Trabajo en el estudio de la doctora prats
Este es un relato fetichista el cual no es de mi autroría sino de un empleado muy sumiso y fetichista al que le gusta desplegar su imaginación y a su vez sabe que me gustan estas historias, espero la disfuten.
MI TRABAJO EN EL ESTUDIO DE LA DOCTORA PRATS
Luego de tiempo desempleado y con deudas miré con interés el aviso en la prensa que solicitaba textualmente: “Persona servicial y sin aspiraciones para tareas sencillas. Mayor de 40 años.” Cumplía todos los requisitos. Luego de que la multinacional donde trabaje por muchos años cerrara sus puertas en el país me encontré como un naufrago más. Mientras muchos al tiempo reconstruían sus vidas laborales, para mí me estaba siendo prácticamente imposible. De ahí que las deudas que tenía en la casa de inquilinato me empujaban a tratar de hacerme de ese empleo de cualquier forma.
Llamé y me citaron para un viernes a las 8 de la mañana. Me pareció temprano pero no dude en estar cinco minutos antes en la dirección indicada. Se trataba de la entrada de servicio de una vieja y cuidada casona en un barrio residencial de la ciudad. En la puerta principal una chapa de bronce indicaba que se trataba de un estudio de abogados.
Una joven limpiadora me abrió la puerta y me señaló un corredor y a su fin una puerta. “Golpee, la doctora Prats lo está esperando” me dijo. Hice lo que me dijo y tras golpear sentí un seco “pase”.
No me hice esperar y pase a la habitación. Tras un elegante escritorio vi a una mujer que se mostraba escribiendo en una computadora y atenta a su teléfono móvil. Tenía unos treinta años, con pelo castaño cortado al cuello y bonitas facciones. Vestía un traje típico de ejecutiva color crema y lucía faldas. Tras un momento, que se me antojo muy largo, levanto su cabeza y comenzó a hablar.
“Antes que nada te digo que a mí me tratas siempre de usted y Señora. ¿Entendido?”
“Sí” le respondí sin darme cuenta que me faltaba el “Señora”. Me miro con fijeza y me preguntó fuerte, “¿Sí qué?”. “¡Sí Señora!”, le respondí. “Vas aprendiendo”, acotó, para luego explicarme las características del estudio. “Este estudio tiene como objetivo la defensa de la mujer en todos los aspectos posibles. En casos de divorcio, violencia doméstica, infidelidad, discriminación por género entre otros. Es por eso que todas aquí somos mujeres. Las abogadas, la recepcionista, las chicas de trámites y la limpiadora. Sin embargo entiendo que necesitamos lo masculino. Pero necesitamos alguien que sea sumiso a la mujer en general y a nosotros en particular. Si le parece bien esta propuesta seguimos adelante con la prueba a la que lo voy a someter.” “Estoy dispuesto Señora”. “Perfecto.” Me contestó y se paró delante de mí. Para luego mirarme fijamente y decirme. “Ahora quiero que me limpies los zapatos”. La miré y le pregunté donde tomaba un cepillo o un trapo para esa tarea. Se sonrió y me dijo entre dientes, “lámelos infeliz”
No podía creer lo que hacía. En un momento tuve varios impulsos. El primero, mandarla al diablo, el siguiente irme sin palabras y el último, me arrodillé delante de la abogada pensando que era el único camino para tener un trabajo. Incliné mi cabeza y comencé a lamerle los zapatos. Eran clásicos, negros de puntera y tacones finos. Empecé a lengüetazos en las punteras. Pasaba de uno a otro y luego fui por los costados. Sentí las risas de la abogada encima de mí. Me estimulaba con frases despreciativas y que me anunciaban el carácter de mi trabajo. “Dale infeliz”. “Dale, es para lo único que servís, para lamernos los zapatos”. “Que queden brillantes tarado”. “Nos vas a lamernos los zapatos a todas a toda hora”.
Yo lamía y lamía. En un momento empezó a hablar por el teléfono móvil. Pasaron unos minutos y yo seguía a sus pies dejando relucientes ambos zapatos. No me atrevía a detenerme.
Finalmente corto la llamada y me hablo. “Levántate infeliz. Empieza tu prueba el próximo lunes por una semana. Vas a trabajar al principio solo para mí que te voy a adiestrar para lo que yo quiero de vos. Vas a entrar a las 7 de la mañana y vas a preparar mi desayuno. El resto del personal no va a saber para que te prepare hasta que apruebes esta semana. Vete ahora y ven cuando te digo infeliz. Musité un “gracias señora” y me retiré. Pensé que tal vez el fin de semana encontrara un trabajo mejor. Si no estaría el lunes de mañana para mí tarea de nuevo lamezapatos de la doctora Prats.
Luego de una decepcionante lectura de la oferta de avisos de empleo del domingo trate de prepararme mentalmente para concurrir nuevamente al estudio de la Dra. Marcia Prats. La experiencia de lamerle los zapatos el viernes anterior me provocaba sensaciones encontradas. Por un lado sentía la enorme humillación de la situación y de las risas de la abogada al ver mi desesperado lameteo. Por otra parte parecía una tarea humillante pero tranquila que pensaba podía realizar. Todo era preferible a que me expulsaran de la casa de inquilinato. No tengo donde ir. A las siete de la mañana estaba en la puerta del Estudio. La misma limpiadora del viernes me abrió la puerta y me condujo al área reservada para la doctora Prats. Como había supuesto tenía todo en la cocina. Preparé tostadas, café, jugo de naranja. Saqué servilletas y también el agua mineral. A las ocho en punto sentí unos pasos y fui a abrir la puerta. Era Marcia.
Vestía en de manera informal, lo que me llamó la atención. Una chaqueta y un pantalón oscuros. En los pies calzaba unos botines marrones acordonados. La recibí con un expresivo “¡Buen día señora doctora!” Sin dudarlo me arrodillé a sus pies. Le solicité humildemente permiso para besarlos. Tenía la cabeza inclinada, pero escuche y sentí su mirada de aprobación. Me tendí en el suelo y comencé a besarle los botines. Estaban sucios por lo que inmediatamente de los besos de respeto a la doctora los comencé a lamer. Marcia sin decirme nada se dirigió a la mesa donde estaba dispuesto su desayuno. Vacilé un instante pero la doctora me indicó rápidamente donde debía estar, “¡No te detengas infeliz, continua lamiéndolos hasta que yo te indique lo contrario o te de una patada!”. A cuatro patas y arrastrándome me ubique debajo de la mesa donde desayunaba Marcia.
Continué con mí lamida a sus zapatos aunque ya estaban relucientes. Mi lengua estaba casi seca pero igual seguía lamiendo. Habrían pasado unos diez minutos cuando la doctora se levantó y se dirigió al sofá de su despacho. Ahí la seguí a cuatro patas, mientras ella expresaba en forma burlona, “aprendes rápido infeliz, ahora tengo un nuevo trabajo para vos”. Voy a descansar un rato. Descálcame con cuidado y hazme un masaje con tu boca en mis pies”.
Me acerqué y con cuidado le quité el botín derecho. Su pie tenía unas medias negras de vestir. Le empecé a chupar el pie a través de esas medias. Abrí la boca lo más grande que pude y me trague sus dedos. La succión de sus pies a través de sus medias se ve que la causaba una gran satisfacción. Me lo hizo saber enseguida. “Que buen chupamedias que eres, infeliz. Se ve que naciste para esto. Encontraste tu destino, chupamedias”. Yo sin emitir palabra seguía chupando y chupando sus dedos. Oscilaba entre los pequeños y el gordo. Después de estar algo más de cinco minutos chupando su media derecha me dijo riéndose, “basta de disfrutar chupamedias, me estás babeando tanto las medias y el pie que me voy a resfriar” luego me ordeno que la calzase y le efectuase igual masaje a su pie izquierdo. Obediente le calce el botín derecho y comencé igual procedimiento con el izquierdo.
Mientras la descalzaba un extraño sentimiento se comenzó a apoderar de mí. Me sentía feliz porque Marcia me encontraba como un buen chupamedias. En otro momento me hubiera ofendido y creo que todo el mundo se sentiría así. Yo en cambio me sentía bien. Abrí lo más que pude la boca y comencé a chuparle los dedos pequeños de su pie a través de la media. Percibí el perfume de su pie que seguramente hacía un rato había salido del baño. Me estaba tragando más pie de lo que había hecho recién. La doctora se dio cuenta y nuevamente entre risas me elogió, “aprendes rápido a chupar medias, ojala que puedas mantener este ritmo y voluntad cuanto tengas muchos zapatos para limpiar con tu lengua”. Luego de unos minutos me ordenó que la calzase nuevamente. Al momento me indicó que fuese a un armario que aparecía cerrado. “Infeliz chupamedias, ve por mis zapatos de trabajo, están en la parte de abajo”. Hice lo que me dijo y al abrir la puerta vi una estantería con pares de botas en la parte inferior y zapatos de la parte media inferior. La duda me acometió. ¿Cuáles zapatos me decía? Había tres pares. Elegí el que identifique como el que había lamido el primer día que serví a Marcia. Los tomé, me di vuelta y se los mostré expresando mi duda “Disculpe doctora, ¿estos desea? Me contestó con cierta molestia. “Mira que tonto que eres. Son esos, quiero que me calces ya”. Me dirigí nuevamente a cuatro patas, llevando los zapatos como podía.
Ya al lado de la doctora, me puse a sus pies y con cuidado la descalcé y calcé. Cuando se los vi puestos ambos, tuve la necesidad irresistible de demostrarle mi respeto a Marcia. Se los besé y traté de que escuchara el ruido que hacía. Me miró y me dijo, “Veo que aprendes rápido lo que espero de ti. Dale unos lametazos que me tengo que ir”. Termina de limpiar mi despacho personal, cocíname algo y regresa mañana a la misma hora”. Hice lo que me dijo y en un momento sin decirme nada se fue. Observé sus zapatos irse a la puerta acompañados de un taconeo rítmico. Hice lo que me dije y que cavilando rumbo a mí casa todas las palabras de mí jefa