Tonos grises (cap. 6)

Un momento... No puede ser, Adriano estaba frente a MasterTOP.

Un conjunto de emociones invaden a Adriano. Estaba frente a aquel hombre que conoció en una sala de chat, con quien se había masturbado plácidamente por webcam, a quien había deseado durante muchas noches y con el cual no hablaba desde hace mucho. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?

En ese momento, Rodrigo, ahora MasterTOP , empieza a moverse, está despertando. Adriano resuelve ir directo al baño para darse una ducha y pensar mejor las cosas.

-o-o-o-

Es lunes, Adriano llega a la universidad como siempre. Se encuentra con sus amigos y les cuenta la travesía que había pasado hace unos días con su profesor de estadística, sin dar muchos detalles.

—   ¿Y se quedaron en la misma habitación? —pregunta Carla emocionada.

—   Sí, pero él durmió en una cama y yo en otra. De verdad no crean que pasó algo.

—   ¡Ay que envidia! —continúa la muchacha— No importa que no pase nada pero solo con ver al profesor Rodrigo en una cama al lado de la tuya… debe ser orgásmico eso.

—   Algo así, jaja… —responde un Adriano algo sonrojado.

—   Pues yo creo —interviene Vicente— que ustedes están dándole mucha importancia a ese tipo. Sí, puede ser medio simpático y tal, pero tampoco es como para que se anden babeando así.

—   A ti te gustan las mujeres, no nos entenderías —concluye Carla con una sonrisa.

Jonathan está sentado en su mesa, enmudecido, perdido. Esto llama la atención de Adriano pero trata de ignorarlo. La señora Hinojosa entra al salón para iniciar su clase de literatura.

Después de una breve introducción, la profesora se dedica a hablar de lo que les ocupa el día de hoy:

—   La obra de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, es una narración detallista de sensaciones. Proust es capaz de hacer entrar al lector en su obra, lo atrapa porque une el lenguaje al sentimiento, convirtiendo el leer en un espejo que nos permite ver nuestros propios sentimientos formando parte de la novela.

Algunos jóvenes escuchan con atención, otros distraídos, como siempre. Adriano está atento a lo que dice la profesora Hinojosa, quien prosigue:

—   El autor analiza los sentimientos y las percepciones. Una de las tantas frases de la obra, por ejemplo, dice “si deseamos comprender lo bonita que ha sido una mujer no basta con mirarla, hay que traducir facción a facción”.

Esta última frase hacía eco en la mente de Adriano. “No basta con mirarla, hay que traducir facción a facción”…

De esta manera la clase continúa, la profesora les deja una asignación para la semana siguiente y suena el timbre que les da a los jóvenes unos cuantos minutos para desayunar antes de la próxima clase.

Jonathan se levanta, agarra su bolso y sale en completo silencio del salón. A Adriano sigue llamándole la atención el comportamiento de Jonathan, él que lo conocía muy bien, sabía que algo le estaba pasando. “Vayan ustedes al cafetín, yo los alcanzo en un rato” dijo a sus amigos y se dedicó a buscar a su ex.

No era muy difícil en realidad, Adriano sabía adónde ir cuando Jonathan tenía un problema. Y sí, ahí estaba. Sentado en las gradas del campo de fútbol de la universidad, solo, simplemente observando a unos muchachos que jugaban en el engramado.

—   Hola —dice Adriano tímidamente al acercarse a Jonathan.

—   Hola —responde secamente Jonathan.

—   ¿Puedo sentarme contigo?

Jonathan levanta la mirada y observa a Adriano por unos segundos.

—   Sí, claro, siéntate. Las gradas son libres para el que quiera sentarse.

—   Entiendo —responde Adriano un tanto desconcertado mientras se sienta en las gradas junto a su ex—… ¿Y cómo estás?

—   ¿De verdad te importa o es una pregunta de cortesía?

Adriano no logra entender a ciencia cierta qué le pasa al futbolista, sabía que tenía un problema, era evidente, ¿pero por qué era tratado así? No era justo, al menos desde el punto de vista de Adriano.

—   Jonathan, entiendo que hayamos terminado y que tal vez estés molesto por eso, pero estás siendo injusto al tratarme así. Simplemente te veo extraño, diferente, y quiero saber qué te pasa…

—   ¿Y por qué debería importarte? Ya no somos nada.

—   Sí, es verdad, pero nadie deja de querer de la noche a la mañana. Y aunque ya no seamos novios, aunque ya no nos amemos como antes, igual me importas. Me preocupa saber que te pase algo y quisiera ayudarte si estuviese en mis manos.

—   Si puedes regresar el tiempo entonces sí podrías ayudarme.

Una pausa se hace en la conversación. Solo se escucha el alboroto de quienes juegan fútbol en la cancha. Jonathan entonces continúa:

—   Quisiera volver al maldito día en que te conocí, o mejor aún, al día en el que pensé inscribirme en esta maldita universidad; y cambiarlo todo.

—   ¿De qué estás hablando? ¿Por qué dices eso?

—   ¿Que por qué lo digo? Adriano, mi vida era perfecta antes de conocerte. Tenía novias, no una, varias; era un chamo superexitoso en todos los aspectos, en el colegio, socialmente, con mis panas, con mi fútbol… Mi familia esperaba lo mejor de mí y yo siempre se lo di hasta que llegaste tú a mi vida y todo cambió...

—   Piensa bien lo que estás diciendo —interrumpe Adriano con voz entrecortada. Estaba dolido.

—   Lo he pensado en los últimos días y es así. Estoy claro en lo que digo.

—   Muy bien, pues ya no tienes que preocuparte. ¡Eres libre, Jonathan! Ya puedes hacer con tu vida lo que te dé la gana, tener diez novias si quieres, o cien, o mil… Puedes jugar fútbol, estudiar, hasta cambiarte de universidad si eso te hace feliz, y complacer a tu familia tal y como quieres… ¿Pero sabes una cosa? A pesar de lo mal que pudiésemos estar ahora, yo no cambiaría ni un solo minuto que pasé contigo, porque para mí fue mágico.

Adriano se detiene un momento a pensar y continúa ya un poco más calmado.

—   Siempre he pensado que no debemos arrepentirnos de lo que hacemos. Las cosas buenas se convierten en bonitos recuerdos y las malas en lecciones aprendidas, nos hacen más fuertes, más sabios. ¿Quieres cambiar el pasado? Pues bien, inténtalo.

Jonathan solo escucha en silencio, tiene un nudo en la garganta y teme que al soltar una sola palabra, ese nudo pudiese desenlazarse y convertirse en lágrimas, y si hay algo que Jonathan odia, es que lo vean llorar.

—   Me voy —dice Adriano—. Te dejo para que disfrutes tranquilo el juego.

—   Por favor no te vayas —en ese momento el joven futbolista se llena de valentía y toma a Adriano por un brazo—. Por favor...

—   Pues bien —Adriano se sienta de nuevo—, yo me quedo pero tú me vas a decir qué es lo que te pasa realmente, porque te conozco, y hay algo que no has querido decirme.

—   Está bien, yo voy a decirte todo lo que quieras, pero no aquí. Vamos a un lugar más privado.

—   ¿Ahora?

—   No si no quieres, puede ser al salir de clases. Y no te preocupes que no va a pasar nada, es solo que necesito de verdad hablar contigo, pero no quiero que sea aquí.

Después de pensarlo un momento, Adriano acepta la propuesta de Jonathan, al fin y al cabo, como él mismo lo dijo, nadie deja de querer de la noche a la mañana, y aunque ya no sienta lo mismo por Jonathan, aún le importa y quisiera ayudarlo.

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Esa tarde, lejos de la universidad, en la comodidad de su hogar el profesor Rodrigo Cabezas revisa unas evaluaciones que le entregaron sus estudiantes.

Después de varias páginas leyendo, analizando, asignando calificaciones, se encuentra por fin con el examen del joven Adriano Montalbán. Ah, Adriano… aquel muchacho de cabello castaño y ondulado, con un piercing en una de sus pobladas cejas, de mirada profunda, ojos miel y largas pestañas. Es imposible para Rodrigo mantenerse sereno mientras recuerda la belleza de Adriano.

La caligrafía del joven Adonis es muy ordenada, de trazos finos, sin tachaduras de ningún tipo… hasta escribiendo era perfecto el condenado.

Rodrigo, en ese momento, deja de ser el profesor de estadística para volverse MasterTOP , el hombre que meses atrás se hizo una memorable paja por webcam con el estudiante universitario.

Algo en la entrepierna de MasterTOP comienza a cobrar vida, siente cómo la sangre caliente de su cuerpo se concentra solo en uno de sus órganos, su gran miembro por ahora flácido.

Recordar los labios rosados y carnosos del muchacho hace que poco a poco el güevo del profesor se endurezca. Coloca una de sus manos sobre el short de algodón, que es la única ropa que lleva puesta, y empieza a acariciarse. Sobre la tela puede sentir su verga cada vez más grande, cada vez más dura… Adriano, si tan solo supieras lo que causas…

La figura del jovencito comienza a dibujarse frente a MasterTOP , sin camisa, mostrando aquel cuerpo delgado, blanco, con pecas en los hombros y espalda, completamente lampiño… Desnudo, así lo imaginaba el profesor.

En ese momento la tela estorba, así que MasterTOP se baja el short para observar su gran güevo que para ese entonces había cobrado una notable longitud, casi en total rigidez. Escupe en su mano y comienza a sobarse así, para sentir la cálida lubricación que otorga su saliva sobre aquel mástil.

Adriano, bello y lozano, se arrodilla frente a MasterTOP , inclina su cabeza, abre sus sensuales labios e introduce la verga del profesor en su boca, la moja con su saliva, es un experto mamador el muchachito.

La verga oscura de MasterTOP hacía un contraste espectacular con la blancura de Adriano y el rosa de sus labios. La imagen del muchacho era delicada, inmaculada, perfecta, en cambio el miembro de aquel hombre, además de oscuro, estaba lleno de vellos en su base, con una cantidad de venas que se marcaban a lo largo de sus veintidós centímetros y una ligera curvatura hacia la izquierda que le otorgaba cierta sensualidad.

MasterTOP escupió nuevamente en su mano y siguió dándose placer, satisfaciéndose a sí mismo mientras imaginaba al jovencito de labios rosados mamándole el güevo. ¡Qué perfecto sería tenerlo ahí de verdad!

Pero el hecho de ser imaginado, no lo hacía menos placentero. MasterTOP siguió dándose cada vez con más intensidad, con mayor rapidez… deseaba ver su blanca y espesa leche sobre el rostro de aquel joven. Oh sí, qué increíble sería ver el rostro angelical de aquel muchachito de largas pestañas y labios rosados, bañado en chorros de leche saliendo de la oscura y venosa verga del profesor.

Como si lo estuviese viendo de verdad, aquel hombre, aumentando el ritmo, la presión, sintiendo su mano llena de saliva pajeando su gran miembro viril, siente cómo la leche concentrada en sus huevos comienza a salir disparada. Un chorro de semen blanco, caliente y espeso cae sobre su torso y llega hasta su cuello, luego otro con más potencia llega hasta sus labios, y otro más que no pasa del pecho para finalizar con un último que cae sobre su abdomen. ¡Cuatro potentes chorros!

MasterTop se saborea los labios para probar el néctar agridulce que acaba de expulsar mientras su verga sigue babeando aquel líquido blanco, caliente y espeso.

¡Ufff… Qué pajazo! No se pajeaba así desde el viernes que llegó a su casa y recordó lo que había vivido con Adriano la noche del jueves.

Era evidente que MasterTOP , ahora Rodrigo, deseaba al muchachito, pero era el profesor de estadística, y solo eso debía ser.

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—   Gracias por invitarme a tu casa —dice Jonathan mientras se sienta en un puff , en un rincón del cuarto de Adriano.

—   No te preocupes, aquí eres siempre bienvenido. Tú sabes que mis papás no se enrollan con eso.

—   Sí, lo sé… ¿Y tú?

—   ¿Y yo qué? —pregunta Adriano un tanto desconcertado.

—   ¿Y tú te enrollas?

—   Jaja… ¿A dónde quieres llegar?

Jonathan simplemente sonríe.

—   Bueno Jonathan, en realidad te invité para que hablemos bien y me cuentes qué te pasa.

El futbolista permanece en silencio durante unos segundos, y se atreve a decir:

—   Me pasa que me haces mucha falta chamito. Me hace falta verte más allá que como un compañero de clases, me hace falta hablar contigo, ver de cerca tu sonrisa perfecta, besar tus labios tan suaves…

—   Jonathan lo siento, no te confundas. Tú y yo ya no tenemos nada.

En ese momento Jonathan se levanta y se pone frente a Adriano que ya estaba de pie, lo toma por la cintura y lo acerca a él. Mirándolo directo a los ojos, con sus labios a escasos centímetros unos de los otros, respirando el mismo aliento, le pregunta:

—   ¿Estás seguro que no tenemos nada? ¿Todo lo que vivimos, todo lo que todavía sentimos…?

—   Jonathan ya, deja el fastidio, suéltame —dice Adriano desviando la mirada, con una voz temblorosa y unas evidentes mejillas enrojecidas.

—   Yo te suelto, pero si me dices que no sientes nada por mí… mirándome directo a los ojos.

Claro que sentía algo por él, y teniéndolo así, pegado junto a él, sintiendo el calor de su cuerpo… para Adriano no era nada fácil aquella situación y no puede hacer otra cosa que estar en silencio.

—   Lo sabía —continúa Jonathan, acercando sus labios a los del joven muchacho.

Los examantes se vuelven uno solo mediante un beso tan cálido y sutil como aquellos que se daban en sus mejores momentos. Adriano no sabe qué podría pasar ahora…

(Continuará…)