Traición marital cruzada (2) ¿Final....?

Margarita, la esposa de Cristóbal, ha descubierto el pastel, y decide vengarse devolviéndole la moneda.

La sintonía del Planeta Imaginario volvió a sonar en la alcoba de Viola, que, perezosamente, cogió la llamada una vez más.

-¿Quién es? – preguntó, ya algo molesta. Era la tercera vez que sonaba desde un número oculto y nadie contestaba al otro lado. En esta ocasión, al fin se oyó una voz femenina.

-Buenas noches, señorita… ¿hablo con la titular de la línea?

-No me fastidies, son casi las dos de la mañana, ¿pretendes que me trague que llamas para venderme algo? ¡Si te aburres, seas quien seas, pon la tele que está para eso, y deja de molestar! – Estuvo a punto de colgar, pero Tóbal ya se había hartado.

-¿Otra vez el bromista…? – dijo y tendió la mano hacia el móvil. Viola se lo entregó – Hola, ser triste sin vida social, ¿ya te han dicho que vas a morir solo…? – La bromista no contestó nada, pero Viola le sonrió. – A diferencia de ti, que necesitas incordiar a las personas para intentar encontrar un poco de diversión, nosotros lo estamos pasando muy bien. Y mejor que vamos a pasarlo ahora, con un oyente que va a rabiar de envidia. Dejo la línea abierta para que sufras, y de paso, si quieres, te masturbas. Seguro que te vendrá bien, porque ya te aviso que es algo que siempre vas a sentir a solas, jamás con otra persona.

Tóbal dejó el móvil en la mesilla y le hizo un guiño a Viola, que se rió sin contenerse. Estaban ya en la cama, hablando, tonteando, la verdad es que estaban ahítos de sexo, ninguno de los dos podía más, pero empezaron a gemir como si estuvieran teniendo el polvo más salvaje del mundo, describiendo con lujo de detalles lo que supuestamente estaban haciendo:

-¡Dame más, dame máaaaaaaaaaaaaaaaas….! ¡Hasta el fondooooooo, fuerte….! – gritó Viola entre risas, mientras Tóbal tampoco podía dejar de reír y se movía sobre la cama para que sonaran los muelles.

-Oooh, sí, nena… ¡exprímeme, me encantaaa! – gritó él.

-Ya está, ha colgado – sonrió Viola.

-Verás como ese idiota no vuelve a llamar aquí. – Tóbal estaba guapísimo con su sonrisa de triunfo. Es cierto, tenía una nariz muy grande, el cabello le empezaba más atrás de lo que hubiera sido deseable, y era bajito, pero a ella le encantaba tal y como era. Adoraba su nariz, a ella le parecía una nariz única, con carácter, con decisión. Atrayente y llamativa, era imposible no fijarse en ella. Y además, como la propia Viola la definía era "proporcional y compensatoria". Cuando Cristóbal le preguntó qué quería decir con eso, ella contestó que era "compensatoria, en cuestión de talla… y proporcional al tamaño de "otras partes" de su cuerpo…". Él se había reído y ella le había besado la nariz.

Por una nariz mucho más pequeña, y mucho más lejana, ahora corrían lágrimas. Margarita, la mujer de Cristóbal, había sido la autora de las llamadas de número oculto. Las tres primeras veces, no había sabido qué decir cuando oyó la voz femenina del otro lado… femenina y juvenil, y desconocida para ella. Le había venido entonces la sospecha, pero no… no quiso dejarse a sí misma creerlo, era absurdo. Su Cristóbal no… un hombre tan formal, tan serio, no podía tener una… No, no, era imposible… Pero no podía dejar de darle vueltas, y por eso llamó una y otra vez, sin saber qué decir, hasta que se le ocurrió el endeble truco de fingirse una teleoperadora para intentar sonsacarla. Cuando oyó, sin posibilidad de error, la voz de su marido, estuvo a punto de dejar caer el teléfono. Hubiera querido morirse antes que saber algo semejante, haberse cambiado por su padre, moribundo, sedado y conectado a una máquina, antes que imaginar que Cristóbal, su querido Cristóbal

Intentó contenerse, pero las lágrimas fluían solas y un sonoro sollozo se escapó de su pecho. Se llevó la mano a los ojos mientras se inclinaba a causa del llanto y sintió lástima, una lástima infinita por sí misma, por su matrimonio falso y por su propia vida, en la que no había nada que fuese realmente auténtico. Quiso creer que quizás era la primera vez, la primera aventura que había tenido… pero no pudo evitar recordar aquéllas otras ocasiones en las que, por temporadas, llegaba tan cansado, volvía tarde, pero siempre de buen humor… Nunca olía a nada sospechoso, o al menos, ella nunca lo había notado, pero esas veces… esas veces siempre era más cariñoso que de costumbre, siempre la prestaba más atención, siempre quería acurrucarse contra ella y mimarla, y ser mimado… Ahora Margarita entendía por qué, o creía entenderlo. Su marido no buscaba su cariño. Sólo buscaba inconscientemente su perdón, "decirle" de alguna manera algo como "sí, me acuesto con otra, pero es contigo con quien estoy casado"… Tuvo ganas de llamarle, de decirle que le había descubierto, de gritarle lo cerdo cabrón que era, ¡ella velando las últimas horas de su padre, y a él le había faltado tiempo para irse con una zorra! Pero se contuvo, no quería que la oyera llorar por él, ni por autocompasión, sería demasiado humillante. Sólo pensó que quería hacerle daño, herirle en lo más profundo, hacerle todo el daño que pudiera

-¡Por Dios…! ¿Qué hace aquí llorando sola…? – dijo el médico, apesadumbrado. Margarita se sobresaltó, no esperaba que nadie la descubriese, pero el rostro, amable y preocupado del doctor Téllez, estaba en la puerta de la habitación. – Por favor, entiendo que lo de su padre es un golpe durísimo, sé que se siente muy triste, pero no debe quedarse sola cuando se sienta así… - El médico entró en la habitación y se sentó en el sillón contiguo, colocando su mano ancha y cálida sobre el hombro tembloroso de Margarita. – Sé que es… tentador, el llorar a solas. Cuando nadie nos ve, podemos dar rienda suelta a nuestras emociones sin miedo a que nadie nos censure, ni se ría de nosotros… pero le aseguro que eso no es bueno. La tristeza debe compartirse, si uno no se quiere ahogar en ella. También para eso, estamos nosotros aquí. Nuestro trabajo, no consiste sólo en inyectar morfina… hábleme, Margarita.

Ella quiso hacerlo. Si había alguien en el mundo que podía ofrecerle la empatía que en ese momento necesitaba, era aquél hombre tan bondadoso y humano… pero no pudo hablar, el llanto le copaba la garganta y sólo fue capaz de sollozar sordamente. Téllez le apretó los hombros y la abrazó contra él, y Margarita se sintió menos miserable por un instante, mientras lloraba sobre su pecho acogedor.

-Me ha… él me ha… - decirlo, era admitirlo, hacer que tomase realidad para el mundo entero. Y eso dolía más aún. Téllez la apretó con fuerza entre sus brazos, y de algún modo, eso le dio entereza para continuar – mi marido me ha engañado. Está con otra… yo estoy aquí, sola, con mi padre que se muere, y él está con una guarra… quizá estén en nuestra casa, en mi cama… y creo que no es la primera lagarta que tiene

Téllez se había quedado literalmente de una pieza. Esperaba escuchar la tristeza de una mujer que se ha pasado el día sola, sin nadie con quien compartir sus recuerdos o su dolor, esperaba un lamento amargo por su soledad y la pesadumbre que en mayor o menor medida a todos nos produce la muerte de un ser cercano, sea querido o no. Pero ciertamente, no se esperaba aquello. Él mismo estaba divorciado, su matrimonio no había sido precisamente perfecto, pero nunca se le había ocurrido ser infiel a su esposa.

-Margarita… ¿Está segura? ¿Ha hablado con él?

-No directamente. – contestó ella, sorbiendo por la nariz – pero no ha hecho falta. He visto su factura de teléfono, estaba llamando mucho a un número últimamente, un número que yo no conocía. He llamado, y me ha contestado una voz de mujer. Y… y él estaba con ella. No sabía que era yo la que llamaba, llamé con ocultación… y… y me tomaron por un bromista, y se han puesto a hacerlo mientras yo escuchaba.

-Margarita, eso no es concluyente. Puede que solamente sea una amiga, una compañera de su trabajo con quien no tiene nada y menos sexo, pero que le guste hablar con ella y no haya querido decírselo por miedo a que usted sospeche. Si la han tomado por un bromista, han podido fingir que estaban teniendo sexo sólo para que colgara o rabiara, igual que podían haber fingido que estaban cometiendo un asesinato para ver si se asustaba… Es algo que yo mismo he hecho con algún pesado que cogió cariño a mi número y no dejaba de llamar. Antes de pensar lo que no es, debería hablarlo tranquila y personalmente con su esposo.

-¿Una amiga? Diga más bien "una amiguita". – contestó ella con resentimiento – conozco a mi esposo, él no cree en la amistad entre hombres y mujeres, es desconfiado y no tiene amigos. Desde que nos casamos, dejó de ver a los que tenía y con los compañeros de su trabajo no tiene confianzas como para cenar con ellos. No, con esa mujer no tiene una amistad, tiene un lío.

-Yo sólo le digo que hoy día, uno no puede sacar conclusiones por ver juntos a un hombre y a una mujer, ni siquiera porque estén juntos y solos… Mi hermano, sin ir más lejos, pensó que su esposa tenía un amante porque tenía un gran amigo, y ella iba a verle a su casa y todo. Un día la siguió y armó el bollo padre en la casa del amigo porque pescó allí a su mujer y el amigo la estaba tiñendo el pelo y peinándola mientras se contaban sus cosas… y mi hermano quiso que se le tragara la tierra cuando se encontró que el que él creía el amante de su esposa, vivía con otra persona. Y esa "otra persona", se llamaba Abelardo. No se pueden sacar conclusiones rápidas, Margarita… debe hablar primero con él. Yo le aconsejo que mañana temprano, calmada y fríamente, le llame y se lo pregunte. Si realmente le ha sido infiel, no tendrá dónde agarrarse y lo más fácil es que se derrote, pero tanto si lo ha sido como si no, merece la oportunidad de explicarse.

-Es usted demasiado bueno, Roberto – era la primera vez que ella le llamaba por el nombre de pila, y el doctor sonrió – Si hubiera oído lo que he oído yo, no le quedarían dudas. – Téllez suspiró.

-Yo tuve que oír a mi esposa decirme que no me amaba. Y que no estaba segura de haberme amado nunca. Me lo dijo cara a cara, sin pasión, sin enfados y con toda la sinceridad del mundo. Pero yo todavía sigo dudando, sigo pensando que hay posibilidades, que podemos recuperar lo que teníamos. Hace tres años que no me coge las llamadas, ni me devuelve los mensajes, pero yo la sigo llamando "mi mujer" o "mi esposa" cuando me refiero a ella. No puedo verla de otro modo, no me hago a la idea de pensar que todo se ha terminado. Por lo que sé, lleva ya casi un año viviendo con un hombre y antes había tenido alguna que otra aventura, pero yo sigo pensando que volveremos, que en el fondo todavía me quiere, y que se dará cuenta de que nadie va a quererla nunca como yo… ¿Suena estúpido, verdad?

-Pues la verdad, sí. – Téllez sonrió y a través de sus lágrimas, también Margarita lo hizo. – Yo soy más realista. Me doy cuenta enseguida de cuándo las cosas se han terminado, y ahora lo han hecho. Es horrible pensar que he estado viviendo una mentira, ¿por qué no me lo dijo? Si no me quería, ¿por qué no me lo contó? Es lo que más me molesta, que me haya engañado, que me haya hecho creer que teníamos una buena relación, que nos dábamos cariño, y luego estaba por ahí tirándose a otra… o a otras.

-Supongo que es lo que se piensa siempre. Cuando yo me enteré que ella estaba con otro desde poco antes de dejarnos, me pasé mucho tiempo pensándolo "¿Es que no lo hacía bien? ¿Qué tiene ese que no tenga yo? ¿Es mejor el sexo con él que conmigo?"

-¡Ya salió aquello! – cortó Margarita – Mire, doctor, y perdone de antemano, pero el sexo, está muy sobrevalorado. Su esposa, no le dejó porque el otro lo hiciera mejor, porque para una mujer, lo mismo da uno que otro, porque no hay nada especial que sentir en ello, y la que diga que no, o miente, o es una guarra. Ella le dejaría porque no le amaba, porque el otro era más divertido o tenía más dinero o más cosas que ofrecerle, pero por el sexo, ya le digo yo que no.

-¿Qué quiere decir…?

-Quiero decir que el orgasmo femenino, es un mito inexistente. Las hay que gozan, sí, porque ahí hay nervios, igual que si te acariciaran un brazo o el cuello, pero, ¿va a tener nadie un orgasmo porque le rocen el cuello, porque le den un masaje? No. Una mujer, no puede tener orgasmos, su cuerpo no está equipado para ello. Y no lo está, porque no lo necesita, igual que no puede eyacular porque no tiene con qué, y porque no lo precisa, como un hombre no precisa tener la regla y no la va a tener jamás. Si un hombre se empeñara en sangrar por el pene, ¿qué concepto tendríamos de él? Que está loco. Igualmente, una mujer que pretende tener orgasmos, tampoco está muy bien de la cabeza, y así acaban la mayoría de las que gozan o dicen que gozan: en las consultas de los psiquiatras con ansia de pene, ninfomanía, y en las consultas de los médicos, podridas de venéreas. Soy enfermera, estoy harta de ver cosas así. Hoy día, con eso del feminismo, parece que sea pecado decir las verdades, pero la verdad sólo tiene una cara, y es ésa. Una mujer, no puede tener orgasmos, y punto.

-¿Eso… se lo ha dicho su marido?

-Si me toma por una estúpida que se deja manipular, se equivoca, Roberto. Eso, lo he leído, y lo he estudiado en tratados de anatomía y sexualidad, tanto cuando hice mi carrera, como más tarde. Todos ellos de autores reputados y serios. No son cosas que me hayan contado por ahí y yo me haya creído como una bobita, yo me he preocupado de saber cómo es mi cuerpo.

-Pues… perdone que se lo diga, pero se ha informado usted bastante mal. – Téllez empezaba a intuir cuál era el comportamiento de Margarita en el sexo, y aunque eso no disculpase a sus ojos al marido de ella, su actitud resultaba ahora un poco más comprensible. Habló con tacto – Margarita, el cuerpo femenino, igual que el masculino, puede tener orgasmos… y le diré que hasta debe tenerlos.

-¿Por qué?

-Pues porque… porque es lo natural, lo lógico. Igual que cuando come algo percibe su sabor, cuando recibe estimulación sexual, debe tener placer y un orgasmo. Eeeh…. Su marido… ¿nunca ha intentado…?

-No me hable de lo que ha intentado. Bastante me costó convencerle para que me dejase en paz con sus ansias y sus caprichos depravados, ya se lo dije en su momento "no te has casado con una actriz porno, y no voy a hacer cosas raras sólo para que tú te excites".

-¿Cosas raras…?

-Él… leía pornografía – Margarita estaba algo incómoda, pero en fin… Roberto, antes que ser hombre, era médico, él lo entendería, no se iba a escandalizar – "tratados de sexualidad modernos", lo llamaba él, pero para usted y para mí, era pornografía y punto. Decía que tenía que masturbarme, ¡masturbarme yo, una mujer ordenada y decente…! En fin, decía que tenía que hacerlo para "descubrir mi placer", y se ofreció a hacerlo él mismo cuando yo me negué. ¡Incluso me dijo que podía hacérmelo con la boca! ¿Se da cuenta? No sé cómo me he dejado engañar, siempre ha sido un depravado, pensé que podía cambiarlo, que él podía cambiar, darse cuenta de que se estaba portando como una especie de animal que sólo pensaba en sexo, y ser un poco más cerebral… pero me engañó. Nunca ha cambiado. Se ha quedado conmigo porque le he resultado cómoda y poco más, y luego se ha buscado a otras para portarse como el cerdo que es

-No, Margarita… No disculpo a su marido, una infidelidad es imperdonable, pero lo que él intentó, no fue nada asqueroso, ni depravado. Fue algo normal, él quería que usted gozara, si la hubiera obligado a mantener prácticas sexuales, sí sería censurable, pero, ¿no la obligó, verdad?

-Estaría bueno que hubiera intentado obligarme. Me lo pidió muchas veces, pero yo siempre me negué, claro está. Discutimos, le acusé de no quererme, de querer sólo sexo, porque no pensaba en otra cosa, me agobiaba todo el día con probar conmigo esto o aquello, para que disfrutara… ¿porqué no entendía que yo simplemente no podía gozar, no quería hacerlo y ya está? A partir de aquélla discusión, se calmó y fue dejando de pedir.

-¿Cuánto hace de aquello?

-No lo sé bien… puede que llevásemos casados quizá dos o tres años.

-¿Y desde entonces, él no ha vuelto a insistir?

-Eso es.

-¿Hace cuanto que no tienen sexo?

-No lo sé… no lo recuerdo. – Téllez resopló. -¿Qué?

-Margarita… no se enfade conmigo por decirle esto, pero… eso, no es ya un matrimonio. Hace mucho que dejaron de serlo, si es que alguna vez lo fueron. Usted y su esposo simplemente comparten casa, eso es todo. Pero eso, no les hace un matrimonio.

-¿Cómo que no? – se indignó ella - ¿Es que SIEMPRE tiene que salir a relucir el cochino sexo? ¿Sin eso, una pareja no existe? ¿No basta con quererse, con darse cariño, siempre tiene que salir esa maldita guarrada, esa asquerosa suciedad?

-…Perdóneme, ¿de niña, sufrió usted abusos? ¿O… o es que la atacaron sexualmente en algún momento…?

-Claro que no, ¿a qué viene eso ahora?

-Es que… nunca había visto a nadie que tuviera tanta aversión por el sexo, sin haber sufrido violación, o abusos sexuales de cualquier tipo, o… ¡o educación violentamente represiva! – el doctor ya no sabía qué pensar.

-Roberto, nunca me han violado, mis padres no eran especialmente religiosos, nunca sufrí abusos de ningún tipo. Simplemente, el sexo es algo sucio, lleno de sudor, de manchas, de sangre, de jadeos, de descontrol… es algo animal y asqueroso. Un hombre haciendo sexo es lo más ridículo que hay, lo más vergonzoso. Si mi marido pudiera verse como le veía yo, hubiera dejado de pedirme sexo mucho antes.

-Quizá él se veía así. Se veía así a través de cómo usted se comportaba con él durante el coito, y por eso dejó de hacerlo. Margarita, el sexo no es algo sucio, puede ser hermoso, como… como un beso, como una conversación, todo depende de cómo lo mire uno. Si uno piensa que un beso es lamer las babas de otra persona y coger con la lengua los gérmenes que tenga en la boca, o posibles restos de comida, también le parecerá asqueroso y no querrá practicarlo. – Ella soltó una risita cínica. El sexo algo hermoso… claro, era muy hermoso que tu pareja sudase sobre ti. Maldito capullo… tantos años aguantándole, soportando su olor a sudor, su cosa dentro de ella, manchándola por dentro y ensuciando las sábanas, y ella dándole mimitos cuando acababa, ignorando el asco que sentía por lo que acababan de hacer, y todo, ¿para qué? Para que se largara con otras. Ojalá pudiera… y entonces, miró al doctor. Téllez era un hombre guapo, y ella le gustaba… ¿por qué no devolverle la moneda a su maridito?– Su esposo, tal vez no fue el más diestro al intentar que usted disfrutara, pero yo soy médico, y aunque no lo abarque todo, también soy ginecólogo. No es lo mismo que sexólogo, desde luego, pero… algo sí sé. Margarita, lo que usted padece es anorgasmia, y es duro de tratar, pero puede estar segura de que tiene remedio.

-Roberto, yo no creo que yo tenga problema alguno. Creo que lo tienen los demás, sobrevalorando tanto el sexo.

-Bueno, si no ha tenido nunca un orgasmo, no sabe si está sobrevalorado. – Téllez respingó cuando sintió la mano de Margarita sobre su rodilla.

-Le apuesto lo que quiera a que no va a poder dármelo. – El médico permaneció en silencio unos segundos. Sabía que quien hablaba, era el despecho de Margarita, su deseo de devolvérsela a su esposo… pero él llevaba sin una mujer más de un año. Había tardado dos en rehacerse lo suficiente después de su divorcio como para tener una aventura, y aún así después se había sentido fatal, como si la hubiera traicionado, y después de aquello, no había propiciado nada más. Y Margarita le gustaba. Le atraía lo terriblemente necesitada que estaba, tanto de cariño, como de atención médica. Y quizá no tanto de cariño, como de goce sexual. El pitido del pulso del moribundo que estaba en la cama, le hizo pensar… "Qué importa lo que vaya a pasar mañana. Es hoy y ahora cuando estamos aquí. Cuando ese hombre se muera, ella se marchará, es estúpido no aprovecharlo, no va a haber otra oportunidad".

-Si lo consigo… esto es, si consigo que usted tenga un orgasmo, o al menos, goce más de lo que haya hecho en otras ocasiones, lo bastante para que se convenza de que sí existe el orgasmo femenino… ¿querrá quedarse y continuar el tratamiento?

-De acuerdo - ¿Qué riesgo corría? Al fin y al cabo, ella sabía que era imposible.

Téllez la tomó de la mano y la sacó del cuarto, a Margarita no le importó ya dejar a su padre muriéndose solo, él mismo no se enteraba de nada y siempre había enseñado a sus hijos que los deseos personales están por encima de las necesidades de tus seres queridos; que apechugase con las consecuencias. El pasillo estaba prácticamente desierto, y entraron en una habitación vacía. La cama parecía recién hecha y olía a ambientador de pino. Téllez corrió las cortinas y echó la llave por dentro para asegurarse de que no eran molestados.

-Desnúdese… o mejor dicho, desnúdate.

-¿Con usted aquí?

-Déjeme adivinar: delante de su marido, nunca se ha desnudado, usted o él se desvisten en el cuarto de baño, ¿verdad?

-Claro. Vamos, es lo lógico.

-No, Margarita, no es lo lógico. No dentro de un matrimonio. Tiene que ver que su cuerpo, provoca deseo en su marido, o en su compañero.

-Su ansia, es algo que no me interesa ver. Si un hombre quiere ver un striptease, que se vaya a un local de striptease.

-¡No se trata de hacer un striptease…! Se trata de… de ver algo que nos gusta, cómo se nos ofrece para nosotros. Es como… ¡como ver cómo se cocina un dulce que nos encanta! Mire, lo mejor será que sea yo quien se desnude primero, y usted me dice qué le hace sentir.

Margarita estuvo a punto de negarse, pero Téllez se quitó la bata de médico y la chaqueta y las colgó en el perchero de junto a la puerta. No lo hacía de modo sensual, sino tan sólo metódico. Se aflojó la corbata y también la colgó. La miró a los ojos y empezó a desabrocharse la camisa. La mujer se descubrió a sí misma mirándole con atención, cayendo en la cuenta que casi no había visto a su marido desnudo, y ahora poco menos que un desconocido se estaba desnudando para ella. Cristóbal había querido que ella lo mirara en muchas ocasiones, pero ella siempre se había negado, le había llamado inmaduro y guarro, y él con el tiempo, había dejado de insistir, como en todo… El pecho de Téllez era casi lampiño. Qué diferencia con el de Cristóbal, peludo como un asqueroso mono… Finalmente se quitó la camisa y también la colgó. Sin camisa, se notaba que estaba algo llenito, fuerte, pero algo llenito. Puede que hiciera ejercicio con cierta regularidad, pero los años y la buena mesa también se cobraban su precio. Cuando dirigió las manos al pantalón, miró a Margarita a los ojos, y esta sintió que se sonrojaba. Estaba muy incómoda y empezaba a dudar que aquello hubiera sido realmente buena idea, pero ya no cabía echarse atrás.

Téllez dejó caer el pantalón, mostrando unos slips negros. Se quitó los pantalones y los dejó cuidadosamente doblados sobre una silla. Se descalzó y metió los calcetines, también doblados, dentro de los zapatos. Finalmente, con algo de apuro, metió los pulgares en la cinturilla de la ropa interior y tiró hacia abajo. Su miembro quedó visible. No estaba erecto, y era de tamaño normal, mediano, pero a Margarita le pareció enorme. No estaba circuncidado, a diferencia del de su esposo, al que habían operado de fimosis siendo niño, cosa que sabía por su historial médico, no porque lo hubiese visto.

-¿Qué te parece? Ahora está en reposo, porque yo también tengo un poco de vergüenza, pero dime, ¿qué te parece? ¿Qué piensas o sientes?

-Es asqueroso. – dijo sin dudar. Téllez suspiró y se sentó en la cama, junto a ella.

-Margarita, tienes que dejar el cliché del asco. No es posible que todo lo relacionado con el erotismo y el amor físico te asquee… ¿El David del Miguel Ángel, también te parece asqueroso?

-No, eso no va a

-Pues también va desnudo. Entiendo que la comparación, me deja muy malparado, eso sí – sonrió – pero tiene lo mismo que yo: pene y testículos. Exactamente lo mismo. ¿Por qué él no te da asco, si va desnudo igual que yo?

-Porque… porque no es lo mismo. Es arte, y esto, sexo

-No asocies forzosamente el desnudo al sexo. El desnudo, es el símbolo de la inocencia, no de la lujuria. Soy el mismo hombre de antes, el mismo sobre el que has llorado, el que te ha abrazado y al que te has confesado. Lo único que cambia es que ahora, no llevo ropa. Y ahora, debes desnudarte tú.

Margarita se horrorizó. Era humillante… pero Roberto la miró con amabilidad. En su mente quizá hubiera deseo, pero en sus ojos, sólo se veía cariño, interés por ella, y no deseo animal. Hizo de tripas corazón y pensando que eso haría trizas el ánimo de su esposo si pudiera verlo, se levantó de la cama y empezó a desnudarse. Se quitó la fina chaqueta de lana que le cubría los brazos, luego el pantalón beige, los zapatos y las medias. Todo lo dejó sobre una silla, y mientras se quitaba la blusa, también del mismo color, pensó en lo aburrido de ese tono, pero tampoco había ido a estar con su padre pensando que iba a pasar esto… Se volvió de espaldas para quitarse el sostén y tuvo miedo de que su cuerpo no fuera del agrado de Roberto. Nunca le había pasado, nunca había tenido ese temor… no quería volverse, así que, aunque le daba mucha vergüenza, tiró de sus bragas y quedó desnuda, de espaldas al doctor.

-Vuélvete. – pidió él, y Margarita lo hizo, cubriéndose con las manos. Él resopló. – Manos fuera. ¿O ves que yo me tape?

"Esto nunca lo ha visto Cristóbal… sufre, cerdo, otro lo ve y tú no" pensó para darse ánimos, y retiró las manos. Roberto la miró a los ojos y sonrió. La abarcó de una sola mirada, sin juzgarla, sin incomodarla con una ojeada larga. Bajó la luz del cuarto, hasta dejar una luz bien definida, pero suave. Más allá de la cama, empezaba la penumbra. Ella se sentó a su lado sin que él se lo pidiera. Podía parecer bastante árido, y sin duda lo era, pero Margarita se sorprendió al darse cuenta que no se sentía tan incómoda como hubiera imaginado si alguien se lo hubiera contado hace dos horas.

-¿Te gusta besar? – preguntó Téllez, y ella asintió. – Eso está bien, es un comienzo al menos. Voy a besarte, y técnicamente, tu cuerpo debería reaccionar, deberías sentir deseo, ¿de acuerdo? Vamos allá.

El doctor cogió suavemente la cara de Margarita y se acercó a ella con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Lo cierto es que ella, los besos con lengua, soportaba uno por rato, le gustaban más los besos cortos y secos, pero bien podía hacer como si en realidad sí le gustaran, si con eso hacía daño a Cristóbal. La lengua de Téllez franqueó con dulzura la frontera de sus labios y exploró su boca, acariciando su lengua casi inmóvil. Un ligero gemido se escapó del pecho del médico, pero Margarita se limitó a aceptar el beso, sin devolverlo ni corresponder. Fue como besar una estatua.

-Margarita, yo puedo dejarme hasta la piel aquí, pero si tú no pones un poco de tu parte, estamos perdiendo el tiempo tú y yo. – Roberto no hablaba con severidad, pero sí con terminación. La mujer simplemente miró hacia otro lado, ¿por qué tenía que esforzarse ella? Él había dicho que podía solucionarse, ¿no? Pues que lo solucionase. Si no era capaz, quedaba claro que ella tenía razón y una mujer no podía gozar, lo contrario eran fantasías. Téllez supo exactamente lo que estaba pensando, y estuvo tentado de vestirse y dar por finalizado el intento, pero la atracción que sentía por ella, pudo más, no podía dejarla que viviera por siempre sin saber lo que era el placer – Vamos a probar algo un poco más… agresivo. Túmbate, por favor.

Ella obedeció, y Téllez le abrió ligeramente las piernas, mirándola a los ojos con simpatía. Se hubiera podido esperar que ella devolviera la sonrisa, que tuviese vergüenza, que le diese la risa floja… pero no había reacción alguna, simplemente estaba ahí, como si no estuviera "si es así como se porta con su esposo, lo único que me extraña es que ese hombre aguantase tres años hasta echarse su primera amante…. Pero yo soy médico, puedo conseguirlo, estoy seguro. Tengo que lograr que se desate, eso hará que no desee estar ausente, sino aquí conmigo". Iba a ser duro, pero confiaba en sí mismo. Estuvo tentado de volver a usar preliminares de besos y caricias, pero Margarita ya había demostrado que eso la dejaba indiferente… había que usar el cuerpo de ella, demostrarle que podía gozar. Téllez se lamió los dedos y bajó directamente al sexo de su compañera.

Estaba seco, como era de esperar, pero Roberto no se dejó amilanar por eso y comenzó a acariciar de arriba abajo, haciendo cosquillas. Masajeó el monte de Venus, frotó los labios, apretándolos uno contra otro, presionándolos con los dedos… la humedad siguió sin aparecer. El médico se colocó entre las piernas de Margarita, abrió los labios vaginales con una mano, y dio un lametón en la intimidad de la mujer.

-¡Doctor! ¿¡Qué hace!? – Margarita respingó en la cama, ¡al fin una respuesta, aunque fuese esa!

-Intentar estimularte. Tu sexo está seco, y tiene que humedecerse, la humedad llama a la humedad. Cálmate, no voy a besarte después de esto, pero es preciso hacerlo para que tu sexo se despierte. Túmbate de nuevo y déjame hacer.

"Si no fuera por lo que es, te mandaba a chupar a tu madre, cerdo." Pensó ella, obedeciendo pese a todo "Te odio, Cristóbal, así revientes… ¡mira lo que me haces hacer!". Téllez lamió el tímido clítoris, aquél botoncito que estaba en el cuerpo de su dueña como un apéndice inútil y aburrido, sin ninguna utilidad, dado que su propietaria nunca le había dado razones para existir. Lentamente, éste comenzó a responder, sorprendido quizá por las caricias húmedas y cálidas que recibía. Roberto estiró levemente la piel del sexo de su compañera para dejar al descubierto la rosada perla y la lamió directamente. Al fin, una humedad que ya no procedía de su propia boca, le empapó la lengua. Tibios y salados, los jugos de Margarita habían hecho su aparición, y el médico pudo notar un cambio en la respiración, estaba agitada. "Ya lo ves… no eres insensible como tú creías." Pensó "ahora, he de conseguir que te corras".

"¿Qué es esto…? Este… este calor… siento como si… siento como si me picara por dentro." Pensó confundida Margarita, mientras el médico se mojaba los dedos en su humedad, y empezaba a acariciar su clítoris en círculos lentos, permitiéndole saborear su recién estrenado placer. "No… no puede ser… esto es de guarras. Yo no…. Yo no soy así. Ooooh… me gusta… no quiero que me guste… ¡pero no lo puedo evitar!". La mujer era un mar de dudas, ¿no se suponía que las mujeres no gozaban, que sólo las guarras lo hacían o creían que lo hacían y por eso acababan locas? Pero no podía negar lo que estaba sintiendo. El dedo de Roberto hacía círculos en su clítoris húmedo, sin prisa pero sin pausa, provocándole deliciosos escalofríos en cada giro, dulces y maravillosas cosquillas, regalándole estupendos goces imposibles de describir, que la hacían sentir que se elevaba por encima de la cama… recordó que Cristóbal había intentado en ocasiones acariciarla así, pero ella nunca se lo había permitido, apenas metía la mano, ella cerraba las piernas y se encogía, le daba asco ser tocada en el sitio por donde salían la regla y el pis… "qué estúpida he sido…" pensó mientras el placer se agolpaba en su ser y tenía la impresión de fundirse lentamente.

"Lo estamos logrando, se está dejando ir" Pensó Roberto, feliz. No aceleró el ritmo de su dedo sobre el clítoris de ella, no era preciso. Al ser poco menos que la primera vez que sentía placer en toda su vida, no le iba a hacer falta una gran estimulación, acabaría muy pronto y sería muy bueno. Había sido preciso recurrir a su profesión de médico para conseguir que ella se dejara llevar y gozara, pero lo había conseguido, ahora sólo hacía falta que no se parara, que la culpabilidad no la frenara… el mejor medio para ello, era que el placer fuese realmente bueno, lo bastante para que la compensara de tener que dejar atrás sus prejuicios y quisiera aprovechar el tiempo que todavía le quedaba por delante.

"Haaaaaaaaaah…. Qué rico, me gusta, qué bien me siento…" Margarita quería pensar racionalmente, no era posible que ella se estuviera portando como su madre, como una cualquiera, jadeando como una perra vulgar mientras la tocaban el chocho, ella era decente… pero ahora entendía por qué su madre, por qué todas las guarras que había conocido, eran así, por qué no podían contenerse… ahora sabía lo que sentían, era demasiado bueno para renunciar a ello. Uno podía hacerlo si no lo conocía, como ella hasta ahora… pero una vez que lo probabas, no se podía prescindir de ello, ella ya no podría prescindir de ello, a partir de ahora, querría sentir eso una y otra vez, querría sentir ese gusto maravilloso siempre que pudiera. Sus caderas se movían solas, su sexo clamaba por tener algo en su interior, algo caliente y duro que la atravesara de parte a parte. Ella nunca se había sentido así, jamás había deseado sexo y menos tan ardientemente. Tuvo miedo por un instante de estar padeciendo el inicio de la locura del que hablaban sus tratados de sexualidad, pero lo desechó. Esos mismos tratados decían que ella, sólo por ser mujer, no podía gozar, y sin embargo lo estaba haciendo. Si estaban equivocados en eso, ¿por qué iban a estar acertados en nada de lo demás?

Roberto podía notar que Margarita estaba llegando lentamente al clímax, muy probablemente el primero de toda su vida. Sus caderas se mecían lentamente y sus gemidos de gusto se hacían más audibles cada vez, sus manos se cerraban sobre la colcha, tirando de ella, él tenía ganas de penetrarla, de meterla al menos un dedo o dos, pero se contuvo… primero, el clítoris, que le estallase de gusto la perlita, y luego se ocuparían de la penetración y de dar placer al compañero. Ahora, lo primero, era ella, convencerla de que podía gozar y no había nada insano en ello.

"Son como… olitas…." Pensó confusamente la mujer mientras sentía en efecto, oleadas de gusto que recorrían su cuerpo tibiamente, chispas de placer que se cebaban en su sexo y en su espalda, en la columna, detrás de las piernas, en las nalgas… todo su cuerpo parecía estar de fiesta. Sus miembros se agitaban y el placer subía más y más, y le dio la impresión de que iba a explotar. El delicioso gustito empezó a dar amenazas de culminarse, Margarita desencajó los ojos y sintió una oleada más potente, que la agarró desde el sexo hasta el cuello, haciéndola sentir como si algo irradiase de ella, como si el placer la recorriese en una maravillosa onda expansiva que la hizo temblar de pies a cabeza, sentir bienestar infinito en cada poro de su piel, hasta la raíz de sus cabellos, sacudirse de gusto y gemir como si expirase, mientras podía notar que su sexo se contraía en espasmos que parecían querer agarrar algo, prolongar la sensación, aumentar su delirio… dejó escapar todo el aire y se relajó visiblemente, jadeando y tragando saliva. Su piel estaba empapada en sudor, pero se sentía mejor que en toda su vida. De hecho dudaba que antes, hubiera sabido el significado de la palabra "bienestar".

-¿Qué tal? – preguntó un muy sonriente Roberto. Margarita intentó mirarle a los ojos, pero le entró la risa floja y no fue capaz de sostenerle la mirada. "Bingo…" se dijo éste "Se ha despertado, lo hemos conseguido". Si sólo hubiera dependido de él, hubiera aplaudido.

-Roberto, yo… Yo no sabía que podía sentirme así… no sabía que era tan bueno… Gracias.

-En el sexo, no se dan las gracias. Al menos, no de palabra. Se dan con actos. ¿Quieres continuar el… tratamiento, o lo dejamos por ahora? – Téllez estaba erecto como un mástil y Margarita sonrió, y acercó su mano tímida al miembro de su amante.


Jadeaba de excitación e impaciencia, agachado y de rodillas sobre la cama, con el pecho apoyado en almohadas dobladas para que estuviera un poco cómodo y de nuevo esposado a la espalda, con una sonrisa cachonda en los labios, Cristóbal tenía un poco de miedo y muchísimas ganas mientras Viola chupaba sensualmente el pequeño boli, vacío de tinta, con el que se disponía a abrirle el culo, mirándole con cara de vicio. Cuando ella le abrió las nalgas y empezó a pasear el bolígrafo por la raja de sus nalgas, deteniéndose brevemente en el ano, Tóbal dio un escalofrío.

-Viola, por favor, con… con mucho mimo, ¿vale? Nunca me han hecho nada por ahí detrás

La joven sonrió y por toda respuesta, metió la cara entre las nalgas de su amante y besó tiernamente su agujero sin ningún reparo, llegando a lamer ligeramente hasta la base de los testículos, haciendo que Tóbal temblase visiblemente y sus manos se abriesen en convulsión, tirando de las esposas que lo apresaban. No podía sentirse más feliz. Así que fue una suerte que no oyera el teléfono, metido en el fondo de su cartera, ni el mensaje que Margarita dejó en el buzón de voz:

"Cristóbal, te dejo. Sé que me has sido infiel, y sé que en parte la culpa ha sido mía por mi comportamiento en el sexo, pero eso no quita que me has traicionado… y yo te he engañado a ti. En principio, fue sólo para vengarme, pero he aprendido a sentir placer con un hombre maravilloso, y no podría volver contigo. Te mandaré los papeles del divorcio. Ah, mi padre ya ha muerto. Como descubrí tu infidelidad mientras todavía seguía vivo, voy a solicitar que nuestro piso, cuya hipoteca en su día sacamos a su nombre, sea para mí en compensación por los daños psicológicos que me causó enterarme de ello. Sé que por herencia, por estar casado conmigo, te correspondería algo, pero… en fin, ya has tenido mala suerte. Años engañándome, y me voy a enterar justo unas horas antes de que muera mi padre. No debiste haber hablado, Cristóbal. Lo siento mucho. Procura sacar cuanto antes tus cosas de mi casa, porque quiero hacer esto lo menos engorroso posible para los dos, sería muy enojoso tener que vernos y echarnos cosas en cara, ¿verdad? Adiós."

De haberlo oído, le hubiera estropeado toda la diversión. Dejémosle que disfrute al menos un poco más, dentro de poco sí que le van a dar por culo, y de forma mucho menos agradable… pero de momento, está pasándolo muy bien.