Traicionado y esclavizado 2
Ramón es condenado a esclavitud
Comenzó el juicio con el juez, un señor de unos 60 años de edad, anunciando que el ciudadano Ramón Molina había sido denunciado por prácticas homosexuales por D. José Luis Polo, allí presente, y al que conminó a que aportara pruebas de su acusación. Jose se levantó y dijo:
-Sí, Señoría, han llegado a mi poder unas fotos que probarán que el acusado realizó prácticas homosexuales prohibidas por la ley. Por favor… -hizo una seña a un agente y este operó un ordenador que inmediatamente proyectó una foto en una pantalla. El corazón se me paró. Era una foto en la que se me veía claramente lamiendo unos pies masculinos. Jose hizo otra seña y apareció otra foto, en la cual estaba chupando una polla. Pasó varias más del mismo estilo, y miró al juez con expresión de triunfo. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Era evidente que Jose me había estado sacando fotos a traición durante nuestras sesiones. ¿Cómo podía haber hecho algo así? Yo tenía plena confianza en él. Además, me di cuenta de que a simple vista era completamente imposible identificar al hombre a quien estaba dando placer. Jose se había guardado bien de eso. Evidentemente una investigación detallada y seria habría descubierto quién era el otro participante de aquellos actos, pero era de suponer que la policía no tenía ni tiempo ni ganas para efectuar dicha investigación. Jose, por otra parte, había estado casado y había tenido varias relaciones con mujeres, que podían atestiguar sin ningún género de dudas que él era heterosexual. Estaba completamente a salvo. No obstante, yo intenté con todas mis fuerzas gritar, acusarle de ser quien estaba conmigo en las fotos, pero la maldita mordaza que me habían puesto en la boca solo me permitía emitir sonidos ahogados.
Jose volvió a sentarse y, unos minutos después, el juez dijo que estaba listo para emitir el veredicto. Con voz firme y profesional anunció:
-Escuchada la acusación y cotejadas las pruebas aportadas, declaro al acusado Ramón Molina culpable de actos desviados y contra la moral, según la ley vigente, y lo condeno a ser esclavizado y entregado al ciudadano D. José Luis Polo, que será su dueño.
En ese momento se volvió hacia mí y mirándome a los ojos prosiguió:
-Quiero que comprendas exactamente lo que eso significa -el cambio al tuteo me despojó aún más de mi dignidad-. A partir de este momento quedas despojado de todos tus derechos como ser humano. Todos aquellos bienes que poseas pasarán a pertenecer automáticamente a tu amo. Jurídicamente te conviertes en un objeto, en una de sus posesiones. Como tu dueño, le debes absoluta obediencia y podrá disponer de ti en la forma que se le antoje, incluido infligirte cualquier daño o incluso darte muerte sin que pueda haber castigo alguno para él por ello -yo estaba helado, me sentía morir. El juez concluyó, pasando a un tono casi paternal: -Sé un buen esclavo y haz que tu amo se sienta orgulloso de poseerte.
Dio un golpe con el mazo y llamó al siguiente caso. Así, de un modo tan simple, mi vida había dado un giro tan inesperado como dramático. Lo siguiente que supe es que fui sacado a empellones de la sala y conducido a un pequeño patio interior. Allí dos policías me quitaron la mordaza y las esposas y me obligaron a desnudarme. Una vez completamente desnudo me frotaron una especie de barro por todo el cuerpo, que se me pegaba firmemente a la piel. En cuanto me hubieron cubierto aquello empezó a quemarme como fuego, especialmente en las zonas más sensibles. Me tiré al suelo retorciéndome, sin poderlo soportar. Entonces uno de los policías tomó una manguera que había allí y me la enchufó. El agua me pegó violentamente y, afortunadamente, calmó mis ardores, pero, a medida que iba quitando el barro de mi cuerpo, con él se iba todo mi pelo, absolutamente todo, incluido el de la cabeza. En unos pocos minutos mi cuerpo quedó completamente lampiño. Cuando estaba limpio me levantaron y me pusieron el taparrabos de los esclavos. En mi cabeza dije adiós con tristeza a mis ropas. No volvería a vestir como una persona normal.
A continuación, me condujeron a una sala con una silla como de dentista y material médico y me hicieron sentar con violencia en la silla, a la que seguidamente me ataron los brazos y las piernas, saliendo después de la sala. Yo estaba en ese momento completamente abatido y sin fuerzas para resistirme. A poco entró en la sala un señor maduro con bata de médico y un objeto en la mano. En un primer momento no se dirigió a mí. Enseguida vi lo que traía en la mano. ¡Era el infame collar de los esclavos! Me agité desesperado, pero las ligaduras que me ataban me impidieron moverme. Me pareció que el hombre sonreía burlón ante mis esfuerzos, aunque no pude estar seguro. Entonces, lenta y metódicamente lo colocó rodeando mi cuello y lo fijó soldándolo cuidadosamente. Me sentí morir. Cuando hubo terminado, me habló suavemente y en tono profesional:
-Este collar queda fijado ahora en tu cuello permanentemente. Ni siquiera tu dueño podría quitártelo aunque quisiese. Solo aquí podríamos quitarlo. Va con energía solar, así que no necesita ser cargado –“estupendo”, pensé, “la tecnología punta al servicio de la crueldad más absoluta”-. Produce descargas eléctricas en tu cuerpo, muy graduales: pueden ser una pequeña punzada molesta, una descarga que te deje inconsciente o, en potencia máxima, pueden electrocutarte. Sirve a los hombres libres para controlar a los esclavos, así como para castigarlos. Antes se manejaba desde un mando, pero como a veces los esclavos robaban dicho mando y agredían a sus dueños, ahora se controla desde un chip que se implanta en la mano del amo. Así basta que se pulse la palma de su mano para activar el collar, como Spiderman cuando produce sus telarañas, jajaja -rió de su propio chiste-. No obstante, también tiene un mando independiente, por si tu amo quiere en algún momento dar control sobre tu collar a otra persona. Se puede, inclusive, programar desde una aplicación en el móvil. Lleva, además, incorporado un GPS, para localizar rápidamente a cualquier esclavo que se fugue, y puede ser activado a bastante distancia, así que si un esclavo huye se le puede inutilizar o incluso matar casi inmediatamente -estaba claro que estaba realmente orgulloso de la maravilla tecnológica que era aquel artilugio. Sentí náuseas ante tanta indiferencia y crueldad. Incluso aunque se hubiera estado refiriendo a un animal habría resultado insensible aquella explicación. Tratándose de seres humanos era sencillamente monstruoso. Cuando acabó su detallada explicación, poniéndome una mano en el hombro, me preguntó: -¿Lo has entendido?
-Sí -dije a media voz y en medio de mi abatimiento absoluto. Entonces el respetable señor hizo algo que no hubiese sospechado. Con la mano abierta me dio una tremenda bofetada.
-Sí… ¿QUÉ? -inquirió con voz de trueno. Lo miré desconcertado y de nuevo me abofeteó con violencia. Al fin comprendí lo que esperaba.
-Sí… Señor -dije.
-Así está mejor, más vale que vayas acostumbrándote a tu nueva situación, hijo.
Salió de la habitación. “Maldito sádico”, pensé. Estaba claro que solo iba a encontrar violencia y desprecio a partir de ese momento. Los dos policías que me habían llevado allí volvieron y me desataron. Me condujeron por un pasillo, al final del cual por fin vi a Jose…
Continuará?