Trabajando para la Señora María Elena 2
Mientras continúa con sus quehaceres cotidianos, nuestro protagonista descubrirá nuevas "tareas" que tendrá que realizar para la dueña de la Hacienda.
La mañana siguiente desperté desorientado.
Tuvieron que pasar unos segundos antes de que pudiera situarme. Cuando lo logré, todos los acontecimientos de la noche anterior vinieron a mi cabeza provocándome una enorme erección que no dudé en calmar aprovechando que, como el día anterior había madrugado en exceso.
Pese a que nadie me había explicado dónde se comía en aquella Hacienda, ya vestido con mi mono azul, puse rumbo al edificio principal alegrándome de la gran ventaja que suponía no tener que combinar camisa y corbata cada mañana. El que no se conforma es porque no quiere.
Empujé la puerta entre abierta del edificio principal y, lenta y temerosamente, la flanqueé para ingresar en un enorme recibidor, con sillones y una mesa baja, del que salían dos pasillos a izquierda y derecha.
Al final de uno de los corredores, percibí el sonido de utensilios de cocina y un inconfundible aroma a tostadas recién hechas lo que me hizo tomar aquella dirección. Tras pasar por varias habitaciones con las puertas cerradas llegué, al fondo, a una amplia cocina campera donde una joven que me resultó ligeramente familiar se afanaba frotando una gran cacerola.
Supuse que era la chica de servicio de la que me habló María Elena la noche anterior y me presenté haciéndole dar un brinco pues no había sentido mi llegada.
- Hola¡¡¡¡ - dije en voz demasiado alta.
Asustada pues supuse no me esperaba tan temprano, se volvió y quedé asombrado del gran parecido que guardaba con la chica que, el día anterior, había conocido en la gasolinera.
Su pelo moreno y sus enormes tetas eran prácticamente calcadas, también su cara, aunque ligeramente más fina que la de la amable chica de ayer, hacía suponer algún tipo de parentesco. Pese a que la otra no estaba ni mucho menos gorda, aquella mujer que me miraba aún con ligero sobresalto era bastante más delgada y unos años más joven.
Por fin acertó a contestar tímidamente.
- Hola, usted debe ser el Señor Carlos – me extrañó que me llamara “Señor” pues allí no era más que el ayudante del mayoral de la finca pero no le di mayor importancia.
Me acerqué asintiendo y le di dos besos tomando después asiento junto a una enorme mesa de madera.
Como la chica no era muy habladora, rápidamente di buena cuenta del abundante desayuno y, despidiéndome, puse rumbo a mi habitación para lavarme los dientes antes de salir al encuentro de Julián que no tardaría en llegar.
Pero justo cuando iba a salir la curiosidad me pudo, di media vuelta asomándome por el marco de la puerta, y provocándole un nuevo sobresalto, pregunté.
- Y la señora? No desayuna?
- La señora desayunó temprano, ha salido a montar – respondió servilmente.
Cuando me disponía a reanudar mi marcha fue ella la que me sorprendió volviendo a hablar.
- Por cierto, soy Gloria, la hermana de Rocío, creo que os conocisteis ayer en la gasolinera. También trabajo aquí.
Me acerqué agradeciendo conocer a alguien más en aquel apartado lugar y le planté otros dos besos de manera ligeramente más efusiva de la que procedía.
- Encantado Gloria, nos vemos por aquí entonces, y… por cierto, dale recuerdos a tu hermana y dile que cualquier día de éstos le pego un toque para dar una vuelta por el pueblo.
Ella sonrió amablemente asintiendo y, ahora sí, me marché.
Puntual, el Jeep de Julián se vislumbró en el horizonte levantando una inmensa polvareda a su paso. Me reconfortó volver a ver a aquel entrañable hombre y pensé si sería bueno comentarle el incidente de la noche anterior, idea que deseché al momento dada la falta de confianza que aún teníamos.
Al llegar a mi altura se detuvo y saludó invitándome a subir.
El día transcurrió prácticamente igual que el anterior salvo por un incidente con una joven vaquilla que me dio un ligero revolcón haciéndome algunos rasguños, pero fue tan poca cosa que Julián no pudo contener las carcajadas mientras me la quitaba de encima.
Comimos en el campo unos bocadillos que su esposa había preparado para los dos y cuando el sol empezó a ocultarse decidimos volver a la Hacienda. Igual que la noche anterior el todo terreno de Julián se perdió en la oscuridad y, mientras lo observaba, noté una presencia detrás de mí.
Al volverme vi a Gloria con aspecto cansado y el pelo ligeramente revuelto fruto, supuse, de un intenso día de trabajo.
- La Señora me ha dicho que le indique que la cena se servirá en media hora, desea cenar con usted para conocerle.
Asentí dando las gracias y, sorprendido y ligeramente excitado, puse rumbo a mi habitación.
Puntual llegué a la cocina donde había desayunado la mañana anterior, allí estaba Gloria que me acompañó a otra estancia mucho más lujosa donde María Elena esperaba ya sentada presidiendo una elegante mesa de madera.
- Buenas noches – me adelanté intentando tomar la iniciativa.
- Buenas noches – respondió escueta.
La cena transcurrió entre comentarios banales sobre el trabajo de aquel día en el campo, el tiempo y lo mal que estaba el sector ganadero en España.
Después del postre, me sentí incómodo pues no supe cómo retirarme sin parecer descortés, Gloria recogía ya de la mesa los últimos cacharros y pensé que ofrecerme a ayudarle sería una buena manera de romper el hielo y salir de allí pero entonces la Señora habló recuperando su tono autoritario.
- Me marcho a mi habitación – y mirándome fijamente a los ojos de manera dominante añadió- en 5 minutos te quiero allí.
Quedé totalmente petrificado por su “orden” y el hecho de que la hubiera lanzado de aquella manera tan repentina y con Gloria presente. No me dio tiempo a contestar y se perdió por el pasillo al tiempo que de mi boca salía un casi imperceptible “Sí”.
Miré avergonzado a Gloria que me dedicó la mirada más comprensiva que había visto en mi vida, lo cual agradecí.
Cuando reuní el valor suficiente me levanté con las piernas temblando y me dispuse a obedecer percatándome de que no tenía idea de llegar a la habitación. Miré a Gloria pero antes de que pudiera preguntarle indicó:
- Es por el otro pasillo, la última puerta, no tiene pérdida porque es en la única que verás luz. – tras la explicación me dio un beso en la mejilla y salió cargada hacia la cocina.
Temeroso puse rumbo a mi destino que, como me había dicho Gloria no tenía ningún tipo de confusión posible. La puerta se encontraba entreabierta y no queriendo dilatar más aquello… la empujé.
Elena, que leía unos papeles tumbada en la cama, los depositó en la mesilla y me miró.
Si a aquellas alturas había alguna duda sobre sus intenciones, su conjunto de ropa interior de encajes negros con transparencias las disiparon rápidamente.
Aproveché para repasar su cuerpo, tal como había supuesto en las caballerizas, sus tetas eran de tamaño mediano y, pese a ser de piel clara, estaban coronadas por unos oscuros y grandes pezones. Las bragas apenas dejaban lugar a la suposición y mostraban un poblado pubis con aquella enorme raja asomando. De nuevo una orden me sacó de mis pensamientos.
- Desnúdate- pensé que la Señora no se andaba por las ramas pero, por qué negarme, llevaba unas ocho pajas en las últimas 24 horas y ahora me iba a hacer el estrecho?.
Con cierta vergüenza me deshice de mi polo y mis vaqueros quedando en calzoncillos, ella me miró e hizo una seña con el dedo para que me los quitara.
Lentamente me los bajé avergonzado percatándome de que aquella situación lejos de empalmarme había reducido mi polla a su mínima expresión. Cuando me quedé completamente desnudo me pidió que me acercara a la cama y avancé.
Aun recostada avanzó ligeramente hacia mí que permanecía de pie con mis piernas pegadas al colchón. Como si de una cabeza de ganado se tratara la señora Elena comenzó a revisar mi cuerpo.
- Vaya, parece que esa vaquilla te ha dado un bueno susto – dijo acariciando los arañazos de mi cadera.
No acerté a responder y continuó con su examen.
Deslizó la mano a mi entrepierna sopesando mi paquete, mi polla se había animado un poco pero los nervios que sentía aún la mantenían algo alicaída. Ella, como si fuera de su total propiedad alzaba mis huevos en su mano dejándolos caer después y movía mi polla hacia uno y otro lado mirándola atentamente.
De pronto, deslizó la piel que recubría mi glande hacia atrás y dijo:
- No estás muy bien dotado que digamos, esperemos que sepas usarla bien o tendrás sacar la lengua a pasear.
Aquellas palabras terminaron de anular cualquier atisbo de reacción, tenía una polla normal de unos 15 centímetros y nunca había tenido queja en ese aspecto pero con la humillación que me provocó acabó de poseer mi voluntad por completo.
En la misma postura comenzó a pajearme lentamente lo que hizo que mi apéndice más preciado por fin despertara y tras unos segundos escupió sobre mi polla y continuó la tarea.
Su saliva y el ritmo que aplicaba consiguieron hacer que mi rabo creciera hasta su tamaño máximo en su mano y algo de líquido pre seminal asomó por mi capullo lo que le hizo sonreir.
De pronto soltó mi polla, se bajó las bragas y se des hizo del sujetador. Tumbada abrió sus piernas y ordenó:
- Cómeme.
Sin dudar un segundo me subí a la cama y, agachando mi cabeza, hundí mi cara entre aquel poblado coño. Pude comprobar que ya estaba empapada y me sorprendí al descubrir unos enormes labios vaginales que, sin más dilación, metí en mi boca.
Escuché entonces unos ligeros jadeos y, herido en mi amor propio, empecé a lamer su clítoris con fiereza escupiendo sobre él. Lo succioné y lamí por largo rato y dirigí entonces mi lengua a su agujero insertándola y notando plenamente su dulce sabor a hembra.
Como si de una polla se tratara la follé con mi lengua alternando aquel movimiento con largos lametones a su clítoris y mordiscos a sus labios vaginales, sus jadeos iban en aumento mientras su cadera se movía rítmicamente buscando el roce de mi cara.
De pronto y cuando parecía que llegaba al clímax volvió a tomar las riendas de la situación:
- Fóllame.
Sus órdenes eran precisas y no dudé ni un momento en acatarlas a rajatabla.
Saqué mi cabeza de su coño, totalmente empapada de sus jugos y mi saliva. El olor de su coño impregnaba totalmente mi nariz.
Situé mi polla entre sus piernas y, dado el charco en el que se había convertido su coño, la penetré sin ninguna dificultad. Su agujero caliente y húmedo, pese a no ser estrecho, abrazó mi rabo a la perfección provocando que me estremeciera de placer al tiempo que notaba aquellos grandes labios vaginales rozándomelos los huevos y el pubis.
La penetración hizo que María Elena soltara un profundo gemido de placer.
Me lancé entonces a comerle aquellas apetecibles tetas lo que le hizo jadear aún más, lamí primero su pálida piel para centrarme después en los grandes y oscuros pezones mordiéndolos y succionándolos fuertemente. Los gemidos se convirtieron en gritos.
Aumenté entonces el ritmo de mis envestidas sin dejar de morder sus pechos y, por fin, me atreví a mirarle a los ojos y besar sus grandes labios. Nuestras lenguas comenzaron a luchar salvajemente y con su mano derecha comenzó a acariciar primero y arañar y azotar mis nalgas después.
El ritmo de todo aquello iba en aumento y noté que su clímax se acercaba por lo que apreté aún más provocando que, al poco, estallara en un tremendo orgasmo que se debió oir en toda Extremadura.
Cuando pudo volver a hablar, aún con mi polla entrando y saliendo de su hinchado coño, me dio permiso para correrme. No me hizo falta mucho más pues llevaba tiempo aguantado y con unos pocos movimientos un gran chorro proveniente de mis huevos inundó su coño.
María Elena sonrió lascivamente y dándome unos suaves azotes, que me hicieron recordar que en aquel lugar ella era la que mandaba, me indicó que ya podía “salir” de su inundado coño.
Tras unos minutos conseguí recuperar el aliento y, sin saber muy bien qué hacer, me incorporé a un lado de la cama y comencé a vestirme.
Ella permanecía aún desnuda con las piernas ligeramente separada, su enorme coño parecía aún más grande y de él salía un hilo de semen que se perdía en su culo. Su cara de satisfacción indicaba que había cumplido mi misión.
- Esto no es la ciudad. Aquí mando Yo y Yo soy una hembra – dijo de pronto – y como tal necesito un macho que me monte.
Me giré hacia ella y prosiguió.
- Mis capataces no solo están aquí para cuidar del ganado, su principal cometido es satisfacerme. – agarrando mi paquete continuó- Decidí no casarme pero necesito una polla a mi lado que me sacie, antes me valía la de Julián pero ya esta mayor y necesito sabia nueva. Esto es lo que hay, su no te gusta sabes donde está la puerta.
Sorprendentemente, pese a la reciente y abundante corrida, con el contacto de su mano mi polla empezó a crecer de nuevo. Aspecto que ni mucho menos pasó desapercibido para ella.
- Ves?, a esto me refería, necesito una polla joven que esté dispuesta las 24 horas cerca. Pero ahora vete a dormir, mañana madrugo.
Me vestí de prisa y salí, aún exhausto, camino de mi habitación.