Top less en la playa - la experiencia de Pablo (5)
Tras la ausencia de Silvana como coautora, retomo el texto ahora sin su colaboración. ¡lástima!
...yo estaba enmudecido por la excitación, desbordado por las emociones que me producía ver a mi esposa actuando como una prostituta.
Estuvieron hablando un rato, él apoyó los codos en la piedra y Silvia le imitó. De nuevo le dejaba a la vista sus pechos desnudos bajo el fino vestido. Al inclinarse sobre la balaustrada su vestido apenas tapaba su culo. Tras unos minutos ella se incorporó y le dijo algo tocándole el brazo, luego comenzó a caminar hacia nosotros seguida por la mirada del hombre que no se apartaba de su culo.
Silvia avanzaba hacia nosotros muy seria, parecía preocupada.
Capítulo 5
- ¡No puedo hacerlo! – dijo dejándose caer en la silla frente a nosotros. Su voz no me pareció que mostrase una negativa sino mas bien frustración.
- ¡Cómo que no puedes! ¿qué es lo que no puedes hacer? – Alex no ocultaba su irritación.
Silvia nos miró alternativamente, parecía estar eligiendo las palabras adecuadas.
- ¡No se cómo decirle lo del dinero! – dijo por fin. Alex se echó hacia atrás sin dejar de mirarla, parecía aliviado.
- ¡Acabáramos! ¿con que era eso? – se inclinó hacia ella y bajó el tono de voz. – A ver, ¿te ha insinuado algo?
- No, es decir, si. Me ha preguntado si ninguno de mis acompañantes tenía fuego para mí, pero la forma en que lo ha dicho… Además, no dejaba de mirarme el escote.
- Las tetas niña, te ha mirado la tetas y cuando venías para acá, el culo. Se ha tenido que dar cuenta de que no llevas bragas.
Yo asistía a la conversación sin abrir la boca, como si no estuviese realmente presente.
- Vamos a ver Silvia, algo tendrás que hacer para que surja la ocasión, para que se convenza de que eres una puta y que tiene que cotizar, ¿no te parece?
Silvia le escuchaba como si de él dependiese su vida, como si fuera su guía.
- Desde que te has sentado no ha dejado de mirar hacia aquí, él ya sabe a estas alturas que ni éste ni yo somos celosos, se debe estar imaginando que te follamos como y cuando queremos, lo cual es cierto, ¿verdad Pablo? – dijo soltando una risotada al tiempo que me daba una palmada en el muslo.
Algunas personas se volvieron hacia nosotros al escuchar la risa tan fuera de lugar. Miré al “cliente” que no dejaba de observarnos. Intuía que hablábamos de él.
- …así que, deja de hacerte la estrecha y vuelve allí a ganarte la pasta, que nos va a venir muy bien para seguir la noche – Me había perdido en mis pensamientos, llevaba un rato sin escuchar a Alex. Miré a Silvia que parecía indecisa.
- No, de verdad Alex, no puedo – suplicó.
- ¡Joder, hostias tía, no me jodas! – Silvia agachó la cabeza como un niña a la que regañan por haber hecho algo mal. De pronto Alex reaccionó – Ven aquí, siéntate a mi lado, que vea bien la mercancía.
-
Me levanté como un resorte de la silla que ocupaba y nos intercambiamos.
- No coño, tan cerca de la mesa no, deja que te vea bien. Y tú – dijo dirigiéndose a mi – échate mas a tu derecha, que le quitas campo de visión .
Obedecí sin pensarlo un segundo. Alex la rodeó con su brazo y la besó en la boca largamente, su mano izquierda jugaba con el límite de su escote, rozando su piel allí donde comenzaba a nacer sus pechos, luego miró con una sonrisa en los labios al “cliente” mientras murmuraba entre dientes.
- Venga joder, si ya lo sabes tío, te la estoy poniendo en bandeja.
Con la otra mano recorría el hombro desnudo de mi mujer mientras la volvía a besar en el cuello.
- Vamos a ponerle bien caliente ¿vale? Para que cuando vuelvas allí solo piense en follarte.
Siguieron besándose. El dedo que jugaba con su escote se perdió bajo la tela hasta el nudillo. Silvia iba perdiendo poco a poco la prudencia con la que aceptaba el manoseo y los besos de Alex, ahora estaba ligeramente girada hacia él, acariciándole el rostro mientras la mano que hasta entonces reposaba en su hombro viajaba ahora de su culo a su pecho sin que las miradas de la gente parecieran inmutarla. El único que quería que se abriese el suelo y se lo tragase la tierra era yo. Alex le decía cosas al oído que yo no podía escuchar pero a continuación ella miraba abiertamente a la presa. Acerté a escuchar a Alex decir “sonríe” y ella, obediente mostró una preciosa sonrisa al tiempo que volvía a mirar al hombre que tenía enfrente.
Alex se separó y le dijo:
- Ahora te vas para allá y le pides un cigarro, dile que se nos han acabado.
Silvia hizo ademán de levantarse pero la detuvo sujetándola el brazo
- Espera, nos falta una cosa – dijo pensativo – Silvia no es un nombre de puta, no. Tenemos que buscar otro mas… mas sonoro, eso.
Durante unos segundos pareció enfrascado en la tarea de rebautizar a mi esposa.
- ¡Ya está! Silvana. Suena mucho mas potente, eso es: Silvana, ¿te gusta? – Silvia asintió con la cabeza – A ver cómo suena, dilo tú.
- Silvana – pronunció con timidez
- ¡No joder, pareces una monja! Dilo con sensualidad, como si te saliera del coño!
- Silvana – pronunció con mas determinación
- Eso está mejor, ¿cómo te llamas?
- Me llamo Silvana – su voz sonó mucho mas segura.
- Joder Silvia – dijo visiblemente irritado – lo puedes hacer mejor, ponle un poquito mas de sexo, como si estuvieras diciendo “fóllame”. Silvia dudó un instante.
- Me llamo Silvana – Toda la sensualidad de la que es capaz mi esposa brotó de su boca. Alex sonrió.
- ¿Ves como cuando quieres eres capaz de ser una tía cojonuda? – le plantó un beso en la boca – venga, a por él.
- Iré primero al lavabo y luego lo hago. – Alex rió.
- Joder Silvana, ¿tan empapada estás que no puedes esperarte? Venga, vale dijo condescendiente.
Silvia se levantó de la silla, momento que aprovechó para darle un palmetazo en el culo. Alex me hizo un gesto para que volviera a sentarme a su lado. Me agarró por el hombro y me zarandeó.
- ¡Qué suerte tienes jodío, ¿A que no pensabas que tus vacaciones iban a ser tan interesantes, eh?, eh? – insistía esperando mi respuesta, yo me limité a afirmar con la cabeza mientras me propinaba una palmadita en la cabeza.
Cinco minutos después Silvia, o mejor Silvana, rebasó nuestra mesa por mi lado. Sus caderas oscilaban con cada paso dejando claro que esas nalgas no estaban presas por ninguna otra tela. Cuando el hombre la vio acercarse se irguió y mostró una amplia sonrisa. Ella se agachó ligeramente, intercambiaron una frase y le ofreció su paquete de cigarrillos. Tras encenderle el pitillo le volvió a decir algo y Silvia, Silvana, pareció asentir. El se levantó y le ofreció la silla en la que había estado sentado. Luego ocupó la silla adyacente.
Nos miró, un breve segundo en el que se aseguró de que todo iba bien, luego se centró en ella.
- Mírale – dijo Alex con voz ronca – seguro que ya está empalmado pensando cómo se la va a follar.
Era cierto. La distancia que nos separaba no era suficiente como para impedirnos ver la expresión de depredador con la que miraba a mi mujer. Conversaban, aunque mas que una conversación se asemejaba mas a un interrogatorio, las respuestas eran breves, mas breves que las preguntas pero él parecía estar satisfecho. Por su parte Silvana, mi Silvia, se estaba relajando por momentos, su postura era mas distendida, había sonreído un par de veces e incluso acaba de llegarnos el sonido de su risa.
El cazador había cogido la cadena de colgaba de su cuello y se entretuvo mas d elo necesario rozando la suave piel de su pecho, Silvia no había protestado tampoco cuando, sin liberar la cadena que la mantenía a escasa distancia de su rostro, comenzó a acariciar su brazo sin dejar de hablarle. Dio un pequeño tirón de la cadena para aproximar su rostro al de ella y le dijo algo, luego nos miró otra vez, se sabía observado por nosotros pero ya no parecía preocuparle. Ella pareció responderle tras mirarnos un momento. Él pareció asombrado tras su respuesta y nos volvió a mirar.
- Le acaba de decir que eres su marido cornudo y yo su amante. – me dijo Alex. Era evidente, aun así no me sentí humillado, la excitación que empapaba mi slip me tenía drogado y ahogaba cualquier rastro de dignidad.
Seguían hablando, muy cerca el uno del otro, ella sujeta por la cadena que le impedía tomar distancia, él asegurando la presa, recorriendo con sus dedos el brazo de mi mujer desde el hombro hasta la mano, lentamente, sin ninguna prisa, sin dejar de mirarla a los ojos, sin dejar de seducirla con sus palabras.
La conversación pareció llegar a su final. Ella se fue a levantar pero la detuvo y le dijo algo al oído. Silvia sonrió y dejó que la besara en los labios.
Caminó hacia nosotros, ahora no traía la misma expresión de preocupación que la vez anterior. Se sentó frente a nosotros, una sonrisa nació en sus labios, ¿Era posible que se sintiera satisfecha por su conducta?
- Vamos a nuestro apartamento – dijo mirándome – me ha parecido mas seguro. Dame las llaves.
- Silvia… - quise advertirla del riesgo, quise por un momento hacerla recuperar la cordura.
- ¡Dale las llaves joder! – intervino Alex.
- Dame las llaves, por favor – insistió Silvia.
No me podía creer lo que estaba sucediendo. Enmudecido, saqué el llavero del bolsillo del pantalón y se lo entregué.
- ¿Y la pasta? – los ojos de Alex brillaban de excitación. Ella le miró sabiendo que se acaba de ganar su respeto.
- Doscientos cincuenta, como me dijiste
- Que te lo dé antes de empezar eh?
- No te preocupes – su aplomo me desconcertó, parecía tan segura de si misma…
- ¡Silvia!
Una voz familiar sonó a mi espalda. Silvia se puso tensa y su rostro se nubló. Antes de que me pudiera volver sonó de nuevo mucho mas cerca.
- ¡Pero qué casualidad! ¡No sabía que veraneases aquí!
Alex ya se había levantado y miraba a los recién llegados. Yo eché un vistazo a Silvia antes de levantarme. Estaba roja como un tomate.
Me volví para encontrarme con quien ya había reconocido: Aurora y Fernando, su marido; Ella compañera de trabajo de Silvia y con quienes habíamos salido alguna que otra vez. Hemos coincidido en alguna celebración de la empresa, Fernando es un buen tipo, nos caemos bien mutuamente y hemos congeniado lo suficiente como para que la amistad que las une nos haya servido para pasar alguna velada interesante.
Se me cayó el mundo encima. En un milisegundo me imaginé lo peor: que hubieran estado viendo el espectáculo que mi mujer había estado dando desde nuestra llegada al restaurante.
Fernando comentó en ese momento que acababan de entrar sin esperanza de conseguir mesa; Aurora no le quitaba ojo de encima a Alex y como Silvia no reaccionaba intervine yo.
- Os presento a Alex es… -¿cómo presentarle? ¿El amante de mi mujer? ¿el chulo que la está convirtiendo en prostituta?
- Soy primo de Pablo – intervino Alex dándole un apretón de manos a Fernando y dos besos a Aurora.
El azoramiento de Silvia era tan evidente que Aurora lo interpretó mal, como si el encuentro le hubiese molestado, e hizo un amago de retirada.
- Bueno os dejamos que sigáis con lo vuestro, no os queremos interrumpir…
- De eso nada Aurora, -dijo Alex volviendo a tomar el control -, os quedáis con nosotros ¿no es cierto? – dijo mirándonos, Silvia asintió con la cabeza.
- Por supuesto, aunque nosotros ya hemos cenado… - dije yo.
- Nosotros también – terció Fernando – la verdad es que veníamos a tomarnos una copa, no se si éste es el lugar mas adecuado.
- Es un buen sitio, sentaos - dijo Alex al tiempo que hacía una seña al camarero para que trajera un par de sillas – Así os quedáis la mesa cuando nos vayamos – dijo mirando al hombre del Lacoste rojo.
La tensión no había desaparecido del rostro de Silvia que sin embargo se esforzaba por aparentar una naturalidad que a mi no me engañaba. La conversación surgió fluida, Alex se desenvolvía con comodidad y se inventó una historia mas o menos creíble sobre nuestra infancia como primos. Intenté desviar el tema varias veces pero parecía divertirse.
- Estás muy callada, ¿te pasa algo? – Aurora no había dejado de notar la tensión en su amiga que, lejos de tranquilizarse, parecía estar cada vez mas incómoda.
- Creo que me ha sentado mal la cena, no me encuentro nada bien – mintió Silvia.
Alex la miró.
- Relájate prima, ya verás como se te pasa con un Gin Tonic – hizo una seña al camarero pero la voz de Silvia le detuvo.
- No Alex, no estoy bien, creo que mejor nos volvemos a casa – dijo pidiéndome ayuda con los ojos.
Me preocupaba dejarle con nuestros amigos, no sabía que podría suceder si entraban en temas personales donde las lagunas sobre nuestra vida podían hacerse evidentes.
- Vaya por Dios – exclamó Alex con cierto fastidio en su voz – pero que se le va a hacer, otro día nos vemos.
La despedida fue algo tensa, la supuesta indisposición de mi esposa no había sido del todo convincente y nuestra apresurada salida del restaurante fue acompañada de una fría despedida por parte de nuestros amigos.
Ya en la calle Silvia comenzó a caminar deprisa, Alex la intentó retener del brazo pero ella le rechazó con decisión.
- ¡Déjame! Pablo, vámonos.
- ¡Pero qué coño te pasa! ¿no te habrás acojonado, no? – dijo un Alex por primera vez fuera de juego.
- Se acabó Alex, esto se ha terminado. Ha sido una locura que casi nos cuesta caro – dijo Silvia con toda la dureza que sabe poner en sus palabras cuando quiere.
- O sea, que te has acojonado – Alex dio unos pasos girando sobre si mismo y rascándose la cabeza - ¡no me jodas!
- Se acabó, Pablo vámonos de una vez – comenzó a alejarse y la seguí intentando alcanzarla. Escuché la voz de Alex que se alejaba.
- Te vas a arrepentir tía, tu ya no puedes vivir sin esto, sin o que yo he hecho de ti, ¡zorra!
Apretamos aun mas el paso intentando huir cuanto antes de las miradas de la gente que se volvían ante el alboroto de Alex. Lo único que queríamos era borrarlo de nuestra vida, olvidarlo, hacer como si nada de aquello hubiera sucedido.
Esa misma madrugada Silvia, envuelta en un glacial silencio, hizo las maletas. Yo fui una sombra que se limitó a recoger algunas cosas. A las seis de la mañana abandonamos el apartamento y montamos en nuestro coche rumbo a Madrid.