Tradiciones Dolorosas: Efevedo

Thoban sufrirá con las hijas de Efev.

Saludos, lectores. Con este relato quisiera celebrar el superar los 300.000 accesos, gracias a quienes lo hicieron posible. En esta tercera entrega, leerán un clásico de la antigüedad antigua. Guerreras superiores y lo demás creo que está demás.

El campo de batalla estaba cubierto de sangre, armas y cadáveres en todas direcciones. Algunos hombres llenos de tierra mezclada con sangre y sudor son llevados lejos, atados de manos. Un grupo de 5 mujeres observan la situación, todas vestidas con peto de bronce y falda de cuero. La mayor de ellas en rango, una sensual mujer voluptuosa de cabellera negra larga y de mirada altiva, escupió al ver pasar a los prisioneros.

“Menuda basura… solo lamento no haberles derrotado rápidamente, muchas de nuestras guerreras podrían haber sobrevivido,” dijo.

“Señora nuestra, si la diosa Efev así lo quiso, no podemos cambiar su voluntad,” repuso una joven a su lado, cabello negro y de rasgos similares.

“Lo se. Pero grandes guerreras han perecido,” respondió la reina a su hija.

Guardando silencio en respeto a sus caídas, un grupo de 6 mujeres transportaban a un guerrero enemigo que forcejeaba y maldecía con todas sus fuerzas.

“Que es todo este desorden? Matnys?” preguntó la reina.

“Señora nuestra,” contestó la guerrera que encabezaba el grupo. “Hemos capturado al general enemigo, la diosa Efev lo ha entregado en nuestras manos mientras huía,” informó Matnys.

“Mentiras!!” vociferó el prisionero.

La guerrera no perdió tiempo y hundió su puño en el abdomen del guerrero, que se dobló por la cintura, tosiendo y farfullando.

“Callad, escoria. Es eso cierto?” cuestionó la reina.

El guerrero no pudo responder y Matnys volvió a golpearle.

“Suficiente Matnys… dejad que hable. Eres el general celta?” preguntó la reina guerrera.

El pobre hombre asintió con pesar, y las guerreras que acompañaban a la reina dejaron escapar ruidos de sorpresa e incredulidad. Llevaban mucho tiempo sin capturar a un general enemigo, ya que su fama era ya muy conocida, además de la de su diosa.

“Pues la diosa Efev nos ha recompensado por nuestra inquebrantable fidelidad. Y tu, general… eres muy afortunado o quizá, no tanto. Llevadlo al campamento,” dijo la reina y en medio de forcejeos y quejas, las guerreras arrastraron al general enemigo.

En el campamento el general celta fue despojado de su dignidad, atado y humillado por la tribu de guerreras. El hombre, llamado Thoban, forcejeaba con sus ataduras pero no podía escapar. Así estuvo por tres días, en los cuales la reina y sus consejeras de confianza debatían sobre si seguir su tradición y honrar a Efev, o por el contrario decapitar al enemigo sin ceremonias.

Muchas eran las voces que pedian su cabeza sin mayor dilación. No obstante, la gran sacerdotisa de Efev se opuso rotundamente en la reunión del consejo de la reina y estas fueron sus palabras, que sellaron el destino del general Thoban.

“No podemos dar la espalda a nuestra diosa y a nuestra tradición! Si después de mucho tiempo sin sacrificios, hemos podido capturar a este general celta, no podemos negarle a la diosa Efev lo que le pertenece y demanda de nosotras a cambio de su protección.”

“Yo pienso igual que tu, Zatya, pero que piensan las demás?” inquirió la reina, mirando a las otras mujeres.

Un murmullo de aprobación se dejo oír. A pesar de ser hábiles en combate, aparentemente eran fáciles de manipular. Con la aprobación de la reina, Zatya organizó todo para llevar a cabo la ceremonia en honor a Efev, Efevedo.

Efevedo era el término que ellas empleaban para los generales vencidos en batalla, los cuales quedaban consagrados a su diosa. Era un ritual carente de suntuosidad pero con marcado simbolismo.

En los días previos a la ceremonia, Thoban fue tratado como un rey. Banquetes, baños calientes, casi todo lo que anhelaba le fue concedido, excepto sexo. Era estrictamente necesario que no se corriese antes del rito, asegurando que sus huevos estuviesen cargados para la diosa Efev.

El día señalado llegó por fin, y el guerrero celta fue aseado adecuadamente para ser presentado a la diosa. Ataviado con una sencilla túnica blanca que le llegaba hasta los pies, otras dos mujeres le condujeron al altar construido para el ritual. Era un poco más del mediodía y hacia un tiempo espléndido, Thoban observó frente a él a toda la tribu de guerreras, que aguardaban su llegada.

“Qué sucede? A dónde me llevan?” preguntó sin obtener respuesta.

Las mujeres se apartaron para dejarle pasar, Thoban estaba cada vez más nervioso porque ignoraba la situación. Ante sí vio un pequeño altar de menos de un metro de altura, hecho de piedra, tallada laboriosamente por las hijas de Efev. Habían colocado un manto púrpura sobre la piedra, con un par de manos bordadas en la tela y sobre el manto reposaba una maza.

Sin saber el significado de esos objetos, Zatya hizo su aparición. Vestida con una túnica blanca y un manto rojo sobre sus hombros, la mujer rubia y ojos verdes lucía muy hermosa e imponente. Con un movimiento de la mano ordenó que acercasen a Thoban y comenzar la ceremonia.

“Que esta haciendo? Exijo una explicación!” demandó Thoban.

“Debías haber intuido que no todo son banquetes y comodidades,” dijo Zatya.

“Que quieren de mí!?” exclamó el guerrero, desesperado.

“Efev demanda tu hombría…” contestó la sacerdotisa y las mujeres sujetaron a Thoban.

Atado con las manos a la espalda, Thoban fue despojado de la túnica y quedó desnudo y desconcertado frente a la sacerdotisa. Tumbado de espaldas sobre el altar de piedra, el celta palideció al sentir la mano de Zatya acariciando sus huevos y luego frotar el mazo contra ellos. Dando patadas al aire, la sacerdotisa le calmó su ímpetu con un rápido golpe en su punto débil. El desgarrador grito se escuchó en la lejanía y resonó con escalofriante nitidez en el campamento.

El contacto de esa maza deformó y aplastó sus huevos contra su entrepierna. El dolor se expandió con rapidez brutal a su bajo vientre y Thoban sintió nauseas, dolor como nunca antes y la sensación de que se los habían reventando.

“He aquí, oh diosa Efev, los huevos de este hombre serán ofrecidos en tu altar, como ofrenda por tu benevolencia,” anunció Zatya, elevando la voz por encima de los lamentos de Thoban, que no podía parar de retorcerse sobre el altar.

La mujer masajeó sus magullados huevos y tiró un poco de ellos. La sensación fue muy dolorosa y angustiante para el derrotado general, que no conocía las costumbres de esa tribu de guerreras para con los generales vencidos. Thoban intentó recuperarse mientras la sacerdotisa acariciaba su punto blando, para así intentar la huida.

Zatya estaba tan distraída con esos enormes y perfectos huevos que no cayó en la cuenta de que su víctima ceremonial ya no se quejaba y correspondía a sus caricias con una soberbia erección. Aquel trozo de carne palpitante debía ser tan largo como un cuchillo de caza, y no pudo evitar relamerse con esa magnífica visión.

Pero en cuanto sintió que sus piernas habían dejado de temblar, Thoban apartó a la mujer con una rápida patada y se levantó veloz como un rayo. Exclamaciones de asombro e indignación se dejaron oír por parte de las mujeres que presenciaban la ceremonia, sin embargo el general celta no pudo escapar ya que le rodearon en un círculo. Girando sobre sí mismo solo veía hermosas guerreras ataviadas con sus armaduras y listas para someterle si era necesario.

Algunas miraban sin reparos la magnífica erección entre sus piernas, pero muchas no se dejaban llevar por sus legítimos impulsos y estaban en alerta para luchar.

“Por la diosa Efev, que es lo que estais haciendo!?” exclamó ofendida Zatya.

“Yo jamas he sido vencido, y no me rendiré sin luchar,” se defendió el celta.

“Esto es ridículo, estas superado y no tienes alternativa. Vuelve al altar antes de que cometais sacrilegio,” insistió la sacerdotisa.

“Tendreis que matarme,” repuso Thoban sin temor.

Zatya agachó la cabeza, sopesando la cabezoneria de ese hombre y extendió la mano para llevarlo de regreso a su lugar pero Thoban la apartó de nuevo.

“Atrás, ramera, o tendré que matarte!” chilló el general con tono amenazante.

Ofuscada por el insulto, la sacerdotisa miró a su señora, que presenciaba la rebeldía del prisionero.

“Bien, si crees que podeis ganaros vuestra libertad, hecho,” declaró la reina guerrera. “Iza…” llamó.

De entre la multitud de mujeres, apareció una joven que parecía una fiera amazona. Alta, cabello negro largo y brillante, ojos azules como el cielo y piel blanca como la nieve. Iza era la hija de la gobernante y cuando ella se paró frente a Thoban, este quedó perplejo.

La joven podía pasar como la hermana menor de la reina, pues eran casi idénticas. Iza poseía un cuerpazo escultural como el de su madre, si bien sus senos no eran tan grandes, eran redondos y de buena proporción. Su vientre plano estaba al descubierto y terminaba en unas largas piernas sensuales y firmes. La falda de cuero apenas alcanzaba cubrir su enorme culo y su mirada, solemne, estaba llena de confianza.

“Crees poder vencer al prisionero?” preguntó su madre.

“Por supuesto, mi señora,” contestó Iza.

“Esta decidido. Celta, si vences a mi hija en singular combate, ganaras vuestra libertad,” afirmó la reina.

“Pero señora…!!!” se quejó Zatya.

“Y si pierdes… te disculparás con Zatya y de buena gana te someteras a nuestra tradición,” concluyó la reina.

Thoban tragó saliva pero asintió. En seguida una mujer se acercó con un cuchillo y liberó sus manos. Aun seguía desnudo pero su duda fue respondida de inmediato al ver a Iza despojarse del peto, dejando sus senos al descubierto. Ese par de tetas estaban coronadas con pezones rosados y erectos, luego se quitó la falda de cuero para quedar desnuda ante el guerrero celta. Al contrario de lo que había observado muchas veces, la joven estaba completamente depilada y pudo atisbar los labios que protegían la entrada de su sexo, su erección no disminuyó y ya comenzaba a sentir un calorcillo en las mejillas ante semejante monumento de mujer.

Iza agitó su larga melena que caía por su espalda, y contempló a su rival. Thoban se sentía incómodo al tener que enfrentarse a ella, pues no consideraba correcto y justo el retar a una mujer, pero esas guerreras habían demostrado estar a la altura y temía equivocarse con ella.

Ambos dijeron sus oraciones a los dioses mentalmente e Iza, con un grito de furia se abalanzó sobre Thoban. El celta solo pudo abrazarla antes de caer al suelo de espaldas, la chica comenzó a golpear su rostro con gran fuerza, Thoban se vio superado por breve antes de lograr sujetar sus muñecas y rodaron por el suelo. Incorporándose, estaba algo aturdido pero contraatacó con varias patadas a los costados de Iza, que logró defender exitosamente, para luego asestar patadas a sus piernas, en un intento por derribarle una vez más.

No obstante, el general celta pudo esquivarlas pero pronto se dio cuenta que su rabo erecto era una desventaja, pues le costaba un poco moverse sin tener que sentir como golpeaba ambos muslos. La joven dio un pequeño salto y golpeó su hombro con su puño derecho, para acto seguido asestar rápidos golpes a su torso, pero apenas hacía daño.

Aunque logró golpearla varias veces, los quejidos de la chica le hacían vacilar, lo cual era un truco para evitar que usase toda su fuerza contra ella. Sin embargo, Iza no evitó un fuerte puñetazo a su cara, el cual le dejó un cardenal en la mejilla izquierda. Escupiendo sangre, la muchacha soltó un grito de rabia para lanzarse a por él sin ninguna compasión.

Empleando todo su arsenal, si bien no golpeaba tan fuerte, sus golpes eran certeros y hacían daño en los lugares indicados. Pronto Thoban resentía un golpe en su rodilla que limitó sus movimientos aun más y apenas podia responder porque la chica era muy ágil y siempre le esquivaba en el último momento. En par de ocasiones Iza cayó al suelo después de fallar su golpe y ya ambos luchadores estaban resoplando y sudados, el agotamiento hacía mella y no se podía vislumbrar un vencedor claro, pues aunque Thoban estaba lastimado, sus golpes causaban mucho daño a la chica, que ya empezaba a sentir el rigor de la pelea.

En un descuido, el celta logró ganarle la espalda a la joven guerrera y cerró su brazo alrededor del cuello de la chica. Iza trató de escapar de su agarre pero mientras más forcejeaba, más rápido sentía que le costaba trabajo respirar. Aquello no duraría mucho y Thoban ya comenzaba a creer que todo estaba terminado para ella.

Pero la chica no se ib a rendir con mucha facilidad y con el codo le golpeó a un costado y escapando de su agarre, se dejó caer y con precisión asesina, hundió su puño entre las piernas de su rival, estrellándose contra sus testículos.

La pelea había terminado y Thoban se desplomó de una, agarrándose los huevos y sollozando. Las mujeres estallaron en vítores para Iza y la joven sonrió débilmente. Tenia varias marcas de golpes en todo el cuerpo, le dolía un seno y sangraba por el golpe en el rostro, su madre se acercó y la abrazo con cuidado, orgullosa de su hija, que había mostrado su valía en combate.

Por otra parte, algunas guerrera patearon al vencido Thoban, que apenas sintió los golpes, preocupado por sus joyas. El dolor se hizo más agudo por momentos y dudaba poder levantarse.

Las exclamaciones y celebraciones enmudecieron cuando la reina alzó su mano para hablar nuevamente.

“Has probado tu habilidad, y habeis sido vencido. Ahora debes disculparos con mi sacerdotisa y aceptar vuestro destino,” sentenció la reina.

Zatya se acercó muy feliz y se agachó junto a Thoban, que balbuceó un lo siento y sus manos fueron atadas a su espalda de nuevo. Llevado por varias guerreras hasta el altar, separaron sus piernas para reanudar el ritual. Iza contemplaba todo desde una posición privilegiada junto a su madre, mientras limpiaban la sangre de su boca. Zatya sujetó el mazo una vez más y agradeció a Efev por todo y dedicó los huevos cargados de Thoban como ofrenda.

El mazo se estrelló contra ambas gónadas y el celta dejó salir otro grito de dolor. Para mayor facilidad, una guerrera estiró su escroto para dejar sus huevos bien expuestos sobre el altar y Zatya alzó el brazo para descargar otro mazazo con todas sus fuerzas en el testículo derecho. El feroz golpe hizo que Thoban se le nublase la visión a medida que su testículo derecho se hinchaba rápidamente, dos mujeres se colocaron a su lado y sujetaron sus piernas.

Usando ambas manos, Zatya se echó hacia atrás y asestó un brutal golpe en ambos huevos. Apretando los dientes para evitar gritar, sintió nauseas y espasmos cuando su testículo derecho no soportó más y quedó hecho papilla; la sacerdotisa palpó y se dio cuenta de ello.

“Esto será por Efev, y por vuestro insulto,” musitó Zatya.

Agarrando su escroto por su base, Thoban sintió calambres y la mujer soltó el mazo. Con todas sus fuerzas apretó el testículo izquierdo sin dejar de mirar a Thoban a los ojos. Chillando como un cerdo enloquecido, el celta se retorció con la poca energía que le quedaba pero era inútil escapar de su firme agarre. La sacerdotisa exprimió con satisfacción su testículo por varios minutos, saboreando su venganza particular.

Cogiendo el mazo, descarg tres golpes rápidos sobre la maltrecha gónada. Su escroto estaba de un color morado poco saludable y su testículo, al límite.

Teniendo una idea, Zatya pidió a las mujeres que separasen aun más sus piernas. Sentándose sobre su testículo, Thoban gimió desesperado al sentir como cedía bajo el peso de esas nalgas carnosas y no pasó mucho tiempo antes de que el celta gritase con todas sus fuerzas, su testículo no resistió y se exprimió como un fruto de la vid.

El dolor fue insoportable y se desmayó casi de inmediato. Zatya se levantó y admiró la masa deforme que antes habían sido los huevos de Thoban, y dando gracias a Efev, nombró Efevedo a Thoban. Cuando despertó, horas más tarde, el guerrero yacía en un lecho, y con mucho cuidado palpó su entrepierna, y se deprimió al sentir una masa irregular y deforme que antes eran dos grandes y saludables testículos… hubiera sido mejor morir en batalla…