Trabajador fuerte, colma mi fantasia...

Esas navidades serias distintas despues de probar al macho que me vendio el arbol...

Nota autor: Este relato me lo envio un amigo sudamericano y me pidio que se lo publicara, asi que espero que os guste.

Cuento erótico de Navidad.

Se acercaban las Navidades y como todos los años, bajé al río a comprar un pino pues siempre se instalaban allí enormes camiones que vendían árboles recién cortados de la montaña. En ese tiempo, comenzaron a prohibir la venta por razones ecológicas, pero siempre había quienes se arriesgaban y vendían la mercadería recién talada. Yo sabía de esa venta y como no me gustan los árboles de Navidad artificiales, fui al río a comprar un bonito pino.

Vivo en un país del hemisferio sur donde las Navidades transcurren en tiempos de calor, así que allí estaban los hombres sudorosos descargando pinos de los camiones. Abajo, al otro lado del puente, se arremolinaban los clientes en mangas de camisas eligiendo árboles. Yo me acerqué con la esperanza de ver a dos hermanos que había visto el año anterior, muy fuertes ambos, exhibiendo sus árboles, aunque yo, lo que más apreciaba eran sus poderosas musculaturas, desarrolladas en esta época del año al cortar pinos en la cordillera.

Efectivamente allí estaban con el torso desnudo en medio de los pinos, arriba del camión. Se le veían los enormes músculos sudorosos. Tenían el pecho lampiño clásico del hombre araucano, de tórax muy pronunciado y unos rostros angulosos, de mandíbulas anchas. Uno de ellos me gustaba más, aunque los dos estaban espléndidos. Eran machos fuertes, robustos y bellos. El que más me gustaba tendría unos 45 años, muy guapo de rostro. Era un hombre blanco, pero moreno por el sol de diciembre, muy sudoroso y de ojos verdes. Tenía unos labios carnosos y una sonrisa caliente que le dejaba ver una blanca corrida de dientes lustrosos. A través del pantalón vaquero muy gastado se le traslucía un enorme bulto. El hombre me reconoció porque me saludó con una mano en alto. Ya el año pasado habíamos intercambiado unas palabras, así que de un salto se dejó caer del camión para atenderme.

  • ¿Va a llevar otro árbol, caserito? – me preguntó.

  • Sí, búsqueme uno que esté frondoso – le dijo con una mirada coqueta.

El hombre se puso a elegir uno, pasando por delante de mí. Yo lo sentía cerca y me excitaba enormemente. Me gustaba sentir junto a mi ese cuerpo de hombre maduro, con olor a macho.

  • Hemos estado cortando árboles todo el día – me dijo – Tengo la piel morena por tanto sol en la montaña. Mire – me dijo mostrándome su espalda enrojecida por el sol.

Yo le miré la espalda y me dieron unos deseos incontenibles de acariciársela.

  • ¿Qué le parece este pino? – me preguntó enseñándome un árbol de copa frondosa.

  • Magnífico – le dije, sin mirar siquiera el árbol, pues la verdad es que le miré el paquete directamente

Lo malo es que no sé cómo llevarlo a la casa, pues ando sin vehículo.

¿Vive por aquí cerca? – me preguntó.

Sí, al otro lado del puente – le respondí.

Si quiere, yo puedo cargárselo – me dijo – Me tendría que dar un poco extra de propina.

Por la propina no se preocupe – le dije con un tono seductor.

El hombre intercambió unas palabras con el hermano, se puso una camisa vieja a medio desabotonar y cargó sobre sus hombros el pino.

  • Sígame – le dije.

Cruzamos el puente y avanzamos por el largo parque en dirección a mi casa. De vez en cuando yo me giraba para ver si venía tras de mí el hombre guapísimo y efectivamente, allí venía abrazando al pino que ocultaba al hombre por completo, de modo que yo, cada cierto tramo, me detenía para descansar y me acercaba para verlo.

  • Muy cansado?

  • No tanto – me dijo – Lo que más me escuece es la espalda por el sol.

  • Ya falta poco – le dije.

  • Seguí la marcha y cruzamos la acera. Al llegar al otro lado, me giré y me dije a mí mismo:

  • Me está siguiendo un pino.

Llegamos a la casa. El hombre se detuvo. Yo saqué las llaves del portal y abrí la puerta. En el ascensor apenas cabíamos el hombre, el pino y yo. Muy juntos, pude sentir su aliento y el agradable olor a sudor, pues se veía un hombre limpio, de pelo negro sedoso, como recién duchado esa mañana, pero con olor a transpiración natural mezclada a la inconfundible fragancia de los pinos.

Abrí mi piso y lo hice pasar.

¿Dónde se lo pongo? – me preguntó.

Donde usted quiera – le respondí con aire coqueto.

El hombre dejó el pino en un rincón y yo fui a la cocina a servirle un vaso de agua.

Tome un refresco – le dije –Hace mucho calor.

Sí – dijo – Estoy transpirando.

¿No quiere ducharse? Así se refresca un poco

No, gracias, tengo que volver a ayudar a mi hermano.

Tiene bien rojo el cuello

Sí, fue el sol de ayer. Viera cómo tengo la espalda.

A ver, muéstreme. Tengo una crema especial para las quemaduras.

El hombre se giró y me mostró la parte de atrás del cuello.

  • A ver...desabotónese la camisa para verle mejor.

El hombre se desabotonó la camisa, dejando ver los pezones gruesos y sudorosos.

  • Voy a buscar la crema – le dije.

Cuando volví, el hombre se giró mostrándome la espalda.

  • Voy a ponerle un poco de esta crema – le dije – le va a aliviar las quemaduras del sol.

Me unté de crema y empecé a aplicarle crema en la espalda, con movimientos lentos.

  • Sáquese la camisa – le dije para extenderle bien la crema

El hombre obedeció. Yo estaba loco esparciéndole la crema por toda la espalda. Luego, me atreví por delante, abrazando al hombre por la espalda y echándole la crema por los pezones. El hombre echó la cabeza hacia atrás. Nos quedamos callados un instante que pareció una eternidad. Mis dedos empezaron a rodear sus pezones. Yo sentí un débil jadeo del hombre. Su cabeza estaba pegada a la mía. Me daba la sensación de que su cuerpo se pegaba al mío y me acorralaba contra la pared. Mis dedos bajaron a su abdomen cubierto en esa zona por un ligero vello. Como no opusiera resistencia, mis dos manos bajaron hacia su bulto que estaba erguido por completo. Entonces comencé a quitarle el cinturón, sin que dijera absolutamente nada. Metí mis manos por el pantalón y noté su miembro erguido. En ese momento, el hombre empezó a quejarse. Yo comencé a besarle el cuello por detrás. Él seguía gimiendo. Yo le pasé la lengua por el cuello y le mordí el cuello, pasándole la lengua por su oreja. Fue en ese momento en que el hombre giró y comenzó a besarme en la boca. Me desabotonó la camisa y comenzó a besarme en los pezones. Me los succionaba con frenesí. Se bajó a mi ombligo. Luego subió y siguió besándome en la boca con gruesos besos con lengua. Nos abrazamos con lujuria y pasión. No sé cómo cayeron los pantalones al suelo. Nos tiramos a la cama y comenzamos a revolcarnos. El hombre tan macho sabía chuparla mejor que nadie. Yo también quería comérsela. La tenía gruesa y dura. De un movimiento brusco me puso boca abajo y comenzó a metérmela con suavidad primero y con pasión después, logrando que estuviéramos al máximo del placer.

Yo sentía sus jadeos locos, hasta que de pronto, sentí que se corría dentro de mí. Fue en ese mismo momento que yo me corrí también, masturbándome de placer. El hombre me abrazó por la espalda, besándome el cuello. Yo me giré para sentirlo ahora sobre mi y estuvimos así, besando en la boca un largo rato.

  • Ahora sí que le acepto una ducha – me dijo.

Yo lo hice pasar a mi baño. Le abrí el agua. El hombre se metió bajo el chorro de agua caliente y me dijo:

Métase usted también.

Yo me metí bajo el chorro de agua y allí estuvimos un largo rato jabonándonos y besándonos.

Luego salimos de allí, nos secamos y duchamos.

  • Perdone que tenga que irme, pero tengo que volver a trabajar. Mi hermano está solo.

  • No se proecupe. ¿Cuánto le debo?

  • Lo de siempre...más la propina.

  • No hay problema. Aquí tiene...y un poco más. ¿Será hasta el próximo año?

  • Depende...vamos a estar trayendo sacos de papas con mi hermano a partir de enero. Si quiere, ya sabe donde encontrarnos. Si yo no estoy, hable con mi hermano y él mismo se lo puede cargar hasta acá. Es lo mismo.

  • Muy bien. Muchas gracias.

  • Gracias a usted. Hasta otro día.

Cerré la puerta y comencé a adornar el árbol de Navidad con una sonrisa.