Traicionado y esclavizado

Jose le explica a Ramón cómo va a ser su nueva vida como esclavo

No pude pegar ojo en toda la noche. Demasiadas emociones negativas en mi cabeza y, por supuesto, demasiada incomodidad en la jaula en la que me encontraba, pensada para un perro. “Ahora soy menos que eso”, pensaba, “ni siquiera legalmente un animal, solo un objeto”. La sala en la que me encontraba -Jose se refería a ella como “mazmorra”- no tenía ventanas, así que me resultaba totalmente imposible saber si era de día o de noche. Las horas pasaron larguísimas hasta que por fin la puerta se abrió y Jose, vestido de nuevo de traje -me extrañó, porque era sábado-, entró. Sin decir nada, se acercó a la jaula y, agachándose, dejó un bol en el suelo, a mi alcance. A continuación, vi como abría una lata. No me fue difícil ver que se trataba de una lata de comida para perros. La vació en el bol.

-Este es tu desayuno -me dijo. Iba a marcharse, pero al mirarme debió ver una mirada tal de desolación en mis ojos que pareció vacilar y añadió: -No tiene por qué ser así siempre. Cuando te lo ganes podrás volver a tomar comida normal. Como te decía ayer, tu vida puede ser muy placentera en cuanto te entregues totalmente a mí.

Se levantó y añadió:

-Vas a quedarte ahí unas horas más. He quedado con el dueño de tu piso para recoger todas tus cosas, que, como sabes, ahora me pertenecen. También he hablado con tu padre para saber si posees en su casa algo que me pueda interesar…

¡Mi padre! Ni siquiera había pensado en él hasta ahora. Como dije, no teníamos buena relación. No obstante, ¿le habrían notificado mi detención y esclavización? Ahora tenía necesariamente que estar al tanto, puesto que Jose había contactado con él. Me pregunté qué pensaría al respecto. Mi padre siempre había sido una persona muy liberal y estaba en contra de todas las políticas de este gobierno infame. Sin duda estaría consternado, o eso quería yo pensar. ¿Habría intentado hacer algo al respecto? ¿Habría intentado contactarme? Obviamente en el momento de mi detención mi móvil había quedado en mi casa y desde entonces había sido completamente imposible mandarme cualquier mensaje. Jose prosiguió:

-Bueno, espero que estas horas te sirvan para reflexionar. Cuando vuelva dependerá de ti que salgas de ahí o no. ¡Piénsatelo bien!

Salió, apagando la luz y cerrando de nuevo la puerta con llave. En la oscuridad tomé el bol y me llevé parte de su contenido a la boca. Me estaba muriendo de hambre, llevaba muchas horas sin comer. No obstante, la comida para perros era tan repugnante que tuve que escupir el primer bocado. Estuve unos momentos pensándolo, pero no tuve más remedio que, venciendo mi repugnancia, seguir comiendo. Mi estómago lo reclamaba. Al final acabé devorando completamente aquella asquerosidad.

Me quedé de nuevo en la jaula, mientras el tiempo se hacía eterno. Estaba empezando a adormecerme a pesar de la mala postura cuando el ruido de la puerta me sorprendió y la luz me deslumbró. Apareció Jose, esta vez vestido de manera informal, con una camiseta y unos tejanos cortos. Traía algo en la mano. Se agachó hasta que su cara quedó a la altura de la mía y me dijo muy serio:

-Bueno, ¿has reflexionado? ¿Te vas a comportar?

Asentí vivamente. No sabía aún a qué me enfrentaba, pero en ese momento ya habría hecho cualquier cosa para salir de aquella jaula y de aquel oscuro agujero.

-Bien, bien, en un momento te sacaré de ahí, pero antes come algo, ya ha pasado largamente la hora de comer. Dejó un bol en el suelo. Reconocí otra vez la comida para perros, pero ya no me anduve con melindres. La devoré ansiosamente. Al verme José rio de buena gana:

-Jajajaja… No cabe duda de que a buen hambre no hay pan duro…

Me dieron unas ganas terribles de escupirle aquella inmundicia a la cara, pero me contuve. Ya no quería de ningún modo hacerlo enfadar. ¡Tenía que salir de allí!

Jose también me pasó un vaso de agua que bebí con igual ansiedad. Estaba totalmente deshidratado. Cuando hube terminado, Jose sacó una llave de su bolsillo y abrió la jaula, invitándome a salir. Salí como pude, lleno de dolores, y él me indicó que lo siguiera por las escaleras. Tenía un dolor tan terrible en una rodilla que apenas podía andar. Jose lo notó:

-No te preocupes, es solo agarrotamiento. Pasará pronto. Y te recordará lo que puede pasar si no obedeces.

Llegamos al gran salón de la casa de Jose y él se sentó en el sofá. Por inercia, y deseando descansar mi rodilla, fui yo también a sentarme en un sillón. Jose me detuvo imperiosamente:

-¡NI SE TE OCURRA! -me paré en seco, mientras él proseguía: -En mi presencia nunca te sentarás a menos que yo te lo autorice. Bueno, ni en mi presencia ni en la de cualquier hombre libre. Tu lugar es de pie o de rodillas frente a tus superiores, y todos los hombres libres lo son ahora para ti.

En mi afán del momento por complacerle hice ademán de arrodillarme, pero me detuvo con un gesto:

-No hace falta. De pie por ahora está bien. Y quítate eso -señaló el taparrabos-. Cuando estemos los dos solos en casa estarás siempre desnudo.

Me lo quité inmediatamente y quedé totalmente desnudo frente a él. No era la primera vez que estaba en esa situación, sin embargo, sí era la primera vez que lo estaba siendo verdaderamente su esclavo. Me sentí avergonzado y vulnerable, pero no intenté taparme, pensando que probablemente le incomodaría. Jose entonces se arrellanó en el sofá y comenzó a hablar en un tono frío y autoritario:

-Voy a explicarte un poco cómo van a ser las cosas a partir de ahora. Normalmente tu primera obligación del día sería levantarte, prepararme el desayuno y después venir a despertarme. De momento no va a ser así. Aún no tengo confianza en ti y vas a seguir durmiendo en la jaula y bajo llave hasta que te ganes esa confianza. De forma que seré yo quien te despierte. Entonces me ducharás, me vestirás y prepararás el desayuno. Te ocuparás a partir de ahí de todas las labores domésticas: comida, limpieza, colada, plancha, el jardín... he despedido a la asistenta y al jardinero que venían a ayudarme. Desde ahora todo eso será responsabilidad tuya. Y no espero que te limites a hacer lo que haya que hacer y descansar. Quiero ver en ti una actitud constante de pensar qué puedes hacer o cómo puedes contribuir a hacer mi vida más fácil o más placentera, y por supuesto obrar en consecuencia. Si no veo en ti esa actitud o si cometes algún fallo, sea el que sea, serás castigado. Y no solo con el collar -me dijo amenazadoramente.

-Naturalmente -prosiguió-, no serás solo un esclavo doméstico. Estarás constantemente atento a mis requerimientos y me atenderás en absolutamente todo lo que te pida, sea de la índole que sea. Y ya te aviso, no voy a necesitar que haya un fallo por tu parte para castigarte. Como sabes, me gustan mucho ciertas prácticas BDSM, sobre todo de torturas, que nunca me permitiste hacerte pese a las veces que te lo pedí. Obviamente, todo ha cambiado y ahora tu opinión ya no cuenta en absoluto, solo mi voluntad. Por lo tanto, voy a hacer contigo absolutamente todo lo que se me antoje.

Al escuchar esto me invadió el pánico. Yo tenía horror al dolor y a la tortura. Por eso siempre me negué a probarlo con Jose. Comencé a agitarme violentamente mientras sentía que me faltaba el aire. Pensé que iba a desmayarme cuando Jose, alarmado, se levantó y me sujetó:

-Respira… respira hondo… así, muy bien… Calma, calma, respira… -hice lo que me decía y recuperé poco a poco el aliento. Cuando me calmé un poco Jose continuó, con un tono más cálido: -Tranquilo, no voy a causarte ninguna lesión ni ninguna marca permanente. No soy de prácticas extremas. Además, ahora eres una de mis posesiones, y yo a mis posesiones las cuido y las protejo. Mientras seas absolutamente obediente y me sirvas fielmente no tienes nada de lo que preocuparte, ¿entendido? -me sonrió. Yo asentí, abatido, aunque conmovido por aquel mínimo acto de cariño hacia mí.

Jose se apartó un poco y dijo:

-Vaya, me estoy meando. He olvidado decirte que una de tus primeras obligaciones del día será tragarte mi meada mañanera. Bueno, la mañanera y todas las demás. No pienso volver a ir a mear al wáter mientras tú estés aquí, jajajaja… -fruncí el ceño. Había bebido meada alguna vez en mis prácticas sexuales, pero nunca la de por la mañana, que sabía que era la más desagradable.

-Bueno, he dicho que me estoy meando, ¿a qué esperas esclavo? -repitió impaciente Jose. Sabía lo que me correspondía hacer, pero vacilé un momento, lo suficiente para que Jose me cruzara la cara de un bofetón.

-Cuando te mando algo lo haces inmediatamente, ¿entendido? ¡INMEDIATAMENTE! Creo que estoy siendo demasiado blando contigo -y me soltó otra violenta bofectada.

Me arrodillé sin vacilar más y abrí su bragueta, sacando su polla, tan deseada por mí en tantos momentos. Reconozco que mis manos temblaron al tenerla entre ellas. La puse en mi boca e inmediatamente un fuerte chorro de orina se derramó en ella. Los ojos se me llenaron de lágrimas. El sabor era fortísimo y desagradable a más no poder.

-He comido hoy espárragos -me dijo Jose-. Quería que, en tu primer contacto con ella, la orina de tu amo fuera realmente sabrosa, jajajaja…

Lo maldije en silencio mientras luchaba por tragar el líquido inmundo. A pesar de todo la situación me resultaba tan morbosa que la polla se me puso tan dura como una piedra, cosa que, naturalmente, a Jose no le pasó desapercibida.

-Jajajaja… ¿has visto cómo tienes la polla? Sabía que este es tu lugar en el mundo, sirviendo a un macho superior y obedeciendo todas sus órdenes. Cuanto antes te convenzas antes serás completamente feliz. Por eso además no te he puesto una jaula de castidad, como normalmente se hace con los esclavos. Quiero demostrarte cómo tu mente y tu cuerpo están programados para ser míos.

Maldije también a mi cuerpo por excitarse, aunque secretamente agradecí a Jose que no me hubiese puesto la jaula de castidad, aun cuando sus razones no fueran en absoluto piadosas. Al fin el repugnante chorro languideció y, tras limpiar la polla de Jose cuidadosamente con mi lengua, la devolví a su bragueta. Jose se volvió a sentar y me dijo:

-En la cocina tienes un buen montón de platos que lavar, y después puedes hacer una limpieza general de la casa. Todos los útiles de limpieza están en la despensa. Y, por cierto, como no considero que el trabajo doméstico te ocupe el tiempo suficiente, te voy a buscar una ocupación remunerada, sobre todo para las horas que yo esté en el trabajo.  Aún no la tengo, pero estoy en ello -chasqueó sus dedos-. ¡Vamos, esclavo! ¡A tus tareas!

Me dirigí inmediatamente hacia la cocina y hacia los platos que me esperaban como parte de mi nueva vida que entonces comenzaba. ¡Dios, cómo había odiado siempre las tareas domésticas! ¡Y ahora tendría que vivir casi para ellas! Pero estaba totalmente decidido a tener contento a Jose. Tal vez así sería bueno conmigo, e incluso, más adelante, ganándome su confianza, podría convencerle de que me liberase y volviésemos a ser amigos. En ese momento era tan ingenuo como para pensar que eso iba a ser posible. Resignado, empecé a lavar los platos…

Continuará?