Traicionado y esclavizado 11

La hora más oscura es la que precede al amanecer...

Unos días después de aquello y, supongo que siguiendo su estrategia de humillarme delante de todos aquellos que habían significado algo en mi vida, Jose me anunció que de nuevo tendríamos dos invitados esa noche a cenar. Y esta vez no hubo misterio alguno, me dijo directamente que se trataba de Raúl y Emilio, mis amigos de toda la vida. En efecto, los tres habíamos estudiado juntos, desde la primaria, y desde entonces habíamos sido inseparables, aunque, como suele ocurrir, la vida nos había llevado por distintos caminos y el lazo se había aflojado un poco. Me pregunté cómo podría Jose haber sabido de su existencia. No creía que hubiesen coincidido nunca o que le hubiese yo hablado de ellos. No obstante, en los tiempos de las redes sociales, supongo que es muy fácil encontrar a los amigos de alguien, si uno quiere investigar.

El anuncio me dejó completamente frío. A aquellas alturas no esperaba de nadie ya no ayuda o cariño, sino simplemente una mínima empatía y humanidad. Además, me encontraba totalmente hundido. Aparte del trauma que había supuesto para mí el reencuentro con mi familia, especialmente con mi padre, había recibido terribles noticias en el trabajo. La primera de ellas era que Fernando iba a pasar a ser instructor en la empresa y, por tanto, dejaba su puesto en nuestra tienda. En su lugar se iba a promocionar a uno de mis compañeros, Luis o Carlos, aún no se había decidido cuál. De modo que en pocos días uno de aquellos dos monstruos homófobos, sádicos y completamente insensibles, iba a ser mi jefe. Podéis imaginar cómo me encontraba sabiendo que a partir de ese momento mi trabajo en el supermercado se iba, con absoluta certeza, a convertir en un infierno.

Con todo, la otra noticia era infinitamente peor. El dueño de David se trasladaba a otra ciudad y, naturalmente, se iba a llevar a David con él. En un par de semanas nos separarían para siempre. Ni siquiera podríamos escribirnos o saber el uno del otro, ya que Jose me tenía estrictamente prohibido cualquier uso del ordenador o Internet. De forma que se esfumaba mi única razón para vivir. Tras llorar y llorar, tanto junto a mi “novio” (novio de 15 minutos al día) como solo en mis oscuras noches, una cosa me había quedado clara. Si no había de volver a ver a David, no quería seguir viviendo.

Comencé entonces a planear mi suicidio. ¿Cómo lo haría? Lo más fácil sería ponerme a gritar y no parar hasta que el collar subiese al máximo su intensidad y me electrocutara, ya que Jose lo tenía programado para que, a más intentos de hablar, mayor fuese la fuerza de la descarga. Sin embargo, no estaba seguro de que fuese a ser capaz de seguir gritando mientras el collar me sacudía y, además, incluso en caso de tener éxito, Jose podía pensar que había sido un accidente provocado por un mal funcionamiento del collar, y eso no lo deseaba de ninguna forma. Si iba a perder la vida, quería que Jose tuviese claro que me había suicidado y que lo había hecho por causa suya. No creía que se fuera a sentir muy culpable por ello, para él era menos que un perro, pero ya un mínimo remordimiento por su parte me habría parecido un tremendo triunfo.

Entonces andaba barajando esos días otras opciones. ¿Ahorcarme? Demasiado complicado para alguien tan torpe como yo. ¿Rajarme el cuello con un cuchillo? No sé si tendría valor para hacer eso. ¿Envenenarme? Era mi mejor opción, pero me daba mucho miedo el dolor que podía sentir antes de morir.

Sin embargo, aquella vez se iba a cumplir la máxima de que “la hora más oscura es la que precede al amanecer”…

Esa noche preparé, como de costumbre, una espléndida cena y, cuando los invitados llamaron acudí a abrirles. Allí estaban mis amigos de la infancia, Raúl y Emilio, sonriéndome. Inmediatamente me postré a besar sus zapatos y, como en un diabólico deja vu , Raúl empezó a burlarse de mi aspecto, tal y como había hecho la vez anterior mi hermano Pedro.

Jose les saludó efusivamente y los tres se sentaron a la mesa, charlando amigablemente. Raúl continuó en esa actitud de meterse conmigo todo lo que podía, pero a diferencia de mi hermano, que lo había hecho principalmente en tono de broma, Raúl parecía estar bastante resentido conmigo, y tuve que aguantar que dijese cosas como:

-Nunca hubiera imaginado que uno de mis mejores amigos pudiese ser un sucio maricón -le decía a Jose agriamente. Y luego, dirigiéndose directamente a mí: -¿Qué, maricón? ¿Me mirabas cuando nos cambiábamos en los vestuarios? ¿Me deseabas? ¿Te tocabas pensando en mi polla? ¿Te hubiera gustado chupármela? ¡Contesta, puto cerdo! -y me dio una violenta bofetada, pese a que había sido informado puntualmente de que yo no podía hablar.

A mí todo aquello me importaba ya muy poco. Estaba cumpliendo mis obligaciones como un autómata y apenas escuchaba lo que decían. Mi pensamiento solo estaba en David y en que, en cuanto él saliese de mi vida para siempre, yo la pondría fin. Así seguí cuando, de nuevo como en una pesadilla recurrente, tuve que lamer y masajear los pies de Raúl, así como beberme su meada y sus escupitajos, mientras seguía abofeteándome con todas sus fuerzas a la menor ocasión, con el beneplácito de Jose.

No sabía aún que aquella noche me esperaba una tremenda sorpresa...

Durante toda la velada mi amigo Emilio se había mantenido bastante al margen de los insultos y vejaciones de Raúl. Aunque había charlado con los otros dos, en todo momento había sido de temas banales, sin mencionarme y sin dirigirse a mí en ninguna ocasión. Incluso había rehusado cortésmente el masaje de pies por mi parte que Jose le había ofrecido como a su compañero. La verdad es que, en mi estado, yo apenas había reparado en ello. Sin embargo, en un momento dado, Emilio le preguntó a su anfitrión:

-Jose, quiero usar la boca del esclavo como urinario, pero me da un poco de corte mear aquí delante de vosotros. ¿Te importaría si lo hago en el baño?

Jose accedió, naturalmente, comprensivo, y me mandó acompañarlo al baño. Al llegar allí me arrodillé para recibir su meada, cuando ocurrió algo totalmente inesperado. Emilio cerró la puerta me hizo levantar y me dijo, en voz baja y agitada:

-Ramón, esto está a punto de terminar. Vas a ser liberado. La Resistencia va finalmente a tomar el poder. Al fin la presión internacional ha conseguido que el ejército se ponga de nuestra parte y sin ellos el gobierno no tiene nada que hacer ya. La infame ley será revocada y todos los esclavos volveréis a ser libres. Te lo aseguro, ¡es cuestión de días ya, tal vez de horas!

Me quedé tan atónito que hubiese perdido la voz de haber dispuesto de ella. Yo no tenía ni idea de aquello que me estaba diciendo Emilio. Es verdad que había oído rumores acerca de “la Resistencia”, un movimiento clandestino antigubernamental que, entre otras cosas, había ayudado a algunos esclavos a huir del país. Pero creía que eran solo habladurías y que, en todo caso, era un grupo marginal y con nulo poder. Por otra parte, yo no podía tener ni idea de la realidad, ya que tenía totalmente vetado el acceso a Internet y lo único que sabía de la actualidad eran las noticias que veía Jose mientras yo le servía o masajeaba los pies, y, obviamente, todas las cadenas de televisión estaban férreamente controladas por el gobierno.

Pero si aquello que decía Emilio era cierto, entonces… ¡todo podía cambiar radicalmente en mi vida, absolutamente todo!

-Tienes que aguantar un poco -continuó Emilio, tomándome de los brazos-, pero ya es seguro. ¡Confía en mí!

Sonreí y asentí, totalmente abrumado por lo que me decía. Entonces me conminó a que no dijese nada. Los jefes de la Resistencia, entre los que mi amigo se encontraba, temían que algún amo, si se enteraba de la noticia antes de la cuenta, pudiese matar o mutilar para siempre a sus esclavos, para evitar que se los quitasen o simplemente para eludir su posible venganza. Haciéndome un gesto cómplice, los dos salimos a continuar la velada disimulando nuestro secreto. Aún tuve que aguantar diversas vejaciones e insultos por parte de Raúl, jaleado por Jose, pero, si antes me habían importado poco, ahora no me importaban absolutamente nada.

Aquella noche apenas dormí. ¿Sería cierto lo que me había dicho Emilio o solo era producto de un optimismo exagerado? Mi carácter, de natural catastrofista, me hacía poco proclive a hacerme ilusiones. Pero si aquello era cierto… volvería a ser libre y, sobre todo, David y yo podríamos estar juntos para siempre…

Continuará...