Tradiciones Dolorosas: La Danza

Dirot será víctima de la Danza de la Retribución.

Saludos, gente de TR. Tras el primer capítulo de Tradiciones Dolorosas, hoy quisiera presentar el segundo, o tercero, juzguen ustedes. A quien no le gusta una buena danza/baile/sexo con ropa tradicional? Pues preparad las chanclas y apretad los dientes…

Por fin, tras un año de espera, la Gran Danza en honor a la diosa madre se volvería a realizar. Atni estaba muy feliz, pues deseaba agradecer a la gran diosa por su benevolencia. La mujer de 30 años, cabellera rubia rizada y cuerpo voluptuoso vestía una sencilla túnica blanca ceñida a su sensual figura, marcando sus peligrosas curvas.

Mientras caminaba por el pueblo con un canastillo colgando de su brazo, la hermosa mujer atraía todas las miradas, sus largas piernas torneadas y su espectacular culo eran el objeto de deseo de muchos, aunque casi todos se conformaban con lograr mirar sus muslos desnudos. Los senos pequeños pero firmes se notaban orgullosos bajo la ropa y muchos se relamían al verla pasar.

Entregando los adornos que llevaba en el canastillo a las chicas que decoraban, Atni se topó con su hijo, de 10 años, que jugaba con sus amigos.

“Querido, recuerda volver a casa para cenar antes de la Gran Danza,” le recordó Atni.

“Si mamá, lo haré,” contestó el niño y volvió con sus amigos.

Mirando como su querido retoño jugaba alegremente con los demás niños de la comunidad, se fue a casa con una sonrisa.

Dos horas después.

Mientras Atni se colocaba una corona de flores en la cabeza, escuchó un golpe en la puerta.

“Entra, hijo, ya casi es hora y no estás listo!” exclamó la mujer, creyendo que su pequeño regresaba para prepararse.

En lugar del pequeño crío rubio, tres mujeres entraron a la humilde vivienda, cabizbajas. Una de ellas mostraba evidentes señales de haber llorado y aún temblaba un poco. La dama que iba en el medio, de larga melena castaño cobrizo se acercó a Atni con gesto de pena y tristeza.

“Que ocurre?” preguntó ella, preocupada al ver su semblante.

“Oh Atni… vuestro Karid… está muerto…” dijo con un hilo de voz la mujer.

Un desgarrador lamento se escuchó desde afuera, mientras Atni se desplomaba en brazos de la mujer, devastada por la perdida de su hijo. Las mujeres le consolaban pero Atni no podía hallar consuelo. Casi una hora transcurrió hasta que la madre del pequeño se serenó un poco y con mirada llena de dolor preguntó.

“Que ha sucedido?”

“Hubo una pelea entre los niños. Parece que Karid tuvo problemas con Motir… y su hermano mayor intervino y golpeó a Karid… con una piedra… se desmayó y… y…” explicó una de las mujeres pero no pudo seguir y Atni volvió a llorar amargamente.

La rabia crecía a la par de su dolor y Atni solo deseaba saber que había sucedido con ese joven monstruo cobarde.

“Dirot fue capturado… cuando huía… está en el Gran Campo Santo,” indicó la misma mujer de cabello castaño.

“Llévenme…” dijo Atni temblando, no tanto ya de dolor como de ira.

Renuentes al principio, accedieron a llevarlas hasta allí. En el camino, muchos le daban palabras de ánimo a Atni, que caminaba en silencio. Al llegar al lugar, encontraron una muchedumbre rodeando al jovencito de 18 años, que tenía un corte en el labio y la ropa rasgada y sucia. Se hallaba atado a un par de estacas clavadas a ambos costados, con los brazos estirados por encima de su cabeza, se veía algo aturdido después de los golpes recibidos.

Al verlo, Atni derramó varias lágrimas pero se calmó y una oleada de odio asesino se apoderó de la hermosa mujer. Foramos, el gran señor del pueblo, se aproximó a la madre y la abrazó, explicando además los hechos concernientes a la muerte de Karid.

“Este Dirot, mató a tu hijo a sangre fría después de que su hermano menor hiciese caer a vuestro Karid, que se defendió de su agresión no justificada. No solo le arrebató la vida, sino que negando lo sucedido, intentó huir como un cobarde y fue capturado por esta multitud. La ley es clara, Atni, y su vida no ha de ser perdonada, aunque tenéis la última palabra,” dijo Foramos.

Mirando a Dirot a la cara, el jovencito no se mostraba arrepentido ni mucho menos. Claramente deseaba verle morir pero, era el día sagrado para la diosa Madre.

“Hoy es un día sagrado,” dijo Atni.

“Lo es, pero este asesino lo ha mancillado al derramar sangre inocente,” aclaró Foramos.

“Puedo disponer de él a mí antojo?” preguntó Atni al gran señor y mirando a Dirot, que sonreía con descaro.

“Así es,” confirmó el gran señor.

“Quiero hacerle sentir mi dolor, y honrar a la diosa con mi danza,” expresó la mujer.

“Lo que desees hacer, hazlo,” sentenció Foramos y Atni sonrió con maldad, tanto que Dirot se mostró algo temeroso.

Con la ayuda de varias personas, Atni desnudo al jovencito, que en medio de su situación, tuvo una ligera erección, para consternación de los presentes. También separaron sus piernas, dejando sus colgantes huevos bien expuestos y al alcance. Atni caminó en círculos a su alrededor y Foramos, al darse cuenta de ello, murmuró para sí en voz baja.

“La Danza de la Retribución…”

Ignorando el castigo que la mujer tenía en mente, Dirot sonrió y veía a Atni. El chico, delgado y un poco más alto que ella, lucía una mirada de total tranquilidad y confianza.

“Si quieres otro hijo, solo dilo, muchos de nosotros queremos follarte hasta quedar sin fuerzas,” dijo Dirot y solo Atni pudo oír sus petulantes palabras.

La mujer, a su espalda, le puso una mano en el cuello y lo estranguló un poco.

“Vas a sentir el dolor que me has causado. Me arrebataste un hijo, mi mayor tesoro, yo te arrebatare el tuyo,” dijo ella con odio y lo soltó.

Agitando una mano, los instrumentos comenzaron a sonar. Era una melodía suave y lenta, Atni describía pequeños círculos sobre sí misma y daba ligeros saltos, mientras la gente permanecía en silencio. En tanto la mujer danzaba y volvía a colocar frente a él, Dirot no pudo reprimir una risita burlona pues aquello no parecía un castigo.

La mujer comenzó a moverse con mayor frenesí mientras la música aumentaba su ritmo, siempre con aquel sonido enigmático, como de grandes golpes sordos pero algo en ella parecía funesto, indicando un desenlace fatal. Llevada por la danza, Atni rasgó la parte inferior de su túnica como si nada, dejando sus largas y sensuales piernas al descubierto, Dirot comenzaba a sentirse inquieto pero lo peor estaba por venir.

Describiendo círculos sin cesar, Atni danzaba frente a él y asestaba patadas al aire. En un momento, la música se detuvo y ella quedó mirándole, y con una fuerza descomunal, le asestó una patada asesina a los huevos.

Dirot no lo vió venir, ni nada en el mundo le prepararía para ese atroz momento de amargo dolor. El pie de la mujer le aplastó los huevos contra el hueso pélvico, la patada le dejo sin fuerzas y sin aliento, de su boca abierta no salía ningún sonido mientras el dolor subía por su bajo vientre como un torrente desbocado, las piernas le temblaron y lágrimas brotaron de sus ojos. Atni sonreía con malicia, aquella patada era por su querido Karid.

La vista se le nubló, pero la música volvió a sonar. Atni reanudó su danza, ignorando los quejidos del jovencito, que trataba de recuperar el aliento para poder hablar. El dolor era salvaje y no había nada igual, jamás había experimentado una sensación similar y sentía un ardor feroz en la zona de impacto.

Los minutos transcurrieron y de nuevo el clímax de la danza era la señal inequívoca de lo venía. Dirot bufó y negó con la cabeza, pero la sensual mujer ya no era capaz de verle, entregada de lleno a la danza. Cuando la música volvió a detenerse, fue un silencio lapidario y solo interrumpido por un sollozo de Dirot, antes de que Atni, con un grito de furia, le asestase otra brutal patada a los testículos.

Aún no se había recuperado ni por asomo cuando sintió como el pie de Atni le subía los huevos, los aplastaba y deformaba contra su entrepierna y volvían a colgar, enrojecidos. Dirot apretó los puños y dejó escapar un gemido lastimero, la vista se le oscureció por momentos y el dolor era insoportable. Se sentía mareado, débil, sin aire y tenía ganas de vomitar.

“No más…” balbuceó el chico a su verduga, que negó con la cabeza.

“No hasta que tenga justicia,” respondió Atni.

Echando la cabeza hacia atrás, las piernas le flaquearon y prefería una muerte rápida que ser sometido a ese ancestral tormento. La música se reanudó y Atni, algo sudada por la danza, comenzó a moverse con mayor destreza y ligereza. La venganza era implacable y Dirot apenas veía formas borrosas y un molesto zumbido atormentaba sus oídos.

La tercera patada dió de lleno en su testículo izquierdo, y el joven soltó un desgarrador alarido. Nunca se había preguntado la razón por la que tenía dos pelotas colgando entre sus piernas, pero ahora deseaba no haberlas tenido. Magullado, su testículo izquierdo estaba ahora un poco más hinchado pero la mujer arreglaría muy pronto la situación y las dos siguientes patadas fueron hacia su testículo derecho, la piel de su escroto estaba enrojeciendo con mayor rapidez y Dirot estaba mareado y respiraba débilmente.

Atni terminó desnudándose frente a la multitud, mostrando su escultural cuerpo de diosa al pueblo, y tenido mayor libertad a la hora de danzar, y por supuesto patear. El sudor que cubría su figura hacia verla aún más hermosa a la luz de las llamas, una belleza fatal y el único que no podía regodearse con la vista era Dirot. Los huevos comenzaron a crecerle sin parar a medida que el número de patadas aumentaba, le dolían a horrores y colgaban más abajo que al principio.

Ya pronto no fueron solamente patadas, también rodillazos y palmadas, que si bien no eran dolorosas en sí, la piel sensible del escroto no soportaba el más mínimo roce. Dirot lamentaba cada segundo y no tenía idea de cómo terminaría ese suplicio. Atni se arrodilló frente a él y sin ninguna delicadeza, tiró de sus gónadas en todas las direcciones, arrancándole más gritos de dolor hasta quedar sin voz. La mujer reía al tiempo que encontraba algo de consuelo por su amarga perdida.

Luego con sus manos frotaba la piel del escroto. El ardor que le causaba era indescriptible, solo Dirot podía sentir cada pequeño movimiento y sensación y aún así, no era capaz de expresar lo que sentía. Aquella danza de retribución se extendió por un largo rato, y con los huevos del tamaño de piedras o puños de guerrero, Dirot estaba al borde de la locura y completamente derrotado.

“Ya detente!!” exclamó con la poca fuerza que le quedaba.

“Lo haré, pero cumpliré mi palabra. Despídete de ellos,” murmuró Atni.

Dirot intentó escapar inútilmente, pero las manos de la mujer agarraron sus testículos y tiró de ellos con fuerza. El chico chilló con voz aguda al sentir como sus conductos espermáticos eran estirados al máximo y sus huevos eran exprimidos como uvas. Aquello solo duró unos cuantos segundos y casi al unísono, un par de chasquidos le indicaron a Atni que la muerte de su hijo había sido vengada. Dirot no solo lo escuchó, también sintió un terrible y angustioso dolor y luego, con horror observó como sus huevos intercambiaban posiciones dentro de su escroto.

No tardó mucho es desmayarse y quedar inerte, atado a las estacas. Con una reverencia y besando el suelo, Atni dedicó su danza de retribución a la diosa Madre y se puso de pie. Varias personas desataron al desdichado joven y la mujer se volvió a vestir, abandonando el Campo Sagrado en completo silencio, la gran diosa le había permitido obtener justicia.