Traicionado y esclavizado 9
Noche con los amigos del amo...
Nota: en este capítulo de nuevo se describen prácticas que pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. Tenedlo en cuenta a la hora de leerlo, por favor.
Pasé gran parte de la tarde preparando canapés y embutidos, así como poniendo en orden bebidas, vajilla y vasos. La verdad es que me esmeré mucho, quería que los amigos de Jose quedasen contentos. Cuando faltaba poco para la hora del partido me dijo:
-Esclavo, creo que no hace falta que te diga que espero de ti un comportamiento ejemplar esta noche. Tratarás con el máximo respeto a mis amigos, que serán también hoy tus amos y les obedecerás absolutamente en todo de la misma forma que lo haces conmigo. Cualquier error o comportamiento inadecuado lo pagarás muy caro, ¿entendido?
Asentí, nervioso. Esperaba estar a la altura. No obstante, en ese momento estaba lejos de imaginar la noche que me esperaba…
Al fin llamaron a la puerta. Salí a abrir, como me correspondía. Afortunadamente Jose me había ordenado llevar el taparrabos, aunque no como consideración a mi pudor, por supuesto, sino porque temía que mi desnudez pudiese incomodar a sus amigos. En cuanto abrí me postré en el suelo y besé los zapatos de los dos hombres que estaban en el umbral. Eran de la misma edad que Jose (alrededor de 35 años) y, como él, eran altos y fornidos. Se llamaban Paco y Juan Carlos, aunque esto lo deduje a lo largo de la noche, pues, por supuesto, no me fueron presentados. Parecían de muy buen humor y, en cuanto vieron mi gesto, comenzaron a reír a carcajadas.
-Bueno, bueno… esto sí que es un recibimiento -dijo el llamado Paco-. ¡Qué bien vives Jose! ¡Con tu propio esclavo y todo! ¡Y parece que lo tienes bien enseñado, jajaja…!
Se saludaron efusivamente con Jose y este los condujo al salón, donde ya estaba la televisión encendida y las bebidas y los vasos dispuestos en una mesita auxiliar. Se sentaron en los sofás y se repantingaron sin pudor, por lo que deduje que tenían mucha confianza entre ellos. Comenzaron a hablar de todo un poco, mientras yo les servía las bebidas, hasta que empezó el partido. Entonces fui trayendo los canapés y todos los snacks que había preparado. Hacía bastante calor, por lo que empezaron a quitarse la ropa, quedando solo en pantalón corto. Además, los dos se pusieron a fumar. Pensé en la suerte que tenía yo de que Jose no fumara. Siempre odié el tabaco. Todo el tiempo me estuvieron ignorando, como si no estuviese allí. Curiosamente en ese momento me dolió aquella indiferencia, como si yo fuese un simple objeto (legalmente lo era). Pensando posteriormente, ¡cuánto me hubiera gustado que hubiesen seguido ignorándome!
En un momento dado, mientras veían el partido, Jose preguntó a sus amigos si les apetecía un masaje de pies. Ellos aceptaron encantados y no hizo falta más que un gesto de mi amo para que me arrodillase ante uno de aquellos machos y lo descalzara. Un fuerte olor a pies masculinos invadió mis fosas nasales. Para mi vergüenza tengo que confesar que lo aspiré con fruición. ¡Me encantaba ese aroma tan viril! Empecé a masajearle el pie con toda mi destreza, que era mucha. Él gimió.
-¡Dios!... Ummmmm…¡Qué delicia! ¿Esto te lo hace todos los días?
-Esto me lo hace siempre que quiero, para eso es mi esclavo -presumió Jose. Y añadió: -y lo puede hacer aún mejor si usa la lengua…
Tomándolo como una orden me puse a lamer frenéticamente aquellos pies de macho, haciendo aún más las delicias de su dueño. Estuve así mucho rato, continuando con los de su otro amigo, así como los propios de Jose. El ambiente, entre el sudor, el olor a pies y el humo del tabaco estaba realmente cargado. No pude evitar excitarme. Aquella explosión de testosterona que me rodeaba me resultaba increíblemente erótica. Mi polla se puso durísima y agradecí llevar puesto el taparrabos. No sé cuál hubiera sido la reacción de aquellos tiarrones de haber visto la erección que me provocaban.
Entonces Paco, mientras seguía lamiendo y masajeando sus pies, dijo:
-Joder Jose, no has puesto nada para escupir. Entre el tabaco y la bebida tengo una de mierda en la garganta…
-Bueno -repuso Jose-, para eso está la boca del esclavo.
Me estremecí. Paco sonrió ampliamente y me ordenó abrir la boca. A continuación, carraspeó ruidosamente y me soltó un enorme y espeso escupitajo en la boca. Me dio un asco increíble. Sabía a tabaco, a comida, a mocos… a yo que sé. Me esforcé en tragarlo, como sabía que Jose quería cuando él me hacía algo semejante. En los siguientes minutos los tres estuvieron escupiendo en mi boca todo lo que se les antojó, tratando siempre de que los gapos fuesen bien espesos y repugnantes; incluso llegaron a escupirme trozos de comida masticada a la boca, aunque al final Jose me mandó traer un cuenco de la cocina para que sirviese de escupidera y siguieron escupiendo allí.
Y, claro, después vino lo inevitable. Juan Carlos dijo que iba a mear y Jose le dijo que ya sabía dónde podía hacerlo. Naturalmente, a Juan Carlos le faltó tiempo para hacerme arrodillar frente a él, abrirse la bragueta y poner su polla, de un tamaño más que considerable, en mi boca. A continuación, se relajó, lanzó un largo suspiro y un inmenso chorro maloliente inundó mi boca. A pesar de la intensidad de la meada la comencé a tragar sin problemas. Ya estaba muy experimentado en aquellas lides. Mientras, los dos se deshacían en carcajadas:
-Joder, ¡qué maestría en tragar! Se ve que lo tienes bien entrenado -decía Paco, mientras contemplaba mi labor de rodillas ante su amigo. No tardó, por supuesto, en querer hacer lo mismo y en un segundo su enorme polla estaba llenando mi boca de orina acre. Mientras me tragaba su meada, Paco preguntó:
-¿Tú no quieres mear, Jose?
Jose sonrió y se puso en pie, abriéndose la bragueta. Su polla, tan adorada por mí en otros tiempos, tuvo enseguida su turno de aliviarse en mi boca. Todo este tiempo estuve empalmadísimo, menos mal que no lo notaron. Pero las infamias de la noche estaban lejos de terminar. Al llegar el descanso del partido, Paco, que desde luego parecía el más sádico de los dos amigos de Jose, dijo:
-Bueno, tenemos al esclavo bien hidratado, pero el pobre no ha comido nada -se agachó y tomó en su mano la escupidera, llena casi a rebosar de su saliva y sus esputos. Me eché a temblar, mientras él continuaba: -Ya sabéis que si algo les gusta a los maricones es tragar lefa. ¿Qué os parece si le preparamos un sabroso cóctel al perro?
Los otros dos, ya un poco achispados, acogieron la idea con entusiasmo. Y bajándose los pantalones comenzaron a masturbarse. A pesar de lo que sabía que me esperaba, no pude dejar de fascinarme viendo aquellas enormes pollas frotadas vigorosamente en las manazas de sus increíblemente viriles dueños. La situación era tan morbosa para mí que creo que me corrí dentro del taparrabos sin tocarme siquiera. En unos minutos Juan Carlos anunció que se corría y Paco le alargó la escupidera, donde derramó una copiosa cantidad de esperma. Le siguió Paco y, por último, Jose, terminando ambos de llenar el recipiente de lefa blanca y espesa que se mezcló con el esputo y la saliva que ya había. Entonces, mientras se volvían a poner los pantalones, Paco removió la repugnante mezcla con una pajita y me la tendió. Vacilé ante aquella inmundicia e inmediatamente el collar me dio una sacudida. Miré a Jose:
-¡Trágatelo ahora mismo! -me ordenó imperiosamente-. O habrá consecuencias…
Ni siquiera quería saber cuáles serían esas consecuencias, así que tomé el cuenco y, cerrando los ojos, me puse a beber la mezcla inmunda de los fluidos de aquellos machos. Traté de no respirar mientras sentía el líquido espeso y nauseabundo pasar por mi garganta. Al final lo apuré, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no vomitar. ¡Dios sabe lo que podría haberme hecho Jose si hubiera vomitado! Mi hazaña fue celebrada con entusiastas aplausos de Paco y Juan Carlos.
Durante la segunda parte del partido, su equipo iba perdiendo y comenzaron a ponerse más agresivos. Empezaron a darme algunas patadas y alguna bofetada mientras seguía masajeando y lamiendo sus pies. Incluso en un momento dado y, sin previo aviso, Juan Carlos apagó su cigarro en mi brazo. Fue tan repentino e inesperado que no pude evitar un aullido de dolor al sentir la quemadura, lo que provocó naturalmente una descarga del collar. Cuando Jose lo vio le dijo:
-Juan Carlos, no te pases
-Oh, vamos, solo me estoy divirtiendo un poco -repuso este.
-Sí -añadió Paco-, y, ¿dónde podría apagar yo mi cigarro? Ummmmm -hizo como si pensara mientras se acercaba a mí y ponía, para mi desesperación, su cigarro frente a uno de mis ojos- ¿y si lo apago aquí? Total, un esclavo tuerto puede hacer lo mismo que uno con los dos ojos, ¿no?
Mi corazón se desbocó tanto que creí que me daría un infarto. No sé si habría sido capaz de hacerlo, aunque aún hoy creo que sí, pero, afortunadamente, miró a Jose y este puso una expresión tan desaprobatoria que apartó el cigarro y lo apagó en el cenicero, diciendo:
-¡Vale, vale! Lo pillo. No dañaré a tu esclavito -¡Creo que nunca he amado tanto a Jose como en aquel momento!
Al fin el partido acabó. Pensé que todo aquello acabaría. ¡Iluso de mí! Su equipo había perdido y estaban bastante enfadados, aparte de que llevaban ya bastante alcohol en el cuerpo. Afortunadamente Jose, aunque también estaba un poco achispado, se mantenía más sereno. Solía beber poco, ya que el alcohol no le sentaba bien. Menos mal, si hubiese estado tan bebido como sus colegas no sé qué hubiese sido de mí aquella noche.
En efecto, Paco dijo levantándose:
-Me he puesto de muy mala leche con este puto equipo. Me gustaría desahogarme. ¿Qué tal si vamos a la mazmorra con tu esclavo y hacemos algo? -preguntó. Jose aceptó y me ordenó bajar las escaleras, seguido por ellos. Estaba claro que, al menos Paco, conocía la existencia de la mazmorra y lo que en ella había. Posteriormente me enteré de que alguna vez había torturado allí a alguien junto con Jose. Ese “alguien”, no obstante, siempre había sido una chica sumisa o masoquista. Jose, muy prudentemente, había mantenido en secreto sus actividades con hombres.
Podéis imaginar mi estado de ánimo cuando llegamos a la mazmorra. Tenía tal ansiedad que mi cabeza daba vueltas y mi corazón parecía que iba a salírseme del pecho. Jose me desnudó y me ató boca arriba a una mesa metálica. Comenzaron con la tortura de la cera, que no por conocida me resultó menos desagradable. Cada uno tomó una vela y entre los tres me llenaron todo el cuerpo de cera hirviente. Paco incluso, en un momento dado, me puso la llama de la vela en el glande. Creí que moría de dolor. Afortunadamente, Jose le apartó el brazo enseguida, negando severamente con la cabeza.
Sin embargo, lo que vino a continuación fue mucho peor. Comenzaron a practicar bastinado conmigo. No sé si sabéis lo que es. Es una tortura que consiste en golpear las plantas de los pies con una vara. No os podéis imaginar el dolor que produce. Cada golpe es como una descarga eléctrica, pero peor aún, que te sube por todo el cuerpo hasta la base del cráneo. Paco se puso a ello con un entusiasmo que denotaba su inmenso sadismo. Y, por si eso fuera poco, Jose se reservó otra particular tortura, que podía hacer a la vez que aquella: me puso una cinta aislante en la boca y empezó a taparme la nariz, pellizcándola con sus fuertes dedazos, impidiéndome respirar. Cuando ya no podía más e iba a ahogarme me soltaba unos segundos la nariz y me dejaba tomar una mínima bocanada de aire, para volver a taparme inmediatamente.
Así me tuvieron un buen rato. Entre el terrible dolor de la vara en mis pies y la tortura de la respiración yo estaba al borde del colapso. Perdí el conocimiento un par de veces, siendo despertado en ambas por Jose volcándome un cubo de agua por encima, para continuar con la tortura. Juan Carlos no participaba de los juegos, se veía que eran desconocidos para él, pero estaba fascinado contemplándolos.
Al fin me soltaron y, hecho un verdadero guiñapo, me ataron de cara a la cruz de San Andrés. Entonces Jose les pasó a los dos sendas fustas y comenzaron a golpearme la espalda. Aquí sí que se unió Juan Carlos, pegándome con entusiasmo. Los azotes no eran excesivamente dolorosos, ya que aquellas fustas eran especiales para juegos BDSM y estaban diseñadas para producir dolor, pero no llegar a desgarrar la piel, como si se hubiese tratado de un látigo. Sin embargo, Paco aprovechó un momento en que Jose había subido arriba para sustituir la fusta por la vara con la que había azotado mis pies, y entonces sí que se convirtió en algo terrible. Afortunadamente no me había dado más que tres o cuatro golpes cuando Jose regresó y lo detuvo airado:
-¿Qué haces? ¿No ves que con eso le puedes dejar marcado? Podría hacerle perder mucho valor si algún día llego a venderlo.
-Bueno, bueno, entendido -dijo Paco soltando la vara-. De todas formas, ya es tarde. Mi mujer me va a matar. Más vale que nos vayamos yendo.
Creo que nunca en mi vida me he alegrado tanto de oír unas palabras. Seguí allí atado mientras ellos subían. Aún los oí hablar un buen rato animadamente hasta que se despidieron del todo. Finalmente, Jose bajó de nuevo a la mazmorra y me desató. Yo para entonces no era más que una auténtica piltrafa humana. Jose me tumbó en la mesa y procedió a curarme las heridas. Noté que lo hacía con sumo cuidado, casi con mimo, para no hacerme daño.
-No creo que queden marcas -dijo, no sé si para mí o para él mismo-. Solo ha podido darte unos pocos varazos. A veces me olvido de lo bestia que es Paco. En caso de que queden cicatrices no van a ser muy visibles-. Me pregunté si de veras pensaba venderme algún día, pues no creía que estas reflexiones fueran producto de una preocupación suya por mi estado. Me aterrorizó la perspectiva y, entre eso, el trauma que acababa de vivir y los terribles dolores, comencé a llorar convulsivamente. Jose me tomó en sus brazos y me consoló:
-Vamos, vamos… ha sido una noche dura, lo sé, pero te has portado muy bien. Estoy realmente orgulloso de ti.
No sé qué me provocaron sus palabras, si contento, alivio, indignación, furia… en ese momento mi cabeza no funcionaba como debía. Jose me levantó, aun en sus brazos -yo no podía andar, mis pies me dolían como si tuviese fuego en ellos- y así, casi en volandas me condujo hasta la escalera.
-Hoy vas a dormir en la cama de invitados -me dijo sonriendo-. Te lo has ganado…
Continuará?