Tonos grises (cap. 4)

Han pasado un par de semanas desde que Adriano fantaseó con su profesor de estadística. Se muestra más tranquilo, pero la vida siempre nos guarda una sorpresa.

Han pasado un par de semanas desde que Adriano fantaseó con su profesor de estadística. Desde entonces no ha vuelto a hablar con Jonathan, aunque se ven todos los días en la universidad. Ezequiel no ha vuelto a meterse con ninguno de los dos, al menos no directamente, porque siempre está dispuesto a lanzar al aire algún comentario discriminatorio. Pero a pesar de todo, Adriano se muestra tranquilo, sereno. Se le ve más sonriente, se podría decir que es feliz.

El profesor Rodrigo Cabezas, además de ser el profesor más sexy que haya pisado la universidad, se convirtió en un hombre bastante carismático, jovial, muy interactivo con los muchachos. Las clases de estadística son las que ningún estudiante querría perderse, porque el profesor Rodrigo las hace interesantes con su metodología y su manera de comunicarse con los jóvenes universitarios.

Un día, después de terminada una clase sobre población, muestreo, variables y atributos, Carla se acerca al profesor Rodrigo.

—   Disculpe profe, una pregunta… ¿El examen de esto es la próxima semana, verdad?

—   Sí, así es.

—   ¿Y será posible que usted pueda explicarnos bien esta clase otra vez?

—   ¿Explicarles bien?... ¿Es que les expliqué mal?

—   Jaja, no… no es eso. Es que en realidad Vicente y yo no entendimos muy bien algunos conceptos. Adriano sí más o menos pero lo ideal sería que usted pudiera darnos un repaso o algo así…

—   La vida del estudiante —dice Rodrigo con un ligera y encantadora sonrisa—… yo también pasé por eso, los entiendo, pero es que les pregunté varias veces si había alguna pregunta y todos me contestaron que no. Ya la clase terminó.

—   Profe pero es que —el gesto de súplica de Carla es algo así como una cara de perrito regañado, de esas a las que es imposible decirles que no—, o sea, yo sé que es verdad, que usted preguntó y todo eso, pero… lo acepto, estábamos distraídos, pero si usted saca un poquito de tiempo para explicarnos a Vicente, Adriano y a mí esta clase, o sea, darnos un resumen, le prometo que vamos a estudiar bastante y vamos a sacar la mejor nota en ese examen, ¿sí va?...

Rodrigo lo piensa unos segundos.

—   Sí, está bien. Vayan los tres a mi cubículo el jueves a última hora, yo voy a estar ahí. Pero eso sí, tienen que salir bien en el examen porque si no, no habrá más condescendencia con ustedes.

—   ¡Sí profe, prometido! —le dice Carla mientras le propina un abrazo a su profesor, que por cierto tiene un perfume espectacular, y va luego a darles la buena noticia a sus amigos.

-o-o-o-

Esa tarde, Ezequiel llama a Jonathan por teléfono:

—   ¿Qué más, marico? ¿Cómo está todo?

—   Epa, todo bien… Cuéntame, ¿qué pasó?

—   Nah, bueno… quería disculparme contigo por lo que pasó hace días en la universidad. Sé que no hemos hablado bien después de eso y debes estar arrecho conmigo, lo entiendo, pero bueno, nosotros nos conocemos desde hace tiempo, somos panas. ¿Te parece si paso por ti y vamos a jugar fútbol un rato con los muchachos?

—   En realidad hoy no tengo ganas de salir —dice Jonathan algo desganado, aunque en el fondo se siente bien por recuperar a su amigo—, yo me voy a echar un baño y me voy a acostar. Nos vemos mañana en la universidad y hablamos.

—   ¿Y si voy a tu casa?... No sé, llevo una pizza, jugamos Play un rato. Marico, es que tengo un problema en mi casa y no quiero estar aquí.

—   Eh… bueno si es así, no hay rollo. Vente a mi casa y aquí hablamos entonces.

—   Está bien mi pana, gracias. Compro la pizza y me llego hasta allá.

Dicho y hecho, en pocos minutos Ezequiel estaba en casa de su amigo. La madre de Jonathan le tiene mucho cariño a Ezequiel, él y su hijo se conocen prácticamente desde niños, así que le complace mucho verlo llegar. “Sube, Jonathan está en su cuarto” le dice.

Pasan un par de horas, solo queda una rebanada de pizza en la caja y los muchachos ya están cansados de videojuegos. De repente, sin previo aviso, Ezequiel se abalanza sobre Jonathan, le hace una especie de llave, como si quisiese jugar a las peleas con su amigo.

—   Ya marico, deja la ladilla, suéltame —es la respuesta de Jonathan, quien está un poco molesto con ese gesto.

—   ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas que pasábamos horas peleando a ver quién era el más fuerte?... Y yo siempre te ganaba.

—   Sí me acuerdo pero eso fue hace siglos, ¿no estamos como grandecitos para ponernos a jugar así?

—   ¿Me tienes miedo? —pregunta Ezequiel con un tono retador—, ¿te da miedo que te apriete muy duro y te lastime?... ¿O más bien te da miedo que te apriete muy duro y te guste?

Jonathan, entendiendo perfectamente el tono burlón de su amigo, se levanta molesto y le dice que está cansado, que quiere dormir y lo mejor es que Ezequiel se vaya, pero éste, muy lejos de irse, se abalanza nuevamente sobre Jonathan.

—   ¿Sí? ¿Quieres que me vaya? ¿Estás seguro?... ¿Acaso a ustedes los maricones no les gusta que un hombre los agarre así a la fuerza?

—   Ahora sí te pasaste, maldito —alcanza a decir Jonathan mientras suelta un puñetazo en la mejilla izquierda de Ezequiel.

Ezequiel, que cayó al suelo producto del golpe, se levanta enseguida y le da un empujón a Jonathan, lo agarra nuevamente y lo pone boca abajo sobre el suelo.

—   ¿Qué pasa, te la das de machito ahora?... ¿Por qué no eras machito cuando le estabas dando un beso en la boca al otro maricón en la cancha de la universidad?... ¿Ah? Responde…

—   Eso no es problema tuyo, y déjame quieto ya vale…

—   ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a gritar? ¿Vas a llamar a tu mami?... ¿Así es como resuelves las cosas?

Jonathan forcejea con Ezequiel, tratando de sacárselo de encima sin conseguir mucho éxito. Ezequiel, por su parte, está acostado sobre Jonathan y no deja de hacerle presión contra el piso.

Ezequiel es un muchacho bastante grueso, corpulento, mucho más que Jonathan, cuya contextura es más bien atlética. Ezequiel no es más alto que su amigo pero sí mucho más fuerte, cejas pobladas muy pegadas a los ojos, con un ceño fruncido que siempre demuestra su personalidad. Es de piel clara, cabellos castaños, ligeros vellos dorados cubren sus brazos, brazos que tenían a Jonathan totalmente dominado.

—   ¿Ahora sabes lo que va a pasar? —continúa Ezequiel—, va a pasar que si tú no haces lo que te digo, tu familia y toda la universidad se va a enterar de lo que andabas haciendo con Adriano.

Con esfuerzo, el corpulento muchacho logra sacar el teléfono de su bolsillo para mostrarle a Jonathan las fotos que tomó en el momento justo cuando los amantes se besaban.

—   ¿Quieres que tu mamá y tu papá vean esto, que tu hermanita lo vea?... ¿Qué la universidad entera y todo el equipo de fútbol se entere?

—   Coño chamo, de pana, ¿por qué haces esto? ¿Qué es lo que quieres, fastidiarme la vida?

—   Puede ser, pero por ahora quiero que me des una mamada, a ver si es verdad que los maricones lo maman bien…

—   ¡¿Qué?! ¿Estás loco?... Yo no voy a…

—   ¿No vas a qué? ¿Ah?, ¿no vas a qué?

Y aún con más fuerza, Ezequiel voltea a Jonathan poniéndolo boca arriba. El dominante muchacho abre las piernas sobre el pecho de su dominado, como un jinete cuando monta su caballo, y acerca su bulto hasta la cara del joven futbolista. Un bulto que ponía en evidencia la erección que Ezequiel tenía ya en ese momento.

—   ¿No vas a qué, pues? Dime…

—   ¡Que no te voy a mamar nada, deja la ladilla!

—   ¿Así es la cosa?...

Ezequiel logra contener con una sola mano las dos de su amigo, mientras que con la otra se baja el cierre del pantalón junto con el bóxer y deja salir ese gran miembro de carne que desde hace rato palpitaba bajo la tela del jean. Acerca su guevo grueso, lleno de vellos castaños y con un fuerte olor a sudor, hasta la cara de su amigo y comienza a cachetearlo con él.

—   Dime qué es lo que no vas a hacer, maricón…

Le dice con un tono amenazante mientras sigue dándole en la cara con ese guevo tan grueso y rústico.

—   Abre la boca —pero Jonathan no obedece—... ¡Coño que abras la boca te estoy diciendo!

Jonathan solo puede pensar en las fotografías que prueban su homosexualidad y en las amenazas de su amigo, que bien sabe pueden hacerse realidad. Así que después de analizarlo un poco, decide que la salida más fácil, por ahora, es obedecer. Ezequiel lo tiene en sus manos.

El atlético y sexy futbolista abre la boca y Ezequiel introduce su guevo lentamente. “Ahhh…” se le oye gemir al corpulento dominante mientras adentra cada vez más centímetro a centímetro su carne rígida y gruesa, con un fuerte olor, en las fauces del dominado.

—   Coño verdad que sí lo maman rico, como dicen.

Jonathan permanece en silencio, comienza a succionar. Mientras más placer cause a su victimario, más rápido acabará todo. Pero Ezequiel, al sentir la caliente boca lubricada cubriendo y succionando su guevo, se afinca con más ganas, como si quisiera atravesar la garganta de su amigo. Jonathan empieza a tener arcadas.

—   ¿Te gusta así, mariconcito? —pregunta Ezequiel mientras saca su verga de la boca del muchacho y con la misma, sigue dándole cachetadas y golpes en la cara.

—   Chamo ya, de pana —suplica Jonathan—.

—   De pana me lo vas a seguir mamando, abre la boca.

A Jonathan no le queda más que obedecer. Y definitivamente si quería que todo terminara de una vez, tenía que lograr que Ezequiel acabara lo más pronto posible, así que como si un espíritu se hubiese apoderado de él, Jonathan se metió completamente la verga de su amigo, empezó a chupar, jugueteaba con su lengua y el guevo de Ezequiel, le mamaba las bolas, se lo metía todo otra vez hasta la garganta. De repente Jonathan se convirtió en un excelente mama-guevo.

Lo hacía con tanta destreza que Ezequiel, sin dejar de decirle groserías a su amigo que aumentaban la humillación y el morbo, empezó a sentir cómo un escalofrío recorría todo su cuerpo, se concentraba en su guevo y así dejó salir unos chorros de semen espeso y caliente que se depositaron directamente en la garganta del futbolista dominado. Era el orgasmo que le recompensaba por haber sido el más fuerte y dominante de los dos, pero a su vez, la leche caliente era el regalo para su amigo por haber sido obediente al final.

Permanecieron unos segundos en silencio.

—   Ah pero sí lo mamas rico, vale. Yo pensé que eso de que los gays mamaban mejor que una mujer era un mito, pero ya veo que no, que es pura verdad.

Dijo Ezequiel al mismo tiempo que se levantaba para guardar su verga ya flácida y cerrar su pantalón.

—   Anda a lavarte esa cara —agregó—, a menos que quieras que tu mamá te vea con esa cara de puta, de zorra mamadora. Yo me tengo que ir ya.

—   ¿Las fotos las vas a borrar?

—   No sé, déjame pensarlo. Por lo pronto nos vemos mañana en la universidad.

Y se fue dejando a Jonathan con un sabor agridulce en la boca. ¿Qué podía hacer el sexy futbolista? Su amigo lo tenía en sus manos.

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El jueves siguiente, a las 6:30 pm, Adriano, Vicente y Carla estaban en el cubículo del profesor Rodrigo.

Amablemente, el profesor accedió a darles nuevamente la clase al trío de jóvenes así que fácilmente transcurrió una hora hablando sobre los métodos para seleccionar muestras de poblaciones o las formas de expresar los caracteres cualitativos…

Cerca de las 8:00 pm, Adriano va al baño y vuelve a los pocos minutos. Vicente ya se había ido, dijo que tenía unas cosas que hacer y se fue, le contó Carla.

—   Bueno, yo creo que es hora de que nosotros nos vayamos también —dijo el profesor—.

—   Sí —en seguida habló Adriano—, yo también tengo un montón de cosas que hacer, mañana tenemos una exposición y no he estudiado.

—   Yo también tengo que estudiar —finalmente agregó Carla.

Los tres recogen sus cosas y caminan hasta planta baja, para salir de la universidad. ¡Que sorpresa! Afuera estaba cayendo una lluvia torrencial.

Ni Carla ni Adriano tienen carro, el transporte de la universidad se había ido hace pocos minutos y a ellos no les quedaba otra opción que agarrar un taxi, así que nuevamente la amabilidad del profesor Rodrigo se puso de manifiesto cuando ofreció llevarlos hasta sus casas o al menos hasta algún punto cercano.

Carla era la que vivía más cerca, por lo que fue a la primera que dejaron.

El profesor Rodrigo iba entonces solo con Adriano en su carro, debía llevarlo hasta su casa, que quedaba un poco lejos, en un conjunto residencial ubicado casi en las afueras de la ciudad… Conversaron durante varios minutos sobre temas triviales hasta que quedaron en silencio. Ese silencio que se apoderó del camino… Ese silencio que junto al relajante sonido de las gotas de lluvia golpeando sobre el techo del carro lograron que por un momento el cansancio que dominaba el cuerpo del profesor Rodrigo se fuera soltando hasta que, inconscientemente, cerró los ojos.

Adriano estaba prácticamente adormecido también así que no lograron ver la señal junto a la solitaria calle que indicaba que se acercaba una curva peligrosa… De repente todo pareció irreal, el carro se salió de la vía, el sonido de los cauchos patinando sobre el pavimento se apoderó del ambiente y el profesor Rodrigo solo pudo intentar pisar el freno sin tener éxito en su acción… El carro se estrelló contra unos árboles.

(Continuará…)