Tradición familiar V
En casa, padre e hija se divierten
Mientras tanto, en la casa donde vivían, padre e hija seguían su idilio. Virginia era usada a su antojo por su depravado padre, para placer de ella. La mañana se la pasaron durmiendo, pero a José lo llamaron por a la hora de comer por una emergencia en el trabajo y tuvo que pasarse la tarde trabajando. Pero Virginia le tenía preparada una sorpresa. José, abrió la puerta sin saber lo que su retoño le tenía preparado. Al no encontrarla en el salón, la llamó.
José: ¡Virginia, cariño, ya estoy en casa! – anunció - ¿Dónde estás?
Virginia: En tu habitación – dijo seria.
José se dirigió allí y abrió la puerta sin llamar. Casi se cae de espaldas al verla. ¡Se la encontró desnuda y atada a un soporte del techo! Alucinado por hallarla en esa postura, se acercó hasta ella y sin hacer mención de ello, se puso a observarla. Lo primero que le sorprendió fue el brillo de sus ojos. Su extraño fulgor le informó de que su hija, anticipando el momento que la encontrara, estaba totalmente excitada. Por eso poniéndose junto a ella, llevó una mano hasta su cara y levantó su barbilla. Virginia creyó erróneamente que quería besarla y por eso abrió sus labios para que recibir un beso, pero se quedó con las ganas.
José: Aunque un poco sosa, eres una puta guapa – dijo metido en el papel – Tienes unos labios que invitan al pecado y unos ojos preciosos.
Como ya había previsto, su insulto en vez de contrariarla, la alegró.
Virginia: ¡Gracias, amo! – dijo alegre y sonrojada.
José: ¡No te he dado permiso para hablar, puta! – dijo azotándola duramente el culo.
José, sabiendo que no volvería a cometer ese error, siguió con la inspección. Deslizando su mano por su cuello, masajeó sus hombros. Aleccionada de que no debía reaccionar, solo suspiró cuando sosteniendo sus tetas en sus palmas, intentó averiguar su peso, y dio un grito cuando pellizcando sus pezones comprobó su textura.
José: No están mal, aunque los he visto mejores – dijo humillándola – Aunque he de reconocer que están más grandes y gordos que la primera vez que los toqué.
Virginia le miró preocupada por la falta de entusiasmo, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola, mientras su excitación aumentaba. Bajando por su cuerpo, era el turno de su estómago. Allí se tomó José su tiempo, con los dedos recorriendo lentamente la distancia entre sus tetas y su ombligo, comprobó el tacto de su piel joven. Era cálido, suavemente cálido como el de la seda. Las maniobras de su padre habían comenzado a afectarle. Su respiración se fue agitando al ritmo de sus caricias. Satisfecho, José escuchó que le costaba respirar y que tenía que hacer un esfuerzo para que el aire saliera de sus pulmones. Al percibir que sus rosados pezones, cómo avergonzados de su inspección, se habían retraído endureciéndose, supo que su hija estaba muy bruta. Decidido a dar un repaso exhaustivo a su anatomía, siguió bajando rumbo a su coño. Virginia facilitando la tarea, abrió sus piernas. A José le encantó ver que se había depilado por completo para satisfacerle y por eso cuando llevó sus dedos hasta su clítoris y sus labios vaginales, le resultó sencillo separar sus labios, que estaban hinchados por la pasión que la empezaba a dominar, y cuando los toqueteos se centraron en su clítoris estalló, derramando flujo entre sus dedos y gimiendo con los ojos en blanco.
Virginia: Perdón, Amo – gimió - ¡No pude evitarlo!
José: ¡Cállate! – ordenó - ¡No te he dado permiso para correrte, esclava!
Virginia gimió por cómo la había llamado, pero se contuvo para satisfacer sus deseos. Si era una esclava debía comportase como tal. José decidió castigarla para aleccionarla y con una serie de duros azotes sobre su culo, buscó que supiera que estaba enfadado. Al principio suavemente, pero viendo que no se quejaba, fue incrementando tanto el ritmo como la intensidad de los azotes. Al advertir que no respondía a los estímulos, las palmadas se convirtieron en rudas reprimendas. Sus sollozos eran una mezcla de dolor y de placer.
Virginia: ¡Sigue castigándome, amo! ¡Castigue a su esclava por desobediente! – gimoteaba de placer.
José comprendió que su retoño realmente estaba disfrutando con ese cruel castigo, por lo que, excitado también, prosiguió azotándola. Luego de un par de minutos de intenso castigo y al notar que Virginia estaba a punto de alcanzar otro orgasmo, decidí pararlo en seco.
José: No tienes permitido el correrte, ¡esclava! - ordenó recalcando esta última palabra.
Mordiéndose los labios, la muchacha reprimió su calentura y al ver que estaba agotada, José la dejó descansar. Sin nuevos azotes sobre su trasero, Virginia consiguió irse relajando progresivamente. Cuando él consideró que ya había tenido suficiente recreo, se concentró en verificar los daños. Tenía el culo amoratado, pero nada que no se curara en un par de días, por lo que viendo que no tenía nada permanente, prosiguió con el examen que le había interrumpido con su orgasmo. Virginia se quedó quieta. Sus nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado y la juventud, pero sabiendo cuál era su verdadero tesoro, lo encontró al separarle sus dos cachetes, su esfínter rosado, que al examinarlo vio que estaba dilatado.
José: ¿Te has preparado el culo, zorrita? – dijo sabiendo la respuesta.
Virginia: Sí, amo – gimió – es suyo.
Avergonzada como si eso fuera delito, bajó sus ojos. Dejándola colgada del techo, le dio un beso en cada cachete mientras le pasaba los dedos por su lubricado coño. Cachondo, fue al baño y cogiendo una crema hidratante hecha a base de aceite, volvió a su lado. Virginia, indefensa esperó a que su padre se desnudara muy nerviosa, expectante, ansiosa. Poniéndose detrás de ella, extraje una buena cantidad de ese lubricante y se embadurnó la polla. Con lentitud, extendió la crema por toda su polla, desde los testículos hasta el capullo y luego metió un par de dedos en su ojete, notando las rugosidades de su ano antes de realizar ningún avance. La muchacha al sentir las yemas de su padre recorriendo su esfínter se puso tensa.
Virginia: Estoy lista, ¡úseme! – le urgió.
Sus palabras fueron el banderazo de salida. Con cuidado le introdujo la punta de la polla dentro de ella. Sus músculos se contrajeron por la invasión. Progresivamente fue introduciendo toda su polla en su culo mientras este iba cediendo la presión que ejercía y aumentaba el placer que sentía.
Virginia: ¡Me gusta! – berreó - ¡No pares!
José, por el grito de su retoño y al ver cómo disfrutaba, empezó a torturar sus tetas, poniéndola más bruta. Cuando terminó de embutir toda su polla en el ojete de su retoño se quedó quieto sin dejar de amasar sus tetas.
Virginia: ¡Dios! – berreó - ¡Me encanta sentirme llena de ti!
Puso sus manos en sus caderas mientras sacaba su polla de su interior y tirando de ellas, se lo clavó entero de nuevo. Sus testículos rozaban sus nalgas, demostración suficiente de que su hija lo había absorbido por completo. Virginia tenía lágrimas en los ojos por el dolor que sentía, pero era el dolor más adictivamente placentero que le encanta sentirlo. Permaneció inmóvil, sin quejarse. José empezó un mete saca lento, pero profundo, acelerando el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil la invasión. El dolor se estaba tornando en absoluto placer en cada envite y Virginia comenzó a disfrutar de ello colgada todavía del techo. Con cada penetración su cuerpo se bamboleaba como el badajo de una campana.
José: Tienes un culo estupendo, ¿qué diría tu noviecito si te viera ahora? - dijo en su oído humillándola - Debería llamarlo para que viera a la zorra de su novia siendo usada a su antojo por su dueño.
Virginia: ¡Amo, si cree que me lo merezco, hágalo, pero ahora mónteme más rápido, por favor! – berreó morbosa y cachonda por esa visión.
Lo que en un principio era un suave trote se convirtió en un galope desenfrenado. La muchacha ya no se quejaba de dolor, si algo salía de su garganta eran gemidos de placer. Su cuerpo se retorcía cada vez que sus testículos rebotaban contra sus nalgas. Agarrando sus tetas, los usó como anclaje de sus ataques. El cambio de posición resultó que era mejor, ya que en esa postura la polla de José entraba más profundamente. Fue entonces cuando su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas mientras Virginia gritaba a los cuatro vientos el placer que experimentaba.
Virginia: ¡Oh sí, amo, no pare, sí, me encanta, me encanta, no deje de follarme nunca así, sí! – berreaba de placer.
José: ¡Muévete! – le ordenó.
Virginia: ¡Amo, soy suya! - berreó moviendo sus caderas hacía adelante.
Observando su completa sumisión, y recordando lo caliente que la ponían los azotes, marcó la velocidad con las manos sobre sus nalgas. Izquierda significaba que se moviera hacía adelante, derecha hacía atrás, con este sencillo método, fue dirigiéndola hacia su propio placer. Lo que no me esperaba es que su hija volviera a correrse de inmediato.
Virginia: ¡Me corro, amo, me corro! ¡Sí, sí, sí! – berreaba loca de placer.
José: ¿Quieres que me corra? - le preguntó al prever que le faltaba poco para hacerlo.
Era una pregunta teórica ya que a José le importaba poco su opinión.
Virginia: ¡Una esclava no tiene opinión, amo! – berreó en pleno éxtasis.
Esa contestación, provocó que José derramara en el interior de su culo brutalmente y con intensas explosiones la inundara por completo.
José: ¡Toma mi leche en tu culo de puta, esclava! – gimió.
Virginia encadenó otro orgasmo muy potente al sentir la descarga de su padre en su culo. Cuando ambos terminaron de correrse, José le sacó la polla del culo, sacando con ello su semen. Agotado, la descolgó del techo y llevándola hasta las sábanas, se tumbó a su lado.
Virginia: Amo, ¿puedo pedirle un favor? – dijo sonriente.
José: Sí, claro, pero ¿por qué no duermes con tu novio? – dijo curioso.
Virginia: Amo, esta noche, ¿me ataría a su cama? – preguntó – Le he dicho a mi novio que pasaría el finde con mis amigas – dijo traviesa.
Soltando una carcajada, la besó. Luego de descansar un rato, cenaron y ambos pasaron la noche follando perversamente, como a ambos le gustaba.