Traición de amor

Leelo como una historia no para buscar escenas porno.

Traición al amor

Conducido entre dos soldados armados Toñito penetró en la habilitada sala, que se utilizaba para todos los acontecimientos que necesitaran albergar a más de cien personas, donde iba a ser juzgado y que hoy se había preparado especialmente para la ocasión. Se dejó conducir, como un autómata, hasta una banqueta sin respaldo, situada frente a una larga mesa, cubierta de un pañón negro, ocupada por cinco militares, principales actores del juicio, donde flanqueado por los soldados que le habían escoltado, que se colocaron uno a cada lado, en posición de firmes, se sentó.

Desde que supo por los compañeros que le vigilaron en la prevención, que solamente él iba a ser juzgado, por haber faltado a las ordenanzas militares y que su amor no había sido acusado de nada, todo lo que allí ocurriese, incluido el castigo que le impusieran, le era indiferente.

Comprendía, y en este caso se alegraba existiese lo que en el ejército se llamaba espíritu de cuerpo, que consiste en defenderse entre sí de las agresiones exteriores. De quién había partido la orden de no involucrar a su querido teniente no le importaba, solo que había quedado libre de toda sospecha.

Intentó buscarle entre el público asistente, anhelando recibir de él una mirada de cariño y cuando lo divisó, ubicado en las sillas, que para los que deseasen ver el juicio, se habían colocado en la pared derecha de la mesa de los magistrados, intentó dirigirle una amorosa sonrisa. Solamente pudo dibujarla en su rostro, al comprobar que el teniente Linares permanecía como ensimismado mirando al suelo.

Mientras esperaba levantase su mirada para comunicarse con él, dirigió la vista a los juzgadores, que esperando la iniciación del juicio, permanecían sentados y callados en la mesa que tenía enfrente.

El coronel D. Utimio Rodríguez Castro, máximo mandatario del cuartel, con un semblante muy serio, estaba situado en el centro, como presidente y juez supremo, A sus costados, dos capitanes, de los que Toñito no sabía el nombre que le aconsejarían en la decisión a tomar. En extremo izquierdo, dejando un amplio espacio entre él y el capitán de su lado, el teniente Martínez, que le habían dicho se había hecho cargo de su defensa y el teniente Olivo, quien le acusaría como fiscal, en el extremo de la derecha.

Miró después alrededor para ver quienes asistían, como curiosos, al juicio y al comprobar nuevamente que su amado teniente permanecía en la misma postura, intentó desentenderse de lo que allí ocurría para recordar lo que había pasado desde que llegó al cuartel.

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Antonio Mancebo López, Toñito para sus allegados, era un joven de altura media, de cuerpo delgado y fibroso, moreno de pelo, ojos negros, sonrisa abierta y carácter alegre, que resultaba simpático para todo el mundo.

Había nacido y vivido, hasta cumplir la edad de ir al servicio militar, junto a sus padres. Estudió el bachiller con buenas calificaciones, pero no inició ninguna carrera posteriormente, al preferir quedarse para ayudar en el comercio de ropa confeccionada, tanto masculina como femenina, que su familia poseía en un mediano pueblo de Extremadura.

Aunque no se le conocían amigos especiales, por su carácter pacífico, agradable y risueño, mantenía amistad con todos los chicos del pueblo, Tampoco se le había visto cortejar a ninguna de las muchachas.

Solo él conocía que interiormente sus sentimientos sexuales tendían hacia la gente de su mismo género, pero al no poseer ningún signo externo de homosexualidad, no le había sido difícil mantenerlos escondidos.

Le había sido suficiente para calmar su libido, soñar, tanto despierto como dormido, con jóvenes como él, que se le entregaban y masturbarse con suma frecuencia.

Llegó al cuartel, como muchos otros jóvenes, habiendo vivido arropado siempre por su madre y asustado de lo nuevo que iba a encontrar. Los primeros días el cambio de vida fue muy duro. Las comidas, el trato común en los barracones y las horas de instrucción le martirizaban.

En una de las cartas que escribió a su casa se lamentaba.

"Mamá tengo los pies llenos de ampollas. En el próximo paquete que me envíes incluyes alguna de tus pomadas para curarlos. Intento comer la bazofia que nos dan y pasar desapercibido ante los demás. Lo único que calma mi desaliento es pensar que los días pasan rápido y pronto podré disfrutar de unas jornadas de permiso y os veré y abrazaré".

Cuando terminó el período de instrucción, juró bandera, pasó el corto permiso que le dieron, regresó y señalaron los destinos, pareció quedar contento con el que le asignaron.

En esta ocasión escribió a su familia.

"Mamá como tu sabes siempre se me dio bien ayudarte en las labores de la casa y ahora es lo que me han encargado hacer aquí. Me han mandado a la residencia de oficiales que está dentro del recinto del cuartel. Tendré que hacer los recados que me pidan, limpiar las habitaciones y servir las comidas. Cuando lo realizo me imagino que tu vas delante, como siempre hacías cuando era pequeño, diciéndome como lo tengo que hacer y hasta ahora todo me ha salido bien"

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El teniente Linares, de quien deseaba Toñito recibir una sonrisa o siquiera una mirada de cariño, no se atrevía a levantar su vista del suelo porque se sabía vigilado en todas sus reacciones. Si hubiese podido elegir, no se hubiera presentado a aquella pantomima de juicio, pero había recibido la ineludible orden de estar presente durante toda la vista.

Luis Fernando Linares era de muy buena familia. Así era costumbre decir, en aquel lugar, para señalar que sus allegados eran de rancia estirpe. Por línea paterna descendía de ilustres militares. Su abuelo, quien fue dirigió sus primeros pasos hacia la milicia, haciéndole ingresar en la academia militar de Zaragoza, había llegado a general y su padre, quizá hubiera alcanzado la misma graduación, si no hubiese muerto, con el grado de comandante, en Africa, durante los disturbios acaecidos en la antigua colonia de Sidi Ifni, cuando los levantiscos nativos, impulsados y armados por el rey de Marruecos, pretendían no independizarse, cosa que España estaba dispuesta a hacer, sino unirse al país alauíta, como sucedió finalmente.

Los antecesores de su madre no eran tan valientes pero poseían títulos y sobre todo tierras y dinero. Su mamá, que era la condesa de Tamón, vivía en una inmensa finca, cercana a la capital donde estaba ubicado el cuartel, solamente preocupada, desde que quedó viuda, de cuidar aquel hijo, impulsar su carrera militar y a recibirle con los brazos abiertos, los fines de semana, cuando libraba de sus deberes en el cuartel.

Luis Fernando de su padre no mantenía muchos recuerdos, solamente lo que de él le contaron y las fotografías que se extendían por toda la casa. A quien recordaba con mucho cariño, era a su abuelo, que supo hacerle ver la importancia de la estirpe, el honor familiar y que la mayor gloria que se podía alcanzar en esta vida, era servir a la nación con el uniforme que ahora vestía. El general tuvo la dicha, antes de morir, de asistir a la terminación del curso en el que a su nieto le prendieron la estrella dorada, de seis puntas, que le convertía en teniente.

Pasó su niñez en el campo, en la finca de sus antepasados, donde los secretos de la naturaleza se conocen a muy temprana edad. Estuvo siempre rodeado de gente adulta, con muy poca o nula compañía de niños de su edad.

Estudio interno en un colegio de jesuitas y quizá fue allí donde aprendió, a la vez que útiles conocimientos para su desarrollo posterior, la capacidad de disimular ante los demás. Era un lugar en el que todo lo que decías o hacías era conocido al instante por el tutor.

En cuanto notó en su cuerpo las transformaciones, que le indicaban entraba en la adolescencia, cuando su sexualidad se manifestó en toda su pujanza, supo hacia donde le llevaba su deseo sexual. Abochornado por los sucios pensamientos que venían a su mente, así los calificaba él, escondió muy dentro de sí el incipiente deseo de follar con cuerpos similares al suyo. Nunca se acercó a otra persona para descargar sus deseos. No puedo evitar sin embargo iniciarse, de una forma muy exagerada, en la masturbación, vicio que conservó durante toda su vida y le sirvió para descargar sus acumuladas tensiones.

Después, en la academia militar, la vida intelectual la llenaron los estudios, la física, el continuo ejercicio a que sometió a su cuerpo y para complacer las necesidades sexuales, siguió contando con sus masturbaciones.

Cualquiera que conociera su devenir sexual le habría definido como un perfecto onanista, en palabras vulgares "un pajero", pues a base de buscadas poluciones había calmado sus momentos de excitación. Escondió tan adentro sus deseos que nunca sintió la necesidad del sexo compartido, obtener el placer en su propio cuerpo le fue siempre suficiente.

Salió de la academia con un buen número en su promoción. Asistió a muchos cursos de capacitación, la mayoría pagados por su madre, para sumar puntos positivos y en menos de un año obtendría ya el grado de capitán. En muy pocos años se sometería al examen para obtener la categoría de comandante, es decir pasar a jefe. Llevaba una envidiable carrera militar y si no se torcían las cosas, era casi seguro que podría alcanzar el generalato, grado que soñó siempre su abuelo para él.

Como conocía la existencia de una norma no escrita dentro del ejército "Los solteros encuentran mayores dificultades para ascender", solamente por el bien de su carrera militar, decidió que era necesario encontrar una esposa adecuada.

Siendo conocedor del ascendiente que entre el sexo femenino tenía, tanto por su juventud y apostura, como por el dinero y título que heredaría, aconsejado por su madre, había comenzado a asistir a las fiestas que celebraban las fuerzas vivas de la ciudad, a las que era invitado, no por ser teniente, sino por el abolengo de su estirpe.

En una de ellas trabó conversación con D. Utimio, el coronel de su regimiento, quien le comentó,

- Ya le dije a su señora madre que en el ejército se valora mucho al que ya ha formado una familia, por la estabilidad en que vive. La prometí ayudarle en la búsqueda de una buena joven Muchas de las chiquillas aquí presentes estarían satisfechas de ser escogida

Mientras hablaba el coronel le empujaba descaradamente hacia su hija, que permanecía sentada en uno de los grupos, escuchando lo que las demás decían, porque no era capaz de decir dos frases seguidas sin equivocarse.

Al darse cuenta Linares de la intención de D. Utimio de pegarle a su hija, a la que el teniente consideraba agraciada físicamente, pero con un cerebro borde linee, no escondió un gesto de desagrado, que no pasó desapercibido al coronel, que furioso, corrido y avergonzado, disculpando una llamada, se retiró rápidamente de su lado.

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Llevaba Toñito dos meses en el destino que le habían asignado, cuando una tarde, serían casi las cinco, le había tocado ese día cubrir lo que ellos llamaban hacer la guardia. Entre los tres soldados de la residencia de oficiales, habían alcanzado el acuerdo, que después de servir la comida y recoger el comedor, solamente uno debiera quedarse hasta las ocho de la noche, hora de servir la cena, para atender las mandas que solicitaran los oficiales residentes.

Estaba echado en la habitación, no dormían en los barracones como el resto del cuartel, sino que compartían una estancia cercana a la cocina, cuando se encendió el número tres y sonó la chicharra de aviso en el numerador eléctrico de la pared, lo que le indicaba que requería su atención el teniente Linares.

Durante los días que le tocaron guardia no había coincidido nunca que este oficial le llamara para enviarle a un recado, aunque sabía por sus compañeros, que solicitaba en ocasiones le comprasen tabaco en el exterior del cuartel, cuando la marca Cámel que fumaba, se había acabado en el bar de oficiales.

Sabía también, eso lo había visto y gozado al mirarle de soslayo, cuando pasaba cercano y le enervaba sus genitales o cuando soñaba con él, que además de ser el oficial más educado y considerado con los subalternos, era el más bello, lindo y hermoso de todo el cuartel,

Después de golpear Toñito tres veces la puerta con los nudillos y oír desde el interior el permiso preceptivo, la abrió y cuando esperaba, parado en el quicio, le pidieran un mandado, escuchó.

Pase y cierre.

La habitación estaba en semi penumbra. Las tupidas cortinas que durante la noche ayudaban a oscurecer el recinto, ahora medio corridas, dejaban pasar parte de la luz del sol vespertino.

El teniente Linares permanecía tumbado encima de su revuelta cama. Parecía haber dormido una siesta y despertado hacía tiempo. Estaba desnudo completamente y su mano derecha manoseaba su excitado pene.

Toñito ¿Te llaman así verdad? - preguntó sin parar el lento movimiento de su mano.

Sí, mi teniente - contestó el soldado intentando no darse por aludido ante la escena que contemplaba.

¿Te asusta ver a un hombre haciendo esto? - volvió a preguntar el oficial.

En esta ocasión le titubeó la voz, al contestar.

No, mi teniente.

  • ¿Sabrías terminar lo que yo he empezado?

Toñito tragó saliva. No sabía como actuar. Acercarse, como le invitaban, le intimidaba por el respeto y casi miedo que los mandos ejercían sobre él, Pero por otra parte, notaba en su interior un deseo irrefrenable de tocar aquello duro, vivo y sublime que se le ofrecía. Tener entre sus manos la tiesa y dura polla que veía en el cuerpo del teniente y acariciar las entrepiernas, de aquel celestial ser, que seguía esperándole encima de la cama, era algo que ni en sus más calientes sueños pensó pudiera ocurrir.

Ante sus titubeos el oficial dulcificó, todo lo posible su voz. al decirle.

  • No es una orden, sino solamente un deseo. Querría me masturbases.

Toñito se acercó y arrodilló junto a la cama y su mano derecha sustituyó, sobre la inhiesta polla, la del teniente y siguió frotando, con el mismo ritmo, que había visto él lo hacía.

Ante el requerimiento.

No dejes la otra mano ociosa.

Comenzó a masajearle los testículos buscando de vez en cuando el camino al agujero del culo para hurgarle dentro de él. Al comprobar que era una caricia que le satisfacía, repitió el movimiento varias veces, sin dejar de frotar el mástil que empuñaba.

Cuando notó que un brazo le empujaba hacia la cama tuvo que cambiar su postura. Durante este nuevo acomodo paró su masajeo para ayudar la mano del teniente que pretendía despojarle de su ropa y ya desnudo totalmente, se extendió junto al cuerpo que ya estaba acostado.

Al recordar ahora aquellos momentos, le parece extraño haber llegado a aquella situación sin desmayarse o echar a correr horrorizado. Era la primera vez que tocaba los genitales de un hombre y menos que fuesen los de uno de los mandos del cuartel que tanto le intimidaban.

Aquel día solo se pajearon mutuamente y conocieron sus cuerpos, pero se abrió una senda de confianza que les llevó, en posteriores ocasiones, a avanzar hacia nuevas acciones de sexo.

Compartir el cuerpo les llevó al amor que se juraron eterno. Decidieron unir sus vidas en cuanto Toñito recibiera la licencia y él ascendido a capitán, solicitase un destino que le permitiese cumplir el juramento lejos de los que les conocían.

Ante ambos se abrió un mundo desconocido que había estado cerrado, el del amor y el sexo compartido con la persona amada. El verdadero, el que no solo llega a los genitales sino al corazón, el que llena el alma, el pensamiento, los sentidos, el que impregna todos los instantes, movimientos, palabras y el discurrir de la misma vida.

Desde aquel día Toñito olvidó sus quejas, el trabajo de su vida militar, sus deseos de permiso, todo lo que había llenado su mente anteriormente, para pensar en su teniente, recordar su cuerpo, sus besos, sus abrazos, sus palabras de amor, las emboladas de sus nalgas cuando sus verga penetraba en él y su caliente semen atravesando sus entrañas.

El teniente Linares supo que había alguien en quien confiar sus debilidades, siempre consideró así sus impulsos sexuales hacia personas de su género y que el placer y sosiego que obtenía de las masturbaciones, no era comparable al gozo de entregarse y recibir en igual cuantía.

Cuando las caricias, besos, lamidas o cogidas se hacen entre dos seres que follan y se aman por primera vez, todas las sensaciones o acciones son nuevos descubrimientos, pues hasta entonces, toda su realidad fue imaginada o soñada,

  • Sigue chupando . . . .no la saques aun . . . . acaricia esa parte . . . - se decían buscando el máximo placer.

Y al llegar los derrames, los cuerpos buscando hacerlo conjuntamente, fundidos en eternos abrazos, se dejaban caer laxamente hasta recuperar nuevamente el vigor que les permitía volverse a unir.

Las tardes que Toñíto estaba de guardia y muchas noches, terminado el trabajo en la residencia, mientras sus compañeros iban a la cantina, disponían de dos horas para amarse y resarcirse del sexo no practicado durante los años pasados.

Utilizaban para ello la habitación numero seis, una de las tres que estaban ahora vacías. La número seis se había preparado, hacía un tiempo, para recibir a un general de brigada, que se acercó hasta allí para asistir a unos cursillos.

Nunca se le asignó posteriormente a ningún residente, se decidió guardar para visitantes ilustres. Como nunca más fue requerida porque los siguientes visitantes importantes lo hicieron en hoteles, la habitación número seis no se había vuelto a utilizar.

Teniente y soldado vivieron allí meses en el paraíso, en un continuo éxtasis de placer y gozo hasta que sucedió lo que ahora se iba a juzgar.

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La potente voz del brigada Liborio Gómez García, curtida y enronquecida durante muchos años de instruir soldados, avisó a la sala.

  • Se inicia el juicio contra el soldado de segunda D. Antonio Mancebo López.

Leyó después, con voz y entonación graves, los motivos por los que juzgaban al soldado, que tuvo que ponerse en posición de firmes a su requerimiento y también los exiguos derechos que le concedía un juicio militar.

El brigada tomó posteriormente una posición marcial, a la derecha de la mesa donde se sentaba el tribunal, a la espera de desarrollar debidamente las dos funciones que le habían pedido ejerciera, de secretario y de testigo de cargo.

A requerimiento del teniente Olivo, el fiscal del juicio, dejó el lado de la mesa, su puesto de secretario y con paso firme y decidido se sentó en la silla que habían colocado para los testigos.

  • ¿Estaba usted de guardia el día, que el soldado aquí presente, fue arrestado? - preguntó el teniente Olivo.

Liborio no pudo evitar una sonrisa al contestar a la primera pregunta, porque el oficial de guardia de aquella jornada, había sido el propio teniente que ahora ejercía de fiscal.

Sí. Señor - contestó

  • ¿Fue usted quien lo arrestó?- volvió a preguntar el fiscal.

  • Sí, señor, a requerimiento del señor coronel.

  • ¿Puede describirnos como ocurrieron los hechos?

  • Me había hecho cargo de la guardia por orden del oficial - iba a decir de usted, pero se dio cuenta a tiempo y rectificó - Estaba en mi puesto a la entrada del cuartel cuando el coronel, vestido de paisano, penetró en el recinto. Al saludarme me indicó, que por encontrase solo en la ciudad, había decidido dormir en la residencia de oficiales, a donde seguidamente se dirigió.

Habían pasado solo unos minutos cuando oí sus gritos que me llamaban.

Tomé a dos soldados del retén, que estaban a mi lado y me dirigí, con la mayor rapidez posible, a la residencia de oficiales, de donde había llegado la llamada.

En un principio creí que alguien había atacado a D.Utimio y me preparé a disparar si era necesario, por lo que me presenté con la pistola en la mano, que guardé al comprender que se encontraba bien y se trataba solamente que había encontrado a un soldado maricón en pleno apogeo sexual.

¿Vio usted la persona que estaba con el soldado detenido?

Sonrió levemente al contestar esta pregunta.

No señor, según palabras del señor coronel había conseguido huir saltando al jardín por una ventana.

  • Gracias, puede usted retirarse - oyó le decían.

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Desde que Liborio decidió quedarse en el ejército, para huir del cerrado pueblo en que había nacido, al terminar su servicio militar con el grado de cabo de segunda, de esto ya hacía dieciocho años, ansió internamente poder llegar a teniente, máxima graduación, que podía alcanzar, por años servicio, en su condición de reenganchado,

Tener las dos estrellas bordadas en la bocamanga y en la gorra de su uniforme, había sido el sueño secreto que le hizo resistir la dura vida militar, cuando solo era un cabo primero y cargaba con los duros trabajos del cuartel y la mayoría de las guardias que los veteranos suboficiales descansaban sobre él o después de sargento, cuando año tras año, le tocaba instruir a cientos de patanes hasta convertirlos en útiles soldados.

Quizá fuese pueril, se decía a veces, lo que sentía cada vez que pasaba ante el bar de oficiales y veía allí reunidos, en alegre charla, a los mandos del cuartel.

El poder entrar libremente y codearse, de casi igual, con los principales mandos del regimiento, los que denominaban entre ellos de carrera, era su máxima aspiración.

Disimulaba las miradas de embeleso y envidia que dirigía al interior y a sus moradores, para que los demás habitantes de aquel microcosmos que era el cuartel, no supieran de ese ardiente deseo.

Era tal el sentimiento que llegó a crearse en él, que cuando se veía constreñido, por obligación de compañerismo, a ir al bar de suboficiales, que veía pequeño, sucio y pobre, se sentía desplazado y extranjero en él.

Después de muchos años de entregarse totalmente al ejército había conseguido alcanzar el grado de brigada, pero aún no había obtenido el premio que anhelaba, deseaba y creía merecer.

Aunque el paso de brigada a teniente estaba regulado por ley, solo se efectuaba cuando las necesidades del servicio así lo exigían y ahora el estamento militar se nutría de los alféreces de complemento, estudiantes de carreras superiores que hacían su servicio militar con esta graduación y que cumplido el mismo, regresaban a la vida civil a trabajar en su carrera.

Esto había cerrado el paso de "los chusqueros" y hacía ya tres años que no habían convocado plazas de ascenso. Se rumoreaba que este año, para evitar la desafección de los suboficiales, serían ascendidos diez en toda España.

Todas las esperanzas de Liborio estaban cifradas en la ayuda que el coronel le hiciese, enviando al centro de mando del ejército, un elogioso expediente por los servicios prestados. Para conseguirlo había hecho lo posible para que el jefe del cuartel se fijara en él, de forma que desde hacía ya tiempo era el informador extraoficial de todo lo que allí ocurría, es decir su chivato y ayudante en todos los tejemanejes, no incluidos en las ordenanzas militares, que se desarrollaban en aquel recinto.

Por la manera que D. Utimio, ahora sentado en el centro de la mesa, en su función de presidente, le había llamado y solicitado su ayuda, había comprendido rápidamente que no era uno de los juicios de trámite que se celebran, en ocasiones en los cuarteles, contra soldados que incumplen las ordenanzas, sino que para su jefe este juicio parecía tener suma importancia.

No quiso indagar lo que había detrás, pero enseguida supo era la ocasión para solicitar, como prestación a su favor, el informe elogioso, que sabía había sido ya remitido al centro de mando de la VI región militar.

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El teniente Olivo pensaba que si daba por terminada su actuación en el juicio, después de la declaración del brigada, nadie iba a cuestionarle. Pero le hubiera gustado, ya que por el sorteo efectuado había sido nombrado fiscal, cumplir con su deber, demostrar fehacientemente la culpabilidad del soldado y poder hacer lo mismo con la persona que estaba acostada con él, contraviniendo las estrictas normas, que sobre salud sexual, mantenía el ejército.

Se dijo para su coleto.

Si supiera quien estaba en aquella estancia, además del soldado enjuiciado, le llamaría inmediatamente, porque intuyo que es más culpable que este pobre desgraciado.

Y esta vez para la sala, en alta voz.

- Solicito para el soldado de segunda D. Antonio Mancebo López un año de prisión y que se cumpla en el penal que señalen las autoridades militares.

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Si Olivo hubiese podido llamar al estrado al teniente Linares hubiera contado lo ocurrido de esta forma.

"Desde aquel primer y sublime encuentro, que nos demostró nuestra verdadera sexualidad, habíamos conocido el placer del sexo compartido, unido al amor verdadero, follábamos dos veces al día.

Aun sabiendo lo pueril que resultaría la situación, vista desde el exterior, inventábamos escenas imaginarias para que la nueva cogida fuese diferente a la anterior.

Aquella tarde-noche llegué yo primero a la habitación número 6, que habíamos decidido utilizar por saber estaba normalmente fuera de uso. Me desnudé y recosté sobre la cama a la espera de la llegada de mi amor. Noté que mi verga, siempre deseosa, se había ya elevado y tuve que desechar el deseo, que pasó durante un instante por mi mente, de masturbarme Desde que conocí a Toñito no había vuelto a pajearme, era suficiente para satisfacer mi sexualidad los encuentros con mi amado soldado.

Cuando mi amor entró en la habitación y trancó la puerta, pudo escuchar.

Te has equivocado de sitio soldado. Aquí duerme un oficial que espera a su amor.

¿Cómo es?, ¿Cómo se llama?

Es el más bello, lindo, hermoso y deseado. Se llama Toñito.

Perdón señor, yo buscaba un cuerpo duro y tostado, que poseyera un culo preparado a recibir mi empalmada polla - Contestó mi amado, dejándome ver entre sus manos, la palpitante carne que ya estaba preparando para mí.

Casi no le dejé terminar porque le agarré y lancé hacia la cama. Iniciamos entonces una imaginaria lucha, entre quien deseaba follar y quien evitaba le follasen, entremezclada de besos, caricias, manoteos, mamadas y lamidas, para terminar jadeantes, entrelazados nuestros cuerpos con la carne dentro de la carne.

Durante unos instantes callaron las voces para dejar actuar nuestros impulsos y los desbocados deseos sexuales. Solo los jadeos, ayes, gruñidos y golpeteos de nalgas contra nalgas, poblaron la estancia durante el largo rato que duró nuestra primera cogida de la noche".

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El coronel evitó dar la orden de no llamar a Toñito, pero si Olivo se hubiera atrevido a hacerlo, éste hubiera podido continuar la narración.

"Estábamos en ese instante en que los cuerpos descansan del esfuerzo físico de la cogida, los pulmones recuperan aire y los testículos producen semen a toda prisa para poder cumplir nuevamente la misión del derrame, que sabe va suceder al cabo de unos minutos.

Solamente seguían su acción las palabras y las manos. Las primeras para jurarnos promesas de amor, decir lindezas o alabar lo que encontrábamos en nosotros de bueno.. Las segundas, para que trabajase el sentido del tacto, tan necesario en los encuentros sexuales, y que en nuestro caso, era una de las principales fuentes de placer y gozo.

De pronto sentí que alguien abría la llave de la puerta y penetraba en el interior, donde desnudos y tendidos sobre la cama, nos encontrábamos el teniente y yo acariciando nuestras vergas, ya de nuevo duras y dispuestas al siguiente asalto.

Yo no conocía la persona, que entró vestida de paisano, pero fui consciente del verdadero alcance de la presencia de aquel individuo, cuando oí decir a mi lado, con voz de verdadero susto.

  • Mi coronel, nosotros . . . .

Inmediatamente se iniciaron los juramentos y gritos de socorro de aquel individuo, que me agarró del brazo, y tal como estaba, me sacó al pasillo arrastrándome, mientras decía a mi amado.

  • Linares vaya inmediatamente a su habitación y permanezca encerrado allí.

No vi salir al teniente, ni casi nada de lo que en aquel pasillo ocurrió, porque otras manos, esta vez muy fuertes, me agarraron de nuevo y casi a rastras me condujeron a una estancia que supe después era la prevención, donde me dejaron encerrado"

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Nunca pasó por la mente del teniente Olivo interrogar al coronel, a pesar de ser el principal testigo de cargo, era el único que había presenciado la escena penada fuertemente, al haberse desarrollado dentro de un recinto perteneciente al ejército.

Si D. Utimio, hubiese deseado contar lo que sabía, hubiera dicho.

"Había decidido ir al cuartel, pasar un rato en el bar de oficiales y después dormir en la residencia, porque mi familia no estaba en la ciudad.

Como poseía una llave de la habitación numero seis, que se me olvidó devolver, decidí dejar mi maletín antes de acercarme al bar.

Al abrir la puerta y ver la asquerosa escena que se estaba desarrollando, mi primera reacción fue lanzarme a patadas contra aquellos sucios y asquerosos individuos que utilizaban para joder la cama donde pensaba dormir.

Me contuvo el comprobar que uno era el teniente Linares, el mismo que hacía unos días, sintiéndose muy importante por descender de una ilustre familia, me había faltado al respeto, riéndose ante mi misma cara, de la insinuación que le hice sobre la posibilidad de casamiento con mi hija.

Inmediatamente reaccioné, Si de algo sirve la vida militar es poder tener la mente fría y tomar decisiones acertadas en unos instantes.

Ordené al teniente fuese a su habitación, se encerrase allí y me esperase.

Estoy muy orgulloso de la manera como se desarrolló la conversación entre las paredes de su estancia, cuando volví sobre mis pasos y me encaré con Linares.

No le dejé hablar, solamente hablé yo proponiéndole un arreglo y dejándole segundos para que tomase su decisión.

Me puse ante él y con la máxima autoridad posible le dije.

  • Linares ha deshonrado a su ilustre familia. Siento lo ocurrido principalmente por su madre. Tiene dos disyuntivas. Casarse con mi hija o que sea juzgado y todos sepan que es usted un invertido maricón. Indudablemente haré lo necesario, en el caso que usted elija el segundo de los caminos, para que sea expulsado, con deshonor, del ejército. Si acepta el casamiento, debe pedir traslado inmediato al otro extremo de España. Le aconsejo Cataluña donde su abuelo dejo buenas amistades y nunca más acercarse a ese soldado ni a nadie de su ralea.

Tiene un minuto para contestarme.

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El teniente Martínez, al que le habían asignado, por sorteo, el marrón de defender a alguien que el coronel quería acusar, se levantó para la alocución final.

Tenía una defensa fácil, ante el tribunal no se había demostrado nada, el brigada, único testigo de cargo presentado, no corroboró ninguna acción punible, había declarado que su intervención se había limitado a recibir al soldado arrestado anteriormente por el coronel y trasladarlo posteriormente a la prevención.

Se dio rápidamente cuanta que allí había algo sucio o extraño que no le incumbía. Un arresto, por el motivo que allí se juzgaba, se solventaba normalmente con un mes de calabozo en el propio cuartel y no se solicitaba un año de reclusión en un castillo.

Pero como tenía la necesidad de decir algo ante la sala y deseaba entrever que no era tonto, soltó sin avergonzarse.

Considere el tribunal la posibilidad que este soldado fuese inducido por la persona que huyó, que seguramente era de rango superior, lo que le rebajaría la pena.

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Toñito no se fijó en absoluto en lo que, tanto el teniente Olivo como el teniente Martínez intentaron demostrar o dijeron a la sala, a él le interesaba otro teniente.

Estuvo todo el tiempo pendiente de comprobar si sus miradas convergían en algún momento.

Tenía el alma partida de dolor cuando oyó la orden de que fuera retirado sin haber conseguido decirse con la mirada el amor que sentían ambos. Fue al momento de darse la vuelta, para emparejarse con los soldados que le escoltaban, cuando el teniente Linares, quizá sabiendo que era la última vez que le iba a ver, hizo que sus miradas coincidieran.

En la mirada de Toñito, antes de empañarse de lágrimas, se pudo leer amor, cariño, entrega y esperanza.

En la del teniente Linares, mientras se cruzó con la del que iba a ser trasladado a un penal, apareció, por un instante, luminosa y limpia, pero, según Toñito se fue alejando, se fue convirtiendo en huidiza, escondida, turbia y torcida.