Trabajo en equipo

Mi primer relato, mezcla de realidad y ficción... les dejo a su criterio escoger entre la realidad y la ficción. Se la mandé aun compañero de trabajo que quería coger conmigo pero me pidió una historia erótica para llevar a la práctica...

Fue una semana de mucho trabajo.  De esas veces que todos los días sales tarde y por más que lo intentas no sientes que vayas a terminar nunca. Ni hablar, otro fin de semana encerrada en la oficina.

Le avisé a mi jefe que me diera permiso de quedarme tarde el sábado, para avisarle al jefe de seguridad que iba yo a estar ahí y no me dejaran encerrada sin poder salir.  Como el trabajo era urgente, mi jefe no puso objeción en que me quedara tarde, (y menos si era de manera voluntaria).  Así es la vida laboral supongo.

He de decir que tengo algo con las oficinas.  No sé por qué.  A pesar de que es un lugar en donde uno pasa la mayor parte de su tiempo, no me desagradan para nada.  Tal vez es que estoy loca o que siempre he sido un ratón de biblioteca, pero me gustan.

Tanto es el tiempo que pasa uno en el trabajo, que es más normal estar ahí que en nuestra casa.  Y como tal, uno le va agarrando cariño y confianza; y también aprende sus mañas.  Los lugares donde el jefe no te ve, donde puedes pasar un rato sin que nadie te moleste, donde puedes guardar lo que sea y nadie lo va a encontrar.  O al menos eso pensaba yo.

Tengo que admitir que soy una coleccionista de juguetes.  En general y de otros tipos que resultan más divertidos en privado.  Pero siempre he tenido problemas con la parte de "en privado".  En realidad varios de ellos andan rondando las instalaciones donde trabajo, casi siempre en el cajón de abajo de mi escritorio, el que siempre tiene llave por obvias razones.

La cuestión es que en cuestiones sexuales siempre es más divertido ponerle algo de adrenalina al asunto; los lugares públicos son muy excitantes, sobre todo en los que hay un riesgo mayor de que alguien te descubra; porque nunca sabes con quién te puedes encontrar.

Entre las cosas que me había yo llevado de mi casa para mi almacén personal estaban la bala vibradora que acababa de comprar; un dildo, los clamps para los pezones, lubricante, un vibrador pequeño, obvio algunos condones... porque nunca sabes cuándo los puedes necesitar.  Y no que los necesites dentro de la oficina, pero bueno, uno no sabe cómo ni cuándo suceden las cosas a ciencia cierta.

Regresando a mi interesante fin de semana.  Era sábado, después de las 4 de la tarde.  Normalmente esa es la hora en donde la mitad de los administrativos se marchan a disfrutar el fin de semana, mientras que otros no tan afortunados, esperamos pacientemente el cierre del negocio.  Normalmente los sábados yo salgo temprano, pero esta era una excepción.  Dieron las 5, las 6, cerraron el negocio y yo seguía metida en mi cubículo tratando de sacar es maldito proyecto que no se dejaba terminar.  A eso de las 6 y media, recibí un correo donde se me notificaba que la fecha para entregar el proyecto se cambiaba a una semana después. ¡Demonios! Y yo metida en mi agujero tratando de sacar los pendientes.

Tomé aire, y me restiré en mi silla.  Necesitaba algo para quitarme el maldito estrés y relajarme un poco.  Miré a mi alrededor, no se veía ni una sola alma.  Me asomé y vi al vigilante sentado en su lugar viendo una película que nada tenía que ver con el CCTV.  En fin, para eso tenemos nuestra "reserva especial", en el cajón del escritorio.

No sería la primera vez que sacara algo de allí.  Ya anteriormente y estando en horas de trabajo, había yo hecho uso de algunas de las cosas que guardaba.  No quería ser muy obvia, y casi estaba segura que nadie sabía de mis "tesoros".  Tampoco era que me molestara pero si alguien me preguntaba "¿Qué guardas ahí?" siempre contestaba "Alguna que otra cosa útil".

Pues bueno, abrí mi cajón y me decidí a estrenar mi bala nueva.  Me levanté y me fui al baño,  el único lugar en donde no teníamos cámaras de seguridad, donde normalmente hacía uso yo de mis aditamentos.

Dentro del empaque salió un pequeño sobrecito que tenía una de esas fundas de silicón texturizadas, "Viene con premio, interesante".  Entré al baño, me quité el saco, me estiré, me saqué la blusa, los zapatos y los pantalones, y me miré en el espejo.  Me gustaba mi conjunto: sostén de encaje negro con bragas de encaje a juego y mi liguero favorito.  Esas prendas que hacen que una mujer se sienta en la cima del mundo cuando camina.

Recargué mis senos contra el espejo.  Una sensación fría y agradable recorrió mi cuerpo. a pesar de la tela que se interponía entre la superficie y yo. El frío hizo que mis pezones se levantaran al instante, un ligero gemido se escapó de mi boca.

En ese momento como un escalofrío recorría mi espalda, en automático mi mano había bajado entre mis piernas, acariciando sobre la tela.  Sentí de inmediato como subía mi temperatura, fue cuando me deshice del sostén y lo tiré al suelo.  Tenía los pezones erguidos, el cuerpo demasiado caliente y sentir la suave fricción del encaje contra mi clítoris sólo lograba ponerme más mojada de lo que ya estaba.

La gente subestima mucho a la ropa, las sensaciones que producen las caricias sobre ella mejora mucho en mi opinión el posterior contacto directo, sobre todo si apenas estas entrando en calor.  El roce de una tela tersa y fina sobre la vulva o el clítoris es realmente excitante.

Empecé por frotar suave y lento, sentada en el suelo y separando las piernas. No quería tocar mi clítoris aún con la mano desnuda, lo tomé con calma, sabía que todavía no era tiempo.  Seguía mojándome y mientras mi mano derecha acariciaba mi vulva, con la izquierda me acariciaba los pezones. Lentamente, primero con la palma abierta y luego con el dedo índice comencé a hacer círculos hasta llegar a la punta y luego volver a bajar. Apreté con los dedos, despacio y luego más fuerte.

Seguí dándome masaje con toda la calma del mundo, mi respiración se entrecortaba, ligeros gemidos salían de mi boca. Necesitaba mojarme más si quería estrenar mi bala, pues era de un tamaño poco más grande de lo que estaba acostumbrada.

Cada vez sentía más calor, dejé de acariciarme los pezones para hacer algo que me encanta: con la punta de las uñas (que normalmente llevo largas), empecé a rozar la punta de ambos pezones, el toque tenue y ligero me los puso todavía más duros.  Me sentía a punto de estar lista, pero faltaba lo más importante: el clítoris.

No podía dejar de jadear, la respiración se hizo más fuerte.  Dejé en paz un rato mis senos y mi otra mano se introdujo en mi ropa interior empapada. Con la izquierda aparté mis labios y con la punta de la uña del índice derecho recorrí desde la base de la vagina hasta el clítoris y le dí el mismo tratamiento que a mis pezones: ligeros roces con la punta, hacia arriba y abajo, de lado a lado, en círculos. Lo sentí endurecerse al instante. Ya no podía más.  Mi vagina pedía con mis gemidos que le metiera algo.  Tomé la bala y la llené con mi saliva mientras seguía acariciando con la uña mi clítoris.

Al pasarla por encima de mi vagina sentí como se relajaban los músculos y empezaban a palpitar. Despacio y con cuidado fui metiéndola, poco a poco hasta dejarla bien dentro, y luego la sacaba despacio.  Lo repetí varias veces hasta que la dejé adentro.  Todavía no terminaba de jugar con ella, pero descubrí que había dejado el control remoto en el escritorio (¡tonta!) pero había traído conmigo la funda de silicón.

Dejé un rato en paz la bala y me puse la funda de silicón en el dedo índice.  La maravilla de los texturizados, seguí masturbándome con el dedo metido en la funda.  Los relieves y suaves púas me pusieron más caliente todavía, pero necesitaba echar a andar la bala, realmente quería estrenarla.

Suspiré lentamente y me incorporé del piso, con la bala metida entre mis piernas, sudando, jadeando y recogí mi ropa. Me puse sobre los hombros la blusa que traía y me enfundé ligeramente en los pantalones sin abrocharlos, una mera cuestión de instinto o costumbre supongo; ya que dentro de las oficinas hay cámaras de seguridad y salí del baño. No tenía que preocuparme, nunca nadie revisaba las cámaras de seguridad. Ni un solo ruido alrededor más que el murmullo del servidor que estaba detrás de mí.

Me encaminé a mi lugar a buscar el control remoto. Pero extrañamente no lo ví por ninguna parte. ¡Maldita sea!  No quería terminar así y menos sin saber lo que se sentía tener un vibrador de ese tamaño tan adentro.

De repente sentí algo sacudirse en el fondo de mi vagina, sentí una explosión de calor y cómo me derretía por dentro. Pero, ¿por qué y de dónde? ¿Cómo? Fue cuando escuché a mis espaldas una voz grave que susurraba a mi oído mientras una mano balanceaba el control remoto frente a mi cara: “¿Buscabas esto?”.

Estaba totalmente sobresaltada, quería voltear, correr, esconderme y sin embargo no me podía mover porque todo el miedo que sentí en ese momento se convirtió en una oleada de placer cuando deliberadamente la mano que sostenía el control apretó uno de los botones.  El ritmo de la bala cambió de repente y sus pulsaciones se hicieron más fuertes y espaciadas. Abrí la boca y volví a gemir.  El espasmo de las contracciones de mi vagina hizo que me enderezara repentinamente y cayera la blusa que tenía sobrepuesta sobre los hombros.

Estaba asustada y petrificada; cuando volví a escuchar la voz grave diciendo “No me imaginaba que tú serías capaz de este tipo de cosas, y pensar que nos vemos todos los días…”   Poco a poco se me aclaró la mente y reconocí la voz de mi querido compañero de trabajo, y de alguna manera me relajé un poco.  “Hay cosas que es mejor no saber”, le contesté. Oí su risa despreocupada y curiosamente el comentario que vino después cambió toda la experiencia de aquél día: “¿Necesitas ayuda o puedes tú sola?”, me preguntó sonriente. “Si yo pudiera sola, tú no tendrías el control que tienes en la mano ni yo estaría en esta situación”, le refuté.  Para ese momento rogaba que hiciera algo, no sé, de repente quise echármele encima y que me tomara ahí mismo, pero él estaba tomándose su tiempo, tanteando el terreno, provocándome y disfrutándolo.

Repentinamente me vinieron a la mente las cámaras de seguridad. ¡Maldición! Una cosa es que normalmente no las chequen y otra muy diferente estar grabada desnuda para la posteridad.  Me empecé a poner nerviosa y sólo atiné a decir: “¡Las cámaras!”… y me cerró la boca con su mano mientras la otra rodeaba mi cintura. “Shhhhh, no están grabando, me tomé la libertad de detenerlas un momento. Ya sabes que tengo acceso a todas las oficinas, es un juego de niños”. Su voz acariciaba mi oído, su aliento me hacía estremecer y las contracciones no paraban y cambiaban a cada momento, estaba a punto de acabar allí o de perder el conocimiento.

Mientras jugueteaba con su lengua en mi oído, comenzó a decir: “Se me hizo raro no verte salir” (ligero mordisco).  “Ví tu coche estacionado todavía en el estacionamiento” (fuerte susurro, y yo me estaba derritiendo por fuera y por dentro).  “El guardia me dijo que tenías trabajo pendiente y que te quedarías a terminarlo” (su mano subió de mi cintura a mis senos) “Y como amigos que somos decidí esperarte” (y los apretó suavemente).  “Pero como no te dignabas a salir” (suave pellizco en los pezones) “Fue cuando revisé las cámaras de seguridad y te vi ir al baño” (el pellizco se convirtió en un ligero jalón que se hizo poco a poco más fuerte, estaba a punto de gritar).  Y cuando subí te escuché gemir desde el baño” (besando mi cuello) “Y vi abierto tu cajón de ‘cosas útiles’ y me encontré con esto” (presionó otro botón y otra ola de calor recorrió mi cuerpo, sentía que iba a estallar).

Fue cuando sentí el bulto de su pantalón recargándose en mi trasero. Instintivamente me movía hacía él y empecé a frotarme contra la tela tirante de su entrepierna. Sabía que yo estaba a punto de tener un orgasmo si seguía así y definitivamente no quería que las cosas acabaran tan pronto. Estiré una de mis manos hasta encontrarme con su miembro erecto que luchaba por salir de su pantalón,  Lo acaricié suavemente primero, puse mi mano sobre él y bajé lentamente hasta sentir sus testículos y apreté ligeramente.  Lo escuché gemir y no pude contenerme “Quiero lamerla” fue lo que alcancé a decir.

Me giró hasta tenerlo de frente, mis pantalones cayeron al piso.  Traté de controlar los espasmos de placer que me llenaban por completo, porque sabía que podía tener un orgasmo o tener EL ORGASMO.  Me puse de rodillas y comencé a desabrochar su cinturón, desabotonar su pantalón y dejarlo caer al piso.

Algo tengo yo con la ropa que no puedo resistir la tentación de usarla como juguete.  Empecé a lamer sobre la tela de sus boxers, provocándolo, obligándolo a contenerse.  Quiso sujetarme de la cabeza pero detuve sus manos, entendió al momento. Besé la tela tensa, sentía como palpitaba su pene debajo de ella. Todavía no, calma.  Mordisqueé la tela por encima, suave, sin lastimar, alternando mi lengua y mis dientes.  Poco a poco subí hasta el resorte de su ropa interior y lo mordí.  Lentamente empecé a bajarlo, quería sentir la sorpresa de verlo completo y afuera.  Me ayudé con las manos y dejé sus boxers en el piso.  Ya estábamos en igualdad de condiciones, casi.

Para ese momento había detenido las vibraciones de la bala, eso ayudó a evitar que me viniera antes de lo que ambos queríamos. Sin meter las manos coloqué mi lengua en la base de su pene y lamí hacia arriba, llegué a la punta y giré la lengua sobre su glande, lo metí en mi boca y succioné. La sensación que me da el sexo oral es increíble, me encanta darlo y recibirlo; pero en este caso lo importante era ver hasta donde podíamos llegar. Se sentó en una silla que tenía al lado.

Él trataba de contenerse, de no hacer ruido, pero sentía sus músculos contraerse y el calor aumentando que soltaba su cuerpo. La sensación de chuparlo fue magnífica.  Sentía sus venas palpitando contra las paredes de mi garganta, su sabor y textura: un poco salado y suave. Seguí chupando suave pero firmemente, aumentando la fuerza un poco más cada vez.  Lo solté un momento y escuché un suspiro de decepción, pero no había terminado aún.  Empapado de saliva lo sujeté con la mano y comencé a acariciarlo mientras mi lengua lamía la punta de su verga. Y bajé.

Despacio recorrí el contorno de sus testículos, pasé mi lengua sobre ellos y empecé a chuparlos con mucho cuidado. No a muchos hombres que conozco les agrada la sensación, dicen que se siente demasiado fuerte, pero otros lo disfrutan mucho. El jadeo que escuché me hizo sentir que estaba haciendo lo correcto. Alternando entre uno y otro sus jadeos se hacían más fuertes, con la voz entrecortada me dijo “Quiero cogerte ya”. Pero aún faltaba algo, “Calma capitán, que todavía no termino, falta el postre”, le dije.

Me acerqué lo más que pude y recargué mis senos en sus piernas, entre ellas estaba su pene, pulsante y caliente. Apreté mis tetas con fuerza para rodarlo lo mejor que pude (no soy una chica muy grande en ese aspecto), y comencé a subir y bajar mientras mi lengua jugaba en círculos sobre su punta.

“Detente, no puedo más” susurró. Obedientemente hice caso, porque para ese momento lo único que podía pensar era lo mucho que deseaba que me penetrara. Me solté y me incorporé.  Extendí mi mano como para ayudarlo a levantarse, cuando me jaló hacia él y me sentó en sus piernas. Hábilmente separó mis piernas y de entre ellas sacó mi bala, eso provocó que mi espalda se arqueara de placer. Casi me ahogo cuando sentí su mano acariciando mi vulva, buscando el orificio que había soltado la bala.  Mis senos estaban a la altura de sus labios.  Me lamió la punta de uno y nuevamente me volví a encender.

Jugueteaba con su lengua sobre mis pezones y con su mano no dejaba de penetrarme.  Su pulgar acariciaba mi clítoris y yo sentía que no podía respirar.

De repente me levantó y me apoyó contra el escritorio de junto. Yo temblaba con anticipación. Las palabras salieron de mi boca en automático “Métemela, pronto, la quiero dentro”.

No paraba de jadear, me separó las piernas, acarició mis nalgas, pasó sus manos sobre mi espalda y al regresarlas sentí como suavemente me enterraba las uñas,  arqueé la espalda y cerré los puños, no sabía realmente qué esperar.  Llegó hasta mi trasero.  Nunca me había sentido tan húumeda como en esos momentos.

"No te muevas, cierra los ojos, déjate hacer".  Hice caso y senti como se alejaba, tenia mis musculos muy tensos, la vagina demasiado húmeda y palpitante.  Sentí como se acercaba y con su corbata me tapó los ojos, echó mis manos hacia atrás y las sujetó con su cinturón.  Mi senos se recargaban en la superficie del escritorio, el frío de la superficie me recorrió todo el cuerpo.

Oí a mis espaldas como rebuscaba en el cajón de mi escritorio, y sentí como retiraba la funda de látex de mi dedo índice.  "Vamos a hacer las cosas más interesantes, me parece que tengo una buena idea de qué tengo que hacer con ésto, y con lo demás también".

¿Estaba bromeando?  Jamás usé todas mis cosas al mismo tiempo.  Me estremecí de sólo pensar qué era lo que estaba tramando, pero no pasó demasiado tiempo cuando sentí la vibración de la bala recorriendo mi espalda, húmeda de lubricante, bajando hasta mi nalgas, entre ellas.  Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, seguida de una ola de calor cuando con ella comenzó a acariciar mi ano.

Empezó a ejercer presión, era una sensación muy diferente a lo que estaba acostumbrada. No era precisamente el uso que tenía pensado darle, pero sabia que no me iba a arrepentir, relajé los músculos de mi culo justo cuando empezó a penetrarme lentamente con ella.

Empecé a gemir pero no pude evitar gritar un poco cuando entró de lleno en mi trasero, vibrando.  Al mismo tiempo él acercó su pene a mi vulva empapada y ligeramente me provocaba con la punta del glande.  Quería más, lo que sentía me estaba avolviendo loca de placer.  Sentí que lentamente empezaba a penetrarme, estaba tan caliente...

Con una mano metía y sacaba la bala, me puso en la mano el control.  Fue una maravilla poder controlar la intensidad de las vibraciones. Yo no paraba de gemir.  Pero queria tenerlo adentro por completo no sólo rozándome por fuera.  Sabía que tenía que pedírselo o el juego seguiría al ritmo que él quisiera, aunque no estaba en mi poder hacer nada para evitarlo.

"Te quiero dentro, dámela toda" supliqué entre jadeos.  "Te tengo una sorpresa, sé que te va a gustar", me respondió.  Y me embistió con toda la longitud de su verga.  Aullé de gusto, porque noté algo diferente cuando me penetró: se habia puesto la funda de látex que me había quitado antes del dedo.  la sensación era increíble, pensé que me iba a desmayar.

Sentía que iba a explotar, sabía que no debía gritar o iba a atraer la atención de alguno de los guardias. Pero pensé que no podía resistir mucho más tiempo.  El bombeo era más intenso, la bala entraba y salía sin misericordia de mi trasero, su pene acariciaba y rozaba todo e interior de mi vagina, pero cuando iba a venirme por fin; de un tirón sacó la bala y salió de mi vulva.  No podía creerlo, al filo del éxtasis y todo se detuvo, o eso pensaba yo.  Intercambió el lugar la bala con su pene, ahora me estaba follando el trasero dilatado con esa verga caliente enfundada en látex.

Creo que me corrí tres o cuatro veces, no pensaba con claridad.  Sentí el semen caliente saliendo de su pene llenándome el culo por completo, ordeñándolo con la serie de espasmos que provocan los orgasmos múltiples.  Escuché su gruñido animal de satisfacción, y nos desplomamos en el piso.

No sé por cuánto tiempo estuvimos dormidos, pero ya estaba empezando a ocultarse el sol.   Yo estaba cansada, boca arriba, prácticamente muerta pero satisfecha. Me zafé el cinturón de mis muñecas, saqué la bala empapada de mi vagina y los puse sobre el escritorio.  Mi querido colega también estaba boca arriba junto a mí, agotado de su buen desempeño, con su pene semi-erecto y la funda todavía en su lugar.  Quién lo hubiera creído, amigos de cafetería y ahora esto.

Asumí que ya había sido tiempo suficiente de descanso.  Me levanté, fui a asomarme por la ventana y vi al guardia de seguridad perdidamente dormido, nada raro por su edad. Regresé junto a mi compañero. Olía a sudor y sexo, me estremecí, yo estaba lista para otra ronda. Pero esta vez quise que fuera a mi manera.  La anterior aunque fue magnífica fue todo bajo sus reglas, yo quería imponer las mías.

Antes de despertarlo fui a mi cajón del escritorio a ver qué otras chucherías tenía por ahí.  Estaba mi mini vibrador, el dildo, y el par de juegos de clamps para los pezones… Algo se me tenía que ocurrir.  Y sonreí. Tomé los dos juegos de clamps.

Uno daba pequeñas descargas eléctricas un un par de pinzas de suave metal y el otro tenía un mecanismo de succión a velocidades. Qué bien que mi amiga haya ido a Japón y se acordará de mí; ambos me los habían entregado en la mañana así, que estaban ‘de paso’ digamos.  El dildo tenía un mecanismo de vibración y era de un tamaño discreto (digo, es para el trabajo a fin de cuentas).  Saqué todo y lo puse sobre el escritorio.

Me arrodillé junto a mi amigo.   Mi primera intención al sentir el calor que irradiaba su cuerpo era de montarlo, pero me detuve.  En vez de eso bajé a su entrepierna. El olor a semen me provocaba a volvérsela a lamer, pero no, todavía no. Control.  Acerqué mi boca a su pene y con mucho cuidado sujeté una de los nódulos suaves de silicón y fui jalando. Oí un ligero gruñido y me detuve, al observar que seguía profundamente dormido terminé de quitarle la funda.

Me llevé la bala al baño, la limpié junto con la funda.  Después le puse la funda a la bala y la encendí. Me la llevé entre las piernas y empecé a dar masaje a mi clítoris con ella.  Volvía mojarme y me detuve.  Al final de cuentas ese no era el plan. Salí del baño.

Abrí las dos cajas de clamps y primero probé los de succión.  Nunca había usado clamps antes pero mi amiga insistía que no podían faltar en mi colección.  Empecé a acariciar de nuevo mis senos.  Hubiera sido más agradable tener a alguien que los tocara por mí, que los lamiera, los mordiera y los jalara; pero de nuevo ese no es parte del plan; así es que tuve que hacerlo yo.

Aún así me senté en cuclillas frene a mi colega dormido, encendí la bala y la pasé encima de mi seno derecho, en círculos, acercándome lentamente a mi pezón. Con los nódulos de látex me hacía cosquillas, no tardaron ambos en quedar erectos.  Tomé los clamps y pellizqué con las pinzas mis pezones.  Se sentía fenomenal, una presión firme pero agradable, y los encendí.  La succión era tenue y en mi opinión muy ligera así es que subí la intensidad al máximo. Tuve que echar la cabeza hacia atrás, se sentía como si alguien realmente estuviera mamando mis pezones. Quise volver a masturbarme pero me detuve y los apagué.

Abrí la otra caja de clamps, los metálicos.  Mis pezones se habían puesto muy sensibles con el uso anterior, el roce con el metal me puso más caliente todavía.  Sujeté mi pezón izquierdo con la pinza y decidí que la otra pinza no iría precisamente allí.  Lo encendí para probar la intensidad y realmente fue muy agradable.  Lo apagué, sonreí y me acerqué despacio a mi querido e incauto amigo.