Trampas (4):Las paralelas convergen en el infinito

Colección de relatos independientes entre sí, con un único denominador común: artimañas para conseguir sexo o control sobre alguien: esposas, maridos, amantes, familiares... La serie se agrupará en categorías diferentes según proceda.

TRAMPAS (4): LAS PARALELAS CONVERGEN EN EL INFINITO

María estaba exultante de alegría. Tras una ardua búsqueda de empleo, por fin encontró trabajo como secretaria de un abogado y de su pasante. No era un gran negocio, pero  sí le aseguraron que tenían suficientes casos, además del turno de oficio, como para ganarse dignamente el sustento. Además, a sus 45 años, sentía que los trenes empezaban a pasar de largo ante ella. Ya hacía más de un año que había agotado toda prestación por desempleo, y el sueldo de su marido apenas cubría los gastos mensuales. Por ello la emoción era amplia. No quiso llamar a su esposo, porque estaba de viaje. Esperaría a que volviera a casa para decírselo. Lo tenía bastante descuidado en cuanto a atenciones, y esa noche intentaría remontar la situación de ostracismo sexual a que lo tenía sometido. Se sentía culpable porque  su ansiedad le bloqueaba la libido. Ahora se sentía dispuesta y con ganas, muchas ganas.

Alberto era el típico casado insatisfecho, hastiado de un matrimonio rutinario en que la esposa siempre le racaneaba el sexo, y cuando lo había, siempre  rapidito antes que ella dijera que hay que pintar el techo. Y no es que fuera mal amante, pero se sentía limitado, coartado. Él quería experimentar, y con su mujer veía que era imposible. Así que quiso buscarse la vida. No lo tenía fácil. 47 años, un poco de curva de la felicidad, no guapo... pero por casualidad o destino, un día coincidió en una convención con un viejo compañero de estudios. Hacía siglos que no se veían. Entablaron una conversación que les llevó horas, puesto que eran muy amigos, y casi en 20 años no supieron el uno del otro.

Una charla acompañada de alcohol desata siempre las lenguas, y así Alberto le confesó el desengaño de su matrimonio a su amigo, y sobretodo, su hambre sexual. Salvador, su viejo amigo, pensó que debería hacer algo por él, así que le confesó su “secreto”...

Si Alberto era el casado insatisfecho, Salvador era su antítesis, divorciado, don Juan por vocación, y siempre con una palabra a punto que derrite las defensas femeninas. Su profesión liberal le permite, además, una disponibilidad de horarios para atender tanto a amas de casa necesitadas como a ejecutivas deseosas de nuevas experiencias. Tal vez por tanto “ejercicio”, su cuerpo mostraba un tono muscular envidiable.

Salvador era un asiduo de clubes liberales y fiestas donde el sexo en grupo era el común denominador. No le era nada difícil convencer a alguna mujer, o incluso a veces mas de una, para que les acompañara para experimentar nuevas sensaciones. Éste era su gran “secreto”. Y cuando se lo contó a su buen amigo, éste comprendió enseguida que le ofrecía una oportunidad de participar, de disfrutar de unas sensaciones  que siempre imaginó pero  que nunca pensó que podrían hacerse realidad. Se le abrieron las puertas del cielo, y emocionado, le prometió a su amigo que haría lo que fuera por él, agradecido por este gran favor que le iba a hacer.

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La noche del reencuentro de María con su esposo fue de mal a peor.  Su vuelo llegó con retraso, y cuando legó a casa era más de medianoche. Pese a comprenderlo, ella estaba irritada, había preparado con tantas ilusiones esa noche, se había depilado su sexo como él siempre le había pedido y ella se había negado, e incluso había fantaseado con que él fuera un “chico malo” y la enculara...había visto porno  anal, y le fascinaba la idea de poder sentir una verga dura y gruesa en su segundo canal. Al fin y al cabo, ya  era una mujer madura y necesitaba nuevas sensaciones...

Sin embargo, su mal humor pudo con su deseo, y lo que comenzó como una recriminación, acabó  con una discusión agria. No podía parar su enfado, pese a los intentos de su marido, y acabó, llena de razones subjetivas, plantándolo  en el salón, encerrándose en su habitación. Esa noche, de deseos, de esperanzas, acabó con corazones rotos y él durmiendo en el sofá. Ni siquiera le dijo a su esposo lo del trabajo nuevo.

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Alberto estaba cansado,  esa mañana en el trabajo no se podía quitar de la cabeza la promesa de su amigo de incorporarlo en sus juergas sexuales. Su mujer, de nuevo lo dejó a dos velas por una tontería de la que ni siquiera él tuvo la culpa, y por ello durmió fatal. Tal vez fue la gota que colmó el vaso, pero estaba decidido a romper la promesa de fidelidad. Estaba harto. Por eso, en un momento que se quedó solo, llamó a Salvador. Al primer intento  le colgó. Supuso que estaba en una reunión. Tuvo que esperar un par de horas antes de que por fin, su amigo se dignara a coger el teléfono. Casi sin identificarse. Le pidió por favor que contara con él para su próxima “juerga”, a lo que él, haciendo honor a su nombre, se erigió en su “salvador” diciéndole que lo llamaría el viernes por si el sábado surgía algo. Lo que no sabía Alberto es que su amigo no lo atendió antes porque estaba pegando un polvo antológico con una clienta.

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María aún estaba excitada, sorprendida, enfadada... pero  sobretodo, caliente. Llegó muy pronto al trabajo, y cuando iba a hacer café, unos gemidos del despacho del abogado le llamaron la atención.  Curiosa, porque no pensaba que hubiera llegado su jefe tan temprano, se acercó a la puerta semiabierta, y vio a una rubia madurita a cuatro patas,  mientras el jefe de María se movía rítmicamente tras la mujer desnuda. Quiso irse, pero no pudo, pensó por un momento que era idéntico a una peli porno, cuando la mujer se corrió sonoramente, mientras el hombre parecía tener cuerda para rato. En la media hora (que para ella apenas fueron unos segundos) que miro, la mujer se corrió cuatro veces antes que el hombre se vaciara en su culo. Temiendo que la descubrieran, se fue a su puesto, y disimuló muy bien, aunque el rubor en sus mejillas no pasó desapercibido a nadie que la vio durante la mañana.

Por la tarde, recibió la llamada interna de su jefe para que fuera a su despacho. El pasante hacía horas que había salido y ya no volvería, así que estaban a solas. Ella se turbó cuando se quedó de pie justo en el sitio donde por la mañana el mismo hombre que ahora tenía delante bombeaba a la rubia teñida (la mujer no estaba rasurada, así que como se suele decir: “rubia de bote, chocho morenote”). Sin preámbulos  el abogado le preguntó si le gustó el espectáculo. ¡La había visto espiando! Totalmente turbada,  agachó la cabeza y dijo que no le incumbía a ella, que lo vio por accidente y se disculpó.

Su jefe se rió sonoramente ante su turbación. No es que se diera cuenta que los miraba...había dejado entreabierta la puerta para que los viera. Pensó que así aceleraría mucho el proceso...le gustaba esa mujer casada, y ansiaba poseerla, romper esa mirada ingenua, convertir una ama de casa en una ninfómana deseosa de nuevas experiencias sexuales. Por eso se decidió a dar el paso pese al poco tiempo que llevaba contratada.

María se sorprendió ante la pregunta de qué sensaciones tuvo. Se esperaba una reprimenda, un aviso de discreción...pero una pregunta tan directa no, se quedó descolocada, sin saber qué decir. Su jefe sabía que era el momento, el ahora o nunca. Se levantó de su sillón y se le acercó tanto que le costaba mirarlo a los ojos. Optó por mantenerlos bajados, en actitud sumisa. Él aprovechó para usar su “táctica de amo”.  Empezó a dar vueltas a su alrededor de forma lenta. María no se atrevía a mirar ni de reojo. Sólo veía los bajos de los pantalones de él y los zapatos . Hasta que se volvió a plantar delante suyo. Su voz recia y adusta la hizo sobresaltar. Le preguntó de nuevo si le había gustado. María negó con la cabeza. Él, con un dedo levantó la barbilla e hizo que los ojos se miraran por fin.

-Mientes. Dijo él. Si no te hubiera gustado no habrías estado mirando hasta el final. Así que te lo pregunto de nuevo: ¿te gustó lo que viste?

Esta vez María asintió con una sonrisa histérica. Su jefe no le permitía rehuir la mirada, y le preguntó si sintió envidia y hubiera querido estar ella en su lugar. De nuevo afirmó, esta vez de palabra. Él se sintió satisfecho y la cogió suavemente de la mano, y la hizo sentarse en su sillón de despacho. Con calculada parsimonia, él se encargó de mostrarle en la siguiente hora todo un compendio de filmaciones donde bastantes mujeres sucumbían a sus encantos, algunas con más gracia que otras, algunas más zorras que otras. Cuando apretó el botón de stop, él no tuvo que hacer nada más que mirarla. Sabía que sus bragas estaban empapadas, y que  sería una más, pero a ésta le haría un tratamiento especial, la espabilaría porque la veía necesitada de sexo, de libido, de lujuria. Ella no se extrañó cuando él la besó en los labios y una mano se posó en su pecho. Lo deseaba, lo necesitaba, lo ansiaba.

Una hora más tarde, grumos de esperma salían con parsimonia del sexo abierto y depilado de María, que aún tenía contracciones de su último orgasmo. Ella de espaldas a él, para que no viera las lágrimas que salían de sus ojos, y que no sabía definir si eran de tanto placer recibido o por remordimientos de su infidelidad.

Esa noche María y su marido apenas hablaron. Ella fue rápidamente a la cama; se excusó con un ficticio dolor de cabeza. Él, resignado, se quedó viendo la tele. En algún canal furtivo de madrugada pasarían escenas que tal vez aliviarían su desesperación.

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Alberto pasaba las horas pendiente de su móvil, deseaba fervientemente romper con su tediosa vida. Se aferraba al clavo que le ofrecía Salvador como si en ello le fuera la vida. Y tal vez era así. En los últimos días, su esposa estaba más esquiva, apenas hablaba con él, y ni siquiera él notó cambios en su manera de vestir. Para él, ella era ya una rémora en su vida. Había desperdiciado demasiado tiempo, y había arrojado la toalla. Por eso aquel jueves, el timbre del teléfono le supo a gloria. El viernes por la noche podría saciar sus deseos. Bendijo a su amigo, y empezó a planificar su infidelidad.

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Durante esa semana, María se encargó de la “limpieza” de su jefe. Después de algún servicio especial con alguna clienta, ella, solícita, relamía su verga con deleite, aun impregnada de los jugos de otra mujer, y, una vez lograda su reactivación, ella se dejaba hacer con un placer inusitado. Ese martes su virginidad anal desapareció entre gemidos y sollozos de placer, y el propio jueves, fue iniciada en el sexo en grupo. Un matrimonio-cliente requirió de los servicios de su jefe, y éste, sin dudar, ofreció en el “paquete” a su flamante secretaria. Paralizada inicialmente por la sorpresa, cedió rápidamente ante las 6 manos ávidas que la desnudaron y exploraron concienzudamente. Nunca antes había experimentado los placeres lésbicos, y menos aún dobles penetraciones. Todas esas sensaciones quedaron grabadas en su cuerpo y su mente esa misma tarde. Ella nunca llegó a pensar que obedecía a un plan para emputecerla. Por eso no dudó en aceptar una invitación de cena de su jefe para ese mismo viernes.

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Salvador estaba contento. Había encontrado esa misma semana a una mujer que podría cumplir con las expectativas de su amigo. Cándida e inocente, se entregó a una lujuria insospechada, y decidió  explotar esa vía para cumplir con el compromiso que su amigo le recordaba con tanta insistencia. No obstante, no le advirtió que la compartiría con otro hombre. Prefirió dar un giro rocambolesco, y provocar una cita múltiple por sorpresa. Una amiga bisexual y con pocos escrúpulos acompañaría a su amigo y fingirían un encuentro casual. El resto de la noche, evolucionaría según como él lo intuyera.

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Ese viernes por la noche, María se preparó para la cita concienzudamente. Nada dejó al azar, ni siquiera un poco de perfume en su zona púbica, apenas tapada por un lujurioso tanga abierto por el centro y comprado expresamente en un sexshop cercano a su casa. El vestido, largo, arrapado a su piel, dejaba poco para la imaginación. Su marido no estaba en casa, pero no le importaba, ella iba a entregarse a su jefe sin condiciones, y ya no sentía ningún remordimiento por que otro la llenara de esperma.

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Alberto no pasó por su casa el día de la cita. Fue a su club de tenis, y allí se preparó para la cita. Su amigo ya le advirtió que esa amiga a la que recogería no sería la dama a la que inicialmente se follaría, a pesar de que tampoco lo descartaba. Dependería de él y de su encanto personal el conseguirla o no. Ilusionado ante la posibilidad de tener sexo con dos mujeres, compró una caja de 12 preservativos. Esperaba con ansia que llegara la hora de la cita.

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Las prisas nunca son buenas consejeras. Salvador tuvo una reunión de última hora que hizo retrasar todo el programa. Le envió un mensaje Alberto y a su amiga, citándolos ya dentro del club de intercambios de parejas.

Cuando se encontraron los cuatro, hubo silencios expectantes, miradas cómplices, y dudas, muchas dudas. Salvador y su amiga notaron algo raro en el ambiente con los otros dos, y optaron por retirarse discretamente hacia la zona de los jacuzzis y las orgías.

Alberto condujo a su pareja a la zona obscura. Allí bailaron pegados mientras manos furtivas acariciaban sus cuerpos.

María, en la zona obscura, sintió deseo de aquel hombre. Cuando lo vio allí se sorprendió muchísimo. No sabía qué decirle, pero en el anonimato de la oscuridad, sus manos hablaron por ella, desalojando su verga del pantalón. No tuvo reparos en apartar a otra mujer para hacerle una mamada de campeonato, y sentir cómo se vaciaba en su boca. Sería una buena noche, y aunque tuviera que compartirlo con otras mujeres, no le importaría lo más mínimo.

Alberto estaba en la gloria. Esa boca que devoraba su polla le volvía loco. Y otras damas seguían acariciando su cuerpo semidesnudo. Por fin se sentía bien, contento, satisfecho.

En el fragor de la orgía, Alberto parecía reconocer alguna cara entre las damas que suspiraban cuando se corrían. Pronto se concentró en el culo de la dama que se le abría impaciente para ser penetrada. Debajo suyo, otra mujer le lamía el clítoris desesperadamente. Y él empujó profundizando aquel trasero dulce y tierno...

María se sentía confusa al principio, pero luego no le importó contar hasta siete hombres que desfilaron por sus agujeros. A partir de ahí, dejó de contar, y se dedicó a disfrutar. Esa noche marcaba un antes y un después. Y ese después se le presentaba como muy agradable...

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La mujer de Alberto nunca llegó a saber que en aquel rincón oscuro del club había mamado la polla de su marido. Alberto supuso que eran remordimientos los que le hicieron ver por un momento a su esposa penetrada por dos hombres a la vez mientras chupaba el coño a otra mujer. Se le pasó cuando María le ofreció su culo, dispuesto para ser penetrado. María, que vino con su jefe, se prometió volver aunque fuera sola a ese club. Había gozado como nunca antes lo había hecho, y debía gratitud a su jefe por abrirle el camino...y las piernas.

Salvador cumplió su promesa de presentar una mujer a su amigo, aunque luego apenas le hiciera caso y se dedicara a aquella madurita que ofrecía su culo a todos. ¡Menuda hembra! Hasta él la folló y todo. Habló con el acompañante de esa dama, y le aseguró que ya quedarían para fiestas más íntimas. Recordaría su nombre: María.

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El marido de María estaba harto de la frigidez y de las discusiones con ésta. Por ello se hizo asiduo de cierto club de parejas. Se hizo amante de una mujer casada, y estuvieron tonteando en la zona oscura, pero él se quería ir apenas comenzada la orgía. La quería esa noche para él sólo, y no le apetecía verla de nuevo reventada por varios hombres a la vez. Así que la dejó un rato sola mientras él se iba a dar una ducha. Nunca llegó a ver al marido de su amante, un tal Alberto. Ni siquiera cómo su mujer y su amante se lamían desesperadamente presas de un deseo creciente. No se conocían entre sí, pero mezclaron sabores que alguna vez tuvieron en exclusiva ellas sólas. Los gemidos desaparecieron con el primer chorro de agua de la ducha.