Tonos grises

El amor y el deseo no son blancos o negros, también existen tonos grises.

Abre una nueva ventana en la pantalla de su computadora:

MasterTOP> Hola, q tal?

Alex18> hola.. todo bien?

MasterTOP> Si.

MasterTOP> Que haces? De donde eres??

Alex18> ps todo bien, aki en mi ksa..

MasterTOP> Que bueno. De donde eres? Esa es tu edad?

Alex18> si, tngo 18.. y ut?

Alex18> *y tu?

MasterTOP> 36. Algun problema con eso?

Alex18> no,, para nada

MasterTOP> Bien. Tienes skype?

Ambos intercambiaron su nombre de usuario y salieron de la sala de chat para mudar su conversación a la aplicación de videollamadas . Alex18 realmente se llama Adriano. Así podía leerse su nombre en Skype. MasterTOP , por su parte, seguía llamándose MasterTOP .

Iniciaron la videollamada .

Adriano es un muchacho muy atractivo. Cabello castaño y ondulado, cejas gruesas, con un piercing que atraviesa una de ellas, ojos color miel, de mirada profunda y largas pestañas. Sus labios son rosados y carnosos, la piel de su rostro demuestra la lozanía que solo un joven de su edad posee. En ese momento se mostraba sin camisa, por lo que podía verse un delgado pero atlético torso lampiño, cuya blancura se veía interrumpida por una serie de pecas que cubrían parte de sus hombros y espalda. Todo un Adonis, realmente.

MasterTOP en cambio no dejó ver su rostro, sus razones tendría, pero era suficiente ver su cuerpo trabajado durante horas en algún gimnasio. Su piel era más oscura que la de Adriano, con un tono bronce que se observa solamente en los sementales latinos. Su pecho abultado y bien marcado, estaba cubierto por una ligera capa de vellos que seguían un patrón que bajaba por su abdomen, recorría su ombligo y llegaba hasta el bóxer blanco que escondía un miembro bien marcado sobre la tela. Su pectoral izquierdo tenía un tatuaje, sencillo pero muy elegante en el que podía leerse “ Ismael ”. Su nombre, seguramente. Adriano no estaba dispuesto a preguntárselo.

Las ganas de conversar no eran mayores que las ganas de descargar ese deseo contenido durante el día. Por eso habían entrado, a altas horas de la noche, en aquella sala de chat. Buscaban, más que socializar, sexo. Sí, cibernético, pero sexo al fin.

Ambos comenzaron a tocarse, Adriano se puso de pie. Tenía puesto un mono gris de algodón, el cual fue bajando a medida que su erección se hacía más notable. MasterTOP había desenfundado ya el miembro de su virilidad, cuya tensión aumentó considerablemente cuando Adriano se puso de espalda y dejó ver unas nalgas espectaculares. Aquella imagen era, por lejos, una de las mejores que MasterTOP había visto. Las nalgas de Adriano, blancas y lampiñas, parecían talladas por un dios que le habría dado aquella forma tan redonda y firme.

El joven muchacho no dudó en meter uno de sus dedos dentro del rosado agujero que estaba ya dilatado, producto de la excitación que provocaba ver el pene de MasterTOP , ligeramente curvado a la izquierda, de piel oscura y con venas muy marcadas. En la base, un grupo de vellos rebajados era el marco perfecto para aquella obra de arte.

MasterTOP , con algo más de experiencia y con un tono de autoridad, dirigía a aquel muchacho durante sus movimientos. Adriano se entregaba al placer. No le incomodaba seguir las indicaciones del hombre que se encontraba al otro lado de la pantalla, al contrario, se sentía cómodo, más confiado, más seguro.

Un segundo dedo se introdujo en la intimidad del joven. Era placentero para él sentir dos dedos jugando dentro de su ser, mientras que con la otra mano estimulaba su pene. Un pene de menor longitud y grosor que el de su amante cibernético, pero igual de sensual. La piel del miembro era del mismo color claro que el resto de su cuerpo. Un reducido grupo de vellos castaños se mostraban tímidamente en su pelvis. El glande mostraba un color rosa intenso, casi rojo, seguramente por la sangre acumulada.

Los dos siguieron tocándose y estimulándose durante unos minutos, Adriano jadeaba, su respiración era cada vez más profunda. No tardó en expulsar de su miembro un líquido blanquecino, más bien traslúcido, casi transparente. Vació cuidadosamente pero con mucha pasión, todo el semen contenido… el cual fue a parar al teclado de la computadora. ¡Menudo desastre tendría que limpiar!

El hombre en su pantalla no pudo contenerse más ante semejante escena y tomó con una mano un paño mientras con la otra se masturbaba con más ritmo hasta lograr, finalmente, descargar sobre la toalla azul marino, un torrente de semen blanco como la leche, pero muy espeso. Chorros y chorros de hombría caían sobre aquella tela oscura para lograr un contraste extraordinario.

Fue uno de los mejores orgasmos que ambos hayan tenido.

Después de limpiarse bien, MasterTOP cerró sesión. Adriano no pudo ni despedirse siquiera, lo que dejó al muchacho con un sinsabor en el alma. Su orgullo había sido herido. Era él quien siempre se iba, era él a quien siempre buscaban.

-o-o-o-

Seis en punto, suena la fastidiosa alarma que hace a Adriano abrir los ojos en aquella soleada mañana de septiembre. Hora de levantarse. Es lunes, es el primer día de clases. Un nuevo semestre inicia y el muchacho debe alistarse para ir a la universidad después de unas aburridas vacaciones en las que estuvo, mayormente, en la hacienda de sus abuelos, a unas tres horas de la ciudad.

Mientras está en la ducha, pone atención a la erección que lo acompaña, la cual trató de ignorar hace unos momentos. Es hombre, es normal levantarse con una erección entre las piernas. Decide entonces masturbarse para empezar el día con una sonrisa…

¿En qué puede pensar mientras lo hace? ¿Quién será el protagonista de sus fantasías esta vez?... El vecino es una buena opción, y no sería la primera vez que se masturbaría pensando en él. No, mejor Jonathan, el chamo con quien estuvo saliendo el semestre pasado y quien es dueño además de un envidiable físico, producto del fútbol.

¿Y qué tal si mejor piensa en MasterTOP ?... Ya ha pasado un mes desde aquella noche en la que se conocieron. Fue la única –y última– vez que hablaron. Ese hombre de 36 años y un sexy tatuaje no volvió a iniciar sesión desde entonces.

Bah, recordar aquel abandono le bajó la erección así que mejor ducharse rápido y alistarse para irse.

Su mamá le sirvió unas panquecas con queso y miel, uno de sus desayunos favoritos. Su papá, como siempre, se vestía con una inmensurable paciencia mientras veía las noticias en la televisión.

Después de desayunar cogió su bolso y se dirigió al garaje, donde estaba el carro de su papá.

—     ¡Leonardo apúrate, el muchacho va a llegar tarde a la universidad! —gritó la madre de Adriano.

—     Ya voy, mujer. Termino de ponerme la corbata y voy…

Adriano no pudo evitar dibujar una ligera sonrisa en su cara. Sus padres se amaban como nadie, pero se pasaban el día discutiendo por cualquier tontería. En ese momento, vibra su teléfono al recibir un mensaje:

“Hola, buenos días. Si llegas antes que yo, guárdame un puesto junto a ti, por favor. Estoy atrapado en el tráfico”

Era Jonathan, quien le había escrito unas doscientas veces en las últimas semanas.

Adriano no lo odiaba, en el fondo le tenía cariño, es más, le gustaba. Es solo que no podía perdonar lo que le había hecho. Ellos tenían una relación, se podía decir que eran novios, aunque solo llevasen un par de meses juntos. Se habían conocido en la universidad.

Todo era bonito y especial, como lo es siempre al principio de todas las relaciones, pero Jonathan era un chamo muy atractivo, de piel bronceada, muy atlético, piernas marcadas por los músculos que sobresalían y un abdomen que parecía perfectamente dibujado. De ojos oscuros, tal vez color café, cabello negro. Sus labios eran increíblemente sexies y además era el delantero estrella del equipo de fútbol local, y tenía a hombres y mujeres detrás de él. Una noche, mientras Adriano iba con Carla y Vicente –sus dos mejores amigos– a ver el estreno de una película, vio a Jonathan besándose con una hermosa muchacha en la entrada del cine. Su corazón se partió en mil pedazos.

Jonathan, desde entonces, ha estado pidiéndole perdón a Adriano, ha ido a su casa a llevarle chocolates, flores, peluches y todas esas cosas que se nos ocurren a los hombres cuando queremos pedir perdón. Le aseguró que fue un desliz y que no lo volvería a hacer, incluso dejó de hablarle a aquella muchacha, pero el orgullo de Adriano siempre fue mayor.

Hoy, como es costumbre, Adriano ignora su mensaje, y en cuanto el señor Leonardo sale con la corbata bien puesta, el joven muchacho se monta en el carro que lo llevará hasta la puerta de la universidad.

-o-o-o-

—     ¡Ey, qué más marico, ¿todo fino?! —le saluda su amigo Vicente.

—     Sí, todo bien… ¿Cómo estuvieron tus vacaciones? —Contesta Adriano.

—     De pinga, fuimos al Puerto con mis tíos. Anduve en la lancha de mi papá y me controlé unas cuantas chamitas bien por allá. ¿Y las tuyas qué tal? ¿Cómo estuvo eso en el campo con tus viejos?

—     Como siempre, sin tecnología. Tú sabes que por allá no hay buena señal así que mis actividades eran básicamente leer y escuchar música. De vez en cuando salía a dar unas vueltas por ahí a caballo, pero nah… normal pues.

—     Jajaja, “el llanero solitario” y tal…

—     Sí, algo así —dijo Adriano con algo  de dejadez.

Vicente es uno de esos amigos incondicionales con los que Adriano podría contar. Es un chamo de esos “pavitos”, que le da mucha importancia a las apariencias y al qué dirán, pero no se puede negar que tiene un gran corazón. Mide 1,82 m, es de piel canela y nariz perfilada. Su cuerpo atlético producto de horas en el gimnasio, está adornado siempre con la mejor ropa de marca. Adriano y él se conocen desde niños, han estudiando juntos toda la vida, se podría decir que son como hermanos. Por eso a Vicente no le hace mucha gracia que Jonathan siga buscando a Adriano después de lo que pasó… Pero bueno, él trata de no meterse mucho en eso.

Carla es otra de las personas más importantes para Adriano, y aunque apenas se conocieron en la universidad, el lazo que los une es muy fuerte. Ella es blanca, delgada, de cabello negro hasta los hombros. Sus ojos son grises y sus pestañas abundantes. Adriano ha sido un confidente para ella, cada vez que tiene problemas con su mamá y su padrastro. Él la entiende y la apoya.

Ambos, Carla y Vicente, quieren mucho a Adriano, saben de la orientación sexual de su amigo y siempre lo han apoyado. Es un trío inseparable.

Los tres toman asiento en el salón de clases. A los pocos minutos llega Jonathan, quien descubre que la petición hecha vía mensaje de texto fue ignorada, por lo que se sienta en uno de los últimos puestos, no sin antes mirar fijamente a Adriano, como quien contempla una obra de arte, pero el bello Adonis no hace más que desviar su mirada.

La mañana transcurre con total normalidad. Así pasa un par de horas.

—     Bien muchachos —dice la señora Hinojosa—, esto se resume en que Aquiles y Agamenón tienen una constante competencia. Es el orgullo el que no los deja darse la mano y disculparse. Pero en el canto XIX, Aquiles se reconcilia con Agamenón, quien le devuelve a Briseida y además le da otros regalos… También le jura a Aquiles que nunca estuvo con Briseida.

En ese momento suena el tan esperado timbre que le da fin a la clase de literatura. Los estudiantes salen del salón, algunos a desayunar, otros a despejar la mente, dar una vuelta, pues tenían veinte minutos hasta la siguiente clase.

Adriano, Carla y Vicente van por el pasillo rumbo al cafetín cuando Jonathan los intercepta.

—     Adriano, necesito hablar contigo. De pana.

Carla y Vicente ven a su amigo, esperando una respuesta.

—     Pues de pana yo no tengo nada que hablar contigo —responde Adriano.

—     No, sí tienes… Sí tenemos —insiste Jonathan.

Vicente interviene.

—     Coño marico de pana supéralo. Quiérete. Si Adriano no quiere hablar contigo, no quiere y punto.

—     ¡Tú no te metas que no es contigo! —le responde Jonathan, y vuelve a Adriano—. ¿Entonces? ¿Ni siquiera puedes escucharme unos minutos?

Adriano lo mira fijamente. Claro que quiere hablar con Jonathan, muere por hacerlo, pero su orgullo es mayor… Hasta que Carla aporta un poco de luz en la situación.

—     Yo creo que deberías darle una oportunidad —dice ella—, o por lo menos escuchar lo tiene que decir. ¿Por qué no van a hablar solos a un sitio? Detrás de la biblioteca o tómense ambos un jugo en el cafetín, si quieren.

Vicente no puede creer lo que Carla está diciendo, ambos vieron lo que Adriano sufrió cuando encontraron a Jonathan en el cine con aquella rubia despampanante. Pero al fin y al cabo, quién es él para decidir por su amigo, es Adriano quien dice si quiere o no escuchar a Jonathan, así que como es normal en él, piensa que lo mejor es no meterse en esos asuntos.

—     Está bien, hablemos —dice Adriano, y se va junto a Jonathan.

Llegan hasta el campo de fútbol de la universidad, que en ese momento está desierto, y se sientan en las gradas.

Adriano mira fijamente hacia algún punto al azar en el campo. Jonathan en cambio, no puede apartar sus ojos del rostro angelical de su acompañante. Al cabo de varios segundos, fija la mirada en el campo de fútbol también.

—     Me gusta venir aquí —dice Jonathan—. Es un lugar donde puedes relajarte y pensar las cosas.

—     Sí, lo sé. Cada vez que tienes algún problema vienes y te descargas con un pobre balón que no tiene culpa de nada.

—     Es mejor hacer eso que —piensa un momento—… Bueno, sirve para drenar. A ti, en cambio, te gusta drenar escuchando música. Y ojo, ni siquiera buena música, sino esos “guachi-guachi” que ni tú entiendes.

—     ¡Claro que los entiendo! ¿Qué te pasa?... Además, no es “guachi-guachi”, es dancefloor, que es mucho mejor que el rock ese que tú escuchas. ¡Eso sí que es inentendible! Jajaja…

Jonathan mira a Adriano unos segundos.

—     No cambiaría ningún rock, “guachi-guachi” ni ningún balón de fútbol por esa sonrisa —le dice.

Adriano deja de sonreír, pero no puede ocultar el rubor que comienza a formarse en sus mejillas. Se toma unos segundos, respira profundo y le confiesa a Jonathan:

—     Yo te quería…

—     ¿Me querías?... ¿Ya no?

—     O te quiero, no sé. O sí sé… Es que… Estábamos tan bien, ¿por qué tenías que cagarla de esa manera?

—     Te he pedido perdón mil veces por eso, y te pediría perdón mil veces más. Lo que pasó con esa chama no fue nada bonito, lo sé, pero entiende que ella no tiene importancia para mí, te lo juro. Era una admiradora que se metió en los vestidores, y frente a todo el equipo dijo que quería salir conmigo. Yo no… Adriano, yo no soy como tú, no puedo ser como tú. Mis papás no saben que me gustan los hombres, ¡nadie en la familia! Aquí tampoco, nadie en la universidad lo sabe excepto tus amigos y tú. Mi vida no es como la tuya. Tú sabes que mi papá es un empresario exitoso, espera lanzarse como candidato para la elección de alcalde. Mi mamá es un ama de casa entregada. Somos el modelo de familia perfecta, aunque por dentro seamos una mierda de familia, aunque mi papá se acueste con una mujer diferente cada noche y trate mal a mi mamá, aunque espere que yo siga los pasos de él y que sea un ejemplo para mi hermanita… Adriano tú sabes que el fútbol es mi vida, y apenas puedo practicarlo sin que mi papá me forme un rollo por eso. Siempre me dice que espera el día en que deje el fútbol para dedicarme a sus empresas… Hasta ha llegado a decir que espera verme lesionado para dejar esto.

—     Sí Jonathan, yo te entiendo pero, ¿eso qué tiene que ver con que te beses con una chama en el cine?

—     ¡Claro que tiene que ver! Como te digo, ella llegó ahí y dijo que le gustaba, que quería salir conmigo, me lo dijo frente a todo el equipo… ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que le dijera “no, disculpa, tengo novio”?... ¡¿Frente a los muchachos?!

—     No, pero pudiste decirle que tenías novia y problema resuelto. Sin entrar en detalles.

—     Por Dios amor, los muchachos del equipo me conocen, saben que no tengo novia. Si me negaba con cualquier excusa barata podría correrse un chisme que me costaría la plástica vida social que tengo y… ¡Mi papá! No me quiero ni imaginar lo que diría mi papá, lo que haría. Pensé que lo mejor era aceptarle una salida a esa chama, que ni recuerdo cómo se llamaba, y ser un patán con ella, para que perdiese el encanto y no me buscara más. Pero al parecer a las mujeres les encanta un patán. Saliendo de la sala de cine, me abrazó y me dio un beso, que fue lo que tú viste. Te juro que lo que te estoy diciendo es cierto.

Adriano se mantuvo en silencio, con la mirada perdida… Jonathan siguió:

—     Cuando me di cuenta que tú y tus amigos me habían visto, fui tras de ti, pero tú te ibas, Carla te seguía y Vicente me detuvo. Me dijo que lo mejor era que hablase contigo luego. Al volver con la chama le comenté que estaba saliendo con alguien y que su amiga nos había visto, señalando a Carla. Le pedí que no me buscara más y ella accedió, alegando que de haber sabido que estaba con alguien no hubiera salido conmigo y menos me hubiera besado. Estaba apenada, en serio.

Jonathan esperó un momento alguna respuesta de Adriano, quien se mantuvo en silencio.

—     Adriano —siguió—, tú eres una de las cosas más bonitas que me ha pasado. Tú me entiendes, contigo puedo ser yo mismo. Por favor no me abandones por un malentendido.

Adriano alzó la mirada y logró ver a Jonathan a los ojos. Los ojos no mienten, y justo ahí, en ese momento se dio cuenta de que Jonathan estaba diciendo la verdad. No pudo contenerse y le dio un abrazo.

—     ¿Esto qué quiere decir? —preguntó Jonathan.

—     Que te quiero, y que quiero estar contigo.

Jonathan, fuera de sí, acercó sus labios hasta los de Adriano y le propinó un beso como nunca antes había besado. Era el beso más puro, el más bonito y más sincero que daba en su vida…

Que mal que alguien habría estado observándolos desde lejos.

(Continuará...)