Tonos grises (cap. 2)
Tras la reconciliación de Adriano y Jonathan, lo que les espera es una montaña rusa de emociones.
Esa noche, para celebrar su reconciliación, Jonathan invitó a Adriano a cenar a uno de los restaurantes de sushi más lujosos de la ciudad… Adriano amaba el sushi.
Conversaron durante largo rato y rieron, rieron como nunca. Jonathan amaba esa sonrisa, era especial. Luego de la velada, el joven futbolista le tenía una sorpresa a su acompañante: tenía una reservación en un reconocido hotel cinco estrellas para pasar una noche increíble.
Adriano llamó a casa y dijo que pasaría la noche en casa de Carla, para estudiar. Su familia sabía que Adriano tenía una relación con Jonathan, pero a veces es mejor mantener ocultos algunos detalles. En casa de Jonathan suponían que el atractivo muchacho pasaría la noche con alguna formidable chica.
Llegaron a la habitación, paredes color crema y una suave luz protagonizaban el espacio. Una pequeña mesa de caoba y unos muebles con cojines de pluma les daban la bienvenida. Un jarrón de porcelana con tulipanes de diversos colores, daba vida al ambiente. En el fondo estaba la cama, vestida con blancas sábanas de algodón.
— ¿Quieres tomar algo? —pregunta Jonathan.
— No, así estoy bien.
— ¿Ni siquiera a mí?...
Ambos sonrieron. Adriano se acercó a Jonathan, lo rodeó con sus brazos y le propinó un romántico beso. Éste lo alzó y lo llevó hasta la cama, tal cual una pareja de recién casados.
Jonathan, sin dejar de besar a su amante, desabotonaba lentamente la camisa de Adriano. Un pecho blanco y suave se dejó ver, así hasta mostrarse un tímido abdomen, plano, firme, sexy .
Adriano hizo lo mismo con su compañero. El torso de Jonathan era mucho más atlético que el de Adriano, terso. Su tono un poco más oscuro, no había vellos que interrumpiesen la suavidad de aquella piel. El abdomen tenía perfectamente marcado sus músculos, como si un dios los hubiese dibujado allí.
Sus besos eran cálidos, suaves. Sus manos recorrían aquellos cuerpos que deseaban desde hace tiempo que llegara ese momento.
Jonathan separa sus labios de los de su compañero y se pone de pie. Admira profundamente la belleza de Adriano sobre la cama. Se quita despacio los zapatos y empieza a bajarse el pantalón. Un slip color azul marino y líneas blancas es lo único que viste a aquel muchacho. Regresa a la cama, se pone sobre Adriano, quien aún conservaba el pantalón, y vuelven a besarse.
Adriano, mientras es besado por su compañero, se desabotona el pantalón y comienza a bajar el cierre…
— No lo hagas.
Dice Jonathan, quien despacio se dirige al cuello de su pareja para besarlo con mayor pasión. Adriano no puede disimular su excitación y suelta un pequeño gemido, que impide al futbolista detenerse. Éste sigue entonces bajando por el pecho, besando delicadamente las tetillas de Adriano, recorriendo el abdomen, bajando hasta la pelvis del joven y llegar al pantalón ya desabrochado.
Levanta la mirada y la fija en los ojos miel de Adriano, quien con un gesto le autoriza a su compañero que le quite lo que le queda de ropa.
Jonathan vuelve entonces a concentrarse en la piel de Adriano, tan tersa, tan suave, tan limpia… solo unos pequeños y finos vellos se asoman. Lentamente le quita el pantalón y desnuda las piernas del muchacho.
Adriano queda con un bóxer azul claro donde se marca su evidente excitación. Su amante besa con suavidad su prenda interior, incluso aumenta el morbo pasándole la lengua… así se dispone entonces a terminar de desnudar a su Adonis.
El miembro de Adriano se muestra hermoso, con tonos piel que se vuelven rosa a medida que se acercan al glande. Jonathan lo besa, como ha estado besando a su amante desde hace un rato, con romance, con pasión. El jovencito sigue soltando gemidos, cada vez más profundos, y logra flexionar las piernas. Su compañero decide entonces bajar a sus testículos y pasar por la zona del perineo, hasta llegar a la entrada del ano. Un sublime anillo color rosa se encuentra palpitando entre las nalgas firmes y redondas de Adriano. Jonathan no puede contenerse y dirige su lengua hasta ese hoyo que sería la fuente del placer absoluto para ambos. El joven Adriano se muerde los labios intentando contener sus expresiones de placer y deseo.
Después de unos minutos de aquello que algunos llaman “beso negro”, Jonathan se pone de pie y termina de desnudarse. Adriano se sienta en la orilla de la cama, acercando su rostro al firme falo de su amante que se muestra en todo su esplendor. Un pene que alcanza los 20 cm en su estado de erección, del mismo tono que el resto de su piel. Un glande rosa intenso y sin nada de vellos. Recto, perfecto.
Sin vacilar, Adriano se dispone a darle placer a su novio. Introduce aquel miembro completamente en su boca, Jonathan es quien empieza a gemir ahora. El joven Adonis realiza aquella felación con un deseo incalculable pero también con mucho amor, mostrando destreza y dedicación en lo que hace.
Jonathan, con la erección en su máxima expresión, se aleja de su amante y se dirige hasta su bolso de mano, de donde saca un tubo de lubricante y un paquete de condones. Se acerca a Adriano nuevamente, quien siguió mamando con dedicación mientras Jonathan abría el plástico que contenía el preservativo. Lo saca, toma a Adriano por la barbilla, le da un apasionado beso en los labios y comienza a colocarse el condón. No era necesario decir nada, Adriano enseguida se colocó boca abajo en la orilla de la cama.
Teniendo el condón puesto y aplicando una capa de lubricante, Jonathan se coloca sobre Adriano, besa su cuello y muerde suavemente sus orejas, mientras pone su miembro en la entrada del delicado y suave culo de su novio. Sin dejar de besar, empieza a presionar hasta lograr abrirse camino dentro de Adriano, quien producto del dolor suelta un quejido.
— ¿Estás bien? —pregunta Jonathan.
— Sí, tranquilo…
Y continúa entonces la penetración, esta vez más despacio. Adriano no para de quejarse.
— ¿Seguro estás bien?
— Me duele…
— ¿Quieres que pare? No quiero hacerte daño.
Adriano lo pensó por un momento, pero decidió responderle a su pareja abriendo sus nalgas con sus manos y arqueando la espalda logrando echar su culo hacia atrás, haciendo presión contra el cuerpo de Jonathan. Éste entendió el mensaje, siguió entonces poseyendo a su novio. Con delicadeza pero con firmeza, logró introducir su miembro completo en el cuerpo del jovencito.
Estuvieron así unos segundos, sin moverse. Jonathan besó los labios de Adriano con ternura, con agradecimiento por aquella entrega, y prosiguió entonces con movimientos suaves. Los quejidos de dolor de Adriano se convirtieron poco a poco en gemidos de placer.
Aquella escena era sublime, era mágica. Eran dos personas que se amaban, que se querían, que se deseaban. Dos hombres que decidieron entregarse el uno al otro para volverse uno solo.
Los movimientos de cadera de Jonathan aumentaban su ritmo cuando la expresión no-verbal de Adriano se lo pedía. Llegaron entonces las embestidas rápidas y apasionantes. El muchacho que estaba recibiendo a su amante, no podía dejar de gemir. Era su naturaleza la que hablaba. Jonathan jadeaba.
Estuvieron así unos minutos, por momentos más despacio, por momentos más de prisa, hasta que decidieron cambiar de posición. Realmente fue Adriano quien quiso hacerlo, y sin sacarse el miembro de su novio, se volvió boca arriba, para poder ver a los ojos al hombre que lo poseía.
Jonathan acercó sus labios a los de Adriano y lo besó, lo besó profundamente mientras sus embestidas se hacían más fuertes. La respiración de ambos era muy agitada ya.
Adriano, quien no dejaba de masturbarse, fue el primero en tener un orgasmo. Su cristalino semen comenzó a bañar su abdomen. Gemía con fuerza y entrega, lo que volvía a Jonathan más loco de placer y terminó descargando su entrega en el látex que contenía su novio dentro de su ser. Se echó pues, sobre el pecho de su novio y éste lo abrazó. Estuvieron en silencio unos minutos mientras recobraban el aliento.
Jonathan lo miró a los ojos:
— Gracias por esto. Te amo.
— Yo también te amo —concluyó Adriano.
-o-o-o-
Otro soleado día de septiembre. Los novios llegaron juntos a la universidad pero no muy cariñosos, para mantener las apariencias, especialmente por Jonathan.
En el salón de clases se sientan distantes uno del otro, pero de vez en cuando se echan alguna mirada que Carla y Vicente comprenden muy bien. Éstos estaban contentos por su amigo.
— Buenos días —saluda el Sr. Villalobos, profesor de sociología política.
— Buenos días —contestan algunos de los jóvenes.
El Sr. Villalobos empieza la introducción de su clase, algunos lo escuchan atento, otros en cambio se distraen fácilmente con cualquier cosa. La verdad, el Sr. Villalobos es uno de esos profesores chocantes y fastidiosos, que hablan mucho pero dicen poco. Por si no es suficiente, su aspecto nada atractivo dificulta verlo por unos minutos seguidos. Pero eso sí, es muy estricto y de carácter fuerte así que mejor ponerse las pilas con él.
— Hoy hablaremos de la sociología como ciencia —continúa el profesor—, de los fenómenos colectivos producidos por la actividad social de los seres humanos. A ver, dentro del contexto histórico-cultural en el que estamos inmersos, ¿cuáles actividades consideran ustedes que han afectado más nuestra sociedad?
Una de las muchachas levanta la mano.
— El internet, profe.
— ¿El internet?... ¿De qué manera? ¿Por qué lo dices?
— Bueno porque antes la gente podía interactuar más en persona, eran más cercanos. Ahora, si hay una reunión, cada quien está en su teléfono o en la tablet metido en internet…
— Ehmm… —el Sr. Villalobos analiza la respuesta— Entiendo lo que dices, pero el internet como tal no es una actividad humana. Es un invento, una herramienta. Existen otras cosas, como las actitudes de mucha gente, que afectan y deforman la sociedad.
Ezequiel, quien forma parte del equipo de fútbol y es amigo de Jonathan, levanta la mano y dice:
— Los maricones, profesor —y mira fijamente a Adriano. Algunos se ríen, otros lo miran seriamente.
— ¿Los maricones? ¿Por qué lo dices? —pregunta el Sr. Villalobos.
— Porque esos sí que han deformado la sociedad. ¿No ve las noticias? Ahora resulta que se casan y quieren tener hijos, ¿qué van a decir esos niños cuando crezcan, que tienen dos papás? ¡Qué bien!... O peor aún, ¿qué les van a decir a esos niños en la escuela? ¡Se los van a comer vivos!
Adriano está en silencio, con la mirada baja y una expresión muy seria. Quiere reventar y decirle unas cuantas cosas a Ezequiel, pero intenta calmarse.
— Bueno, entiendo tu punto —interviene el profesor—. La verdad es que ese es un tema complicado pero es cierto lo que estás diciendo, ya ni se dan cuenta que poco a poco están acabando con nuestra sociedad. No solo se casan y tienen hijos, sino que muchos de ellos intentan reprimir su sexualidad metiéndose a sacerdotes, y resulta peor el remedio que la enfermedad porque terminan violando niños. ¿A dónde iremos a parar?
— ¡¿Pero qué está diciendo?! —se levanta Adriano— ¿No se da cuenta que lo que dijo Ezequiel es una severa estupidez? Y en vez de educarlo, ¿usted le echa más leña al fuego?
— Un momento joven Montalbán, al parecer quien necesita educación es usted. Primero, debe levantar la mano para hablar y segundo, aquí no estamos para reprimir a nadie, cada quien tiene derecho de opinar y decir lo que piensa.
— Pfff… por favor, ¿decir lo que piensa insultando a otros?
— Aquí nadie ha insultado, solo se han dicho verdades. Y si usted, Montalbán, se siente aludido lo siento mucho. No es mi culpa lo que esa gente le está haciendo a la sociedad, pero sí es mi deber inculcar en ustedes la determinación para reparar esta sociedad dañada. Así que mejor siéntese y permanezca en silencio.
— No gracias, no es necesario. Yo me voy —dice Adriano mientras toma su bolso y sale del salón de clases.
Carla y Vicente salen tras él. Jonathan quería ayudarlo, defenderlo, pero si lo hacía, ¿qué iban a decir los demás?
-o-o-o-
— ¡Qué imbécil ese tipo, de pana! —comenta Vicente mientras los tres caminan por uno de los pasillos.
— Sí —dice Carla—, ¿qué se ha creído?...
— Tranquilos muchachos —Adriano estaba ya más calmado, y con una ligera sonrisa continúa hablando—, honestamente siento más lástima por él de la que él pudiese sentir por mí.
— No, pero el que sí se pasó fue Ezequiel. Si antes me caía mal, ahora me cae peor.
— Sí Carla, la verdad yo no esperaba menos de él —dice Adriano. Vicente interviene.
— ¿Ezequiel?... ¿Qué me dices del noviecito tuyo? Coño, yo te digo una vaina, si un supuesto amigo mío habla así de una novia que yo tenga, mínimo le parto la cara.
— Jonathan no tiene la culpa. Es mucha la presión que tiene sobre sus hombros, en el fondo lo entiendo.
— No Adriano, las cosas no son así —continúa Vicente más alterado—. Por muy amigo mío que pudiera ser Ezequiel, ¿tú crees que si tú fueses mi novio yo dejaría que hablase así de ti? ¡Me importa un carajo lo que piensen los demás!
Adriano mira a su amigo con una sonrisa — Gracias —le dice.
Vicente baja la mirada — No tranquilo, solamente digo lo que pienso.
— Bueno ya —habla Carla—, mejor vamos a tomarnos un jugo en el cafetín para relajarnos, que además la siguiente clase es estadística y para eso sí necesito estar relajada…
Los muchachos se ríen.
Algunos minutos después, termina la clase de sociología política. Al salir, Ezequiel se le acerca a Jonathan mientras caminan por el pasillo.
— Jaja, ¿viste cómo se puso el mariquito ese? Casi sale corriendo, él creía que estaba en una novela o algo así…
Jonathan le sonríe pero sigue caminando sin decir una palabra. Ezequiel continúa:
— ¿Y tú qué opinas de lo que dije? Menos mal que el viejo Villalobos está claro.
— Bueno chamo, honestamente creo que se te pasó un poquito la mano. Hay maneras de decir las cosas pues.
— ¡Aaaayyy… Bien bueno pues! No me digas que ahora te vas a poner a defender a esa gente.
— No es tanto defender, sino que coño, tú puedes tener tu opinión, y está bien, pero la forma en que lo dijiste estuvo chimba. No era la mejor.
Ezequiel mira a Jonathan por unos segundos…
— Ven acá, no me digas que a ti te gusta el mariquito ese.
— ¡¿Qué pasa vale?! Respeta… Ni me gusta ni tienes que llamarlo así. Me parece extraño que no te acuerdes de todas las mujeres que han pasado por mis manos.
— Sí, sí me acuerdo pero —Ezequiel se calla un momento—… Jonathan, mi pana… ¿A ti te gustan los hombres?
— ¡¿Qué es vale, vas a seguir?! ¡Ya te dije que no!
Ezequiel se detiene y llevando una mano al pecho de Jonathan lo pone contra la pared.
— Yo te voy a decir una vaina —dice Ezequiel mirando fijamente a los ojos de Jonathan—, tú a mí no me engañas, así que me hablas claro ya o te armo un escándalo con todo el mundo. Yo te vi ayer besándote con Adriano en las gradas del estadio de fútbol, aquí en la universidad… ¿Entonces, te gustan o no los hombres?
Jonathan no puede creer lo que está escuchando.
(Continuará…)