Toque de queda

"Lo siento" Vuelve a susurrar en mi oído. Quita la mano de mi cara ya que no tengo fuerzas para gritar y la sustituye por su boca. Sus labios son gruesos y blandos pero no reciben ninguna respuesta por mi parte. Quita su peso de encima durante un momento para abrir mis piernas y ponerse contra ellas

Había salido de casa cuando ya había empezado el toque de queda, no fue algo premeditado, sólo necesitaba salir de un espacio en el que me estaba ahogando. Lo había hecho por la ventana de mi habitación, aterrizando en los arbustos que yo misma había plantado aun con el riesgo de torcerme algún tobillo y ser descubierta por los habitantes del vecindario.

Pero aquí estoy diez minutos después, andando por una gran calle vacía que me produce escalofríos pero aclara mi mente. El reloj de la catedral repica a mi derecha y el ayuntamiento recientemente reformado tiene un aspecto lúgubre y triste sin las luces que deberían iluminar su fachada. Voy mirando al suelo, contando las baldosas que piso a cada paso, baldosas desgastadas por el paso del tiempo, rotas, desencajadas, fuera de lugar. Mi confianza en la noche crece con el paso de los segundos, no hay nadie en las calles, nadie puede hacerme daño.

Intento recordar cómo era todo antes del toque de queda, apenas puedo creer que todo el mundo pudiera estar en la calle a la hora que quisiera. Eso ahora había cambiado, nadie podía salir de nueve de la noche a ocho de la mañana, lo que había trastornado todas nuestras vidas; los horarios laborales habían cambiado, muchos bares y restaurantes habían cerrado, la programación televisiva era diferente y hasta la conciencia social había pegado un giro.

Unos ruidos me sacan de mi ensoñación, parece que no estoy tan sola como creía. Lo primero que nos dijeron para convencernos de no salir de nuestras propias casas fue que por las noches habría patrullas que vigilarían cada rincón y que si te encontraban estabas perdida, puede que nadie volviera a saber de ti. Y nos asustamos porque pasó. Sólo en la primera semana desaparecieron cientos de personas en todas las ciudades, así que les creímos y nos quedamos sentados en casa sin nada que hacer.

Me escondo dentro de uno de los setos que rodean al ayuntamiento, no puedo permitirme no volver a casa, hay gente que me necesita y depende de mí. Entonces me pregunto:

Por qué lo has hecho.

Y la respuesta es porque no puedo seguir una noche más la misma rutina que me atormenta desde hace meses.

Levantarse por la mañana a las siete en punto, preparar el desayuno, despertar a las pequeñas a las que todavía no les afecta nada, ni lo entienden. Llevarlas al colegio, irme a trabajar a un periódico que ya no disfruta de libertad de prensa, volver a por las niñas, prepararles la comida, dejarlas en casa de una mujer que se ofreció voluntaria porque si no se quedarían solas, volver al periódico, recoger a las niñas y llevarlas corriendo a casa para hacerles la cena y contarles un cuento para que no vean que todo va mal. Tirarme en la cama para esperar al siguiente amanecer. Repetir.

Es un grupo de unos 6-7 hombres, están hablando entre ellos mientras andan y su actitud denota que sienten que la ciudad es suya. Algunos llevan bates pero estoy segura de que todos ellos llevan otras armas escondidas. Cierro los ojos e intento concentrarme en no hacer ruido, no sé lo que pasaría si me descubrieran.

  • Llevamos unas noches muy aburridas tío, ya nadie se atreve a salir a la calle.
  • No esperarías que todas las noches nos tocara ir de caza.
  • Era más divertido antes.
  • Antes luchábamos para que las calles fueran nuestras y lo hemos conseguido.

El último, que parece ser el líder, da por terminada la conversación. Me relajo porque sus voces se van diluyendo con la distancia pero aún así tardo unos minutos más en salir. Miro a todos lados y me encamino por donde he venido, ya que es poco probable que haya otra patrulla en esa dirección.

  • ¿Estás loca? —alguien me agarra del brazo y me acerca a la pared para ser menos visible, no grito porque me tapa la boca en un acto reflejo—. Eh tranquila soy Alberto, shh.
  • ¿Qué?

Me siento confusa, el corazón me va a mil por hora y no soy capaz de digerir la información. Ante mí hay un chico de treinta y pocos años, con el pelo corto y castaño junto con una barba cuidada que me mira con miedo y ansiedad. Y sí, lo conozco. Lo conocí antes de que pasara todo esto, cuando ambos éramos voluntarios en una organización para ayudar a otras personas, cuando yo sólo me preocupaba en encargarme de mí misma y él estaba haciendo oposiciones para policía.

  • ¡Chicos! Alberto ha pillado a una —oigo que grita uno de los del grupo de antes todavía algo lejos.
  • ¿En serio Alberto? —digo yo antes de darle una patada para librarme de sus manos y salir corriendo.
  • ¡Está huyendo! —dice el que había hablado antes.

Cambio de forma drástica mi destino, no puedo volver a casa así que mi única opción es correr y esconderme hasta que sean las ocho y haya demasiadas personas como para reconocerme. A no ser, claro está, que Alberto les proporcione mi nombre.

Me meto por la calle de al lado del ayuntamiento que lleva a la plaza donde está la catedral y para no seguir un camino tan obvio paso por la calle que está a su derecha, en la que hay varias librerías afines al régimen y un par de lo que antes eran bares. Todo está cerrado y no sé dónde esconderme en una ciudad que ya no me pertenece.

Oigo pisadas que cada vez se van acercando más, no puedo competir con gente que sale cada noche para hacer esto. Mi cuerpo se va cansando lentamente, mi mente se está derrumbando. Sólo puedo pensar que mañana no voy a estar ahí para levantar a Ana y Sara, que no volverán a saber de mí, ni las podré cuidar.

  • ¡Que no se escape!

Intento acelerar el paso aunque estoy agotada, un sinfín de edificios que no me pueden proporcionar seguridad van pasando a mi lado creando una película extraña ante mis ojos, ya ni siquiera sé hacia dónde voy, me he metido por demasiadas calles sin mirarlas, ahora mismo no reconozco dónde estoy y no puedo permitirme parar a verlo.

Supongo que los minutos aunque se me hagan eternos van pasando, pero no lo suficiente rápido como para ayudarme a encontrar una salida. Pronto tendré que dejar de correr por puro agotamiento y no tendré fuerzas para intentar resistirme a esa jauría. Casi puedo oír cómo se relamen.

  • Hay un sujeto que se dirige hacia vuestra posición, lo perseguimos desde el ayuntamiento.

Oigo esa información porque intentan asustarme, aunque no tendrían esa necesidad, ya sé que me estoy metiendo en la boca del lobo. No sé a dónde me dirijo ni cómo cambiar de dirección.

  • Recibido, nos ponemos a ello.

Supongo que ahora hay dos patrullas tras de mí y tengo miedo porque sé que cuanto más corra y más huya de ellos peor serán las represalias cuando consigan atraparme, porque lo van a conseguir.

Estoy lo suficientemente atenta como para ver que me he metido en lo que parece un bosque, aunque como eso no es probable en medio de esta ciudad supongo que es El Parque, tengo algo de ventaja respecto a ellos así que trepo a un árbol, lo que me cuesta la respiración y forzar al máximo mis ya doloridos músculos e intento no hacer nada de ruido.

  • Eh, callaos —dice uno de ellos al llegar al parque.

Aunque quizá ese el problema, el silencio. Ya no se oyen mis pasos, me he delatado.

  • Quizá se ha dirigido hacia otra calle y la hemos perdido —dice a quien reconozco como Alberto.
  • No —responde otro de forma tajante—. Le hemos estado pisando los talones todo el rato, debe haberse escondido.

El lugar entero enmudece, a mí sólo me queda lo inevitable, estar aquí en silencio hasta que alguien grite que me ha encontrado, después: nada. Que es la información que poseo de la gente ya desaparecida.

Aún recuerdo a Lidia, la mujer que vivía en la casa de al lado. Siempre fue una mujer que no se contentaba con lo que le daban, y eso hizo que después de lo ocurrido no actuara de forma pasiva como hicimos las demás, plantó cara al sistema y el sistema acabó con ella. Al día siguiente ya había gente ocupando su casa, su huella se había borrado.

  • ¡Te encontré!

Un hombre de unos treinta años me mira desde las raíces del árbol, eufórico, ni siquiera alza la voz porque no está intentado avisar a los demás, ya habrá tiempo para eso, está diciendo que yo estoy perdida.

Contra todo pronóstico mi cuerpo decide luchar hasta el último momento, me agarro a otra rama y me muevo, pero pronto tengo algo rodeando mi cuello que tira de mí hacia abajo, haciendo que mi espalda choque violentamente contra el suelo. Lo que me rodea resulta ser un pequeño hilo de nailon, lo que supongo que siempre se ha usado para atrapar a animales ahora rodea mi cuello. Aún así intento sacármelo de encima, salgo de la protección de esa porción de tierra y mis manos tocan baldosas blancas, manchadas por el tiempo, y cuando miro alrededor me veo totalmente rodeada por tíos armados hasta los dientes y caras de autosuficiencia.

No intento moverme, ni siquiera parpadear, el cansancio está luchando por apoderarse de mi cuerpo y no tengo fuerzas. Noto tensarse el hilo en mi cuello, ahogándome.

  • Vaya vaya —dice el que parece estar al mando—, si estábamos persiguiendo a una niña.

Todos estallan en carcajadas mientras ese tío y yo nos miramos fijamente, con diferencia es el más mayor y el que más miedo da; cabeza rapada al 0 y adornada con tatuajes que siguen todo su cuerpo, puedo ver muchas esvásticas en diferentes partes. No puedo evitar que mi cara se contraiga con gesto de asco.

  • Para ser una niña habéis necesitado dos patrullas para cogerme –digo de forma inconsciente con un hilo de voz.

Todos me oyen y todos se callan porque me estoy metiendo con su jefe, y eso no se puede hacer.

  • Tranquila cariño, han sido veinte minutos muy divertidos para nosotros —dice mientras se agacha ante mí, con una sonrisa divertida en la cara.

El tío que me ha encontrado se acerca a mí por la espalda y tensa el hilo haciendo que no pueda respirar, con la otra mano sujeta las mías contra mi propio cuerpo, ¿estoy sangrando? Voy perdiendo el sentido poco a poco mientras a mi alrededor se me echan encima.

···

Lo que primero hago es volver a escuchar. A mi alrededor hay varias personas hablando entre sí, aunque me cuesta dar sentido a sus palabras, intento calmarme, rezando para que nadie se dé cuenta de que ya estoy despierta e intento poner atención a sus palabras.

  • Media noche persiguiendo a esa zorra sólo porque a ti se te escapó cuando ya la tenías.
  • Tío lo de esta noche no ha sido mi culpa.
  • ¿Ah no? Porque yo creo que nos han enviado al policía más estúpido del cuerpo.
  • Basta —exclaman de forma contundente al mismo tiempo que se produce un sonido muy fuerte que hace que sea imposible que no se den cuenta de que estoy consciente.

Cuando abro los ojos tengo que parpadear porque la luz me hace daño. Estoy muy mareada sentada en una silla incómoda de la que supongo que ya me hubiera caído si no estuviera atada a ella con las muñecas sujetas tras de mí, enfrente tengo una mesa de metal que me separa de las tres personas que hay en la sala.

Está Alberto, una mujer que no había visto y la que ha puesto fin al discusión y otro chico que parece haber estado en mi persecución. Los tres ponen su atención en mí aunque con lo que parecen diferentes motivos.

  • Querida, espero que mis chicos te hayan tratado bien.

La mujer se acerca más a la mesa para hablar conmigo. Tiene que rondar los cuarenta años y parece estar mucho más en forma que yo, también tiene unos cuantos tatuajes y lleva el pelo rubio recogido en una coleta.

  • Si de verdad son tus chicos deberías educarlos mejor.
  • Querida, no quieras enemistarte conmigo –—dice agarrándose a la mesa con una mirada que me hiela el alma—. Parece que ya comprendo lo que me decías Elías, pero sigo pensando que sólo necesita que le metan miedo en el cuerpo.

Se gira de nuevo hacia mí para decir la última frase, como si se hubiera dado cuenta en ese momento de que seguía presente en la sala.

  • Comandante con el debido respeto yo p
  • Supongo que después de “con el debido respeto” toca faltármelo así que te doy un consejo: ahórratelo.

Sus órdenes son claras así que el chico al que ha llamado Elías no dice nada mientras ésta sale de la sala.

  • Genial ahora voy a tener que encargarme de ti —dice mirándome con odio.
  • No es mi culpa si tus superiores creen que vales tan poco como para tener que hacer de niñero —espeto.

No sé de dónde estoy sacando la valentía para contestarle, pero al instante me doy cuenta de que no ha sido buena idea, prácticamente salta la mesa para abalanzarse sobre mí, la silla cae a mis espaldas y yo con ella, desgraciadamente mi peso y el suyo caen sobre mis brazos y por un momento el dolor es tan fuerte que creo que me los he roto. Pronto ese dolor queda adormilado, ya que Elías agarra mi cuello.

  • ¿¡Se te ha ido la cabeza!? —dice Alberto colérico quitándomelo de encima.

Intento moverme pero se me hace imposible, es Alberto el que levanta la silla a pesar de mis quejas y el que me quita las esposas. Un dolor tan fuerte me recorre cuando mis brazos intentan llegar a su posición natural que tengo que cerrar muy fuerte la boca para no desgarrar el aire con un grito estremecedor, y aún así mis quejas se siguen oyendo.

  • Puede que tenga algún hueso roto —le dice a Elías que nos mira desde una de las esquinas.
  • No pasa nada —dice con una sonrisa estúpida mientras no deja de mirarme—, para lo que va a hacer aquí le sirve con la boca y el coño.

Aparto la mirada, intentando digerir todo lo que está pasando.

  • Yo me encargaré de ella —dice Alberto mientras sigue examinando mis brazos.
  • No tendría problema en que se encargara de ella cualquier otro policía, pero no tú, ni siquiera sé qué haces aquí.
  • Espera… ¿qué? ¿policía? ¿La policía está trabajando abiertamente con ellos? ¿Estáis permitiendo esto? —mi voz denota la decepción que siento, nadie se va a encargar de ayudarnos—. Suéltame ahora mismo.

Elías se acerca y me coge demasiado fuerte del brazo para sacarme de la sala, al andar me doy cuenta de que no llevo zapatos y de que mi ropa está destrozada.

  • Puedo andar sola —digo intentando conservar algo de dignidad.
  • Me da igual lo que puedas o no puedas hacer —contesta tajante.

Ambos callamos mientras seguimos andando, no sé hacia donde me llevan pero en este momento poco me importa hasta que recuerdo a las niñas.

  • No, no por favor, dónde me llevas, qué va a pasar con las niñas que estaban a mi cargo, por favor —digo parándome de repente, implorando.

Me giro para ponerme frente a él aunque sigue sin soltarme el brazo y eso me obliga a estar mucho más cerca de lo que me gustaría, por un momento parece sorprendido por mi reacción pero enseguida vuelve a poner una expresión impenetrable y hace que sigamos andando.

  • Deberías haber pensado eso anoche, ¿no crees? Te has metido en este lío tú sola, y ahora soy yo el que tiene que encargarse.

Intento pensar a qué se refiere con “encargarse”, pero prefiero no dejar volar mi imaginación. Los pasillos son largos y cuanto más andamos más puertas de forma seguida encontramos, no nos cruzamos con nadie en todo el trayecto.

Subimos en un ascensor de tamaño industrial, en el que podrían llegar a caber más de 30 personas y selecciona el número 15. Cuando se abren las puertas veo de nuevo otro pasillo, aunque esta vez todo tiene un tono gris, el suelo, las paredes, el techo y hasta las diferentes puertas, Elías me acerca un poco más a él mientras nos cruzamos a distintos hombres de un amplio rango de edad que no se cortan en mirarme. Al fin nos paramos frente a una habitación, la número 512. Elías coge la llave que lleva colgada al cuello y abre la puerta.

Lo que veo no es lo que me esperaba. Simplemente es una habitación también de tonalidades grisáceas con un par de catres, un armario, y un escritorio como todo mobiliario. Al llegar por fin me suelta.

  • Esta es mi habitación, ni se te ocurra tocar nada mientras estés aquí dentro o me enteraré. Creo que te han dejado ropa limpia en el armario, tu catre es el izquierdo. Descansa mientras puedas.

Su voz es extrañamente mecánica y sale de la habitación tan rápido que ni siquiera me da tiempo a parpadear. Ha cerrado con llave, y por lo que compruebo unos minutos después, efectivamente, la puerta no se va a abrir. Me permito derrumbarme por primera vez desde que empezó esto y acabo llorando en el suelo.

Me duelen lo brazos por la caída, tengo el cuello entumecido y el resto de los músculos de mi cuerpo se quejan por el gran esfuerzo de la carrera. Consigo llegar al catre a rastras y no sé si me quedo profundamente dormida al instante o me desmayo.

···

  • Te dije que te vistieras y que tu maldito catre era el de la izquierda —dice una voz exasperada, rompiendo el silencio.
  • ¿Eh?

Vuelvo a la realidad de forma dolorosa. Ya estoy de pie gracias a Elías cuando me despierto totalmente, parece que está muy enfadado y no logro entender qué va mal en él.

  • ¿Se puede saber por qué estás llorando otra vez? —dice como si de verdad no lograra entenderlo—.Vístete.

Lanza algo de ropa al catre izquierdo y vuelve a salir por la puerta. Esta vez no oigo la cerradura. Me visto lo más rápido que me permite el cuerpo, la ropa no es ningún misterio, bragas y sujetador negros, pantalones anchos con estampado militar y una camiseta blanca de tirantes. Sigue sin haber zapatos pero no me importa, abro la puerta con sigilo e intento escabullirme rápido pero Elías está esperando apoyado justo en la pared de enfrente.

Sé que no va a servir para nada y que van a haber represalias pero echo a correr por el pasillo dejando la puerta abierta porque ya no me importa. Cuando estoy a punto de llegar al ascensor Elías ya ha empotrado mi cuerpo contra la pared, lo que hace que un dolor punzante recorra todos mis nervios.

  • No creo que puedas ser más estúpida, niña.
  • No soy una niña —es lo único que se me ocurre decir, aunque me cuesta respirar con su cuerpo haciendo fuerza contra el mío.
  • Actúas como una.

Cuando mi respiración se calma me agarra de nuevo del brazo, pero no me lleva de vuelta a la habitación, sino que cogemos el ascensor y bajamos un piso.

La distribución vuelve a ser la misma que en los otros dos pisos, pero este es enteramente negro y casi no hay luz. El corazón vuelve a latirme muy rápido y siento que la ansiedad se va a comer mi garganta. Nos dirigimos a la última puerta, no sé cuántas hemos dejado atrás.

Entramos en una sala enorme que parece estar dedicada a conferencias, al fondo hay un escenario en el que ya hay dispuestas algunas personas y el resto de la sala está formado por butacas, ocupadas por unas quince o veinte personas.

Me quedo parada un momento, todo el mundo me está mirando, Elías me obliga seguir adelante, pisando descalza una alfombra mullida y roja. No soy capaz de apartar la mirada del suelo, toda esta sala me oprime y asusta. Nos dirigimos a primera fila mientras el escenario se queda sólo con un hombre y una mujer, a ambas las conozco, el hombre es el líder de la que fue mi cacería y la mujer la que vi en la sala al despertarme. No sé cuánto tiempo ha pasado desde cada situación. Ambas personas esperan a que ya estemos sentados para comenzar a hablar.

  • Estáis aquí reunidos aquellos hombres que participasteis en la cacería de la chica, que también se encuentra aquí presente. Os tengo que dar las gracias, siempre está bien obtener nuevos activos —dice mientras me dedica una sonrisa estremecedora.

Todos guardan silencio mientras la comandante habla, se diría que ni siquiera respiran. El hombre se ha quedado mirándome fijamente, me siento incómoda aunque parece que más que mirarme a mí, mira a través de mí.

  • Se quedará con Elías hasta nueva orden —dice, dirigiéndose a todos de nuevo.

Todos los hombres de las butacas incluidos Alberto y Elías forman un pequeño revuelo, como decepcionados, a mí me empiezan a sudar las manos.

  • Anastasia, presta mucha atención porque esto no lo volveré a repetir —doy un pequeño salto en la butaca cuando escucho mi nombre, de repente todo el mundo me está mirando de nuevo, en silencio.— Más te vale que no reciba ni una sola queja sobre ti por parte de Elías, créeme que en esta sala hay hombres que harían que te mearas en los pantalones con solo mirarte.

Después se vuelve a hacer el silencio. Todo el mundo sigue con los ojos sobre mí y hay algunas sonrisas sádicas entre los presentes.

  • Por favor, siento haberme saltado el toque de queda deje que vuelva con Ana y Sara —digo, intentando apelar algún tipo de compasión por su parte.
  • Me temo que no es posible, a esas niñas ya se les ha asignado un vida totalmente distinta a la que tenían hasta ahora, espero que sus nuevos cuidadores acaben cogiendo un poco más de sentimiento por ellas.

Sus palabras están dirigidas a hacer daño. Eso es lo que hacen, te crean una vida artificial si no la tienes y te responsabilizan de otras personas para que evites revelarte contra ellos, que no te arriesgues a perderlo todo.

  • También quiero que tengas en cuenta una cosa, nunca volverás a ver a esas niñas pero ten claro que sus vidas correrían peligro si hicieras algo que no debes, o intentaras escapar. Conseguirlo es prácticamente imposible pero los castigos por la osadía de intentarlo son demasiado grandes.

Me tiene acorralada y lo sabe, si estuviera yo sola en el mundo, como así era antes de que ellas entraran en mi vida, no me importaría intentar huir, de todas formas la vida que me espera aquí dentro es peor tortura que la muerte. Siento que mis mejillas pierden el color y no descarto que pueda desmayarme en cualquier momento.

La comandante le hace un gesto con la cabeza a Alberto que se levanta para llevarme fuera de allí, bajo la atenta mirada de Elías. No me resisto porque siento que no estoy dentro de mi propio cuerpo, me encuentro mentalmente agotada y no puedo pensar con claridad en todo lo que se me viene encima.

Debe haberme llevado a algún baño porque de repente yo estoy sentada y Alberto está en cuclillas frente a mí, limpiando sangre seca de mi piel que no sé exactamente de dónde procede.

  • No tengas miedo —dice con voz clara y baja—, la comandante tiene razón, Elías no es malo aunque él y yo no nos llevemos muy bien.
  • ¿De verdad matarán a las niñas si intento huir? —digo con un hilo de voz.
  • Ni se te ocurra hacer ninguna tontería mientras estés aquí, ¿me oyes? Este sitio es muy peligroso, uno de los peores en los que he estado.

Me quedo en silencio un par de minutos, mientras yo sigo mirando al frente y Alberto me mira a mí.

  • Ana de verdad que yo sólo intentaba ayudarte, en ningún momento pensé en avisar a los demás.
  • No me llames así —que precisamente él y ahora use el nombre con el que cariñosamente me llamaban todos mis amigos antes de que el mundo se volviera loco hace que tenga ganas de llorar—. Y quisieras lo que quisieras, tú me encontraste y ahora estoy aquí.
  • Porque nos vieron.
  • Eso no cambia absolutamente nada de lo que va a pasar, ¿verdad? Quiero salir de aquí, no quiero estar contigo.

Cuando llegamos a la puerta 512 Elías ya está esperando frente a ella.

  • Creía que tenías órdenes expresas de traerla aquí directamente —dice de forma autoritaria mientras me agarra del brazo y me pone a su lado.
  • Ni siquiera le habías quitado los restos de sangre que tenía en la cara.
  • No sabía que una chica de 20 años no pudiera encargarse de su propia higiene Alberto. Largo de aquí, esta no es tu planta.

Sus tonos de voz son tensos y yo no tengo humor para soportar este juego de egos, me apoyo en la pared, temiendo caerme al suelo de agotamiento y Elías lo toma como señal para introducirme en la habitación con él, con Alberto aún mirándonos.

El reloj que hay encima de la puerta y que no había visto hasta ahora marca las diez, aunque no sé si de la mañana o de la noche, pues no he visto ningún tipo de luz natural desde que me metieron en este edificio.

  • Deberías dormir, los días aquí son duros para gente como tú. Me iría para dejarte sola pero no me está permitido abandonar la habitación a partir de esta hora.

El hecho de que él también tenga un toque de queda parece que ni siquiera le importa, lo dice como si fuera sólo un dato más en la organización de su vida. No creo que pelear con él sirviera de algo así que le hago caso, abro el par de mantas finas que hay en el catre y me meto dentro, en parte porque no tengo otra cosa que hacer y en parte porque tengo tanta ansiedad en el cuerpo que creo que podría estallar en cualquier momento.

No sabría decir cuánto tiempo después me vuelve a despertar Elías, pero esta vez no habla, lo hace poniendo su cuerpo contra el mío. Las luces están apagadas así que no consigo ver absolutamente nada pero me asusto, su colonia es lo único que llega a mis sentidos. Pone su mano en mi boca para que no grite y se acerca a mi oído.

  • Anastasia no hagas esto difícil por favor, lo voy a hacer por tu bien. Relájate.

No entiendo del todo lo que está pasando hasta que noto su otra mano tocando la piel de mi estómago. La piel se me eriza y me dan ganas de vomitar, no puede estar pasando esto. Con lo asustada que estoy no me doy cuenta de que su mano se aparta y cuando lo hago ya es demasiado tarde, una larga aguja se está clavando en mi cuello y ya noto cómo el líquido entra a trompicones en mi corriente sanguínea.

Mis músculos se relajan y aunque puedo moverlos es de forma tan débil que ni siquiera merece la pena. Pero no he perdido el conocimiento. Soy consciente de absolutamente todo.

  • Lo siento —vuelve a susurrar en mi oído.

Quita la mano de mi cara ya que no tengo fuerzas para gritar y la sustituye por su boca. Sus labios son gruesos y blandos pero no reciben ninguna respuesta por mi parte, cosa que no parece importarle. Quita su peso de encima durante un momento para abrir mis piernas y ponerse entre ellas, su paquete queda a la altura de mi coño y vuelve a besarme. Empiezo a notar el sudor frío recorriéndome, nunca he mantenido relaciones sexuales con nadie. Me he acostado con toda la ropa así que él es el encargado de quitármela, cuando va por el sujetador, que por otra parte me está asfixiando, intento evitarlo poniendo mis manos en sus hombros grandes e intimidantes, pero no consigo moverlos ni siquiera un centímetro. No me había dado cuenta hasta este momento que puede no ser mucho mayor que yo pero que su cuerpo es demasiado grande.

  • Sh…

Me acaricia el pelo y pone su mano derecha en mi nuca, así puede elevar mi cabeza para volver a besarme, con la izquierda está empezando a desabrochar mis pantalones, intento salir de esta situación pero lo único que consigo es un pequeño conato de movimiento por parte de mis piernas.

  • Te prometo que no voy a hacerte mucho daño.

Mete las manos en mis bragas y empieza a acariciarme el clítoris, sólo me hacen falta unos pocos minutos para saber que sabe exactamente lo que hace y que va a conseguir lo que quiere. De forma totalmente involuntaria empiezo a mojarme y a soltar unos pequeños gemidos, noto su mano acariciándome de forma lenta y precisa, y pasa del clítoris a la entrada de mi vagina sin llegar a introducir ningún dedo. Para durante unos segundos para quitarme los pantalones y mi cuerpo parece quejarse por la falta de atención, aunque yo no puedo sentirme peor.

  • Ya sé que tu cuerpo ahora mismo va por libre y puede que lo estés pasando mal pero por favor intenta olvidar eso ahora —me dice al oído mientras me besa el cuello, como si de verdad sintiera lo que está pasando—. No te asustes.

Lo dice porque lo siguiente que hace es llevar mi mano hasta su polla, que ya está libre de pantalones y calzoncillos.  No puedo evitar hacerlo, es la primera vez que hago esto y me parece demasiado grande aunque no tengo ninguna experiencia con la que poder compararla. Acompaña sus propios movimientos con mi mano, parece que más encaminados a que yo me acostumbre que a su propio placer, noto el líquido preseminal saliendo de su capullo, y mojando poco a poco mi mano y su tronco.

  • ¿Ves? No pasa nada no te voy a hacer daño, está bien —sigue diciendo.

Parece que mi cuerpo se alegra cuando vuelve a tocarme, supongo que si las cosas se fueran a quedar aquí no estaría muerta de miedo, pero vuelve a colocarse entre mis piernas y siento que está mirando en la dirección en la que está mi cara. Pasa la punta de su polla por todo mi coño y me estremezco de placer y miedo.

Vuelve a besarme mientras introduce por primera vez un dedo dentro de mí, estoy muy mojada y creo que ha echado lubricante en su mano pero aún así es una intromisión que me molesta, noto su dedo en mi interior, entrando y saliendo lentamente, tocando partes de mi que nunca nadie ha tocado, alternando la pequeña penetración con la estimulación del clítoris.

  • En seguida vuelvo —me dice.

Noto cómo sus labios van trazando besos y dejando restos de saliva en mi mandíbula, mi cuello, dedica unos minutos a jugar con mis pezones en su boca, haciendo que me estremezca. Sigue bajando por mi vientre hasta llegar a mi pubis, lo próximo que noto es cómo coloca su cabeza entre mis piernas, agarrando fuertemente los muslos. Tengo claro que si esto fuera una situación normal la cortaría de forma inmediata, muriéndome de vergüenza, pero no tengo mucho tiempo para estos pensamiento porque de un segundo a otro su boca está jugando con mi clítoris mientras introduce dos dedos en mi coño, que está, sin que yo pueda hacer nada, totalmente abierto para él. Mis pensamientos comienzan a ser incoherentes mientras noto cómo su boca chorrea saliva sobre mi, mojándome más de lo que ya estoy a causa de sus caricias. Mi respiración comienza a ser irregular y rápida, mi pecho sube y baja mientras noto que estoy cerca del orgasmo, su lengua y labios siguen trabajando centrados en mi clítoris, y dos de sus dedos me penetran una y otra vez sin descanso.

Experimento el primer orgasmo de mi vida junto a otra persona haciendo profiriendo apenas unos gemidos y agarrando suavemente las sábanas, mi falta de movilidad no ha hecho sino acentuar aún más todos y cada uno de los movimientos de Elías, que ahora intuyo me mira aún con sus dedos dentro de mí, sin moverlos.

  • ¿Ha estado bien? —me pregunta de forma suave, con cuidado, aunque sabe que no puedo contestarle.

Sube de nuevo a la altura de mi cara y junta sus labios, mojados con mi propia humedad, con los míos, mi cuerpo parece haber eliminado cualquier rastro de tensión acumulado en las últimas horas o días, aunque mi cabeza comienza de nuevo a enviar señales de peligro en cuanto noto su polla contra la entrada de mi vagina.

  • No te preocupes no te va a hacer daño —me dice en el tono pausado que lleva usando toda la noche, muy distinto al que había usado antes de que me durmiera.

Comienza a penetrarme poco a poco, no encuentra resistencia a su paso porque el orgasmo que he tenido ha servido para que mi cuerpo lubrique más de lo que he lubricado nunca al estar cachonda,  estimula de nuevo mi clítoris, aún así. Noto cómo mi coño acoge centímetro a centímetro la totalidad de la polla de Elías, que parece palpitar dentro de mí, no puedo evitar hacer una mueca y emitir un quejido. Está claro, por lo que le parece estar costando introducirse de forma lenta y todo lo que ha hecho hasta ahora, que no me quiere hacer daño pero al fin y al cabo es la primera vez que hago esto.

  • Shh no pasa nada está dentro casi… —su tono de voz no es controlado como antes, mi carne apretando su polla hace que no pueda pensar con claridad—. Creo que nunca lo había hecho con nadie que estuviera tan apretada, joder.

Sus palabras me asquean, estoy bajo una persona que ha demostrado odiarme nada más verme, quitándome lo único que pensaba que no iba a poder arrebatarme el sistema. Comienza a moverse primero lentamente para que me acostumbre a su propio cuerpo, pero poco a poco, sus embestidas son más rápidas permitiéndose a sí mismo descontrolarse un poco. Noto la totalidad de su falo entrar y salir de mi, abriéndome sin oposición, a su antojo. Mi cuerpo parece incluso acompañarle.

  • Perdón perdón —dice mientras se detiene dentro de mí y me agarra la cara para besarme en la boca las mejillas la frente, tras escuchar un nuevo quejido—. Voy a controlarme más.

Sus movimientos de cadera se vuelven más lentos y controlados, y divide su tiempo entre masturbarme, jugar con mis pezones, que de vez en cuando se mete a la boca, o morderme los labios. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me puso la inyección pero poco a poco empiezo a poder mover los brazos y a controlar mi garganta, aunque de forma muy débil.

Intento levantarme, aún con él encima, pero no tengo casi fuerza y no le cuesta nada moverme a su antojo. De un momento a otro se ha sentado en la cama, conmigo encima, la piel se me eriza cuando no pierde el tiempo y vuelve a penetrarme en esa posición, sólo para quedarnos así, quietos.

  • Por favor, para —dijo de forma casi inaudible.
  • Anastasia estoy haciendo esto por tu bien —dice mientras me quita el pelo de la cara y me besa de forma tierna—, por favor.

En esta posición noto su polla aún más clavada en mi interior y es a mí a quien mueve de forma lenta, disfrutando del roce de mi cuerpo contra el suyo. Decido no seguir colaborando, consigo levantarme lo suficiente como para que salga de mi interior y arrastrarme por la cama para llegar al suelo e intentar ¿huir? No tengo ni idea, de todas formas no es algo que tenga que pensar mucho porque Elías ya me ha cogido de la cintura.

  • Vale vamos a probar otra posición —dice aprovechando que estoy de espaldas a él.

Con una mano sujetándome la cadera y otra apoyando otra firmemente en mi espalda me pone a cuatro patas, obligándome a postrarme y acabar con la cara apoyada en el colchón. No espera a que reaccione y un segundo más tarde ya se ha insertado en mí de nuevo. Si creía que en la anterior posición su polla ya no podía ir más allá estaba muy equivocada, siento un deseo irrefrenable de sacarlo de mí, de hacer que deje de penetrarme con sus embestidas calculadas y firmes, pero el colchón, sus manos, el resto de su cuerpo, la pared, no hacen que tenga posibilidad alguna de hacer que salga de mí interior.

  • Elías me estás haciendo mucho daño por favor —le digo a malas penas, intentando hacer que pare.
  • Créeme Anastasia —dice mientras sigue bombeando dentro de mi, impulsándose con su cuerpo y con el mío propio, sujeto a mis caderas—, no te… estoy haciendo mucho… daño… —añade jadeando.

Aún así rebaja un poco el ritmo y deja de agarrar mi cadera para volver a estimular mi clítoris, mi cuerpo, acostumbrado al vaivén de sus caderas comienza a responder ante él, llegando incluso a pedir movimientos más duros. Si la habitación estuviera iluminada Elías podría ver que me estoy muriendo de la vergüenza, retozando bajo su cuerpo mientras soy violada. Unos gemidos guturales empiezan a salir de mi boca, mi cuerpo se queja ante esta posición tan complicada y no puedo evitar que los sonidos de placer inunden la habitación.

Sus embestidas son cada vez más violentas, y sus dedos en mi clítoris hacen que llegue de nuevo al orgasmo, mi cuerpo se abre aún más para recibir todo lo que quiera darme. Estoy totalmente agotada, no queda ni un ápice de energía en mi cuerpo pero Elías aún no ha terminado, es él el que sujeta mi cuerpo contra el suyo ahora que ha dejado de juguetear con mi clítoris, para así acompañar sus violentos movimientos de cadera con mi propio cuerpo, que se deja hacer.

Después del orgasmo llega la culpa, un tío que acabo de conocer y que me está reteniendo en contra de mi voluntad me está follando sin mi permiso, violándome con cada penetración y yo no sólo he tenido un orgasmo, sino que he tenido dos. Sus embestidas son más duras y más rápidas, sus dedos se están clavando en la piel de mi cadera y está jadeando del esfuerzo, las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas y cuando Elías llega al orgasmo se derrumba en mi espalda, haciendo que me acueste pero con su polla aún dura dentro de mí.

Intento quitármelo de encima y consigo de una vez por todas sacarlo de dentro de mí, lo que hace que note cómo chorros espesos de semen salgan de mi coño y escurran por mis muslos, despacio. No sé a dónde podría huir desnuda y llena de semen en un sitio como este y sé que Elías me está mirando así que lo único que hago es intentar llorar sin hacer mucho ruido mientras abrazo mis piernas y me tapo con una sábana, en la esquina de la cama, lo más alejada a él que puedo.

No me dirige la palabra, tan solo se asegura de que la puerta de la habitación está cerrada y se mete en la otra cama para dormir.

···

Cuando me vuelvo a despertar estoy sola y me siento sucia, alguien, supongo que Elías, me ha dejado una una nota diciendo que hay un baño dos puertas más a la derecha.

Cojo la toalla que hay encima de su catre y me dirijo hacia donde ha dicho, los ojos me escuecen de haber estado llorando hasta quedarme dormida y noto los chorros de semen seca de mis muslos. Acelero el paso y me relajo al llegar al baño y ver que no hay nadie.

El baño puede cerrarse con llave pero no tiene pestillo, así que intento ir lo más rápida que puedo para no cruzarme con nadie, pero cuando me he quitado la toalla y estoy a punto de abrir el chorro del agua caliente tres hombres que estaban presentes en mi partida de caza entran.

  • Justo donde y cuando nos dijo que estaría Elías —dice uno de ellos.

CONTINUARÁ.