Tortura particular
Notaste como tus leggins empezaron a resbalar por tus piernas hasta acabar en tus tobillos. Ufff, fue lo único que salió de tus labios. Mi boca empezó a besar tu cadera, alrededor del hilito que sostenía el tanga negro que llevabas puesto. Tu respiración se fue acelerando cada vez más
Todo empezó como una noche cualquiera de verano. Habíamos quedado a las 21:00 en el bar de mi calle para tomar algo y ponernos al día, cuando mi teléfono empezó a vibrar. “No me mates, pero voy a llegar un pelín tarde”, escuché nada más descolgar. “He tenido que hacer unos recados y se me ha echado la hora encima. Me ducho rápido y salgo, lo prometo”, se apresuró a decir. Miré la hora y vi que ya eran las 20:32. “¿Un pelín tarde?”, respondí riéndome. “Bueno, después de un mes sin vernos, no creo que media hora más me vaya a matar, pero me vas a tener que invitar por tardona”. “Sí, sí, lo que quieras”, respondió al instante. Si hubiera visto la sonrisa maliciosa y pervertida que apareció en mi cara tras oír esas palabras, se le habría puesto la piel de gallina. “Ven en mallas”, fue lo único que salió de mis labios. “¿En mallas?, ¿para qué?”, preguntó sorprendida. “Sí, mallas o leggins, ven cómoda por si damos una vuelta”. Pensé en echarle la culpa al calor del verano, pero esa noche no era especialmente calurosa. “Tú confía en mi”, respondí y justo al instante se despidió con un “Vale, vale, lo he pillado, entro a la ducha” y colgó.
Bajé a las 21:20 y para mi sorpresa ya estaba allí esperándome. No pude evitar sonreír al ver que llevaba puestos esos leggins negros que marcan todas las bonitas curvas de su culo y sus piernas. No dejaban nada a la imaginación. “¿Quién es el tardón ahora eeehh?”, esas palabras me devolvieron al mundo real. “¡¡Llevo tres minutos esperándote aquí, tres!! ¿Tú sabes la de pretendientes que he tenido que rechazar?”, dijo riéndose. “Tan rompe corazones como siempre y vas y quedas con el feo”, respondí divertido. “No eres feo, un poco tonto sí, pero bueno, una que es masoca”, respondió empujándome. “Por cierto, invitas tú a la primera”, dije. “¡Encima, pero si he llegado antes que tú!”, replicó contrariada. No obtuvo respuesta, solo un cruce de miradas. Ambos sabíamos que el primero en apartarla sería el perdedor. “Te odio, que lo sepas, te odio mucho. Sabes que tu mirada me impone mucho, mala gente”, dijo apartando la mirada. Pasamos dos horas hablando de todo y de nada al mismo tiempo. Hay que destacar que no nos conocíamos desde hace demasiado tiempo, pero teníamos una conexión y una complicidad que poca gente consigue. Jamás había pasado nada entre nosotros, pues siempre que uno estaba soltero, el otro no y viceversa. Aunque sí que había tensión y un tonteo muy sutil e infantil cada vez que nos veíamos. Jamás se había hablado, pero ambos lo notábamos. Por mi parte lo achacaba a esa facilidad que teníamos para ser nosotros mismos cuando estábamos juntos. “Ostras, acabo de caer, por primera vez desde que nos conocimos ambos estamos sin pareja, antes molábamos tío…”, dijo ella con aire pensativo. “¿La última y nos vamos?, que te noto ya pedete señorita”, dije sonriente. “Venga vale, pero una sola eh, que te empiezo a ver guap…”, pero antes de que ella pudiera terminar la frase el camarero salió y nos dijo que estaban cerrando. “¡¡Que rabia!! ¿y ahora qué?, ¿conoces algún sitio que siga abierto?, no tengo ganas de irme aún, que luego tardamos meses en vernos”, me preguntaste. “Podríamos subir a mi casa, es esa de ahí”, dije señalando con la cabeza. “¡Pero serás guarro!”, contestó al instante. Intenté disculparme por si había sonado atrevido, pero antes de que pudiera empezar a hablar me cortó con aire de ofendida: “¿me estás diciendo que vives aquí cerca y no te has dignado a enseñarme tu piso?, que mala persona…” Ante esa respuesta y sin poder evitarlo, me empecé a reír. “Es que ahí tengo atada a mi amante y claro… queda feo…”, dije haciendo una mueca y gesticulando. “Lo que te faltaba, guapo, listo, divertido y encima pervertido…”, suspiró. “Uy, ¿qué quieres de mí?, cuanto piropo. Sólo te voy a dar una cerveza eh, no te emociones”, respondí haciéndome el ofendido.
Lo que en principio empezó como una cerveza más, acabaron siendo un par de botellas de vino. Cantamos, reímos y acabamos bailando en mi salón. Cada vez que ella se inclinaba a coger el móvil para cambiar de canción, mi mirada no perdía detalle de esos leggins negros ajustados. En más de una ocasión juraría que me había pillado mirando, pero ante su silencio y que el alcohol empezaba a hacer efecto, ilusamente pensé que no lo estaba haciendo de una forma demasiado descarada. No me di cuenta de mi error hasta que se giró de golpe diciendo: “Así que para esto querías que me pusiera mallas no?”, mientras se contoneaba con suavidad. “Sé que tengo buen culo, pero …”, “No tienes ni idea…”, le corté de forma brusca. “¿Ah no?”, dijo acercándose a mí. “¿Entonces cuál es?, ¿no me quedan bien?”, dijo dando una vuelta pasando a escasos centímetros de mi cara. Los siguientes tres segundos transcurrieron a toda velocidad. Agarré tu brazo y como si estuviera ensayado, con un leve tirón acabaste sentada sobre mis piernas y nuestros labios se encontraron de forma suave y casi accidental. Nos separamos durante medio segundo, sorprendidos por lo que acababa de ocurrir. Ninguno de los dos hicimos por alejarnos. “Te odio”, suspiraste de forma entrecortada. “Mentirosa”, respondí y antes de que pudieras añadir nada más te besé. No fue un beso romántico de película, no, fue un beso pasional y sensual. Un beso cargado de toda esa tensión que se había ido acumulando en cada broma, con cada insulto. Nuestras lenguas jugaban, pasando de la boca de uno al otro. Mi respiración empezó a agitarse cada vez más cuando mordiste mi labio inferior. “Cabrona”, pensé. Pero no iba a quedarme atrás y empecé a jugar con tu cuello. Noté con satisfacción que no era el único que estaba empezando a perder el poco control que aún nos quedaba. “¿Querías saber por qué te dije lo de las mallas? ¿verdad?”, te susurré al oído. La piel de tu cuello reacciono ante aquel susurro de respiración acelerada y sin decirme nada, asentiste. “Cierra los ojos y ponte de pie”, dije mientras me levantaba del sillón. Obedeciste sin pensarlo mientas oías como se abría y se cerraba mi armario. Al instante estaba de nuevo detrás de ti, notaste mi cuerpo contra el tuyo, tan cerca que podías notar lo abultado que estaba mi pantalón. No pudiste reprimir una sonrisa orgullosa y empezaste a mover suave las caderas para que rozara un pelín más contra tu culo. Mientras tanto, te puse una venda en los ojos, la tela era suave y tenía un olor afrutado que te encantó, pero no supiste identificar del todo. Notaste como tus leggins empezaron a resbalar por tus piernas hasta acabar en tus tobillos. “Ufff”, fue lo único que salió de tus labios. Mi boca empezó a besar tu cadera, alrededor del hilito que sostenía el tanga negro que llevabas puesto. Tu respiración se fue acelerando cada vez más… Sin necesidad de decir nada, tus rodillas se doblaron ligeramente y tus piernas se abrieron de forma casi involuntaria. Notabas mi lengua acercándose cada vez más a tu entrepierna. Mis dientes agarraron ese hilito y tu tanga empezó a descender. Cuando estaba casi por las rodillas lo sujeté ahí con una mano mientras subía a tu cuello y tu oreja de nuevo. “¿Así que has venido depiladita, no? Nunca se sabe lo que puede pasar, ¿verdad?”, dije en tono burlón. Aun estando casi a oscuras pude ver como tus mejillas se ruborizaban hasta adquirir un bonito color rojo. Dejé caer tu tanta y al ir a recogerlo mi lengua pasó fugazmente por tu entrepierna. Tu cuerpo reaccionó al instante. “Cabrón”, conseguiste decir. “No sabes cuánto”, dije mientras volvía a ponerte los leggins, esta vez sin ropa interior. “Bienvenida a tu tortura particular”. Con cada palabra notabas que estabas más y más mojada. Te sorprendió a ti misma al darte cuenta que no era vergüenza o miedo lo que estabas sintiendo, sino morbo y ganas por averiguar lo que vendría después. Una vez puesto, te dije que te sentaras en el borde del sillón. Aun con la venda puesta y tanteando con las manos llegaste hasta el lugar indicado. Notaste como yo ocupé un lugar justo detrás de ti. Notabas mi respiración en tu nuca y eso hacía que la tuya se acelerara. Lo siguiente en desparecer fue tu camiseta, dejándote solo en mallas. Empiezo a jugar con tu cuello y tu espalda, con mi boca y mi lengua, haciendo que tu cuerpo se relaje y se tense a cada momento. Siento tu pulso acelerándose cada vez más. Mis brazos te rodean y mis manos empiezan a acariciar la parte baja de tu pecho haciendo círculos por el contorno de tus tetas. Cada vez son más cerrados hasta que llegan al pezón, mientras mi lengua juega con tu oreja y tu cuello. Tus tetas responden ante las caricias y tus pezones se ponen duros al contacto de mis dedos, mientras sigues notando mi respiración. Mi mano derecha empieza a bajar y te acaricia por encima del leggin, notando esa humedad que se ha creado entre tus piernas. “Uy, ¿qué tenemos aquí?”, digo mientras agarro la goma de arriba del leggin con fuerza. Muerdo tu cuello y sujeto con fuerza tu otra teta mientras subo los leggins hasta que se te marca cada curva de tu coño. Lo notas empapado y muy muy apretado. Te hago que cierres las piernas y que empieces a mover la cadera de adelante hacia atrás, notando cada roce en tu entrepierna. Cada vez más y más rápido. No puedes aguantarlo más y empiezas a gemir. Notas con cada roce una sensación increíble mientras tus tetas son apretadas y manoseadas a placer. Me besas mientras te ayudo a aumentar la velocidad con la que te rozas. “Dios, dios, dios”, son las únicas palabras que, entremezcladas con tus gemidos, salen de tus labios. Mi mano izquierda suelta tu pecho y parece que voy a parar y gritas: “¡No pares, no pares ahora!”. “No pensaba”, te susurro mientras cambio de mano la goma de tus leggins y empiezo a rozar los dedos de mi mano dominante contra tu coño, por encima de las mallas, mientras mantienes el ritmo. Treinta segundos después tu cuerpo se pone en tensión y con un grito entrecortado, te corres sobre mis dedos empapando todo el suelo de mi salón.
Continuará!