Top less en la playa - la experiencia de Pablo (4)

Sobre una idea original de Silvana continuo el relato ya que no he conseguido volver a contactar con ella.

-  ¿Alex estás loco? No voy a dejar que me folle...

Le soltó una bofetada que la hizo tambalearse. Se llevó una mano a la mejilla y le miró sorprendida y asustada. Yo no hice nada, como siempre mi falta de carácter me dejó paralizado. Me di asco.

- ¿Tan poco dura tu palabra? Acabo de decirte que sólo yo decidiré cuándo, cómo y con quién vas a follar y tú has aceptado. Luego me has dicho que yo soy quien manda y ahora... ¿me vienes con éstas?

Silvia me miró pidiendo ayuda y, leyendo mis pensamientos, Alex dijo:

- Tú, cornudo, ¿llevo razón a no?

No sé por qué lo hice, la excitación que me produjo imaginar que mi mujer pudiera follar con otro hombre y, por qué no reconocerlo, la excitación que me produjo ver como abofeteaba a mi esposa, me llevó convertirme en cómplice.

¿Y eso es lo que quieres, que me folle cualquiera? – me gritó desesperada

- Sólo si tú quieres...

Sonó el timbre de la puerta. Ambos nos quedamos mirando a Silvia esperando su reacción.

Capítulo 4

Su mirada reflejaba la tensión a la que estaba sometida y, como no, la sorpresa por la bofetada que acababa de recibir. No entendía mi reacción pero menos aun la de Silvia, tan luchadora, siempre tan  preocupada por hacerse valer. Sin embargo, tras la bofetada, parecía mansa, sumisa, sometida a la caprichosa voluntad de aquel hombre.

El tiempo se había detenido, Silvia parecía esperar alguna indicación, alguna orden. Pero Alex quería que fuera ella quien tomase la decisión, la miraba sonriendo, complacido por verla tan frágil y tan sometida.

Un nuevo timbrazo nos devolvió a la realidad.

-       ¡Sigue grabando Joder! – me gritó Alex al verme con la cámara caída. Se dirigió a la puerta y abrió.

El vecino estaba en el dintel con cara de incredulidad. De un rápido vistazo nos recorrió a todos deteniéndose en Silvia que seguía inmóvil, desnuda y sin reaccionar. Cuando me vio empuñando la cámara lanzó las manos hacia delante cubriéndose la cara.

-       ¡Nada de cámaras, apaga eso! – dijo haciendo un gesto de marcharse.

-       Tranquilo tío – Dijo Alex dándole una palmada en el hombro – Pablo no te grabará el rostro si no quieres, no te preocupes, luego cuando acabemos nos sentamos a tomar unas copas y vemos el vídeo ¿te parece?

No muy convencido el vecino entró en el apartamento. Estaba claro que no iba a renunciar a la oportunidad de follarse a una mujer como Silvia. Estaba nervioso y sudaba copiosamente, seguro que se había pegado una buena carrera para llegar cuanto antes. Se acercó tímidamente a Silvia mirándonos alternativamente a Alex y a mí, quizás aún no se creía del todo que aquello estuviera sucediendo de verdad.

Silvia parecía ausente, su mirada apuntaba más allá del gordo y sudoroso hombre que se la comía con los ojos. Solo cuando el tipo agarró uno de sus pechos pareció reaccionar. Sus ojos le miraron y se volvieron hacia mí suplicando ayuda.

Pero yo estaba demasiado drogado por la excitación como para reaccionar. Situado tras el objetivo de la cámara me sentía ajeno a la escena, protegido de la vergüenza que debería sentir. Era como si lo estuviese mirando a través del ojo de una cerradura, como si ese objetivo me concediese el anonimato, como si estuviese oculto tras un antifaz.

-       Cien euros – escuché decir a Alex que se había interpuesto entre mi mujer y el gordo que no pareció entender.

-       Si tío, cien euros, no pensarás que vas a follarte a esta puta por la cara

-       Pero… yo… no sabía que… no he traído la cartera – terminó por decir.

-       Pues ya sabes, si quieres mojar corre a por la pasta.

Observé a Alex: desnudo, arrogante, dueño de la situación, no me extrañaba que Silvia hubiera quedado seducida por él, esa seguridad que irradiaba se transmitía en cada uno de sus gestos y provocaba una especie de acatamiento como si no hubiera otra alternativa que obedecerle.

Tras un instante de indecisión, el gordo se apresuró a salir del apartamento. Alex tomó a Silvia por los hombros y me dijo:

-       ¿No me habías dicho que querías convertir a tu chica en una puta? Pues ya lo tienes, al menos me podías dar la gracias tío, porque si no fuera por mi seguiría siendo igual de estrecha que antes.

Silvia tenía los ojos clavados en mí, la confesión de mis intenciones la había pillado por sorpresa, yo había dejado de grabar en el momento que el gordo se fue, mi bañador colgaba a medio muslo, debía tener un aspecto patético a juzgar por la expresión de Silvia.

-       ¿No me vas a dar las gracias, joder? – insistió Alex

-       Gracias – acerté a decir en un murmullo

-       ¡Joder tío! Apenas te hemos oído, ¿gracias, por qué?

Tragué saliva, aparté la mirada de ella y lo dije.

-       Gracias por convertirla en una puta, Alex

Cuando levanté los ojos, Silvia ya no me miraba.

-       De nada Pablito, apenas estamos empezando con la primera clase, cuando termine con ella ni la vas a reconocer. – dijo dándole un palmetazo en el culo que la hizo perder el equilibrio y se tuvo que agarrar a él para no caer.

Dos golpes en la puerta anunciaron el regreso del gordo.

-       Abre tú – le dijo a Silvia que avanzó como una autómata hasta la puerta y la abrió sin tomar ninguna precaución que ocultase su desnudez.

El gordo entró, tenía el rostro enrojecido por la carrera, la respiración entrecortada apenas le dejaba hablar y sudaba aún más que antes.

-       Aquí tienes – le dijo a Alex tendiéndole dos billetes de cincuenta euros

-       Toda tuya – dijo empujando a Silvia hacia él – ¡Tú, sigue grabando, coño!

El gordo dudó todavía un momento antes de atreverse a acercar una mano al pecho de mi mujer. Cuando lo tocó pareció perder toda prevención y la rodeó con sus brazos tocándola nerviosamente la espalda, el culo, las tetas… Silvia se dejaba hacer, tenía las manos apoyadas en el pecho del gordo, como si quisiera defenderse aunque en realidad no hizo ningún gesto de rechazo. Alex observaba satisfecho la escena y de vez en cuando me lanzaba una mirada de complicidad.

Yo seguía con la cámara los nerviosos movimientos de las manos del gordo, sentía  una especie de descarga eléctrica en mis genitales que se extendía por toda mi piel y me nublaba la razón, una voz dentro de mí me recordaba que aquello era una aberración, pero esa electricidad que nacía en mis ingles y recorría mi cuerpo me dominaba, era más fuerte que mi cordura.

-       Supongo que querrás que se lave, no? mi leche le está chorreando por las piernas.

Enfoqué hacia abajo. Era cierto, un brillo húmedo marcaba la parte interior de sus muslos.

-       Eeeeh… sí, claro – dijo el gordo dejándose manejar por Alex. Silvia no necesitó ninguna indicación y se fue al baño.

-       Ya verás cómo folla tío, es una auténtica joya y apenas está estrenada, ¡solo este cornudo y yo!, la coges casi virgen – terminó entre carcajadas.

Cuando volvió a entrar en el salón, el gordo se acercó enseguida y la volvió a envolver en sus brazos mientras le comía la boca, ella había colocado de nuevo sus brazos en medio de ambos pero el gordo la apretujaba con fuerza, moviendo sus manos por todo su cuerpo.

No sé cuándo me di cuenta de que Silvia había apartado los brazos que la separaban del gordo y ahora rodeaba su cuello con ellos, imaginé que no le quedó más remedio que hacerlo. Él tenía hundida la cabeza en su melena y le chupaba la oreja, una de sus manos se perdió entre sus muslos. Respiraba ruidosamente y no paraba de sudar. Hice zoom para ver con más detalle el cuerpo de Silvia empapado del sudor del gordo.

-       Vamos a una cama – dijo con voz ronca.

-       Venga Pablo, - dijo Alex con sorna-, se buen anfitrión y conduce al cliente a la alcoba.

Bajé la cámara y pasé delante de ellos hacia nuestro dormitorio, enseguida Alex me hizo continuar filmando. Silvia se sentó en la cama sin que nadie le dijera nada. Alex se acariciaba la polla despacio y yo le imité sin pensarlo. El gordo se sentó a su lado y la hizo tumbarse, empezó a besarla y al mismo tiempo comenzó a hurgar en su entrepierna.

-       “¡separa las piernas!” – le dijo impaciente.

Silvia separó los muslos y mi cámara captó dos dedos que se hundieron en su coño, vi como su vientre se contraía, seguro que le había molestado pero el gordo comenzó a sacarlos y meterlos con rapidez sin atender al quejido que ella profirió. Yo también lo escuché  pero no fui capaz de decir o hacer nada. Tan solo mirar como el gordo sorbía ruidosamente sus pezones sin dejar de follarla con los dedos.

Enfoque su rostro y vi que había cerrado los ojos, posiblemente no quería ver lo que estaba sucediendo. Alejé el zoom para captar toda la escena y vi que había subido un pie a la cama. Me extrañó, aquello le daba un mejor acceso al gordo. Enfoqué su coño y fue entonces cuando capté un leve movimiento de su pubis que se elevaba ligeramente cuando los dedos se hundían. Un disparo de placer encogió mis testículos y se extendió por mi agotada polla. Estaba colaborando, ya no se dejaba hacer, estaba moviéndose al ritmo que le imponía con sus dedos.

A medida que los dedos aumentaban de velocidad su movimiento de pelvis se hizo más evidente, comencé a escuchar unos gemidos que iban ganando fuerza, sus brazos, que hasta ahora habían estado caídos en la cama rodearon el cuello del gordo y la pierna que estaba doblada con el pie en la cama se derrumbó hacia el lado.

Sus gemidos seguían el ritmo de los dedos que la penetraban y cada vez se iban haciendo más agudos, yo sabía bien lo que sucedía: Silvia estaba a punto de sucumbir al orgasmo.

Y así fue. Su cuerpo se tensó como un arco, su voz exhaló todo el aire de sus pulmones en un lamento profundo y tras una pausa en la que todos sus músculos se mantuvieron en tensión comenzó a botar en la cama girando la cabeza a uno y otro lado.

Apenas podía grabar con una sola mano mientras me masturbaba frenéticamente sin conseguir que mi polla entrase en erección, apenas tres dedos la cubrían, totalmente blanda y minúscula mientras Alex lucía una arrogante erección, una esplendida polla dura y turgente que ma hacia sentir aun mas humillado

El gordo se puso de rodillas y la miró mientra s ella era presa de intensas convulsiones, cuando la vió calmarse gateó entre sus piernas, colocó su polla entre sus labios y se la clavó de un fuerte golpe de riñones. Silvia dobló las rodillas y las sujetó con las manos mientras el gordo comenzó un rápido mete-saca. El sudor le caía a chorros sobre el cuerpo de mi mujer y no tardó en correrse dejando caer todo su peso sobre ella.

Alex me quitó la cámara de las manos. Sé que me había dicho algo varias veces pero no fui capaz de entenderle, estaba paralizado mirando a mi mujer bajo el cuerpo seboso de aquel hombre que acababa de pagar cien euros por follar con ella.

No le costó demasiado a Alex deshacerse del gordo con la promesa de dejarle volver otro dia a ver el vídeo y a follar con ella, eso si, previo pago de cien euros.

Un silencio denso y pesado llenó la casa cuando el gordo se fue. Alex nos ignoró y se metió en la ducha canturreando. Silvia y yo nos quedamos en la alcoba, ella tumbada como si aún tuviera al gordo encima y yo de pie, desnudo, sin saber qué decir, sin saber qué hacer.

Fue como si me despertase de un sueño y todo volviese a la realidad. En aquel momento, solos los dos, sentí un irrefrenable pánico al ser consciente de lo que había dejado que sucediese, sin embargo no podía ocultar la excitación que me seguía produciendo el recuerdo de todo lo sucedido, una gran excitación que sin embargo no era capaz de hacer reaccionar a mi polla lánguida, pequeña y arrugada.

Me acerqué a la cama y me senté en el borde.

-       ¿Estás bien? – Si me escuchó no hizo ninguna intención de responderme.

Me asusté, me sentía responsable de lo sucedido y temía que Silvia no fuera capaz de perdonarme.

-       Cariño, dime algo – supliqué.

Abrió los ojos, no fui capaz de descifrar su expresión, una mezcla de tristeza, serenidad, amargura. O quizás solo estaba traduciendo su rostro según lo que yo mismo sentía.

El silencio se extendió entre nosotros un minuto, dos quizás tres, mientras Alex seguía tarareando bajo la ducha. Al fin Silvia comenzó a hablar.

-       ¿Qué hemos hecho? – dijo al fin.

-       No lo sé Silvia, no sé qué nos ha pasado.

Volvió a quedarse sumida en sus pensamientos y yo no quise interrumpirla, tampoco tenía mucho que decir, debatiéndome entre el desprecio de mi mismo, la humillación depresiva y la incoherente excitación que recorría mi cuerpo haciéndome temblar.

-       ¡Qué locura, Dios mío, qué locura! – dijo ocultando el rostro en sus manos.

-       Cálmate cielo, ya ha pasado

Le recogí en mis brazos y volvimos al silencio que escondía el bullir de nuestras cabezas.

-       ¿Cómo he podido hacerlo con ese hombre? – su voz expresaba la repugnancia que sentía, no me pasó desapercibido que en su reacción no incluyese el haber follado con Alex.

-       Todo ha sido tan rápido que no has tenido tiempo de reaccionar – dije intentando justificar lo injustificable.

Me miró de nuevo intensamente.

-       ¿Y tú, estás bien? – me preguntó con una inmensa ternura en su voz.

-       Si tú estás bien, yo también.

-

-       ¡Vaya con los tortolitos! Si es que no se os puede dejar solos

No habíamos oído entrar a Alex y su comentario nos sobresaltó

-       Qué ¿Cómo tienes el cuerpo, te has quedado a gusto?

Silvia no respondió pero noté como se había puesto en tensión.

-       Anda, ve a ducharte y arréglate que nos vamos de parranda.

La tomó de la mano y la hizo levantar, cuando iba a salir hacia el baño tiró de ella y la besó en la boca mientras le acariciaba un pecho. Un gemido ahogado por la boca de Alex me llevó a mirar como los dedos de Alex pellizcaban con fuerza su pezón. Por fin la soltó y con un palmetazo en el culo la mandó al baño.

-       Te pone que te dé caña eh, zorrita?

Cuando Silvia salió se quedó mirándome y no pude ocultar el temblor que sacudió mi cuerpo. Bajé la vista.

-       Y tú, alma de cántaro ¿qué haces ahí tan pasmado? Anda, recoge un poco este cuarto que huele a cerdo… ¡venga coño que es para hoy! Aquí no vamos a poder dormir esta noche.

Comencé a recoger la cama pero las sábanas estaban en tal mal estado que decidí cambiarlas. Me sentía observado mientras extendía las sábanas limpias sobre la cama y las estiraba, parecía una…

-       Pareces una chacha Pablito, se te dan bien las labores domésticas

Así me sentía, como una criada, como un eunuco castrado. Cuando Silvia salió del baño me sentí avergonzado de  que me viera faenar con la cama pero continué hasta dejarla acabada.

-       Venga cornudín, no pensarás salir oliendo a polla, date una ducha mientras tu chica y yo elegimos la ropa que se va a poner para salir conmigo, - debí poner una expresión de desolación porque se echó a reír – Y contigo también, no llores que tú también vienes.

Había perdido la noción del tiempo pero por la luz que se filtraba por las cortinas supuse que debían ser la siete.

Entré en la ducha y dejé que el agua cayera sobre mi rostro durante un buen rato, como si eso me limpiara y se llevara la miseria que había dejado caer sobre mí.