Tonos grises (cap. 5)

De repente todo pareció irreal, el carro se salió de la vía, el sonido de los cauchos patinando sobre el pavimento se apoderó del ambiente y Rodrigo solo pudo intentar pisar el freno sin tener éxito en su acción… El carro se estrelló contra unos árboles.

—   ¿Estás bien? —pregunta el profesor preocupado, con un instinto de protección.

—   Sí, estoy bien —responde el muchacho—. Ya veo por qué tantas campañas sobre el uso del cinturón de seguridad… Ey, pero, estás sangrando… ¿Tú estás bien?

—   Bueno creo que me golpeé la cabeza con el volante pero estoy bien, es solo un golpe.

Rodrigo sale del carro, aún con el torrencial aguacero, para examinar el estado de su vehículo. El Dodge Caliber negro estaba incrustado entre dos pinos a la orilla de la carretera. El profesor vuelve a entrar, todo mojado, y luego de revisar como buscando algo, exclamó:

—   ¡Mierda, dejé el teléfono sobre el escritorio!… Disculpa, dejé el teléfono sobre el escritorio.

—   No se preocupe profe, puede hablar como quiera. Ya no estamos en la universidad y la verdad yo no estoy muy ajeno a esas expresiones. Me preocupa más el carro, ¿cómo lo ve?

—   Bueno, por ahora no podemos rodar más. Tendremos que llamar a alguien que nos auxilie, una grúa tal vez. ¿Tienes tu teléfono allí?

—   Eh… sí, pero me quedé sin batería antes de salir de la universidad —concluye Adriano algo apenado.

El profesor Rodrigo analiza la situación por unos minutos.

—   Más adelante sé que hay una posada —resuelve—, como a un kilómetro de aquí. Tendremos que caminar un buen rato bajo la lluvia, pero seguramente ahí alguien pueda auxiliarnos o prestarnos un teléfono. ¿Vamos?... ¿o prefieres esperar aquí?

—   ¿Está loco? No voy a quedarme solo aquí. Vamos, no importa.

Ambos salen del carro, resguardando las cosas de valor, y empiezan a caminar.

Son casi las 9 pm, la solitaria carretera se vuelve cada vez más tenebrosa y además el agua que moja sus cuerpos está muy fría, por lo que resuelven acelerar el paso y ponerse a trotar. Así se mantendrán calientes y llegarán más rápido.

Después de varios minutos logran llegar a una modesta posada. En la entrada se observa una especie de jardín con muchas plantas y la fachada es algo rural, parece un lugar acogedor. En el estacionamiento se observa una cantidad considerable de carros, tal vez muchos buscando refugio de la lluvia. Entran y se encuentran con un recibidor que tiene una luz cálida, justo lo que necesitan. Al fondo está una especie de recepción con una bonita vasija llena de flores. Pero no hay nadie, así que Rodrigo toca una especie de timbre para que al momento salga desde un pasillo un hombre de avanzada edad, con mirada gentil.

—   Buenas noches, señor —inicia el profesor.

—   Buenas —responde el anciano—… los agarró la lluvia, por lo que veo. Ya les asigno la habitación…

—   No, muchas gracias. La verdad acabamos de tener un accidente con el carro, nos gustaría más bien si pudiese ser tan amable de facilitarnos un teléfono para llamar a un servicio de grúa.

Adriano estaba en silencio, observando cada detalle de aquel lugar tan acogedor.

—   Sí, cómo no. Pueden usar este —dice amablemente el señor mientras le acerca un teléfono a Rodrigo—. ¿Están bien? Pueden llamar a quien necesiten. ¡Julia, ven acá!

—   Muchas gracias, señor, de verdad. Sí, estamos bien. ¿Tú cómo se sientes, Adriano?

—   Yo estoy bien, gracias —dice el muchacho con una sonrisa.

Del mismo pasillo de donde había salido el amable viejo, sale una señora aproximadamente de la misma edad, con una mirada igual de noble.

—   Julia —dice el anciano—, ellos acaban de tener un accidente, pero están bien. ¿Por qué no les traes un cafecito y una toalla para que se recuperen del frío?

—   ¡Oh, claro que sí! Un momento. Café para el señor, ¿y para el joven igual?

—   No, yo… solo agua, gracias —responde Adriano.

Rodrigo hace un par de llamadas, pero recibe la noticia de que el servicio de grúas no está disponible sino hasta tempranas horas de la mañana. No le queda de otra que pedir una habitación para quedarse y le dice a Adriano que llame a casa de sus padres para que vayan a buscarlo.

El muchacho toma el teléfono y emula hacer la llamada. En el fondo, sabía que era una oportunidad única, podría quedarse toda la noche con el sensual profesor de estadística.

—   No atiende nadie —dice Adriano y simula hacer un par de llamadas más—, deben estar dormidos o tal vez no estén en casa. No sé qué hacer.

—   Bueno —añade Rodrigo—, no sé si sea conveniente pero debido a las circunstancias, podría pagarte una habitación también para que pases la noche aquí. No sé si estará bien o si prefieres seguir intentando llamar a tus padres.

—   Eh —interrumpe el anciano—, es que solamente nos queda disponible una habitación. Es grande, familiar, tienen ahí dos camas individuales y una matrimonial. Hay otra habitación individual, pero les sale más barato hospedarse en la familiar que pagar por las dos… a menos que quieran pedir las dos habitaciones, claro.

—   ¿Tú qué dices, Adriano? ¿Tienes problema con quedarte en la misma habitación?

—   No, profe, no hay problema. Con tal de tener un sitio donde dormir y poder darme una ducha caliente, todo está bien.

—   Está bien, vamos a hospedarnos en la familiar entonces —concluye Rodrigo.

En eso llega la señora Julia con un café para Rodrigo y un té endulzado miel para Adriano, además de un par de toallas.

—   Tengan, para que se sequen, se calienten un poco y se sientan mejor.

—   Igual se van a quedar, mujer —interviene el viejo amable.

—   ¡Ah que bueno! Ya les preparo la habitación entonces…

—   Muchas gracias —responden al unísono Rodrigo y Adriano, quienes no podían estar más cómodos con la atención recibida.

En menos de veinte minutos, los dos huéspedes se encontraban en una amplia habitación de paredes rústicas, techo alto de madera y una luz bastante cálida y confortable, como en el resto de la posada. Efectivamente habían tres camas: una matrimonial en el centro de la habitación, y dos individuales repartidas en dos rincones. Cerca de la cama matrimonial se encontraba la puerta del baño.

—   Qué noche, ¿no? —dice Adriano para romper el silencio y la tensión que se concentraban en el lugar.

—   Sí… ando un poco estresado por lo del carro en realidad. Espero que la gente de la grúa llegue temprano en la mañana.

—   Claro…

—   ¿Te vas a bañar entonces? Aprovecha el tiempo, que mientras más dures con esa ropa mojada más probabilidad hay de que te enfermes.

—   “Probabilidad” —repite Adriano—. Está bien, profesor de estadística —y con una sonrisa abre la puerta del baño.

El joven muchacho entra al baño y comienza a desvestirse pero sin cerrar la puerta, algo de exhibicionismo formaba parte de la personalidad de Adriano, y más aún si la persona que lo vería es el mismo profesor Rodrigo Cabezas, con quien había fantaseado anteriormente.

Rodrigo, por su parte, camina por toda la habitación, impaciente. Adriano nota que su profesor no le pone atención así que decide meterse a la ducha sin más.

Minutos más tarde sale del baño con la toalla enrollada en la cintura. “Listo, te toca” le dice a su profesor. Rodrigo se dirige al baño, pero a diferencia de su joven alumno, cierra la puerta. No quiere ser observado.

Adriano termina de secarse con la toalla, pero no tiene ropa seca que ponerse, así que asume otro reto con aún más osadía. Se acuesta así desnudo sobre una de las camas individuales, solo con la sábana encima. Además, ¿qué otra cosa podría hacer sin tener nada que ponerse?

Pasados unos diez minutos, Rodrigo sale del baño. Adriano lo observa. Se había duchado, efectivamente, pero el profesor había vuelto a ponerse la camisa mojada, desabotonada, pero la tenía puesta. En la parte baja no tenía pantalón, solo un interior gris cubría aquel paquete con el que Adriano había soñado varias veces… sin embargo, el largo de la camisa no permitía apreciarlo en todo su esplendor.

—   ¿Vas a dormir con la camisa mojada? —pregunta Adriano.

—   Sí, estoy más cómodo así.

—   Jeje, está bien. Aunque creo que el que va a terminar enfermo no voy a ser yo.

—   Jajaja… yo no me enfermo. A mis 36 años hago mucho ejercicio, me alimento bien, siempre estoy saludable.

—   Oooh… pues que así sea —concluye el joven con una sarcástica sonrisa.

Rodrigo se acuesta en la cama matrimonial y ambos se disponen a dormir. Con la luz apagada, cada quien en su cama intentó dormir, pero estaban ansiosos, preocupados. Pensando.

—   Tus papás deben estar preocupados —habla Rodrigo—, siento mucha pena con ellos.

—   Sí, supongo. Mañana cuando les cuente todo sé que entenderán.

—   ¿Y no crees que se molesten conmigo? Digo, ocasioné un accidente donde gracias a Dios no nos pasó nada pero pudo haber sucedido, las probabilidades están. Luego traigo a su hijo a una posada, y honestamente soy un completo desconocido para ellos.

—   Rodrigo… ¿Puedo tutearte?

—   Sí, claro.

—   Bueno, Rodrigo, no te sientas culpable. Las cosas pasaron así y ya. Además, peor habría sido que me dejaras solo en la universidad con esa lluvia. Sé y ellos sabrán que lo que has hecho ha sido con las mejores intenciones.

Un silencio se ocupa de la habitación por unos segundos.

—   Eres bastante maduro para tu edad —agrega Rodrigo.

—   Sí, así me han dicho, jeje… ¿Y en su casa no estarán preocupados? No sé, su esposa, sus hijos… ¿Tiene hijos?

—   Sí, bueno no…

—   ¿Cómo es eso?

Nuevamente se hace un silencio, esta vez más largo. Rodrigo continúa:

—   Tuve un hijo. Tuve una esposa. Tuve una familia.

—   ¿Y qué pasó con ellos?

—   Ya no están. Una noche, hace dos años, viajábamos a casa de mi suegra. Era una noche tormentosa, algo parecida a esta. Se atravesó un camión, intenté frenar pero el pavimento mojado no ayudó, maniobré con el volante y terminamos chocando contra un cerro, directamente contra la roca sólida. Mi esposa falleció en el instante, mi hijo murió horas después, en el hospital. Yo tuve algunas fracturas pero ningún dolor físico se comparó con el dolor emocional que sentí.

Rodrigo, con un nudo en la garganta, deja de hablar. Adriano interviene:

—   Guao, entiendo. Debe ser muy difícil. Lo siento.

—   No te preocupes. Pero ahora entiendes por qué es fácil sentirme culpable. En el fondo sé que no tuve la culpa, pero pude haber hecho más.

—   Pues… no sé qué decirte.

—   No tienes que decir nada, más bien disculpa por contarte estas cosas.

—   No, no te disculpes. Yo te pregunté. Gracias por contármelas y confiar en mí… ¿Y cómo se llamaban?

—   Ella Mónica, mi hijo se llamaba Ismael.

—   Bonito nombre. Ahora es el angelito Ismael.

El profesor mira a Adriano y le sonríe, agradeciendo sus palabras.

Adriano ya no está pensando en sexo. Por su mente pasan una gran cantidad de pensamientos, sentimientos, emociones. Decide que lo mejor es dormir.

-o-o-o-

El sonido de los pajaritos cantando hace a Adriano abrir los ojos. Aún es muy temprano, poco más de las 5 am, el sol no ha terminado de salir y a un par de metros el profesor Rodrigo seguía dormido.

Pero como es costumbre, Adriano despertó con una erección entre sus piernas, y como estaba desnudo, el roce de las sábanas la hacía más pronunciada. Pensó que era el momento ideal para una paja.

El joven muchacho comenzó a tocarse mientras miraba de reojo a Rodrigo. Sí, era un hombre muy sensual, de piel bronceada con un cuerpo evidentemente formado por el ejercicio. Ahora no podía detallarlo bien, pero recordó que la noche anterior pudo ver una ligera capa de vellos que cubría parte del pecho y abdomen del sexy profesor.

Rodrigo estaba desarropado en ese momento, así que a la distancia Adriano podía observar el interior gris de su acompañante que marcaba un bulto bastante prominente, al parecer Rodrigo también estaba empezando a experimentar una erección. Qué delicia debía ser darle una mamada.

El rostro de Rodrigo, muy sensual como el resto de su cuerpo, estaba de frente hacia Adriano, por lo que podían verse con claridad los labios de aquel hombre, carnosos pero muy varoniles, enmarcado por una barba tipo candado. La nariz perfilada y las cejas pobladas pero bien definidas eran el complemento ideal para la obra de arte que el joven Adonis estaba observando.

Adriano no dejaba de sobarse la verga, estaba a punto de estallar y decidió mojarse un dedo con saliva para metérselo en el culo. Mmm… aquella sensación era de las que el muchacho más disfrutaba.

Allí estaba, haciéndose una paja, tocándose el culo, deseando a su profesor que dormía a pocos metros de él. Adriano lo imaginaba completamente desnudo y la excitación no era normal. La respiración del joven se hizo cada vez más intensa, se daba con más rapidez tanto en el guevo como en el culo. Ya estaba fuera de sí, empezó a gemir sin importarle que Rodrigo pudiese despertar… de pronto esa sensación de absoluto placer se apoderó de Adriano, un chorro de traslúcida leche salió disparado de la verga del muchacho y cayó sobre su pecho, luego vino otro y otro… Era indescriptible ese momento, la emoción no podía ser mayor.

Una vez calmado y relajado, Adriano decide ir a lavarse antes de que su profesor pudiera despertar, no sin antes acercarse hasta la cama del sensual hombre para poder apreciarlo con detalle por última vez esa madrugada.

Definitivamente era muy sexy, la camisa que tenía puesta el profesor ya estaba mucho más abierta y dejaba ver el pecho abultado y fuerte de aquel hombre, cubierto de pequeños vellos también, unas tetillas oscuras muy sexys y un tatuaje en el pectoral izquierdo, bastante elegante, que decía “Ismael”.

Un momento…

En ese preciso instante Adriano tuvo un flashback y llegó a su mente la imagen de aquel hombre con quien había chateado hace unos meses, ese hombre a quien había deseado tanto y con quien no volvió a hablar… No puede ser, Adriano estaba frente a MasterTOP .

(Continuará…)