Trabajo de restauración

Contraté al maduro carpintero y a su yerno porque eran buenos para el trabajo, sin saber que también eran buenos para otras cosas.

TRABAJO DE RESTAURACION

Acepté aquel trabajo porque necesitaba desesperadamente el dinero, a pesar de que sabía que el proyecto rebasaba mis capacidades. Como contratista, había llegado a manejar una cuadrilla de hasta 20 hombres, pero luego de algunos años, y muchos problemas financieros, llegué a la conclusión de que era mucho más conveniente trabajar solo, aunque tuviera que sacrificar mis ingresos. La verdad, no hay nada más complicado que manejar personal, sobre todo el tipo de gente con el que yo trabajaba: carpinteros, albañiles, pintores y demás personajes del gremio, que se distinguen por ser muy buenos trabajadores un par de días, y luego te dan serios problemas dándose a la parranda y la bebida.

Sin embargo, trabajar solo tampoco era sencillo. Aunque casi nunca me faltaba trabajo, había algunas épocas en que se hacía difícil llevar el pan a la casa. Muchas veces era más sencillo hacer el trabajo que cobrarlo y me encontré de pronto en uno de esos baches económicos. Mi esposa no trabaja y mis hijos ya estaban por entrar a la escuela, así que no me quedó otro remedio que aceptar un trabajo que normalmente hubiera rechazado. Se trataba de remodelar una casa bastante grande, por lo que necesitaba contratar algo de ayuda, aunque fuera temporalmente.

Aun tenía algunos buenos contactos, por lo que me pasé por casa de Sebastián, mejor conocido como Sebas, un excelente carpintero que había trabajado conmigo un par de años y que aunque de vez en cuando se me perdía luego de una buena borrachera, solía ser bastante cumplido y muy bueno para trabajar la madera.

Pero Don Toño, qué gusto verlo! – me saludó luego de que su mujer le avisara que lo buscaba y me hiciera pasar a su pequeña pero pulcra sala.

Pues ya ves, Sebas, uno busca a los buenos elementos cuando los necesita – le dije estrechándole la mano, enorme y callosa.

Se le iluminó la sonrisa con el cumplido, y se acomodó en el sillón frente a mí. Debía andar ya por los 45 años, apenas un par más que yo, y se mantenía fuerte como un toro. El trabajo pesado le había dotado de unas espaldas anchas y fuertes, así como un par de brazos que en cualquier gimnasio envidiarían.

Y qué le trae por aquí? – preguntó mientras le indicaba a su mujer que nos trajera una buena taza de café.

Pues un nuevo proyecto – le dije. – Ya sabes que desde hace tiempo trabajo por mi cuenta, pero la situación está cabrona por ahora, y me cayó un trabajito algo más grande de lo que acostumbro aceptar – le expliqué – así que necesito un buen carpintero y un albañil.

Ah, pues que buena noticia – me dijo sobándose las manos – porque ya tengo tres días sin nada de trabajo, y la verdad me cae de perlas la chambita.

El café llegó humeante y oloroso, acompañado de pan dulce, como acostumbramos por acá, y tomé un buen sorbo mientras Sebas hacía lo mismo.

Y ya tiene contratado al albañil? – preguntó Sebas.

No, aun no – le contesté. – Estaba pensando en llamar a Ramiro, te acuerdas de él?

Si, me acuerdo – contestó Sebas – pero no se va a poder porque supe que se casó y se fue a vivir a Veracruz.

A que pinche suerte! – me quejé – porque era bastante bueno.

Sebas apuró el café y se quedó pensativo.

Mire Don Toño – comenzó a decirme – usted no lo sabe, pero la Lupe, la mayor de mis hijas me salió embarazada, y aunque me hizo pegar un buen coraje, pues son las hijas de uno, qué se puede hacer?.

Si, te entiendo – le contesté, sin saber porqué me contaba aquello.

Pues bueno – continuó relatándome – obligué al cabrón a casarse con mi hija, así que ahora es mi yerno, y aunque no es el mejor de los albañiles, pues se defiende bastante bien, y pues bueno – titubeó un poco – pues le quiero pedir que le de una oportunidad, que lo ponga a prueba. Créame, les hace mucha falta el dinero.

Si tú crees que sirva, yo no tengo inconveniente – le dije. Su cara de alivio me permitió darme cuenta de que había tomado la decisión correcta.

Se puso de pie, visiblemente contento.

No se va a arrepentir, Don Toño – me aseguró – y yo me encargo de hablar con él y advertirle que se tiene que portar muy bien con usted. – Nos pusimos entonces de acuerdo con las fechas y los pagos, y cerramos el trato.

La casa, una basta y bien construida mansión estaba algo deteriorada, pero se le notaba a leguas su antiguo esplendor. Los nuevos dueños querían remozarla, pero sin hacerle grandes cambios. Algo de restauración en las paredes, cambiar algunos paneles de madera en el espacioso salón, pintura y enyesado, mayormente. Me comprometí a tener todo listo en tres semanas, y mi nuevo equipo de trabajo se presentó puntual el primer día de trabajo.

Don Toño – dijo Sebas la primera mañana – este es Juan, mi yerno – presentándome a un muchacho moreno de rasgos un poco indios, pelo lacio algo largo, ojos oscuros y tímidos, que me dio la mano con un fuerte apretón.

Mucho gusto, Juan – le saludé.

El gusto es mío, patrón – contestó educado, aunque con los ojos bajos.

Tu suegro me ha hablado muy bien de ti y espero que trabajes a la altura de lo ambos esperamos – le advertí.

Mi miró con sorpresa, como si le costara creer que de verdad Sebas lo hubiera recomendado. Parecía haber cierta tensión entre ellos, pero preferí no meterme en esos asuntos y comencé a trabajar, explicándoles el proyecto y lo que cada uno haría. Comenzamos después a ver cuáles materiales necesitaríamos, decidiendo la cantidad, calidad y a qué proveedor se los encargaríamos. Sebas prefería elegir personalmente la madera, así que le entregué el dinero y se marchó inmediatamente a buscarla, dejándome solo con Juan.

En cuanto llegaron los materiales, el muchacho comenzó a trabajar y como es costumbre, se quitó la ropa de calle para no ensuciarla, poniéndose unos viejos pantalones de trabajo. Tendría no mas de 21 o 22 años noté, y aunque era delgado, había desarrollado ya ese cuerpo que sólo aquellos que trabajan cargando cosas pesadas todo el día suelen desarrollar. Espalda fina y elástica, fuertes piernas, brazos musculosos y, lo que yo siempre envidiaba en todos ellos, un abdomen perfectamente plano y marcado, mejor que el que suele obtenerse en los gimnasios.

Lo dejé trabajando y me puse a hacer lo propio. A media mañana hicimos un alto y mandé al muchacho por unos refrescos y algo para entretener el hambre. Obediente, volvió con mi encargo y dispusimos de una tabla en medio del salón para que nos sirviera de mesa y nos sentamos a comer. Allí tuve oportunidad de observarlo mejor, mientras él devoraba la comida y me miraba con los enormes ojos negros. Me sonreía de vez en cuando, aunque realmente hablaba muy poco.

Cuando terminamos de comer comenzó a recoger todo sin que yo se lo pidiera, así que me recosté en el piso y saqué un cigarrillo. Rápido, como el mejor de los camareros se acercó con las cerillas y se ofreció a encendérmelo.

Hombre, gracias – le dije sorprendido con tanta solicitud, muy rara de ver en estos trabajadores.

Patrón – me dijo muy serio – yo estoy para servirlo en todo lo que necesite.

De verdad que el muchacho me sorprendía. Le di las gracias, inhalando el humo mientras estiraba las piernas buscando una posición más cómoda en el duro piso. Juan, sin decir palabra se arrodilló y comenzó a desabrocharme las botas.

Qué haces? – le pregunté sin entender porqué hacía eso.

Es para que descanse mejor, patrón – me explicó.

Confundido, me dio pena negarle la oportunidad de agradarme, porque era evidente que eso era lo que intentaba. Pobre, pensé, seguramente tiene miedo de perder el trabajo.

Juan terminó de quitarme las botas y para mi sorpresa comenzó a darme un masaje en los pies. Traté de resistirme, pero el muchacho perseveró, y aunque al principio me sentí algo incómodo, terminé relajándome, disfrutando del masaje. Sus manos tibias y fuertes pasaron de los pies a las pantorrillas, por debajo del pantalón, y antes de que pudiera sentirme verdaderamente incómodo con ese avance apareció Sebas en la puerta. Nos miró de una forma extraña, como si nos hubiera sorprendido haciendo algo malo, aunque sólo fue un gesto momentáneo, porque inmediatamente sonrió.

Pero si ya acabaron de comer – se quejó sentándose a un lado.

Juan inmediatamente le acercó un refresco y algo de comida, y yo comencé a ponerme las botas nuevamente.

Verdad que da unos masajes estupendos? – comentó Sebas, sorprendiéndome.

Sí, es cierto – acepté, para la total complacencia del muchacho. Aquel comentario de Sebas me dio a entender que Juan también le daba esos masajes a su suegro, aunque no sabía si eso debía de tranquilizarme, o todo lo contrario.

Volví al trabajo sin poderme quitar de encima la extraña sensación de todo aquello, pero también bastante relajado después del refrigerio y del masajito de pies. El día continuó y para ser el primer día creo que avanzamos bastante, terminando exhaustos por la tarde.

Estoy molido – se quejó Sebas al comenzar a cambiarse de ropa. Había serruchado y cortado todo el día las piezas que ocuparía al día siguiente y aunque era un tipo fuerte y robusto, tampoco era ya tan joven como antes.

Juan se acercó sin decir palabra y comenzó a masajearle la espalda. Las fuertes y morenas manos apretaban el cuello, los tendones y omoplatos con eficiencia y cierta familiaridad, noté. Me quedé un momento observándolos, hasta que Sebas me sorprendió haciéndolo y me despedí de ellos, recordándoles cerrar bien la casa al marcharse. La imagen de ambos me acompañó de camino a mi camioneta y tuve que reconocer que había algo perturbador en todo aquello. Cuando quise abrir el coche me di cuenta de que había olvidado las llaves en la casa y me regresé por ellas.

Sebas y Juan seguían adentro y me acerqué sin hacer ruido, aunque no tenía ninguna razón concreta para hacerlo.

Más abajo – escuché que decía Sebas – ya sabes dónde.

De pie, el hombretón, sin camisa y con los pantalones en los tobillos tenía los ojos casi cerrados, mientras el yerno, de rodillas, le mamaba la verga vigorosamente. Me quedé estupefacto.

No te detengas, cabrón – le recomendaba Sebas al muchacho – ni te olvides de los huevos, que ya sabes que me encanta que me los chupen.

Juan hizo caso a sus observaciones, metiendo el moreno y atractivo rostro bajo el escroto peludo y enorme de su suegro, lengueteándole las bolas enérgicamente. Permanecí escondido, incapaz de entrar por las llaves y mucho menos de dejar de observar a Juan y su suegro.

Dale – seguía Sebas – mámame bien la cabeza, mójamela toda con esa rica lengua, despacito, como me gusta – le indicaba apasionado – quiero que me saques toda la leche.

Juan se prendió del glande, chupándolo mientras le meneaba la impresionante verga con una mano sin dejar de succionar ávidamente al mismo tiempo, logrando incrementar los apasionados gemidos del maduro carpintero.

Ya viene, ya viene! – anunció Sebas tomando la cabeza de Juan con sus manos, inmovilizándola casi, al tiempo que su cuerpo se tensaba, apretando las piernas.

Con un rugido que se pudo haber oído hasta la calle, Sebas comenzó a tener un increíble orgasmo y Juan, prendido de su verga no se desprendió en ningún momento, tragándose todo el semen de su suegro, hasta la última gota. Y allí se quedó, como el becerro que mama la ubre, sorbiendo golosamente, hasta que finalmente Sebas tuvo que empujar su cabeza, retirándole el miembro de la boca, ya flácido y bien ordeñado.

Caray! – dijo el hombre complacido – ya me hacía falta!

Se sacudió la verga vigorosamente y comenzó a subirse los pantalones, mientras Juan, visiblemente excitado esperaba todavía de rodillas.

Anda – dijo Sebas después de que terminó de vestirse – puedes sacarla y meneártela.

Hasta entonces y sólo en ese momento Juan se puso de pie y se desabrochó los pantalones. Su verga, tan morena como él y algo pequeña estaba totalmente erecta. Comenzó a masturbarse, con los ojos cerrados, muy concentrado en su placer, mientras su cuerpo se convulsionaba visiblemente. Sebas se acercó por detrás y comenzó a acariciarle las nalgas, impresionantemente bien formadas. El muchacho continuó con lo suyo, mientras el suegro jugueteaba con su trasero, masajeándoselo rudamente, separándole las nalgas de vez en cuando, palmeándoselas de repente, acariciándole los glúteos desde la espalda baja hasta el nacimiento de los muslos.

Ya mero? – preguntó Sebas, y Juan asintió con la cabeza, sin abrir los ojos.

Sebas se humedeció entonces un dedo con saliva y le acarició el ojo del culo. Juan gimió de placer mientras Sebas lo hacía inclinarse un poco y procedía a meterle el dedo en el ano. Era extraño ver a aquel hombre, totalmente vestido jugar de aquella manera con el semidesnudo joven, y más aún sabiendo que se trataba de su propio yerno.

Ya! – gritó Juan empuñando con fuerza la verga en su mano y Sebas le metió otro dedo en el culo en ese preciso momento, con lo que el muchacho explotó violentamente.

Después de eso Sebas se limpió la mano con la camisa de Juan y se la arrojó.

Vístete y limpia todo antes de irte – le ordenó. – Nos vemos mañana y – agregó no sin cierta malicia – me saludas a la Lupe.

La mención a la esposa hizo que Juan pusiera cara de pena y sentí cierta lástima por él. Me escondí para que Sebas no me viera al salir y esperé algunos minutos para entrar por mis llaves. Para entonces Juan ya estaba completamente vestido y estaba de rodillas en el piso, limpiando los restos de semen. Se sorprendió mucho al verme.

Qué se le ofrece patrón? – preguntó alarmado, seguramente pensando si habría borrado bien la evidencia de lo sucedido.

Nada, no te preocupes – le tranquilicé – sólo olvidé las llaves de mi camioneta.

Pero si hace mucho que se fue – comentó preocupado – donde estuvo todo ese rato?

Pensé en muchas excusas, pero no me decidí por ninguna. Era extraño. Estaba excitado y no lograba quitarme de la mente lo que acababa de ver. Lo que mas me intrigaba, y me calentaba, debo reconocerlo, era la absoluta pasividad de Juan. Soy un tipo controlador, tanto en el trabajo como en el sexo, y aunque no había tenido experiencias con hombres, las imaginaba como una lucha de poder entre dos caracteres fuertes, tratando cada uno de dominar al otro. Jamás algo como lo que había visto.

Digamos que estuve por aquí cerca – le dije, sin saber porqué, sintiendo el poder que en ese momento tenía sobre el muchacho.

Pero yo no escuché nada, patrón – dijo Juan cauteloso.

Pero yo si – dije malévolamente, sintiendo en mis huevos y en mi sexo una corriente eléctrica, un deseo de algo que ni a mí mismo podía explicarme – escuché y vi cosas que no te puedo ni contar.

Juan, todavía en el piso, arrodillado y casi vencido, asintió con todas mis palabras. Tal vez eso fue lo que terminó de excitarme y decidirme a hacer lo impensable. Me acaricié la verga, un buen bulto bajo mis pantalones, estudiando la reacción de Juan, gozando con sus ojos negros entornados y extraños mirándome con total atención y sumisión. No decía nada. Aceptaba en silencio mis palabras, como si las mereciera, como un castigo.

Vi cómo le chupaste la verga a tu suegro – le dije mientras continuaba acariciándome la verga – cómo lamiste golosamente los enormes huevotes del mismísimo padre de tu esposa – continué, sabiendo que la alusión al parentesco le mortificaba más todavía – y cómo devoraste su leche, sin derramar ni una sola gota – terminé.

Justo entonces comencé a bajarme la cremallera de los pantalones. El sonido pareció sacar a Juan de su letargo. Se acercó arrodillado hasta donde yo estaba de pie, con las piernas abiertas, la imagen perfecta del macho dominante, y terminó de abrirme el cierre con sus propias manos.

Quiero que me hagas lo mismo – le dije, alentándole a sacar mi verga, y él aceptó mi orden sin chistar.

Cuando logró sacármelo, mi miembro era un monumento a la virilidad de 18 excitados y duros centímetros. La boca de Juan no se demoró en acercarse, comenzando por lamer la cabeza gorda e hinchada y continuó con la agradable tarea por varios eternos y deliciosos minutos.

No aguanto más – le dije luego de un buen rato, pero él continuó febril y excitado, prendido de mi verga, apurado en sacarme la leche, de la misma forma en que se lo había hecho a Sebas.

Detuve su cabeza, alejándola de mi verga, que ya pulsaba justo al borde del orgasmo.

No quiero venirme en tu boca – le avisé, y él me miró extrañado sin entender. – Ponte de pie – le ordené.

Lo empujé contra la pared, determinado a llevar mi fantasía hasta el final. Si las cosas ya habían llegado hasta este punto, decidí, pues de una vez iba a llevar a cabo todo lo que mi sucia imaginación me dictara.

Desabróchate los pantalones – le ordené, y Juan me obedeció al instante.

Quiere meterme un dedo – dijo con voz insegura, como convenciéndose a sí mismo – porque vio a mi suegro hacerlo y quiere hacer lo mismo que él.

No Juan – le dije subyugado por sus preciosas nalgas, satinadas y firmes, casi tan hermosas como las de una mujer, pensé dolorido de excitación, con la verga cada vez mas dura y ansiosa – no un dedo – dije implacable – quiero meterte la verga.

Juan se paralizó al instante, aunque no se movió de su sitio. Acomodé mi verga sobre sus nalgas, sintiendo la suave y firme presión de su carne fresca y lozana.

Nadie me ha hecho eso, patrón – dijo en un susurro, con el rostro pegado a la pared, mientras yo le empujaba con el peso de todo mi cuerpo, oliendo su cuello y su miedo, excitado mas que nunca.

No me mientas, Juan – le dije al oído, intoxicado con el roce de sus nalgas en mi embravecida verga.

No le miento, patrón – insistió el muchacho – mi suegro me ha amenazado varias veces con hacerlo si no me porto bien con él y con su hija – me explicó – pero yo procuro hacerle caso en todo lo que me pide y nunca me he ganado ese castigo.

Y qué te ha pedido hasta ahora? – pregunté mientras acomodaba mi verga entre sus piernas, justo debajo de sus nalgas, en el delicioso túnel que formaban sus muslos apretados, sintiendo al empujar como la punta de mi herramienta tocaba sus huevos al otro lado.

Que le chupe la verga y los huevos – confesó Juan con cierta vergüenza y mucha excitación.

Qué mas? – le pregunté implacable, sacando la verga de entre sus piernas para deslizarla ahora por la deliciosa raja de sus nalgas. Juan gimió al rozarle el ano con el tronco duro y largo de mi verga.

Que me trague su leche – continuó Juan, alzando ligeramente las nalgas según me di cuenta – y que lo haga siempre que él me lo ordene.

Y que más? – dije mientras lo rodeaba con mis brazos, encontrando su pecho lampiño, coronado por dos morenas tetillas que pellizqué mañosamente, haciéndole gemir de placer.

Pues que me deje meter un dedo en el agujerito del culo – confesó Juan con mucha mas vergüenza en la voz, con los dientes apretados para no revelar lo mucho que le gustaba lo que le hacía a sus pezones en aquel momento.

Un dedo nada mas? – le pregunté mientras continuaba retorciéndole las tetillas y acomodaba la punta de mi verga en su ano, ahora húmedo y acalorado con tanto roce.

A veces dos – contestó Juan, gimiendo ya descontrolado.

Y te encanta – le recordé, presionando para entonces la punta de mi verga sobre su esfínter, que comenzó a ceder poco a poco.

Sí – aceptó Juan, empujando las caderas hacia mí, logrando que su apretado anillo posterior terminara cediendo a la presión.

Mi verga entró suavemente, engullida por su ano, y ambos contuvimos la respiración.

No siga, patrón – pidió Juan, mejillas sudorosas pegadas a la pared, pero por supuesto no quise ni pude hacerle caso.

El resto de mi verga comenzó a deslizarse en su interior y jadeantes, ambos temblamos de placer. El resto fue igual o más delicioso todavía. Juan se doblegó, acostumbrado a complacer y terminó empinándose completamente, dejándome libre acceso a su culo y su interior. Lo que empezó suavemente terminó volviéndose una ruda y salvaje cogida, donde a veces era yo el que le pedía más fuerza a aquellas nalgas preciosas e incansables, y a veces era él el que me pedía que lo montara con mayor vigor, obligándome a arreciar mis arremetidas, hasta que ni uno ni otro pudimos contenernos y terminamos en un cálido intercambio de gritos de placer que nos dejó a ambos exhaustos y contrariados.

Gracias por todo, Juan – le dije sinceramente luego de recuperar algo de la compostura y dignidad disminuidas.

No tiene de qué, patrón – dijo mansamente, con los ojos bajos.

Tu y yo sabemos que esto no volverá a ocurrir – le dije, y él asintió.

Sí, patrón, como usted ordene – aceptó.

Pero me equivoqué, por supuesto, porque aunque durante días traté de mantenerme al margen de la perversa relación que había entre Sebas y Juan, el deseo, ese oscuro demonio que todos tenemos dentro, terminó sorprendiéndome una vez más.

Para entonces habían pasado ya un poco más de dos semanas. El trabajo estaba prácticamente concluido, y debo aceptar que tanto Sebas como Juan habían hecho una labor estupenda. En señal de agradecimiento había decidido invitarles una buena comida, pero terminamos comprando bastante cerveza y algunas botanas, y comenzamos a festejar desde temprano. Sobra decir que para la tarde los tres estábamos ya algo achispados, y aunque no puedo culpar al alcohol solamente, si ayudó bastante para que sucediera lo que finalmente sucedió.

Estábamos los tres en el salón, que parecía ser donde todas las cosas terminaban ocurriendo. Nos la estábamos pasando muy bien, bebiendo y bromeando sanamente, hasta que la cerveza se terminó. Yo tenía un par de cajas más en la camioneta y fui a buscarlas. Cuando regresé, Sebas estaba jaloneando a Juan, tratando de quitarle la camisa.

Qué pasa aquí? – pregunté alarmado, aunque sabiendo lo que sabía, mi instinto me decía que no se trataba de una simple pelea de borrachos.

Nada, Don Toño – contestó Sebas sin dejar de molestar a Juan – que este pinche puto se está poniendo los moños, el muy cabrón!, como si no lo conociera yo – se quejó molesto.

Juan no decía nada, pero me di cuenta de que transpiraba agitado, tal vez más por la excitación que por el esfuerzo de contener a su suegro. También yo me sentía excitado, aun sin haber pasado nada todavía. La pura expectativa me enderezó la verga de forma casi inmediata.

Quítate la pinche camisa! – gritó Sebas neciamente.

Será mejor que le hagas caso – me aconsejó decir ese diablo que a veces me brota dentro – está tomado y será mejor que no lo contraríes – le aconsejé malévolamente al muchacho.

Juan se dejó arrancar entonces la camisa. Ya había visto su torso desnudo muchas veces, pero aún así, tal vez por la forma violenta en que le arrancó la prenda, la acción de Sebas me excitó todavía más.

Mire cómo se le paran las chichitas – comentó Sebas, pellizcando los morenos pezones de Juan, efectivamente erectos – es una zorrita este yerno mío – dijo Sebas jaloneando las tetillas para mortificación de Juan.

No te creo – dije metiéndome en el juego, incapaz de detenerme, aunque me había prometido a mí mismo no hacerlo nuevamente.

Ah, cómo chingados no – contestó Sebas, dejándome el espacio libre, invitándome a pellizcar los pezones del muchacho, cosa que hice con más fuerza de la que había imaginado.

Juan gimíó con mi ruda caricia, no de dolor, sino de algo mas profundo y animal.

Ya ve – acotó Sebas – le encanta que le manoseen las tetas, si lo conoceré yo.

A poco ya lo has hecho antes? – le provoqué.

A huevo! – contestó el carpintero, apoderándose de la tetilla izquierda, mientras yo aun le retorcía la derecha – y no nada más he jugado con sus chiches – completó orgulloso.

Ah no? – añadí de nuevo con mucha malicia.

No, claro que no – dijo Sebas – también le encanta que jueguen con sus nalguitas – y para subrayar sus palabras comenzó a agarrar el trasero de Juan, que ya para entonces se retorcía entre ambos.

No tardó mucho en bajarle los pantalones, a pesar de que Juan aún intentó resistirse, tratando de hacerlo entrar en razón, cosa imposible, porque ya para entonces Sebas estaba bastante excitado, y yo todavía más, por lo que no hice el menor intento por ayudarlo. El muchacho terminó completamente desnudo y ya para entonces, ni su suegro ni su patrón intentaron contenerse.

Mámame la verga – exigió Sebas a su yerno y Juan, rendido finalmente, se arrodilló a cumplir su petición.

Chupa bien? – le pregunté mientras miraba fascinado, esta vez en primera fila, a escasos centímetros de la acción, lo que había podido observar desde lejos la vez anterior.

Como las mejores putas, créame Don Toño – me decía Sebas metiéndole la verga hasta la garganta. – Le gustaría probar? – dijo entonces, que era justo lo que yo esperaba.

A huevo! – dije imitándolo, y ambos soltamos la carcajada mientras Juan abría sumisamente la boca para tomar ahora mi verga.

Por varios minutos estuvimos alternando nuestras vergas en la deliciosa boca de Juan, que no dejaba de mamar aunque se le notaba el cansancio y ya nos miraba como pidiendo tregua.

Y qué culo mas rico tiene – comenté entonces, como si recién me diera cuenta.

Juan estaba empinado en ese momento mamándole la verga a su suegro. Desde esa posición podía admirar la exquisita curva de su trasero, la raja de sus nalgas abiertas y un atisbo de su moreno y apretado agujero anal.

Métale un dedo – me recomendó Sebas – va a ver cómo lo disfruta el muy putito.

En serio? – pregunté aproximándome, toqueteando sus nalgas, dándole un buen tortazo, excitado con esa carne fresca y limpia, de machito joven bien dispuesto.

A huevo! – repitió Sebas nuevamente – usted haga la prueba y verá.

No podía negarme a semejante invitación. Me mojé un dedo con saliva y comencé a acariciar el ano de Juan, que removió las caderas excitado pero sin soltar el grueso miembro de su suegro, que continuó tragando alegremente.

Déle – me alentó Sebas – hasta el fondo, yo se lo que le digo.

Y hasta el fondo le metí el dedo, obteniendo un gran suspiro de placer a cambio, no supe si mío, de Sebas o de Juan. Comencé a meterlo y sacarlo, fascinado con el elástico y receptivo agujero, que se distendía y se ajustaba a mis movimientos. Un dedo, luego dos, y finalmente se me antojó algo que nunca pensé que llegaría a hacer, me incliné y le metí la lengua.

Tómala, cabrón – comentó Sebas al verme inclinado, con la cara metida entre las nalgas de su yerno – eso sí que está cachondo.

Comerle el culo me puso loco de excitación. Ya no me importaron los juegos, ni Sebas, ni nada de lo que no fuera ese apretado culo tan dispuesto a gozar delante de mí. Me incorporé y le acomodé la verga en el agujero.

No se lo coja – trató de advertirme Sebas, pero yo no estaba dispuesto a perderme de la diversión, y le encasqueté la verga salvajemente, perforándole el ano tal vez con excesiva fuerza, porque Juan gritó sofocado, con el enorme pene de Sebas en la boca.

Una vez dentro, no hubo forma de detenerme. Juan reculaba, tratando de acoplarse a mis embestidas y Sebas terminó acercándose, como si no pudiera creer que me estuviera cogiendo a su yerno frente a sus propios ojos. Por un momento pensé que querría golpearme e impedir que continuara prácticamente violando al muchacho.

Cómo se siente? – preguntó en vez de eso.

De maravilla – le contesté con un sincero gemido de placer.

Sebas comenzó a manotearse la verga sin perder detalle de cómo mi pito entraba y salía del agujero de Juan.

Quiero probarlo también – pidió con la verga dura y lista.

Muy a mi pesar, tuve que dejarle el camino libre, y vi cómo el enorme trasto de Sebas se incrustaba en el culo, ahora totalmente abierto, de Juan, que resoplaba arqueando la cola, recibiendo toda aquella carne dura por el recto, prácticamente sin quejarse.

De nuevo comenzamos a alternar Sebas y yo, esta vez con el culito de Juan en vez de su boca. Pronto se nos empezaron a ocurrir algunas variantes. Me acosté en el piso e hice que Juan se sentara sobre mi verga erecta, mientras Sebas le pellizcaba las tetas y hacía que le mamara la verga. Luego lo pusimos de pie y Sebas se lo cogió de frente mientras lo cargaba de frente, abrazándolo firmemente y Juan lo abrazaba con sus piernas, logrando que su ano se abriera fácilmente desde esa posición. Lo acostamos, lo empinamos, lo arrodillamos y jugamos tanto con él que la tarde se nos hizo noche, y al final, luego de tres venidas cada uno, terminamos todos exhaustos.

Jamás había tenido un equipo de trabajo así – les dije sudoroso y cansado, desnudo en el inmenso salón, reflejado en los antiguos y señoriales espejos.

Sebas se destornilló de risa con mi observación, y hasta Juan, normalmente serio sonrió con mi ocurrencia. De algún modo se relajó bastante lo culpables que parecía habernos dejado todo lo sucedido. Nos vestimos ya y dimos por terminada la jornada.

Hay algunos pendientes para mañana – les comenté ya de camino a los autos.

No se preocupe, Don Toño – contestó Sebas dándome la mano – Juan y yo nos encargaremos de todo, ya sabe que somos muy capaces.

Me guiñó un ojo y me palmeó la espalda. Sí, tuve que coincidir con él, eran bastante capaces.

Tanto, que de camino a casa consideré seriamente la opción de volver a conformar una cuadrilla de trabajo. Veinte hombres a mi disposición, pensé de pronto. No es mala idea, decidí, definitivamente no es ninguna mala idea.

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altair7@hotmail.com