en su mente. ¿Qué pasaría con Juan a partir de ahora? Tal vez debería dejarlo, porque no estaba segura de qué hacer.

Estaba con esos pensamientos cuando apareció el artífice de su disfrute, aún con la máscara, polla enhiesta, con una pastilla y un vaso de leche. –La píldora el día después, dijo él. Y Cristina se quedó desconcertada. Conocía esa voz. Pero...

Entonces se quitó la máscara. Luis, el padre de Juan, se mostró ante ella sonriente, y se sentó a su lado en la cama mientras ella trataba de taparse, a punto de llorar.

-Shhhh, tranquilízate, cariño. No ha cambiado nada, sólo ahora sabes quién soy, pero anoche nos entregamos a un placer como nunca antes había sentido. Eso no debe enturbiar el cariño y amor que sientes por Juan, porque él te quiere, y tú a él. Pero necesitabas comprender que el sexo a veces camina por vías divergentes al amor. Tú disfrutaste, yo también. Y seguro que no será la única vez que lo pruebes.

-No, esto no volverá a ocurrir, dijo Cristina. Yo... y antes de que siguiera hablando, la mano de Luis se posó sobre el clítoris de ella, acariciándolo con maestría. Quiso seguir hablando, pero sólo le salía un “no, no” cada vez menos convincente, proporcional al gusto que le daba esa mano sabia.

-Cariño, Quiero que sepas que Juan no es mi hijo biológico. Aunque lo quiero como si fuera mío al 100% Yo no puedo tener hijos, soy estéril. así que nos iniciamos mi mujer y yo en este mundillo para que alguien la embarazara. Y así fue. Con el tiempo mi mujer se fue enfriando, pero yo no abandoné, mantuve amistades y contactos, y mira, supe que había esta fiesta. Disculpa la pequeña trampa que te tendí, pero veía que necesitabas algo así, notaba tensión entre vosotros. Juan no ha heredado mis atributos, y es menos ducho en las relaciones personales. pero te quiere. Y sé que tú a él. Y antes de que acabaras sucumbiendo ante cualquier cantamañanas que hiciera que te enamoraras de él y luego de follarte te abandonara, y tú cortaras con Juan, quise mostrarte esta vía para desfogarte. guarda el amor para él, y vive esta vida como un desahogo.

Este discurso lo hizo Luis sin quitar la mano del coño de Cristina. Al contrario, dos dedos entraban y salían suavemente de su interior, mientras ella guardaba silencio.

-Así que dime, Cristina: ¿disfrutaste? ¿repetirás? Ella se resistía a decir que sí. –Dime que quieres que pare de acariciarte y te llevaré a casa y no ocurrirá nunca más. Dímelo y pararé ahora mismo. –Dime que no has gozado con más de diez hombres a tu disposición; dime que no te gustó comerte un coño caliente; dime...

-Cristina se le abrazó y se fundieron en un beso mientras los dedos sabios de Luis tocaban el fondo de la cavidad. Apenas necesitó un mete-saca breve para que se volviera a correr.

Aún jadeante, Cristina le pidió dos cosas: una, que Juan no supiese nunca nada de esto. sería su secreto. Y dos, que mirara de buscarle a su hijo alguna mujer de éstas que ocasionalmente se lo folle, para que aprenda y así tal vez en un futuro pudieran hacerlo juntos. Luis aceptó. Y mientras lamía los dedos salados y blanqueados por los flujos de su nuera, él impuso también una condición: que debería aprender todo, y que deberá acatar sus instrucciones y órdenes sin dudar. Para ello la semana siguiente estará de vacaciones, y probará cosas y personas diferentes. Ella aceptó, pero dijo que tendría que pedir esos días a su jefe. Luis le dijo que no se preocupara, que esa misma tarde se los concedería a cambio de follárselo.

Cristina alucinó, pero Luis prosiguió. –Somos amigos, y lo he llamado. Le he dicho que si todo iba bien, esta tarde le haríamos una visita a su casa. Y cuando salgas, estarás de vacaciones. ¿De acuerdo? Ella, aún sorprendida, asintió. No se esperaba algo así y menos con su jefe. Pero acababa de comprometerse. En el fondo esperaba que su relación mejoraría a partir de ahora. Estaba segura. En eso pensaba cuando entraron Jorge y Oscar en la habitación. Cristina se levantó, los besó y luego se agachó para hacerles una mamada a dúo, ante la mirada complacida de Luis. Los hombres, excitados, no tardaron en correrse en su cara. Luego, con una sonrisa pícara medio oculta por el semen, dijo que iba a ducharse. En el marco de la puerta se cruzó con Lydia, y se dieron un morreo de escándalo, compartiendo el semen de los machos.

Cuando desapareció, los cuatro se congratularon. Habían despertado la fiera sexual que ocultaba Cristina. ahora se trataba de modelarla poco a poco. Oscar le preguntó si seguiría adelante con el plan.

-Por supuesto. Además me ha pedido que busque alguna putilla para mi hijo, y así tenerlo entretenido. Mañana la esperan los tres negros aquellos del club, todo el día dándole caña. Lydia, si quieres pásate por la tarde, para calmar la irritación de coño que pueda tener con tu magnífica lengua, y el miércoles la llevaré a mi cuñado, para que la adiestre a ser una buena sumisa. Me muero de ganas por hundir mi puño en ese coño de terciopelo que tiene, y sin entrenamiento no podrá. Por supuesto que estaréis invitados.

Luis se relamía pensando en todo lo que tenía pensado para su nueva amante. Sí, sería una buena zorra.

Y se encaminó a la ducha. Le apetecía hacerlo con ella bajo el chorro de agua.