Traicionado y esclavizado 3

Ramón es entregado a su dueño

Jose estaba con otro hombre vestido con una bata de médico similar a la del que me había implantado el collar. Este le estaba dando explicaciones y finalmente le tendió lo que parecía un aparato electrónico y se despidió de él, retirándose por una puerta contigua. Jose volvió entonces la vista hacia mí, que me acercaba conducido por el policía. Noté inequívocamente el shock en su rostro cuando me vio. Evidentemente ver a alguien conocido, con quien has compartido muchos ratos, desnudo, completamente calvo y depilado y con aquel collar en el cuello, resultaría impactante para cualquiera, y Jose no iba a ser una excepción.

Antes de llegar hasta él, el policía que me llevaba me detuvo y rápidamente y con la destreza que da la mucha práctica me puso las manos a la espalda y me las esposó de nuevo. Hecho esto me llevó hasta donde Jose esperaba y al llegar me hizo arrodillar con violencia. El golpe contra el suelo me provocó un profundo dolor en las rodillas.

-¡DE RODILLAS ANTE TU AMO, ESCLAVO! ¡Y BESA SUS ZAPATOS! ¡MUÉSTRALE DEBIDAMENTE TU RESPETO! -me espetó agresivamente.

Sintiendo su porra en mi espalda y lleno de miedo, no pude hacer otra cosa que agachar mi cabeza y besar el zapato de vestir de mi antiguo amigo. Cuando alcé la vista hacia él pude ver la satisfacción en su rostro. El policía le entregó la llave de las esposas, al tiempo que le decía:

-El esclavo queda ahora bajo su custodia, Señor. No dude en acudir a nosotros si necesita ayuda para su adiestramiento o si le causa algún problema mayor. Sabemos como tratar a los esclavos rebeldes.

-Gracias agente -repuso Jose-. No creo que eso sea necesario.

El policía se volvió y se alejó. José me ayudó a levantarme del suelo y me condujo hasta la puerta que daba al aparcamiento del recinto. Caía ya la tarde. Afortunadamente era verano y mi desnudez solo me provocaba vergüenza, no frío. En cuanto salimos y estuvimos solos le espeté:

-Jose, ¿cómo has podido…?

Me cortó en seco con un gesto y me dijo:

-Esclavo, me parece que aun no eres consciente de tu nueva situación. Tú y yo solíamos ser amigos, pero eso se ha terminado para siempre. Ahora soy tu dueño, me debes obediencia total y, por supuesto, absoluto respeto en todo momento. Así que yo no soy más “Jose” para ti. De ahora en adelante te dirigirás a mí como Señor o Amo y me tratarás siempre de Usted, ¿entendido?

-Jose, no puede ser que estés hablando en serio, yo… -súbitamente el collar en mi cuello se activó y me dio una dolorosa descarga, que me dobló de dolor.

-¿Vas a seguir por ahí? -me preguntó Jose-. Creo que vamos muy mal. Como te he dicho, me debes obediencia absoluta, y una de las normas de un esclavo es que nunca, NUNCA, habla si no es preguntado.

Iba a responderle, pero al ver su airado rostro me contuve. No quería recibir otra descarga. Me di cuenta del poder del infame collar. Nos dejaba completamente a merced de quien lo manejaba, incluso aunque fuese más débil que nosotros. No era mi caso, de todas formas. Jose me sacaba un palmo de estatura y era bastante más corpulento que yo.

Me condujo hasta su coche y me hizo entrar en la parte trasera. Me dijo entonces:

-Iba a quitarte las esposas, pero viendo tu actitud no me fío de ti y no quiero exponerme a que hagas una tontería.

¿Mi actitud? ¿Estaba loco? ¿Qué esperaba? ¿Qué aceptase aquello de buen grado?

Jose se subió al coche y condujo hasta su casa. Era ya casi de noche. Cuando llegamos recordé las veces que había estado allí, en un ambiente relajado y cordial, y me pareció increíble verme en aquella situación. Jose me ayudó a bajar del coche. En cuanto bajamos le dije:

-Jose, escúchame… -intenté hacerle razonar. Otra dolorosa punzada del collar.

-¿Qué te pasa? ¿Eres tonto, no escuchas o qué? -me dijo enfadado.

-Por favor, Jose… -supliqué dolorido. Otra descarga, ahora mayor que la anterior.

-Bueno, no quería llegar a esto, pero está claro que tengo que hacerlo -dijo, y lo vi sacar su móvil y operar con él. Cuando acabó me miró y me dijo: -Acabo de programar el collar para que se active automáticamente cada vez que intentes hablar, y que, a más intentos de hacerlo, mayor sea la descarga. Eso te enseñará a estar calladito.

Atónito y aterrorizado ante lo que acababa de oír quise protestar, pero en cuanto intenté emitir sonido, el collar me sacudió violentamente. Lo intenté otra vez y la descarga fue tan fuerte que me tiró al suelo. No podía creer que mi hasta ahora amigo me estuviese haciendo esto. Mi expresión de pánico debió de ser tal que Jose pareció apiadarse algo y me dijo en un tono más suave, mientras me ayudaba a levantarme:

-Bueno, bueno… si te comportas lo desprogramaré, no te preocupes. No es mi intención enmudecerte para siempre. Ahora voy a quitarte las esposas. Espero que no hagas ninguna tontería.

Mi furia en ese momento era tal que en cuanto me vi libre, sin pensar en lo que hacía, me lancé hacia él. No llegué ni a tocarlo. Una violentísima descarga del collar me sacudió y me hizo perder el conocimiento.

Cuando lo recobré vi que estaba encerrado en una jaula para perros, encogido en ella, ya que solo cabía arrodillado. Miré a mi alrededor y vi que era la sala que Jose tenía en su sótano, donde realizaba sus sesiones de BDSM. Había estado alguna vez en aquella sala y reconocí los diversos instrumentos de tortura. También recordaba la existencia de la jaula en la que me encontraba encerrado. Me encontraba solo en la habitación. En ese momento todas las emociones del día explotaron en mi cabeza y rompí a llorar desconsoladamente. A los pocos minutos apareció Jose. Me tragué mis lágrimas. No quería darle la satisfacción de verme roto. Se acercó, y poniendo una rodilla en el suelo para que su cara quedase a la altura de la mía me dijo sosegadamente:

-Que te quede claro que no quería en absoluto llegar a esto. De hecho, tenía pensado ser bastante gentil contigo hasta que te adaptaras a tu nueva situación. Incluso había preparado la habitación de invitados para que fuera la tuya y durmieses ahí. Pero es evidente que no quieres aceptar tu nueva vida y tendré que obrar en consecuencia.

Lo miré con odio y, olvidándome de mi situación, intenté contestarle. En cuanto emití sonido sentí la dolorosa punzada en mi cuello y enmudecí. Sin poder evitarlo, las lágrimas volvieron a acudir a mis ojos. Jose no hizo caso y continuó hablando:

-Sé que ahora me odias, pero quiero que sepas que todo esto lo he hecho por tu bien. Yo sé que has nacido para esclavo, que este es tu destino y que no te realizarás ni serás feliz hasta que lo aceptes. Cuando nos conocimos no quisiste entregarte a mí, aunque sé que lo deseabas más que nada en el mundo -¿de qué estaba hablando? ¿Se había vuelto loco?-. Pero tu miedo y tus prejuicios no te dejaron entregarte. Por eso en cuanto vi la oportunidad de que te vieras obligado a hacerlo, la aproveché. Que sepas igualmente que cuando te hice esas fotos no tenía ninguna intención de usarlas más que para mi goce personal. Las circunstancias me han llevado a hacer otro uso de ellas. Y conste que te denuncié porque sabía que serías mío. Nunca lo hubiera hecho de haber pensado que podías acabar en manos de cualquier bruto o sádico.

¡No podía creerme lo que estaba oyendo! ¡Encima tendría que agradecerle lo que había hecho! En el mismo tono calmado Jose continuó:

-Aunque no lo creas te sigo teniendo mucho aprecio, y no quiero hacerte daño, pero no dudaré en castigarte y herirte si es necesario para que asumas tu nuevo papel en la vida -señaló a su alrededor-. Conoces estos instrumentos y lo que puedo hacerte con ellos si se me antoja. Pero, créeme, no tengo ningún deseo de hacerlo. Si aceptas tu situación y te sometes realmente a mí en cuerpo y alma te aseguro que tu vida será muy buena y serás mucho más feliz que cuando eras libre.

Finalmente, Jose se puso en pie y terminó su discurso:

-Vas a quedarte ahí esta noche, y todo el tiempo que haga falta hasta que te rindas y te sometas a mí. Sé que es realmente incómodo y cruel, pero te ayudará a reflexionar y a decidir cuál va a ser tu actitud de ahora en adelante. Te aseguro que voy a doblegarte, por las buenas o por las malas. ¡Tú decides!

Se volvió y salió, apagando la luz y cerrando con llave la puerta metálica que daba acceso a la sala. Me quedé allí, encogido, sumido en la más absoluta oscuridad y pensando en todo lo que acababa de oír. Cada vez estaba más convencido de que aquel tío estaba mal de la cabeza. ¿De dónde se había sacado que yo deseaba ser esclavo? ¿Porque me gustaba un poco el juego sexual de dominación/sumisión? Ahora me parecía incluso más increíble la situación en la que me encontraba y lo que la había provocado.

Destrozado, me dejé caer como pude en la jaula, encogido y agarrotado, mientras la inmensa oscuridad me penetraba en el alma…

Continuará?