Trabajando para la Señora María Elena
Un chico de ciudad se retira al campo en busca de un cambio en su vida donde trabajará para una madura, autoritaria e intrigante ganadera.
El abrasador aire veraniego de Madrid inundó mis pulmones cuando salí de la oficina, rápidamente pensé en la contaminación, los atascos y el infierno de aparcar en aquella ciudad para auto convencerme a mí mismo de que no acababa de tirar toda mi vida por la borda en tan poco tiempo.
Acababa de firmar mi carta de renuncia.
Dejar mi excelentemente remunerado trabajo como diseñador gráfico, a mi novia de toda la vida y haber logrado vender mi casa en la misma semana era demasiado incluso para mí, tanto que al recordarlo sentí un ligero desvanecimiento que me llevó a refugiarme asustado en el primer Starbucks que encontré.
Tras respirar hondo y ordenar mis ideas logré volver a pensar con cierta convicción que retirarme al campo era la mejor decisión para re encontrar sentido a mi aburrida vida. Ya solo faltaba lo más importante, el Whatsapp de mi primo confirmándome que me aceptaban en mi nuevo trabajo “rural”.
Tras acabar atropelladamente mi café y una de esas magdalenas gigantes con pepitas de chocolate retomé mi camino Gran Vía arriba, al llegar a la altura de Plaza España saqué el móvil de mi bolsillo, olvidé que lo había puesto en modo silencio por la reunión y no sentí el mensaje pero… allí estaba la esperada señal que me hizo respirar aliviado: “Todo OK, coge el coche que mañana empiezas”.
Así era mejor, no quería demorarlo más ni tener tiempo para pensar, tampoco tenía previsto despedirme de nadie, viviría a 3 horas en coche, no me iba a otro continente. La alegría por la confirmación de mi nueva ocupación me hizo pensar en darme un capricho y alcé la mano para parar un taxi justo al lado de la parada de metro.
A la mañana siguiente, los nervios me pusieron en marcha media hora antes de que el despertador sonara, me duché, cogí mi equipaje preparado la noche anterior y tomé el ascensor hasta el garaje.
Madrid aún dormía y no tardé en coger la A5, a la altura de la Casa de Campo sentí una nostalgia des medida que intenté disipar poniendo la radio y centrándome en un texaltado ertuliano que no paraba de vociferar en un debate mañanero.
La carretera estaba desierta.
Como no confiaba en el GPS del móvil en exceso decidí parar en una gasolinera a escasos kilómetros de mi destino para asegurarme de que iba en la dirección correcta.
Aproveché también para llenar el depósito, afortunadamente por aquellas tierras aún no operaban en el odioso modo “pre pago”, y tras colgar la manguera me dirigí a la caja. Al otro lado del mostrador me sacó de mi aturdimiento una chica preciosa con una sonrisa de oreja a oreja e inconfundible acento extremeño.
- Buenos días – dije tratando, creo que sin éxito, de no parecer idiota ante tal bellezón.
- Hola – respondió efusivamente, tenía que averiguar qué desayunaba esa gente para despertarse de tan buen humor.
Le hice una buena revisión con disimulo, tenía una cara preciosa, largo cabello negro y unas tetas que llamaban la atención luchando ferozmente por salir de aquel ajustado mono de la compañía pretrolera. Hice un esfuerzo para no desviar la mirada hacia sus encantos y proseguí.
- Verás vengo a la Finca “La Solana” creo que ya estoy cerca pero no sé si voy bien.
Su sonrisa se expandió aún más.
- Aaaaaaaaaah, tu debes de ser Carlos – de repente me sentí como en un programa de esos de cámara oculta, cómo sabía mi nombre aquella chica?.
Ella notó mi cara de asombro y trató de tranquilizarme.
- No te asustes¡¡¡¡- siguió entre carcajadas – soy la sobrina de la Señora Elena, la dueña, tu vienes como ayudante de capataz verdad? Eres el chico de Madrid que viene a probar suerte al campo.
Demasiada información para mí, me quedé totalmente bloqueado pero ella siguió hablando.
- La gasolinera también es de mi tía, ya casi has llegado a la finca, es el siguiente desvío. Ven – dijo saliendo del mostrador – te invito a un café.
Me llevó a un pequeño cuarto donde, ya repuesto de mi sorpresa inicial, pude seguir estudiándola, mientras andaba tras ella pude admirar su precioso culo contoneándose delante de mí.
Decidí decir algo para que no pensara que era tonto perdido.
- Qué casualidad¡¡¡ - sí, tampoco fui excesivamente locuaz – el pueblo queda cerca?, acostumbrado a Madrid me da un poco de miedo un cambio tan brusco y no estaría mal salir de vez en cuando a tomar algo…
La cafetera terminó de llenar mi taza y mientras me la ofrecía ella respondió.
- Sí, tranquilo, está aquí al lado. Aquí queda todo cerca – noté cierto aire de tristeza ahora en su voz– tú tranquilo, si lo que buscas es calma has venido al sitio adecuado, además la finca donde vas a vivir es preciosa, y cuando quieras bajar al pueblo me das un “toque” y nos tomamos algo – se ofreció recuperando su efusividad.
Seguimos un rato charlando y me despedí no sin antes recibir las últimas indicaciones para llegar a mi destino.
Mientras recorría el último tramo de autovía pensé lo extraña que era la vida. Yo el niño caprichoso de Madrid queriendo vivir una aventura rural y esta pobre chica suspirando por salir de aquel alejado lugar. Supongo que siempre anhelamos lo que no tenemos y eso nos hace ser más infelices de lo que deberíamos.
Me alegré de tener un todo terreno cuando enfilé el camino de tierra que llegaba a la finca, el incómodo traqueteo me hacía conducir dando saltos pero, al poco, divisé mi destino.
Pasé bajo el arco de entrada coronado por unas letras que rezaban “Finca La Solana – Ganadería de toros bravos”, tras él se alzaba una baja pero amplia construcción rodeada de una pequeña valla decorativa donde supuse habría alguien para recibirme. Aparqué el coche junto a la casa y miré alrededor.
Campo, campo y… más campo, junto a la casa ya se divisaba algún cercado con reses que supuse bravas, mis nuevas compañeras de trabajo, y algo más lejos unos caballos pastaban tranquilos tras un vallado.
De pronto una voz amable me sorprendió a mis espaldas.
- Hola¡¡¡¡ - dijo, bastantes decibelios más altos de lo que necesitaba para oírle, un hombre con apariencia de perro bonachón.
Sin darme tiempo a responder se acercó a mí y me estrechó la mano con extremada fuerza.
- Mi nombre es Julián, soy el mayoral de la finca, si no me equivoco tú debes ser Carlos y vienes a ayudarme en mis tareas.
De algún modo la voz tranquilizadora y campechana de aquel hombre hizo que me calmara y abandonara la constante sensación de nerviosismo que me invadía desde que salí de Madrid.
- Sí – respondí alegre – aquí me tiene ya para lo que necesite.
- Trátame de tú chico – pidió sin perder la sonrisa – que vamos a ser compañeros de fatigas.
Y así sería.
Me acompañó a la que sería mi habitación, era una construcción más pequeña que quedaba justo detrás de la principal, entré y lo que vi me sorprendió gratamente, el habitáculo era amplio y estaba totalmente reformado, constaba de un recibidor con un sofá que podría hacer las veces de salón, y una gran habitación con baño.
Al volver a salir, Julián, señaló con su dedo índice una ventana del edificio principal que quedaba justo en frente de mi habitación. Ese es el dormitorio de la Señora María Elena.
Ya me tenía intrigado la famosa señora de la finca por lo que pregunté:
- Y la señora?, no está?.
- No, bajó a la capital a hacer unas cosas supongo que volverá a la tarde.
Asumí que la intriga se prolongaría hasta entonces y seguí a Julián hasta un Land Rover.
- Sube chico, te voy a enseñar la finca – dijo ilusionado.
- Eeeeeh no me cambio de ropa? – contesté con pocas ganas de destrozar mis vaqueros y mi camisa.
- Tranquilo – dijo riendo- esta vuelta es solo de reconocimiento luego te doy los monos de trabajo, no son muy “fachion” pero son prácticos.
Recorrimos en el todo terreno la inmensa finca mientras Julián me explicaba sin parar cada pequeño detalle del lugar. Como acordamos volvimos a nuestro punto de partida y me dio mi nuevo uniforme, el típico mono azul, en el que me zambullí para comenzar a trabajar.
El día pasó rápido, movimientos de vacas de un cercado a otro, revisión de vallados, distribución de las raciones de comida… y a última hora fuimos a las caballerizas para limpiar los boxes.
Estábamos tranquilamente apilando balas de heno cuando una voz nos sorprendió en la puerta de entrada, su tono era amable pero autoritario.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes Señora María Elena- respondió Julián sin volver la vista.
- Bu bu enas tarder – contesté asustado pues no esperaba a nadie más allí.
Ni siquiera me dirigió la mirada hecho que aproveché para analizar a la famosa dueña de la finca.
La señora vestía de manera elegante pero con marcado carácter “campestre”, rondaría los 50 años pero sin duda debió ser muy bonita en su juventud, dudé si algún retoque estético adornaba aquella cara cubierta por una cuidada media melena negra. Quizá sus labios.
La ceñida camisa dejaba entrever unos medianos pero interesantes pechos y unos bonitos pantalones cubrían unas amplias pero atractivas piernas.
Al volver a oir su voz desvié la mirada.
- Esto está hecho un asco Julián- barred un poco el suelo, no hay quien pare aquí con tanto polvo.
- Sí, señora – contestó Julián adentrándose en los establos supuse en busca de algún cepillo.
Quedé solo con aquella intrigante mujer, de pronto me miró a los ojos y señaló un trapo que sobresalía por el bolsillo de mi mono.
- Fíjate como me he puesto las botas, chico – dijo señalando sus pies – límpiamelas por favor
No salía de mi asombro, el primer día y esa mujer me pedía que le limpiara las botas?. La indignación hizo que mi cara se pusiera roja de rabia, la miré desafiante y ella me sostuvo la mirada entonces… me agaché sumisamente y le abrillanté sus bonitas botas camperas, acto seguido salió y me quedé allí agachado totalmente avergonzado.
Noté entonces que Julián había vuelto a mi lado con dos escobas, no supe si había visto el vergonzante hecho que acababa de acontecer pero agradecí que no hiciera ningún comentario al respecto.
Al poco tiempo dimos por terminada nuestra jornada laboral y Julián me dejó en mi nuevo hogar. Lo vi perderse en la oscuridad despidiéndose con su enorme brazo fuera de la ventanilla poniendo rumbo al pueblo, pues vivía allí con su familia.
Abrí la puerta de mi habitación y caí en la cuenta de que carecía de cerradura, difícilmente alguien iría hasta allí a robarme pero me sentí algo incómodo pues eso me robaba cualquier atisbo de intimidad.
Estaba destrozado y decidí no cenar, además aún me perturbaba el encuentro con aquella mujer por lo que me dispuse a darme una larga y relajante ducha de agua caliente. Debajo del agua la sensación era placentera, aquello y el recuerdo aquella mujer hizo que bajara mi mano y me hiciera una paja antológica.
Cuando di por terminada mi agradable tarea y me aclaré todo el jabón, apagué el grifo y caí en la cuenta de que no había traído ninguna toalla, miré alrededor nervioso pero por más que busqué no encontré con qué secarme.
Decidí entonces vestirme así, mojado, e ir a la casa principal a pedir alguna prestada. Mientras pensaba qué ponerme, desnudo y empapado en medio de la habitación, la puerta se abrió de pronto y quedé petrificado.
Bajo el marco con varias toallas blancas de diferentes tamaños apareció el cuerpo de María Elena que, sin ningún tipo de disimulo dirigió su mirada a mi recién trabajada entrepierna. Yo me quedé totalmente bloqueado ante tal situación y la miré también, aunque con mucho disimulo, de arriba abajo.
Si por la tarde me había llamado la atención, ahora la figura que tenía delante me robó totalmente el aliento, una ajustada camiseta de algodón marcaba dos grandes pezones que adiviné oscuros pero lo más impactante era que, bajo sus apretadas mallas de montar se dibujaba justo en el medio de su entrepierna una enorme raja que lucía descaradamente.
Con la tranquilidad que da tener el control absoluto de la situación, María Elena por fin habló:
- Te traigo un juego de toallas, la chica de servicio hoy tenía el día libre y supuse que quizás las necesitarías.
Acerté a decir gracias y ella se adelantó para entregarme las toallas, las cogí y se dio la vuelta pero cuando conseguí volver a recobrar el aliento volvió a girar.
- Por cierto – dijo agarrando con unas sola mano mis testículos y mi polla- las botas han quedado perfectas.
Acto seguido ejerció una ligera presión sobre mi indefenso paquete que me hizo estremecer y se marchó moviendo su generoso culo cerrando la puerta tras de sí.
Esa noche, antes de dormir, tuve que volver a dar ritmo a mi mano.