Top Manta

Cabreado con mi novio, me levantó a un negro...

Top Manta

No podía ser mucho más descarado. Viernes tarde y recién discutido con Carlos, mi novio, decidí salir esa noche por mi cuenta. Echándole valor en la discreta mesa en la que nos habíamos enfadado con Carlos, le dediqué una mirada más que lasciva al negrazo del top manta mientras, como quien no quiere la cosa, le señalaba la peli “Black seducers 2”. En la carátula, un pequeño joven blanco,  como yo, sostenía los imposibles nabos de un par de negros que quitaban el hipo. El tío, sonriendo, añadió “BBC on twinks”, en la que un cipote gordísimo partía el culete de un blanquito aterrado. –Dos pelis, cinco euros-, añadió el moreno. Buf. Me lancé y le acaricié despistadamente el paquete, pero él tomo mi mano con una enorme fuerza. –Yo muy macho-, me advirtió. –Ya-, atiné a responder con mi voz más marica, -yo no…-. Derek, así dijo llamarse, se rió y, tras cobrarme los dvds, me invitó a seguirle. Debía de estar loco, pero hice lo que me propuso. Pagué instantes después de que él hubiese salido y lo imité. Estaba a unos diez metros de la puerta, junto a la entrada de una casa antigua que, sin duda, ya conocía.

El negro se metió en el portal y, algo asustado y nervioso, le seguí. Oscuro y algo húmedo, antiguo como he dicho. Nos metimos en el hueco de contadores y, con cierta prisa, Derek se desabrochó los pantalones mientras yo me arrodillaba. No hizo falta que se los bajase, porque de entre su slip saltó un cipote de chocolate precioso y de tamaño interesante acompañado de dos negros huevos. Me azotó las mejillas con él y, en un rápido movimiento, me lo llevé a la boca. Delicioso. Algo morcillón, pero adquiriendo tono por momentos. Derek intentó follarme la boca, pero me eché hacia atrás, sacando el trabuco de mi cuevita. Al parecer, lo captó enseguida, porque me puso las manos en los hombros y se limitó a gozar de la mamada. La polla era lo bastante larga como para permitirme chuparla y pajearla a la vez y aún me sobraba una mano para acariciar sus enormes bolas.

Me he comido suficientes trancas para reconocer una corrida incipiente, pero ese día me falló. El negrazo permanecía callado, ni siquiera jadeaba cuando, de pronto, se vino. –Hummm…-, fue lo único que dijo, mientras un chorro espeso de lefa se estampaba en mi campanilla. No fué un trallazo, sino una corrida lenta, casi derramándose dentro de mi boca. Ahí sí me trabó la cabeza y me vi obligado a tragar. En estas, viendo que el nabo bajaba pero muy poco, me vino a la cabeza una de esas ideas negras que tengo a veces, con el morbo añadido de los ruidos de la escalera: los tacones de una mujer con carro de la compra incluido.

Sin dejar de saborear el glande del negro hurgué en mis bolsillos hasta encontrar lo que buscaba: un sobrecito de Biolube y un condón. Derek me miró con cara de –estás loco, chico-, pero siguió calladito. En cuanto tuvo el forro puesto, me levanté, dándole la espalda y me bajé de una tacada los pantalones y el boxer. Enseguida noté las fuertes manos amasando mis nalgas y un dedo gordo buscando mi túnel del amor. Lo aparté delicadamente y me lubriqué lo mejor que pude metiéndome un par de deditos. Con la mano aún pringosa de Biolube, agarré la tranca negra… y me la enterré.

-Ohhh-, gemí en voz baja. –Mmm…-, respondió Derek, apretando más su cipote contra mi y agarrándome por la cintura. Por unos segundos, permaneció quieto, como si no supiese qué hacer. Yo notaba el pedazo de carne caliente y gruesa dentro de mi culete, pero no sus pelotas contra mis nalgas, que es lo que yo deseaba. –Fóllame, fóllame, por favor-, imploré. El negrazo se dio por aludido y comenzó a embolarme, lentamente. Me sentía lleno; más por el morbo de la situación que por el tamaño del ciruelo que me  jodía, pero lleno.  Poco a poco, se fue animando. Con una de sus manazas en mi cabeza, me dobló la espalda, –quiero ver tu culo follado-, dijo. Eso le pondría más burro, si cabe, porqué me comenzó a embolar cada vez más deprisa. Yo, aunque en voz bajita, no podía ya reprimir mis jadeos y gemiditos; él tampoco.

Apenas tres minutos es lo que necesitó el negrazo para pillar mis caderas con una fuerza increíble, atraerme hacia él, pararse, ahora sí, con todo su nabo de ébano enterrado en mi trasero y correrse en tres rápidos y profundísimos apretones que me hicieron soltar un gritito de puta demasiado alto. –Grrr… mpf, Oh-, es todo lo que llegó a articular. Muy elocuente. Tras eso, sencillamente, sacó su cipote de mi ojete dejando el condón dentro, me dio una palmadita en el culo y se fue mientras yo me quitaba el forro y me subía los pantalones. – Maricón, muy bueno, culo -, es todo lo que recitó a modo de felicitación.

Me quedé unos segundos esperando hasta que escuché la puerta cerrarse y salí con la tremenda sensación de necesitar a mi novio más que nunca. Lo peor era que, la mujer del carrito, se había quedado esperando a ver quién usaba su cuarto de contadores para tan deleznable actividad. Creo que flipó más ella al ver que lo que salía no era una chica, sinó yo. Me miró con cara reprobatoria primero y con una sonrisa cómplice después, como si compartiésemos opinión acerca de las vergas negras, y se metió en el ascensor. Sin saber qué hacer y con algo de remordimientos, volví al bar, dispuesto a irme temprano a casa. –Marco-, escuché al entrar en dirección al baño sin apenas mirar a los concurrentes. Era Carlos. Me dio un vuelco el corazón. Le estampé un morreo impresionante, dispuesto a perdonarle su infidelidad y, en efecto, me lo llevé al baño a hacerme compañía . A ver si, de paso, conseguía vaciarme yo también esa tarde en su caliente boquita.