Trabajo a dúo (2)
INFIDELIDAD (Parte II): Llevó mi mano a su entrepierna, bajo su amplio vientre, y pude notar malamente disimulada tras su pantalón una erección grandiosa, inusual; tan sorprendente como inoportuna. Amenazante...
TRABAJO A DÚO (2)
AVISO: El primer capítulo de esta historia ( http://www.todorelatos.com/relato/34815/ ) ha sido escrito y publicado por Zesna, un autor de TodoRelatos cuya especialidad son los gorditos. Ambos participamos en este proyecto conjunto en el que relatamos una curiosa infidelidad desde una doble perspectiva. Allá va la segunda parte y desenlace.
PARTE II, por Espir4l
Los pendientes de zafiros, la gargantilla de oro blanco. Zapatos forrados a juego con el bolso. El vestido... ¡divino!, seda salvaje con brocados y pedrería cosida a mano. Impecable mi maquillaje, mi recogido alto. Perfume, por supuesto, pero el de siempre, que es signo de personalidad. Era lo único que no estrenaba, lo demás, todo nuevo. La ocasión lo merecía.
Faltaban cuarenta minutos mal contados para que el primo Pablo pasara a recogernos. En estas ocasiones es mejor que conduzca otro, que me conozco. Además, no me gusta llegar con el tiempo justo. Lo suyo es llegar un poco antes para saludar al resto de invitados; que si cuánto tiempo, que si qué guapa te veo, que si qué buen día hace. Y lo más glamouroso: ver llegar a los novios. ¡Me encanta! Primero él, repeinado, nervioso, extremadamente atento. Luego ella, la princesita. Delicada, colocada, recompuesta. La protagonista de los protagonistas.
En cada boda me vienen a la mente recuerdos de la nuestra, obviando los pequeños detalles, claro está. Mi actor principal era mucho más principal que cualquier otro. Su elegante presencia colmaba el altar. Esmoquin, sólo vi un excesivo esmoquin que engalanaba a mi gran hombre. Qué seductor resultaba disfrazado de muñeco de la tarta; de la tarta que pareciera estar dentro de su cuerpo más que bajo sus pies.
Ojeada rápida al reloj. Reloj..., ¿qué reloj? Iba a ser sobrecargarme de ornamentos, así que salí de dudas mirando el de pared que pende de un costado del salón. Lo sabía..., se nos echaba el tiempo encima, ¡como siempre! Ni que se hubiera propuesto que llegáramos los últimos.
Mil veces lo he pensado. En lugar de decirle que la ceremonia era a las siete de la tarde, tendría que haberle dicho que comenzaba a las seis y así hubiéramos contado con una hora de margen, que ya está bien... ¡una hora! Pues creo que ni por esas. Con nuestros antecedentes en la vida nos pedirá ninguno de nuestros sobrinos que seamos padrinos en sus bodas, ni testigos, ni choferes, ni invitados a este paso... ¡menuda imagen!
El móvil. ¿Dónde? Tampoco llevaba móvil. En esos minúsculos bolsos de fiesta que tienen por único objeto complementar la compostura, no ca-be-na-da, así que llevas lo imprescindible, y el móvil en estas ocasiones, que lo lleve él. Si es que viene...
Los tacones altos llevaban rato desvelando mi impaciencia a todo el vecindario. Poc poc poc poc, hacia el dormitorio. El móvil. Poc poc poc poc, de nuevo hacia el salón. Por un oído la señal de llamada que produce mi aparato, por el otro, la melodía estrambótica que Carlos ha elegido para mi número parecía llegar desde el descansillo. No lo podía creer. ¡Por fin!
"La boda, Carlos, ¡la boda de tu ahijada! ¿Es que ni para la boda de tu ahijada serás capaz de llegar a tiempo?"
"Hola amor, buenas tardes. ¿Todo bien?"
Intentaba escabullirse de mi reprimenda y se dirigía directamente al baño con esos pasos sólidos que da cuando tiene claro su destino. Me quedé atónita por su fugaz aparición. Requería una explicación al menos, digo yo... Me interpuse en su camino, deteniendo su cuerpo en un falso gesto con mis manos sobre sus hombros. Me escatimaba la mirada y temiendo lo peor, optó por tomar la salida fácil: cambiar de tema.
"Oh, mi amor... ¡Estás preciosa! ...dame diez minutos para ir al baño y saldré hecho un pincel para hacerte juego."
Era evidente. Había tenido un duro día de trabajo. Descamisado, sudoroso, agitado, pero de buen humor. Es lo que le caracteriza a este gordo con quien comparto mi vida. Me vence, me desarma, me descompone la rabieta por razonable que sea con su desconcertante dulzura y su buen humor. Basta un gesto, un guiño, una caricia, un beso... ¿Un beso?
"Está bien, está bien. Apúrate, por favor, te lo ruego... ¡no llegamos! Oye... y ni un beso me has dado, ¿eh?"
Deshizo sus dos últimos pasos alzándose de puntillas, con ese movimiento grácil que sostiene su enorme volumen sobre la punta de sus zapatos en un retroceso a la infancia. Volteó su rostro hacia mí y sosteniendo mis mofletes con sus manos acolchadas, dio relieve a sus labios para alcanzar los míos en una leve caricia, rápida, fugaz.
"Eh, eh, eh... Un momento. ¿No te parece que la espera merece un beso un poquito más largo?", bromeé.
Entonces volvió a posar sus manos en mis mejillas enfrentando a mi cuerpo no sólo su rostro sino todo su ser. Me atrajo hacia sí, imantándose a mi cintura y me obsequió un beso de los de hace años, cuando nuestras lenguas apenas hablaban porque había más por hacer que por decir.
"Guauuuuuuuuu... eso ha estado mucho mejor, lástima de mi maquillaje, que me quedaba mejor a mí", objeté en tono irónico.
Retocó con su pulgar mis labios tratando de enmendar el perfil desfigurado de mi boca y continuando con el juego, atrapé su dedito regordete entre mis dientes y mascullé una vez más que el tiempo apremiaba. Inútil. No atendía a razones. Como si en el bolsillo de su apretado pantalón guardara un racimo de minutos, se dispuso a derrochar los pocos de que realmente disponíamos.
Sus ojos se clavaron en los míos y vi bajo sus cejas pobladas un brillo insinuante que nunca antes había encontrado.
"Carlos, ¿qué ocurre? ¿Por qué me miras así? Dime... ¿Estás bien?"
Llevó mi mano a su entrepierna, bajo su amplio vientre, y pude notar malamente disimulada tras su pantalón una erección grandiosa, inusual; tan sorprendente como inoportuna. Amenazante... Sus manifestaciones de deseo nunca se presentan de este modo.
"Carlos, no es el momento, cariño. Nos esperan dentro de..."
No me dejó terminar la frase. Se abalanzó bruscamente sobre mis hombros, rodeando mi cuello con sus poderosos brazos. Acaparando mi boca con la suya. Tras sus brazos, su pecho, su vientre. Sus piernas abiertas a ambos lados de las mías, que estáticas, no sabían cómo responder ante tal arranque de pasión.
¿Cómo negarse?
Palpé abarcando cuanto podía bajo su vientre hasta llegar a su cinturón. Desabotoné su pantalón e introduje mi mano bajo su ropa interior para asegurarme, sorprenderme y deleitarme del tamaño escandaloso que anunciaba su excitación.
Dura como nunca. Húmeda incluso. Caliente, embrutecida. Amoratada seguro.
No pronuncié palabra, tan sólo me dispuse a disfrutar del manjar que emanaba ese día de entre sus carnes densas.
La sofisticación de mi vestido quedó resumida en un montoncito de tela inhiesta sobre el suelo del salón. Sin sujetador, porque el diseño así lo requería. Con un minúsculo tanga que evitaba las antiestéticas marcas. Tanga y zapatos. Digamos... otro tipo de glamour que alimentaba por sus ojos una polla erecta como nunca antes había visto bajo ese telón de piel redondeada.
Imposible negarse.
Me acomodé en el sofá con las piernas abiertas, dejando a la vista mi sexo atravesado por la tira estrecha del pequeño tanga. No hizo falta insistir. Con los pantalones rendidos a la bajura de sus tobillos, acudió obediente a mi propuesta dando cuatro pasitos cortos, limitados por la liana de ropa que limitaba los movimientos de sus pies. Acomodé mis manos a ambos lados de sus amplias caderas y tiré hacia abajo de sus enormes calzones. A mi vista su extremidad más delicada. Comencé a ladear la cabeza para llevar mi boca bajo sus pliegues y lengüetear aquella deliciosa carne cruda.
Me enrosqué a su excitación rodeándola con los labios, saboreando la humedad en que venía envuelta. En mis intentos de girar la cabeza para enjuagar por igual ambos costados de su cilindro, topaba con su vientre mullido. Se percató de mis intenciones y él mismo sujetó sus curvas colgantes para a su vez, observar el mástil del que pendían esos dos hermosos huevos que son mi locura.
Y uno, y otro, a cual mas contundente. Qué sensibilidad más exquisita la de esta piel arrugada, elástica, retráctil; reactiva a cada respiración cercana. Manosearlos es un placer, pero hundir entre ellos la nariz para aspirar su característico olor me enardece, me desata. Juntos colman mis manos y por separado no puedo más que succionarlos en parte, martirizada por no poder abarcarlo por completo.
"Rosa, no puedo, me corro. No sigas que me corro."
Me pone a mil cuando dice que se corre. Es encantador. Me inspira toda la ternura del mundo tener sus genitales en mi boca, toquetearlos, sobarlos. Recogerlos en las palmas de las manos y apretar su glande torturando su orgasmo. Saber que de mis movimientos y palabras depende su placer, me otorga todo el poder de ese momento.
A veces se anticipa en su anuncio. Me corro, me corro... y en realidad sé que puede contenerlo mucho más. Los gemidos se intensifican, los espasmos arremeten contra sus músculos y entonces detengo mis chupadas, le beso los muslos, hurgo en sus cavernosas ingles, y cuando se ha relajado y controla su excitación, ahí estoy yo alzando la vista en busca de sus ojos desorbitados y sus mejillas temblorosas, pidiéndole que termine en mi boca, que me dé su leche. Y se desorbita de nuevo. Dos lamidas completas más, de las que terminan entretenidas en el glande explosivo y ¡zas!, lo tengo vertiéndose entre mis labios, derramándose por mis comisuras. Y mientras se contrae su gesto, se fruncen sus ojos y se agolpan los latidos en las venas de su verga, relamo la esencia espesa que mana de su oscura cánula.
No dio tiempo a nada de eso.
"Lo siento, cariño. Como vamos con prisas... Gracias, gracias, gracias...", dijo besuqueándome los morritos con los suyos aún manchados de carmín.
"Gracias a ti, que has tenido la delicadeza de no desmoronarme el moño", contesté haciendo gala del humor que siempre está presente en nuestros momentos íntimos.
Y tanto que íbamos con prisas, pero así no podía dejarle pasar toda la tarde y quién sabe si la noche.
"Ahora sí, cielo. Por favor, vuela. Empieza la misa y no llegamos... Esta vez tam-po-co llegamos."
Mientras yo recogía del suelo mi vestido divino, el desapareció en dirección al baño despojándose de su camisa empapada en sudor. Me quedé un par de segundos mirando en dirección al pasillo por el que Carlos acababa de ocultarse regodeándome en una sensación de satisfacción por el trabajo bien hecho hasta que el reloj del salón interrumpió mi conmoción para anunciar las seis en punto. ¡Nervios!
El agua de la ducha comenzaba a correr. El primo Pablo a punto de llegar y Carlos aún sin ducharse. Busqué y busqué una buena excusa pero no hallé más que la falta de responsabilidad convertida en impulso sexual, y eso como pretexto, pues mejor no...
Me miré ya vestida en el espejo de la entrada y comprobé que sólo tenía que retocar mis labios. Pas pas, dos toques, un poco más de perfume y listo.
Comprobé que mi marido no saldría de la ducha en los siguientes minutos, empuñé las llaves del apartamento y salí de puntillas al corredor del quinto piso.
Caminé apenas unos pasos por el pasillo y golpeé la puerta contigua. Departamento 502.
"Hola, ¿tienes un momento?", dije saludando apresuradamente a mi vecino.
"Hola, claro... ¿Cómo está todo, Rosa? ¿Quieres pasar?"
"Mira, te lo agradezco mucho, pero llevo mucha prisa", me disculpé.
"Oye, pero que elegante te veo..."
"Sí, bueno, gracias..., es que vamos de boda esta misma tarde y..., bueno, que he aprovechado que tenía un momento para traerte esto", le dije con voz entrecortada alargándole un sobre.
"Oh, vaya, Rosa, no era tan urgente", murmuró dando un paso atrás.
"Lo sé, lo sé, pero verás... ¡te estoy tan agradecida! Has cumplido. Carlos esta tarde era otro. Qué pasión, qué morbo... Hacía tiempo que no le veía así, créeme...", le expliqué mirándole a los ojos, con las manos entrelazadas sobre mi pecho, el sobre aún entre ellas. "Yo imaginaba que tu terapia con los gordos era buena a juzgar por la cantidad de ellos que te visitan, por eso se me ocurrió que a Carlos le podías hacer mucho bien. Lo que nunca imaginé es que en una sola sesión se notaría tanto."
"Rosa, siento que haya sido hoy. Ahora entiendo por qué se fue con tantas prisas, pero es que fue él quien me llamó esta misma tarde para concertar la cita y comprenderás..."
"¡Por favor! No tienes por qué disculparte", le interrumpí. "La verdad, supe que algo ocurría nada más verle entrar y más tarde me di cuenta. Qué mal día con lo de la boda..., tenía que haberte advertido. Pero es igual. Parte de nuestro acuerdo es que todo discurra con naturalidad, que él se sintiera protagonista de esto, que no lo identifique nunca con una terapia, que la iniciativa sea siempre suya" , continué extendiéndome en mi explicación, "y sobretodo que nunca, nunca sepa que yo estoy por medio".
Le alargué el sobre nuevamente mientras terminaba mi discurso.
"No puedo aceptarlo", sentenció bajando la cabeza y la mirada.
"¿Cómo que no? Es tu trabajo... ¡Toma!", dije alzando la voz mientras le golpeaba en un hombro con el sobre chasqueante. Escuché el elevador en funcionamiento y mi nerviosismo se acrecentó. "Es lo que acordamos más una pequeña propina por el éxito del tratamiento."
"No, no... de ninguna manera. No podría tomar ese dinero porque te aseguro que he disfrutado mucho de su compañía. Créeme si te digo que debería ser yo quien te pagara por dejarlo en mis manos", dijo sonriendo ampliamente mientras se arremangaba las mangas de la camisa. "Aunque pensándolo mejor, sí podrías pagarme de alguna forma..."
"Muy bien. Pídeme lo que quieras y si está a mi alcance, es tuyo. Te estoy muy agradecida por lo que has logrado", accedí en tono confidencial.
"Bueno, en realidad es muy sencillo. Me gustaría continuar la terapia. Después seguir viéndolo y tratarlo cada vez que lo necesite, tantas veces como crea necesario. Más que nada para evitar recaídas, ya sabes..."
" Bueno, no sé si podré influir en ello ya que eso dependerá exclusivamente de él. Aunque según puedo sospechar, él también lo disfrutó demasiado" , admití sonriendo.
De nuevo el ascensor se ponía en funcionamiento recordándome que no podía demorarme ni un minuto más.
"Debo irme, Zesna. Carlos estará a punto de salir de su ducha. Insisto: te agradezco mucho tu dedicación y apoyo", dije con total sinceridad y sumamente emocionada.
"Estamos en contacto, Rosa, cualquier cosa que necesites... cuenta con tu sexólogo y amigo", se despidió.
Y mi vecino cerró la puerta al tiempo que se abría la del ascensor y el primo Pablo aparecía en escena enfundado en su elegante esmoquin.
FIN DE ESTE RELATO FICTICIO EN COLABORACIÓN REAL