Torturando por una apuesta

María se excita viendo una serie y pide que le haga lo que vio en la tele, yo lo disfruto como un loco.

Continuación de Casado por una apuesta y De viaje de novios por una apuesta .  En síntesis habla de nuestro protagonista que debido a una apuesta se debe de casar con una desconocida que resulta que ser un bombón que ha dejado los hábitos de monja…  mejor leer los anteriores para comprender todo mejor.


Llevaba mes y medio casado con María y seguramente eran los 46 días e los que menos había trabajado en mi vida.  La verdad es que era muy jodido levantarte de la cama cuando tu mujer no solo te despierta con una mamada sino que no permite que te corras  en su boca porque se monta en tu polla a cabalgar un rato sin dejar de nuevo que te corras. O lo difícil que es volver a irte a la oficina después de comer cuando tu mujer te dice que el postre te espera en la habitación, o incluso cuando un SMS te entra durante una reunión en la oficina con el texto “si llegas antes de las siete me puedes sodomizar sin miramientos” y cierto era que corría a la cama a esperarme con el culo en pompa si oía la puerta del garaje abrirse

María disfrutaba de todas las novedades a nivel sexual que su recién estrenada condición de mujer casada y altamente follada le ofrecían.

Fue un día por casualidad viendo el ultimo capitulo de la tercera temporada de Vikings en la que por alguna extraña razón, el conde que defendía la ciudad de Paris de los vikingos, llevaba a visitar las mazmorras a una preciosa cortesana.  La cortesana se excitaba en la pantalla al ver las cadenas colgando del techo e imaginándose loas horrendas sesiones de tortura que aquello debió de vivir.  Sin entender muy bien como eso casaba en el guion, en la siguiente imagen aparecía la cortesana desnuda, encadenada de pies y manos a las cadenas de la mazorra y con el duque a su espalda con un látigo en la mano.  La cortesana suspiraba cuando el conde dejaba caer las colas del látigo por su pecho desnudo rozando sus pezones.  La cortesana pide ser azotaba y de hecho lo es.  Yo he de conocer que la escena me puso a mil, pero a María la debió de sacar de quicio pues cuando esa noche la montaba con dureza, María me dijo entre gemidos que le encantaría ser atada y sometida a latigazos.

En la vida una mujer me había hecho soltar tamaña cantidad de leche al correrme, me había puesto a mil.

No hacía falta que María me lo repitiese, la empezaba a conocer y lo cierto es que la ex monja cuando la monja decía algo, es que lo decía de verdad.

Durante día me planteé que hacer y la solución estaba en los tornillos Hilti de gran carga.  Una suerte de tornillo que se abre al meterse en una pared y sencillamente no hay dios que los suelte.  Esa misma tarde llamé a una empresa que encontré en internet y les pedí que esta noche fuesen a mi casa a poner unas argollas en el techo del gimnasio de mi casa, en las paredes, e incuso dos en el suelo, estos con la argolla enroscable.

Los trabajos estaba finalizados la mañana siguiente.  Ese medio día a la hora del postre, el chocho de María estaba licuado, la chica no era tonta y sabía del porqué de esas argollas.

Pensé en compara una correas, pero a maría se le habían puesto los pezones tiesos con unas cadenas y con unas cadenas iba a ser azotada.

Pase al salir del trabajo con el 4x4 a buscar las cadenas, un juego de correas, un par de látigos, antifaces y demás parafernalia sadosexual.

Cogí la escalera plegable de garaje y no sin esfuerzo subí cada una de las cadenas de las que caían dos brazaletes.  En rosque las argollas del suelo y ahí fijé dos cadenas con sus brazaletes.

Cenamos como un día normal.  Abrí una botella de vino ya que era viernes y no teníamos nada que hacer al día siguiente.  Hablamos de lo uno y de lo otro.  A María se le notaba nerviosa sabiendo lo que venia a continuación.

-       ¿Sabes que vas a ser azotada esta noche?

-       Si

-       ¿Te sigue apeteciendo?

-       Llevo mojando las bragas dos días solo de pensarlo.

-       ¿Estas segura?

-       Si

-       ¿Qué quieres que pase?

-       Que me domines, que me poseas, que me hagas tuya, que me sometas, que me trates como a una zorra.

-       ¿Y te vas a sentir cómoda?

-       Esta noche solo quiero ser un objeto para ti.

-       Como quieras.

Me levanté y puso dos copas.  La quería con el mayor alcohol posible en su cuerpo.  La verdad es que después de no haber bebido en su vida, María bebía lo que yo bebía, ósea ron con coca cola.

Le verdad es que tuvimos una conversación divertidísima sobre la vida en su pueblo y como lo recordaba ella de cría a como fue desde que se salió de monja hasta que se caso conmigo.  Me levanté a ponerme hielo.  Rellené la copa y la deje en la encimera.  Cogí a mi mujer fuertemente del moño cerrando mi puño y la hice levantar de un tirón tirándola contra la pared.

-       vamos a ver zorra de mierda, esta noche vas a volver al sitio que le corresponde a una pueblerina como tu – y tirando de ella del pelo la guié hasta el gimnasio una planta más abajo.

Le amarré sin ninguna oposición de ella los brazos a las cadenas que caían.  La descalcé y la hice abrir las piernas para cerras las abrazaderas sobre sus tobillos.  La respiración de la ex monja, era tan agitada como la de la cortesana de la serie sueca.  Cogí un cuchillo afiladísimo que tenía en una mesa auxilia y pasándolo despacio desde su frente fui bajando marcándole con la punta pero sin cortarla por su cara y recorriendo su cuello hasta que llegué a su jersey.  Con el afilado filo empecé a rasgar la prensa de lana, María hizo un gesto como diciéndome lo caro que era aquello que me estaba cargando, pero enseguida dio un profundo respiro y cerrando los ojos echo su cabeza para atrás.

Fui bajando el cuchillo rasgando toda prensa que aparecía a mi paso-  Le rasgué el sujetador, el vaquero, las bragas y las medias.  María me miraba empitonada con sus desafiantes pezones mirando al techo.  Pase de vuelta el cuchillo por su cuerpo ya desnudo, pasando especialmente la punta de machete por su raja y sus pezones.

Tal y como habíamos visto en la serie, me puse detrás de ella y le deje caer el latino de mil colas por su pecho.  María se estremeció.

-       eres un cerda, has sido siempre una cerda que te has tenido que meter a monja porque sabias que nadie en tu apestoso pueblo te iba a dar lo que buscabas – le decía mientras pasaba con suavidad el látigo por sus pechos – tuviste que salir del convento porque te picaba demasiado el coño y las velas no te llegaban.  Eres un zorra que solo desea polla, una zorra de pueblo en la gran ciudad en busca de placer.

Me aleje unos pasos dejando que las colas del látigo subir por su dorso y caer por su espalda.

-       ¿quieres se azotada?

-       Lo deseo más que nada.

-       Tienes que decírmelo.

-       Quiero ser azotada, hazlo por dios.

Y el primer latigazo cruzó el aire del cuarto estallando contra su espalda.  María dio un grito ahogado seguido de un lamento, su cuerpo se tensó y escogió sus manos cerrándolas en un puño.

-       ¿otro zorra?

-       Si por favor – dijo ante mi asombro.

Volví a levantar mi mano y con fuerza volví a lanzarlo sobre la espalda de mi mujer quien gimió con fuerza.  Me habían asegurado que el látigo dolía que te cagas pero que aparte de los morados no haría herida si no pasábamos de los 30 latigazos.

-       ¿Otro paleta?

-       Dame más.

Y volví a ampliar toda mi fuerza y rabia en aquel látigo.

Le di más de 25 veces.  María babeaba de dolor, se había meado y estaba convencido que no tardaría en irse por las patas abajo.  La hija de puta quería ser humillada y vive dios que lo estaba logrando.  Decidí parar antes de hacerle daño y que quedasen en su inmaculada espalda señales de todo aquello.  Dejé el látigo en la mesa auxiliar.  María esperaba el siguiente golpe con el cuerpo dolorido, bañado en sudor y con los pelos pegados a su cara.  Su pezones estaba a un más duros y erectos que cuando empezamos.

Puse un potro delante de ella y le solté las muñecas empujando su cuerpo sobre el aparato de gimnasia.  Me di cuenta en ese momento lo bien que hubiese venid unas argollitas en el propio aparato para amarrar las muñecas de mi mujer, pero no había pensado en ello y me acababa de dar cuenta y ya era demasiado tarde.  Le espose con unas esposas de toda la vida de dios con las manos a la espalda.

Acerqué a su coño otra de las compras, una maquina fornicadora portátil y encendí el aparato.  DE repente y ante su sorpresa una polla motorizada empezó a profanar duramente su coño.  Era la segunda cosa que entraba allí, mi polla y ahora eso.

María mi miraba alucinada mientras disfrutaba como una loca del nuevo invasor de su coño que desde el suelo la martirizaba.  Yo acerque mi polla ha su boca y dejé que empezase a mamar mi polla con ansia.

Deje que la maquina hiciese su trabajo y que su boca hiciese el suyo.  La verdad que quien iba a decir que María no hubiese comido una polla en su vida, porque era una experta en 45 días.

Deje que chupase un largo rato hasta que decidí sodomizarla.  Saqué mi polla de la boca y dándome la vuelta y poniendo cierto cuidado que la maquina que le martilleaba el coño no me diese en las pelotas se la metí ningún miramiento en el culo.

Era la primera vez en al vida, a pesar de mi edad, que coincidía en el cuerpo de una mujer con otra polla, aunque fuese de goma.  Me gusto, como era obvio que le estaba gustando a mi mujer quien empezaba a encadenar orgasmo tras orgasmo.

-       ¿te gustaría que fuese un hombre quien te follase en estos momentos el culo?

-       No solo quiero tu polla.

-       ¿Te gustaría que azotásemos a alguien?

-       A otra mujer

-       ¿A otra mujer?

-       Si, y luego follárnosla – me quedé de piedra.  No daba crédito.

-       ¿Si?  ¿Y como quieres que nos la follásemos?

-       Primero la humillaríamos como me has hecho tu a mi y luego quiero que vea como me montas.

-       ¿Pero eso no es follarnos a una tía?

-       Ninguna mujer te va a poner las manos encima mientras yo esté aquí.

No pude más.  Me corrí llenando sus intestinos como si fuera un crio.  No pude resistir aquella conversación y me fui.

Deje a María con los tobillos encadenados al suelo y las manos esposadas a la espalda durante un buen rato.  No me dijo ni pio a pesar de que seguro que se empezó a enfriar.

Aquella noche hicimos el amor dulcemente disfrutando del cuerpo de mi mujer  y haciéndola llegar a las estrellas.

Como era de esperar, pasó una muy mala noche por el dolor de espalda, algo esperable por otro lado.

CONTINUARA

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