Trabajaba en su depto. (1)

Quedé obsorta desde que la vi, sin saber en qué trabajaba. Es que era una diosa y no pude dejar de pensar en ella.

Trabajaba en su departamento.

Capítulo I

Es exquisita. Desde que llegó al departamento de enfrente no puedo apartar los ojos de ella. De su cara, de su pelo negro azabache, sus ojos verdes, su figura de sirena, cómo luce sus bluejeans, su trasero exuberante, el cierre ajustado a su cadera mínima, levemente abultado por delante y dejando un orificio casi imperceptible de aire entre sus piernas. Simplemente fabulosa.

Yo vivo sola en mi pequeño habitáculo, donde apenas llego a dormir porque trabajo casi todo el día. En la mañana me ocupo en un banco y por las tardes asisto a un postgrado en la universidad. No tengo pareja y en ese tiempo estaba pasando por una especie de depresión. Hasta que ella llegó y apareció en mi rutina con su talla de diosa.

Yo no me declaro lesbiana, pero tampoco soy indiferente ante la belleza femenina. Un buen par de tetas es capaz de calentarme tanto como un mino caluguento. Y si es muy rica la hembra, me excito a remorirme.

La primera vez que la vi quedé trastornada. Venía cargando un bulto con cosas por la escalera, y fue allí donde me habló:

-Tú debes ser Marta, mi nueva vecina –dijo sonriendo, preciosa, y dándome la mano continuó. -Hola, soy Paola.

-Ah sí!, qué gusto –dije yo, creo que con cara de boba mirándola de pies a cabeza.-Te ayudo.

En efecto, le colaboré con la carga que llevaba mientras ella me decía que podríamos ser amigas, que vivía sola pero sólo por mientras, ya que pronto se cambiaría su novio. Después de unas cuantas palabras más nos despedimos frente a nuestras puertas. Nos miramos en silencio un momento y ella pareció turbarse. Yo no detuve mi mirada en sus ojos, y solté una sonrisa. Ella me la devolvió, y dándome un beso en la mejilla entró a su departamento.

Cualquier cosa que necesites me avisas –le dije antes que cierre.

Gracias, lo mismo para ti.

Luego de aquel primer encuentro, fui descubriendo una cualidad particular en ella. Con el correr de los días me fui calentando más con sus tenidas y sus miradas esquivas a la pasada. Pero en las tardes, cuando llegaba yo de la universidad, veía salir de su puerta a tipos siempre distintos, solos, y a veces muy tarde. En ocasiones la veía a ella ingresar con hombres de la mano, a veces besándose, y rara vez se repetía el individuo. Cuando le veía así, ella me miraba fijo, como para que la vea y me dé cuenta de algo más.

Nuestro siguiente encuentro a solas fue a la entrada del edificio, así que subimos juntas. Después de hablar alguna trivialidad, le pregunté de frentón si era verdad que su novio se vendría con ella. Ella se puso algo incómoda y me miró fijo, como dudando si responderme con la verdad. Se quedó algún rato así. Estaba preciosa. Por su blusa negra se alcanzaba a apreciar su corpiño blanco, de gran talla y redondas formas. Llevaba puesto un perfume delicioso, el cual hasta el día de hoy me calienta si lo percibo por ahí.

-Soy prostituta –me dijo de pronto, tratando de ocultar su cara.

  • No te sientas mal –le dije-. Algo sospechaba, pero por eso no pienses que va a cambiar mi trato contigo. Acuérdate que me ofreciste ser tu amiga.

Paola me volvió la mirada más conforme, y me dio la mano.

-Gracias – me dijo-. Pero yo me preguntaba si te ofende que realice mi trabajo acá en mi departamento, frente a tu puerta.

-Te digo la verdad –le dije, apretándole la mano que ella me sostenía.

-Dime –dijo ella, acariciándome la mano pero sin mirarme.

-Me calienta mucho lo que haces.

Ella no esperaba esa respuesta, así quedó inmóvil, con una risa petrificada en su rostro me miraba y yo de súbito puse una mano en su busto, explorando su camisa negra.

-Yo no... –intentó decir mientras alcancé a percibir un suspiro entrecortado.

La besé en la boca, atrevida y a la ofensiva. Yo la sentía jadear mientras mi lengua arremetía contra su boca, salivando rico y sin cerrar mis ojos, tan pero tan cerca de los suyos, verdes y aún abiertos. De pronto ella quiso detenerse, pero no pudo y, librando una lucha de emociones consigo misma, se rehizo y aferrándose a mi cuello, fue Paola quien me besó a discreción, suelta y efusiva. Puso una mano en mi entrepierna y yo casi grito. Era un sueño cumpliéndose.

-Eres muy bella –me dijo, frotando su mano por debajo de mi pantalón. Seguíamos acariciándonos como hembras deseosas cuando sentimos que alguien bajaba por las escaleras en cuya pared nos detuvimos.

-Vamos a mi departamento –le dije, dándole la mano. Ella asintió, y dándole la mano subimos, cruzándonos por enfrente de una pareja de vecinos, que no dejó de mirarnos con recelo.

Dejándolos atrás, reanudamos la maratón de besos que duró hasta mi misma puerta. Allí me detuve a contemplarla en magnitud. La nuestra era una postal que cualquier macho la querría. Dos mujeres espléndidas mirándose con un deseo incontenible, al borde de caer en el más puro deleite de los cuerpos húmedos, de querernos tal cual y sólo por sentirnos.

Lo que viene en el interior de mi morada, es parte del segundo capítulo...