TRAICIÓN - 3ª Parte

Alfredo, un varón maduro vive una experiencia inolvidable durante un viaje con su mujer que lo cambiará todo. Celos, rabia, dolor, pero también excitación y sobretodo, el descubrimiento de un nuevo mundo para los dos.

Queridos lectores, antes de empezar con el relato quería agradeceros vuestras valoraciones y comentarios pues me ayudan a continuar. Además quiero pediros disculpas por aquellos que esperabais la continuacíon de la historia. He creido importante presentar a ambos protagonistas en su parte humana y el título debería haberlo reflejado así para evitar confusiones. La parte positiva es que estáis ansiosos en saber como es el desenlace y eso me llena de alegría. Os pido que tengáis un poco de paciencia, creo que el final no os decepciónará.

Sin más, proseguimos la historia.


Alfredo se metió a la ducha. Necesitaba refrescarse y procesar lo que había pasado. En su mente todavía daba vueltas la imagen de su mujer siendo penetrada por otro hombre.

Estaba rabioso, furioso, después de tantos años lo había engañado con otro. ¿Lo habrá hecho antes? - Pensó.

No se había dado cuenta pero mientras recordaba la imagen de la fotografía, una incipiente erección había hecho acto de presencia. No podía evitarlo, se había excitado con la imagen. Tenía mucha rabia porque su mujer lo había hecho a sus espaldas, pero en el fondo se había excitado.

Aunque nunca habían dado ese paso, algunas veces habían hablado de introducir a otras personas en la relación como parte de sus juegos pero nunca habían concretado nada. A los dos les excitaba la idea, pero Alfredo en su interior tenía el temor de que su mujer se enamorase de otro si era mejor amante que él. Y no es que él fuera mal amante ni mucho menos, pero formaba parte de sus inseguridades fruto de una juventud no muy exitosa con las chicas.

Recordando los momentos disfrutados en el río y la fotografía que había recibido, Alfredo comenzó a masturbarse. Se imaginaba estando allí al lado mientras veía como aquel joven penetraba a su mujer y la hacía gozar.

Si hubiera estado allí, no le habría permitido correrse con la polla de un extraño dentro, ella habría tenido que aguantarse para luego correrse con la suya mientras él se derramaba en su interior.

Alfredo no contuvo más su excitación y eyaculó en la ducha. Podía aguantar mucho más, pero su mujer lo esperaba para cenar.

Salió de la ducha, se secó, se vistió y abandonó de la habitación rumbo al restaurante del hotel.

Cuando llegó, su mujer le preguntó extrañada por su tardanza.

  • ¿Cómo es que has tardado tanto, cariño?

Alfredo la besó en los labios como tenía por costumbre cada vez que se encontraban o se despedían, los años no habían apagado ni un ápice de ese amor romántico que sentían el uno por el otro.

  • Mi amor, aproveché para darme una ducha y cambiarme. Después de la caminata bajo el sol de hoy y nuestros jueguecitos, ya sabes...

Una pequeña risa escapó de la boca de Dalia. Mmmm…los jueguecitos…pensó. Si su marido supiera de los jueguecitos extra que ella había tenido. Sonrió divertida mientras recordaba el momento. Se sentía en parte culpable, pero lo había disfrutado tanto.

Lo que no podía saber Dalia, ingenua, era que su marido ya estaba al tanto de lo acontecido, por lo que la sonrisa que Dalia puso no pasó desapercibida para él. Estaba furioso por dentro pero supo mantener la compostura, estaba acostumbrado a negociar con cara de póker sin dejar entrever ninguna debilidad para conseguir los mejores precios de venta para sus productos y ahora esa experiencia le permitía permanecer como si nada hubiera sucedido.

El hotel donde se encontraban estaba en la costa, tenía unas vistas al mar maravillosas, una pequeña isla con un castillo se veía desde la ventana del restaurante del hotel. Era un lugar precioso. Se recrearon con ellas mientras cenaban y hablaban cosas intrascendentes.

-          Muchas gracias por este viaje mi amor, realmente necesitaba unos días para nosotros solos. – Dijo Dalia.

-          De nada , ya sabes que me gusta consentirte. – Respondió Alfredo mientras le cogía la mano y se la acariciaba.

Alfredo la amaba con locura, incluso ahora furioso como estaba, quería compartir con ella el resto de su vida. La fortuna no les había sonreído y no habían podido tener hijos hasta el momento y era lo único que les faltaba para completar su familia, pero eran felices, al menos, eso creía él. Sus inseguridades de cuando era adolescente volvían a aflorar. No había tenido mucho éxito con las chicas, en gran parte por un acné que le atormentó durante toda su época del instituto.

Ahora esas inseguridades que ya habían desaparecido volvían a hacer acto de presencia, como para recordarle que nunca debe darse nada por sentado, hasta lo que parece más seguro se puede perder en un instante.

Alfredo reprimió la pregunta que le rondaba la mente, si lo hacía podía revelar que conocía lo que había pasado. Quería preguntarle a su mujer si todavía lo amaba, pero no podía hacerlo, por lo que se contuvo.

Tras la cena vinieron los postres. Dalia, como siempre juguetona, empezó a acariciar con su pie descalzo la entrepierna de Alfredo por debajo de la mesa. Siempre era muy fogosa y activa, durante el año, mientras Alfredo trabajaba tenía por costumbre hacer con él el amor al menos una vez al día además de masturbarse una o dos veces, pero cuando viajaban se desataba, aprovechaba que lo tenía disponible para ella y follárselo no menos de 3 o 4 veces diarias. Era por ello que Alfredo se tomaba unos buenos suplementos vitamínicos, para asegurarse poder mantener el ritmo. Y desde luego, él estaba encantado con la actitud de ella. Muchas veces le habían dicho que el matrimonio apagaría la llama, hoy tenía claro que eso solamente era porque la gente dejaba que la rutina la apagase, poniendo cada uno de su parte eso no tenía por qué ser necesariamente así.

El miembro de Alfredo comenzó a crecer dentro de sus pantalones, Dalia sonreía coqueta mientras degustaba el postre, lamiendo la cuchara en unos gestos que lo decían todo. Alfredo comía el suyo tranquilamente, divertido y excitado. Al ver la mirada de su mujer hacia él entendió que ella todavía lo amaba, lo que había hecho no era correcto y se tomaría su venganza, pero entendió que no era fruto de la falta de amor, sino del volcán que ella llevaba en su interior.

Completamente excitado con las caricias de su mujer, Alfredo , aprovechando que el mantel tapaba su erección, metió su mano por debajo, desabrochó la cremallera del pantalón y se sacó el miembro. Ahora podía sentir el pie descalzo de Dalia acariciándolo. La temperatura de ambos iba subiendo por momentos. Los postres se terminaron, pero no se levantaron de sus asientos, su mirada se perdía a través del gran ventanal que había en el restaurante, una estampa preciosa con las últimas luces del atardecer. Cualquiera que los viera pensaría que simplemente estaban disfrutando de unas vistas relajantes, ajenos a lo que pasaba debajo de la mesa.

Poco a poco el restaurante se fue vaciando pero ellos seguían allí, intercambiando miradas cómplices de vez en cuando y observando el horizonte para disimular. En un momento dado, cuando ya eran la última pareja que quedaba en el restaurante y los camareros estaban afanados en la cocina, Dalia se deslizó por debajo de la mesa, agarró el miembro de Alfredo y se puso a realizarle una mamada allí mismo. Ese era el momento que había estado esperando, sabía que no disponía de mucho tiempo, así que se esmeró al máximo.

Alfredo suspiraba y jadeaba de placer mientras observaba a su alrededor pendiente de que nadie los sorprendiera, sería un gran problema si eran descubiertos en esa situación, máxime cuando era el primer día de su estancia en el hotel.

Poco a poco, Dalia fue incrementando el ritmo, la respiración de Alfredo se hizo más agitada hasta que estalló en un intenso orgasmo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gritar de placer allí mismo. Dalia salió de debajo de la mesa en un movimiento ágil, g todavía degustaba el resultado de su travesura, no dejó que se desperdiciara ninguna gota, le encantaba saborear y tragarse su semen.

Alfredo recogió su miembro ahora fláccido dentro del pantalón y se incorporó. Abrazados abandonaron el restaurante y decidieron dar un paseo por los alrededores.

El lugar era precioso, el paseo marítimo, la playa, el castillo de la isla, invitaba a querer quedarse a vivir allí para siempre. Alfredo siempre elegía con mucho esmero los lugares de las vacaciones, quería atesorar esos momentos en los que desconectaba del trabajo y donde su única preocupación era complacer a su mujer.

Pero esta vez todo era diferente. No podía quitarse de la cabeza la imagen de su mujer follando con otro hombre, estaba claro que estas vacaciones no iban a ser como siempre.

Durante el paseo, Dalia notó a su marido distraído, ausente, como si algo le preocupase. Pensando que era fruto de preocupaciones del trabajo le dijo:

-          Cariño, hemos venido a estas vacaciones para desconectar. Cualquier preocupación que tengas en el trabajo, seguro que puede esperar hasta la vuelta. – Mientras decía esto le dio un tierno beso en la mejilla. Lo quería con locura y sufría cuando lo veía agobiado o preocupado.

Alfredo volvió en sí y desechó sus pensamientos, ya tendría tiempo de pensar en lo que había pasado y en planear su venganza.

-          Perdona cariño, tienes razón – Respondió. – El sitio es precioso, espero que te esté gustando.

-          Mi amor, me encanta, creo que van a ser las mejores vacaciones en muchos años. – Dijo Dalia.

Alfredo sonrió y la besó con dulzura mientras pensaba. – Claro, después de que te hayas estado divirtiendo por tu cuenta.

-          ¿Te apetece que hoy juguemos un poco, mi amor? – Preguntó Alfredo – Ya sabes, con nuestros juguetes.

-          Mmm, mi vida, eso me encantaría – Respondió Dalia mientras se le iluminaban los ojos de anticipación y excitación solo de pensarlo.

Poco a poco emprendieron el camino de vuelta al hotel, el camino de vuelta fue más rápido que el de ida. Subieron  a la habitación donde las maletas aún estaban sin deshacer, exceptuando por la ropa que Alfredo se había puesto tras la ducha.

-          Mi amor, vete preparando todo mientras me doy una ducha, ¿vale? – Comentó Dalia.

-          Por supuesto, no tardes. – Respondió Alfredo impaciente.

Mientras Dalia se introducía en la ducha, Alfredo se acercó a las maletas, eligió la más pequeña, el conocido tamaño de viaje, la colocó encima de la cama, introdujo la combinación y la abrió. En su interior una gran variedad de juguetes sexuales y bondage ocupaban todo el espacio disponible. Alfredo fue eligiendo cuidadosamente los que iba a utilizar esa noche. Mientras lo hacía recordó aquella ocasión en el aeropuerto, cuando el vigilante de seguridad los retuvo y les hizo abrir esa misma maleta pensando que uno de los juguetes era un arma. Su cara fue un poema cuando la abrió y vio semejante repertorio. Alfredo se había puesto totalmente colorado, no así Dalia, quien puso una sonrisa pícara como si fuera una niña recién pillada haciendo una travesura.

Dalia salió de la ducha, cogió la toalla y se envolvió el cuerpo, no se había mojado el pelo para no demorarse demasiado. Caminó en rumbo al cuarto ansiosa, no sabía qué idea tendría su marido entre manos para esa noche pero estaba segura que le encantaría. Cuando entró en el cuarto no vio a Alfredo, tampoco vio ningún juguete sobre la cama como esperaba, solo una fusta reposaba sobre la silla que había al lado del escritorio, sorprendida siguió caminando hacia el centro de la habitación.

De repente, la puerta del armario se abrió, de dentro salió un hombre encapuchado y con guantes que se abalanzó sobre ella. Dalia sorprendida dio un traspiés y cayó de espaldas sobre la cama. El movimiento hizo que la toalla se desprendiera, por lo que el voluptuoso cuerpo de Dalia quedó por completo a merced del desconocido. El extraño le tapó la boca con la mano para que no pudiera gritar. Una voz ronca dijo, si intentas escapar o gritar te haré daño y será peor para ti.

Dalia asintió atemorizada mientras el extraño agarraba una de las muñecas de Dalia y le colocaba unas esposas de cadena larga, sujetando el otro extremo al cabecero de la cama.

-          Por favor, déjame ir, mi marido está por volver. – Suplicó Dalia. – Si te vas ahora no diré nada a nadie.

El extraño hizo caso omiso y repitió la operación con la otra muñeca al tiempo que decía.

-          Te recomiendo que no hables o será peor para ti.

El hombre encapuchado comenzó a acariciar el desnudo cuerpo de Dalia con una mano empezando primero la mejilla. Era un tacto extraño pues todavía llevaba puestos los guantes de piel.

A continuación descendió por el cuello, los hombros. La caricia en los costados justo a la altura de la axila le produjo un pequeño cosquilleo, se estremeció.

-          Se lo suplico, tengo dinero, tómelo y váyase. – Volvió a suplicar Dalia.

Un gruñido de disconformidad salió de la boca del extraño, le agarró un pezón y se lo retorció.

-          Ahh. – Gritó Dalia de dolor.

-          Será mejor que te quedes callada, o como te dije será peor. – Dijo el desconocido.

Dalia cerró la boca, resignada, mejor sería no enfurecerlo.

El extraño liberó el pezón de Dalia y se puso a acariciar aquellos turgentes senos, eran grandes y estaban muy firmes fruto de los ejercicios que Dalia tenía por costumbre practicar al menos tres veces a la semana. Le gustaba mantener su cuerpo bien torneado y tonificado y a la vista estaba el resultado.

Pese a la falta de colaboración de Dalia, el volcán que tenía por cuerpo no era indiferente a las caricias que estaba recibiendo. Sus pezones se habían puesto duros y de sus piernas emanaban ya los jugos típicos de la excitación.

El desconocido siguió descendiendo su mano rumbo a la entrepierna de Dalia, quien, en un acto instintivo, las cerró para impedirle el acceso.

Sin decir una palabra, el desconocido se incorporó, se acercó a la silla del escritorio, agarró la fusta que en ella estaba y sin más miramientos azotó ligeramente en los muslos a Dalia.

-          Ahh. – Volvió a gritar Dalia.

No habían sido unos azotes excesivamente fuertes pero pese a todo, una pequeña marca roja apareció en el lugar donde había impactado.

Como si fuera un desafío, Dalia permaneció con las piernas cerradas. Había entendido claramente el mensaje pero se resistía a ceder.

El individuo repitió la acción, esta vez un poco más fuerte.

-          No, por favor, para. – Suplicó.

Su súplica no recibió respuesta, al menos no la esperada. En lugar de eso, el desconocido repitió la acción una tercera vez, un poco más fuerte todavía.

-          Ahh. – Volvió a gritar Dalia. – Está bien, está bien. – Dijo resignada.

Poco a poco fue abriendo las piernas, lo hacía muy despacio, a regañadientes, pero un gesto del extraño como iniciando un nuevo azote terminó de convencerla, cedió toda resistencia y abrió las piernas por completo.

Los muslos de Dalia estaban marcadamente rojos, no habían sido unos azotes extremadamente fuertes, pero la repetición de los mismos había hecho el efecto.

El desconocido depositó la fusta sobre la cama y siguió con su acción previamente interrumpida. Su mano descendió por el costado del muslo izquierdo, rozando su vagina, al llegar a la altura de la rodilla cambió de lado e inició un movimiento ascendente rumbo a la gruta prohibida.

Pese a la escasa iluminación podía verse el brillo de los flujos de la vagina de Dalia, que manaban como si de una fuente se tratase.

El tacto de la piel la sorprendió cuando el desconocido acarició su clítoris y no pudo evitar dejar escapar un gemido.

El dedo siguió su recorrido a lo largo de la raja, empapando el guante de sus jugos, que eran cada vez más abundantes.

El desconocido repitió el recorrido varias veces, con calma, recreándose, intercalándolo con unas buenas sobadas al clítoris de Dalia, quien en esos momentos tenía ya la respiración entrecortada, sus jadeos eran más que evidentes.

Pese a todo alcanzó a decir un:

-          Pohr favhor, deth enteh, noh meh hagas estoh. – Dijo en una voz baja y jadeante que casi parecía un susurro.

El desconocido ignoró las súplicas pero no contento con eso, agarró la fusta y le dio un ligero azote a la altura del clítoris.

El grito de Dalia esta vez subió un tono de volumen.

-          Ahhhhh.

Era un grito mezcla entre dolor y placer. La intensidad había sido la adecuada para provocar esa sensación en su cuerpo, le había dolido pero al mismo tiempo con lo excitada que estaba y lo sensible que tenía el clítoris, había provocado una corriente de placer que había sacudido todo su cuerpo.

Un segundo golpe en la misma zona la volvió  a hacerse estremecer. El desconocido, que hasta el momento apenas había articulado palabra dijo:

-          Cada vez que protestes te castigaré. Tú verás lo que prefieres.

Dalia resignada, asintió con la cabeza.

El individuo volvió a su tarea, acariciando los pliegues de la vagina de Dalia con su dedo. Estaba completamente encharcada y deslizaba con facilidad. De repente introdujo un dedo en su interior. Un quejido involuntario salió de la boca de Dalia. Por mucho que protestara, por mucho que le dijera que no, en el fondo estaba disfrutando  y gozando de las caricias de ese hombre.

El dedo empezó a realizar entrar y salir rítmicamente de su vagina mientras el pulgar frotaba su clítoris  con rigor.

La respiración de Dalia era cada vez más agitada, los jadeos incontenibles. La intensidad fue en aumento hasta un momento en que Dalia arqueó su cuerpo y estalló en un intenso orgasmo.

No satisfecho con esto, el desconocido retiró el dedo del interior de Dalia, acercó su cara a la entrepierna de la fogosa mujer, se subió parcialmente el pasamontañas y procedió a chupar con afán los jugos que de su interior manaban fruto del reciente orgasmo.

El contacto con la lengua y la succión de esos labios extraños fueron como un detonante, un segundo orgasmo la sacudió. El desconocido aumentó la intensidad saboreando con deleite los tan ansiados jugos para a continuación chupar con fruición el clítoris de su víctima. Dalia no se pudo contener y siguió corriéndose una y otra vez, el sexo oral le provocaba eso, si se lo hacían bien podía correrse innumerables veces.

El trabajo oral siguió durante un buen rato, alternando entre clítoris y vagina chupando los jugos que de ella manaba.

Dalia no supo ni cuantas veces se había corrido pero sentía que las fuerzas le fallaban, que ya se desmayaba, el aliento se le entrecortaba y le costaba respirar.

El individuo, como intuyéndolo, detuvo su labor y se incorporó. Deslizó su mano a lo largo del cuerpo de Dalia acariciándola hasta llegar al borde de sus labios, los acarició delicadamente y entonces introdujo un dedo en el interior de su boca. Dalia entendió la intención del individuo sin necesidad de que este dijera nada por lo que procedió a chuparlo. Tenía un tacto extraño debido a que todavía llevaba el guante puesto, el sabor era una mezcla de sus propios jugos mezclados con el sabor del propio guante de piel.

Tras unos instantes, el desconocido retiró el dedo del interior de su boca y se acercó al cabecero de la cama agarrando una de las cadenas que sujetaban a Dalia. – Por fin – Pensó Dalia. – No ha sido para tanto.

Qué equivocada estaba, el extraño soltó la cadena del cabecero para a continuación sujetarla del lado contrario, donde cogió la otra cadena y realizó el mismo proceso pero a la inversa.

La cara de Dalia era de asombro y lo fue más aún cuando el extraño interrumpió el silencio y dijo:

-          Date la vuelta y ponte a cuatro.

Tuvo ganas de protestar pero la mirada del desconocido en dirección a la fusta le hizo cambiar de idea. Sería mejor no resistirse, estaba a su merced.

Se colocó en la postura solicitada y acto seguido el desconocido se colocó detrás de ella. De repente una nalgada la sorprendió. Un grito de sorpresa salió de sus labios. Luego otro y otro y otro. Los azotes se sucedían sin parar, el sonido del impacto sobre sus nalgas resonaba en el silencio de la habitación.

La resignada Dalia aguantaba con bastante entereza la situación, sabía que quejarse solo podía empeorar las cosas, aunque era incapaz de sostener algún que otro quejido. El trasero de la mujer se fue tornando rojo fruto del trato al que estaba siendo sometido. Pese a todo la excitación de Dalia no había disminuido ni un ápice, como si supiera exactamente lo que hacer, el individuo estaba aplicando la cantidad de fuerza justa para que el dolor fuera acompañado de placer y eso estaba haciendo que de su vagina salieran cada vez más jugos que ahora chorreaban por sus piernas.

De repente la sensación cambió, el impacto fue más fuerte, lo que sintió ya no fue la mano sino la fusta sobre su trasero.

-          Aaaaay. – Se quejó Dalia de este nuevo impacto. Había sido muy intenso, le había dolido de verdad.

Otro impacto en la otra nalga se sucedió. Dalia volvió a quejarse, el dolor era muy intenso, quizá demasiado. Un tercer impacto la sacudió y de la boca de Dalia salió una frase.

-          Aaaaay, para por favor, me haces daño.

Una lágrima escapó por uno de sus ojos, el dolor estaba siendo demasiado intenso.

Un cuarto impacto la sacudió y Dalia no pudo más.

-          Azul, azul. – Dijo de repente. Las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.

Alfredo estaba ido, el recuerdo de su mujer acostándose con otro hombre lo había ido enardeciendo y sin darse cuenta ni como había agarrado la fusta y empezado a azotar a su mujer con ella, con rabia. Se había pasado y le había hecho daño.

La palabra segura que tenían para sus juegos lo sacó del trance en que se encontraba. Se dio cuenta de la situación pues apenas era consciente de la misma. Rápidamente se quitó el pasamontañas, soltó las cadenas del cabecero de la cama y rápidamente abrazó a su mujer quien no podía contener las lágrimas, no tanto por el dolor sino porque la persona a quien ella más amaba y en quien más confiaba le había hecho verdadero daño.

Alfredo se había dado cuenta en seguida que Dalia estaba dolida así que la abrazó con ternura mientras le susurraba al oído.

-          Perdona mi amor, me dejé llevar demasiado y no me di cuenta. – Dijo Alfredo, visiblemente afectado por lo que acababa de hacer.

Dalia miró para el rostro de su marido, su cara reflejaba lo dolida que se sentía. Alfredo, ágil le dio un beso muy tierno mientras le acariciaba el cabello. Se abrazaron fuertemente. La situación se había descontrolado pero Dalia era una mujer comprensiva, el rostro de Alfredo reflejaba la culpa que sentía por lo que decidió no darle importancia. Estos juegos tenían ese riesgo a fin de cuentas, a veces la situación podía descontrolarse un poco, aunque Alfredo solía darse cuenta cuando se excedía y retomaba la situación rápidamente. Era la primera vez que pasaba algo así.

Tras unos cuantos besos y caricias, Alfredo le preguntó:

-          ¿Te encuentras mejor?

Dalia asintió afirmativamente con la cabeza.

-          Pues entonces déjame que te compense. – Dijo Alfredo.

Terminó de desabrochar las esposas, que todavía sujetaban las muñecas de Dalia, aunque ya no estuvieran sujetas a la cama y le indicó que se tumbase boca abajo.

Alfredo se quitó los guantes, a continuación abrió la maleta y de dentro sacó un bote de aceite, lo esparció generosamente por la espalda y los glúteos de Dalia quien lo recibió con agrado. Era un aceite especial, aromatizado y con efectos calmantes que usaban habitualmente para sus juegos.

Alfredo comenzó un masaje a lo largo de la espalda y las nalgas de Dalia, recreándose especialmente en la zona dolorida. El masaje poco a poco fue haciendo su efecto y el dolor se mitigó hasta casi desaparecer. Dalia tenía el cuerpo tan sensible en esos momentos que las caricias volvieron a enardecerla, los jugos volvieron a manar de su interior.

Unos movimientos sugerentes y unos quejidos hicieron entender a Alfredo que su mujer volvía a estar juguetona. Agarró de nuevo el bote de aceite y echó una buena cantidad en medio de la raja que separaba sus nalgas y empezó a deslizar un dedo a lo largo. Se detenía justo al borde de la vagina en un lado y al otro paraba, realizando una ligera presión en la entrada de su ano.

Los gemidos de Dalia eran incesantes, ya se le había olvidado por completo lo que había sucedido momentos antes. De repente, una presión un poco más intensa y su entrada trasera se vio invadida por un dedo de Alfredo, quien lo deslizaba hábilmente y con cuidado en su interior.

-          Ahhh, meh  estáhs matahndo. -  Atinó a decir la entregada mujer.

No contento con ello, Alfredo deslizó otro dedo hacia su interior por la otra entrada. Una vez ambos dedos estuvieron dentro procedió a frotarlos el uno contra el otro separados únicamente por las paredes interiores de ambos orificios. La intensidad del roce, en una zona tan repleta de terminaciones nerviosas provocó a Dalia otro maravilloso orgasmo, que fue sucedido por otro cuando Alfredo hábilmente incrementó el número de dedos en cada hoyo de uno a dos.

Dalia se corrió tres o cuatro veces más gracias al maravilloso trabajo que su esposo le estaba haciendo, podría haber seguido así un largo rato, pero en esos momentos lo que Dalia ansiaba era otra cosa, lo sucedido la había puesto mimosa.

-          Cariño, ven, hazme el amor. – Le dijo.

Alfredo entendió rápidamente el tono por lo que procedió a quitarse la ropa para a continuación tumbarse encima de Dalia e introducir su miembro erecto en su interior. Se abrazaron y besaron con cariño mientras se sincronizaban en un armonioso movimiento, una suave cadencia que reflejaba perfectamente lo bien compaginados que estaban y lo mucho que se amaban.

Se tomaron su tiempo, no había prisa, disfrutaron el momento. Alfredo se sentía un poco culpable, se había descontrolado y le había hecho daño de una manera que no quería. Quería vengarse sí, pero no así, como un vulgar maltratador.

Poco a poco fueron aumentando el ritmo hasta que se corrieron juntos en un maravilloso orgasmo mientras se besaban con dulzura.

Alfredo se retiró de encima de Dalia y se abrazaron mientras se seguían besando ya tranquilos, simplemente disfrutando del momento, la complicidad y el amor que se tenían.

En esa situación se quedaron dormidos, la noche los envolvió.

Mientras dormía, Alfredo soñaba y pensaba la manera en que podría vengarse, mil y un sueños, mil y una posibilidades, todavía no tenía claro como lo haría. La venganza tendría que esperar, por el momento…