Trampas (2): 200.000 Euros

Colección de relatos independientes entre sí, con un único denominador común: artimañas para conseguir sexo o control sobre alguien: esposas, maridos, amantes, familiares... La serie se agrupará en categorías diferentes según proceda.

Demasiadas veces había sentido la vibración del móvil en la última hora. No le gustaba atender llamadas mientras estaba trabajando; por eso lo puso en modo silencioso con el zumbido. Demasiadas, volvió a pensar cuando una vez más su nalga derecha recibió un nuevo y breve masaje fruto de una nueva llamada.

Gemma es fotógrafa. Trabaja junto con su marido en un pequeño estudio propiedad de él. En puntas de trabajo, se reparten los servicios como buenamente pueden. Últimamente las cosas no van bien. Por culpa de la maldita crisis, tuvieron que despedir a dos empleados que tenían, y echaban mano de becarios y de contratos de prácticas para atender sobretodo a bodas. En ese preciso instante, Carlos, su marido, estaba de reportero en una, junto con la última becaria, una chica de apenas 19 años.

El matrimonio pronto iba a cumplir 15 años de vida común; se conocieron en un concierto de Mecano,  y enseguida vieron que estaban hechos el uno para el otro. Carlos  estaba en el negocio familiar de fotografía, que continuó como propietario tras la muerte de su padre, y Gemma no llegó a finalizar la carrera de abogado. Se dejó llevar y se “enroló” con su marido en el negocio casi desde el primer día. Para una joven veinteañera sin apenas un Euro en el monedero, aquel trabajo era una bendición. Así, tiró por la borda sus años universitarios sin preocuparse por un futuro alternativo.

Ambos acaban de iniciarse en la cifra mítica de los 40 años, ella con más fortuna que él en lo que respecta a físico. En la parte económica, la penuria  parece que empezará en breve a llamar a su puerta. Gemma es rubia pecosa, le da un aspecto muy británico.  A pesar de no hacer ejercicio, su cuerpo está delgado y firme, y la celulitis ha pasado de largo. Carlos, antes de cumplir los 30, ya había perdido casi todo el pelo, y lo disimulaba con cortes de pelo extremos; y la cerveza se le empezaba a acumular en la barriga. Pese a ello,  tenía un porte regio. Tal vez fue eso lo que enamoró a su esposa.

Cuando la fiesta de aniversario de un niño repelente tocaba a su fin, Gemma estaba preparando la factura. La madre de aquel monstruito le iba a pagar en efectivo los 300 Euros por la sesión de fotos del aniversario, cuando una vez más su trasero vibró al ritmo de su teléfono. Esta vez sí lo cogió. Era Carlos, como las nueve llamadas anteriores. Apenas pudo decir hola. Su esposo  le habló con voz nerviosa:

-Hola cielo, supongo que acabas, ¿no? Nos ha salido un trabajo urgente y yo tengo para rato con la boda dichosa. ¿Puedes ir tú? Es otra fiesta, pero parece que es de gente mayor. No me ha quedado claro, y creo que tú sola puedes hacerlo. Es bastante dinero, nos pagarían  unos 2.000 Euros. Incluso es camino de casa, haces las fotos y te vuelves. ¿Qué te parece?

Ella estaba cansada, pero sabía lo muy necesitados de ingresos que estaban. Además, si no hay  pequeños psicópatas en potencia, mejor que mejor. Le dijo que sí. Tomó la dirección en un pedazo de papel para introducirla en su GPS, y tras liquidar cuentas con la cliente, cogió su coche y enfiló rumbo  al chalet que le indicó Carlos. Le habría gustado pasar antes por casa y cambiarse, llevaba un vestido  de una pieza negro, con un cinturón ancho a conjunto, sin medias por el calor que hacía, y habría preferido algo que la diferenciase más de las personas a las que iba a fotografiar.

Tardó unos 45 minutos en llegar; la urbanización estaba mal asfaltada, y aún con las indicaciones dadas por la maquinita, se pasó un par de calles antes de llegar a una casa enorme, antigua, separada del resto del mundo por un seto enorme y una verja metálica. Llamó al timbre sin salir del coche, y vio que una cámara la enfocaba mientras le preguntaban quién era y el motivo de su visita. Cuando le franquearon el paso (la puerta se abrió automáticamente), pudo ver que  bien aparcados en  los lados de la finca había una decena de coches de gama alta. Ella, con su Mini amarillo taba el toque informal a lo que suponía una velada de gente mayor jugando al bridge o hablando decadentemente en el jardín posterior. Todo esto iba pensando mientras  abría el maletero y sacaba el equipo, y no se percató de la figura que se puso a su izquierda  hasta que la saludó.

El anfitrión de la casa, un hombre de unos 50 años de edad, pelo plateado por las canas y mirada apacible y tranquila, estrechó su mano al presentarse. Sólo unos segundos más tarde se percató que iba en albornoz y chancletas. Supuso que estarían en la piscina que debería existir tras la mansión. De nuevo volvió a pensar en vejetes enfundados en bañadores de los años sesenta y arrugados como pasas. Definitivamente pensó que iba a ser una tarde noche muy larga.

Tras la entrada principal,  Luis, que así se hizo llamar su acompañante, llevó del brazo elegantemente a Gemma por un pasillo y una escalera digna de películas de glamour de los  cincuenta. Se sorprendió a sí misma al imaginarse a Grace Kelly o a Audrey Hepburn bajando por esos peldaños de forma sofisticada mientras  la gente las miraba embelesados. Subieron esos 39 escalones, y llegaron a una doble puerta cerrada.

Antes de abrirla, Luis le habló seriamente: - Mira, Gemma, tu cometido aquí es hacer fotos de los invitados; algunas por deseo expreso de ellos, y otras, las más, planos generales y grupales. Lástima que no traigas ayudante, iría bien con el vídeo.  Bueno, es igual. He visto que traes trípode. La dejas instalada en un rincón que capte toda la sala, y ya veremos luego. Eso sí, recuerda que nos quedamos con las tarjetas de memoria y cintas empleadas, va incluido en el precio. En principio la fiesta acabará de madrugada, pero si has de salir antes, lo entenderemos; y si te lo piensas y deseas pasar la noche aquí, hay habitaciones de sobras para descansar. Todo lo dijo con naturalidad y una sonrisa en los labios. Tenía una manera cautivadora de hablar.

No obstante, Gemma notó que en su cerebro se encendía una alarma. ¿Por qué no le había dicho Carlos nada al respecto? Y eso de quedarse el material... a ver si habrá alguien importante y no quieren que se sepa.  ¿Y hasta la madrugada y si quiero me quedo a dormir? Pensó que era muy raro todo esto e iba a coger su móvil para llamar a Carlos, pero ya no había marcha atrás. Luis, el anfitrión, abría las puertas de par en par.

Lo que vio Gemma superó todas sus expectativas. Allí había al menos una cincuentena de personas, hombres y  mujeres, maduros y jóvenes. No supo ver si había mayoría de uno u otro género, porque lo que la alarmó enseguida fue ver que todos estaban desnudos, y todos llevaban máscara. Muchos se giraron y sonrieron a modo de saludo. Como queriendo cortarle la salida, Luis se puso tras ella y cerró las puertas, y a grito pelado, les pidió un momento de atención.  Presentó a Gemma como la fotógrafa de la velada, y que aquellos que desearan fotos concretas, se las pidieran sin problemas. Ella había retrocedido tanto que topó con el cuerpo de Luis, y al girarse de golpe, su pene chocó contra su pelvis, lo que le provocó una gran turbación. Sin dejar de perder la sonrisa, le ofreció un antifaz a ella, mientras se colocaba el suyo. Gemma lo desechó porque le restaba visibilidad para enfocar correctamente.

Ella era la única persona vestida en la fiesta. Pronto se empezaron a hacer grupos, de dos, de tres, de más... lo que sí captó su atención fue que todos los participantes, hombres o mujeres, tenían su sexo rasurado. Y eso que algunos tenían el resto del cuerpo muy piloso. Nerviosamente, montaba el trípode con la cámara y empezó a captar imágenes. Ella, siempre fiel a su marido, mujer de único hombre sin otras experiencias, ahora no sólo debía ver cómo copulaban varias personas a la vez, sino que iba a fotografiarles, y en las poses que ellos le pidieran.  Se sentía terriblemente incómoda, pero por el dinero o por otro motivo que su cerebro se negó a procesar, se quedó estoicamente.

Inicialmente se dedicó a fotografiar a grupos que saludaban a la cámara, a parejas que ya estaban en situación, pero con planos no específicos, como pasando de puntillas. Hasta que empezaron los primeros gemidos, los primeros jadeos. Instintivamente se giraba hacia el origen de esos sonidos, y disparaba sin cesar la cámara, en un intento de desviar su atención al montón de imágenes pornográficas que la rodeaban. Y fue uno de esos grupos el primero que requirió sus servicios. Había dos mujeres y tres hombres, en una masa homogénea de carne. Una de las mujeres tenía dos pollas en la boca, mientras de cuclillas, ofrecía su sexo húmedo a la segunda dama, quien devoraba ávidamente semejante manjar, impulsada por el bombeo en su coño del tercero en discordia. Le pidieron que inmortalizara el acontecimiento. Observó que ninguno llevaba condón, y que el hombre que bombeaba a la mujer, le metía a la vez un dedo por el mismo agujero, como si deseara ensancharlo más.

Para captar toda la esencia del momento, y como buena profesional, buscó el mejor ángulo, y lo logró agachándose. Instintivamente abrió las piernas para conservar el equilibrio, a costa de ofrecer una visión de sus bragas blancas al grupo. Pero sólo los hombres atendieron a la morbosidad de la visión. Cuando se dio cuenta, ellos sonrieron y siguieron con su ritmo.

En aquel salón empezaba a hacer calor con tanto cuerpo retozando, y si bien  ella sólo caminaba y se agachaba, lo cierto es que empezaba a sudar. Por un momento se le pasó por la cabeza que no fueran ardores por lo que estaba viendo, pero lo desechó. Se concentró en otro grupo, esta vez de tres hombres que colmaban a una dama en lo que pensaba que sería por cada orificio, pero una visión más atenta la hizo fijarse, sobre todo a raíz de los gemidos de placer de la dama, que albergaba dos pollas a la vez en su gruta delantera. Estaba literalmente ensartada,  profundamente encajada en aquellos dos mástiles, y por un momento se  le ocurrió que eso debía ser muy placentero, pues en ningún momento  a la dama en cuestión se le apreció rictus de dolor; al contrario, anunció su orgasmo con un profundo suspiro y su cuerpo se arqueó para aumentar los espasmos de placer. Por ello se desestabilizó un poco, y su mano se apoyó en el muslo de Gemma para evitar caerse. Esto causó como una corriente eléctrica por el cuerpo de la fotógrafa, puesto que además de no retirar la mano, empezó a moverse como acariciándola, muy cerca de sus bragas. Ella, roja y cortada, no se atrevió a moverse ni a retirar la mano,  lo que envalentonó a dos de los hombres, que le acariciaron con sus manos que olían mucho a sexo, sus pechos por encima del vestido.

Ella, paralizada, se dejó sobar, hasta que una mano diferente la hizo levantarse y dijo a los otros que no fueran egoístas, que otros grupos la necesitaban.  Era Luis. En su aturdimiento, casi cae y se cogió a lo primero que tenía a mano, su polla. Estaba pegajosa y húmeda. Y muy tiesa. Ella intentó balbucir una disculpa, pero él, siempre con la sonrisa en la boca, le dijo que no tenía importancia, que siguiera con su trabajo. Y le tuvo que pedir que dejara su rabo, que lo apretaba mucho. Ella, con sonrisa histérica, le dejó como si fuera un bicho, pero no pudo evitar seguir mirando hacia su entrepierna.

Viendo lo sofocada que estaba, la llevó a una mesa en un lado donde habían bebidas frescas. Abrió un agua con gas que estaba por la mitad y le sirvió un vaso. Gemma lo apuró al instante, y aún se bebió otro antes de dar las gracias. No notó el sabor del excitante que llevaba la bebida, y siguió con su trabajo, esta vez en el grupo de Luis, el más numeroso. Ahí el tema ya estaba en su apogeo, más de una mujer lucía goterones de semen en su cara y pecho, y se desvivían por lamer y volver a poner en forma los rabos de sus compañeros. Ellas se acariciaban entre sí, y más de una tenía casi toda la mano dentro de otra mujer. En ese momento, Gemma se puso en medio de todos a fotografiar. No podía evitar roces, empujoncitos,  y su precioso vestido empezó a mancharse por las erupciones de semen. No es que apuntaran hacia ella, pero  salpicaban por todas partes. Tan nerviosa estaba que ni notó una gota sobre su rostro que se deslizó hasta sus labios, y ella la relamió.

El excitante empezaba a causar efectos en ella, empezó a notar una picazón en su coño, que no se le aliviaba con ninguna postura. Y calor, mucho calor. Tanta, que agradeció el gesto de Luis de quitarle el vestido para que se refrescara. Ofuscada, no vio que mostraba a todos una mancha en sus bragas; se estaba calentando a base de bien.  Se volvió a agachar ante una pareja que lo estaba haciendo a 4 patas, querían un primer plano de la cara de gozo de la mujer. Con cada embestida se acercaban más a ella, y la pobre Gemma quiso tirar hacia atrás, pero chocó con unas piernas de hombre, y al girarse, su polla  tocó sus labios. Él la miró. Ella lo miró a los ojos. Los huevos de él descansaban sobre los hombros de ella, y la mujer bombeada a 4 patas se aferraba a sus piernas, y la cara cerca de sus bragas, tanto que notaba su cálido aliento sobre su clítoris. Ella no quería esto, amaba a su marido. Y en el preciso instante en que tenía este pensamiento de amor, la chica   lamió su coño por encima de las bragas. Y el gemido que la asediada fotógrafa iba a emitir, quedó sofocado por la polla que suavemente se introdujo en su boca. Era un rabo enorme, más que la de su marido. Y a ella no le gustaba chupar, pero en ese momento era lo que más deseaba en el mundo.

Abierta la veda, sujetador y bragas fueron retirados en un santiamén. Luis le cogió la cámara, y fue ella la fotografiada, con una mujer lamiéndole la entrepierna, comiendo desesperadamente  una verga durísima, y manos anónimas enervándola en todo su cuerpo.

Poco a poco, los grupos se fueron reuniendo en torno al que estaba nuestra heroína. Todos querían tocarla, acariciarla, penetrarla, lamerla... y ella se dejaba hacer. Reaccionaba por instinto. Nunca llegó a pensar que había sido inducida a caer en la infidelidad, su mente sólo procesaba el placer que recibía, y se preguntaba por qué no lo había probado antes. Si Carlos apareció en su cerebro, desapareció con la primera polla que entró en su depilado chocho. De un empujón su clítoris besó el pubis masculino, y su útero se contrajo ante el tremendo pinchazo que sintió. El mete-saca que vino a continuación  ya fue más gozoso, puesto que  ella se movió de manera que  el glande llegara al fondo, casi rodeando  la cerviz. Media hora más tarde, casi desmayada por los orgasmos, notó cómo le regaban las entrañas con  semen. Y no por ello obtuvo paz. Tampoco la deseaba. Una lengua femenina se dedicó a sorber el magma que bajaba por el túnel desfondado. Y si pudiera le daría un beso a las bocas que llevaban rato erizando sus pezones. Si hubiera visto sus propias fotos, si hubiera visto el video dedicado especialmente a ella, habría visto una mujer en su plenitud disfrutando de la sesión de sexo grupal más maravillosa. ¿Por qué le daban tanto placer tres dedos en el culo?

Sobre las cuatro de la madrugada, la fiesta empezó a decaer, algunos invitados empezaron a marchar. Gemma seguía en su mundo orgiástico. No llegó a saber que todos los participantes la probaron de una u otra manera. Tampoco necesitaba este conocimiento. Tenía el cuerpo brillante, fruto de la mezcla de fluidos recibidos y emitidos, y recordaba una palabra asociada a un orgasmo especial que la hizo orinarse encima... fisting; y estaba casi segura que fue una mano de mujer la que  la abrió de tal manera. Estaba recibiendo con gusto una doble penetración por coño y culo, cuando Luis se le acercó de nuevo, para preguntarle si se quedaría a descansar o se iría a su casa. Dijo que se quedaría, pero que debía decírselo a su marido. Diligentemente, Luis le acercó su móvil, y ella marcó el número de su casa.

Al cuarto tono respondió Carlos, con voz de sueño, y le dijo que no se preocupara, que se verían al día siguiente. Gemma tuvo que esforzarse por hablar sin perder la compostura, puesto que en ningún momento la dejaron de bombear, y se corrió justo cuando colgaba. Estaba exhausta.

Luis la llevó casi en volandas a una cama, y allí la dejó estirada. Con las piernas medio abiertas, con cara, pelo y resto del cuerpo con semen seco, y sus dos agujeros extraordinariamente dilatados y aún rezumando  semilla de vida, le hizo las últimas fotos. Le preparó ropa limpia y una pastilla del día después, por si acaso.

Ya era media tarde cuando ella se despertó, y fue consciente de lo que había pasado. Se sentía mal, pero  el recuerdo de tanto placer  la hizo volver a excitarse aún en contra de su voluntad, y mientras tomó una ducha, se masturbó dulcemente con esos recuerdos.  Al salir del cuarto de baño, se encontró que en la habitación estaba Luis, sentado en la cama y desnudo como siempre,  y detrás de él, de pie, cuatro mulatos igualmente sin ropa, que impúdicamente mostraban unos penes gigantescos. Gemma se quedó quieta, mirando a las 4 vergas mientras Luis se incorporaba y acercándole una copa de cava, le dijo que era su regalo final, que ella no había podido gozarlos anoche, y que ahora se los ofrecía en exclusiva si quería. Tras un par de sorbos de la copa, ella pidió que fueran cariñosos con ella. Luis le retiró la toalla que ocultaba su cuerpo, y dio paso al festín. Ella era la comida para los lobos. La iban a devorar por completo con su complacencia.

La tumbaron en la cama. Ocho manos y cuatro bocas se apoderaron de sus puntos sensuales. No sabía si era el cava en ayunas, pero se sintió flotar, muy a gusto, y así cogió la cabeza del que la estaba sorbiendo el clítoris para apretarla más contra su rajita que volvía a destilar dulces licores de placer.  La primera polla que acogió su boca casi le desencaja la mandíbula por el grosor. Se excitó más aún al pensar que en breve la sentiría adentro, muy adentro. Y  mientras ejercía de consumada felatriz, Carlos se le volvió a aparecer en la mente. Debía avisar que llegaría tarde. Cogió su móvil y le mandó un sms avisándole del retraso. La excusa, una típica: encuentro con una amiga. Luis lo vio, y sonriendo, desapareció de la erótica escena durante unos minutos, en los que desde su ordenador envió una serie de mensajes. Le era igual estar; todo se estaba grabando desde varios ángulos. Era excitante ese descenso a los infiernos que había ofrecido a la virginal fotógrafa. Él la follaría al final.

Esa tarde Gemma volvió a alcanzar el cielo a base de orgasmos. Se sorprendió de la capacidad de alojar dos pollas  de ese calibre en su coño al mismo tiempo, y sufrió de lo lindo cuando una tercera quiso –y logró, en un alarde de funambulismo-  entrar a la vez en su culo. Sólo cuando aflojaron los cuatro efebos, ella empezó a notar el cansancio acumulado, y sobre todo, el vacío en su cuerpo. Se sentó sobre la cama empapándola de flujos y semen. Estaba rellena como nunca lo había estado, y  faltaba Luis, que se le acercó con su rabo enhiesto. No era tan grande, pero para ella fue delicioso acogerlo en su cálida boca. Él guió el ritmo y empezó a follarla bucalmente hasta que se corrió en su garganta. En ningún momento ella hizo amago de evitarlo.

Más calmados, y ya a solas, Luis le dijo a Gemma que casi cada semana montaba algo parecido, pero no siempre en el mismo sitio. Le dijo que si quería participar, debería firmar una especie de compromiso de confidencialidad, y por supuesto de asistencia, que todos los asistentes firmaban y que podía elevar a público si así  lo necesitaba. No podía siquiera decírselo a su marido. Dijo que la cláusula de penalización que ponía a todos era de 200.000 Euros, para así garantizar la discreción absoluta. Gemma  le pidió el documento y  sin leerlo, no sólo lo firmó, sino que  lo rubricó restregando el lugar donde estampó el autógrafo, con sus flujos vaginales. Luis sonrió satisfecho. Aún follaron una vez más antes de despedirse hasta el sábado siguiente.

FIN ??...

EPÍLOGO 1

Carlos no dormía esa madrugada cuando recibió la llamada de su amada esposa. Estaba follando en su lecho conyugal con su joven asistente. Él cogió la llamada con desgana y con nervios. Sabía lo que quería decir. Por un momento dudó, pero la hábil boca de la joven que se le subió encima haciendo un 69, le alivió un poco. Había perdido y ganado.  Y al día siguiente, el sms que recibió de su mujer, lo confirmó.  Se fue a su ordenador, y allí estaban los dos mensajes tan temidos como esperados. El primero, decía así: “Acepto el trato, te envío copia del contrato firmado, y el lunes tendrás transferidos los 200.000 Euros”.

El segundo, casi simultáneo al primero, decía así: “ Felicidades, tu amadísima esposa ha superado las expectativas. Es mía los próximos diez años”.

Ambos los firmaba Luis.

Hacía tiempo que el negocio iba fatal, necesitaba dinero fresco para superar esta crisis, y de repente, se le abrió el cielo con la aparición de un mecenas dispuesto a invertir sin ser socio. Sólo puso una condición: ser el “amo” sexual de su esposa. Aunque siempre lo ocultó, Carlos no quería a su mujer. Hacía tiempo que ya apenas sentía algo por ella, pero lo fingía cínicamente. Llevaba años poniéndole los cuernos con amigas y clientas, por lo que, cegado por el dinero, aceptó casi sin pestañear. Y no obstante, su inversor puso como condición que ella superara una prueba sexual (aunque no le dijo cual), y además ella le engañara ocultándoselo. Gemma superó con matrícula de honor ambos requerimientos. El negocio estaba salvado. Carlos, contento, besó a Lidia, su joven acompañante.

EPÍLOGO 2

Lidia sonrió con la llamada de madrugada, y aún se esmeró más en la mamada que le hacía a Carlos. Y casi tuvo un orgasmo sin tocarse cuando oyó el sms y él fue a su ordenador.

Ella estaba enamorada desde que era un adolescente de Carlos. Su  físico, su trato, su amabilidad, hacían que ella fuera una asidua de la tienda de fotografía para comprar carretes y recoger revelados, y con la era digital, a imprimir fotos que casualmente cuando lo atendía él, eran muy ligeritas de ropa. Al cumplir los 17,  a su  padre (ella era huérfana de madre), le tocó un gordo de la primitiva, y él se dedicó a vivir como nunca antes lo había hecho. Montó una especie de negocio sexual de fiestas y orgías que tiene un éxito inusitado. Se hace llamar Luis en ese círculo. Y en la mayoría de edad de su hija, ésta le pidió como regalo algo especial: apartar a la mujer del hombre que amaba de su lado. Y así urdió un complicado pero efectivo plan. Total, sólo les iba a costar 200.000 Euros, y si salía bien, tal vez ganarían más si la señora cedía a sus instintos primarios, como así fue. Ella sabía que los cuatro mulatos eran agregados de una embajada caribeña que deseaban follarse a una mujer que no fuera profesional, y que pagarían a su padre cinco mil. Haría de puta sin saberlo. Todo había salido bien. Eso sí, en la fiesta de la semana siguiente, la fotógrafa sufriría un poquito... ella iba a estar presente, y se encargaría de darle mucha caña...¡¡ pero mucha mucha!!

Satisfecha, y correspondiendo a la sonrisa de Carlos, se abrazó a éste y le dio un beso de película.