Tortolitos

—La sexualidad no es blanco o negro Aday, tiene sus claros, sus oscuros y sus contrastes...

A la mañana siguiente mi padre se marchó temprano al trabajo, así que nos encontramos solos en el desayuno. Nos saludamos con un beso y se interesó por cómo estaba:

—¿Has dormido bien cariño?

—La verdad es que no Beyda, he estado acordándome de cómo te maltrató mi padre anoche! —exclamé con ira.

—Bueno hijo, tu padre es así, el gusta hacerlo en plan “rudo” —aclaró.

—Pero fue bestial mamá, tú te mereces que te traten mejor en la cama —le dije yo tratando de comer algo antes de irme al instituto.

—Bueno hijo, a veces las parejas hacen el amor así, ¡y bueno hombre! Después del calentón del parque, te confieso que yo también gocé con él, aunque te extrañe —me confesó.

—¿En serio? —pensé yo en voz alta sin poder creerlo.

—La sexualidad no es blanco o negro Aday, tiene sus claros y sus oscuros y sus contrastes, lo admito. El que tu padre me lo haga de esa forma a veces no me gusta pero otras si y eso debes respetarlo, ¿entiendes? Además, tienes que tener cuidado porque, ¿qué hubiese pasado si te pilla espiándonos?

—No sé, supongo que me hubiese zurrado —admití con cierta desazón.

—Pues eso hijo, que no debes exponerte a eso, ¿entiendes? Nosotros podemos tener nuestros “juegos” —lo llamó—. Pero cuando entro en el dormitorio es tu padre el que me posee, ¿lo entiendes?

—Si Beyda —asentí de mala gana.

—Pues métetelo en la cabeza.

—¡Está bien, que ya te he dicho que si! —protesté.

Y ella me sonrió y se levantó para vestirse y recoger la cocina para ir al mercado a hacer la compra, así que yo me fui al instituto pues ya llegaba tarde una mañana más.

Ese día volvía ver a mi amigo que no había venido el día anterior, porque se puso “enfermo”, nos saludamos como siempre, le pregunté qué tal estaba y me dijo que mejor, que seguramente había cogido un virus y había estado “cagando todo el día”, así éramos entonces y así hablábamos.

Ese día no me salté las clases y al salir lo invité a comer en mi casa, avisé a mi Beyda y la noté inquieta ante el anuncio que íbamos a comer juntos los tres.

Durante la comida él estaba normal y yo también, pero Beyda estaba nerviosa, apenas hablaba y aunque yo trataba de sacarle conversación, ella no estaba por la labor de hablar y relajarse por mucho que yo bromeara.

Tras la comida yo aquella tarde tenía entrenamiento, así que convencí a mi amigo para que se quedara un rato más hasta que yo me fuese. Así, mi madrastra nos invitó a café y ella se tomó otro, y seguimos conversando, ella ya estaba más relajada y se reía con nuestras tonterías.

Hasta que llegó la hora de irme, así que mientras veíamos una peli subí a cambiarme y cuando bajé me los encontré sentados cada uno en un sofá y mi amigo inmediatamente se levantó para marcharse conmigo a lo que yo le dije que si quería podía terminar la peli allí, con mi madrastra: “si no le importaba”, añadí. A lo que mi madrastra puso los ojos como platos y él creo que también se sorprendió y no supo qué contestar, de modo que me giré hacia ella y sin que él me viera le guiñé un ojo y sin más dilación cogí mi mochila y me marché.

Sabía que ahora vendría el postre tras la comida, o la merienda como quiera que sea, sabía lo que pasaría y no me importaba, supongo que lo hice por amor a ella. Para que se relajara con mi mejor amigo, no sé bien porqué cambié de opinión de un día para otro, yo seguía deseando verla follar con él. Pero ese día tendría que esperar y respecto a los celos, la verdad es que no me importaba compartirla con mi amigo, pues sabía que ella también disfrutaría y sería feliz. Con total seguridad le gustaría más que con mi padre que la vejaba mientras la follaba, Cael sería cariñoso con ella y le haría de todo y ella también le correspondería.

Así que feliz como una lombriz, me fui a mi entrenamiento sin prisas por volver y dejé allí solos a “los tortolitos”.

Nota del autor:

Este relato corresponde al capítulo nº11 de mi novela La Madrastra

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